Europa

 

Estallido en Hungría

Mentiras y algo más

Por Claudio Testa
Socialismo o Barbarie, periódico, 28/09/06

Desde el lunes 18, en Budapest, capital de Hungría, se repiten escenas que recuerdan las de Buenos Aires cuando el Argentinazo de diciembre de 2001. Por las noches, decenas de miles salen a la calles exigiendo la caída del gobierno, y los choques con la policía son ya de rutina.

Aunque, a diferencia de nuestro de la Rua, el primer ministro húngaro Ferenc Gyurcsany no ha tomado aún el helicóptero, es evidente que su gobierno se encuentra en una posición muy difícil. Pero, más allá de la anécdota de si se va o se queda, lo importante es lo que revela al mundo este estallido político-social, inesperado para muchos sabihondos analistas... y cuyo entramado, causas y consecuencias trascienden las fronteras de Hungría. Es que la revuelta de Hungría está destruyendo la pintura radiante de la “nueva Europa”, es decir, de los países “ex-comunistas” de Europa central y oriental, que se están integrando a la Unión Europea.

¿Sólo una protesta “moral”?

De creer a las cadenas de televisión y otros medios, estaríamos ante una especie de rebelión popular por causas “morales”. El primer ministro Ferenc Gyurcsany –que venía de ganar las elecciones en abril de este año– ha resultado ser un redomado mentiroso... y la gente lógicamente está indignada.

La transmisión pública de una grabación del primer ministro en una reunión reservada desencadenó las protestas. En esa cinta –que no se sabe cómo se hizo pública–, Gyurcsany se jacta de que, para ganar las elecciones de abril, “mentimos desde la mañana a la noche”. Y que luego han seguido mintiendo las 24 horas del día, como de costumbre. Autoproclamarse como el político más mentiroso no sólo de Hungría sino de toda Europa oriental habría sido un récord irritante para sus cándidos electores.

¿Pero sobre qué miente Gyurcsany? Ésa es la cuestión que no se explica mucho en la televisión internacional. Gyurcsany mintió sobre la situación económica de Hungría, en total bancarrota luego de dos años de su ingreso triunfal a la Unión Europea. El desastre fue “disimulado” con medidas que aquí nos hacen recordar al trío Menem-Cavallo-de la Rúa, principalmente el endeudamiento galopante para cubrir un déficit de cuenta corriente del 9% del PBI y de un 10% del presupuesto estatal.

Pero, finalmente, llegó la “hora de la verdad”. ¿Qué significa eso para el mentiroso arrepentido Ferenc Gyurcsany? Aplicar un “plan de austeridad” que dispone, entre otras medidas, el despido masivo de trabajadores de los servicios públicos especialmente en escuelas y hospitales, la reducción del 23% de los empleados administrativos del estado, la privatización de los ferrocarriles y los servicios de salud, el aumento del IVA del 15 al 20% sobre los alimentos y otros productos de primera necesidad, aumentos brutales de las tarifas de electricidad y gas, liquidación de la enseñanza universitaria gratuita, derogación del aguinaldo para los trabajadores que aún lo perciben, reducción general de salarios, etc. O sea, arrojar a la mayoría de los trabajadores a un abismo de miseria... sin que ninguna medida afecte los bolsillos de las corporaciones y de millonarios como él.

Entonces, el estallido político-social y la indignación de la gente no sólo tiene que ver con la moral y las buenas costumbres...

¿Bandas de “extrema derecha”, vándalos y “barrabravas”?

El estallido de indignación ante las mentiras del gobierno de Gyurcsany y su terrorífico plan de austeridad ha sido pintado por la prensa europea como una movilización de la “extrema derecha” en alianza con “vándalos saqueadores” y  “barrabravas” del club de fútbol Ferencvaros (que parece ser peor que las peores de Buenos Aires).

“La inmensa mayoría de la gente que hace manifestaciones –denuncia indignado Arpad Szabadfi , subjefe de policía de Budapest– son jóvenes [¡horror!] y en gran proporción son conocidos como barrabravas de los clubes de fútbol” [1]

A esta visión interesada de la policía de Budapest ha adherido sin críticas la mayoría de la TV mundial y de la prensa europea, incluso la que luce como “progre”. Sin embargo, aunque no somos testigos directos, brilla como una falsedad demasiado burda la de pintar las cosas como si en esta crisis el primer ministro Gyurcsany y sus secuaces del Partido “Socialista” fueran la “izquierda”, y los manifestantes indignados por las mentiras y el plan de ajuste fueran sólo pandillas de delincuentes y fascistas. La cosa, evidentemente, es mucho más contradictoria.

En primer lugar, es indudable que esta crisis trata de ser aprovechada por todas las corrientes políticas. Esto sucede tanto con el partido opositor “conservador”  –la Alianza Cívica Húngara (FIDESZ), cuyo programa no se diferencia sustancialmente del de Gyurcsany–, como con corrientes mucho menores que efectivamente son de “extrema derecha”.

