Europa

 

El racismo de Estado

Por Escuela Libre
La Haine, 04/07/06

La creación de la figura simbólica del inmigrante extra-comunitario, para inculcar paralelamente el sentimiento de pertinencia a la identidad europea, ha estado potenciada desde los diferentes Estados-nacionales que construyen la Unión Europea, mediante una buena dosis de xenofobia y de neorracismo (el fundamentalismo cultural). 

0.Presentación

En este artículo se aborda el fenómeno de la inmigración (o más específicamente la inmigración que sirve de mano de obra barata a determinados grupos sociales privilegiados), mostrando los mecanismos que sirven para legitimar la explotación y la precariedad laboral a que se ven sometidos los colectivos que caen bajo dicha categorización social.

Así, este artículo se aproxima al racismo, analizando desde dónde se gesta y con qué finalidad. En este sentido, el Estado aparece como el principal instigador del racismo, al servicio de unas estrategias determinadas de los grupos dominantes de la sociedad de destino.

Para ello, se analiza el racismo desde la perspectiva de la creación de la Unión Europea, que requiere la creación de identidades europeas entre los ciudadanos para legitimar dicha construcción supra-estatal. Es aquí donde la figura simbólica del inmigrante juega un papel clave a la hora de conformar un "nosotros" europeo frente a un "ellos" no europeo. Tarea ésta encargada a los Estados miembros.

Finalmente, se analiza la situación en el Estado español, donde sus aparatos ideológicos trabajan en la construcción de dicha identidad (no sin altas dosis de racismo), así como de la evolución de la población sometida al bombardeo mediático y de las formas sociales que este racismo va adoptando.

1. Ideología, grupos de privilegio y Estado

El racismo parece desbordarse por el conjunto del cuerpo social. En cualquier conversación puede detectarse cierta violencia verbal, cuando no paternalismo pseudosolidario, contra una figura simbólica del imaginario social : el inmigrante extra-comunitario. Estallidos de violencia ocurridos como los sucesos de Ca N'Anglada (Tarrasa) o en El Ejido hace un par de años, junto a episodios de menor magnitud en lo cotidiano, son sólo explosiones esporádicas de violencia latente, en un marco aún económicamente sostenible. Pero el liberalismo económico ha dado síntomas, a lo largo de sus dos siglos de predominio, que no es, como quiere presentarse, un modelo ilimitado de crecimiento económico y, actualmente, el proceso de globalización (bajo signo neoliberal) está ya en plena recesión a gran escala, la contención de la cual puede ser efectiva pero, sin duda alguna, conllevará altos costes sociales. En todo caso, explosiones de violencia social como las apuntadas anteriormente van produciéndose en cualquier momento y en cualquier punto del continente europeo. Y mucho nos tememos que pueden dejar de ser puntuales manifestaciones de violencia social para pasar a alimentar a una esperial de creciente violencia. Sea como sea, lo que parece claro es un nuevo éxito de los grupos hegemónicos, de las élites y del privilegio, en un nuevo deplorable episodio histórico de la victoria del poder y la miseria humana. Un triunfo de la opresión y de la desigualdad. Un triunfo del racismo.

Pero, ¿qué es el racismo? Como afirma Teun A. van Dijk, el racismo es un sistema de dominación que persigue mantener a unos individuos, a los denominados "otros", debajo de los dominadores o fuera del espacio que estos controlan. El racismo es, pues, algo más que explosiones esporádicas de violencia de grupos minoritarios de ultraderecha, articulados aún alrededor de ideas de un estadio del racismo ya superado: aquel racismo basado en la raza. De hecho, Van Dijk rompe con la idea que el racismo es un fenómeno exclusivo de las clases populares, y afirma que, por el contrario, se gesta desde las altas esferas de la estructura social: "Diferentes grupos de la élite participan en las tomas de decisión política concernientes a grupos étnicos minoritarios, escriben informes, o investigan, tienen acceso a los mass media y producen saber y las creencias que influyen en la función y el cambio de opinión de la gran mayoría de la población. Por consiguiente, además de la dominación política, la élite ejerce una dominación social, moral y cultural" (Van Dijk, 1993: 107). Es decir, el racismo de élite adquiere una orientación cultural, como hábitos, religión, lengua, educación y valores.

