Inmigración:
la nueva esclavitud
Por
Juan Jesús Yllera
La
Hoguera / Escuelalibre.org, junio 2006
Resumen:
Este artículo analiza el racismo que se articula, en acorde a las
políticas de la Unión Europea, hacia los inmigrantes, con la
persistente ayuda de los medios de comunicación. Así se consigue
alimentar estereotipos y mitos que ayudar a crear la figura simbólica
del inmigrante, impulsándole hacia la exclusión y la subordinación
social.
1.
Las metáforas de la inmigración
Las
dos figuras simbólicas que Enzerberger (1992) propuso son muy
ilustrativas para realizar una aproximación al asunto migratorio y,
por supuesto, a las relaciones entre receptores y recién llegados:
*
Dos pasajeros en un compartimento de tren.
Nada
sabemos de sus antecedentes, de su procedencia ni de su destino. Se
han instalado cómodamente. Poco después se abre la puerta y aparecen
dos nuevos pasajeros. Los dos primeros no les dan la bienvenida. Dan
claras muestras de disgusto. Aun sin conocerse en absoluto, los dos
pasajeros iniciales demuestran una sorprendente solidaridad mutua. Actúan
como grupo establecido frente a los recién llegados, que están
invadiendo su territorio. A cualquier nuevo pasajero le consideran un
intruso.
*
Un bote salvavidas abarrotado de náufragos.
Rodeados
de fuerte oleaje, otros náufragos manteniéndose a duras penas a
flote sobre las aguas. ¿Cómo deben comportarse los ocupantes del
bote? ¿Deben repeler o incluso cortar la mano del náufrago que se
aferra desesperado a la borda? Cometerían homicidio. ¿Izarlos a
bordo? Provocarían el hundimiento del bote con toda su carga de
supervivientes. Este dilema forma parte del repertorio habitual de la
casuística.
Con
estas metáforas se retrata la percepción existente sobre esa
"gran migración" ante la que nos alertan continuamente políticos
y medios de comunicación: una invasión que amenaza con destruir la
civilización occidental. Sin embargo, el mismo Hans Magnus
Enzensberger (1992) se encarga de poner en evidencia el principio
defensivo del sistema que se desprende de tal visión: "quien
pretenda protegerlo ante eventuales ataques externos, se encontrará
ante un dilema. Porque cuanto más intensamente se defiende y cuanto más
se amuralla una civilización frente a una amenaza exterior, menor será
lo que finalmente quede por defender. Y en cuanto a los bárbaros, no
es necesario que esperemos su llegada; siempre han estado entre
nosotros".
Sin
embargo, la inmigración agita colectivamente a nuestras sociedades
modernas. A los ojos del "occidental" los inmigrantes
constituyen una invasión, un riesgo a su situación laboral, una
provocación que esporádicamente estalla en brotes racistas o xenófobos.
Es esta una imagen construida con la inestimable ayuda de los medios
de comunicación de masas "que subrayan sistemáticamente el
lugar de nacimiento de un delincuente si éste es del mundo pobre,
pero que además tienden a explicar el subdesarrollo del sur como
producido a partir de la ignorancia de los pueblos afectados y su
escasa capacidad técnica y organizativa" (Juliano, 1993). Así,
Europa se debate nuevamente en medio del pánico ante la amenaza de la
inmigración exterior, un fenómeno tan antiguo como el mundo y que
todas las generaciones creen sufrir como nunca.
En
este sentido, la política europea en materia de inmigración y asilo
se ha dirigido hacia el control férreo de fronteras, siguiendo la
idea de "fortaleza europea" para defenderse de los "bárbaros"
procedentes del mundo subdesarrollado. Todo ello se ha canalizado a
través de acuerdos internacionales y de recomendaciones concretas
para restringir las admisiones, sobre todo a los estados que forman la
línea de vanguardia ante la llamada área del Sur. Dice Manzanos
(1994) que esta situación de inseguridad se ha reforzado en los últimos
tiempos, debido a que los gobernantes y formadores de la opinión pública
se han dedicado a cultivar la espiral de
extranjeros/racismo/xenofobia: ayudan a crear un clima de ansiedad
sobre la "avalancha" de inmigrantes. El conjunto de políticas
articuladas frente a los extranjeros (Ley de Extranjería, Ley de
Refugio y Asilo) o las políticas policiales y penales que les afectan
(Ley de Seguridad Ciudadana, Código Penal, Ley de Enjuiciamiento
Criminal) son armas en manos del Estado para regular y frenar esta
migración.
