Francia
“enferma”
Por
Ignacio Ramonet
Le
Monde Diplomatique, edición Cono Sur, marzo 2006
Un
organismo comatoso cuya reforma se impone con irrefutable evidencia.
Sobre el trasfondo de la angustia sanitaria provocada por las amenazas
de la gripe aviar, así aparece Francia a los ojos de una cohorte de
"derrotistas" de derechas ().
Este
ambiente pesimista se ha visto corroborado por acontecimientos
recientes de índole diversa, que al transmitir la sensación de que
las instituciones se desmoronaban han contribuido al actual malestar
generalizado: catástrofe judicial y naufragio de los medios de
comunicación en el proceso de los pedófilos de Outreau, ley del 23
de febrero de 2005 que reconoce "el papel positivo" del
colonialismo (),
fallos concernientes al portaaviones Clemenceau, revueltas en los
suburbios en noviembre de 2005, repliegues identitarios y afirmación
de los comunitarismos con ocasión del caso de las caricaturas de
Mahoma o del repulsivo asesinato del joven Ilan Halimi, privatización
encubierta de Gaz de France, etc.
Las
Casandras de la "Francia que se hunde" ven sumirse al país
en una suerte de desesperación colectiva que se habría manifestado
especialmente el 29 de mayo de 2005, con ocasión del "No"
al proyecto de Tratado Constitucional europeo. "Francia, afirma
por ejemplo Nicolas Baverez, jefe de fila de los
"derrotistas", se ha aislado en una burbuja de demagogia y
mentiras, los políticos se niegan a decir la verdad (...) No se
atreven a hacer reformas porque temen las revoluciones. Pero es
precisamente la ausencia de reformas lo que culmina en las
revoluciones" ().
Para terminar con esta "Francia enferma en una Europa
decadente", llaman a una rectificación liberal. Y hace tiempo
que recomiendan la desregulación del mercado laboral, convencidos de
que basta con accionar algunas simples palancas.
En
este contexto alarmista, apremiado por los "rupturistas", el
primer ministro francés Dominique de Villepin, acusado de estar
"de pie ante Bush pero de rodillas ante la CGT", habría
decidido romper "la política expectante de las elites" y
concretar por fin la reforma del empleo.
De
manera que el verano pasado hizo votar precipitadamente el Contrato de
Nuevo Empleo (CNE) que entró en vigor el 1 de septiembre de 2005 para
las empresas con menos de veinte asalariados, esto es, los dos tercios
de las empresas francesas. La principal innovación son las
modalidades de su ruptura. Como dice el inspector laboral Gérard
Filoche: "Se trata esencialmente de un 'nuevo derecho de
despido': se puede despedir a cualquiera en cualquier momento, sin
motivo, sin procedimiento, sin apelación" ().
Como
se topó con una resistencia sumamente moderada contra este tipo de
contrato que responde a las antiguas demandas de la patronal, Villepin
creyó que podría salirse de nuevo con la suya al hacer votar el 8 de
febrero pasado, sin verdadero debate parlamentario, el Contrato de
Primer Empleo (CPE) destinado esta vez a las empresas con más de
veinte asalariados y reservado a los jóvenes de menos de veintiséis
años. Lo mismo que con el CNE, el patrono tiene durante los dos
primeros años la posibilidad de rescindir el contrato sin comunicarlo
por escrito.
El
primer ministro ha tratado de explicar la extraña índole del CPE
pretextando que después de las recientes revueltas en los suburbios
era urgente favorecer el empleo de jóvenes sin formación. El
argumento no ha convencido. Rápidamente la oposición al CPE ha
cobrado una envergadura y una intensidad considerables en las
universidades, con el apoyo inmediato de los principales sindicatos.
El
desafío es tanto político como simbólico. Después de la grave
derrota sufrida en julio de 2003 con el voto a la ley de jubilaciones,
el movimiento popular en Francia tenía que reponerse. Por añadidura,
los ciudadanos consideran que aceptar el CPE después de haber tenido
que ceder ante el CNE es abrir el camino al desmantelamiento completo
del código de trabajo, sacrificarlo en el altar de la flexibilidad y
favorecer la precarización definitiva del empleo.
Acusada
por la derecha de ser hoy "el enfermo de Europa", Francia es
por el contrario un país que resiste. Uno de los pocos en Europa
donde con formidable vitalidad una mayoría de asalariados se niega a
una globalización salvaje que significaría la toma del poder por las
finanzas. Y que abandona a los ciudadanos a las empresas mientras el
Estado se lava las manos. Descorazona esta modificación radical de la
relación entre los poderes públicos y la sociedad (el final del
"Estado protector").
La
solidaridad social constituye un rasgo fundamental de la identidad
francesa. Una solidaridad que el CPE contribuye a liquidar. De ahí
una vez más la impugnación. Y la revuelta.
Notas:
.–
Nicolas Baverez, Michel Camdessus,
Christophe Lambert, Jacques Marseille, Alain Minc, todos cercanos
a Nicolas Sarkozy.
.– El
presidente Jacques Chirac pidió el 4 de febrero de 2006 la
reescritura de ese texto que "divide a los franceses".
.– L'Express,
París, 12 de enero de 2006.
.– http://www.legrandsoir.info/article.php3?id_article=2473
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