Putin,
prepotente zar del siglo XXI
Cobarde
firmeza
Por Iñaki
Etaio (*)
Diario Gara, Euzkadi, 30/11/06
Aleksander
Litvinenko, ex espía del KGB, murió el pasado viernes en un hospital
de Londres luego de ser envenenado con Polonio radiactivo. Litvinenko
se encontraba investigando la muerte de la periodista Ana
Politkovskaya y sabía que él también estaba en el punto de mira.
Horas antes del fin de su agonía acusó directamente a Putin de estar
detrás de su envenenamiento, técnica ya probada fallidamente con
Politkovska en 2004.
Putin, cual
prepotente zar del siglo XXI, señala que no se podrá demostrar si ha
sido o no un asesinato, a la par de añadir que en algunos países de
Europa no se ha esclarecido la muerte de disidentes políticos.
La
denominada comunidad internacional hace lo mismo que frente al
sometimiento del pueblo palestino o iraquí. Un socio es un socio,
aunque sea sucio.
Ningún
estado «democrático» pedirá la creación de un tribunal
internacional como el que, amparado por el Consejo de Seguridad de la
ONU y con una evidente parcialidad antisiria, «juzgará» los
asesinatos del ex primer ministro libanés Hariri y el ministro
Gemayel.
El caso lo
investiga Scotland Yard, pero Sherlock Holmes hace tiempo que se jubiló,
y probablemente no den con el asesino.
Tampoco se
dará con el asesino de Politkovskaya, digno referente frente a la
genocida política del Kremlin en Chechenia, ni se sentarán en un
banquillo los responsables de las barbaridades que la periodista
documentara. El Ejército ruso, los cuerpos especiales del Ministerio
de Interior (OMON) y los escuadrones bajo el mando del sanguinario
Ramzan Kadirov pueden estar tranquilos. Los responsables de la sistemática
tortura y desaparición de miles de chechenos y chechenas y del
desplazamiento mediante el terror de más de 200.000 personas a las
repúblicas vecinas saben que gozan de impunidad y que pueden llevar
adelante su operación de «limpieza» bajo la total indiferencia de
gobiernos e instituciones internacionales.
Precisamente
fue Litvinenko quien recientemente puso de manifiesto la falta de escrúpulos
de las autoridades rusas incluso con su propia población. En el libro
“El FSB explota Rusia” acusa los servicios secretos rusos, el FSB,
de estar detrás de los atentados de 1999 contra dos edificios de
viviendas en Moscú que mataron a más de 300 personas y que habrían
favorecido la victoria electoral de Putin. Dichos atentados fueron
adjudicados a la resistencia chechena, aunque ésta lo negara, y
utilizados como argumento para iniciar una segunda invasión,
casualmente en el momento en el que, en base a los acuerdos de
Jasaviurt (1996), debía comenzar la discusión sobre el estatus político
de la república caucásica.
Este caso
puso de manifiesto, además de la falta de palabra de los estados
autoritarios y ava– salladores de pueblos, el desprecio por la vida
de su propia población.
Esta
constatación no es nada nuevo, menos en el caso de Rusia. La muerte
de 119 rehenes gaseados en el teatro Dubrovka en 2002 o de 376
personas en la toma a sangre y fuego del colegio de Beslan en 2004 son
suficientemente indicativos del valor que tiene la vida de la población
para el Kremlin. La razón de Estado, bien se sabe, está por encima
de la vida, de los pueblos, de los derechos humanos, de la verdad o de
la justicia. Pero esa brutalidad no podría llevarse a efecto sin la
adhesión de grandes masas de la población a posturas autoritarias y
a dirigentes que prometen mano dura, combate implacable a lo que ellos
denominan terrorismo. Súbditos aplaudiendo el ahorcamiento de
aquellos súbditos que osaron cuestionar al rey.
El índice
de popularidad sube en la misma proporción que se incrementa la
demostración de testosterona. Dialogar es ceder, es debilidad. Posar
ante las cámaras con un cráneo enemigo da votos, incrementa el
fervor de la población y da confianza.
