Alex Callinicos
Contra el
postmodernismo - 00
Prólogo a la edición en español
Cuál es la idea de hablar de progreso a un mundo
que se sume
en la rigidez de la muerte?
Walter Benjamín
Toda época ha rechazado su propia modernidad;
toda época, desde la primera en adelante, ha preferido la época anterior.
Walter Map
La versión original de este libro fue publicada en inglés en 1989. En cierta
medida, su tono refleja las peculiaridades culturales y políticas del ambiente
que predominó en los países de habla inglesa a fines de los años ochentas.
Después de todo, era la época de Reagan y de Thatcher, época en la cual las
economías occidentales parecían flotar hacia una prosperidad cada vez mayor,
sostenida por una ola de especulación en el mercado de valores y en el
intercambio comercial acompañada por una retórica generalizada de libre
mercado y por una insaciable avidez. La idea de que habíamos entrado en una
época postmoderna, en la cual los viejos temas de la razón y la revolución
carecían de validez, fue bien acogida, y esto se debió en gran parte a que
correspondía a la experiencia de una generación de profesionales que
ascendían en la escala social y que habían renunciado a los sueños juveniles
de un cambio político radical en favor de una cultura de ostentoso consumo.
Hoy en día, al menos en Europa Occidental y en
Norteamérica, la situación económica y política es muy diferente. Lo que los
japoneses llamaron la "economía-burbuja" estalló por fin, como
sucede con todas las bonanzas basadas en la especulación. Las naciones
avanzadas se precipitaron hacia la tercera recesión de importancia en los
últimos veinticinco años. La euforia que rodeó el fin de la guerra fría y el
hundimiento de los regímenes de Europa Oriental y de la Unión Soviética,
sumada a la creencia de que el capitalismo liberal podía construir ahora un
"nuevo orden mundial", se disolvió pronto debido a la caída de la
economía y al estallido de encarnizadas guerras en varios de los antiguos
países "socialistas".
Sin embargo, creo que los problemas filosóficos, históricos
y estéticos que se exploran en el libro ameritan todavía su discusión. En
primer lugar, como sostiene Jürgen Habermas en El discurso filosófico de la
modernidad, la controversia en torno al tema se ha prolongado por más de
ciento cincuenta años, desde el colapso del sistema hegeliano. El debate
alrededor de las doctrinas de Nietzsche y de Heidegger, que constituyen el
núcleo del postmodernismo, se ha vuelto demasiado intenso para verse seriamente
debilitado por cambios a corto plazo en la coyuntura económica y política. El
problema de saber si debemos rechazar la modernidad y buscar nuevos recursos
filosóficos y culturales en el pasado, o radicalizar la modernidad a través de
una transformación social que realice la promesa de una sociedad libre y
racional, no ha terminado aún.
En segundo lugar, los temas postmodernistas continúan
inspirando muchas de las controversias actuales, como puede ilustrarse con dos
simples ejemplos. El famoso anuncio del fin de la historia proclamado por
Francis Fukuyama oculta, bajo su mensaje superficial, un extremo triunfalismo
capitalista y un pesimismo cultural subyacente que representa una versión
neoconservadora de temas popularizados por Baudrillard y otros escritores de la
misma especie, cuyas obras proclaman la existencia de un mundo "posthistórico"
desprovisto de significado, en el cual las formas del consumo privado buscan,
probablemente sin éxito, llenar el vacío que deja la desaparición de las
grandes contiendas metafísicas y políticas que conforman el contenido de la
historia. Por otra parte, la "política de la identidad", tan en boga
entre los intelectuales de izquierda, es decir, la preocupación por formas
políticas basadas en identidades impuestas o adoptadas (etnia, color, género y
preferencias sexuales) refleja, entre otras cosas, el desgaste de la confianza
en una política universal de libertad susceptible de unir a las víctimas de
las diferentes formas de opresión en una lucha común.
El postmodernismo ha contribuido de manera significativa a
esta proliferación de particularismos militantes. Sin embargo, y ésta es la
tercera razón por la cual creo que los argumentos ofrecidos en el libro
preservan su vigencia, la aparente plausibilidad de las ideas postmodernistas
tiene su origen en experiencias reales. Los acontecimientos ocurridos durante
los últimos cinco años, la muerte del "socialismo realmente
existente", la aparición de violentos y destructivos nacionalismos en los
Balcanes y en la antigua Unión Soviética, el resurgimiento de la extrema
derecha en Francia, Alemania y otros países europeos, todos estos hechos
refuerzan la creencia de que los fundamentos de una política universal de
emancipación ya no existen.
