Bielorrusia
El
dilema de Alexander Lukashenko
Por
Tatiana Stanovaia (*)
RIA
Novosti, 12/04/06
La
Unión Europea ha prohibido oficialmente la entrada en su territorio
para el presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, y otras 30
personalidades oficiales bielorrusas.
El
acto de toma de posesión del líder bielorruso se celebró el pasado
8 de abril en un ambiente de absoluta soledad política: lo felicitó
mayormente la élite bielorrusa, mientras que las autoridades de Rusia
estuvieron representadas solamente por el Secretario de la Unión
Rusia–Bielorrusia, Pavel Borodin, el Secretario Ejecutivo de la CEI,
Vladimir Rushailo, y el Secretario General de la Organización del
Tratado de Seguridad Colectiva, Nikolai Bordiuzha.
Moscú
parece querer que después de su elección al cargo de presidente
Lukashenko haga una opción
clara en cuanto a la integración con Rusia: o adopte relaciones de
mercado con Moscú, luego de lo cual el “milagro económico” de
Bielorrusia pasará a la historia, o crear una Unión, a raíz de lo
cual Bielorrusia contará con apoyo económico y político por parte
de la Federación de Rusia.
Esta
opción difícilmente le conviene a Lukashenko porque, en todo caso,
esta integración le hará perder su poder.
Veamos
la primera variante, a saber: Alexander Lukashenko renuncia a la
integración, o sea, rechaza el Acta Constitucional que le conviene a
Moscú, se niega a introducir la moneda única ni cumple la promesa
dada hace tiempo a la “Gasprom” de venderle el paquete de acciones
de la “Beltransgas”. En realidad, esta es la forma en que las
relaciones entre Rusia y Bielorrusia se han mantenido en los últimos
años. No cabe duda de que para el amplio público el proceso de
creación del Estado Único de Rusia y Bielorrusia y los procesos
integracionistas en general siempre han estado en el orden del día,
ora sumergiendo con renovada fuerza ora comenzando a extinguirse. Mas,
en realidad no ha habido ninguna unión. La idea de introducir la
moneda única quedó enterrada en 2003 porque Lukashenko exigió
compensaciones y privilegios inadmisibles en materia de la política
financiero–crediticia. La última vez que el proyecto de Acta
Constitucional dio señales de vida fue en el otoño pasado, pero a
Minsk no le convenía a este respecto la propuesta de establecer
cargos elegibles de presidente y vicepresidente. Y por último, en el
caso relativo a la “Beltransgas” tampoco se logra encontrar una fórmula
de compromiso debido a las divergencias en cuanto a los precios.
Mientras
que durante varios años este lánguido “proceso de integración”
convenía a ambas partes, después de las recientes elecciones todo es
distinto. Rusia no quiere actuar más como abogado desinteresado del régimen
bielorruso en Occidente, mientras que el interés estratégico por la
fusión de Bielorrusia y Rusia (en una forma u otra) adquiere rasgos
cada vez más definidos. Ahora el problema se plantea de forma muy
clara: si Lukashenko se niega a tomar en cuenta los intereses de
Rusia, ésta se niega a tener en cuenta los intereses de Bielorrusia.
De ahí, el anunciado aumento de los precios del gas al que puede
seguir la desestabilización macroeconómica y recrudecimiento del
aislamiento internacional (Lukashenko quedará absolutamente solo) lo
cual acarreará problemas sociales.
Es
difícil prever lo que puede pasar en lo sucesivo. Aquí se presenta
esta disyuntiva: el régimen de Lukashenko caerá por obra de su
propio pueblo, es decir, como resultado de una explosión social (lo
que no se descarta si falta el apoyo a la economía nacional por parte
de Rusia) o por obra de Occidente que hacia las elecciones siguientes
tendrá un terreno más favorable para lanzar una “revolución de
color”.
La
segunda variante es que Lukashenko acepta integrarse con Moscú. Para
él sería una decisión muy difícil pues en tal caso pierde la mayor
parte de su poder. Le será muy difícil pasar a ocupar el cargo de
presidente elegible en el Estado Único pues es dudoso que pueda ganar
los votos de los electores rusos. Pero es muy probable que pase a
ocupar un alto cargo no elegible.
Todas
estas variantes tienen mucho en común: Lukashenko pierde el poder.
Pero también hay diferencias. Se puede perder el poder
inevitablemente y en forma voluntaria sin consecuencias graves, pero
se puede perderlo en forma forzosa y con consecuencias poco
agradables. Una explosión social puede llevar al poder a las fuerzas
políticas que opten por revisar la herencia de Lukashenko, lo cual
dista poco de persecuciones criminales. Es que si, a raíz de las
elecciones, la oposición prooccidental llega al poder, Lukashenko no
será “Kuchma” bielorruso: cabe recordar que el ex presidente de
Ucrania estaba preparado a que Víctor Yuschenko ganara las
elecciones, llevó a cabo una reforma constitucional y les permitió
en muchos aspectos a “los naranjistas” llegar al poder.
En
caso de que Bielorrusia se integre con Rusia, aun cuando pierda el
cargo de presidente de su país, Lukashenko siempre podrá pasar a
ocupar uno de los cargos claves en el Estado Único. En este caso
Rusia creará, sin duda, condiciones más propicias para conservarle
una activa vida política.
Mas,
supongamos que ninguna de estas variantes le convenga al propio
Lukashenko. Sus cálculos se basan en gran medida en que, primero, sus
posibilidades sociales y políticas internas quedarán inagotables
todavía por mucho tiempo y, segundo, este “juego de integración”
con Rusia puede continuar siempre sin que ello ocasione obvias
consecuencias.
No
obstante, si antes, en cuanto empeoraban las relaciones con Moscú, el
líder bielorruso no tardaba en insinuar que podía cambiar de
orientación (adoptando una postura prooccidental), ahora será, por
lo menos, ridículo pues ha pasado un punto detrás del que este
cambio de casaca resulta ya imposible.
De
modo que en realidad podemos presenciar ahora la lucha entre dos
“visiones” del futuro de Bielorrusia: Lukashenko piensa que podrá
sobrevivir aun sin contar con apoyo externo, mientras que Moscú está
seguro de que ello es imposible. El tiempo ya se encargará de mostrar
quién lleva la razón.
(*)
Directora del Departamento Analítico del Centro de Tecnologías Políticas,
para RIA Novosti.
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