Alex Callinicos
Contra el
postmodernismo - 01
Capítulo 1
- La jerga de la postmodernidad
Vivimos, lamento decirlo, en una época de superficies.
Oscar Wilde
1.1 La Ilustración y todo eso
"Postmodernidad" y revolución: el tema de este libro podría
resumirse en estas dos palabras que, en apariencia, tienen poco en común. En
realidad, ambas comparten al menos un rasgo: carecen de referente en el mundo
social. Pero cada una lo hace de manera diferente. La revolución socialista es
el resultado de procesos históricos operantes en el transcurso del presente
siglo que han producido una serie de importantes convulsiones sociales y
políticas y, en una ocasión -en Rusia, en octubre de 1917- el surgimiento
real, si bien poco duradero, de un Estado de la clase obrera. La inexistencia de
una revolución socialista exitosa es un hecho histórico contingente. La
postmodernidad, por el contrario, es una construcción meramente teórica cuyo
primordial interés reside en la circunstancia de ser un síntoma del talante
actual de la intelectualidad occidental (de ahí las comillas en torno a la
palabra "postmodernidad", que deben ser tratadas como si rodearan en
forma invisible toda ocurrencia del término en este libro). Postmodernidad y
revolución, no obstante, están relacionadas. La creencia en una época
postmoderna no sólo se asocia, por lo general, con el rechazo a la revolución
socialista, por irrealizable o indeseable, sino que el fracaso percibido de la
revolución es lo que ha contribuido a la difundida aceptación de esta
creencia.
Lyotard trata el rechazo a la revolución como un caso
particular de un fenómeno más general y constitutivo de lo postmoderno: el
colapso de las "grandes narrativas". Estas estarían asociadas
primordialmente con la Ilustración, esto es, con aquellos pensadores del siglo
XVIII, en su mayoría franceses y escoceses, que buscaban extender los métodos
de la revolución científica del siglo XVII a la explicación del mundo social
como parte del esfuerzo más amplio del ser humano por obtener un control
racional de su entorno. La filosofía de la historia que resulta de este enfoque
está expresada en el título del célebre ensayo de Condorcet, Esbozo del
progreso de la mente humana: en la evolución de la sociedad puede leerse el
mejoramiento progresivo de la condición del hombre. Lyotard considera a Hegel y
a Marx, al menos en este sentido, como sucesores de los philosophes, pero
sostiene que ahora, sin embargo, la totalidad del proyecto de la Ilustración se
ha ido a pique:
La idea de que el progreso es posible, probable o necesario
estaba arraigada en la certeza de que el desarrollo de las artes, la
tecnología, el conocimiento y la libertad iría en beneficio de la humanidad en
su conjunto.
Dos siglos después, somos más sensibles a los signos que
nos indican lo contrario. Ni el liberalismo económico ni el político, como
tampoco la variedad de los marxismos, están libres de sospecha en lo referente
a crímenes de lesa humanidad durante los dos sanguinarios siglos pasados...
¿Qué tipo de pensamiento sería capaz de resolver en un nivel superior (Aufheben)
a Auschwitz dentro de un proceso general (empírico o especulativo) hacia la
emancipación universal?1
Lyotard califica este pensamiento de "trivial"; un
término mejor sería "obsoleto." Aquello que Georg Lukács llama el
"anticapitalismo romántico" había surgido ya a fines del siglo
XVIII, en oposición a la Ilustración y al orden social burgués al que
parecía sancionar en nombre de un pasado precapitalista idealizado.2 Podría
considerarse que Hegel y Marx responden a la crítica romántica de la
Ilustración en cuanto buscan incorporarla a una comprensión más compleja del
desarrollo histórico que la ofrecida por Condorcet y otros philosophes. El
rechazo a la Ilustración, que a menudo se atribuye a Nietzsche, fue producto
del pensamiento europeo de fines de los siglos XVIII y XIX. Quizás el ejemplo
reciente más famoso y complejo de esta tradición sea La dialéctica de la
Ilustración de Max Horkheimer y Theodor Adorno (1944), donde se afirma que
la necesidad de dominar la naturaleza, consagrada por los philosophes, culmina
en el "mundo totalmente administrado" del capitalismo tardío, en el
cual lo reprimido regresa bajo la forma bárbara e irracional del fascismo.
La "incredulidad frente a las grandes narrativas" o
"metarrelatos", como los llaman otros autores, es entonces al menos
tan vieja como la Ilustración, movimiento donde proliferaron. El
reconocimiento, a fines del siglo pasado, de lo que Sorel denominó las
ilusiones del progreso parece particularmente incómodo para quienes se proponen
asociar de manera distintiva el arte postmoderno con tal incredulidad, pues las
figuras principales de la era heroica del modernismo rechazan por lo general la
noción de progreso histórico. T.S. Eliot, por ejemplo, en la famosa reseña de
Ulises escrita en 1923, describe el uso que hace Joyce del mito
"sencillamente como una manera de controlar, ordenar y conferir forma y
sentido al inmenso panorama de futilidad y anarquía que es la historia
contemporánea".3 Frank Kermode argumenta que "el sentido de un
final", el sentimiento de encontrarse al final de una época, "el
ánimo impregnado de crisis final" es "endémico a lo que llamamos
modernidad".4
Sin embargo, una concepción apocalíptica de la
postmodernidad como lugar de la catástrofe final de la civilización occidental
es bastante común. Arthur Kroker y David Cooke, por ejemplo, escriben: "La
nuestra es una consciencia de fin de milenio que, al final de la historia, en la
época crepuscular del ultramodernismo (de la tecnología) y el
hiperprimitivismo (de los talantes públicos), descubre un gran panorama de
desintegración y decadencia contra la irradiación de un trasfondo de parodia,
kitsch y agotamiento".5 Pero los postmodernistas no sólo reclaman como
propia esta consciencia apocalíptica, rasgo bastante común del pensamiento
occidental desde la Edad Media, según Kermode,6 sino que la contraponen al
modernismo, que conciben a su vez como símbolo de la Ilustración. Linda
Hutcheon atribuye así al modernismo "fe en el dominio racional,
científico de la realidad", precisamente el rasgo distintivo del proyecto
de la Ilustración.7
Russell Berman señala que unos y otros, los postmodernistas
y los defensores del proyecto de la Ilustración, tales como Habermas, afirman
que los conceptos de modernidad y de modernismo que están en juego corresponden
a las formaciones culturales del humanismo que han prevalecido en Occidente
desde el Renacimiento, o al menos desde el siglo XIX. De allí la aparente
similitud de la controversia contemporánea con aquella que se dio entre la
Ilustración y sus opositores románticos, repetida tantas veces en el
transcurso de los dos siglos precedentes. La consecuencia de esta definición
epocal de la modernidad es la relativa denigración de la revolución estética
de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX y el surgimiento de lo que se
conoce como "arte moderno" o "literatura modernista", por
oposición a las formas tradicionales y convencionales de las décadas
anteriores.8
Regresaremos a esta falta de especificidad histórica en la
sección 1.4, pero consideremos ahora el otro lado de esta asimilación del arte
moderno a la Ilustración, esto es, la apropiación de los rasgos del modernismo
para dar al arte postmoderno su identidad distintiva.