Contra el postmodernismo, no obstante, permanece fiel a
esta política, y no con base en una creencia irreflexiva, sino a través de lo
que pretende ser una argumentación razonada. Como es inevitable, el libro no
discute todos los asuntos pertinentes para los temas tratados. El significado
del colapso del "socialismo realmente existente", que no fue, en mi
opinión, una forma de socialismo sino un capitalismo de estado burocrático, es
el tema de un libro más reciente, The Revenge of History, y el problema
de la emancipación universal espero abordarlo en un próximo trabajo. Entre
tanto, los argumentos presentados en Contra el postmodernismo conservan
toda su pertinencia, al menos según mi criterio, y me es grato saber que el
público de habla hispana tendrá oportunidad de considerarlos.
Alex Callinicos, Julio de 1993
Prefacio y agradecimientos
[Primera edición inglesa]
Este libro es un esfuerzo por controvertir aquella extraña mezcla de pesimismo
político y cultural, por una parte, y de ligero entretenimiento, por la otra,
con la cual un amplio sector de la intelectualidad contemporánea, en una
ridícula repetición del talante apocalíptico de fines del siglo XIX, se
dispone a recibir su propio fin de siécle. Hay algo más que asuntos
filosóficos y estéticos en juego. Fundamentalmente, el problema reside en
saber si el marxismo clásico -considerado ahora por la mayoría de los
intelectuales de izquierda como algo terriblemente anticuado- puede iluminar
nuestra condición actual y contribuir a su mejoramiento. Para responder a esta
pregunta sigo un tortuoso sendero: utilizo las herramientas de la filosofía y
de la teoría social para examinar la tesis según la cual nos encontraríamos
en un cambio de época en nuestra vida social, tesis que rechazo como falsa.
Creo que jamás habría escrito este libro de no ser por una
serie de invitaciones en las que se me pedía discutir aquello que se convirtió
en su tema. Agradezco de manera especial a todos los participantes en el
Seminario sobre Teoría Crítica de Cardiff; a la revista Theory, Culture
& Society, cuyos editores gentilmente me autorizaron a usar (en el
capítulo tercero) parte de un artículo publicado en ella; al Coloquio sobre
Teoría Crítica realizado en la Universidad de Iowa; al Instituto de Arte
Contemporáneo de Londres; a la Conferencia sobre Teoría de Grupos realizada
por la Asociación Británica de Sociología en enero de 1987; al seminario
donde presenté una ponencia en el Departamento de Francés de Birkbeck College,
Londres, y al Taller de Teoría Política de la Universidad de York. Desearía
asimismo agradecer a mis colegas del Departamento de Política de York por
concederme el tiempo necesario para escribir este libro. Fue Colin Gordon quien
me sugirió el bon mot que lleva por título el primer capítulo. Los trabajos
de Perry Anderson, Peter Bürger, Frederic Jameson y Franco Moretti aclararon mi
comprensión del modernismo. David Held fue, de nuevo, un editor estimulante,
entusiasta y colaborador.
Rusell Jacoby, en su interesante aunque deficiente libro The
Last Intellectuals, describe cómo la intelectualidad estadounidense,
después de la última guerra mundial, se retira de la vida pública para
refugiarse en la academia. Análoga historia podría hacerse de sus contrapartes
inglesas. Sin duda, de los agradecimientos anteriores puede colegirse mi
ubicación institucional. Pero tengo también la fortuna de estar sujeto a la
disciplina del compromiso activo con una organización socialista. Desearía
entonces, por último, agradecer a mis compañeros del Partido Socialista de los
Trabajadores, tanto por la paciencia que han mostrado ante mis ensoñaciones
especulativas como por su enorme contribución a la comprensión del capitalismo
contemporáneo, que intento exponer en el capítulo quinto.