Para
el análisis, de entrada, tendríamos que tener presente que el
concepto de extranjero–inmigrante es ya de por sí un "concepto
ideológico". González Ordovas y García Inda (1992) dicen que
"no es un hecho "natural", sino social y, por tanto,
histórico (y todavía más ideológico, si se puede decir así, es el
concepto de inmigrante ilegal). (...) Lo que quiere decir es que no
hay inmigrante sin mercado. Y no hay inmigrante sin ley. O más aún,
que una determinada condición del emigrante corresponde a una
determinada condición del mercado y de la ley". Así, en este
sentido puede hablarse de extranjería como ideología, configurada en
distintos niveles, uno de los más importantes es el jurídico–político.
Siguiendo con González y García (1992), la ideología de la
extranjería contribuye a ver la realidad de la inmigración alrededor
de una serie de mitos:
*
El mito del delincuente:
Estereotipo
a la que se contribuye no sólo desde los medios de comunicación,
sino también desde el Estado y las instituciones que consideran al
inmigrante como delincuente o delincuente potencial, circunscribiendo
a la inmigración al ámbito del orden público y seguridad ciudadana.
Se estigmatiza, así, a ciertos ciudadanos "sometidos a
sospecha", legitimándose, de esta manera, medidas cada vez más
represivas.
*
El mito del clandestino:
La
distinción entre inmigrantes legales y los ilegales en una perversión
ya que forma parte de una categorización establecida: por una parte
desde los Gobiernos y la Administración; por otro, desde el propio
modelo económico dominante. Así, en palabras de De Lucas (1992)
"a base de añadir metros al muro" se culpabiliza al
inmigrante del mismo problema del que son víctimas.
*
El mito del trabajador subalterno:
El
inmigrante sólo es considerado en la medida que desempeña labores
despreciadas por el trabajador autóctono. Todo ello se mantiene desde
una normativa y burocracia "que controla, que intimida, que
amenaza y sanciona y que se confunde oscuramente con el dador de
trabajo" (Solé y Herrera, 1991), sometiéndoles a situaciones límites
de sobrexplotación sino quieren ser expulsados.
Así,
desde el Estado se configura una legislación restrictiva y represiva
sobre la condición de inmigrante.a través de la condición legal, a
la vez que ideológica de la extranjería. Sin embargo, como afirma
Marín (1994), Europa no puede ser un castillo medieval, circundado
por un foso y alzado su puente levadizo para cerrar el paso a las
multitudes que por el este y por el sur llaman a sus puertas, ni diseñar
su política cultural en torno a un eje excluyente eurocéntrico y
ciega para los valores en los otros. El fin debería ser la ciudadanía
universal. Sería, con Muñoz Sedano (1999), un modelo
"global" de ciudadano con identidades sociales múltiples,
colectivas y concéntricas, inclusivas y no excluyentes; más aún,
interdependientes, puesto que es difícil pensar que alguien pueda
implicarse vivamente en la comunidad nacional o europea –por
ejemplo– sin hacer lo propio en el marco más próximo de su
comunidad local.
2.
Emigración y desigualdad
La
problemática de la inmigración se deriva de la interacción de dos
factores fundamentales: por un lado, las secuelas del colonialismo;
por otro, del "bilateralismo impuesto" después de la
independencia de las zonas coloniales (Sabar, 1995). Así se configura
un modelo de dependencia económica de la "periferia" hacia
los "centros" hegemónicos, centrado en la deuda externa y
en el enriquecimiento de las élites locales, así como la imposición
e idealización del modelo occidental como única vía para el
desarrollo.
