Elecciones
en Italia, I y II
Por
Guillermo Almería
Revista Sin Permiso, 19/03/06
I
"¡A las urnas, ciudadanos!"
El primer domingo de
abril Italia decidirá en las urnas si permanece en el gobierno la
actual alianza empresarial–clerical–fascista o si la misma es
remplazada por la heterogénea alianza "progresista" o
"democrática", que incluye neoliberales, centristas y
grupos de la izquierda, como los Comunistas Italianos o Refundación
Comunista, y que está dirigida por un político que se desplaza en
bicicleta, moderado y ligado al capital pero honesto, que ostenta el
simbólico apellido de Prodi (plural de valiente, valeroso, lo cual es
poco veraz si uno analiza el carácter y la trayectoria de los
dirigentes de cada uno de los componentes de este frente).
Pero, aunque el ejército
Brancaleone de Prodi ya haya estado en el gobierno y haya aplicado en
éste una política favorable al gran capital y a los planes de
Washington, no hay duda alguna de que se diferencia de la alianza
entre los fascistas directos y nostálgicos de la nieta de Mussolini,
de los neofascistas de Alianza Nacional, de los racistas y
separatistas de la Liga, de Forza Italia, el partido–empresa del
hombre más rico de Italia, ligado a la mafia, aliado de Bush,
condenado varias veces por la justicia por corrupto y, además, del puñado
de democristianos de ultraderecha que representa el lazo directo con
el pastor alemán que gobierna el Vaticano.
La Unión y la Casa
de la Libertad constituyen dos opciones, ambas defensoras del
capitalismo, pero la segunda es delincuencial, dictatorial,
fascistizante, belicista, imperialista, mientras que la otra está
compuesta por temerosos defensores del orden imperante, pero en el
marco de la Constitución, y por eso no tienen más remedio que abrir
su flanco izquierdo a la presión de los sindicatos, de los
movimientos sociales y de la izquierda tradicional que se proclama
socialista, todos los cuales, antes de acudir a las urnas, han hecho
grandes huelgas y gigantescas manifestaciones. Una es antisindical,
antinmigrantes, racista, agente de Estados Unidos y quiere imponer la
enseñanza religiosa en las escuelas estatales, y la otra es
sindicalista (aunque moderada), antirracista, europeísta.
Una busca reformar
las leyes para favorecer los robos, expropiaciones y fraudes del gran
capital y la otra busca impedir todo eso mediante la justicia. Son
iguales en su sumisión al sistema capitalista, pero no lo son en
cuanto al sistema político que desean imponer respectivamente. Por
eso la mayoría de los italianos votará contra Berlusconi y sus
secuaces aunque no espere demasiado de los que formarían el gobierno
de Prodi. Votarán más por repudio a la derecha que por esperanzas de
cambio, contra la reacción pero no por un programa alternativo. Votarán,
en muchos casos, tapándose la nariz y tomando la boleta centrista con
pinzas, pero votarán.
¿Cuáles son las
perspectivas? Una cosa es segura: el voto de los emigrados será
mayoritariamente conservador y de derecha, un voto nacionalista y
fundamentalista. Pero los emigrados, aunque pueden pesar en un
resultado final más o menos parejo, no podrán compensar el desgaste
político de Berlusconi y de su banda. Probablemente entonces, a pesar
de la modificación de la legislación electoral hecha a la medida
para favorecer a la derecha, ésta perderá la mayoría en la Cámara
de Diputados, como ha perdido ya la mayoría de las regiones (estados)
y en las grandes ciudades. Pero probablemente conservará la mayoría
en la Cámara de Senadores, útil sólo para bloquear las decisiones
de un gobierno centrista respaldado por los diputados.
En tal caso de parálisis
prolongada aparecería la tentación clásica en la Italia
democristiana de los años 60: la del gobierno "técnico"
(formado por supuestos especialistas) o, peor aún, la de un gobierno
"de unidad nacional". Pero éste sólo podría estar
compuesto por los centristas que miran tímidamente hacia la izquierda
y los centristas miembros de la derecha que quieren diferenciarse algo
de ésta.
O sea, por el núcleo
democristiano de la alianza que dirige Prodi (este mismo tiene ese
origen) y los democristianos de derecha que tienen hoy roces en el
gabinete ministerial con los fascistas y separatistas y con el mismo
Berlusconi (el cual no olvida repetir que tiene siete tías monjas).
No está excluida la posibilidad de que Berlusconi pueda optar por
cortar con la Mussolini y con la Liga lombarda mientras Prodi, a su
vez, dejaría colgados a Rifondazione Comunista y a los Comunistas
Italianos (separados de ésta) para poder formar un gobierno con todos
los pedazos de la ex Democracia Cristiana, incluyendo entre éstos a
la Margarita, el grupo conservador del ex alcalde de Roma, Francesco
Rutelli, que hoy es la derecha del conjunto dirigido por Prodi.
Este salto atrás de
40 años sin duda provocaría como reacción la unidad de la izquierda
con las luchas sindicales y levantaría una gran protesta democrática,
al mismo tiempo que empujaría la extrema derecha a posiciones más
radicales, incluso en lo social y no sólo en lo político. O sea,
polarizaría a Italia, con fuertes implicaciones en el panorama de la
Unión Europea. Salvo si los italianos derrotasen a Berlusconi por un
margen tal que le impidiera mantener un peso chantajista en el
Parlamento. Para ello debería ser derrotado el primitivismo de
quienes, siendo de izquierda, están asqueados por los partidos que se
presentan como tales y dicen que todos "son iguales" y podrían
abstenerse. Veremos si la razón y la cordura se imponen.
