El
pensamiento de Rosa Luxemburgo
Por
M.
Roca Mone
Revista
Laberinto, Madrid, octubre
1999
El pasado mes de enero se conmemoró
el 80 aniversario
del brutal asesinato de la eminente Rosa Luxemburg. El 15 de Enero de
1919, apenas dos meses después de salir tremendamente envejecida de
la cárcel de Breslau, con sólo 48 años, el gobierno
contrarrevolucionario de la socialdemocracia alemana decidió que
aquel cerebro teórico del marxismo tenía que dejar de pensar. Unos
sicarios, oficiales del
ejército, le hundieron el cráneo a golpes, que remataron con un tiro
en la cabeza, haciéndole estallar el cerebro en pedazos. Su cadáver
mutilado fue tirado a un canal del que no sería rescatado hasta meses después. Un compañero de lucha, Leo
Jogiches, asimismo asesinado en las jornadas de marzo, comunicó a
Lenin, el máximo dirigente del partido bolchevique y de la Gran
Revolución Rusa de Octubre (1917), la muerte de Rosa Luxemburg y de
Karl Liebknett, en términos lapidarios: ”Rosa y Karl han llevado a
su extremo el deber revolucionario”. Y es que, tanto Rosa como Karl
pudieron haber huido, cuando la socialdemocracia gubernamental decidió
ser “el perro sangrador” de la revolución alemana, incitando a
matar a los dirigentes espartaquistas y recientes fundadores del
Partido Comunista alemán (KPD). Las paredes de las calles de Berlín
aparecieron con carteles que decían: “Si quieres tener pan, trabajo
y paz, mata a Liebknett y Rosa Luxemburg”. El mismo diario socialdemócrata
Vorwärts, en el que antaño escribiera Rosa incitaba a que la
asesinaran impunemente.
En
su memoria, nos toca decir que la vida de Rosa Luxemburg estuvo
cargada de una formidable energía dedicada
por completo a la
lucha por la revolución socialista, dando por sentado que ésta no
era para ella una meta utópica o ilusoria, sino por el contrario, la
realización de la necesidad histórica en términos dialécticos. Eso
explica, en primer lugar, que afronte los problemas y las dificultades
de la política práctica, tratando de encontrar o aportar soluciones,
mediante nuevos desarrollos del marxismo. Lo cual implica partir, en
todo momento, de las enseñanzas de Marx y Engels, fundadores del
materialismo histórico y dialéctico. Este enfoque metodológico le
permite saber hasta dónde llegaron sus maestros, para no “inventar
lo inventado”, y así hacer avanzar el “socialismo científico”
del que afirmará orgullosa: “El socialismo nos ha enseñado a
comprender las leyes objetivas del desarrollo histórico”.
Aquí se tratará de esbozar aquellas cuestiones más
llamativas, que fueron objeto de estudio para Rosa Luxemburg, en una
hilazón casi cronológica, desde el primerizo enfoque de la cuestión
nacional, seguida por la temática del revisionismo teórico y
su reflejo en el reformismo político-parlamentario y sindical,
el imperialismo, la acción revolucionaria en Rusia y Alemania,
y la organización del partido de la clase obrera. Se deja de
lado deliberadamente la pormenorización mayor de las controversias
suscitadas por su pensamiento sobre estas cuestiones, con el ánimo de
volver en otras entregas sobre las mismas.
1. La
cuestión nacional
Rosa
Luxemburg había nacido –en la
Polonia anexionada a la Rusia zarista– el 5 de marzo de 1871, fecha
en la que se inicia el gran acontecimiento de la Comuna de París. Su
padre era un judío acomodado y liberal partidario de la asimilación.
Sin duda fue una niña prodigio[i][1]
y de una precocidad extraordinaria en el terreno político, en el que
se había de dirimir la cuestión nacional polaca. En 1893, Rosa funda un partido socialdemócrata polaco, de rechazo al
partido socialista ya existente, defensor a ultranza de la
independencia de Polonia, y en el que advierte un tufo
“social-patriota”, a su juicio, incompatible con el
internacionalismo de la clase obrera.
Precisamente, la tesis de doctorado de Rosa “El desarrollo
industrial de Polonia”, que realiza en la universidad de Zurich, está
en el marco de esta controversia sobre la cuestión nacional. Pues la
tesis avala el planteamiento de la integración económica de Polonia
en Rusia y los estrechos vínculos del proletariado ruso y polaco. El
enfoque económico de Rosa contrasta con el enfoque político de Lenin,
aunque a primera vista pueda interpretarse que Lenin afronta la cuestión
nacional desde el punto de vista del internacionalismo ruso, llamado a
combatir el chovinismo gran ruso y la opresión de las nacionalidades
por el zarismo; mientras Rosa defiende
el internacionalismo polaco combatiendo el nacionalismo reaccionario y
la estrechez de miras del social-patriotismo polaco. No obstante, esa
“división del trabajo”, entre ambos, para Lenin
el internacionalismo proletario pasa por el reconocimiento
del derecho de las naciones a la autodeterminación, al afirmar
que ésta “pertenece entera y exclusivamente a la esfera de la
democracia política”.