En este punto cobra vital importancia el Estado, desde donde los grupos dominantes operan (y se escudan) sobre el conjunto de la sociedad. Pero, "hacer que los demás actúen como uno prefiere requiere recursos. De este modo en la forma más elemental de ejercer el poder, a saber, la coerción, el recurso puede ser la fuerza física (típicamente masculina) o institucional (policía, fuerzas armadas). Más sútil es el control exclusivo sobre recursos necesarios (alimentos, techo, trabajo o dinero), por los cuales los otros pueden ser forzados a someterse a los deseos o seguir las directivas de los poderosos" (Van Dijk, 1999: 207).

Así, pues, se hace necesario ver qué intereses persiguen actualmente los grupos dominantes bajo la lógica capitalista que, hoy por hoy, los eleva a las altas esferas de la estructura social. Pocas dudas hay en que estos intereses giran alrededor de la construcción de la Unión Europea, puntal en la disputa existente en el proceso globalizador en curso. La construcción de una supra-estructura estatal siguiendo los parámetros de los Estados-Nacionales.

2. Una nueva identidad política en construcción: La UE

La construcción europea es un gran ejemplo del grado de sometimiento de la población y de la preeminencia de la voluntad de los dominadores sobre el conjunto de la sociedad. Con motivo de la entrada en circulación de la nueva moneda (el euro), Rodrigo Rato (entonces Ministro de Economía y Finanzas del Estado) afirmaba que las colas registradas en los bancos en los primeros días de enero de 2002 a la búsqueda de la nueva moneda no eran otra cosa que el claro ejemplo de la voluntad de los ciudadanos españoles de ser ciudadanos europeos. Curiosa afirmación cuando bien sabido es que ni tan solo los grupos dominantes se han atrevido a hacer un referendum ni consulta popular para saber el grado de adhesión al proyecto europeo. Y es que fundadas dudas había a una negativa dado el bajo nivel de identidad europea entre la población, al menos unos años atrás. Para Rato, la imposición era ante sus ojos una manifestación de la voluntad ciudadana.

Esta articulación de la construcción política europea y su funcionamiento institucional se está llevando a cabo por los Estados-Nacionales, donde las únicas elecciones europeas que se están realizando son para elegir un Parlamento (el europeo) que ni tan siquiera ejerce la función asignada en una democracia representativa (decidir y legislar) sino que únicamente realiza funciones de control de los órganos realmente decisorios (Consejo de Ministros y Comisión Europea). Una construcción, pues, de arriba a abajo, con grave déficit democrático.

Vamos por partes. Todo el proceso de construcción europea ha de legitimarse mediante la creación de ciudadanos europeos, es decir, que los ciudadanos de los diferentes Estados quieran identificarse a sí mismos como europeos. Tarea esta encomendada a los respectivos Estados, a sus aparatos ideológicos, como veremos. Como afirma Verena Stolcke, "la construcción de Europa tiene dos caras: mientras en las fronteras intraeuropeas son cada vez más permeables, las fronteras exteriores se cierran cada vez con más fuerza. (...) Se observa una sensación creciente de que los europeos tienen que desarrollar un sentido de cultura compartida y de identidad de objetivos, para ofrecer un apoyo ideológico a una unión económica y política europea que pueda tener éxito" (Stolcke, 1994: 236).

Europa es, además, uno de los puntales del orden capitalista mundial, juntamente con Estados Unidos y Japón. Desde la post-guerra mundial, con la reconstrucción, las economías de los principales países europeos han experimentado un crecimiento económico que ha ido reclamando una mano de obra que la población autóctona no podía abastecer. Y una cosa parece clara: en un mundo competitivo nadie puede dormirse. De este modo, siguiendo a Portes y Böröcz, los Estados-Nación tuvieron que tomar decisiones políticas para satisfacer necesidades-iniciativas económicas, que se tradujeron en la incentivación de inmigrantes bajo el nombre de Gastarbeiter (o "trabajador invitado"). Unas políticas de gestión de mano de obra que negaba el asentamiento en el territorio en favor de un flexible marco rotativo. Pero con la llegada de la crisis de los 70 y 80, se cambió esta política por otra más restrictiva que intentase regular los flujos migratorios. Además, los empresarios vieron que el sistema rotativo era anti-económico, ya que se hacía necesario formar cada vez a los nuevos trabajadores en la tareas, con dificultades con el idioma, etc., y además, se había demostrado que a nivel sindical no eran tan dóciles como se había especulado. Fuese como fuese, se hizo necesario cambiar la óptica política respecto a los flujos de migración trabajadora.