1.2 El agotamiento del modernismo
Comparemos estos dos pasajes:
En el espacio multidimensional y resbaloso del
postmodernismo, todo va con todo, como en un juego sin reglas. Imágenes
flotantes como las que vemos en la pintura de David Salle no guardan relación
con nada en absoluto, y el significado se convierte en algo desprendible, al
igual que las llaves de un llavero. Disociadas y descontextualizadas, se
deslizan una al lado de la otra sin llegar a unirse para conformar una secuencia
coherente. Sus interacciones fluctuantes pero no recíprocas son incapaces de
fijar un significado.9
La naturaleza de nuestra época es la multiplicidad y la
irresolución. Sólo puede reposar en das Gleitende (lo que se mueve, lo que se
desliza, lo que se nos sale de las manos) y sabe que lo que otras generaciones
consideraban firme es en realidad das Gleitende.10
El primer pasaje proviene de una conferencia dictada por la
crítica de arte Suzy Gablik en Los Angeles en 1987, y el segundo fue escrito
por el poeta Hugo von Hofmannsthal en 1905. Ambos describen un mundo plural y
polisémico, pero para Gablik tal concepción es propia del arte postmoderno. Y
así, una concepción de la realidad que tiene su origen en Nietzsche, bastante
difundida entre los intelectuales centroeuropeos a fines del siglo pasado y que
hallamos con frecuencia en la obra de las principales figuras del modernismo,
como Hofmannsthal, se presenta como típicamente postmodernista.
Este tipo de apropiación de los motivos modernos es uno de
los rasgos característicos del arte postmoderno. El alcance de este argumento
sólo puede establecerse si consideramos primero la naturaleza del modernismo.
Eugene Lunn nos ofrece una excelente definición del mismo:
1. Auto-consciencia estética o auto-reflexividad. El proceso
de producir la obra de arte se convierte en el centro de la obra misma: Proust,
desde luego, suministra su ejemplo más acabado en En busca del tiempo
perdido.
2. Simultaneidad, yuxtaposición o "montaje". La
obra pierde su forma orgánica y se convierte en un conjunto de fragmentos,
tomados a menudo de discursos o medios culturales diferentes. Evocan los
collages cubistas y surrealistas, junto con la práctica del montaje
cinematográfico desarrollada por Eisenstein, Vertov y otros cineastas rusos
revolucionarios.
3. Paradoja, ambigüedad e incertidumbre. El mundo mismo
pierde su estructura coherente, racionalmente identificable, y se convierte,
como lo dice Hofmannsthal, en algo múltiple e indeterminado. Las grandes
pinturas de Klimt, "Filosofía", "Medicina" y
"Jurisprudencia", encargadas para la Universidad de Viena pero
rechazadas a causa del escándalo que sus imágenes oscuras y ambiguas
representaban para el pensamiento ilustrado, ejemplifican esta concepción.
4. "Deshumanización" y eliminación del sujeto
individual integrado o personalidad. La célebre afirmación de Rimbaud, "Je
est un autre" (Yo es otro), encuentra eco en las exploraciones literarias
del inconsciente inauguradas por Joyce y continuadas por los surrealistas.11
Resulta sorprendente que los autores de las dos discusiones
más recientes e interesantes acerca del modernismo, Perry Anderson y Franco
Moretti, nieguen ambos que haya un conjunto de prácticas artísticas
relativamente unificado que corresponda a una definición como la ofrecida por
Lunn. Anderson escribe: "El modernismo como noción es la más vacía de
las categorías culturales. A diferencia del gótico, el renacentista, el
barroco, el romántico o el neoclásico, no designa un objeto descriptible por
derecho propio; carece por completo de contenido positivo.12 Quizás Anderson
cree demasiado en las categorías tradicionales de la historia del arte,
términos cuyos orígenes son a menudo arbitrarios y cuyo uso resulta incierto y
cambiante.13 Moretti es más concreto en la forma como expresa su escepticismo
acerca del rótulo "modernismo":
"Modernismo" es una palabra comodín que quizás no
deba usarse a menudo. Dudaría en calificar a Brecht de modernista... En
realidad, sencillamente no puedo pensar en una categoría significativa que
pudiera incluir, por ejemplo, el surrealismo, Ulises y una obra de Brecht. No
puedo imaginar cuáles serían los atributos comunes de tal concepto. Sus
objetos son excesivamente disímiles.14
No obstante, resulta bastante plausible considerar que las
obras de teatro de Brecht corresponden a los "atributos comunes" de la
definición de Lunn: el efecto de distanciamiento (Verfremdung) está diseñado
precisamente para hacer que la audiencia sea consciente de estar en un teatro y
no fisgoneando lo que sucede en la vida real; Brecht reconoce explícitamente el
montaje como rasgo definitorio de su teatro épico; sus piezas están
construidas en parte para negar al espectador la satisfacción de un sentido
inequívoco, y las narrativas desarrolladas ya no tratan al sujeto individual
como autor soberano y coherente de los acontecimientos. Con esto no se pretende
negar las considerables variaciones que se dan dentro del modernismo: uno de los
méritos de la explicación de Lunn es precisamente el contraste que traza entre
el confiado racionalismo del cubismo en Francia antes de 1914 y el
"lánguido esteticismo" vienés, por una parte, y, por la otra, el
arte "nervioso, agitado y sufrido" producido por el expresionismo
alemán.15 Tampoco se trata de desconocer las importantes diferencias dentro del
modernismo en lo que respecta a la posición misma del arte -asunto sobre el
cual regresaré en el capítulo segundo. La definición de Lunn, sin embargo,
capta los rasgos distintivos del arte que aparece en Europa a fines del siglo
XIX.
Las ventajas de disponer de una concepción semejante del
modernismo resultan evidentes cuando consideramos las definiciones que se
ofrecen del postmodernismo; la de Charles Jenks, por ejemplo: "Aún hoy,
definiría el postmodernismo como... doble codificación: la combinación de las
técnicas modernas con algo más (por lo general la construcción tradicional)
para que la arquitectura pueda comunicarse con el público y con una minoría
interesada, por lo general constituida por otros arquitectos".16 Esta
definición adquiere plausibilidad en razón de los intentos de los arquitectos
en las últimas décadas por distanciarse de las losas alargadas
características del Estilo Internacional, con el que se identifica el
modernismo en arquitectura. Pero si, como pretende serlo, es tomada como una
caracterización general del arte postmoderno,17 resulta a todas luces
inadecuada. La sobrecodificación -aquello que Lunn denomina
"simultaneidad, yuxtaposición o montaje"- es un rasgo que define el
modernismo. Peter Ackroyd escribe lo siguiente acerca de Tierra yerma:
Eliot sólo halló su propia voz cuando reprodujo primero la
de otros, como si únicamente a través de su lectura y en respuesta a la
literatura pudiera hallar algo a lo cual aferrarse, algo "real". Es
por esto que Ulises lo afectó de manera tan fuerte, como ninguna otra
novela jamás lo hizo. Joyce había creado un mundo que existe únicamente en y
mediante los múltiples usos del lenguaje: voces, parodias de estilos... Joyce
poseía una consciencia histórica del lenguaje y por ello la de la relatividad
de todo "estilo" determinado. Todo el desarrollo de Eliot habría de
llevarlo a compartir esta consciencia... En la secuencia final de Tierra
yerma, él mismo crea un montaje de líneas de Dante, Kyd, Gerard de Nerval,
el Pervigilium Veneris y el sánscrito... No hay una "verdad"
que debamos hallar, sólo una serie de estilos e interpretaciones que se suceden
unos a otros en un proceso al parecer interminable y sin sentidos.18
Eliot es un caso de particular pertinencia a la luz de la
tesis de Jencks según la cual el postmodernismo representa un "regreso a
la tradición occidental más amplia", después del "fetiche de la
discontinuidad"19 del modernismo. Pues una de las preocupaciones centrales
de Eliot -expresada por ejemplo en "La tradición y el talento
individual"- es la relación de continuidad y discontinuidad entre su
propia obra y la tradición europea más amplia:
.... el sentido histórico empuja al hombre a escribir no
simplemente con su propia generación en la sangre, sino con un sentimiento de
que el conjunto de la literatura de Europa desde Homero, y dentro de ella el
conjunto de la literatura de su propio país, tiene una existencia simultánea y
constituye un orden simultáneo. Este sentido histórico, que es tanto un
sentido de lo eterno como de lo temporal, y de lo eterno y de lo temporal
juntos, es lo que hace tradicional a un escritor. Y es al mismo tiempo lo que
hace que el escritor sea más agudamente consciente de su lugar en el tiempo, de
su propia contemporaneidad.20
Eliot no representa en ningún sentido la excepción entre
los principales modernistas en su preocupación por situarse respecto de la
"tradición occidental más amplia", como lo puede confirmar cualquier
lector o espectador que se familiarice con las obras de Joyce, Schónberg o
Picasso. Por lo tanto, la afirmación de Linda Hutcheon en el sentido de que
"el postmodernismo va más allá de la auto-reflexividad para ubicar el
discurso en un contexto más amplio"21 resulta poco convincente. Hutcheon
emplea lo que llama "metaficción historiográfica", a una serie de
novelas contemporáneas, para ilustrar esta tesis, pero los ejemplos que ofrece
-Los niños de la medianoche, de Salman Rushdie; La mujer del teniente
francés, de John Fowles; El loro de Flaubert, de Julian Barnes, y Ragtime,
de E. L. Doctorow, entre otros- parecen bastante heterogéneos y se identifican
principalmente por el uso que hacen, con diversos propósitos y en distintas
modalidades, de los recursos narrativos inaugurados por Conrad, Proust, Joyce,
Woolf y otros a comienzos del siglo.