Se
ha dicho que, en “La cuestión polaca y el movimiento socialista”,
preparada por Rosa en 1905, ésta se aproxima a los postulados de
Lenin[ii][2]. No obstante, una década más tarde, en
el Folleto Junius, Rosa vincula la autodeterminación de los
pueblos a la realización del socialismo internacional, sin rodeos, al
afirmar: “Mientras existan los Estados capitalistas, mientras la política
mundial imperialista determine y configure la vida interna y externa
de los Estados, el derecho a la autodeterminación nacional no tendrá
nada que ver con su práctica, ni en la guerra, ni en la paz”. Así
como en su estudio de La
Revolución Rusa (1918), casi al final de su vida, una de las críticas
fuertes que le hace a los bolcheviques es el propugnar la consigna de
la autodeterminación de las naciones, a la que responsabiliza de la
“desintegración estatal de Rusia” y el debilitamiento de los
nexos del proletariado de esas naciones; en todo lo cual observa que
la burguesía se hace fuerte, cuando en algunos casos, como el de
Ucrania, la autodeterminación le parece una extravagancia
reaccionaria. Insistirá, por tanto, en que “bajo la dominación del
capitalismo no hay autodeterminación nacional ninguna, que en toda sociedad de clase, cada clase
trata de ‘determinar’ la nación
a su modo y que para las clases burguesas los criterios de la
libertad nacional se supeditan a los de la dominación de clase. La
burguesía finesa coincide por completo con la pequeña burguesía
ucraniana en preferir la tiranía alemana a la libertad nacional si ésta
va acompañada de los peligros del ‘bolchevismo’ ".
2. El revisionismo teórico y el
reformismo político
Desde 1898 Rosa, instalada en Alemania, es un miembro destacado
de la socialdemocracia alemana (SPD), en cuyas publicaciones colabora,
y de las que como el Vorwärts o la prestigiosa revista teórica Die
Neue Zeit será redactora. Ese año había presentado Eduard Bernstein
las conclusiones revisionistas del marxismo, que al año siguiente
recoge en el libro “Las premisas del socialismo”, originando la
consternación consiguiente.[iii][3]
El pensamiento neokantiano, antimaterialista de Bersteín, le llevan a
considerar el socialismo como una cuestión moral. Junto a las
nociones etéreas de la justicia y la igualdad, combina los conceptos
de la economía marginalista de Jevons y Böhn-Bawerk, lo que implica
asimismo el abandono de la teoría marxista del valor-trabajo
y de la explotación capitalista (extracción plusvalía);
pasando así a fustigar el edificio teórico marxista sobre la crisis
económica, la malsonante dictadura del proletariado y el socialismo
como necesidad histórica. “Si reina la necesidad, ¿para qué la
acción?” se pregunta el buenazo de Bernstein, que no oculta su
simpatía por ir del brazo de la burguesía, máxime cuando la
conquista del poder no tiene sentido, ante la bondad de las reformas
sociales sucesivas y acumulativas. Para llegar a la
conclusión de que el “objetivo final” del socialismo, la
revolución, no es nada y que el movimiento de las reformas es el
todo.
La
réplica antirrevisionista, iniciada
por el joven socialista Parvus, en la Gaceta Obrera de Sajonia,
tiene su más destacada exponente en
Rosa Luxemburg que, con su libro “¿Reforma social o revolución?”
(1899), critica sin contemplaciones el intento de introducir “el
virus burgués” en la socialdemocracia tanto en el terreno teórico
como práctico. Argumenta que el abandono del objetivo revolucionario
del socialismo marxista significa el abandono de los medios de lucha,
dado que éstos al ser desviados de la meta final, perdían
también su carácter revolucionario. La preocupación de Rosa
por la dialéctica entre el objetivo final
y los medios afines, le conducen a relativizar el carácter
irreversible o perdurable de las reformas bajo el capitalismo, así
como el papel de la lucha parlamentaria (reformas políticas) y
sindical (reformas económicas), en cuanto que ambas formas de lucha
son sus dos caras. Mucho más circunspecto será Kautsky, el dirigente
teórico de la socialdemocracia alemana, en su folleto “Bernstein y
el programa socialdemócrata”, en el funámbulo esfuerzo de mantener
en teoría el ideal revolucionario aunque en la práctica el partido
haga concesiones al oportunismo.[iv][4]
3. La huelga de masas
La
solución práctica contra el reformismo llega de la mano de la
Revolución Rusa de 1905, en la que la huelga de masas es
experimentada a escala gigantesca. A finales de aquel año, Rosa
marcha a Polonia, donde también se producen huelgas y levantamientos
obreros, siendo apresada y puesta en libertad gracias a la
nacionalidad alemana. En su libro “Huelga de masas, partido y
sindicatos” (1906), analiza
la experiencia rusa y polaca, y a partir de lo cual sitúa a la huelga
como nueva forma de lucha proletaria. Hasta entonces dominaba la
concepción de la huelga en la mitología anarquista, ya refutada
por Engels en el célebre folleto “Los bakuninistas en acción”
(1873), a raíz del desconcierto cantonalista español. Ahora
Rosa teoriza la huelga de masas, en cuanto respuesta al vacío
teórico-práctico dejado por el fracaso de la Comuna de París y la
crítica al insurreccionalismo inviable, planteado por Engels en el célebre
prólogo de 1895 a “La lucha de clases en Francia” de Marx.
