Las
relaciones de Rusia con los socios de la Unión Europea - Los países
que padecieron el yugo soviético, claman contra el nuevo Yalta que se
prepara
La
“petropolítica” de Putin
Por
Mateo Madridejos (*)
El
Periódico, 13/01/07
Las
crisis repetidas en el espacio postsoviético confirman que el
presidente de Rusia, Vladimir Putin, utiliza los hidrocarburos como
instrumento de la diplomacia, para realzar su posición estratégica
en Europa. Mientras, los países de la Unión Europea (UE) se muestran
incapaces de establecer una política energética común y actúan en
orden disperso, como en otras cuestiones importantes, en función del
interés nacional y a través de acuerdos bilaterales con las empresas
rusas, en especial con la gigantesca y paraestatal Gazprom, que
suministran hasta el 40% del gas natural y el 25% del petróleo que
consume Europa.
Rusia
ha recuperado en el último quinquenio el primer puesto en la producción
mundial de petróleo, cuyos precios elevados favorecen la mejora del
nivel de vida y la estabilidad política, hasta el punto de convertir
a Putin en el restaurador del orgullo nacional tan duramente probado
tras la desintegración de la URSS en 1991, en "el salvador del
Estado a la deriva", según Solzhenitsin. Ante el nuevo
petropoder, los estrategas del Kremlin resucitaron la doctrina del
"extranjero próximo", expresión para designar a las repúblicas
exsoviéticas en las que viven más de 25 millones de rusos (pies
rojos) y en las que se pretende influir por medio de los favores económicos,
la presión o el chantaje.
La
aplicación de esa versión rusa de la doctrina Monroe comenzó en el
Cáucaso y afectó sucesivamente a Azerbaiyán, Armenia, Georgia y
Moldavia, donde existen varios enclaves de fuerte población rusa o
irredenta (Alto Karabaj, Osetia, Abjasia, Transniéster) que viven en
una independencia de facto, a veces bajo protección militar de Moscú,
y que constituyen las marcas del imperio. Luego se extendió a
Ucrania, cuya mitad oriental es rusófona y no comparte los ardores
nacionalistas de la parte occidental ni el recuerdo espantoso del
genocidio estalinista en forma de hambruna premeditada, hasta
desembocar en la crisis de hace un año, con el corte del suministro
del gas.
Las
bellas tiradas retóricas sobre "la casa común europea",
que llegaron a su cénit en 1996 con el ingreso de Rusia en el Consejo
de Europa, han sido progresivamente preteridas por Putin y sustituidas
por un acuerdo de asociación y cooperación con la UE en vigor desde
1997. Ante la deriva autoritaria del régimen, los dirigentes europeos
prefieren mostrarse indulgentes, aunque para ello tengan que cerrar
los ojos ante el desprecio de los principios democráticos más
elementales y argüir que el presidente ruso ha restablecido el orden
tras los años de peligrosa anarquía presidida por Yeltsin. Y Putin
replica con el trato bilateral para eludir la intromisión de
Bruselas, exhibiendo el señuelo energético.
Diplomacia
bilateral
Esa
diplomacia bilateral alcanzó su punto culminante en septiembre del
2005 con el acuerdo entre Putin y el canciller alemán, a la sazón
Gerhard Schröder, para la construcción de un gasoducto bajo el Báltico
que margina a Polonia y a los estados bálticos. Ese pacto del gas
levantó ampollas y llegó a ser comparado por un ministro polaco con
el germano-soviético de 1939 que preludió el criminal reparto de
Polonia, el estallido de la guerra mundial y el avasallamiento de
Estonia, Letonia y Lituania. Desde entonces, la división de la UE
resulta escandalosa. Mientras Alemania, Francia e Italia defienden los
acuerdos bilaterales con Rusia, a través de sus petroleras, la Comisión
preconiza patéticamente "un mercado energético interior" y
los países que padecieron el yugo soviético claman contra el nuevo
Yalta que se prepara.
La
llamada revolución naranja en Ucrania (noviembre del 2004),
favorecida por los europeos, fue encajada por Putin como una afrenta
intolerable, un nuevo intento de llevar las fronteras de la OTAN casi
al corazón de Rusia y negarle el acceso al mar Negro. Los consejeros
del Kremlin están persuadidos, como el polaco-norteamericano Zbigniew
Brzezinski, que "sin Ucrania, Rusia no es más que una potencia
asiática". El viceministro ruso de Exteriores dejó bien sentado
que eran inaceptables "los métodos de democratización forzada
del espacio postsoviético" y propuso un nuevo equilibrio
continental (zonas de influencia).
La
crisis
En
Ucrania, cuna y avanzadilla del paneslavismo, resultó traumática
para Putin y sus consejeros, que de cortejar a Europa como un socio
frente a EEUU, pasaron a considerar a la UE como una potencia
amenazante que es preciso contener. Comprendieron que los
hidrocarburos son un elemento de división en un continente agobiado
por la inseguridad energética y se negaron a ratificar la carta de la
energía. La maniobra funcionó y el primer ministro ucraniano es
ahora un rusófilo, protegido del Kremlin, Viktor Yanukovich, que fue
candidato frustrado a la presidencia en el 2004.
La
situación se reprodujo en Bielorrusia, satrapía de Aleksandr
Lukashenko, con los mismos ingredientes referidos al petróleo:
sustitución de los precios subvencionados de la época soviética por
otros de mercado, menoscabando la lucrativa reventa de los burócratas
corrompidos. La cancillera Angela Merkel, presidente de turno de la
UE, encabezó la irritación de los 27, pero olvidó que su país, máximo
importador de petróleo ruso (25% del consumo), privilegia la acción
bilateral, en connivencia con Francia, y cultiva el halago de Putin,
con grave quebranto de la solidaridad comunitaria.
(*)
Periodista e historiador.
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