El
10–A es un montaje para alimentar de terror la espiral de la guerra
Por
Octavio Hernández
Rebelión, 12/08/06
El titular de El
Mundo (diario de Madrid) no puede ser más exacto: "Dos
arrestos en Pakistán ayudaron a desmantelar los atentados en
aviones", y continúa: "Se trata de dos ciudadanos británicos
de origen paquistaní detenidos la semana pasada y que eran clave en
la red desmantelada ayer en Reino Unido".
Es como si desde la
prensa alguien le espetara a Michael Winterbottom: "¡¿Ves?! ¡Corre
a defender ahora a los detenidos de Guantánamo!", "¿Ves
por qué es necesario arrestar y torturar para obtener información
que impida atentados?". Está bastante claro y la estructura
profunda, el mensaje subliminal, de estos titulares resulta tan
evidente que es hasta chocante: no se opongan a la "extraordinary
rendition", no se opongan a las cárceles secretas, a la violación
del derecho internacional porque, a fin de cuentas, "lo hacemos
por el bien de ustedes". O porque "esos dos detenidos británicos
pakistaníes ¿no podían haber sido los protagonistas de Camino a
Guantánamo?".
Si alguien no ha
visto el documental de Michael Winterbottom, ahora es una obligación
ética, crítica y política visionarlo. Ya sea porque la alianza
anglo–norteamericana ha decidido utilizar de manera oportunista el
operativo llevado a cabo en los aeropuertos ingleses para lanzar una
campaña de contrainformación que difunda el terror, para sostener la
necesidad de la doctrina de la guerra preventiva, que incluye la
represión preventiva y la restricción preventiva de los derechos
civiles a gran escala. O bien porque Winterbottom abre una ventana a
la verdad que puede estar ocurriendo con los anuncios de detenciones y
"células terroristas", y con los detenidos.
Los neocons se han
apresurado a advertir a quien esté perdiendo el miedo que no se
relaje: "Es un error creer que no hay una amenaza para
EEUU", dice Bush. Viene a decir: "No cometan el error de no
sentirse amenazados". Y ya sabemos que la guerra preventiva
necesita una buena dosis de amenaza cada cierto tiempo para sostener
el andamiaje de la suspensión preventiva de la democracia.
"Todos los ciudadanos de este país, de todo origen étnico o
religioso tienen una amenaza común, que son los terroristas",
declaró el ministro de Interior británico, John Reid.
Hace pocos días, el
2 de agosto, murió por disparos el soldado Ryan, y ni Bush ni nadie
de su asqueroso gobierno hicieron nada por salvarlo. El sargento Ryan
D. Jopek fue abatido por disparos en Tikrit, en una localidad que
lleva el oportuno nombre Salah ad Din. La familia del soldado Ryan
seguramente habrá visto por televisión la noticia de las detenciones
en Inglaterra. No sé si los familiares de Ryan habrán pensado ante
el televisor que su hijo "murió en la lucha contra estos
terroristas", como le gustaría a Bush, o si habrán comprendido
dolorosamente a Cindy Sheehan. No sé si Spielberg hará otra película
sobre Ryan, aunque ahora también hay deportistas olímpicos israelíes
arrasando el Líbano. Temas no le faltan.
Será "una
operación larga y compleja", decía el primer comunicado de
Scotland Yard a primera hora. El jefe de la policía antiterrorista,
Peter Clarke, dijo que la red tenía una "dimensión
mundial" y que "las reuniones, los viajes, movimientos,
gastos y aspiraciones de un gran número de personas en el Reino Unido
y en el extranjero han sido objeto de una estrecha vigilancia".
El jefe de Scotland Yard añadió que esta pesquisa fue tan intensiva
que no tiene precedentes, es decir, marca un hito y una línea a
seguir.
Por si les ha pasado
desapercibido, lo repito: las reuniones, los viajes, movimientos,
gastos y aspiraciones de un gran número de personas han sido objeto
de una estrecha vigilancia. Una vigilancia que continuará durante
meses, de hecho, piensan vigilarnos por siempre, en nuestras
reuniones, en nuestros viajes, en nuestros movimientos, en nuestros
gastos y, llama la atención, por nuestras "aspiraciones".
Debemos aceptarlo porque cualquiera puede ser un terrorista, que es
como decir que el terrorismo es la mejor coartada para investigar la
intimidad de cualquiera. No se molesten en leer todos aquellos libros
sobre el totalitarismo. Esto es exactamente eso, pero en la nueva
versión sin comunistas.
Y si cualquiera puede
ser un terrorista, cualquier cosa puede ser un arma terrorista. Es
francamente escandaloso que quienes no fueron capaces de encontrar
armas de destrucción masiva en Iraq hayan convertido en armas
terribles de "explosivo líquido" los refrescos, las cremas,
lociones, champús, el gel. En una fotografía se ve a una muchacha
depositando solidariamente su botella de agua en un contenedor del
aeropuerto (¡cuánto peligro tiene una botella de agua!). En otra, un
guardia de seguridad examina con guantes un potito de compota, ante la
mirada de papá, mamá y el propio interesado, el bebé.
Aunque parezca
chistoso, sembrar de manera tan tremenda el terror sobre los objetos
de consumo más comunes de la vida cotidiana tiene un impacto psicológico
demoledor en las personas. Cualquiera puede ser un terrorista y
cualquier cosa que lleve puede ser un arma. La psicosis invita a
reevaluar la conducta de la policía que dispara sin preguntar:
"Podía haber sido un terrorista y esa botella de agua ¡podía
haber sido un explosivo líquido!".
Hace ahora un año,
leíamos en El País (de Madrid): "La Comisión
Independiente de Quejas de la Policía (IPCC, en sus siglas en inglés)
ha confirmado hoy que Scotland Yard se resistió a la investigación
de la muerte del brasileño Jean Charles De Menezes a manos de agentes
que lo confundieron con un terrorista suicida". La policía británica
había dicho que los agentes dispararon porque "vestía una
chaqueta abultada en la que podía ocultar una bomba" y el
comisario de la Policía Metropolitana de Londres, Ian Blair, había
asegurado que este electricista brasileño estaba "directamente
vinculado con los ataques fallidos del 21 de julio" en la
capital. Todo resultó ser falso pero a De Menezes nadie le devolvió
la vida.
El tratamiento
informativo y el propio efecto del operativo antiterrorista del 10–A
nos incumben como ciudadanos y ciudadanas con "aspiraciones"
de libertad inalienable. La facilidad con que se ha inyectado el
terror en pocas horas no satisface solamente los objetivos de los
presuntos yihadistas de la supuesta Al–Qaeda londinense. De manera
abrumadoramente más poderosa agudiza el miedo imprescindible para
continuar justificando la guerra, la represión, la violación de
derechos, la desconfianza entre simples ciudadanos, la paranoia a
escala masiva.
Los gobiernos de Bush
y Blair han dicho que lo ocurrido responde a un "plan
mundial". Y yo no lo dudo. Pero me preocupa más lo que pueda
tener ese plan de "montaje mundial" para sojuzgar nuestras
mentes extirpando la capacidad crítica hacia las escenas del terror
auténtico, el terror de Irak, de Líbano, de Guantánamo, del que
esos gobiernos con la complicidad de casi todos los demás son
directamente responsables.
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