El papel de los Estados Nacionales es clave a la hora de regular estos flujos humanos, y para ello éstos firmaron el Tratado de Schengen, que será un elemento clave en el proceso de construcción europea, tal y como afirma el Colectivo Ioé: "El espíritu de Schengen está caracterizado por una impronta policial, puesto que sus objetivos son el orden público, la seguridad, las políticas antiterroristas o contra el tráfico de drogas. Al incluir las cuestiones de inmigración en este enfoque, lo que prima es una actuación de control y vigilancia sobre los inmigrantes ya instalados, y de rechazo abierto hacia los que intentan establecerse en los países miembros" (Colectivo Ioé, 1999: 151). Y aquí es donde empieza a gestarse la figura simbólica del inmigrante extra-comunitario, con el uso de la retórica de la exclusión, "que ensalza la identidad nacional y la exclusividad cultural" (Stolcke, 1994: 237).

Es la construcción del nuevo "habitus nacional" europeo: "una noción exclusivista de la pertenencia y de los derechos políticos y económicos implícita en la idea moderna del Estado-nación, una de cuyas ideas centrales es la de que los extranjeros, extraños de afuera, no tienen derecho a compartir ni la riqueza nacionales y menos cuando estos parecen escasos" (Stolcke, 1994: 238). Y aquí es donde la figura simbólica del inmigrante extra-comunitario (reservada para los que están con más dificultades económicas) juega un papel crucial en el proceso de creación de la identidad europea: "ellos" son extraños al "nosotros", reafirmando lo europeo frente al chivo expiatorio culpable de los nuevos problemas sociales y económicos.

Es la nueva forma que ha adoptado el racismo actual: lo que Verena Stolcke denomina fundamentalismo cultural. Esta nueva forma de racismo se diferencia de la anterior por poner énfasis no en la supremacía racial sino en las diferencias de patrimonio cultural, legitimando la exclusión de los extranjeros a la cultura. El fundamentalismo cultural, de esta manera, naturaliza las divisiones socio-políticas existentes, las raíces de las cuales son, de hecho, de tipo económico y político. Y, al mismo tiempo, asienta el presupuesto de la inconvivencia de las culturas, las cuales serían naturalmente hostiles y mutuamente destructivas. El enriquecimiento intercultural y el mestizaje social serían, pues, inexistentes, o si más no, contraproducentes. Verena Stolcke así escribe:

"La xenofobia, actitud supuestamente inherente a la naturaleza humana, constituye la base ideológica del fundamentalismo cultural y explica la presunta tendencia de los pueblos a valorar su propia cultura hasta el punto de excluir otra; y, por tanto, hace imposible que pueblos de diferentes culturas puedan vivir los unos junto a los otros. El fundamentalismo cultural contemporáneo se basa, pues, en dos ideas convergentes: que las diferentes culturas son inconmensurables y que, al ser los humanos inherentemente etnocéntricos, las relaciones entre culturas son por naturaleza hostiles. La xenofobia es al fundamentalismo cultural lo que el concepto biomoral de raza es al racismo, a saber, la constante naturalista que confiere valor de verdad y legitimiza las respectivas ideologías" (1994: 244).

Vemos, pues, como el nuevo racismo actual, el fundamentalismo cultural, toma como base ideológica la xenofobia. Y siguiendo a Manzanos Bilbao, como veremos más adelante, "el Estado es una estructura clave que potencia la xenofobia" (Manzanos Bilbao, 1999: 23). Siguiendo con Stolcke, el racismo moderno occidental busca racionalizar la superioridad nacional o la descalificación socio-política, la explotación y la discriminación económica de grupos e individuos dentro del Estado, gracias a la atribución de defectos morales, intelectuales o sociales derivados de su condición racial. Se legitima, así, la estructura socio-económica jerárquica en la sociedad, escondiendo las relaciones socio-políticas que hay detrás. De este modo, se constituye como elemento necesario del capitalismo liberal, según la autora.

El fundamentalismo cultural occidental (y europeo) crea conceptos antagónicos (el extranjero inmigrante extra-comunitario versus el ciudadano nacional), segregando en el espacio las culturas para posibilitar que "cualquier persona de un país es extranjera en cualquier otra nación en un mundo de Estados-nación, porque poseer una nacionalidad está en la naturaleza de las cosas" (Stolcke, 1994: 247). No obstante, el Estado-nación dejaría una puerta abierta al inmigrante: la asimilación cultural.