El argumento de Hutcheon es parte de una serie de maniobras
destinadas a tratar de explicar el incómodo hecho de que, tanto las
definiciones ofrecidas del arte postmoderno como los ejemplos que se citan de
él, lo ubican más plausiblemente como una continuación de la revolución
modernista y no como una ruptura respecto de ella. Otra estrategia frecuente es
tratar el modernismo como esencialmente elitista. Hutcheon habla de "la
oscuridad y hermetismo del modernismo",22 e incluso Andreas Huyssen, quien
habitualmente desdeña tales cosas, nos dice que "las tendencias más
importantes dentro del postmodernismo se han opuesto a la implacable hostilidad
del modernismo a la cultura de masas".23 Tomadas como aserciones acerca de
la construcción interna del arte moderno, son excesivamente fuertes. Incluso
Eliot, repulsivamente mandarín, adoraba la música popular londinense y buscó
integrar sus ritmos a algunos de sus poemas, especialmente Sweeney Agonistes.24
Stravinski no sólo escribió La consagración de la primavera, sino
también La historia del soldado, basada en gran parte en la música popular. Si
las afirmaciones citadas están dirigidas contra el esteticismo de los grandes
modernistas, contra su tendencia a considerar el arte como un refugio del
"inmenso panorama de futilidad y anarquía que es la historia
contemporánea", la acusación es ciertamente acertada. No obstante,
incluso en este caso, quienes están comprometidos con la idea de un arte
postmoderno, radicalmente novedoso, deben confrontar el desarrollo de los
movimientos vanguardistas como el dadaísmo, el constructivismo y el
surrealismo, que utilizan las técnicas modernistas para superar la brecha entre
el arte y la vida como parte de una lucha más amplia por transformar la
sociedad. Es éste un tema del que me ocuparé en el siguiente capítulo; los
argumentos presentados hasta ahora, sin embargo, parecen suficientes para poner
en duda la supuesta novedad del arte postmoderno.
1.3 En busca de precursores
Hay, no obstante, intentos considerablemente más sutiles por establecer la
existencia de un arte distintivamente postmoderno. Estos intentos conciben el
postmodernismo como una tendencia dentro del mismo modernismo. Tal
aproximación, evidentemente, implica el rechazo, o al menos el abandono, de la
idea de que el modernismo y el postmodernismo pueden ser relacionados con etapas
características del desarrollo social: por ejemplo, con la sociedad industrial
y postindustrial, respectivamente.
Lyotard, quien contribuyó en sus inicios a la idea de una
nueva era postmoderna, argumenta de manera algo confusa que tratar el "post
del término 'postmoderno'... en el sentido de una simple sucesión, de una
diacronía de períodos, cada uno de ellos plenamente identificable", es
"totalmente moderno... Puesto que estamos iniciando algo radicalmente
nuevo, es preciso correr las manecillas del reloj hasta la hora cero". Pero
la idea de una ruptura total con la tradición "es, más bien, una manera
de olvidar o de reprimir el pasado. De repetirlo, no de superarlo".25
Si el postmodernismo no es un movimiento más allá del
modernismo, ¿qué es entonces? "Sin duda, es parte de lo moderno",
replica Lyotard,26 y para desarrollar este punto recurre a Kant quien, como
parte de su estética, elabora en la Crítica del juicio una concepción
de lo sublime que "incluso se halla en un objeto desprovisto de forma, en
cuanto implica inmediatamente, o su presencia provoca, una representación de lo
ilímite, y sin embargo un pensamiento sobreañadido de su totalidad". La
particular importancia filosófica de lo sublime es que nos ofrece una
experiencia de la naturaleza "en su caos, o en su más salvaje e irregular
desorden y desolación", y "cuando evidencia signos de magnitud y de
poder" nos conduce a formular las ideas de la razón pura, en especial las
del mundo físico como orden unificado y teleológico que, según Kant, no
podemos hallar en la experiencia sensible. El sentimiento de lo sublime es, por
lo tanto, una forma de la experiencia estética que rompe los límites de lo
sensible. Y, "sin duda, aun cuando la imaginación no halla nada más allá
del mundo sensible a lo que pueda aferrarse, este abandono de las barreras
sensibles le comunica el sentimiento de ser ilimitada y se convierte así en una
presentación de lo infinito". Kant sugiere que quizás "no haya
pasaje más sublime que la prohibición mosaica de las imágenes"27.
Lo esencial para Lyotard es menos la connotación religiosa y
metafísica de lo sublime en Kant que la "inconmensurabilidad de lo real
respecto del concepto implicado en la filosofía kantiana de lo sublime".
Hace énfasis no en "el pensamiento sobreañadido de... totalidad"
que, según Kant, es inherente al sentimiento de lo sublime, sino más bien en
nuestra incapacidad de experimentar una totalidad semejante. Lyotard distingue
entre dos actitudes diferentes ante "la relación sublime entre lo
presentable y lo concebible", la moderna y la postmoderna:
Aunque nostálgica, la estética moderna es una estética de
lo sublime. Permite que aparezca lo impresentable únicamente como falta de
contenido; pero la forma, debido a su coherencia identificable, continúa
ofreciendo al lector o al espectador motivo de solaz o placer... Lo postmoderno
sería aquello que, en lo moderno, muestra lo impresentable en la presentación
misma; aquello que se niega el solaz de la forma adecuada, el consenso del buen
gusto que haría posible compartir colectivamente la nostalgia de lo
inalcanzable; aquello que busca nuevas presentaciones, no para gozar de ellas,
sino para impartir un sentido más fuerte de lo impresentable.28
El arte postmoderno difiere entonces del modernismo en la
actitud que asume frente a nuestra incapacidad de experimentar el mundo como un
todo coherente y armonioso. El modernismo reacciona ante "el inmenso
panorama de futilidad y anarquía que es la historia contemporánea" con
una mirada retrospectiva y nostálgica hacia un tiempo anterior a la pérdida
del sentido de totalidad, como lo hace Eliot cuando afirma que en los poetas
metafísicos del siglo XVII había "una aprehensión sensible y directa del
pensamiento, o una recreación del pensamiento en sentimiento" que
desaparece después de la "disociación de la sensibilidad" evidente
ya en Milton y Dryden.29 El postmodernismo, por el contrario, deja de mirar
hacia atrás. Se centra más bien "en el poder de la facultad de concebir,
en su 'inhumanidad', por decirlo así (era la cualidad que Apollinaire exigía
de los artistas modernos)", y "en el incremento de ser y de júbilo
que resulta de la invención de nuevas reglas de juego, sean éstas pictóricas,
artísticas u otras".30
Aunque nostálgica, la estética moderna es una estética de
lo sublime. Permite que aparezca lo impresentable únicamente como falta de
contenido; pero la forma, debido a su coherencia identificable, continúa
ofreciendo al lector o al espectador motivo de solaz o placer... Lo postmoderno
sería aquello que, en lo moderno, muestra lo impresentable en la presentación.
