España / Euzkadi

 

ETA dinamita los puentes de la negociación

Por José Ramón Castaños
Viento Sur, enero 2007

¿Porqué la bomba de Barajas?. ¿Cómo se toma esa decisión a pesar de que los puentes del diálogo permanecían abiertos?

El atentado de ETA en el aeropuerto de Barajas ha sido una sorpresa para todos. El primer sorprendido ha sido el propio gobierno socialista, quien una semana antes había anunciado que el proceso de paz avanzaba satisfactoriamente, y que cabía esperar su consolidación definitiva a lo largo del año 2007. También nos ha sorprendido a los demás, porque tomamos la promesa de “alto el fuego permanente” como un viaje sin retorno al final de la violencia de ETA. Pero lo que más llama la atención a propios y extraños han sido las manifestaciones de sorpresa de algunos dirigentes de Batasuna, como Joseba Alvarez y otros, que expresaron públicamente su propio desconcierto ante un atentado que no esperaban. ¿Cómo suponer un atentado de ETA una vez conocida la reunión de mediados de diciembre entre sus representantes y los delegados del Gobierno, sobre todo después de que se filtraran a la opinión pública las bases de un supuesto acuerdo sobre algunas cuestiones relacionadas con los presos políticos y con las fórmulas jurídicas que permitieran la legalización de Batasuna.?. Nadie lo podía suponer. Tan es así que se dispararon todo tipo de especulaciones a propósito de su autoría. Se empezó a hablar de rupturas en ETA, y algunos portavoces del Gobierno llegaron incluso a decir que el atentado de Barajas era una desautorización manifiesta de sus representantes en la mesa de negociación. Pepe Blanco, responsable de organización del PSOE, llegó incluso a poner nombre y cara a la persona desautorizada. Nos habló de que la interlocución de Josu Urrutikoetxea, viejo dirigente de ETA y diputado de Batasuna en el Parlamento Vasco, actualmente en el exilio, había sido desautorizado como interlocutor por los comandos de ETA.

Esta interpretación de los hechos sugiere la idea de un desbordamiento político de los dirigentes de ETA y de Batasuna por los comandos activos de los militantes más jóvenes, menos experimentados y más impacientes de ETA. Nadie puede saber cuanto hay de cierto y cuanto de especulación en ello, pero esta teoría sobre el cómo y el quién toma las decisiones en ETA y en Batasuna, no debe echarse en el olvido porque ha sido así como ha ocurrido con alguna frecuencia en el curso de su historia. Algo de eso ocurrió en las escisiones del pasado entre ETA (m) y ETA (pm); en el caso de los “berezis” o en las sucesivas escaladas militaristas que se han producido en el curso de los últimos 15 años. También se puede rastrear ese mismo fenómeno entre las causas que explican la ruptura de la tregua de Lizarra y el posterior plegamiento a ella de Batasuna, LAB y otros, a pesar del alto grado de identificación que todos ellos tenían con la idea de sustituir la acción armada por la confrontación democrática con el Estado. La hipótesis del desbordamiento de la dirección política por la acción unilateral de los comandos militares cobró más fuerza si cabe a partir de la declaración realizada por la comisión negociadora de Batasuna en las conversaciones para la mesa de partidos políticos, pues en ella se emplazaba a ETA a que restableciera la tregua para recomponer el proceso de negociación política.

La noticia fue tomada con cierto interés pues se trata de la primera vez que ocurre algo así. Sobre todo, cuando existe el precedente contrario de que esa misma exigencia formulada a Batasuna desde el pacto de Lizarra en la tregua anterior fue rechazada por ella, y que su negativa a pedir a ETA el restablecimiento de la tregua fue una de las causas de la ruptura de aquél pacto. Este precedente daba más importancia al emplazamiento que Batasuna hizo a ETA, pues con él se daban a entender dos cosas: una, que había sido desbordada sin su consentimiento, y, dos, que a diferencia del pasado quería restablecer la dirección política del proceso restableciendo el compromiso de ETA con la tregua y la negociación. El hecho que esa Comisión esté formada por tres de los principales dirigentes de la izquierda abertzale: Arnaldo Otegui, Rufi Etxeberria y Arantza Santesteban, reforzaba aún más esa hipótesis

La autonomía de Batasuna y el liderazgo de ETA sobre la izquierda abertzale

La declaración de Batasuna pidiendo a ETA el restablecimiento de la tregua y la respuesta de ETA un día después, dando satisfacción a esa demanda, ha sido calificado como una pantomima por algunos comentaristas políticos. Otros lo han definido como un sarcasmo o una mofa a la inteligencia. Sin embargo, y con independencia del juicio de valor que cada cual quiera hacer al respecto, hay que considerar la posibilidad de que se trate de la escenificación del reencuentro entre corrientes de opinión que piensan de modo distinto.