La
huelga de masas se encuadra, pues, en una estrategia de derrocamiento
del régimen burgués, lo que origina el consiguiente escándalo en
los medios reformistas y sindicales alemanes. Para éstos era
inadmisible que la Rusia atrasada fuese un modelo a seguir por la
avanzada Alemania. En cambio para Rosa estaba claro que “un año de
revolución ha dado al proletariado ruso más preparación política
que treinta años de lucha parlamentaria y sindicalista no pueden dar
artificialmente al proletariado alemán”. Sin por ello insistir que
la huelga de masas no aparece “como un producto específicamente
ruso, generado por el absolutismo, sino
como una forma universal de la lucha de clases proletaria
determinada por el nivel actual del desarrollo capitalista y de las
relaciones de clase”. Pero nada de eso convence a los líderes
sindicales que juzgan la huelga general como un “disparate
general”, ya porque esgrimen el no contar con medios económicos
para financiar huelgas de esa envergadura, cuando no el que la paz
social sea mejor para el crecimiento de la fuerza sindical, así como
la influencia anarquizante que le asignaban.
4. Partido y sindicatos
La
primacía del partido sobre el sindicato es defendida por Rosa
Luxemburg frente a la teoría sindicalista de la “igualdad de
derechos”, al señalar que mientras el partido representa los
intereses de la clase obrera en su conjunto, en cuanto intereses
emancipatorios futuros, el sindicato sólo representa los intereses
económicos inmediatos de grupos organizados del movimiento obrero, y
a un nivel de su desarrollo. En su concepción, la relación de los
sindicatos con el partido no puede ser otra que la relación de la
parte con el todo, lo cual, en el caso alemán, argumenta sobre la
base de tres rasgos: Primero, en el hecho de que los sindicatos
alemanes han sido creados por el SPD, “que veló por su crecimiento
y el que todavía hoy les da sus mejores mentes y los militantes más
activos de sus organizaciones”. Segundo, que “la teoría
socialista constituye el espíritu vivificador de la práctica sindical; los sindicatos deben su
superioridad sobre todos
los grupos sindicales burgueses y confesionales, a la idea de la lucha
de clases”. Tercero, la fuerza numérica de los sindicatos obedece a
la creciente fuerza del partido socialista en la masa laboral.
“En
pocas palabras, la apariencia de ‘neutralidad’ que es un hecho
para más de un dirigente sindical, no existe para la gran masa de los
trabajadores organizados en los sindicatos”. Y más adelante señala:
“Si en lugar de comparar las
fuerzas numéricas sindicales con las de las organizaciones
socialistas, las medimos con las masas electorales socialistas –y
éste es el único modo justo de comparar– llegamos a un
resultado que se aleja bastante de los análisis divulgados. Se
observa, en efecto, que los “sindicatos libres” representan
efectivamente la minoría
de la clase obrera en Alemania, y que con su millón y medio de
inscritos no recogen ni siquiera la mitad de la masa conquista por el
Partido socialista”.
En
definitiva, la teoría de la “igualdad de derechos” es considerada
por Rosa no sólo una teoría equivocada sino oportunista, al advertir
sin desmayo, que va unida a “la transformación que desde hace mucho
tiempo están impulsando los
representantes de la tendencia oportunista”. Una teoría reflejaba
la concepción dominante en el SPD, para el que la actividad sindical
y parlamentaria eran dos esferas de actividad de igual valor, y que se
consagra formalmente, a partir del congreso de Manhein (1906), cuando
tras la hostilidad de los líderes sindicales ante los intelectuales,[v][5]
la dirección del partido capitula y equipara en autoridad a partido y
sindicatos, obligando éstos a ser consultados y adoptar en común las
decisiones más importantes.
5. El Imperialismo
La
derecha revisionista del SPD se consolida a medida que la cuestión
imperialista se pone en primer plano. En el congreso internacional de
Stuttgart (1907) ante la propuesta francesa de llamar a la huelga
general y al levantamiento proletario en caso de guerra, la delegación
alemana rechaza la acción concreta. Se adhieren a una resolución
redactada por Rosa Luxemburg, porque en dicha resolución los buenos
propósitos no le comprometen a nada, en la práctica, habituados como
estaban a que “las palabras se escribieran para impedir los
actos”. En 1909 Kautsky plantea –en su obra “El camino del
poder”– la “estrategia del desgaste”, a tenor de la cual la
potente socialdemocracia alemana acabaría pacíficamente con la cada
vez más debilitada sociedad burguesa. Era sin duda una contribución
importante al revisionismo teórico y el reformismo parlamentario, en
el que los Erbert y los Noske toman el relevo dirigente, a la par que
se comprometen con la política imperialista alemana. Asegurando en su
caso que no faltarían a sus deberes patrióticos y votando
presupuestos, dejando de lado el querido estribillo de Bebel: “a
este sistema ni un hombre, ni un céntimo”.
Ahora también Kautsky se olvida de lo escrito en “El
socialismo y la política colonial” (1907) para sostener que el
imperialismo no era más que una forma particular de expansión
capitalista, un método violento, que no respondía a los verdaderos
intereses de la burguesía, sino a los de la industria pesada
y los agrarios. La solución de Kautsky era la de postular un
“imperialismo pacífico”, en el terreno económico, y un proyecto
de federación de Estados democráticos europeos, en el terreno político,
prestos a solucionar sus conflictos mediante fórmulas de arbitraje, y
con los partidos socialistas como garantes.