En efecto, esta concepción del postmodernismo abandona el
intento de atribuirle características estructurales, como "la doble
codificación", para diferenciarlo del modernismo. Ciertamente, como
observa Frederic Jameson, el argumento de Lyotard tiene "algo de la
celebración del modernismo tal como lo proyectaron sus primeros ideólogos: una
revolución constante y cada vez más dinámica de los lenguajes, formas y
gustos del arte".31 Jencks hace una objeción análoga: "Lyotard
continúa confundiendo en sus escritos el postmodernismo con la última
vanguardia, esto es, con el modernismo tardío".32 Jencks tiene en mente,
de manera especial, algunos aspectos del arte minimalista de los años sesentas
y setentas y, en efecto, parece que Lyotard se inclina a privilegiar este tipo
de trabajo, como lo sugiere la exposición Les Immatériaux, organizada
por él en el Centro Pompidou. La orientación principal del argumento de
Lyotard, sin embargo, incluye la tesis de que el postmodernismo es una tendencia
dentro del modernismo caracterizada por su rechazo a deplorar e incluso por su
disposición a celebrar nuestra incapacidad de experimentar la realidad como una
totalidad ordenada e integrada. Quizás el arte minimalista caiga bajo esta
definición, pero de mayor interés son los modelos de postmodernismo durante la
época heroica del modernismo a comienzos de siglo.
Lyotard ofrece un ejemplo poco convincente. Argumenta que la
obra de Proust es claramente modernista, pues si bien "el protagonista ya
no es un personaje sino la consciencia inmanente del tiempo,... la unidad del
libro, la odisea de esta consciencia, incluso si se difiere capítulo a
capítulo, no se ve seriamente cuestionada". Joyce, por el contrario,
"permite que lo impresentable se haga perceptible en la escritura misma, en
el significante. Todo el ámbito disponible de narrativa e incluso los
operadores estilísticos se ponen en juego sin tomar en cuenta la unidad del
todo, a la vez que se ensayan nuevos operadores".33 No obstante, podría
objetarse que a pesar de la variedad de estilos y de voces presente en Ulises,
el uso del mito que hace Joyce confiere una coherencia implícita a la obra. Y
en Finnegans Wake, el modelo cíclico trazado tanto por el libro como por
la historia hace este orden aún más evidente.34
En su brillante estudio sobre Wyndam Lewis, el intento más
consistente de mostrar los impulsos postmodernistas que operan dentro del
modernismo, Jameson coloca decididamente a Joyce en el campo modernista. La
importancia de Lewis para Jameson reside en su rechazo de la "estética
impresionista" que caracteriza "el modernismo angloamericano".
Pound, Eliot, Joyce, Lawrence y Yeats persiguen todos "estrategias de
interioridad, que se proponen recobrar un universo alienado transformándolo en
estilos personales y lenguajes privados". Nada habría más disímil que
"la fuerza prodigiosa con que Wyndam Lewis propaga sus erizadas frases
mecánicas y martilla el mundo para conseguir una repelente superficie
cubista," la implacable externalidad de su estilo, donde todo lo humano, lo
físico y lo mecánico estallan en pedazos y se asimilan entre sí. Asumiendo
una posición osada e imaginativa para un marxista, Jameson argumenta que la
escritura de Lewis -fascista, sexista, racista, elitista- debe considerarse,
precisamente en razón de su distintivo "expresionismo" formal, como
una protesta, especialmente poderosa, "contra la reificación35 de la
experiencia de una vida social alienada, en la que, contra su voluntad,
permanece formal e ideológicamente encerrada"36.
La dificultad no radica tanto en la lectura que hace Jameson
de Lewis, que en esencia consiste en un caso particularmente osado de lo que
Frank Kermode llama "la teoría de la discrepancia", según la cual la
crítica marxista busca descubrir en los textos un significado inconsciente, a
menudo opuesto a las intenciones del autora,37 sino en la descripción de la
corriente principal del modernismo que pretende contrastar con la escritura de
Lewis. Según ella, la preocupación primordial del modernismo es el tiempo de
la experiencia privada, subjetiva, aquello que Bergson denomina durée, el
tiempo tal como lo vive el individuo, un tiempo fragmentado que opera a un ritmo
diferente del tiempo homogéneo, lineal y "objetivo" de la sociedad
moderna.38 Es posible que lo anterior pueda aplicarse a Proust, pero resulta
bastante inapropiado para los grandes escritores de habla inglesa
contemporáneos de Lewis. Para tomar de nuevo el caso de Eliot, vimos que éste
concebía la totalidad de la tradición europea como "un orden
simultáneo" al de su propia obra. En efecto, se ha argumentado de manera
más general que el modernismo literario se caracteriza precisamente por la
espacialización de la escritura, por la yuxtaposición de imágenes
fragmentarias arrancadas de cualquier secuencia temporal.39 En "La
tradición y el talento individual", Eliot propone asimismo la famosa tesis
según la cual "la poesía no es un dar rienda suelta a la emoción, sino
un escape de la emoción; no es la expresión de la personalidad, sino un escape
de la personalidad".40 Tales afirmaciones parecen ajustarse a poemas como
Tierra yerma mejor que aquellas para las cuales representa una "estrategia
de la interioridad", un refugio en "la consciencia inmanente del
tiempo". Eliot describe elogiosamente a Ulises como un regreso a un
clasicismo que utiliza los materiales suministrados por la vida moderna en lugar
de basarse en un estéril academicismo; resulta de interés que Lewis haya
sostenido que "los hombres de 1914" -Eliot, Pound, Joyce y él mismo-
representan "un intento por escapar del arte romántico al clásico",
comparable con la revolución de Picasso en la pintura.41
Jameson, quien después de todo es también el autor de un
libro llamado The Political Unconscious, puede argumentar que tales
declaraciones de parte de Eliot y de otros acerca de su compromiso con un arte
impersonal y espacializado, muy diferentes de la "estética
impresionista" que les atribuye, son menos importantes que lo que se revela
en la construcción formal de sus obras. No obstante, sin adentrarnos en un
análisis formal semejante, vale la pena observar que la interpretación de
Jameson resulta mucho menos plausible cuando se aplica a las corrientes más
amplias del modernismo en países distintos del mundo de habla inglesa.