Hay que suponer que no toda ETA ni toda Batasuna estén de acuerdo con una estrategia de negociación que incorpora la amenaza del coche–bomba al discurso del diálogo y de la tregua permanente. Tampoco hay que descartar que el atentado de Barajas haya provocado desconcierto y crisis, de tal modo que la sucesión de comunicados y declaraciones emitidos entre ETA y Batasuna, hayan tenido la función de escenificar una apariencia de unidad entre ellas. El emplazamiento de Batasuna a ETA parece afirmar su autonomía, aunque sólo se aparente, en tanto que la respuesta de esta a la demanda de aquella parece dar satisfacción a la primacía de los criterios políticos sobre los militares. Sin embargo, y más allá de las apariencias, el resultado de ese cruce de declaraciones ha sido la legitimación del atentado de Barajas ante el electorado de Batasuna, así como la recomposición de la unidad alrededor de ETA, otorgándole la dirección incuestionable del proceso negociador.

La estrategia de negociación de ETA, ¿una copia del IRA?

Si reparamos en el comunicado del 9 de enero, apreciaremos que el coche–bomba no se pone para romper la tregua sino para presionar al Gobierno. Esta circunstancia no cambia el juicio moral que pueda hacerse de él ni la valoración política de sus consecuencias, pero debe tenerse en cuenta a la hora de enjuiciar la estrategia de negociación de ETA. Entre otras cosas, porque el cambio que hay en ella respecto a la estrategia de negociación que siguió en los casos precedentes de Argel y Lizarra, se justifica en la creencia de que ella abre perspectivas diferentes a la negociación emprendida por la izquierda abertzale.

A primera vista, la nueva estrategia de negociación parece estar tomada de la que aplicó el IRA con los atentados de Londres en 1993 y 1996. Se supone que el IRA no buscaba provocar una masacre sino avisar al Gobierno de Londres de que podía hacerlo si quería. Aquellos atentados eran más una exigencia de conversaciones de paz que un retorno a la lucha armada, y el hecho que el proceso de paz irlandés recibiera un nuevo impulso con la llegada de Tony Blair al poder, pareció confirmar las bondades de una táctica de presión basada en una amenaza tan cruel como aquella.

Después del fracaso de las estrategias de negociación precedentes, ETA parece emular ahora la táctica del IRA hasta en sus más pequeños detalles. En su justificación del atentado de Barajas nos lo dice con claridad meridiana, y no hay razones para suponer que quiera engañar a nadie. Nos recuerda así que los 500 kilos de explosivos colocados en la terminal del aeropuerto querían demostrar su capacidad de destrucción masiva, y que el aviso con antelación suficiente para que fuera desalojado un lugar transitado por miles de personas, debía interpretarse como una muestra de su voluntad de no romper la tregua ni el proceso de negociación. Su intención ha querido circunscribirse a mandar un último aviso al Gobierno para que desbloquease el proceso empantanado desde junio, y cumpliera los compromisos adquiridos en la mesa de negociación. El coche–bomba de Barajas se inscribe así en la misma perspectiva de amenazas anteriores como el robo de las armas en Nimes, la activación de la “kale borroka” o las ráfagas de metralleta en los actos de homenaje a los milicianos vascos de 1936 (“Gudari Eguna” de las juventudes abertzales), lanzadas al aire como testimonio de compromiso de la lucha armada si el estado no cumple la parte del pacto que se le asigna.

Las consecuencias del atentado van más allá de las intenciones de ETA

En la declaración antes mencionada, ETA justifica el coche–bomba en la siguientes tres razones: (1) en que el Gobierno no ha tomado medidas de distensión en los capítulos pactados de presos, juicios políticos y detenciones policiales. (2) en que no ha cumplido el acuerdo para la legalización de Batasuna, y (3), en que impone la Constitución y las leyes españolas como límites del derecho de autodeterminación del pueblo vasco.

Si tomamos en consideración la política del Gobierno socialista desde que ETA anunció la tregua permanente, apreciaremos que esa crítica es acertada en todos sus puntos. En efecto, a una primera declaración de intenciones en la que el Gobierno anuncia el inicio de la negociación, comprometiéndose a resolver la cuestión de los presos y de la legalización de Batasuna, así como a dar satisfacción a las demandas nacionalistas de unidad territorial y de respeto a lo que los ciudadanos vascos decidan, le sucede una etapa de presiones del poder judicial y de la derecha española que el Gobierno Zapatero no sabe o no quiere desactivar. Se suceden las sentencias judiciales contrarias a derecho como en los casos de Parot y de De Juana Chaos. Se congela la legalización de Batasuna y se cambia el discurso sobre los derechos políticos del pueblo vasco: el derecho de decisión se deberá circunscribir ahora a los límites de la Constitución.