El juego de la FIDESZ ha sido aprovechar la crisis para desgastar al Partido Socialista (MSZP) y a su coalición de gobierno con el Partido Liberal (SZDSZ), pero encuadrando la disputa en el terreno electoral, no en la calle. Da la casualidad de que ahora hay elecciones municipales, y el FIDES trata de convertirlas en un plebiscito contra el gobierno de Gyurcsany y a favor suyo mediante el mecanismo del “voto castigo”. Siguiendo ese juego –que busca encarrilar todo en la marco de las instituciones burguesas–, la FIDESZ llamó a sus partidarios a no participar en la última gran manifestación, la realizada el sábado 23.

En las movilizaciones también aparecen, efectivamente, organizaciones de extrema derecha que se reivindican “nacionalistas”, como el MIEP (Partido Húngaro Vida y Justicia) y el Jobbik (Movimiento por una Hungría Mejor). También se vieron banderas con la Cruz y la Flecha, la insignia de los antiguos nazis húngaros, aplastados en 1945. Sin embargo, caracterizar las protestas masivas por la presencia de estas formaciones es una burda falsificación.

En verdad, el fenómeno político central (que caracteriza no sólo a Hungría sino a toda la Europa del Este) no es la presencia de sectores de extrema derecha, sino la ausencia y/o enorme debilidad de corrientes o movimientos independientes de izquierda, de la clase trabajadora y el socialismo (el verdadero, no el del bandido Ferenc Gyurcsany). Ésa es la diferencia que más resalta cuando comparamos lo de Hungría con hechos similares de los últimos años, como las crisis y rebeliones latinoamericanas o los grandes movimientos y luchas que han tenido lugar en Francia y otros países de Europa occidental.

El ajuste y la conciencia de los trabajadores

El ataque económico-social del gobierno húngaro (y las mentiras que lo rodean), el feroz plan de ajuste propuesto, tiene por blanco principal a la clase trabajadora, a la que se quiere hacer pagar el desastre de la integración a la Unión Europea. Y es evidente que la multitud que salió a la calle está formada principalmente por jóvenes estudiantes y trabajadores de Budapest (a la que luego se agregaron campesinos pobres), y no mayoritariamente por delincuentes, “barrabravas” y desclasados, como se quiere pintar. Pero esta presencia de jóvenes de las clases trabajadoras se da atomizada, sin organizaciones sociales ni corrientes políticas que expresen sus intereses de clase; es decir, sin organizaciones independientes ni programas obreros y (verdaderamente) socialistas. Por eso, en las explosiones de furia popular, las corrientes políticas que aparecen son casi exclusivamente de derecha o extrema derecha.

El movimiento obrero es sumamente débil y está dividido en trece centrales sindicales, ninguna de las cuales, por otra parte, sostiene políticas combativas y anticapitalistas. Existen también pequeñísimas formaciones a la izquierda del Partido “Socialista”, pero lamentablemente algunas de ellas habrían vacilado, adoptando la política del “mal menor” (en este caso, apoyar la continuidad del mentiroso primer ministro ante el “peligro de la derecha”). En cambio, otros grupos llamaron correctamente a luchar por la caída de Gyurcsany.

El problema de fondo es que en Hungría (como en todos los países donde gobernó el estalinismo) quedó un “agujero negro” en la cabeza de la gente y en la conciencia de clase de los trabajadores, una confusión completa sobre el significado del socialismo. Como explica un luchador marxista húngaro, para mucha gente “la «izquierda» significa la pobreza, el gobierno de los millonarios, la mentira, las falsedades y la arrogancia de los poderosos”.[2] La obra destructora del estalinismo continúa así más allá de su desaparición...

Sin embargo, lo más probable es que Hungría y el Este europeo estén ingresando también en una nueva época. Comienzan a aparecer condiciones para que esta inmensa confusión pueda empezar a superarse. Por un lado, la integración al capitalismo de la Unión Europea no ha significado el feliz “ingreso al Primer Mundo” para las masas trabajadoras y pobres. Por otro lado, las corrientes de derecha o extrema derecha son orgánicamente incapaces de dar alguna alternativa a este desastre económico-social.

En Hungría esta incapacidad quedó patente en la crisis. El gran partido de derecha, la FIDES, sólo balbucea sermones “morales”, ya que comparte el programa capitalista neoliberal del PS. Y la extrema derecha también “olvida” la raíz del problema: la subordinación de Hungría a las corporaciones de la Unión Europea y el acatamiento a la desastrosa política neoliberal dictada desde Bruselas. La extrema derecha se limita a agitar disparates delirantes, como la “reconstrucción de la Gran Hungría” (lo que exigiría invadir a los países limítrofes para sacarles territorios).

Este “vacío político” que dejan tanto la derecha como la extrema derecha es ahora un nuevo dato de la realidad.


Notas:

1.-  “Far-right 'hijacking' Hungary protests”, The Observer, 24/09/06.

2.- G. M. Tamás, Crisis in Hungary, Socialist Worker, 30/09/06.