¿Dónde, por ejemplo, se ubicaría el expresionismo, un tipo de arte altamente
subjetivo que, sin embargo, exterioriza la angustia interior, la proyecta sobre
el entorno objetivo de la personalidad y, al hacerlo, lo distorsiona? ¿O el
cubismo, que desmantela sistemáticamente los objetos de la experiencia sensible
ordinaria, desplegando ante el espectador su estructura interna y sus relaciones
externas?"42 ¿O la Neue Sachlichkeit (Nueva Objetividad) de la República
de Weimar, que reacciona contra las extravagancias del expresionismo en favor de
un arte frío, objetivo (sachlich) y en ocasiones explícitamente neoclásico,
pero que combina todo esto con una actitud crítica, si no revolucionaria,
frente a la sociedad, un arte cuyo mayor logro fue quizás el teatro de Brecht
"para una época científica?".43
De manera más general puede decirse que el intento de
Jameson de contraponer el "expresionismo" de Lewis a la
"estética impresionista", que él supone característica del
modernismo, oculta lo que podríamos llamar la relación dialéctica entre la
interioridad y la exterioridad. La exploración de los ritmos propios de la
experiencia subjetiva es, sin duda, uno de los temas principales de la
literatura modernista: pensemos en Proust, Woolf, Joyce. La paradoja consiste en
que un sondeo más allá de la consciencia interna, incluso fragmentaria, hacia
el inconsciente, amenaza con resquebrajar el sujeto y confrontar las fuerzas
externas que atraviesan y constituyen el yo.
Es ésta la trayectoria adoptada por Freud: el descifrar los
deseos inconscientes lo condujo a encarar la historia, y no sólo la historia
del sujeto individual, sino los procesos históricos que generan las
instituciones sociales, principalmente la familia, y que subyacen a la odisea
del yo. Según Deleuze y Guattari, la falla de Freud fue no haber llevado el
proceso lo suficientemente lejos y haberse apoyado más bien en la historia
mitologizada que hace de la familia burguesa algo eterno.44 Como quiera que sea,
la lógica de la psicología profunda, la exploración de la consciencia
inmanente, lleva a desintegrar el sujeto y a exponer sus fragmentos como algo
relacionado directamente con el entorno social y natural presuntamente externo
al yo. Podemos ver cómo opera esta lógica en dos de las grandes figuras del
modernismo vienés, Klimt y Kokoschka. Las pinturas de Klimt están imbuidas de
un malestar interno y de un difundido erotismo que se mantienen bajo control
dentro de una relación armoniosa y ciertamente estilizada de las partes al
todo; en Kokoschka, por otra parte, han estallado las tensiones que Klimt
consigue dominar, distorsionando y desorganizando los temas de sus pinturas,
recorridas por una energía psíquica anárquica.45
Puede objetarse que el postmodernismo es tan sólo el
resultado de esta dialéctica entre lo interno y lo externo, un arte de lo
superficial, de lo poco profundo, de lo inmediato. Scott Lash, por ejemplo,
propone que consideremos el postmodernismo como "un régimen de
significación figurativo, por oposición a discursivo. Significar a través de
figuras en lugar de palabras es significar icónicamente. Las imágenes u otras
figuras que significan de manera icónica lo hacen por intermedio de su
semejanza con el referente". El arte postmoderno implica, por lo tanto, la
"des-diferenciación", de manera que, por una parte, lo significado
tiende a "desaparecer y el significante a operar como referente" y,
por la otra, "el referente opera como significante". La
cinematografía (Blue Velvet) y la crítica (el ataque de Susan Sontag a
la interpretación) contemporáneas suministran a Lash ilustraciones de este
arte de la imagen, pero, al igual que Lyotard, considera que el postmodernismo
se halla de forma inmanente en el modernismo, especialmente en el surrealismo,
donde "se entiende que la realidad está compuesta de elementos
significativos. Naville, para citar un caso, nos invita a deleitarnos con las
calles de la ciudad donde los kioskos, autos y luces ya son, en cierta manera,
representaciones, y Breton habla del mundo mismo como escritura
automática".46
Una dificultad evidente de este análisis es que no explica
cómo el postmodernismo, entendido de esta manera, puede diferenciarse de
aquellas artes -la pintura y el cine, por ejemplo- que son necesariamente
icónicas. John Berger sostiene que la pintura se diferencia por el modo en que
"ofrece una presencia tangible, instantánea, directa, continua y física.
Es el arte más inmediatamente sensible".47 Podría objetarse al menos que
una de las tendencias principales del arte moderno es la de liberar esta carga
sensible e inmediata inherente a la pintura no sólo de las ideologías
estéticas de la forma y de la representación sino de las ideologías sociales
más amplias, en las cuales se subordina el arte a la religión organizada y al
Estado. En las pinturas de Matisse encontramos un caso de cómo opera el sentido
de liberación resultante. El esfuerzo por obtener un efecto análogo en la
poesía fue uno de los impulsos cruciales de la revolución literaria del
modernismo: Pound se refirió al llamado Imagismo como "aquel tipo de
poesía respecto del cual la pintura y la escultura parece que acabaran de
acceder al lenguaje".48 Si lo figurativo es la condición que define el
postmodernismo, resulta entonces que se trata de un rasgo mucho más
característico del modernismo de lo que admite Lash.
El asunto se complica si nos centramos en el surrealismo,
como lo hace este autor. Es cierto que los surrealistas proponen una concepción
mágica de la realidad, según la cual los eventos fortuitos de la vida
cotidiana de la ciudad ofrecen la ocasión para aquello que Walter Benjamin
denomina "iluminaciones profanas". En este sentido, la realidad en
efecto opera para ellos como un significante. Sin embargo, para mediados de los
años veintes, lo que en sus orígenes había sido un proyecto primordialmente
esteticista, dirigido a realizar el mandato de Rimbaud ("el poeta se hace
vidente mediante el largo, prodigioso y racional desorden de todos los
sentidos"), se había convertido en un compromiso político de mayor
alcance con la revolución social. Esto condujo a los principales exponentes del
surrealismo a unirse al partido comunista, por poco tiempo en la mayor parte de
los casos, y a Breton a un compromiso de toda la vida con la izquierda
enfrentada a Stalin. "'Transformad el mundo', dijo Marx; 'transformad la
vida', dijo Rimbaud: estas dos contraseñas son para nosotros una y la
misma", afirmó Breton ante el Congreso de Escritores para la Defensa de la
Cultura, realizado en 1935.49
La convergencia de la revolución política y de la
revolución estética hace que resulte difícil ver a los surrealistas como
precursores del postmodernismo. En efecto, la mayoría de las descripciones del
arte postmoderno tienden a enfatizar su rechazo a una transformación política
revolucionaria. Lyotard asocia "la nostalgia del todo único, ... la
reconciliación del concepto y de lo sensible, de lo transparente y de la
experiencia comunicable, con el terror, ...la fantasía de aprehender la
realidad".50 Se trata, presumiblemente, del viejo liberalismo decimonónico
según el cual todo intento de realizar una transformación radical de la
sociedad conduciría directamente al Gulag. Una de las tesis habituales en favor
del "humor"' y la "ironía" postmodernos parece ser que el
colapso de la creencia en la posibilidad y deseabilidad de un cambio político
global no nos dejaría más alternativa que la de parodiar lo que ya no podemos
tomar en serio. La parodia, sin embargo, se halla tan difundida entre los
grandes modernistas -Eliot y Joyce, por ejemplo- que todo intento de reclamarla
en forma exclusiva para el postmodernismo resulta sencillamente absurdo; en
efecto, en el capítulo segundo consideraremos la tesis de Franco Moretti, para
quien la ironía es un rasgo constitutivo del modernismo. Jameson sugiere que se
trata de una etapa posterior y que mientras la parodia modernista preserva
alguna concepción de la norma respecto de la cual se hace la digresión, el
postmodernismo se distingue por el pastiche, por "la práctica neutral de
la imitación, desprovista de todos los motivos ulteriores de la parodia,
amputada del impulso satírico, carente de hilaridad y de toda convicción de
que al lado de la lengua anormal que se ha tomado prestada momentáneamente,
existe todavía alguna saludable normalidad lingüística".51
¿Cómo podría el surrealismo, que conjuga la
experimentación artística de Rimbaud con el socialismo revolucionario de Marx,
considerase plausiblemente como precursor del postmodernismo, para el cual la
revolución es, en el mejor de los casos, una broma y, en el peor, un desastre?