Rosa
Luxemburg y la izquierda del SPD en lucha contra el militarismo y la
carrera armamentística habían situado en primer plano el conflicto
entre el socialismo y el imperialismo, en la que se encuadra la
ruptura con Kautsky (1910-1911). Rosa denuncia que el imperialismo no
era una enfermedad pasajera del capitalismo, ni superable con
invocaciones a la racionalidad o el raciocinio de la burguesía. El
capitalismo necesitaba materias primas y mercados subdesarrollados o
precapitalistas susceptibles de configurar el área de influencia de
las potencias imperialistas coloniales. La cuestión de este reparto
del mundo era que cuando el planeta estuviera por entero bajo el
capitalismo éste habría llegado a su límite de crecimiento y se
hundiría irremisiblemente. Con este propósito de fundamentar teóricamente
el derrumbe y rebatir las tesis reformistas y social-imperialistas,
escribe Rosa a finales de 1912 su obra
“La acumulación de capital: contribución a una explicación
económica del imperialismo”, volviendo a suscitar una sonada polémica.
Cabe recordar asimismo que Rosa enseñaba economía marxista en la
Escuela del Partido, una de las instituciones más prestigiosas de la
socialdemocracia alemana.
El
problema era que para llegar al derrumbe, Rosa creía tener que
sacrificar el Libro II de “El Capital” de Marx, cuyo diagrama de
la reproducción ampliada no le convencía en el terreno de la
realidad. Ella le preguntaba al diagrama “¿quiénes son los nuevos
consumidores para los cuales la producción tiene que ser ampliada?”[vi][6],
al hilo de los países consumidores no capitalistas, en los que sostenía
su teoría sobre el imperialismo. Pero al esquema de la reproducción
ampliada de Marx le son extrañas las teorías consumistas y
subconsumistas, en la medida que el capitalismo no se mueve por el
consumo sino por la ganancia; siendo su límite de crecimiento el
capital mismo, o sea no exógeno sino endógeno, no cabía, en suma,
obtener respuesta a una pregunta mal planteada.
6.
La traición Socialdemócrata
A
todo esto, la izquierda del SPD cuya fuerza se evaluaba en un tercio
de delegados en los congresos no lograba organizarse, pese a las
tentativas en 1912, y contar además con un órgano de prensa
“Correspondencia socialdemócrata” desde 1913. Estas dificultades
se atribuyen al temor a la indisciplina, cuando no a la escisión
existente en sus filas, y en la que interviene el gran aparato político-cultural
y económico que tenía la socialdemocracia alemana. El 14 de junio
de 1914 una gran reunión de las secciones del Gran Berlín
toma el acuerdo de hacer una fuerte agitación en las fábricas contra
la guerra. El 28 de julio se realiza
una gran manifestación. Pero el 2 de agosto se declara la
Primera Guerra Mundial, en Europa, y el 4 de agosto se produce la
llamada “traición socialdemócrata”, al votar el grupo
parlamentario del SPD (110 diputados) los créditos de guerra, tras
los que se pliega a la colaboración de clases, la
llamada “Unión
Sagrada”.
Rosa
levanta su voz contra la ignominia, pero gran parte de la guerra se la
lleva en la cárcel, cumpliendo condena por subversiva, primero en
Pomeramia y después en la cárcel de Breslau, en la que escribe
“La crisis de la socialdemocracia alemana”, con el seudónimo
de Junius. En esta obra subraya el viraje que la guerra mundial ha
representado en la historia mundial; una guerra que estaba llamada a
lanzar la causa del proletariado, como lo acreditan todos los
pronunciamientos realizados por la II Internacional Socialista, y
respecto a los cuales el papel más ignominioso ha sido el de la antaño
modélica socialdemocracia alemana, pues “en ninguna parte la
organización del proletariado se ha puesto tan completamente al
servicio del imperialismo”. Y agrega: “El problema
real que plantea la guerra mundial a los partidos socialistas,
y de cuya solución
depende el destino del
movimiento obrero es el de la capacidad de acción
de las masas proletarias en su lucha contra el imperialismo. El
proletariado internacional no carece de postulados, programas y
consignas, sino de hechos, de resistencia eficaz, de capacidad de
atacar al imperialismo en el momento decisivo, justamente durante la
guerra, y llevar a la práctica la vieja consigna de ‘guerra a la
guerra’. Este es el Ródano que hay que saltar, aquí está el nudo
gordiano de la política proletaria y de su futuro lejano”.
A
título de conclusiones de su análisis, elabora
“Las tesis sobre las tareas de la socialdemocracia
internacional” (1916) en las que resume la significación de la
guerra mundial, del imperialismo como última fase de vida del
capitalismo y enemigo mortal común a los proletarios de todos los países,
así como la necesidad de crear una nueva Internacional. Pues las dos
reglas de conducta o
cuestiones de principio de la misión histórica-mundial de la clase
obrera siguen siendo: la lucha de clases en el interior de los Estados
burgueses contra las clases dominantes respectivas y la solidaridad
internacional de los proletarios.
