Reconstruir
Por
Ignacio Ramonet (*)
soc.culture.argentina, 07/05/07
La victoria de
Nicolas Sarkozy, el 6 de mayo de 2007, en la segunda vuelta de las
elecciones presidenciales, con el 53% de los votos, marca un viraje
decisivo en la historia de la V República francesa. Porque no se
trata de la simple reconducción de la derecha al poder –que ocupó
al más alto nivel desde 1958 hasta 1981 y nuevamente desde 1995–,
sino de un cambio de gran envergadura.
El programa del
candidato de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) y las fuerzas
que optó por congregar a su alrededor marcan una inflexión mayor:
reflejan al primer Presidente francés a la vez neoliberal,
autoritario, proestadounidense y proisraelí.
La confusión sistemática
de una campaña signada por referencias eclécticas, desde Juana de
Arco a Léon Blum, no alcanza para disimular el muy marcado perfil político
de Sarkozy. Si bien apela a un voluntarismo gracias al cual el Estado
podría “proteger” a Francia y a los franceses, su programa económico
y social se nutre de las viejas recetas thactcheristas y privilegia...
a los privilegiados.
En el mismo sentido,
sus pujos republicanos no alcanzaron a borrar su visión esencialmente
securitaria de la sociedad, en la que simplemente responde con la
represión a las revindicaciones de las categorías populares y la
juventud. En una prolongación lógica de esta manera de pensar, sus
opiniones sobre los orígenes genéticos de la pedofilia y del
suicidio son claramente ilustrativas sobre la eugenesia rampante que
lo inspira.
Finalmente, a pesar
de los esfuerzos que hizo por atenuar el efecto de la bendición
solicitada al presidente George W. Bush, no renegó de su voluntad de
acercamiento a la política estadounidense, incluso en Medio Oriente,
por no hablar del entierro del referéndum del 29 de mayo de 2005
sobre el Tratado Constitucional de la Unión Europea (1), anunciado
mediante un procedimiento parlamentario...
El programa de
Sarkozy es importante; la “clientela” que se lo compró no lo es
menos. Desde este punto de vista, las grandes maniobras del período
que separó a ambas vueltas electorales, destinadas a recuperar el
electorado centrista de François Bayrou no borran de la memoria los
meses de incitación al electorado de extrema derecha de Jean-Marie Le
Pen.
Con la excusa de
“reconvertir” a la democracia a las tropas de este último, el
candidato de la derecha hizo suyas las tesis de la extrema derecha:
desde la propuesta de crear un ministerio de la Inmigración y de la
Identidad nacional a la recuperación de la consigna “Francia, o se
la ama, o se la deja”; desde la caza a los indocumentados incluso en
las puertas de las escuelas, a la abolición de la disposición de
1945 que protege a los menores; de la pseudo defensa de aquellos que
“se levantan temprano” contra los “que se aprovechan” y los
“asistidos”... Ninguno de sus predecesores había llegado tan
lejos para hacerse elegir: conviene medir correctamente la situación
antes de celebrar el retroceso electoral del Frente Nacional de Le Pen...
Pero los esfuerzos de
Sarkozy y los apoyos mediáticos masivos de los que se benefició no
explican, por sí solos, su éxito. No más que los efectos perversos,
verificados una vez más, de la elección presidencial por medio del
sufragio universal: personalización, demagogia, voto útil...
Pesó sobre todo la
ausencia, frente a la derecha y la extrema derecha, de una auténtica
alternativa política. Nunca desde 1969 había sido tan bajo el total
de los votos de la izquierda en la primera vuelta (36,44%). ¡Y con
razón! El Partido Socialista se dejó imponer por las encuestas una
candidata, Ségolène Royal, que por cierto logró borrar el
traumatismo de 2002, pero sin ofrecer a las fuerzas populares una
perspectiva movilizadora. Aun más cuando a su lado, el Partido
Comunista, la extrema izquierda y los ecologistas no se unieron para
prolongar tanto las grandes movilizaciones sociales por la defensa de
la seguridad social como de las jubilaciones; el envión del “No”
en el referéndum del 29 de mayo de 2005 y la colera de los suburbios.
Más allá de las peleas de aparato y de personas, el centro de la
cuestión es en primer lugar la incapacidad de pensar una política
anticapitalista a la escala de Francia y de Europa.
Es sobre el terreno
que hay que empezar a reconstruir, y sin demora. Porque si ganan las
elecciones legislativas de junio próximo, la derecha y la extrema
derecha en el poder intentarán hacer pasar por la fuerza su política
de destrucción social: contrato de trabajo único a imitación del
CNE; incremento del tiempo de trabajo; obligación de actividad a
cambio de las protecciones sociales mínimas; limitación del derecho
de huelga; rotura del Código del Trabajo; supresión de los derechos
de sucesión y, por medio del “escudo fiscal”, supresión del
impuesto a las grandes fortunas; mayor desmantelamiento de los
servicios públicos, de la protección social y de las jubilaciones;
disminución progresiva del presupuesto de salud; no reemplazo de uno
de cada dos funcionarios que se jubilen; liquidación del mapa
escolar; nuevos cuestionamientos sobre las jubilaciones; caza a los
inmigrantes, con el agregado de un llamado a la mano de obra
“elegida” del Sur; relanzamiento de la Europa liberal y apoyo a la
política estadounidense... La izquierda va a necesitar de todas sus
fuerzas para resistir esta ofensiva sin precedentes, pero también
para recuperar una perspectiva de cambio.
Le Monde diplomatique
no es el órgano de un partido ni de una asociación. No es un periódico
militante. Pero se compromete con valores que defiende desde hace décadas.
Y es así, a su manera, que pretende contribuir a una arquitectura
intelectual alternativa: esforzándose por hacer conocer mejor las
realidades geopolíticas del mundo contemporáneo, informando sobre
las experiencias sociales y políticas que se desarrollan, tomando su
lugar en los debates de ideas en curso. Para reconstruir.
Nota:
(*)
Director de Le Monde diplomatique, París.
1.
En esa fecha, una mayoría de franceses votó contra la aprobación
del Tratado Constitucional europeo.
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