Para
explicar las "direcciones" que toman los movimientos de
población económicos, tradicionalmente se han propuesto las
perspectivas teóricas de "expulsión–atracción" y de
"la oferta y la demanda". Siguiendo a Portes y Borocz (1985)
podemos decir que:
*
las teorías de "expulsión–atracción" sobre las causas
de la migración, según las cuales los países emisores deberían ser
los más deprimidos y las zonas más pobres. Así, los mayores flujos
migratorios tendrían que tener su origen en Africa ecuatorial. Sin
embargo desde esta aproximación no se explica las dinámicas de
desplazamiento más generales que se están produciendo.
*
los modelos basados en la oferta y la demanda, a su vez, aportan una
explicación sobre la migración que se centra en el incremento o
interrupción de los desplazamientos en base a las fases de
crecimiento y caída del ciclo económico. Realidad que tampoco se
corresponde con los procesos migratorios actuales.
Lo
cierto es que estos modelos presentan limitaciones porque: se basan en
una imagen del mundo dividido en fronteras nacionales y de la
inmigración como un hecho que se produce entre entidades políticas
diferenciadas. Así, tienden a imputar a las zonas emisoras atributos
que son el anverso de los correspondientes al país de acogida. Sin
embargo como dicen Portes y Borocz (1985) "la inmigración, como
otros procesos de dimensión internacional, no se produce tanto entre
unidades nacionales divididas en compartimentos, como dentro de un
sistema global, que a su vez es resultado del pasado desarrollo histórico".
Por ello es reducida la eficacia de los esfuerzos oficiales para
regular la inmigración. Las políticas estatales destinadas a
controlar dichos movimientos resultan a menudo modificadas o
invalidadas por las acciones en sentido contrario de otros
participantes en el proceso como pueden ser las grandes empresas, los
movimientos de capital internacional, las formas macroinstitucionales
o la tecnología misma.
Así,
a partir del juego de estas variables, el carácter de la inmigración
se modifica y va variando. Abad (1993a) dice que las principales
características de la inmigración actual responden a:
*
marginación creciente de la actividad económica inmigrante:
A
diferencia de lo que ocurrió en las etapas de acumulación expansiva,
el trabajo inmigrante no se sitúa ya en el centro del sistema
productivo sino en su "periferia". Se dedican a los
"empleos socialmente indeseables" como servicio doméstico,
limpieza, recolección temporera.
*
carácter permanente:
La
inmigración ha dejado de considerarse temporal para convertirse en
"permanente". El "mito del retorno" no pudo
realizarse en la primera generación y queda definitivamente
abandonado para las posteriores generaciones.
*
guetos urbanos:
El
proceso de marginación se ve favorecido por la tendencia a la
concentración física en núcleos urbanos delimitados. Generalmente,
en barrios muy degradados, que acaban convirtiéndose en verdaderos
guetos de inmigración.
*
ilegalidad:
Este
es otro de los factores diferenciales. Con la imposición de
situaciones de ilegalidad para los inmigrantes, el empleo de la mayor
parte de ellos tiende a situarse al margen del mercado de trabajo,
especialmente, en mercados paralelos que escapan a todo control y no
comparten ningún sistema de protección laboral o social. La economía
sumergida, de hecho, suele trabajar de la mano de organizaciones y
redes clandestinas dedicadas a la introducción de inmigrantes. Los
sectores de la construcción, de la industria textil y de los trabajos
no cualificados registran el mayor número de tales infracciones, que
nos recuerdan las prácticas antaño usuales en el campo de la trata
de esclavos (Enzensberger, 1992). A nadie le interesa descubrirlas.
Por
lo tanto, en el caso europeo se constata una evolución. El inmigrado
de los años setenta, era en general un trabajador, llegado sin su
familia, alojado en un albergue o sobreexplotado por un
"traficante de sueños" (Wieviorka, 1994), que residía
cerca del lugar de trabajo. Una categoría de obrero caracterizado por
ocupar el lugar más bajo dentro de las relaciones de producción.
Posteriormente, se inició la sedentarización y el reagrupamiento
familiar, pero al inmigrante ya no se le identifica como una "víctima"
de la explotación en el trabajo y la sobreexplotación en el
alojamiento, sino que es visto cada vez más como una inquietud, como
un problema.
En
el caso español, y concretamente en Cataluña, según el Colectivo
IOE (1992) se configuran una "situación diferencial" de la
inmigración extranjera:
"
Respecto al conjunto del Estado, desde 1975 los originarios del Primer
Mundo tienden a establecerse menos en Catalunya. En cambio, crece
continuamente la presencia de ciudadanos del Tercer Mundo, incluso más
que en otras comunidades autónomas.