Introducción
[Primera edición inglesa]
¿Un libro más sobre el postmodernismo? ¿Qué posible justificación tendría
el contribuir a la destrucción de las menguadas selvas del mundo para entablar
debates que con seguridad han debido agotarse hace tiempo? Mi incomodidad ante
este reto es aún más aguda por cuanto en los orígenes del presente libro
está una emoción poco recomendable: la irritación. Este sentimiento surgió
por la manera cómo, en el transcurso de la década de 1980, la palabra
"postmodernismo" parecía filtrarse en toda discusión teórica
imaginable. Fui invitado a participar en simposios, conferencias, números
especiales de revistas cuyo tema era siempre el postmodernismo, y dado que en
más de una ocasión el tema previsto era bien diferente, fue una experiencia
desconcertante para mí.
No fue, sin embargo, una experiencia idiosincrásica. La
década de 1980 constituyó un momento estelar para el postmodernismo. Uno de
sus principales propagandistas, Ihab Hassan, llegó a escribir en una colección
editada en 1987:
Quisquillosos académicos evitaron alguna vez la palabra
postmoderno como quien elude el más sospechoso neologismo. Ahora, sin embargo,
el término se ha convertido en el santo y seña de nuevas tendencias en cine,
teatro, danza, música, arte y arquitectura; en filosofía, teología,
psicoanálisis e historiografía; en nuevas ciencias, tecnologías cibernéticas
y varios estilos de vida culturales. Ciertamente, el postmodernismo ha recibido
ahora la bendición burocrática del National Endowment for the Humanities en la
forma de seminarios de verano para profesores universitarios; más allá de
esto, ha penetrado el discurso de los críticos marxistas recientes que, hace
sólo una década, ignoraban el término como un caso más de la basura, modas y
estribillos de la sociedad de consumo.1
Las afirmaciones de Hassan se refieren evidentemente a los
Estados Unidos, o en el mejor de los casos a Norteamérica, donde el
postmodernismo halló algunos de sus más extravagantes seguidores en Canadá.
No obstante, las mismas tendencias intelectuales se hacen sentir en Inglaterra.
El notable parroquialismo de la academia británica se aseguró de que tuviera
un mayor impacto en su periferia, es decir, en las personas interesadas en las
últimas tendencias del arte -un simposio sobre postmodernismo en la Galería
Tate, realizado en octubre de 1987, atrajo 1.500 solicitudes para un cupo de
200- o en los intelectuales liberales de izquierda cuyo diario, The Guardian,
dedicó una serie a este tema a fines de 1986, y cuyas revistas predilectas, New
Statesman y Marxism Today, anunciaron varios temas postmodernistas.
Con variaciones locales, el término "postmodernismo" fue adoptado
también en otros lugares del mundo occidental.
Pero ¿qué significa? Era ésta la pregunta que me
inquietaba cada vez más cuando constataba la proliferación de los discursos
acerca del postmodernismo. El asunto se veía complicado por el hecho de que los
principales productores del discurso, tales como Jean-François Lyotard y
Charles Jenks, ofrecían definiciones mutuamente inconsistentes, internamente
contradictorias y/o desesperadamente vagas. No obstante, gradualmente llegué a
ver con claridad que el postmodernismo representa la convergencia de tres
movimientos culturales diferenciados.
El primero incluye algunos cambios ocurridos en las artes
durante el transcurso de las últimas décadas: en particular, la reacción en
contra del Estilo Internacional en arquitectura, vinculada con nombres tales
como Robert Venturi y James Sterling, quienes por primera vez introdujeron el
término "postmoderno" en su uso popular.2 Este rechazo del
funcionalismo y la austeridad tan valorados por el Bauhaus, Mies van der Rohe y
Gropius en favor de la heterogeneidad de los estilos, que recurre de manera
especial al pasado y a la cultura de masas, halló aparentes paralelos en otras
artes: el regreso al arte figurativo en pintura, por ejemplo, y la narrativa de
escritores como Thomas Pynchon y Umberto Eco.3
En segundo lugar, cierta corriente de la filosofía era
considerada como la expresión conceptual de los temas explorados por los
artistas contemporáneos. Se trataba de un grupo de teóricos franceses que
llegaron a ser conocidos durante los años setentas en el mundo de habla inglesa
bajo el rótulo de "postestructuralistas": en particular, Gilles
Deleuze, Jacques Derrida y Michel Foucault. A pesar de sus muchas diferencias,
todos ellos enfatizaron el carácter fragmentario, heterogéneo y plural de la
realidad, negaron al pensamiento humano la capacidad de alcanzar una
explicación objetiva de esa realidad y redujeron al portador de este
pensamiento, el sujeto, a un incoherente revoltijo de impulsos y deseos sub y
transindividuales.