II
Mi sincera autocrítica
En mi último artículo
sobre Italia sugería que en las elecciones del 9 de abril próximo el
clerical–fascista Silvio Berlusconi y su banda compuesta por los
fascistas de Alessandra Mussolini, los neofascistas de Alianza
Nacional, dirigidos por Gianfranco Fini, los racistas, separatistas y
xenófobos de la Liga Lombarda, de Aldo Bossi, los restos del
socialismo proimperialista de Bettino Craxi y los democristianos
fundamentalistas chupacirios, podría retener el control de la mayoría
en el Senado, gracias a las modificaciones de la legislación
electoral destinadas a favorecer a la derecha. Pero me equivocaba, ya
que subestimaba el grado de madurez (o de hartazgo) de los italianos.
En efecto, todas las
encuestas aumentan paulatinamente la ventaja actualmente existente
entre la Unión (de centro, dirigida por Romano Prodi, ex primer
ministro y ex presidente de la Comisión Europea) y el gobierno (en
demolición) del cavaliere Berlusconi, que además tiene un récord
mundial de procesos penales en su contra. De modo que es muy probable
que Italia y el mundo puedan por fin liberarse del oprobio y George W.
Bush, El Asiático, llegue a perder un firme aliado (mejor dicho,
sirviente) en Europa.
Por supuesto, la
coalición de centro no es un rayo de guerra izquierdista. Prodi es más
bien una mozzarella averiada, aunque sea un hombre honesto (a
diferencia de Berlusconi), y sus aliados democristianos del Partido de
la Margarita o ex comunistas (al estilo de Piero Fassino y Máximo
D'Alema) están antes que nada preocupados por mostrarles a Bush y a
Blair que son políticos "de orden" (es decir, neoliberales,
proimperialistas, moderadísimos), mientras que los comunistas
italianos (escindidos de Refundación Comunista por la derecha), e
incluso este último partido, se han convertido al
"posibilismo" y sometieron los anteriores principios
socialistas a la participación en un gobierno por fuerza moderado
(para entendernos, a mitad de camino entre los socialistas españoles
y los franceses). De modo tal que ante una muy probable victoria de la
Unión no habrá que esperar cambios radicales, espectaculares.
Pero en las
elecciones siempre hay una dialéctica entre los electores y los
elegidos y no una sumisión total de los primeros a los segundos, que
tienen en su mente las instituciones y el gobierno, mientras que los
electores quieren cambios en ambos por medios no institucionales
(huelgas, ocupaciones, manifestaciones, etcétera). En particular,
desde hace rato los electores italianos desbordan el marco de los
partidos, incluso de los llamados partidos "de izquierda" o
"progresistas".
Así sucedió en las
manifestaciones de los "profesores" florentinos, o de los
llamados "autoconvocados"; así volvió a suceder en la
elección como presidente de la región (equivalente a un estado) de
Pulla del miembro de Refundación Comunista, pacifista y gay Niki
Vendola y no de un ex comunista "de orden"; así sucedió
con las manifestaciones sindicales, o contra la guerra, o en apoyo a
las libertades de los inmigrantes.
Este sentimiento
general del "pueblo de izquierda" (sentimiento antibélico,
antiviolento, pacifista, internacionalista) se da de patadas
cotidianamente con la visión del mundo de los adoradores
"izquierdistas" de la realpolitik, que tenderán, sin duda,
puentes hacia Washington y hacia la derecha social (los empresarios) y
la política (los de la alianza con Berlusconi).
Esta mayoría repudia
a los violentos (o provocadores) que promueven la abstención porque
"todos son iguales" y que creen que las bombas molotov son
un argumento político, pero no están casados con los
"realistas" que creen que lo único que se puede hacer es lo
que permiten las leyes y los reglamentos actuales profundamente
marcados por la derecha durante su largo gobierno. De modo que se
puede apostar algunos de los cada vez más escasos euros que aún
transitan por los bolsillos populares en Italia a que, apenas
triunfante, el gobierno de Prodi tendrá que hacer frente a una serie
de reivindicaciones postergadas porque el gobierno de la derecha
"ni veía ni oía" a los trabajadores, los estudiantes, los
campesinos, el "pueblo menudo", y trataba en cambio de engañarlos
como a "viles chinos" (para utilizar la expresión de un
conocido filósofo contemporáneo), y les respondía "no tengo
cash", como dijo otro campeón del pensamiento occidental, pero
de un partido opuesto (¿o no?).
Rifondazione
Comunista tiene un pie en los movimientos sociales y otro casi en el
gobierno. ¿Le pasará como al líder indígena Túpac Amaru, que fue
descuartizado por caballos que tiraban en direcciones opuestas? ¿O la
fuerza de la inercia la llevará, mayoritariamente, hacia uno u otro
de los horizontes políticos, el gubernamental o el del cambio desde
debajo de la relación de fuerzas entre las clases en pugna?
La respuesta sólo la
pueden dar dos cosas: las migajas que en el gobierno le tiren a
Rifondazione y a los verdes y comunistas italianos, por un lado,
porque la desilusión provocará resentimientos entre los que
esperaban ser suaves corderos y podrían verse obligados a ser leones
y, por otro lado, la fuerza de los movimientos sociales, que serán
independientes de los partidos y del gobierno "de centro".
Hay que contar con lo imprevisible: en este caso con el hecho de que
los cambios en las relaciones de fuerza, resultantes de la derrota de
los fascistas, se sentirán también dentro de la Unión.
(*) Guillermo
Almeryra es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. Artículos
también publicados en La Jornada, 12 y 19 marzo 2006.
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