"
La combinación de la tendencia expansiva de la inmigración del
Tercer Mundo y la política restrictiva al respecto hace previsible un
nuevo crecimiento de la inmigración regular.
"
A pesar de la tendencia al crecimiento, se trata todavía de un número
limitado de inmigrantes que no llega al 2% del conjunto de la población
catalana, aunque la situación varia según el espacio que analicemos.
"
Con excepción de los latinoamericanos, la población extranjera tiene
que salvar una (doble) barrera lingüística para integrarse en la
vida local. Según el Colectivo IOE (1992) "la qüestió té una
importància vital per als qui, des d'una posició subordinada i de
debilitat, s'han de guanyar el dret de ser acceptats".
"
Los inmigrantes constituyen un segmento importante del mercado del
trabajo secundario en Catalunya, porque acceden a puestos de trabajo
eventuales, con baja remuneración y jornadas prolongadas, muchas
veces sin garantías legales y con escasas posibilidades de promoción
social. La mayoría de estos puestos de trabajo pertenecen al sector
agrícola, la construcción y los servicios menos cualificados
(hostelería, servicios personales y domésticos, venta ambulante,
etc.)
"
Las condiciones de vida del segmento que hemos referido en último
lugar son en gran parte coincidentes con la fracción más precaria de
la población autóctona, abocada a la pobreza y a la marginación.
Entre estos inmigrantes se detectan carencias materiales derivadas de
la inestabilidad laboral, el paro y la subocupación; un sector
considerable no tiene ninguna cobertura sanitaria y buena parte vive
en condiciones anómalas (masias abandonadas, barracas, albergues o
pensiones) o en viviendas de baja calidad, con importantes déficits
de equipamiento.
Podemos
destacar de todo ello que, por tanto, a pesar del crecimiento
experimentado en la última década. Siguiendo los datos que aportan
las distintas investigaciones y, en palabras del Colectivo IOE (1999):
"el volumen de la inmigración es relativamente reducido y la
proporción de residentes y trabajadores no alcanza el 1% y el 2% de
habitantes y ocupados autóctonos, respectivamente. Además, se trata
de una inmigración caracterizada por una importante diversidad
interna y que se inscribe en un mercado de trabajo fuertemente
fragmentado que reclama personas dispuestas a aceptar empleos sin
garantías de ningún tipo".
A
pesar de ello, en España se definió una política de inmigración de
marcado carácter policial y con una importante ausencia de programas
de índole educativa, social o laboral. Siguiendo con el Colectivo IOE
(1994), el Estado español "se ha preocupado más por satisfacer
los requisitos para ingresar en el grupo de Schengen que por diseñar
medidas de estabilidad jurídica e integración social para la minoría
de inmigrantes económicos". Política perfectamente coherente,
por otra parte, con el papel de guardián de la Frontera Sur que le ha
reservado la Comunidad Europea al Estado español.
Así,
los repetidos procesos de regularización de inmigrantes clandestinos
quedan reducidos a "intermedios obligados" dentro de un
marco restrictivo. Ocurre esto porque las limitaciones legales a la
inmigración tienden a tener resultados perversos: "a no ser que
se hagan cumplir con un rigor fascista tienden a incrementar el número
de inmigrantes ilegales" (Sutcliffe, 1995). Por ello, podemos
concluir que más que la migración el problema es la ilegalidad.
3.
Un sistema de castas
Ante
las previsiones que vaticinaban una oleada migratoria, la Europa
Comunitaria y los Estados que la integran han reaccionado con políticas
de migración férreas hasta el punto de que se ha llegado a hablar de
una "Europa fortaleza". Así, nos encontramos con una serie
de medidas legales restrictivas en cuanto a la entrada y estancia de
inmigrantes económicos, una orientación policial del problema y una
falta de concreción de la teórica voluntad de integrar a estos
colectivos. Sin embargo, Santos (1993) advierte que "el peligro
de no prestar atención a una política de integración, entendida
como aquella capaz de asegurar la máxima equiparación de derechos
entre los nacionales y los extranjeros, es la de fomentar lo que hoy
en cierto modo ya se prefigura, la constitución de un "sistema
de castas" en el seno de las comunidades occidentales receptores
de inmigración".
