El
fin de ETA
Por
José Ramón Castaños, "Troglo"
corriente[a]lterna,
27/03/06
Hay
muchas razones para suponer que la declaración de "alto el fuego
permanente", realizada el pasado 22 de febrero, es el principio
del fin de ETA.
La
noticia no ha sorprendido a nadie porque todos la esperábamos desde
que se supo que la sustitución de los atentados mortales por otros de
"baja intensidad" (no ha habido atentados mortales desde
hace 3 años), respondía al deseo inconfesado de facilitar el trabajo
de mediación con el Gobierno socialista realizado al parecer por el
sacerdote irlandés Alec Reid en estrecha colaboración con la iglesia
vasca de ambos lados del Pirineo.
Hablar
de principio del fin de una organización con 50 años de historia
puede parecer una afirmación desmedida, pero no lo es tanto si
analizamos los términos del "alto el fuego" y las causas
que lo explican.
Entre
estas últimas hay que considerar el efecto que tiene el balance
aterrador de la violencia sobre la conciencia democrática de la mayoría
vasca, pues el dolor que ella produce golpea con demasiada fuerza
sobre las conciencias como para no tomarla en consideración.
En
el curso de su historia, ETA ha realizado 72 secuestros y ha provocado
la muerte de 817 personas (339 civiles y 478 entre policías y
militares), de los que sólo 45 corresponden a la etapa de la
dictadura franquista. Los otros 772 han sido muertos bajo el sistema
democrático. De entre los civiles muertos, 20 de ellos eran
militantes o dirigentes políticos del PP y del PSE (12 de los cuales
lo han sido entre los años 2000 y 2002).
Ahora
bien, para completar el cuadro de la violencia, no se puede olvidar
que el Estado español ha asesinado a 145 militantes de ETA (buena
parte de ellos bajo el "terrorismo de estado" a través de
las siglas GAL); que a ellos hay que añadir 10 suicidios en las cárceles
españolas, miles de casos de denuncias por torturas; varios miles de
personas que han pasado por las cárceles y el exilio, y un resto de
510 personas encarceladas hoy en España y de 150 en cárceles
francesas.
La
suma de estas dos violencias expresa además una enorme desproporción
entre la "pequeña magnitud" de un problema nacional que
puede resolverse en un sistema democrático por métodos democráticos,
y la "gran magnitud" de una violencia que se ha hecho
insoportable para un pequeño país de 25.000 kilómetros cuadrados y
de 3 millones de habitantes.
Esto
explica en parte el porqué se ha producido unanimidad de criterios en
ETA y entre ETA y Batasuna. También explica, dicho sea de paso, la
opinión de Egiguren (presidente del PSE y persona clave en las
negociaciones con ETA), cuando afirma que "es tan fuerte el deseo
de paz y de reconciliación que las heridas de la violencia cicatrizarán
pronto".
A
diferencia de las treguas anteriores, esta última declaración de
alto el fuego tiene un carácter permanente; esto es, definitivo. ETA
no ha anunciado que desaparece, pero no hace falta decirlo para saber
que si una organización armada anuncia el silencio de sus armas de
modo "permanente", lo que nos está diciendo en realidad es
que deja de ser operativa, y que a partir de ese momento empieza a
dejar de existir.
Abunda
en esta hipótesis el hecho que el adjetivo "permanente" esté
unido al de "incondicional". La declaración de ETA no
utiliza ese término, pero lo más significativo de ella es que se
anuncia el "alto el fuego" sin exigir previamente nada a
nadie. Y esto es un cambio decisivo respecto a las anteriores, en las
ETA rompió las negociaciones de Argel con Felipe González porque no
quiso reconocer la autodeterminación, y las posteriores treguas de
los años 98–2000 porque el pacto de Estella para la soberanía y la
autodeterminación no aceptaba los contenidos y los ritmos que ella
quiso imponer.
Las
cosas hoy son de otro modo. ETA ha decidido dejar las armas sin que
haya a cambio concesiones políticas. La solución al problema de las
relaciones entre Euskadi y el estado español se deja en manos de una
mesa de partidos políticos sin excluir a nadie, lo que equivale a
reconocer los procedimientos democráticos para la solución del
conflicto; esto es, la renuncia a tutelar la política bajo la amenaza
de la violencia; la exigencia de no injerencia externa del estado español,
y el sometimiento a consulta ciudadana de la propuesta o propuestas
que se hagan desde la mesa de partidos.
El
anuncio de "alto el fuego" se percibe como una liberación.
Hoy no existe el entusiasmo que produjo la tregua anterior en la masa
social del nacionalismo vasco porque esta última ha venido precedida
del hastío de la sociedad contra una organización armada que truncó
las expectativas de paz y democracia asesinando a dirigentes políticos
de la oposición para "socializar el dolor".
El
sentimiento de alivio que se percibe viene acompañado así por una
profunda tristeza. Es la tristeza de saber que el sufrimiento causado
por ETA no tenía justificación posible ni ha servido además para
nada. El último "alto el fuego" llega tarde; muy tarde.
Ante nosotros se abre a partir de él la ingente tarea de reelaborar
una nueva ética política desde la que se pueda recomponer un nuevo
movimiento de izquierda para continuar la lucha por lo que está
pendiente: la excarcelación de presos a ambos lados de la frontera,
la creación de instituciones políticas que relacionen entre sí a
unos territorios vascos con otros, la autodeterminación y la soberanía
política de los territorios vascos que la demanden. Esa es al menos
nuestra apuesta.
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