Tres
millones de franceses exigieron el retiro del Contrato Primer Empleo
–sin aplicación hasta que el Parlamento introduzca cambios–. La
mayoría parlamentaria es del UMP y su líder Nicolas Sarkozy, rival
del agónico De Villepin.
Francia
sale a la calle en la quinta jornada de protesta
Por
Eduardo Febbro
Corresponsal en París
Página 12, 05/04/06
Un río humano,
infatigable y movido por una potente algarabía, volvió a ocupar las
calles de las grandes, medianas y pequeñas ciudades francesas. La
movilización de esta quinta jornada de manifestaciones contra el CPE
igualó los porcentajes de la precedente: entre dos y tres millones de
personas respondieron al llamado de las 12 organizaciones sindicales y
estudiantiles y los 11 partidos de izquierda y extrema izquierda que
exigen el retiro del Contrato Primer Empleo. El mensaje fue de una
masiva claridad: “A quienes pretendían precarizar Francia, todos
juntos les respondemos: ¡Resistencia!”, gritaban los jóvenes por
París. La única diferencia entre el pasado 28 de marzo y ayer radica
en que la crisis del CPE dejó a Francia con un primer ministro en
estado de muerte clínica y al grupo parlamentario mayoritario UMP con
las riendas del poder. Desde que el viernes pasado el presidente francés
promulgó la ley sobre la igualdad de oportunidades pero suspendió la
vigencia del CPE hasta que el Parlamento introduzca los dos cambios
necesarios, todo el dossier pasó a ser administrado por los
parlamentarios de la UMP, es decir, en lo concreto, por el jefe de
este partido y ministro de Interior, Nicolas Sarkozy.
La demostración de
fuerza popular de ayer mostró que el movimiento juvenil no se ha
desgastado en lo más mínimo pese a los dos meses de marchas y
bloqueos de universidades y liceos. Para los jóvenes, el CPE,
incluida su nueva versión en gestación, sigue siendo sinónimo de
condena social. Jean-Luc, un estudiante de Rennes que vino a
manifestar a París con una docena de amigos, se paseaba por el
Boulevard de L’Hôpital con un enorme cartel en papel madera en
forma de cepo que lo encerraba y en el cual había escrito: “Esto es
el CPE”. En el conjunto de Francia, los paros en el sector privado,
en el transporte público y en la educación nacional fueron menos
importantes que hace una semana, pero la movilización callejera superó
en varias ciudades la del pasado 28 de marzo. La CGT evocó la cifra
de más de tres millones de personas. En París, el desfile capitalino
anti CPE llegó a las cuatro y media de la tarde a la Place
d’Italie, punto final de la manifestación, mientras que el segmento
final de la marcha aún no había dejado la Place de la Republique,
punto de partida. 200 mil personas en Marsella, 70 mil en una ciudad
de mediana dimensión como Nantes o diez mil en localidades modestas
como Rouen, Caen o Reims; cualquiera sea el tamaño de la ciudad en la
que se haga la contabilidad, las cifras son siempre imponentes. Y la
agitación está lejos de apaciguarse. Bernard Thibault, secretario
general de la CGT, advirtió que la movilización “no termina con
esta jornada”. El líder sindical observó que el movimiento se
“ha anclado y esta jornada puede asestarle un golpe fatal al CPE”.