No
puede hablarse de inmigración sin contemplar medidas de integración
y poner los medios necesarios para llevarla a cabo. El desarrollo de
las zonas urbanas marginales hace que la lucha contra la exclusión se
convierta en una prioridad. La dimensión del problema justifica el
establecimiento de medidas de renovación urbana, de lucha contra el
paro y de inserción social. No es pertinente un enfoque policial,
pero tampoco debería considerarse un sistema de cupos si el sistema
jurídico que se establece propicia situaciones de irregularidad
institucional. Por tanto, siguiendo con Santos (1993), se ha de
incidir en una visión que no sitúe a un mismo nivel la migración,
el terrorismo y el narcotráfico. Es decir, no se ha de establecer un
binomio correlativo de la migración–delincuencia, para evitar un
tratamiento fundamentalmente administrativo–policial que, además,
se está demostrando reiteradamente ineficaz. En realidad, un control
de flujos desde una perspectiva policial tiene el efecto perverso de
aumentar la clandestinidad, pero no el de cortar el proceso.
Así,
el persistente fenómeno migratorio incrementará de manera inevitable
la diversidad y la existencia de grupos culturalmente distintos en
nuestras sociedades. Sin embargo esa diversidad puede contemplarse de
maneras muy distintas: desde un enriquecimiento hasta una atentado
contra la identidad nacional. Evidentemente se ha de luchar por evitar
una visión que profundice en el rechazo entre las sociedades y
culturas, pero conviene también prevenirse contra una visión idílica
del pluralismo cultural. Si no se prepara adecuadamente el terreno de
la convivencia aparecen inconvenientes que cuando "cristallitzen
com a problemes no resolts creixen les dificultats per coexistir en la
diferència. El
reconeixement als immigrants de drets socials, i fins i tot polítics,
no és suficient per establir les bases d'una societat pluricultural
si subsisteixen entre ells els sentiments de discriminació i repressió
cultural" (IOE, 1992).
Lo
relevante del pluralismo cultural de las sociedades desarrolladas de
nuestros días, es que se trata de un "pluralismo desigual".
Así, las relaciones interculturales que se establecen vienen
determinadas por las condiciones estructurales en que se realiza la
inmigración. Como dice Abad (1993) "tanto por su procedencia
como por su creciente marginalización, las minorías étnicas
inmigrantes ocupan una posición económica y socialmente subordinada.
Esto quiere decir que las relaciones entre minorías inmigrantes y
mayorías nacionales son "asimétricas" y se realizan bajo
el signo de la "dominación" y la explotación". Por
ello, se puede afirmar que no sólo caminamos hacia un pluralismo
mayor, sino también hacia una mayor "dualización" por el
agravamiento de las desigualdades.
La
política de inmigración, desde siempre, ha penalizado al inmigrante
extranjero pobre, condenándolo a un proceso irreversible de marginación
y aislamiento social. El forastero será tanto más forastero cuanto más
pobre sea. Dice Carbonell (1989) que "aquest marc té conseqüències
importantíssimes en la situació laboral i sòcio–econòmica dels
treballadors estrangers: clandestinitat; no participació dels drets
laborals i cívics; precàries condicions de vida i treball; reforçament
d'actituds de rebuig generalitzat... (...) Això es fa patent en les
relacions personals, en els mitjans de comunicació, en la praxi
administrativa i policíaca, en els discursos polítics i en la
legislació. Aquí i ara hi ha un abisme intercultural que sovint es
viu amb ignorància i recel. El problema de la nostra supervivència,
o identitat, es basteix a través del rebuig de l'altre, en aquest cas
de l'estranger". Sin embargo, se comete un error al hablar, en
general, de "xenofobia", como si entre la población autóctona
existiesen fenómenos de intolerancia hacia los extranjeros "sin
distinciones" ya que se "discrimina" a los extranjeros
en los dos sentidos de la palabra: distingue diversas
"clases" y califica negativamente a algunas de ellas.