Lash no simplifica las cosas al apoyarse en la discusión ofrecida por Benjamin
del arte postaurático. Benjamin emplea el término "aura" para
designar el carácter único e inalcanzable que en su opinión caracteriza la
obra de arte tradicional. "El valor único de la 'auténtica' obra de arte
se basa en el rito, el lugar original de su valor de uso". El aura preserva
esta "función ritual" incluso después de la decadencia de la
religión organizada, bajo la forma "del culto secular a la belleza,
desarrollado durante el Renacimiento", y de la "teología
negativa" del arte inherente al esteticismo del siglo XIX, l árt pour l
árt. El desarrollo contemporáneo de la reproducción masiva del arte a través
de medios mecánicos, que llega a su máxima expresión en el cine, hace que el
aura se debilite, destruye el carácter único de las imágenes y altera la
modalidad de consumo de las mismas: la recepción de la obra de arte ya no es un
asunto de absorción del individuo en la imagen sino que, especialmente en el
teatro cinematográfico, ésta "es consumida por una colectividad en estado
de distracción".52
Ahora bien: Lash sostiene que el modernismo es típicamente
"aurático" mientras que el postmodernismo sería postaurático, pues
destroza la unidad orgánica de la obra de arte "a través del pastiche, el
collage, la alegoría, etc.".53 Lash no explica cómo el uso que hace el
postmodernismo del collage y de otros recursos similares lo diferencia de
movimientos paradigmáticamente modernistas como el cubismo. De manera más
específica, puede decirse que su argumento implica que ha comprendido
erróneamente la descripción ofrecida por Benjamin del arte postaurático.
Benjamin argumenta que el debilitamiento del aura logrado por medios masivos, el
cine, por ejemplo, fue uno de los objetivos explícitos de los movimientos
vanguardistas como el dadaísmo. "Lo que se propusieron y lograron fue la
inexorable destrucción del aura de sus creaciones... Las actividades dadaístas
aseguraban en realidad una vehemente distracción al hacer de las obras de arte
un foco de escándalo". Pero el tipo de resultado efectista que busca el
dadaísmo con sus poemas sin sentido y con sus ataques a la audiencia se obtiene
en mucha mayor escala por medio del cine, donde la rápida sucesión de las
tomas interrumpe la consciencia del espectador y le impide sumirse en un estado
de absorta contemplación.54
La importancia de los cambios resultantes en el modo de
recepción es para Benjamin de carácter político. La decadencia del aura
significa que el arte ya "no está basado en el rito", sino que
"comienza a basarse en otra práctica: la política". "La
recepción en un estado de distracción" permite que la audiencia adopte
una actitud más crítica y distanciada: "el público es un examinador,
pero un examinador distraído".55 Para Benjamin, esta nueva modalidad de
recepción llevaría a los consumidores masivos del arte reproducido
mecánicamente a adoptar una posición crítica, y no sólo frente a lo que ven,
sino frente a la sociedad capitalista que lo produce. Adorno sostiene que tal
creencia implica un determinismo tecnológico ingenuo, pues separa los nuevos
medios físicos de reproducción masiva de las relaciones sociales burguesas de
su uso.56 Con independencia de nuestra opinión al respecto, Benjamin acierta al
detectar una dinámica política operante en el esfuerzo de los movimientos
vanguardistas por alterar el modo de recepción del arte. Lo anterior es válido
incluso para los seguidores del dadaísmo, que no son los bromistas apolíticos
descritos por los postmodernos deseosos de apropiarse de ellos. El llamado grupo
de Berlín, en particular, aparece dentro del contexto definido por la Primera
Guerra Mundial, la revolución rusa de octubre de 1917 y la revolución alemana
de noviembre de 1918. Sus principales figuras -Richard Huelsenbeck, Wieland
Herzefelde, John Heartfield, George Grosz- se consideran a sí mismos, al igual
que los surrealistas pocos años después, como revolucionarios políticos y
estéticos a la vez, y simpatizan con los miembros del partido comunista
alemán. "El dadaísmo es bolchevismo alemán", afirma Huelsenbeck.57
Grosz, cuyos feroces ataques contra la burguesía alemana en obras tales como The
Face of the Ruling Class han fijado para siempre la imagen que tenemos de la
República de Weimar, escribe más tarde: "Llegué a creer, si bien
transitoriamente, que el arte divorciado de la lucha política no tenía
sentido. Mi propio arte sería mi rifle, mi espada; todos los pinceles y plumas
que no estuviesen dedicados a la gran lucha por la libertad no eran más que
inútiles fruslerías".58
La relación entre la vanguardia modernista y la política
revolucionaria es en realidad compleja y problemática, como lo veremos en el
próximo capítulo. No obstante, el principal ejemplo que recoge Benjamin de una
práctica artística dirigida deliberadamente a obtener los mismos efectos
producidos por el cine -el teatro épico de Brecht- representa quizás el
esfuerzo más sustentado por unir el modernismo estético y el marxismo
revolucionario. Según Benjamin, "las formas del teatro épico corresponden
a nuevas formas técnicas: el cine y la radio". El objetivo de Brecht,
afirma, es crear una audiencia más relajada que absorta para que, "en
lugar de identificarse con el protagonista, aprenda a asombrarse ante las
circunstancias en que existe". El distanciamiento brechtiano, que
"torna extrañas" las condiciones sociales que presuponemos
habitualmente, produce una audiencia emancipada, más comprometida en un proceso
activo de descubrimiento y menos dependiente de una identificación pasiva con
los actores, cuya participación en una pieza de ficción busca ocultar las
convenciones del naturalismo teatral.59 La adopción por parte de Benjamin del
teatro épico como ejemplo principal del arte postaurático no se aviene bien
con el argumento de Lash, pues Lash cita el rechazo de Susan Sontag al
"teatro del diálogo" de Brecht en favor del "teatro de los
sentidos" de Artaud como un caso crucial de la transición hacia el
postmodernismo. De hecho, existen varios intentos de reclamar a Brecht para el
postmodernismo,60 pero resultan altamente implausibles. El énfasis de Brecht
sobre el teatro épico como "teatro pedagógico", dirigido a "una
audiencia de la época científica", preocupado por animar a sus
consumidores a reflexionar sobre el mundo y a desarrollar una comprensión
crítica y racional del mismo, está orientado en forma tan explícita a lograr
un teatro de ilustración que resulta difícil imaginar que sus obras se adapten
con facilidad al canon postmodernista.61 El intento de Lash de utilizar la
estética de Benjamin para caracterizar el arte postmoderno parece confirmar
entonces el sardónico comentario de Andreas Huyssen: "Dado el voraz
eclecticismo del postmodernismo, se ha puesto de moda incluir a Adorno y a
Benjamin en el canon del postmodernismo avant la lettre: ciertamente, es el caso
de un texto crítico que se escribe a sí mismo sin interferencia alguna de una
consciencia histórica".62
1.4 La abolición de la diferencia
La impresión que nos dejan las distintas tesis en favor del arte postmoderno de
las que nos hemos ocupado en las páginas anteriores es la de su carácter
contradictorio. El postmodernismo corresponde a una nueva etapa histórica del
desarrollo social (Lyotard), o no lo hace (Lyotard de nuevo). El arte
postmoderno es una continuación del modernismo (Lyotard), o constituye una
ruptura respecto de él (Jencks). Joyce es un modernista (Jameson) o un
postmodernista (Lyotard). El postmodernismo da la espalda a la revolución
social, pero quienes practicaron un arte revolucionario y abogaron por él, como
Breton y Benjamin, son considerados como sus precursores. No debe sorprendernos
entonces que Kermode, al referirse al postmodernismo, afirme que se trata de
"otra de aquellas descripciones periódicas que nos ayudan a adoptar una
visión del pasado que se adapta a cualquier cosa que queramos hacer".