En
su inacabado estudio de “La Revolución Rusa” (1918), cuyas
noticias le llegan a la
prisión, hay un encendido elogio a la Revolución de Octubre de 1917,
a la que considera “el acontecimiento más grandioso de la guerra
mundial” y la más rotunda refutación práctica a las teorías de
los oportunistas alemanes, encabezados por Kautsky, y la conexión de
los mismos con los mencheviques rusos, aferrados a la democracia
burguesa. Denuncia la “falsedad de la teoría que Kautsky comparte
con el partido de la socialdemocracia gubernamental, según la cual al
ser Rusia un país económicamente atrasado y predominantemente
agrario no estaría maduro para
la revolución social y la dictadura del proletariado”. Desde el
punto de vista teórico señala el falseamiento del marxismo, que
supone esos puntos de vista oportunistas, y desde el punto de vista práctico
lo relaciona con el abandono de la responsabilidades del proletariado
internacional, encabezado por el alemán.
El
elogio al partido de la revolución, le hace decir: “El partido de
Lenin fue el único que comprendió el mandamiento y el deber de un
partido auténticamente revolucionario, el único que aseguró el
avance de la revolución gracias a la consigna: todo el poder para el
proletariado y el campesinado. .... Los bolcheviques se han apresurado
a formular como objetivo de su toma del poder.... no el afianzamiento
de la democracia burguesa, sino
la dictadura del proletariado a fin de realizar el socialismo. Así se
han ganado el mérito histórico imperecedero de haber proclamado por
primera vez los objetivos finales del socialismo como programa
inmediato de la política práctica”.
Luego pasa a “la crítica detallada y reflexiva” de la
actuación de lo bolcheviques, con el fin de extraer las lecciones y
enseñanzas de la primera revolución proletaria, cuyas dificultades
no deja de tener presente. No sin justificar la pertinencia de la crítica
para aquilatar el “tesoro de experiencias y enseñanzas de esta
revolución”, de rechazo a “la apología acrítica”. “De hecho
–insiste– sería ridículo
creer que, en el primer experimento en la historia del mundo con la
dictadura de la clase obrera, todo lo que se haya hecho en Rusia haya
sido el colmo de la perfección...”. Además porque la función de
la crítica se equipara al “mejor entrenamiento del proletariado
alemán e internacional para las tareas que la situación actual les
depara”.
Así
pues, la primera crítica está dirigida contra la consigna de reforma
agraria en el sentido de reparto de la tierra al campesinado, que
aunque fórmula rápida de acabar con el latifundio y ganar el
inmediato apoyo de los campesinos, será tremendamente negativa para
el socialismo, pues no tiene nada que ver con la economía socialista.
La transformación socialista de la agricultura, a decir de Rosa, significa la
nacionalización de los latifundios, siendo el presupuesto de esa
transformación la superación de la separación del campo y la ciudad
característica del capitalismo. En ese sentido advierte
premonitoriamente: “La reforma agraria leninista –afirma–
ha convertido en enemigo del socialismo a un sector nuevo y
poderoso del pueblo en el campo, cuya resistencia será más peligrosa
y más tenaz que la de la nobleza terrateniente”.
El
segundo error, a su juicio, será la consigna de autodeterminación de
las nacionalidades del imperio zarista que, como ya se dijo, equipara
a la desintegración estatal y a la debilitación de las posiciones
proletarias. El tercer
error, en contraste con lo anterior, es el “menosprecio de las
libertades democráticas fundamentales”, cuando éstas, “en
principio constituyen el ‘derecho de autodeterminación’ en la
propia Rusia”. Cuando insiste, “todo lo relativo a las formas
democráticas de la vida política en cada país constituye
efectivamente una base valiosa e imprescindible de la política
socialista, mientras que el famoso “derecho de autodeterminación de
las naciones” no es otra cosa que fraseología huera y patrañas
pequeñoburguesas”.
Y
prosigue, con otro pasaje premonitorio: “Una vez en el poder, la
tarea histórica del proletariado es sustituir a la democracia
burguesa por la democracia socialista y no abolir toda clase de
democracia. La democracia socialista, sin embargo no se puede dejar
para la tierra de promisión, cuando se haya creado la infraestructura
de la economía socialista, como un regalo de Reyes, para el pueblo
obediente que, entre tanto ha sostenido fielmente al puñado de
dictadores socialistas; la democracia socialista comienza a la par con
la destrucción del poder de clase y la construcción del socialismo;
comienza en el momento en que el partido socialista consigue el poder.
La democracia socialista no es otro cosa
que la dictadura del proletariado”.
Pero
no se puede pedir más a los únicos
que han estado a la altura de las circunstancias: “Este es el
aspecto esencial y perenne de la política de los bolcheviques, a los
que corresponde el mérito histórico
imperecedero de mostrar el camino al proletariado
mundial en lo relativo a la conquista del poder político y los
temas prácticos de la realización del socialismo, así como de haber
impulsado poderosamente el enfrentamiento entre capital y trabajo en
todo el mundo. Lo único que cabía hacer en Rusia era plantear el
problema, sin resolverlo. En este sentido el futuro pertenece en todas
partes al “bolchevismo”.
7. La Revolución
Alemana
A
finales de octubre de 1918 un motín en la base naval de Kiel
precipita la caída de la monarquía alemana. El 9 de noviembre la
oleada de huelgas lleva a la huelga general en Berlín, con la que se
inicia la revolución política. Rosa es liberada por las masas de la
cárcel, tras la que se dirige a la plaza de Breslau para hablarles.