Esta involución política exigía una respuesta; de eso no cabe duda. Ahora bien, ¿ha sido apropiada la respuesta del coche–bomba?. ¿Cambiará por ello la política del Gobierno socialista?. La izquierda abertzale supone que así será porque en caso contrario ETA se verá obligada a romper la tregua, y ese hecho provocará la pérdida de las elecciones al Partido Socialista. Se supone erróneamente que el Gobierno aceptará el chantaje de ETA antes que correr el riesgo de perder las elecciones, pero las consecuencias del atentado de Barajas demuestra sin embargo que los acontecimientos evolucionan en sentido contrario.

Si tuviéramos la posibilidad de dialogar con ETA le invitaríamos a reflexionar sobre las siguientes consideraciones.

1.– Sobre la dimensión moral del coche–bomba más allá del hecho de que haya provocado dos víctimas inocentes. El aviso con una hora de antelación a la prevista para su explosión no es un eximente moral. La importancia del hecho está en la cantidad de explosivo utilizado (500 kilos), y el lugar donde ha sido colocado (la terminal de un aeropuerto por el que transitan miles de personas). El precedente de Hipercor demuestra que, a pesar del aviso dado, la explosión de esa bomba en ese lugar podía haber provocado una masacre de dimensiones similares al atentado “yihadista” de los trenes de Atocha.

2.– Sobre la evolución de la opinión pública española a propósito de la acción de ETA y de la negociación política con el Estado. El hecho que hasta ahora haya sido favorable al diálogo no quiere decir que lo vaya a ser siempre. Antes bien, las tendencias que se aprecian en ella después de este atentado refuerzan la idea sustentada por la derecha de que la única solución al problema de ETA es la persecución policial, y que el único diálogo que cabe con ella es para saber cuando y como hace entrega de las armas.

3.– Sobre el significado de las divisiones políticas apreciables entre unos partidos y otros. Algunos comentaristas de la izquierda abertzale aprecian esas divisiones como una consecuencia positiva de la acción de ETA, pero se olvidan decir que esa división expresa una evolución a la derecha de la mayoría de los partidos políticos, de los poderes fácticos y de los medios de comunicación de masas. Si ya antes del atentado había una fuerte resistencia a la negociación con ETA de parte del PP, de la Conferencia Episcopal Española, del poder judicial, de la mitad de los medios de comunicación, y de una parte significa de los aparatos de Estado, en el momento presente no hay nadie que se atreva a hablar de diálogo político hasta después de que ETA abandone definitivamente las armas.

4.– Sobre el impacto negativo de la acción de ETA en la reivindicación de los derechos nacionales. Siempre se ha dicho, y se ha dicho bien, que la violencia injustificada de ETA pervierte los fines políticos en cuyo nombre se realiza. Resulta difícil encontrar la bondad de la autodeterminación nacional reivindicada con métodos tan crueles como los de ETA, pero además de eso hay que considerar otra circunstancia añadida que empieza a cobrar nueva fuerza social de la mano del discurso de los socialistas vascos. Me refiero a la petición que hace al nacionalismo democrático para que renuncie voluntariamente a sus demandas políticas de autodeterminación y soberanía mientras persista la violencia de ETA, pues esa idea puede empezar a cobrar nuevas alas en el supuesto de que ETA inicie un nuevo ciclo de lucha armada.

5.– Sobre la credibilidad de ETA y la continuación del proceso de diálogo. ETA y Batasuna suponen que por el hecho de que ellos quieran reanudar la negociación política ella volverá a abrirse tarde o temprano. Se equivocan de nuevo. ETA parece incapaz de entender que, más allá del rechazo moral que produce el atentado de Barajas, el incumplimiento de sus promesas políticas (la idea de tregua permanente) le hace perder la poca credibilidad que le quedaba después del incumplimiento anterior en las treguas de Lizarra. Al día de hoy, y aunque ella no lo quiera, el hecho costatable es que el proceso de dialogo y negociación ha sido interrumpido por el Gobierno español. Las decisiones adoptadas de “motu propio” por los socialistas, bajo la presión de la derecha y por consejo de los medios de comunicación que le son afines, no dejan lugar a dudas sobre el “reajuste de la política antiterrorista” del Estado. La resolución parlamentaria de mayo de 2005 a favor del diálogo, ha quedado inhabilitada. Los contactos entre PSE, PNV y Batasuna para la formación de la mesa de partidos en la que se quería delegar la elaboración de un nuevo marco político para Euskadi, han quedado en suspenso. Las conversaciones ETA–Gobierno suspendidas “sine die”. La legalización de Batasuna, previsto para las primeras semanas del 2007, está congelada mientras no se pronuncie contra la violencia de ETA. Otro tanto ocurre con el reconocimiento del derecho de los presos políticos, y empiezan a activarse de nuevo todos los mecanismos de presión judicial contra la izquierda abertzale. ¿ No es eso el fin del proceso de negociación abierto el 22 de marzo con la declaración de alto el fuego permanente?.