3.Aparatos ideológicos de Estado y Racismo: el caso del Estado español

Hasta ahora hemos ido viendo como la creación de la figura simbólica del inmigrante extra-comunitario, para inculcar paralelamente el sentimiento de pertinencia a la identidad europea, ha estado potenciada desde los diferentes Estados-nacionales que construyen la Unión Europea, mediante una buena dosis de xenofobia y de neorracismo (el fundamentalismo cultural). "De arriba a abajo en la jerarquía del poder institucional de la nación, es decir, desde los debates gubernamentales y parlamentarios, las deliberaciones y la toma de decisiones hasta las acciones legislativas en los niveles más bajos de los estados, regiones o ciudades, encontramos muchos tipos de discurso que, actualmente de manera a menudo muy sutil, expresan actitudes negativas frente a los miembros de grupos minoritarios o provocan acciones discriminatorias en contra de ellos" (Van Dijk, 1988: 132).

Pero para impulsar todo este repertorio discriminatorio sobre la sociedad, esta operación estatalmente intencionada, hace falta mucho más que acciones administrativas y políticas, ya que han de encontrar legitimación dentro del mismo cuerpo social. En este sentido, nos aproximamos al caso específico español para ver cómo la acción política contra los inmigrantes se acompaña de un bombardeo ideológico a través de los dos aparatos que le sirven para esta finalidad: los medios de comunicación y la educación.

A nivel histórico, en España a los largo de las décadas de los 60 y 70 la figura del inmigrante era inexistente socialmente, ya que demográficamente era irrelevante. No será hasta 1985 en que empiezan las políticas restrictivas derivadas de la estrategia de integración a la CEE. De hecho, la figura existente es, en cambio, la figura del emigrante, por los cambios económicos y sociales que vive el país. Los Pirineos eran, en esos momentos, la frontera simbólica entre desarrollados y subdesarrollados, entre la "libertad" y la opresión, resultando ser una zona de paso para los flujos migratorios hacia el mundo rico. Esto es así hasta la firma del Tratado de Schengen, articulado en la promulgación de la Ley de Extranjería, que obliga a España a controlar estos flujos migratorios provenientes del Sur.

Esta "tarea europea" ha conllevado a diferentes cambios para el Estado, desde una reorganización militar de la defensa del territorio, ahora orientada al sur, hasta un aumento en inversiones para la consolidación de dicha frontera, como es la inversión de más de 20.000 millones de las antiguas pesetas en un complejo sistema nombrado SIVE, conformado por radares y sensores, con el objetivo de vigilar el acceso a las costas españolas en 500 quilómetros (de Huelva hasta Almería). El gobierno justifica esta decisión afirmando que de esta manera se luchará contra la inmigración ilegal (El Mundo, 14 de julio de 2000). Se está levantando, pues, un nuevo muro tecnológico-militar, que estará completamente instalado en el 2004. ¿Qué características habrá adoptado la inmigración en esas fechas?

Pedro Alvite analizó el caso español durante el periodo que va del 10 de junio del año 1991 (inicio del segundo proceso de regularización de trabajadores extranjeros) al 13 de noviembre de 1992 (asesinato de la inmigrante dominicana Lucrecia Pérez en Araca). Esta secuencia delimita claramente, para el autor, la culminación de la construcción social de la inmigración como un problema, con el inicio del discurso falseado sobre el racismo.

La base sobre la cual podrá calar el discurso neorracista impulado desde el Estado a partir de los 90, es la acción racista existente en el Estado español contra los gitanos. De este modo, el neorracismo que se siembra desde los 90 encuentra ya un espacio de odio cultivado. Así, las diferencias de racismo entre el dirigido hacia los gitanos y el que se inicia hacia los inmigrantes extra-comunitarios "son de estadio de desarrollo, de motivación, de instrumentalización, pero no de naturaleza" (Alvite, 1993: 105). La figura simbólica del inmigrante extra-comunitario era inexistente para la población e hizo falta crear dicha figura, lo que le dió visibilidad por el grado de espectacularidad mediática que adoptó dicha acción.

Y es que en el resto de países europeos, receptores desde ya hacía décadas de migración, sólo tuvieron que cambiar las políticas más o menos abiertas y flexibles de recepción de mano de obra, por políticas restrictivas ante la crisis económica. Dicha crisis generó expresiones de rechazo a los inmigrantes y esto facilitó al Estado la legitimación de las nuevas medidas restrictivas: así se evitaría el aumento de racismo, se dijo.