En todas las grandes ciudades surgen los Consejos de Obreros
y Soldados de los cuarteles y bases navales. El 11 de noviembre
la Liga Espartaco que dirige Rosa y Karl Liebknecht lanza el
suplemento especial de su diario Rote Fahne, con el programa y la
consigna de “Todo el poder a los Consejos”. Al momento empieza la
contrarrevolución. La proclamación de la República, con el fin de
acabar con los disturbios, y la llegada al poder del SPD significa
para la socialdemocracia reformista conjurar el miedo a la revolución
rusa, en la que no ven más que caos y anarquía. Desde el 10 de
noviembre sus pasos se dirigen: a) a dar garantías al ejército en el
nuevo régimen republicano; b) favorecer la negociación de los
sindicatos con la patronal con miras a la organización de “la
comunidad de trabajo”, estableciendo los convenios colectivos,
elección de representantes laborales en comisiones paritarias y
jornada de 8 horas; c) mantenimiento de los altos cargos de la
maquinaria administrativa de la monarquía, en calidad de técnicos y
ahora “republicanos de circunstancias”.
A renglón seguido el SPD junto a los socialistas
independientes (USPD) que era una escisión por la izquierda de la
socialdemocracia (abril 1917) propugnan la elección a una Asamblea
Nacional, y toman el control del Consejo de los Comisarios del Pueblo,
en el que tratan de incluir a K. Liebknett, pero que éste rechaza,
basándose en la negativa de la Liga Espartaco
a compartir el poder con “los mandados de la burguesía”.
El
manifiesto “¿Qué se propone la Liga Espartaco?” (noviembre 1918)
elaborado por Rosa, parte
de que : ”La revolución socialista es la tarea más importante que
ha correspondido nunca a una clase o a una revolución en toda la
historia del mundo”. Corresponde a una agudización de la lucha de
clases furibunda, dada la resistencia violenta que opone la burguesía
imperialista y la violencia de la contrarrevolución por parte de sus
desclasados lugartenientes: “En su condición de último brote de
clase explotadora, la clase capitalista imperialista supera la
brutalidad, el cinismo descarado y la infamia de todos sus
predecesores”. Hay que prepararse. “La lucha por el socialismo es
la guerra civil más violenta que ha conocido la historia mundial”.
En cuanto a las tareas de la revolución socialista, se resumen en
“una transformación completa del Estado, así como una revolución
de los fundamentos económicos y sociales de la sociedad”.
El
programa consta de 24
puntos más el relativo al internacionalismo proletario. Los que se
reparten en bloques de ocho puntos, el primero de los cuales está
dedicado a las “Medidas inmediatas de afianzamiento de la revolución”.
Se trata del desarme de la policía y los cuerpos francos; requisa de
depósitos de armas, municiones y empresas proveedoras ; eliminación
del mando de oficiales y suboficiales en el ejército y su sustitución
por otros jefes elegibles y revocables por la tropa; eliminación
de la obediencia militar y de los tribunales militares, en lugar de
los cuales se ponga la disciplina libremente asumida; supresión de
todos los organismos políticos y
administrativos del antiguo régimen, y creación de un tribunal
revolucionario que juzgue en última instancia a los responsables de
la guerra y su prolongación, igual que a todos los
contrarrevolucionarios.
El
segundo bloque está
destinado a “la esfera político y social”. Empezando por la república alemana socialista y unitaria; la supresión de todos los
parlamentos y elecciones de consejos obreros de ambos sexos en la
ciudad y el campo; elecciones de consejos de soldados, excluyendo a
los oficiales y capitulacionistas; el derecho de los obreros y
soldados a revocar en todo momento a sus representantes; la abolición
de los privilegios estamentales o de cualquier otro signo y la
igualdad jurídica y social de los sexos, la jornada máxima legal de
6 horas en atención a la regulación del paro y en consideración a
la debilitación física de la clase obrera durante la guerra mundial;
reorganización del sistema de alimentos, vivienda, sanidad y educación.
Mientras que el tercero y último bloque están referidos a
“Reivindicaciones económicas inmediatas”, se trata de la
confiscación de las grandes fortunas en general y las de la casa real
y sus rentas en particular; la anulación de la deuda del Estado y
otras deudas públicas; expropiación por la república de los consejos de las explotaciones
agrarias grandes y medianas, bancos, minas, fundiciones y grandes
empresas de la industria y el comercio; incautación del transporte público;
elección de consejos de empresa que deben establecer las condiciones
de trabajo y fiscalizar la producción en la perspectiva de tomar a su
cargo la dirección en los centros de trabajo. Y, finalmente,
establecimiento de una Comisión central de huelgas que proporcione
una dirección unitaria con una orientación socialista.
El
6 de diciembre el intento de Erbert de apoderarse del Comité
Ejecutivo de los Consejos, haciéndose de la totalidad de poderes
fracasa, produciéndose un tiroteo en el que la extrema izquierda pone
los 16 muertos. El 15 del mismo mes, en Berlín se celebra el congreso
nacional de los Consejos que rechaza la presencia de Rosa Luxemburg y
de Karl Liebknecht, a la par que deciden convocar
las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente, el 19
de enero de 1919. Antes de ser clausurado el citado congreso elige un
consejo central de obreros y soldados , encargado de vigilar la
actuación del gobierno hasta la celebración de esas elecciones,
integrado en su mayoría por el SPD. Así se produce la paradoja de
que el movimiento espartaquista pida “todo el poder para los
consejos”, mientras la mayoría socialdemócrata de éstos no aspira
sino la República burguesa, que será la república de Weimar.