Pero en tercer lugar, el arte y la filosofía parecían
reflejar, en oposición al anti-realismo de los postestructuralistas, cambios
ocurridos en el mundo social. La teoría de la sociedad postindustrial,
desarrollada por sociólogos como Daniel Bell y Alain Touraine, ofrece una
versión de las presuntas transformaciones sufridas por las sociedades
occidentales en el transcurso del último cuarto de siglo. Según estos autores,
el mundo desarrollado se encuentra en una etapa de transición de una economía
basada en la producción industrial masiva hacia una economía en donde la
investigación teórica sistemática se constituye en el motor del crecimiento,
una transformación de incalculables consecuencias sociales, políticas y
culturales.
El libro de Lyotard, La condición postmoderna,
publicado en 1979, goza de cierta posición decisiva en las discusiones acerca
del postmodernismo porque, precisamente, conjuga el arte postmoderno, la
filosofía postestructuralista y la teoría de la sociedad postindustrial.
Quizás esta totalidad tenga algunas fisuras, pero su aparente coherencia ha
impresionado a muchos. Lyotard define lo postmoderno en contraposición a lo
moderno:
Haré uso del término moderno para designar cualquier
ciencia que se legitima a sí misma en referencia a un metadiscurso... haciendo
un explícito llamado a tal o cual gran narrativa: la dialéctica del Espíritu,
la hermenéutica del significado, la emancipación del sujeto razonante o
actuante, la creación de la riqueza.
Hegel y Marx se encuentran evidentemente entre los
principales autores de estas grandes narrativas que, según Lyotard, no se
limitan a legitimar discursos teóricos sino también instituciones sociales.
"En contraste, defino lo postmoderno como la incredulidad con respecto a
los metarrelatos". La negación considerada por Lyotard como
característica del postmodernismo -la de la existencia de un patrón general
sobre el cual fundamentar nuestra concepción de una teoría verdadera o de una
sociedad justa- está claramente vinculada con el pluralismo y antirrealismo,
cuyos paladines son los postestructuralistas. Tales posiciones filosóficas
encuentran, según Lyotard, algún asidero objetivo en virtud de que "en la
época llamada postindustrial y postmoderna", en la que "el saber se
ha convertido en la principal fuerza de producción", la ciencia misma se
fragmenta en un cúmulo de juegos, cada uno de los cuales busca inestabilidades
en lugar de leyes deterministas; todos buscan su legitimación, no en una gran
narrativa, sino en la paralogía, la infracción de las reglas. A esta
transformación del carácter del discurso teórico corresponden aquellas formas
del arte que han dejado de buscar la coherencia, la sistematización, la
integración a un todo.4
Es evidente que este análisis tiene implicaciones
políticas. Lyotard, quien como miembro del grupo Socialisme ou Barbarie en los
años cincuentas estaba comprometido con una visión antiestalinista del
marxismo, para cuando escribió La condición postmoderna había llegado
a rechazar los objetivos de la revolución socialista: "No es cuestión, en
todo caso, de proponer una alternativa 'pura' al sistema: todos sabemos, en
estos años setentas que terminan, que toda alternativa de esta índole
terminará pareciéndose al sistema que pretende reemplazar".5
"Todos" se refiere sin duda al consenso establecido entre la
intelectualidad parisiense en los albores de los nouveaux philosophes, quienes,
a fines de la década del setenta, articularon el abandono del marxismo por
parte de los desencantados hijos de 1968. En la década subsiguiente, no
obstante, los temas del postmodernismo se avinieron bien con la tendencia
seguida por muchos intelectuales de izquierda en los países de habla inglesa.