Indispensable
intransigencia hacia el pueblo palestino para llegar a la presidencia
en Israel, guerra total al «narcoterrorismo» para «pacificar»
Colombia, persecución al terrorista allá donde se esconda y con la
ayuda de Dios para dar seguridad a la nación más grande de la
historia, allí donde aunque los halcones parezcan perder algo de
fuerza ninguna paloma se atreve a levantar el vuelo ante tal densidad
de rifles y permisos de armas. Necesitamos gobernantes firmes que nos
protejan de los peligros que acechan, aunque no sepamos muy bien de dónde
ni por qué.
¿Acaso habría
sido Schwarzenegger reelegido gobernador de California si hubiera
cedido a la presión para que conmutara alguna pena de muerte?
Que se
pudran en la cárcel, cadena perpetua y cámara de gas si es
necesario. Y ZP con ellos por flojo. Si con dos gotas de sangre y un
rayo de sol hizo Dios una bandera y se la dio a un español, ¿cómo
va a claudicar España ante el terrorismo separatista?
«En la
guerra no se hacen prisioneros». Así sentenció Fujimori el
aniquilamiento y desaparición del comando del MRTA que tomó la
embajada de Japón en Lima. Y su índice de popularidad se incrementó
notablemente. «¡Con dos cojones!» es lo que triunfa para tantos y
tantas.
La violencia
masiva, publicitada con profusión y arrogancia, el culto a la fuerza,
a la represión, a la venganza con el prisionero da votos, es cierto,
pero es síntoma de una sociedad enferma y cobarde.
Esa
hipertestosteronemia social esconde sus miserias y sobre todo su
cobardía.
Piden
medidas de fuerza, piden castigo, piden seguridad porque tienen miedo.
Tienen miedo
a que su nivel de vida se vea mínimamente alterado y son las víctimas
fáciles de un estado que publicita el temor, conocedor de que el pánico
anula el raciocinio. Esparciendo un poco de ántrax y publicitándolo
se puede aterrorizar, controlar y recabar el apoyo de unas masas
irreflexivas. Ante la posibilidad de un incendio se cubrirán el
cuerpo, los ojos y la mente de envolventes materiales ignífugos. Ante
el sospechoso con turbante, lo lincharán valientemente. Tal vez se
equivoquen, pero argumentarán que están amenazados.
Pero si por
algo son cobardes es por el pánico que les crea el intentar
comprender las razones de lo que ocurre, y por tanto, intentar
acercarse a las posibles soluciones.
Les
aterroriza descubrir que el mundo no es tal y como les han enseñado.
Les causa pavor. Por eso a gran cantidad de rusos les repele acercarse
a «lo checheno», descubrir a un pueblo con sus ilusiones,
sentimientos, sufrimientos y anhelos... Por eso es tan difícil que
millones de españoles no puedan ir más allá de sus prejuicios sobre
«lo vasco». La ignorancia y el desconocimiento son requisitos
indispensables de la cobardía de las masas.
Cuando no se
es capaz de convencer, hay que valerse de la mentira, de la ocultación.
Cuando se es débil de argumentos y de principios hay que valerse de
la fuerza, de la tortura, del envenenamiento.
Las y los
valientes no piden sangre, piden justicia, piden igualdad, piden
respeto de los derechos. Luchan sabiendo que probablemente tengan que
pagar un alto precio. Ana Politkovskaya es en la Rusia actual la
valentía con mayúsculas, ésa que deja en evidencia la mezquina
cobardía y la debilidad de argumentos del todopoderoso Estado ruso.
Y son el
pueblo checheno, el colombiano, el vasco, el palestino, el iraquí, el
oaxaqueño o el saharaui quienes, armados de argumentos y frente a la
incomprensión y visceralidad de los estados y sus alienadas y
embrutecidas masas sociales de apoyo, siguen demostrando día a día
cuál es el verdadero significado de la palabra valentía.
(*)
Militante de la organización vasca internacionalista Askapena.
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