Para
Rosa Luxemburg, sin duda, la revolución alemana era una revolución débil,
que había que fortalecer, cuyo primer periodo, el de la revolución
exclusivamente política, fecha desde el 9 de noviembre al 24 de
diciembre. “La fecha inicial de la revolución fue el 9 de
noviembre. La del 9 de noviembre fue una revolución llena de
insuficiencias y debilidades, lo cual no es nada extraño. Se trataba
de una revolución, luego de cuatro años de guerra, cuatro años, en
los cuales el proletariado alemán, merced a la escuela de la
socialdemocracia y los sindicatos libres (socialdemócratas), manifestó
un grado tal de infamia y de traición a sus tareas socialistas como
no se ha ofrecido en ningún otro país. Si se tiene en cuenta la
evolución histórica –que es lo que hacemos nosotros, en nuestra
condición de marxistas y
de socialistas– no cabe esperar
que en la Alemania que dio el espectáculo terrible de un 4 de
agosto y de los cuatro años subsiguientes, repentinamente, el 9 de
noviembre de 1918,
comience a vivirse una gran revolución, de clase y consciente de sus
objetivos. Lo que presenciamos el 9 de noviembre, más que nada, fue
el hundimiento del imperialismo existente,
antes que la victoria de un principio nuevo” (“Nuestro
Programa y la situación política”).
8. La fundación del Partido Comunista Aleman
En
esas agitadas circunstancias se inscribe la fundación del Partido
Comunista Alemán (KPD). En ese sentido los espartaquistas
coincidieron con otros grupos radicales de izquierda, procedentes de
Berlín, Bremen, Dresde y Hamburgo. El 30 de diciembre de 1919 se
celebra el Congreso fundacional en Berlín, con 83 delegados
espartaquistas y 29 radicales de izquierda, aunque algunas propuestas
de Rosa no fueron aceptadas, como la relativa al calificativo del
nuevo partido, en la que prevaleció la solidaridad con la Rusia soviética,
y respecto a la participación en las elecciones a la Asamblea
Nacional que defendía se impuso la abstención (62 contra 23). En
definitiva, la formación heterogénea que presentaba el nuevo partido
no dejaría de tener consecuencias.
En
la intervención, dedicada al programa del nuevo partido, “Nuestro
programa y la situación política”, Rosa Luxemburg hace un balance
de los 70 años transcurridos desde el “Manifiesto Comunista”,
punto en el que destaca la similitud de enfoque, en la medida de que
en una y otra fecha se establezca “la cuestión del socialismo y
la realización de los objetivos socialistas últimos como la tarea
inmediata de la revolución proletaria”. Frente a la influencia
negativa de la bifurcación entre programa mínimo y programa máximo,
y la preponderancia del parlamentarismo en la evolución política e
ideológica de la socialdemocracia, el retorno al enfoque del
“Manifiesto Comunista” es subrayado por la arenga : ”hemos
vuelto a Marx y seguiremos bajo su bandera”. Eso significa remarcar
tanto la conexión del programa de los comunistas alemanes con el ya
expuesto por la Liga Espartaco, y la ruptura que supone con el pasado
socialdemócrata desde el congreso de Erfurt. “Este programa se
opone conscientemente al criterio mantenido hasta ahora por el
programa de Erfurt; se opone conscientemente a la separación entre
las llamadas reivindicaciones inmediatas y mínimas de la lucha política
y económica y el objetivo final socialista, como programa máximo. En
oposición consciente a todo eso liquidamos los resultados de los últimos
70 años de la evolución y, en especial, el resultado inmediato de la
guerra mundial, al proclamar que ya no reconocemos programa mínimo y
programa máximo alguno; el socialismo es lo uno y lo otro; el
socialismo es lo mínimo que tenemos hoy que implantar”.
En
cuanto a las perspectivas inmediatas de la revolución, plantea el
paso de la revolución puramente política a la revolución social,
mediado por un periodo de movilización huelguística, de forma que ésta
se convierta en el centro de gravedad. Es la respuesta a la pregunta
de qué forma de lucha llevará al socialismo: “¿Qué forma
exterior tiene la lucha por el socialismo? Esta forma es la de la
huelga y por ello hemos visto que la fase económica del desarrollo en
este segundo periodo de la revolución aparece en primer plano.
Quisiera señalar aquí que nosotros podemos decir con orgullo, y
nadie nos lo negará, que los de la Liga Espartaco, el partido
comunista de Alemania, somos los únicos en toda Alemania que nos
hemos puesto al lado de los obreros huelguistas y en lucha”.