Además,
siguiendo al Colectivo IOE (1994) resulta llamativo el escaso número
de autóctonos que ha tenido relación directa con extranjeros: el 80%
de los españoles no se ha relacionado nunca con sudamericanos,
marroquíes o africanos negros. Así, si esta rápida "formación
de opinión pública" no obedece a la experiencia directa, queda
claro que se opina "de oídas". De esta manera, las
opiniones o actitudes discriminatorias serán un indicador de la
existencia previa de prejuicios alimentados por el mensaje de los
medios de comunicación. En estas circunstancias:
*
no sorprende la discordancia entre la realidad de la dinámica de los
flujos inmigratorios y la percepción que se tiene sobre ellos. Existe
una psicosis de invasión por considerar que los inmigrantes han
llegado a un volumen intolerable. Sin embargo, ello no se refiere al
"conjunto" de los "otros", hay una escala muy
clarificada de a quien se dirige un mayor rechazo.
*
por otra parte, habitualmente se insiste en que los estratos sociales
más bajos tienden a desarrollar actitudes discriminatorias más
intensas, sin embargo la mayor discriminación en el ámbito
socio–político (impedimento para que voten los extranjeros, por
ejemplo) la expresan los sectores sociales de condición socioeconómica
alta.
Así,
dos suelen ser los argumentos que aparecen para justificar el rechazo
al inmigrante. Uno es cuantitativo: "son demasiados"; otro
es social: "generan problemas". Hay una percepción acrítica
que degenera en rechazo social sin que la auténtica realidad de una
discriminación institucionalizada lleve a una reflexión o compromiso
ligado a "una crítica del modelo socioeconómico que genera paro
estructural masivo, que cada vez crea más empleo bajo diversas formas
de precariedad y que aboca a un núcleo significativo de la población
a trabajar de forma irregular y sin derechos sociales (Colectivo IOE,
1994).
4.
Inmigración: entre clase y raza
Ligando
con los aspectos actuales que relacionan racismo–inmigración,
podemos decir que se encuentran enfrentados en torno a una doble
naturaleza causal que se corresponde con el binomio
"Clase–Raza". Para unos la posición de inferioridad del
inmigrante se debe a su pertenencia a una clase social desfavorecida,
pero para otros la clave de la marginación se encuentra en el origen
racial, étnico o religioso de los grupos inmigrados. Aunque ambas
perspectivas tienen un amplio eco es conveniente no caer en peligrosos
reduccionismos: por un lado, el "dogmático marxista" que
reduce lo étnico a la "clase" considerando lo cultural como
transitorio y secundario; por otro, reducir la clase a lo "étnico–cultural"
planteando que la estructura de clases es irrelevante para entender el
problema de exclusión. Respecto a ellas, siguiendo a Blanco (1995)
podemos decir que:
1.
La explicación económico–estructural de la inferiorización del
inmigrante tiene limitaciones significativas:
–el
racismo y la xenofobia no sólo se manifiestan en los procesos de
asentamiento de trabajadores extranjeros en una sociedad dada. Así,
sin tener en cuenta el prejuicio y discriminación no pueden
explicarse las históricas manifestaciones de rechazo que sufren
algunos colectivos.
–puede
dar sólo una respuesta limitada al resurgimiento de los
nacionalismos. Aunque este fenómeno pudiera explicarse en términos
de grupos de poder, estos grupos no coinciden plenamente con las
clases sociales tradicionales. De hecho, habría que inscribir este
proceso en el progresivo desplazamiento de la identidad de clase hacia
otros tipos de identidad: sexo, cultura, origen, etc.
En
realidad, la conciencia de clase parece estar en franco retroceso,
resultando imposible la explicación de ciertos fenómenos más o
menos recientes en base a una teoría tradicional de clases sociales.
Por tanto, es la propia concepción de lucha de clases la que debe ser
revisada y actualizada, ubicando correctamente el fenómeno étnico en
el conjunto de los conflictos sociales contemporáneos.
2.