La idea de que el mundo occidental había entrado en una época
"postmoderna", fundamentalmente diferente del capitalismo industrial
de los siglos XIX y XX reforzó, por ejemplo, los argumentos de dos de los
principales pensadores llamados "postmarxistas", Ernesto Laclau y
Chantal Mouffe, quienes sostuvieron que los socialistas debían abandonar el
"clasismo", el énfasis que hace el marxismo clásico sobre la lucha
de clases como fuerza impulsora de la historia y sobre el proletariado como
agente del cambio.6
La fusión resultante entre postmodernismo y postmarxismo se
expresa acertadamente en la revista Marxism Today, el más radical opositor del
"clasismo" en la izquierda inglesa durante los años ochentas, en la
que se anunció hace poco que vivimos "una nueva era":
A menos de que la izquierda pueda adaptarse a esta Nueva Era,
se verá condenada a la marginalidad... El núcleo de la Nueva Era es la
transición de la antigua economía fordista de producción masiva hacia un
orden postfordista nuevo, más flexible, basado en los computadores, la
tecnología informática y la robótica. La Nueva Era es, sin embargo, mucho
más que una transformación económica. Nuestro mundo se hace de nuevo. La
producción masiva, el consumidor masivo, la gran ciudad, el Estado como Hermano
Mayor, el Estado de la explosión de vivienda, el Estado-nación están en
decadencia: la flexibilidad, la diversidad, la diferenciación, la movilidad, la
comunicación, la descentralización y la internacionalización están en
ascenso. Este proceso transforma nuestra identidad, el sentido de nosotros
mismos, nuestra propia subjetividad. Estamos en transición hacia una nueva
era.7
Este es entonces el terreno delimitado por los discursos
acerca del postmodernismo: un mundo socialmente transformado, del que participan
y reflejan el arte postmoderno y la filosofía postestructuralista, un mundo que
exige un nuevo tipo de política. Por mi parte, rechazo todo esto. No creo que
vivamos en una "nueva era", en una era "postindustrial y
postmoderna" fundamentalmente diferente del modo capitalista de producción
que ha dominado el mundo durante los dos siglos anteriores. Niego las
principales tesis del postestructuralismo por considerarlas sustancialmente
falsas. Dudo mucho de que el arte postmoderno represente una ruptura cualitativa
con el modernismo de comienzos de siglo. Más aún, gran parte de lo que ha sido
escrito para sustentar la idea de que vivimos en una época postmoderna me
parece de ínfimo calibre intelectual, usualmente superficial, a menudo
desinformado y en ocasiones totalmente incoherente.
Debería, sin embargo, matizar este juicio. No creo que el
trabajo de los filósofos conocidos como postestructuralistas pueda descartarse
sin más: es posible que Deleuze, Derrida y Foucault estén equivocados en
ciertos aspectos fundamentales, pero desarrollan sus ideas con considerable
habilidad y sofisticación a la vez que ofrecen visiones parciales de innegable
valor. Sin embargo, tampoco es claro que suscriban necesariamente la idea de una
época postmoderna. Cuando se le invitó a comentar esta idea poco antes de su
muerte, Foucault respondió sardónicamente: "¿A qué llamamos
postmodernidad? ¿Será que no estoy actualizado?"8 Es preciso distinguir
entre las teorías filosóficas desarrolladas entre las décadas de 1950 y 1970
y agrupadas luego bajo el título de "postestructuralismo", de la
apropiación que se hizo de ellas durante los años ochentas para apoyar la
tesis del surgimiento de una nueva era. Este último desarrollo ha sido liderado
por filósofos, críticos y teóricos sociales estadounidenses, con ayuda de
algunas figuras parisienses, Lyotard y Baudrillard, quienes, cuando se comparan
con Deleuze, Derrida y Foucault, aparecen como meros epígonos del
postestructuralismo.
Análogo argumento puede ofrecerse con respecto al arte
postmoderno. A menudo parece que la diferencia entre los postmodernistas y sus
oponentes reside en la evaluación que hacen de los méritos o falta de méritos
de la reciente literatura, pintura o arquitectura, comparadas con las obras
maestras del modernismo en Joyce, Picasso o Mies.9 No obstante, habría una
cuestión previa independiente de tales juicios de valor, que constituye la
preocupación principal de este libro, a saber, si en efecto podemos distinguir
radicalmente el modernismo y el postmodernismo como dos épocas diferentes de la
historia de las artes. Si, como lo argumento, tal cosa es imposible, y si las
doctrinas que proclaman la existencia o el surgimiento de una época postmoderna
son falsas, como también lo afirmo, nos vemos abocados a una pregunta ulterior:
¿de dónde proviene el profuso discurso sobre la postmodernidad? ¿Por qué, en
la década pasada, gran parte de la intelectualidad occidental llegó a
convencerse de que tanto el sistema socioeconómico como las prácticas
culturales experimentan una ruptura fundamental con respecto al pasado reciente?