Lo que tienen en común las diversas descripciones del
postmodernismo, a menudo mutua e internamente contradictorias, es la idea de que
los recientes cambios estéticos, con independencia de cómo se caractericen,
son sintomáticos de una novedad radical y de mayor alcance, de una
transmutación esencial de la civilización occidental. Poco antes de la bonanza
del postmodernismo, Daniel Bell advirtió un profundo "sentido del
final" entre los intelectuales de Occidente, "simbolizado... en el
difundido uso de la palabra post... para definir, como forma compuesta, la
época hacia la cual nos dirigimos". Bell ilustró esta proliferación de
"posts" con los siguientes ejemplos: postcapitalista, postburgués,
postmoderno, postcivilizado, postcolectivista, postpuritano, postprotestante,
postcristiano, postliterario, posthistórico, sociedad postmercantil, sociedad
postorganizativa, posteconómico, postescasez, postbienestar, postliberal,
postindustrial...64
Para los postmodernos, esta transmutación esencial es por lo
general la ruptura con la Ilustración, con la cual, como lo vimos en la
sección 1.1, tiende a identificarse el modernismo. En algunos casos esto lleva
a las más asombrosas afirmaciones, tales como la siguiente: "El modernismo
en filosofía se remonta muy atrás: Bacon, Galileo, Descartes -pilares de la
concepción modernista de lo avanzado, novedoso e innovador",65 un aserto
de tal ignorancia que suscita casi admiración. ¿Cómo pueden pensadores
comprometidos con una epistemología de la representación, cuya más elaborada
articulación es la teoría de Locke según la cual las propiedades sensibles de
los objetos son signo de una estructura interna racionalmente determinable,
asimilarse a un movimiento artístico cuyas producciones afrontan las
expectativas del sentido común con la creencia de que el conocimiento
científico de la realidad no es posible y ni siquiera deseable? El objetivo de
afirmaciones semejantes, más que su contenido fáctico, casi siempre
deleznable, parece ser el intento de establecer la novedad del postmodernismo,
caracterizado en términos tomados del modernismo y tratando a este último como
la instancia final del racionalismo occidental.
Esta operación a menudo lleva a concebir la ruptura del
postmodernismo con la Ilustración en términos apocalípticos, de manera que se
convierte en la revelación de la falla fundamental inherente a la civilización
europea durante siglos, si no milenios. Quizás el ejemplo más tonto de esta
modalidad de pensamiento sea el de Kroger y Cooke, quienes afirman que
"desde San Agustín, nada ha cambiado en la codificación profunda y
estructural de la experiencia de Occidente", de modo que De Trinitate
"nos ofrece una comprensión especial del proyecto moderno, en el momento
mismo de su iniciación y desde su interior". En efecto, no sólo "el
proyecto moderno" sino "el escenario postmoderno... comienzan en el
siglo IV... todo lo que viene después del rechazo agustiniano no ha sido más
que una fantástica y terrible implosión de la experiencia al tiempo que la
propia cultura occidental se desarrolla bajo el signo de un nihilismo pasivo y
suicida". El "sentido apocalíptico del final", articulado
presuntamente por el postmodernismo, pierde así toda especificidad histórica y
se transforma en la condición crónica de la civilización occidental desde la
caída del imperio romano. Ciertamente, hallamos aquí la noche a la que aludía
Hegel en su crítica a Schelling, en la que todas las vacas son negras y en la
que San Agustín, Kant, Marx, Nietzsche, Parsons, Foucault, Barthes y
Baudrillard han estado analizando todos la misma "escena
postmoderna".66
El nihilismo de salón de Kroker y Cooke es en realidad la
reductio ad absurdum de un estilo de pensamiento que cuenta con más
distinguidos antecedentes. Tanto Nietzsche como Heidegger consideran que la
metafísica occidental se funda en una falla constitutiva que recorre la
totalidad de su historia: respectivamente, la reducción platónica de la
multiplicidad de la realidad a las manifestaciones fenoménicas del reino
esencial de las formas, y el olvido, desde la época de los presocráticos, de
la diferencia ontológica originaria entre ser y ente. La historia subsiguiente
del pensamiento europeo consiste en variaciones y elaboraciones en torno a este
error fundacional, que culmina con la filosofía de la subjetividad
autoconstitutiva inaugurada por Descartes y que sirve para legitimar el dominio
racionalizado tanto de la naturaleza como de la humanidad característico de la
modernidad. Habermas enfatiza las contradicciones en que incurren Nietzsche y
Heidegger, así como sus sucesores, en especial Foucault y Derrida, cuando
utilizan las herramientas de la racionalidad -la argumentación filosófica y el
análisis histórico- para llevar a cabo una critica de la razón como tal.67
Aunque regresaremos a este problema en el capítulo tercero, más pertinente
para nuestros propósitos es la manera como se descalifica la civilización
occidental en su totalidad por estar basada desde la Antigüedad en un error.
Tal concepción anima precisamente la disolución de las diferencias
históricas, convirtiéndolas en repeticiones de este pecado original que, como
lo vimos antes, es típico del postmodernismo.
Esta tendencia de la tradición de Nietzsche y de Heidegger,
tan incómoda para los autoproclamados filósofos de la diferencia, ha sido
objeto de la más estricta crítica por parte de Hans Blumenberg. La
preocupación de Blumenberg es la "tesis de la secularización", el
tratamiento de las creencias, instituciones y prácticas modernas como versiones
secularizadas de temas cristianos y, más específicamente, la teoría de Karl
Lówith, para quien la concepción ilustrada del progreso histórico es sólo la
traducción a un vocabulario pseudocientífico de la idea cristiana de la divina
providencia. Como observa Blumenberg, "la secularización del cristianismo
producida por la modernidad se convierte para Lówith en una diferenciación
relativamente secundaria" comparada con "el abandono del cosmos pagano
de la Antigüedad", donde imperaba una concepción cíclica del tiempo,
abandono logrado por el judaísmo y el cristianismo al concebir la historia
humana como el desarrollo del plan redentor de Dios. Resulta imposible hacer
justicia aquí a la riqueza de conocimientos históricos desplegada por
Blumenberg para demostrar el carácter distintivo del pensamiento moderno y la
ruptura cualitativa que representa respecto de la teología cristiana. Para él,
los orígenes de esta ruptura se remontan a la crítica nominalista de la
metafísica aristotélica en la tardía Edad Media, uno de cuyos mayores logros
fue romper el hechizo del mundo físico, expulsando de él todo indicio de
propósito divino y reduciéndolo al resultado meramente contingente del
ejercicio de la voluntad de Dios.
