Clima
de terror y desconfianza en los barrios de irregulares
Para
muchos, es como en los tiempos de la ocupación alemana
Por
Luisa Corradini
Corresponsal en Francia
La Nación , 23/06/06
Paris.–
Si no fuera por la ropa y los modelos de los automóviles, algunos
barrios periféricos de las grandes ciudades de Francia parecen estar
viviendo una remake de la ocupación alemana o de ciertas épocas de
la guerra de Argelia: los niños no salen a jugar; los habitantes
desconfían del teléfono y cuando se cruzan en la calle intercambian
gestos imperceptibles; mucha gente duerme cada noche en un lugar
diferente, y todo el mundo se escabulle cuando aparece un patrullero
de la policía.
El
clima de terror que reina desde hace varias semanas en los barrios con
fuerte densidad de inmigrantes es el resultado de las medidas que
anunció el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, para expulsar a
unas 25.000 familias extranjeras que viven ilegalmente en Francia con
sus hijos.
Incluso,
para que no falte ningún elemento lúgubre en esa pesadilla, en las
últimas semanas se crearon tres "centros de retención" en
las puertas de París, en Toulouse y en Marsella, que fueron
vigorosamente denunciados por la Cimade, un servicio ecuménico de
ayuda a los que piden asilo.
Aunque
no se trata de campos de concentración, esos centros de retención
–escenarios previos a la deportación– convocan fantasmas que
parecían definitivamente olvidados.
Para
evitar la expulsión de niños en edad escolar, en todo el país se
crearon espontáneamente centenares de células de franceses que van a
buscarlos a la escuela, los alojan, los ocultan y los protegen:
"La policía espera que los padres vayan a recogerlos. De esa
manera detienen a toda la familia y pueden deportarla
inmediatamente", explicó Sandrine Castell–Dupont.
Esa
maestra de escuela primaria de Sarcelles –en los suburbios de París–
tomó bajo su protección a Alex, hijo único de una familia de origen
albanés que ingresó en la Unión Europea (UE) por el sur de Italia y
luego viajó en tren hasta Francia.
La
primera noche que Alex durmió en su casa, un episodio trivial le
permitió verificar el miedo que lo acosa a cada instante:
"Cuando sonó el timbre, corrió a esconderse debajo de la
cama", explicó.
Desde
hace un mes, todas las noches se aloja en una casa diferente y, como
cambia de edificio, no tiene amigos y vive en una dramática situación
de aislamiento.
Con
sus escasos 9 años, Alex es consciente del enorme juego político que
protagoniza. "Extraño mucho a mis padres, pero sé que es muy
importante seguir yendo todos los días a la escuela para que otros niños
como yo no sean expulsados", confesó. "Si seguimos
resistiendo, el gobierno va a autorizarnos a que nos quedemos en
Francia", calcula.
Desobediencia
civil
Las
células que protegen a los niños inmigrantes –integradas por
directores de escuela, profesores, maestros y padres de alumnos– se
organizaron en una Red de Educación Sin Fronteras.
El
promotor de ese vasto movimiento de desobediencia civil es Richard
Moyon, un docente de Chatenay–Malabry, en los suburbios de París:
"Un día, hace un tiempo –recordó–, vino a verme un niño
que temblaba y tenía los ojos llenos de lágrimas. Me mostró una «invitación
a abandonar el territorio nacional» que habían recibido sus padres
esa mañana. Nos movilizamos con toda la escuela para asediar a las
autoridades hasta que los obligamos a ceder. Hoy, el senegalés Issa y
su familia tienen permiso de residencia y comenzaron a tramitar la
nacionalidad francesa".
Desde
entonces, Richard Moyon y otros "protectores" mueven cada día
cielo y tierra para evitar la expulsión de centenares de niños y de
sus familias. Ese movimiento se inspira, en parte, en la acción que
desarrollaban los "justos" que escondían a niños judíos
durante la ocupación nazi o los militantes anticolonialistas que
ayudaban a los árabes en la guerra de Argelia.
Proteger
a un inmigrante ilegal coloca a estos nuevos resistentes en una
situación de ilegalidad que puede costarles una fuerte multa y hasta
cinco años de prisión. Valérie Ledoy no pensó en esos riesgos
cuando aceptó hacerse cargo de Amadou, un tutsi de 8 años que, junto
con su madre, sobrevivió a la masacre en Burundi.
En
cierto modo, ella también vivió una tragedia similar: es hija de un
resistente que murió en los campos de concentración nazis.
En
Créteil, la ciudad de los suburbios de París donde en 2005 estalló
la ola de violencia que conmovió a Francia, esa bióloga organizó
una red de amigas para ayuda a las familias de ilegales: "No
pertenecemos a ningún partido. Nuestra única ideología es el
humanismo y nuestra doctrina, la solidaridad con los perseguidos del género
humano", aseguró.
Valérie
Ledoy no quiere que Amadou se sobresalte cada vez que oye un ruido por
las noches. "Vivir con miedo no es digno de un país democrático",
proclamó.
Esa
frase recuerda la célebre fórmula acuñada por Henri Jeanson:
"La democracia es cuando alguien golpea a la puerta a las seis de
la mañana y uno está seguro de que es el lechero y no la
Gestapo".
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