Pero en el Estado español, como hemos visto, la figura del inmigrante era prácticamente inexistente, y de este modo los dispositivos institucionales (legislativos y policiales) precedieron a las expresiones sociales de rechazo de los 90. "Fue necesario producir una cierta dosis de racismo para poder aplicar estas políticas con cierta legitimidad, en la medida en que se carecía de justificación previa, dado el reducido montante de población inmigrante (...), o dado el bajo índice de rechazo social..." (Alvite, 1993: 111).

De este modo, la discriminación racista en España se basa en la lógica de la exclusión, fundamentada en tres ejes : el económico (especialmente en el tema laboral) ; en el de la seguridad (entendida como seguridad ciudadana) y en el de la cultura (agresión a nuestras costumbres). Así se elabora la figura simbólica del inmigrante como un sujeto diferente sobre el cual hay que aplicar mecanismos de defensa. "Así, exclusión y expulsión se cierran en ese férreo círculo vital que es la necesidad de seguridad existencial, y que segregan nuestras sociedades cuando ven peligrar sus privilegios en momentos de fuertes cambios como lo que nos ha tocado vivir en este final de siglo" (Alvite, 1993: 114).

Se busca potenciar, tanto desde el Estado y sus aparatos ideológicos, como desde los intelectuales (que la mayoría le son serviles), la convicción de que el racismo y la xenofobia son resultado de la inmigración y que por este motivo se hacen necesarias las políticas restrictivas. Así el debate se centra no ya sobre las acciones estatales, sino sobre la inmigración como causa explicativa. Desde los medios de comunicación se filtran noticias de avalanchas, olas migratorias, "invasiones", que tienen por finalidad la criminalización constante de la figura del inmigrante que, como hemos dicho, es el chivo expiatorio para conseguir tres objetivos: desplazar el malestar y los miedos de la sociedad señalando a un culpable; desviar hacia una víctima indefensa los problemas sociales que es incapaz de solucionar el Estado, o que incluso él está creando; y potenciar la identidad europea, portadora de valores civilizadores, contrariamente al mundo bárbaro. "Ayudar en definitiva a restablecer el consenso interno, puesto en peligro por las propias contradicciones internas de nuestras sociedades en crisis (...), [En definitiva] ganar tiempo para construir ese nuevo Estado-Nación [la UE] basado en los mismos mecanismos de control, en las mismas desigualdades, en los mismos privilegios" (Alvite, 1993: 121).

Y los medios de comunicación se ponen a trabajar para crear este "enemigo interno extra-comunitario": "difunden e imponen : lo que, dicho de una vez por todas, son visiones y divisiones del mundo social" (Santamaría, 1994: 207). Las noticias que hacen referencia a la inmigración "proceden fundamentalmente de sucesos negativos -y por lo tanto negativizadores- como son detenciones, expulsiones, delitos, corrupción policial y consular, desembarcos nocturnos e ilegales, tráfico y venta de drogas, trabajo sumergido, brotes de racismo, peleas, bandas peruanas, mafias chinas, etc." (Santamaría, 1994: 210). Además, se remarca como las instituciones europeas ponen dentro del mismo saco la inmigración, el terrorismo y el tráfico de drogas, al mismo tiempo que remarcan las noticias alrededor del Fundamentalismo Islámico, de la problemática situación latinoamericana o de la Europa del Este. Este continuo goteo informativo vincula inmigrantes con transgresión de leyes, normas y/o estandartes, y trata sus asociaciones como fuentes de información interesadas. Las fuentes de información que nutren el discurso mediático sobre la inmigración son, básicamente, las fuentes oficiales. Es así como se consigue categorizar la inmigración como un objeto de intervención estatal.

