OTAN:
la sombra de los euromisiles
Por
Ben Cramer (*)
Cirpes – Le débat stratégique N°90, abril 2007
Rebelión,
17/05/07
Traducido
por Caty R. (**)
Ya
están reunidos todos los ingredientes para revivir, treinta años
después, “la crisis de los euromisiles”.
La
cruzada antiterrorista tras el 11–S, sus ramificaciones en Afganistán
y los caprichos antinucleares de la administración Bush en Iraq han
favorecido algunas alineaciones –como la de Polonia–. ¿La
arrogancia de la superpotencia intimida los que tuvieron la osadía de
oponerse?
Bélgica
puede encuadrarse en esta categoría. En la cumbre de la OTAN en Riga,
Bruselas votó en contra de la resolución de la Comisión Asuntos
Exteriores y de la Defensa del Senado (en la que se contemplaba la
retirada de las armas nucleares almacenadas en Kleine Brogel, según
el artículo VI del Tratado de No Proliferación, TNP). ¿Por qué
esta cuestión se presentó en un segundo plano después de un gran
debate a todo color y decenas de audiciones? “Por su oposición a la
guerra de Iraq”, explicaba recientemente Arnaud Ghys de la CNAPD
(Coordinadora nacional –belga– de acción por la paz y la
democracia, N. de T.).
Pero
en Berlín la situación es distinta. Los alemanes, incluidos por
Rumsfeld en la “Vieja Europa” desde la puesta en escena
antinuclear en Iraq, ya no están dispuestos a cualquier sacrificio
por la solidaridad atlántica, ni a tolerar que sus vecinos del Este
experimenten una tecnología estadounidense para ajustar sus cuentas
con Moscú. Se piense lo que se piense del puñetazo sobre la mesa de
Putin en el Wehrkunde en febrero, y con todo respeto a la miopía
francesa sobre el asunto (electoralismo obliga), el futuro debate
sobre la seguridad europea pasa también por una reflexión sobre las
relaciones entre Rusia y Europa.
Para
ver un poco más claro y volver a poner las cosas en su sitio desde el
asunto de los euromisiles, no hay ninguna razón para falsear el
debate –y mucho menos enterrarlo– debido a la adhesión
precipitada de países calificados de “mal europeizados”, cuya
función principal parece ser la desestabilización del conjunto
europeo en nombre del radicalismo transatlántico.
La
aventura afgana no tiene nada que ver con la OTAN; y por otra parte,
la aventura nuclear iraní tampoco. Pero Estados Unidos intenta una
vez más embarcar a los aliados en su “visión global”. Estamos
asistiendo a algunas repeticiones.
No
vale la pena filosofar sobre la sutil distinción entre “alianza
global” y “alianza de socios globales”. Si el “fuera de
zona”, out of area, es objeto de toda clase de contorsiones desde
los años 70, no es de buen tono recordar, sobre todo desde el 11 de
septiembre de 2001, que el Tratado del Atlántico Norte afirma que
“la acción de la OTAN está limitada al territorio de los
miembros”; todo el mundo prefiere olvidar que los artículos 5 y 6
presentan un proyecto de autodefensa colectiva, una respuesta
colectiva “en caso de ataque armado contra Europa o Estados
Unidos”.
Los
aliados más europeistas esperan que la OTAN no se amplíe codiciando
a los japoneses, australianos y mañana a los israelíes. Ese es, al
menos, el deseo expresado por el Quai d'Orsay (Ministerio de Asuntos
Exteriores francés, N. de T.) por boca de Jacques Chirac el 28 de
noviembre; pero la posición francesa es delicada. Y con razón,
“Hay más soldados franceses que estadounidenses bajo la bandera de
la OTAN” recordaba recientemente Richard Duqué, representante
permanente de Francia en la OTAN, y añadía: “lo que es un poco
paradójico”. Si se piensa en la implicación en el cenagal afgano,
la paradoja puede costar cara. “Con el tiempo, las fuerzas de la
OTAN corren el riesgo de aparecer como un ejército de ocupación”
pronostica el ministro de Defensa belga. Ahora que el triunfalismo
estadounidense ya no es admisible en Iraq, algunos aliados buscan una
“estrategia de salida” en Afganistán, un país que constituyó el
plato fuerte de la cumbre de Riga (contrariamente a las previsiones).