Este libro se propone responder esta pregunta, así como
refutar los argumentos ofrecidos en favor de la idea de tal ruptura. Por
consiguiente, ocupa de manera un tanto incómoda aquel espacio definido por la
convergencia de la filosofía, la teoría social y los escritos históricos. Por
fortuna, existe una tradición intelectual caracterizada precisamente por
realizar una síntesis de estos géneros: el materialismo histórico clásico
del propio Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Luxemburg y Gramsci. Desde la
perspectiva de tal tradición, este libro puede verse como la continuación, en
una clave menor, de la crítica de Marx a la religión, en la que trata al
cristianismo, en particular, no sólo como un conjunto de falsas creencias, cosa
que ya había hecho la Ilustración, sino como la expresión distorsionada de
necesidades reales negadas por la sociedad de clases. En este sentido, no busco
sólo demostrar la insuficiencia intelectual del postmodernismo, comprendido
como la doctrina según la cual entramos ahora en una época postmoderna,
justificada por referencia al arte postmoderno, a la filosofía
postestructuralista y a la teoría de la sociedad postindustrial, sino colocarlo
en un contexto histórico. El postmodernismo puede ser considerado, desde esta
perspectiva, como un síntoma.
La estructura del libro refleja la estrategia descrita. El
capítulo primero explora los principales rasgos del discurso postmodernista. Se
centra especialmente en la posición preponderante atribuida en este discurso al
modernismo, en la forma como lo caricaturiza y a la vez se apropia de sus
características definitorias para el arte postmoderno, con la intención de
crear la impresión de una ruptura reciente y radical en la experiencia
cultural. Esto nos lleva en el capítulo segundo a una explicación alternativa
del modernismo. Con base en una lectura crítica de los trabajos de Perry
Anderson, Peter Bürger y Franco Moretti, sostengo que el florecimiento del arte
modernista a comienzos del presente siglo debe ser visto a la luz de una
coyuntura histórica específica que, en vísperas de la Revolución de Octubre,
dio lugar a la radicalización del modernismo manifestada en movimientos de
vanguardia tales como el constructivismo y el surrealismo, en los que se
cuestiona la institución misma del arte como parte de la lucha por una
transformación social más amplia. La derrota de la revolución socialista fue
también la de las vanguardias y determinó la historia subsiguiente del
modernismo, respecto del cual el arte postmoderno es sólo una variante más.
En el capítulo tercero me ocupo del postestructuralismo, que
debe verse, inter alia, como la expresión filosófica del modernismo, cuyos
temas característicos fueron anunciados por Nietzsche, el autor de mayor
influencia en la obra de Deleuze, Derrida y Foucault. Procedo luego a resaltar
lo que parecen ser las mayores dificultades comunes a estos filósofos: la
negación de toda objetividad al discurso, la incapacidad de fundar la
oposición al poder que pretenden articular y la negación de toda coherencia e
iniciativa al sujeto humano. Argumentaré que el regreso de Foucault, en su
última obra, a la idea nietzscheana de un sujeto que se inventa a sí mismo no
resuelve estos problemas y que la escritura de Baudrillard, tan en boga, es una
vulgar caricatura de los aspectos novedosos e interesantes del
postestructuralismo.
El crítico más reciente de esta tradición es Jürgen
Habermas, y El discurso filosófico de la modernidad (1985) es
ciertamente una de las obras clásicas de la década. Sin embargo, en el
capítulo cuarto sostengo que la crítica de Habermas al postmodernismo se ve en
gran medida debilitada por una concepción esencialmente procedimental de la
razón, elemento central de su teoría de la acción comunicativa, que lo
conduce a una filosofía del lenguaje implausible, a una teoría idealista de la
sociedad y a una explicación poco crítica de la democracia liberal moderna. Me
propongo afirmar que sólo el materialismo histórico clásico, reforzado por
una explicación del lenguaje y del pensamiento a la vez naturalista y
comunicativa, puede suministrar una base segura para la defensa de la
"Ilustración radicalizada" con la que Habermas está comprometido.