Las Leyes de Extranjería que se han sucedido marcan, además, la escisión de los colectivos de inmigrantes entre legales e ilegales, los cuales se quedan atrapados "en una situación de absoluta precariedad y vulnerabilidad social -en un estatuto de semiesclavitud" (Santamaría, 1993: 66). Y, como no, en materia de Estado: caen, pues, en manos policiales y de los servicios asistenciales y de entidades benéficas. De este modo se consigue presentar el no-problema: la propia sociedad receptora, como firme y activa frente a los ilegales, pero humanitaria, solidaria y tolerante con los extranjeros y sus familias. Así, la prensa trata la incorporación de estos como una doble opción individual y voluntarista, entre la integración social o el racismo. "Competencias que, es obligado decirlo, lejos de pertenecer de manera indeferenciada a todos los miembros de la sociedad de instalación, forman parte del universo de ese nuevo segmento social central que son las nuevas clases medias" (Santamaría, 1994: 212), que de hecho ha siddo históricamente la base social del fascismo político. Según Santamaría, la sociedad española se representa mediáticamente como el paradigma de la armonía social y de los grandes valores universales que definen la sociedad liberal: igualdad, democracia y tolerancia. A esto hay que añadirle dos mecanismos: en primer lugar, los brotes de racismo son presentados como una transgresión de un hipotético límite de tolerancia y, en segundo lugar, presentan el racismo como un fenómeno social superficial y aislado, como un fenómeno epidémico, sin profundidad estructural alguna. Se esconde, de este modo, que nos encontramos ante un fenómeno que se reproduce cotidianamente de forma ininterrumpida. "El racismo, en este sentido, no es algo en absoluto extraordinario, todo lo contrario: designa unas relaciones sociales tan ordinarias, tan socialmente estructurales y estructurantes, como lo son el capitalismo y el patriarcado, con los que está íntimamente imbrincado" (Santamaría, 1994: 215).

Todo, al fin y al cabo, para acabar de vertebrar la marginación de los mismos: "si no se integran es porque no quieren", se repite una y otra vez, haciendo recaer sobre ellos los atributos de intrusos, inadaptados. Es la aceptación social del discurso sobre la inmigración como un problema social. El Estado ha conseguido su objetivo, pues se rompe toda perspectiva de solidaridad entre los grupos, lo que siempre es un problema para el control y la dominación social.

El otro aparato ideológico de Estado, la escuela, se ha puesto también al servicio de esta construcción simbólica de la figura del inmigrante. La función encomendada es la integración de los miembros más jóvenes a la sociedad, participando en la reproducción social y cultural de la misma. Siguiendo a Santamaría, más que educar e instruir busca conformar la consciencia y la sensibilidad de los individuos. "La institución escolar está más próxima culturalmente de unos grupos que de otros; o, lo que es lo mismo, se distancia más de las configuraciones culturales de unos grupos sociales que de las de otros" (Santamaría, 1998: 17). Y si hoy se hace un recorrido por los libros escolares, se puede apreciar perfectamente como se buscar que el alumno vaya interiorizando el nuevo espacio europeo como algo propio, de su identidad individual, a la vez que busca que el alumno reflexione en relación a la inmigración como un problema (ilegalidades, desesperación, pobreza y marginalidad...) donde las instituciones, legitimadas a sus ojos, están destinadas a poner alguna solución. En pocos casos se contextualiza el panorama desestabilizador mundial que está generando el neocolonialismo y el proceso de globalización neoliberal. Se complementa, así, con el bombardeo mediático, dándole una dimensión académica al racismo social que se abre ante los ojos de los adolescentes.

4.Población y "antirracismo": el racismo inconsciente del relativista cultural

Pero, ¿cómo reacciona la sociedad ante la voluntad de los grupos de poder? Pasamos a ver la visión que la sociedad tiene sobre la inmigración : hacia 1999, según las encuestas (con la extrema cautela que hay que tomar ante ellas), la inmigración no era uno de los motivos principales de preocupación (en el año 1999 era sólo para un 3% de los encuestados). Y mientras en el resto de los países europeos la opinión pública tendía a aceptar que se recortasen derechos de los inmigrantes, en España se tendía en dirección contraria: más bien a ampliarlos. Además existía cierta sensibilidad hacia la inmigración: "esta sensibilidad está subordinada a la situación de empleo de los autóctonos y no se extiende la posibilidad de que lleguen nuevos inmigrantes" (Colectivo Ioé, 1999 : p.171).

En la actualidad esta tendencia se ha visto modificada, produciéndose un acercamiento a la opinión pública europea: según encuentas del CIS aparecidas en julio de 2003, la inmigración es el principal problema para el 14,7% de los encuestados. Es preciso tener en cuenta que en los últimos años han persistido los bombardeos mediáticos insistiendo en las avalanchas migratorias, y que han acrecentado la desconfianza al vincularse ahora con el terrorismo internacional (después de los atentados del 11 de setiembre de 2001) y con la inseguridad ciuadadana. Esto ha dado más alas y más margen a los aparatos represivos del Estado, produciéndose detenciones de aparentes células de Al Qaeda dormidas, a punto de provocar unos supuestos atentados terroristas. Como bien se sabe, y bien se olvida, dicho sea de paso, algunas de estas operaciones policiales han sido un auténtico desastre, por no llamarlo escándalo. Se han vulnerado derechos individuales y algunos de los detenidos bajo ley antiterrorista han pasado meses en prisión, cuando lo más peligroso que se les incautó fue un paquete de detergente (aunque, según laboratorios de Estados Unidos estos detergentes contienen sustancias con las que se puede llegar a fabricar Napalm casero -septiembre de 2003-).