¿Qué perspectivas tiene la estrategia de negociación de ETA?

Si su acción se mantiene en los términos anunciados en el comunicado del 9 de enero, me temo que ninguna. En ese comunicado, ETA anuncia que se reserva la libertad de acción en función de cual sea la política del Gobierno español. Eso contradice abiertamente la declaración de alto el fuego permanente del 22 de marzo del 2006, pero más allá de esa evidencia, hay que preguntarse por lo que cabe esperar de ella en el supuesto más que probable de que el Gobierno español lleve a cabo la nueva política que está anunciando. ¿Cómo responderá ETA a situaciones tales como la previsible muerte en huelga de hambre de De Juana Chaos, o la más que probable sentencia condenatoria del sumario 18/98, o la casi segura ilegalización de las candidaturas municipales que presente la izquierda abertzale?. De su comunicado se desprende que responderá en términos militares, y si lo hace siguiendo las pautas de conducta ya conocidas, el resultado será la apertura de un nuevo ciclo de violencia y represión en el que se ahogarán la izquierda abertzale y el soberanismo vasco.

Hace falta otra estrategia política y otro modelo de negociación

La reapertura del proceso de negociación requiere algo más que la declaración del deseo de reanudarlo. Los puentes rotos por el atentado de Barajas no pueden recomponerse a menos que se produzca antes el abandono definitivo de las armas. Eso es lo que dicen todos los partidos políticos y sindicatos, todos los movimientos sociales y todas las redes asociativas. Eso es lo que también piensan desde hace tiempo la inmensa mayoría de los ciudadanos vascos y españoles, de tal modo que no descubrimos nada nuevo al señalarlo. Cabe añadir sin embargo que, aún en ese supuesto, hará falta además ofrecer garantías complementarias para restablecer la confianza rota y la credibilidad perdida. Esa era ya una de las principales demandas públicas que formuló el obispo Uriarte antes del atentado de Barajas, y parece ser tanto más oportuna después de él. Eso requiere a su vez un tiempo de verificación añadido que no puede recorrerse a menos que la dirección de todas las organizaciones de la izquierda abertzale emprenda una tarea de reeducación política de sus propias bases militantes. Eso se puede hacer si quiere hacer, porque en política nada es inevitable, y porque todos los procesos son reversibles si se adoptan las estrategias políticas apropiadas a cada caso.

El abandono de las armas no debe hacerse para cumplir una de las exigencias que el Estado y la sociedad civil hacen a ETA. Si esa fuera la razón estaríamos en presencia de una claudicación política como la que protagonizó ETA (pm). Lejos de eso, el abandono de las armas debe hacerse voluntariamente y en razón de los beneficios que esa decisión tiene para la expansión del movimiento político por la autodeterminación nacional.

Esta decisión política requiere en primer lugar aceptar el hecho de que ETA no representa ni puede representar a esa mayoría de ciudadanos vascos que se reconocen en las ideas de autodeterminación y de soberanía política. Ella tiene que saber que, en el mejor de los casos, sólo puede aspirar a representar a ese 12% del electorado vasco que se reconoce en Batasuna, y que con esa correlación de fuerzas no se obliga a un Estado poderoso y socialmente legitimado entre sus propios ciudadanos, como es hoy el Estado español, a pactar con ETA los términos de un acuerdo igualitario entre naciones soberanas. Para intentar algo parecido a eso hace falta una estrategia democrática de movilización ciudadana articulada en un frente amplio de partidos, sindicatos, movimientos sociales y redes asociativas, que, tomando como base la reivindicación del derecho de decisión de los pueblos y naciones lo ejerza en un sentido solidario con los otros pueblos y naciones del estado español. El modelo de negociación que correspondería a esta política democrática se limitaría exclusivamente a resolver las cuestiones relativas a las derivaciones de la lucha armadas: la cuestión de los presos y exiliados, el abandono de las armas y el reconocimiento de las víctimas.

Esta nueva estrategia política permitiría corregir los errores de la estrategia esbozada en Lizarra; se abriría hacia políticas incluyentes de otras identidades nacionales, y permitiría transformar la opinión pública (la identificación con las ideas de autodeterminación y soberanía), en movimiento de transformación política. La izquierda abertzale tiene la palabra, pero debiera saber que, al margen de esta política no habrá futuro para nadie; ni para ella, ni para el pueblo vasco ni para los demócratas españoles.