No
menos decisiva es la preparación
de la clase obrera que diseña. “Para ello, sin embargo, es
necesario previamente educar a nuestros camaradas y también a los
proletarios, incluso donde se dan consejos de obreros y soldados
falta la conciencia necesaria
de para qué sirven. En primer lugar tenemos que explicar a las masas
que el consejo de obreros y soldados debe ser la palanca que
mueva la maquinaria del Estado, en todos los sentidos, que el consejo
tiene que apoderarse de todos los poderes del Estado y tiene que
orientarlos en el sentido de la transformación socialista. De todo
esto aún son muy ignorantes incluso aquellas masas obreras que ya están
organizadas en los consejos de obreros y soldados, con excepción
claro está de pequeñas
minorías concretas de proletariados que son conscientes
de sus tareas. Pero esto no es ningún defecto, sino
precisamente la situación normal. Ejerciendo el poder es como las
masas tienen que aprender a ejercer el poder; y no existe otra forma
de enseñárselo”.
Apenas
unos días después, se produce la liquidación del movimiento
espartaquista, precedido por una campaña de calumnias, que constituye
una verdadera provocación del gobierno socialdemócrata. La decisión
de huelga general desde el 6
de enero no logra la dimensión de masas requerida, aunque los
enfrentamientos no cesan en Berlín hasta el 12 de enero. Rosa, pese a
considerar prematuro el momento de la insurrección, hasta conocer la
situación del resto de Alemania,
no quiso desautorizar a los camaradas comprometidos en la acción.
La represión dirigida por el socialdemócrata Noske con ayuda de los
reaccionarios cuerpos francos se llevó por delante, en aquellas
jornadas, cuando menos a 150 izquierdistas, que fueron muertos en
combate o ejecutados. Rosa y Karl no dejaron ni por un momento de
sacar su diario –Rote Fahne– a la calle, pero el 15 de enero eran asesinados. La
revolución alemana quedaba decapitada.
Notas:
[i][1]
Rosa sufrió a los cuatro años lo que se creyó una coxalgia y de
cuya mala curación guardó una ligera cojera. A los cinco años
aprendió a leer sola, a los 9 años traducía poemas del alemán
al polaco y a los trece años componía versos contra el emperador
alemán que visitaba Varsovia. A los 14 años era la mejor alumna
del instituto de Varsovia, pese al doble numerus clausus por judía
y polaca. A esa edad se enroló en el grupo revolucionario
“Proletariado”, un grupo diezmado por la represión, viendo a
la edad de 15 años cómo cuatro miembros del grupo eran
ahorcados, 22 encarcelados y unos 200 desterrados.
[ii][2]
Michel Löwy: “Los marxistas y la cuestión nacional”, New
Left Review, 1976. Reproduce una resolución de la II Internacional (1896) a
favor de la autodeterminación, apoyada tanto por Lenin como Rosa
Luxemburg, cuyo texto era: “El congreso proclama el pleno
derecho a la autodeterminación de todas las naciones; y expresa
su simpatía a los trabajadores de todos los países que
actualmente padecen el yugo militar, el absolutismo nacional o de
cualquier otro tipo; el congreso llama a los trabajadores de estos
países a unirse a
las filas de los trabajadores conscientes de todo el mundo con el
fin de luchar al lado de ellos para derrotar al capitalismo
internacional y alcanzar las metas de la democracia social
internacional”.
[iii][3]
A este respecto suele referirse la frase de Ignaz Auer, que le
escribe a Bernstein: “Eduardo eres un asno; esas cosas se hacen,
pero no se dicen”.
[iv][4]
Para Kautsky la socialdemocracia alemana era un partido
revolucionario a la vez que un partido que no hacía la revolución,
de lo cual se infiere que la organización del partido semejante a
un “Estado dentro del Estado”, fuese el sucedáneo de la acción
(J.P. Nettl, biógrafo de Rosa Luxemburg).
[v][5]
En el congreso sindical de Colonia (mayo de 1905) se reflejó la
hostilidad a los intelectuales del SPD y ataques xenófobos contra
R. Luxemburg , en el sentido de que se fuese a Rusia a desplegar
su empeño revolucionario. Al año siguiente en el congreso del
partido, el viejo Bebel, máxima autoridad del SPD, en el
conflicto entre el intelectual Kautsky y el sindicalista Legien,
apoyó al segundo, rechazando la propuesta de K. sobre la difusión
de la ideología socialista en las organizaciones sindicales.
Legien era tan contrario a esa propuesta como a la huelga general,
afirmando que si se aceptaba el sindicato derivaría hacia el
anarquismo. También la celebración combativa del 1º de Mayo será
cuestionada y eliminada basándose en los costes represivos que
acarrea.
[vi][6]
A. SHAIKH, “Valor, Acumulación y Crisis”, pp.271-273, 1991:
“La conclusión de Rosa Luxemburg es que la acumulación
capitalista necesita en la realidad de fuerzas externas a
la relación capitalista, es decir, consumidores
no capitalistas que compran más que venden. De este modo
el comercio entre la esfera capitalista y no capitalista es una
condición de existencia del capitalismo. Y razón por la cual el
imperialismo surge de la lucha
de las naciones capitalistas por el dominio de esas fuentes
de demanda efectiva. A medida que el capitalismo se expande para
cubrir todo el globo, el medio no capitalista se encoge y con él
se reduce la fuente primaria de la acumulación. La tendencia a la
crisis se fortalece y la competencia entre las naciones
capitalistas por las áreas no capitalistas restantes se
intensifica. Crisis mundiales, guerras y revoluciones son el
resultado inevitable de este proceso”.
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