Esta situación de terror permanente, necesario para el control social del Estado, ejecutado por las fuerzas policiales en sintonía con los medios de comunicación (al fin y al cabo, son sus fuentes de información) va claramente en aumento, y la inmigración parece ser el blanco perfecto. Por ejemplo, las encuestas del CIS contienen preguntas que obligan a dar respuestas rápidas a preguntas extremadamente complejas como: "¿Qué política sería la más adecuada con respecto a los trabajadores inmigrantes?", o una más malintencionada como "¿Existe relación entre inseguridad ciudadana e inmigración?". En cambio, el CIS no hace preguntas en relación al paro, que es la preocupación principal en España para un 67,7% de los encuestados. O, al menos, no son las que encuentran proyección mediática, pues es un pacto de Estado no remover mucho la arena del tema. Pero sí sobre la inmigración, que preocupa especialmente al 14,7%, por detrás del paro, del terrorismo (47,4%), de la Inseguridad ciudadana (27,7%) y de la vivienda (16,3%).

Pero volvamos a la población autóctona para ver qué visión o visiones se configuran de la inmigración, en base a un sistema de valores (es decir, ideologías). Nos encontramos con diferentes opciones que van operando en las relaciones sociales: la lógica nacionalista (desde los progresistas a los proteccionistas); la lógica culturalista (donde nos encontramos con el etnocentrismo localista, el racismo obrero o el cosmopolitismo etnocéntrico, que es el racismo de las clases sociales ilustradas); y la lógica igualitaria (universalismo individualista, el igualitarismo paternalista o la solidaridad anticapitalista). De este modo, la articulación de la figura del extranjero se imagina y se construye socialmente en un proceso continuo, en estrecha relación con las relaciones sociales que se establecen. Según la previsión del Instituo Nacional de Estadística, el 10% de la población española tendrá origen extranjero el 2010. Repetimos la cautela con que hay que tomar estas estadísticas, pues esta previsión se basa en cálculos sobre migración y tasas de natalidad. Se nos formulan unas preguntas: ¿es que ni siquiera los que nacen en España son ya españoles? ¿Volvemos a la pureza de sangre? Esto sin entrar a analizar hasta dónde está llevando esta "pureza nacional" a algunos sectores del nacionalismo vasco, o a la pureza lingüística del nacionalismo catalán.

En todo caso, "la forma de ejercerse el racismo se ha transformado, estableciéndose y estructurándose mecanismos para practicarse un racismo encubierto, invisibilizado, sutil y, por ello, más anquilosado, contundente e inaparente. En nuestro país, por ejemplo, predominan los discursos que defienden la igualdad, la tolerancia, la integración de las personas inmigrantes y sin embargo, somos la frontera exterior de una fortaleza exterior que incluye a los inmigrantes extracomunitarios como un problema de seguridad y articula mecanismos para impedir la libre circulación personal procedentes del exterior" (Manzanos, 1999: 21).

Aquí nos detenemos para ver cómo el racismo de Estado ha calado en el cuerpo social y cómo se aborda éste desde las opciones sociales que se autoproclaman en lucha contra esta ideología. Es lo que Taguieff llama metamorfosis de la ideología racista y crisis del antirracismo que, como veremos, enlaza con la nueva forma de racismo que Stolcke denomina fundamentalismo cultural.

Taguieff, precisamente, denuncia los movimientos antirracistas, los cuales vieron en el relativismo cultural una forma de vencer los antiguos presupuestos del racismo y que ha degenerado en una negación del debate sobre el fenómeno, viviendo sólo de la denuncia. Esto, como hemos visto, favorece el discurso mediático impulsado desde el Estado, a la hora que consigue crear la ilusión de reducir el fenómeno del racismo como si sólo se tratara de algo que afecta a unos grupos reducidos de la extrema derecha.