Finalmente, en el capítulo quinto me ocupo de la teoría
social del postmodernismo, y no sólo de la idea de una sociedad postindustrial,
cuya refutación es relativamente sencilla, sino de aquellos intentos más
persuasivos realizados por marxistas o marxizantes como Frederic Jameson, Scott
Lash y John Urry, para quienes una nueva fase "multinacional" o
"desorganizada" del capitalismo subyace al presunto surgimiento del
arte postmoderno. Creo, no obstante, que los cambios detectados por estos
autores, cuando no excesivamente exagerados, son el producto de tendencias mucho
más prolongadas o bien de circunstancias propias de la coyuntura económica
particular y altamente inestable de los años ochentas. Al considerar esta
coyuntura nos vemos conducidos a discutir las raíces del postmodernismo que, en
mi concepto, deben hallarse en la combinación del desencanto producido por las
secuelas de 1958 en el mundo occidental y las oportunidades de un estilo de vida
"sobreconsumista" ofrecido por el capitalismo a los estratos de cuello
blanco en la era Reagan-Thatcher.
Este argumento nos lleva a unas conclusiones políticas
coherentes con los compromisos intelectuales que hemos formulado, ya que uno de
los propósitos del libro, y no el de menor importancia, es la reafirmación de
la tradición revolucionaria socialista en contra de los apóstoles de la
"nueva era". Los lectores juzgarán si mis argumentos respaldan
suficientemente esta afirmación, pero el intento realizado suministra una
respuesta, al menos satisfactoria para mí, a la exigencia de justificar el
haberlo escrito.
Su tono es predominantemente crítico, como puede colegirse
del anterior resumen. Mi preocupación no es exponer mis propias concepciones,
sino demostrar lo erróneo de las concepciones ajenas. Sin embargo, implícitos
a lo largo del libro y en ocasiones explícitos, hay fragmentos de una
explicación alternativa de aquellos asuntos sobre los que se centra la
controversia en torno al postmodernismo: la naturaleza de la modernidad y del
arte moderno, por ejemplo (capítulo segundo), y los atributos de la
racionalidad (capítulo cuarto). Por razones obvias, es imposible ofrecer un
argumento explícito para fundamentar esta explicación; quizás las críticas
al postmodernismo, de ser persuasivas, sirvan de recomendación a mis propias
ideas. Parte de la argumentación que aquí se echa de menos se halla en otro
libro, Making History, donde intento desarrollar una teoría de la estructura y
de la acción, un contrapeso necesario al antihumanismo de Deleuze, Derrida y
Foucault. No obstante, en última instancia, los argumentos con los que se
compromete el presente libro -especialmente en el capítulo quinto- se resuelven
en el debate más general acerca de si el marxismo clásico puede suministrar
todavía una orientación teórica y práctica en el mundo contemporáneo,
controversia que no será dirimida a nivel del discurso, sino en el terreno de
la política.
>>> Al Capítulo 1
Notas:
1.
Hassan, The Postmodem Turn, 1987, p. xi.
2. A todo lo largo del libro, utilizo la palabra
"arte" en un sentido genérico para referirme no sólo a la pintura y
la escultura, sino también a la arquitectura, la música, la literatura, etc.
3. Ciertamente, parece que el primer uso relativamente
sistemático del término "postmoderno" tenía como propósito
caracterizar ciertas narrativas experimentales de fines de la década de 1950 y
los años sesentas: ver Hassan, op. cit, pp. 85-86, y F. Kermode, History and
Value, Oxford, 1988, pp. 129-30.
4.
PMC, pp. xxiii-iv, 5 y passim.
5.
Ibid. p. 66.
6. E. Laclau y C. Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy,
Londres, 1985. Ver la crítica a toda esta corriente en E. M. Wood, The Retreat
from Class, Londres, 1986.
7. Marxism Today, introducción a un número especial sobre
"La nueva era", octubre de 1988.
8. M. Foucault, "Structuralism and Poststructuralism",
Telos 55,1983, p. 204. 9. Compárese, por ejemplo, T. Eagleton, "Capitalism,
Modernism and Postmodernism" NLR 152,1985, y L. Hutcheon, A Poetics of
Postmodernism, Londres, 1988.
Abreviaciones:
DFM J. Habermas, El discurso filosófico de la modernidad, (Madrid,
1989).
FT Financial Times.
MH A. Callinicos, Making History
(Cambridge, 1987).
MIC C. Nelson y L. Grossberg, eds., Marxism and the Interpretation of
Culture (Houndmills, 1988).
MR P. Anderson, "Modernity and Revolution", en
MIC.
NGC New German Critique
NLR New Left Review
PMC J.-F. Lyotard, The Postmodem Condition (Manchester, 1984).
TAC J. Habermas, The Theory of Communicative Action I, (Londres, 1984),
II (Cambridge, 1987).
TCS
Theory, Culture & Society.
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