De
Kabul a Teherán
Con
treinta años de diferencia la jugada se ve venir. Como se veía venir
entonces. En la actualidad los europeos corren el riesgo de verse
embarcados, a su pesar, en una campaña anti–ADM (armas de destrucción
masiva) como la que se vio en Iraq, en la que dichas armas pertenecían
al reino de la fantasía y no al de la realidad. Francia se incorporó
desde 1995 al mando integrado de la OTAN; es más, París es
copresidente de una comisión contra la proliferación nuclear de la
OTAN. En el debate sobre los euromisiles, París intentó manipular la
información confidencial. Recordemos el famoso eslogan: “Los
misiles están en el Este y los pacifistas en el Oeste”. Si los
responsables franceses dan a entender mañana que la amenaza principal
viene de Teherán, se harán eco de esta tesis de Mitterrand que
encantó a Reagan pero no engañó nadie.
En
la actualidad los polacos afirman que los antimisiles no tienen nada
que ver con los rusos, pero añaden sin miedo al ridículo que este
despliegue les dará una garantía de seguridad “frente a Moscú”.
En su momento, los misiles instalados en Comiso no se destinaban a
Oriente Medio aunque su alcance tampoco podía llegar a Moscú. ¡Si
un misil iraní que existe sobre todo en la imaginación del Pentágono
va a mirar mañana hacia los pueblos de Europa del Este…, se puede
esperar que haya dirigentes europeos que recuerden que un antimisil
destinado a interceptar un misil iraní puede reprogramarse contra un
misil ruso!
Reabrir
un debate eludido
En
el informe del Senado belga sobre el futuro de la OTAN –en el que
los senadores franceses harían bien en inspirarse– sólo un párrafo
se refiere a la oportunidad o no de desplegar en 2011 los sistemas
antibalísticos en Europa central (Polonia o República Checa) para
interceptar un ataque de misiles NBC iraníes. ¿Por qué tanta
discreción? A la espera de las consecuencias: el rearme ruso y el
cuestionamiento del Tratado INF (Intermediate–Range Nuclear Forces,
Tratado sobre misiles de alcance medio y más corto, N. de T.) del
TNP, los dirigentes polacos (y checos) parecen olvidar que su
territorio está en el continente europeo. ¿Y los otros aliados?
Mientras tergiversan desde Riga con respecto a la financiación común
de las operaciones estadounidenses, se ve venir otra factura: el
precio de la contraproliferación nuclear que desea Washington.
En
resumen no es la primera vez que esta coalición heteróclita,
destinada oficialmente a proteger el espacio europeo, se inventa
nuevas misiones y no cumple las que le corresponden según su Acta de
creación. ¿Con el telón de fondo del fiasco de la IED (Identidad
Europea de Defensa, N. de T.) actualizada hay un nuevo riesgo de
“desacoplamiento”? La expresión ya no está de actualidad aunque
la “pareja” transatlántica sobrevive a golpe de riñas conyugales
rituales. La expresión no figura ya en ninguna parte, y sin
embargo…
Si
la primera crisis desembocó en el Tratado INF (de hace veinte años),
la crisis actual puede tener la ventaja de desembocar en un debate
eludido, prorrogado, obstruido: el de la identidad europea. En el
conjunto de los 27 países miembros, la opinión favorable respecto a
la OTAN pasó de un 69% en 2002 a un 55% en 2006. En Polonia, por
ejemplo, las opiniones favorables han bajado de un 64% en 2002 a un
48% en 2006.
(*)
Ben Cramer es un periodista independiente francés especialista en
cuestiones nucleares, civiles y militares.
(**)
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de
respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la
fuente.
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