Pero también, la significación del concepto de etnia plantea algunas
restricciones:
–el
determinismo etno–cultural eleva la etnicidad a categoría absoluta
explicativa: sólo la etnia es generadora de cultura y además esta
cultura determina al individuo de tal forma que niega toda posibilidad
de elección libre. En este sentido, aparece como una interpretación
unidireccional, haciendo recaer el peso de la adaptación a los grupos
étnicos mediante su adecuación a la nueva sociedad por lo que se
busca la asimilación y el objetivo de una supuesta sociedad
monocultural.
–por
su parte, la perspectiva intercultural recoge la necesidad de analizar
las relaciones entre grupos culturales no sólo contando con los
grupos inmigrantes sino también a través de las actitudes y valores
de la sociedad receptora. Sin embargo, la concesión de una papel
preponderante a los rasgos culturales "objetivos" –se es
diferente porque "hay diferencias"– como generadores de límites
étnicos deja sin explicación a muchos de los procesos contemporáneos
de etnización.
–La
"etnicidad simbólica" también incorpora un doble enfoque
de análisis que incluye inmigrantes–sociedad receptora. Sin
embargo, desplaza a los caracteres culturales "objetivos"
del primer plano para fijarse en la construcción de unos referentes
"simbólicos" que marcan la diferencia "subjetiva"
entre "nosotros y ellos". Ello no quiere decir que no haya o
no haya habido diferencias "objetivas" entre los pueblos,
sino que éstas son irrelevantes frente a las más importantes: las
contradicciones "subjetivas" de la identidad del grupo.
Por
tanto, los análisis suelen agruparse en torno a dos bloques: o bien
se trata de enfoques estructurales (ya sean de corte marxista, o no),
o bien de enfoques predominantemente culturalistas. Desde el primer
punto de vista, lo relevante son las condiciones estructurales a
partir de las cuales se realizan las relaciones interétnicas. Desde
el segundo, lo que importa no son tanto estas condiciones
estructurales, cuanto la forma en que los grupos representan simbólicamente
dichas relaciones. Podemos decir que ambos enfoques son parciales. Las
migraciones y las relaciones interétnicas son "hechos sociales
totales", es decir, siguiendo a Abad (1993b), "hechos que
reproducen y a través de los cuales es posible leer el funcionamiento
de la sociedad en su conjunto y que, por tanto, ni las migraciones en
sí mismas, ni las relaciones de los grupos que se forman a partir de
ellas, pueden entenderse desde perspectivas parciales, ya apelen a
determinantes económicos, ya apelen a la cultura".
Ya
sea desde la perspectiva economicista o culturalista, tanto la
segregación étnica como la marginación de clase son relaciones de
subordinación. Por tanto, si queremos comprender la auténtica
naturaleza del problema, no hemos de olvidar que las relaciones entre
inmigrantes y autóctonos no son igualitarias. Por ello,
"cualquier política de integración debería combinar el enfoque
culturalista con el estructural, desde el momento en que la marginación
se produce tanto a partir del rechazo de su especificidad étnico–cultural
como del mantenimiento de su posición de clase subalterna" (Giménez,
1991).
Entendemos,
por tanto, con Blanco (1995) "que en las sociedades receptoras de
inmigrantes se produce un solapamiento de estratificaciones: la de
clase y la de etnia, raza o cultura. Ambas ejercerán su función como
administradores de estatus de los trabajadores extranjeros, asignando
una posición específica a los miembros de cada etnia y de cada clase
social". Así, se puede hablar, y no sólo por analogía, de
etnocentrismo y de racismo de clase refiriéndose al rechazo y a la
segregación que se produce sobre los grupos dominados. Siguiendo a
Gignon (1993) "ambos racismos se entrelazan: el emigrado es
excluido a la vez porque es extranjero, porque procede de un país
pobre y menospreciado, y porque forma parte, en general, de las capas
más bajas de las clases populares". Ambos descansan sobre los
mismos principios: una combinación de segregación social
–apartheid– y de exclusión simbólica –estigmatización–.
Las
relaciones interétnicas, por tanto, sólo pueden abordarse simultáneamente
(Abad, 1993a) desde las "condiciones estructurales" y de las
prácticas reales de dominación (en función de sus posiciones
relativas en el control del poder y los recursos), por un lado, y, por
otro de las "formas culturales" a través de las cuales los
grupos representan "simbólicamente" esta relación y
construyen y reproducen su identidad étnica.
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