En la capital
francesa, como en las demás ciudades, la “bronca” estudiantil
encontró una nueva fuente de energía en la persona del presidente
francés. Muchos estudiantes insultaban a Jacques Chirac, acusándolo
de haber “sembrado la confusión”, de haber “jugado a salvar a
Dominique de Villepin antes de ocuparse realmente de las demandas de
los jóvenes”. El grito “Chirac, dimisión; Villepin se te acabó
la fiesta”, superaba los cantos contra el CPE. Sarkozy tampoco recogía
las simpatías de los manifestantes. Dato cruel para el jefe del
Ejecutivo, su nombre había sido borrado de muchas pancartas y
remplazado por el de Sarkozy como si, para los manifestantes,
Dominique de Villepin ya hubiese dejado de existir: “Chirac,
Sarkozy, están despedidos, se les acabó el CPE y sin indemnización”,
cantaban los jóvenes. Otros decían “Chau Villepin, se acabó;
bienvenido Sarkozy, te vamos a despedir”. Bruno Julliard, presidente
de la Unión Nacional de Estudiantes de Francia, ironizaba diciendo:
“Dominique de Villepin consiguió una excelente movilización este
martes”. Un turista distraído hubiese podido tomar la manifestación
por una fiesta de jóvenes. Disfraces, cantos, bailes, todo convergía
en un mismo planteo: el CPE se acabó. “Nos toman por burros”, decía
Amélie, una muchachita de 16 años cuyos amigos cantaban “el Estado
somos nosotros. Villepin, sos como el papel pintado; lindo y no servís
para nada”. Los animales de siempre tampoco faltaron a la cita. Los
famosos “casseurs” pasaron al ataque al final de la manifestación
de París. A pesar del sólido dispositivo policial, los jóvenes
violentos sembraron serios desórdenes y agredieron salvajemente a los
periodistas. Un fotógrafo resultó gravemente herido por un grupo de
muchachotes de los suburbios que lo molieron a patadas en el piso.
Hubo 352 detenidos y 32 heridos.
Francia tiene hoy dos
batallas intensas. Una en la calle, contra el CPE, y otra en el seno
del Ejecutivo, entre De Villepin y Sarkozy. El CPE dio lugar a un inédito
esquema gubernamental que desembocó en una no menos inédita
transferencia de autoridad: el jefe de Gobierno ha perdido, casi de
facto, la gestión ejecutiva del CPE en beneficio de Sarkozy y los
parlamentarios de la UMP. Estos están ahora encargados de reanudar el
diálogo con las organizaciones sindicales y estudiantiles.
Sarkozy pasó los últimos
días reuniéndose en secreto con sindicalistas y estudiantes. Según
reveló la prensa francesa, el ministro de Interior llegó hasta
prometer “enterrar” el CPE. La obstinación y la torpeza de De
Villepin no sólo le costaron el timón del gobierno o el papelón de
verse despojado de un proyecto del cual es el único impulsor. Un
sondeo de opinión publicado el martes indica que si más del 60% de
los franceses quiere que se retire el CPE, 45% desea que De Villepin
renuncie. Su popularidad también está por el suelo, 28%. Jérôme
Sainte-Marie, director de la encuestadora BVA, comentó que Dominique
de Villepin sufre una pérdida de simpatías “pocas veces alcanzada
desde que BVA mide la popularidad de los primeros ministros”. La
solución está en manos de los parlamentarios de la Unión por una
Mayoría Popular, UMP. Chirac pidió al titular de Interior que jugara
con modestia el papel que le toca. Los socialistas ironizaban diciendo
que Francia vive una “crisis de régimen, con un Ejecutivo y dos
primeros ministros”. De Villepin reiteró ayer que no piensa
“bajar los brazos”, pero el jefe del Ejecutivo no está entre los
actores que ocupan el escenario. Por ejemplo, los sindicatos fueron
invitados hoy a una reunión, pero no por Dominique de Villepin, sino
por el presidente del grupo parlamentario UMP, Bernard Accoyer.
Según la carta
remitida a los sindicatos por Accoyer, se trata de entablar un debate
“sin prejuicios” sobre el CPE. La discusión propuesta por la
derecha gira en torno de las dos modificaciones del Contrato Primer
Empleo anunciadas por Chirac: el período de prueba, que pasa de dos años
a uno, y la obligación para el empleador de justificar la ruptura del
contrato. Sin embargo, las organizaciones sindicales ya respondieron:
irán a la mesa de negociación con dos objetivos invariables: anulación
del CPE y, luego, apertura de una negociación sobre el empleo, la
capacitación y la precariedad de los jóvenes.
Un presidente
debilitado y en fin de mandato, un gobierno precario y bicéfalo, una
juventud cohesionada contra un proyecto gubernamental, sindicatos y
partidos de izquierda rejuvenecidos por la batalla del CPE, la
configuración política francesa cambió radicalmente en apenas dos
meses. La calle trastornó la jerarquía en el seno de la derecha y le
dio un soplo de la legitimidad perdida a la neolítica izquierda
francesa. Ayer, los dos o tres millones de personas que manifestaron
en Francia celebraron por anticipado los funerales del CPE.
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