Sarkozy:
¿el fin del gaullismo?
Por
Immanuel Wallerstein
La Jornada, 30/06/07
Traducción de Ramón Vera Herrera
Nicolas Sarkozy,
presidente de Francia, aseguró en su inicial declaración
postelectoral que el país escogió el cambio. Alegar que se está en
favor de las transformaciones no es inusual entre quienes llegan al
poder. ¿En verdad lo cree Sarkozy? Y si es así, ¿qué es lo que
quiere decir con esto? En Estados Unidos su elección se interpreta
como la del presidente francés más amigable en la historia de la
Quinta República. Sin duda lo es, pero, ¿significa esto que la política
exterior francesa vaya a ser modificada?
Debemos comenzar por
analizar qué es lo que da cuenta de su elección. En los sistemas
comiciales occidentales existen comúnmente dos partidos principales,
uno más a la izquierda y uno más a la derecha. Esto es también
cierto en Francia, donde la corriente principal de la derecha es
representada por la Unión por un Movimiento Popular (UMP), el partido
de Sarkozy, y la corriente principal de izquierda, el Partido
Socialista, cuya candidata fue Ségolène Royal. En la mayoría de las
votaciones lo normal es que la base de cada partido sufrague por sus
candidatos. Este es el caso en Francia, con un sistema de dos rondas.
Para ganar una elección, hay tres lugares donde se localizan los
votos inestables en la segunda ronda: la extrema izquierda, la extrema
derecha y el centro. El centro son aquellos votantes que están
preparados para cambiar de un partido a otro, y con frecuencia lo
hacen. La extrema izquierda y la extrema derecha escogen normalmente
entre el partido principal y el abstencionismo.
Es claro que cuando
François Mitterrand ganó como candidato socialista en 1981, y luego
en 1988, extrajo del centro sus votos extra. Cuando Jacques Chirac ganó
como candidato de la derecha en 1995, compitió inserto en una
plataforma "social" y, como tal, obtuvo sus votos
adicionales del centro. Esto no fue lo que ocurrió esta vez. La
extrema izquierda votó por Royal. El centro parece haberse partido
del modo que comúnmente lo hace: dos tercios para la derecha y un
tercio para la izquierda. De donde Sarkozy obtuvo sus votos extra fue
de la extrema derecha. A pesar de la petición explícita de
Jean–Marie Le Pen, principal candidato de la extrema derecha, de que
sus votantes se abstuvieran masivamente en la segunda ronda, no le
hicieron caso. Votaron por Sarkozy.
La pregunta es: ¿por
qué sufragaron por Sarkozy? La mayoría de estos votantes son
indiferentes ante las relaciones entre Francia y Estados Unidos. No
les preocupa mayormente el tipo de medidas económicas que Sarkozy ha
prometido. Votaron por él porque en su visión él representa la
clase de posición antimusulmana que les es importante. El logró esto
en tres formas diferentes. Prometió ser duro contra la delincuencia
en los banlieues (los guetos franceses). Se comprometió
hacer más estrictos los controles migratorios. Y se obligó a
mantenerse firme contra la inclusión de Turquía como miembro de la
Unión Europea. Es casi seguro que cumplirá las tres promesas y así
los votantes de extrema derecha conseguirán lo que querían.
Sin embargo, ¿qué
implica esto en cuanto al resto de su programa? No mucho,
necesariamente. La UMP es un partido cuyas raíces históricas son
principalmente el gaullismo. ¿Qué es o qué era el gaullismo? Justo
después de la segunda guerra mundial, Charles de Gaulle, en su primer
periodo en el poder, propuso tres cosas: la afirmación del derecho de
Francia a jugar un papel independiente e importante en la política
mundial; el dirigisme, especie de política económica
keynesiana con un papel importante jugado por el Estado francés, y un
anticomunismo interno.
Cuando retornó al
poder, en 1958, se mantuvo en las tres mismas cuestiones. Cuando habló
acerca de las armas nucleares francesas, afirmó que estaban diseñadas
para defender Francia de tous azimuts, es decir, de todas
direcciones. De Gaulle retiró a Francia de la estructura de comando
de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Sin embargo,
insistió siempre en que Francia estaba del mismo lado global que
Estados Unidos, es decir, anticomunista. Permaneció comprometido con
un Estado benefactor francés. Francia ha tenido otros cuatro
presidentes desde De Gaulle. En realidad, ninguno de ellos se ha
desviado de esta trinidad de posturas gaullistas –poder
independiente francés, Estado benefactor, anticomunismo–, aunque sólo
dos hayan reivindicado ser gaullistas.
¿Será el llamado al
cambio que hace Sarkozy un repudio a esta trinidad de posturas? Lo
dudo. En cuanto a Estados Unidos, afirma que Francia ha sido
"arrogante" en el modo en que manejó la demanda
estadounidense de intervenir en Irak, pero que concordaba con la
postura básica. Esto es más bien afín a la línea de la canciller
alemana, Angela Merkel: hablar más atentamente con Estados Unidos,
pero proseguir con una política un tanto independiente. Merkel ha
mostrado esto recientemente al usar un lenguaje suave con Washington,
pero al mismo tiempo expresar su fuerte oposición a la intención
estadounidense de situar dispositivos de intercepción nuclear en
Polonia y la República Checa.
Es famosa la frase de
lord Palmerson, secretario de Asuntos Exteriores británico a mediados
del siglo XIX: "Gran Bretaña no tiene aliados permanentes; tiene
intereses permanentes". ¿Cuáles son los intereses de Francia?
De hecho, Francia necesita muy poco a Estados Unidos. Es más bien
Estados Unidos el que necesita el respaldo francés. Los intereses
primordiales de Francia son la configuración de Europa y sus
relaciones con sus antiguas colonias en Africa. En Europa, los
intereses de Francia se consiguen mejor mediante una continua y
cercana relación con Alemania. Más que Margaret Thatcher, Merkel
puede servirle de modelo a Sarkozy. Y en cuanto a las antiguas
colonias africanas, éstas han manifestado abiertamente su malestar
por la elección de Sarkozy, precisamente por sus posturas en relación
con los asuntos que le importan a la extrema derecha francesa. Las
primeras prioridades de política exterior de Sarkozy serán trabajar
sus relaciones con Alemania y reparar su imagen en las antiguas
colonias francesas.
Abandonar el legado
gaullista no le ayudará a cumplir ninguna de esas dos prioridades.
Podemos esperar que instrumente algunas medidas económicas, como
eliminar la semana de 35 horas, y que promulgue varias reformas
fiscales. Pero eso está lejos de destruir el Estado benefactor. También,
como lema de campaña ha usado el repudio al legado del 68, que parece
ser un modo en 2007 de ser anticomunista. Falta por verse lo que esto
significa en términos prácticos.
En la política
interna, Sarkozy se mueve para desmantelar lo más posible del grupo
organizado que, siendo del centro, desea tomar distancia de la
corriente principal de derecha creando un "verdadero"
partido de centro. Es probable que lo logre. Y la desorganización del
Partido Socialista sin duda le ayudará a confirmar su base electoral
para futuras elecciones. Todo eso, sin embargo, está muy lejos de
significar un quiebre fundamental con el consenso político con el que
Francia ha operado desde 1945.
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