Para este autor, el neorracismo actual se fundamenta sobre dos esquemas: la defensa de las identidades culturales y la defensa del derecho a la diferencia, donde "el nuevo racismo doctrinal se funda en el principio de inconmensurabilidad radical de la formas culturales diferentes" (Taguieff, 1993: 168). Aparece una nueva forma de racionalización de las masacres intergrupales en nombre del antiimperialismo de liberación nacional, o de la preservación de la identidad cultural de un pueblo, o de la seguridad de las fronteras, o en nombre del imperativo de legítima defensa contra las agresiones extranjeras. La metamorfosis del racismo vendría por un cambio de la biologización por la culturalización y de la desigualdad por la diferencia cultural. El paso de un racismo declarado a un racismo simbólico. El antirracismo actual, abocado al relativismo cultural y a la aceptación de la diferencia, es tanto culturalista como diferencialista y, por tanto, "el antirracismo relativista-culturalista puede volverse un nuevo racismo" (Taguieff, 1993: 172).

El neorracismo busca extranjerizar ciertas minorías, ya sea a nivel étnico, nacional o religioso, presentándolas como factores de desestabilización o de descomposición de la identidad nacional por el simple hecho de entrar en contacto. De este modo, el racismo se presenta como la ideología más realista que existe, ya que muestra la diferencia y la remarca: "todo el mundo puede ver las diferencias de idiomas o de acentos. Aquí está la realidad diferencial inmediata que, con lo evidente de lo que salta a la vista, constituye la roca sobre la cual se apoya el edificio imponente del neo-racismo, el cual se presenta como defensor de las identidades culturales, por consiguiente, como antirracismo auténtico. Hemos entrado ya en el océano de las ambigüedades" (Taguieff, 1993: 190). Así, el nuevo racismo de la diferencia cultural ha podido presentarse como el antirracismo auténtico, respetuoso de todas las identidades de grupo.

Tendrá que verse cómo evoluciona la sociedad y las nuevas expresiones de rechazo que, lamentablemente, no creemos que disminuyan. Las políticas restricitivas han cortado la dinámica migratoria de idas y vueltas, favoreciendo por el contrario el asentamiento y el reagrupamiento familiar, formándose las llamadas minorías étnicas. Aumenta, pues, la presencia social y cultural en la vida cotidiana de elementos "extraños" a una hipotética esencia nacional y cultural de los españoles, ahora también europeos. El terreno está sembrado, sólo faltan algunas lluvias. Como afirma el Colectivo Ioé, "no hay integración posible de la inmigración extranjera en un contexto que tiende a incrementar las desigualdades y la precariedad de una parte considerable de la población autóctona. En todo caso, será una integración entre los marginados, en condiciones de vida que promueven el conflicto y la etnización del malestar social" (Colectivo Ioé, 1999: 152).

En conclusión, es este un triste mundo de Estados, de parcelación territorial, de fronteras y naciones, de extranjeros e inmigrantes, de ciudadanos de primera, segunda y tercera clase. De privilegiados y de esclavos. La irracionalidad avanza a medida que las argumentaciones que apelan a las emociones calan con poca resistencia en el conjunto de la población. El Estado es consciente de que su estrategia ha de ser dividir y fragmentar los colectivos, los grupos y los individuos potenciando en ellos imágenes de un mundo esencialmente dividido y estratificado, impidiendo así que se urgue demasiado en quién genera estas divisiones, pues se volvería al Estado mismo como causa y perpetuante de la división social. De esta forma la estructura Estatal resta intacta, al servicio de los privilegiados de la sociedad, que pueden seguir con sus proyectos políticos y económicos. La solidaridad popular siempre es, a los ojos del Estado, un peligro para el desorden social que mantiene, legitima y reproduce en nombre de lo más sagrado de la actualidad: la herencia de la propiedad privada.

Para persistir en la parcelación de mundos los elementos religiosos y nacionales son idóneos para legitimar las divisiones que emanan de las propias contradicciones del sistema. El racismo va penetrando y seguirá penetrando gracias a la estrategia criminalizadora, estigmatizadora y negativizadora que el Estado y sus aparatos ideológicos están llevando a cabo. Es desde el Estado que se está potenciando y creando un ciudadano medio inconscientemente racista.

El racismo se va nutriendo del miedo que se instala en nuestra sociedad. Del deseo a que nada cambie y de la despreocupación de todo aquello que va más allá del proyecto individual. Para este individuo no caen fronteras. Sólo cambian de lugar para levantarse con más consistencia. Para cerrar a todos los individuos en prisiones de y para la obediencia, ya sea como ciudadanos nacionales o como inmigrantes; como creyentes o como infieles; o, en definitiva, como quiera representarse la injusticia social.


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