La negación, por parte de los nominalistas, de toda
sugerencia mundana de un orden divino, destinada a poner de relieve la absoluta
perfección y poder del "Dios oculto" (deus absconditus), tuvo el
efecto paradójico de crear un espacio dentro del cual tomó forma lo que para
Blumenberg es la actitud distintivamente moderna de "autoafirmación":
"Entre más inmisericorde e indiferente parecía ser la naturaleza respecto
del hombre, menos podía serle indiferente y con mayor inflexibilidad habría de
materializar, para su dominio, incluso lo que había recibido de antemano como
naturaleza". En lo sucesivo, la naturaleza ya no podía ser contemplada por
el "feliz espectador" como una jerarquía de propósitos heredada de
Platón y Aristóteles por el escolasticismo medieval. El postulado nominalista
según el cual "el hombre debe comportarse como si Dios hubiese muerto...
induce una incesante evaluación del mundo que puede designarse como la fuerza
motriz de la época científica". La curiosidad deja de ser un vicio, como
lo era para la teología cristiana, y se sistematiza en la intervención
metódica en la naturaleza característica de la ciencia galileana. La
concepción escolástica del mundo como un orden finito y decididamente
cognoscible es sustituida por "el concepto de realidad de contexto abierto,
que anticipa la realidad como el resultado siempre incompleto de una
realización, como confianza que se constituye a sí misma sucesivamente, nunca
como coherencia definitiva y absolutamente concedida". Esta concepción de
la realidad como algo abierto e incompleto subyace a su vez a la concepción del
progreso en la Ilustración, que, a diferencia de la escatología cristiana, no
se centra "en un acontecimiento que irrumpe en la historia... la trasciende
y es heterogéneo respecto de ella", sino que "extrapola de una
estructura presente en todo momento hacia un futuro inmanente en la
historia". Por consiguiente, "la idea de progreso... es la
autojustificación continua del presente ante el futuro que se da a sí mismo y
ante el pasado con el que se compara".68
Blumenberg ofrece una crítica sustancial y enriquecedora del
estilo de pensamiento inaugurado por Nietzsche y continuado por Heidegger,
según el cual, a la luz de la tesis de la secularización de Lówith, "las
cosas deben permanecer iguales a como fueron hechas" por "la
intervención del cristianismo en la historia europea (y a través de la
historia europea en la historia del mundo), de manera que incluso un ateísmo
postcristiano es en realidad un modo de expresión de la teología negativa
intracristiana, y el materialismo la continuación de la Encarnación por otros
medios".69 La preocupación de Blumenberg por el carácter distintivo de la
modernidad pone de relieve, por otra parte, el problema implícito en la
totalidad de este capítulo. El postmodernismo en sus diversas manifestaciones
se define por contraposición al arte moderno y, de manera más general, a la
"época moderna" que presuntamente hemos dejado atrás. La
orientación de este capítulo ha sido primordialmente negativa: mostrar la
importancia que atribuye el postmodernismo al arte postmoderno, y su incapacidad
de formular una descripción plausible y coherente de sus rasgos distintivos. El
lector podría, con razón, exigir una descripción positiva de la naturaleza de
la modernidad y del arte moderno como su reflejo crítico. Me propongo
satisfacer tal exigencia en el próximo capítulo, y hacerlo de modo que, a
diferencia de las teorías postmodernistas examinadas críticamente, haga
justicia a la especificidad histórica del fenómeno estudiado.
>>> Al
Capítulo 2
Notas:
1. J. F. Lyotard, "Defining the Postmodern", ICA Documents 4, 1985, p.
6.
2. Ver R. Sayre y M. Lowy, "Figures of Romantic Anti-capitalism",
NGC 32, 1984.
3. T. S. Eliot, Selected Prose, ed. F. Kermode, Londres,
1975, p. 177.
4. Frank Kermode, El sentido del final, Barcelona, 1983, p.
99.
5. A. Kroker y D. Cooke, The Postmodern Scene, 2a. ed.,
Houndmills, 1988, p. 8.
6. F. Kermode, op. cit., especialmente capítulo 1.
7. L. Hutcheon, A Poetics of Postmodernism, Londres, 1988, p.
28.
8. R. A. Berman, "Modern Art and Desublimation,"
Telos 62, 1984-85, pp. 33-34.
9. S. Gablik, "The Aesthetics of Duplicity", Art
& Design 3, 7/8, 1987, p. 36.
10. Citado en C. Schorske, Fin-de-Siecle Vienna, Barcelona,
1981, p. 41.
11. Ver. E. Lunn, Marxism and Modernism, Londres, 1985, pp.
34-37.
12.
MR, p. 332.
13. Compárese con F. Kermode, History and Value, Oxford,
1988, capítulo 6.
14. F. Moretti, "The Spell of Indecision",
discusión, en MIC p. 346.
15.
Lunn, op. cit., p. 58, ver en general pp. 33-71
16. C. Jenks, ¿What is Postmodernism?, Londres, 1986, p. 14.
17. Ver, por ejemplo, ibid., pp. 3-7.
18. P. Ackroyd, T. S. Eliot, Londres, 1985, pp. 118-19.
19.
Jenks, op. cit., p. 43.
20. T. S. Eliot, Los poetas metafísicos y otros ensayos
sobre teatro y religión, I, Buenos Aires, s.f, p. 13.
21.
Hutcheon, op. cit., 41.
22.
lbid, p. 32.
23. A. Huyssen, "Mapping the Postmodern", NGC 33,
1984, p. 16.
24.
Ackroyd, op. cit., pp. 105, 145-48.
25.
Lyotard, "Defining", p. 6.
26.
PMC, p. 79.
27.
I. Kant, Critique of Judgement, Oxford, 1973, I, pp. 90,
92, 127.
28.
PMC, pp. 79, 81. Como lo observa Huyssen, el recurso de
Lyotard "a lo sublime en Kant olvida que en el siglo XVIII, la fascinación
con losublime del universo, el cosmos, expresa precisamente aquel deseo de
totalidad y de representación que Lyotard tanto aborrece y criticacon
persistencia en la obra de Habermas", op. cit., p. 46. Ver también mi
discusión sobre lo sublime en "¿Reactionary Postmodernism?", en
R.Boyne y A. Rattansi, eds. Postmodernism and Social Theory, Houndmills, de
próxima aparición.
29. T. S. Eliot, op. cit. Al parecer, Jenks cree que Eliot
"sitúa [la disociación de la sensibilidad] en el siglo XIX" (!), op.
cit., p. 33.
30.
PMC, pp. 79-80.
31. F. Jameson, Prefacio a PMC, p. xvi.
32.
Jenks, op. cit., p. 42.
33.
PMC, p. 80.
34. G. Deleuze y F. Guattari, Mille Plateaux, París, 1980,
p. l2.
35. "Reificación" y sus derivados se utilizan en
su acepción filosófica para indicar el proceso mediante el cual algo se
convierte en cosa.
36. F. Jameson, Fables of Aggression, Berkeley y Los Angeles,1979,
pp. 2, 81, 2, 14.
37. F. Kermode, History, pp. 98 ss. Quizás el desarrollo
más elaborado de la "teoría de la discrepancia" se halla en P.
Macherey, A Theory of Literary Production, Londres, 1978, especialmente en la
parte 1.
38.
Jameson, Fables, capítulo 7.
39. J. Frank, "Spatial Form in Modern Literature', en
The Widening Gyre, New Brunswick, 1963.
40. T. S. Eliot, op. cit., p. 22.
41. T. S. Eliot, Selected Prose, pp. 176-177; W. Lewis,
Blasting and Bombardiering, Londres, 1967, p. 250.
42. Ver J. Berger, The Success and Failure of Picasso,
Harmondsworth,1965, pp. 47 ss.
43. Ver J. Willett, The New Sobriety 1917-1933, Londres,
1978.
44. G. Deleuze, F. Guattari, L Anti-Oedipe, París, 1973,
capítulo 2.
45. Ver Schorske, op. cit., capítulos 5 y 8.
46. S. Lash, "¿Discourse or Figure?", TSC 5, 2/3,
pp. 320, 331-32.
47. J. Berger, "Defending Picasso's Late Work," IS
2, 40, 1988, p. 113.
48. Citado en N. Zach, "Imagism and Vorticism," en
M. Bradbury y J. M. McFarlane, eds., Modernism 1890-1930, Harmondsworth, 1976,
p. 324.
49. M. Nadeau, A History of Surrealism, Harmondsworth,1973,
p. 212, n. 5. Ver también W. Benjamin, "Surrealism" en One-Way Street
and Other Writings, Londres, 1979. Rimbaud define la tarea del poeta en una
carta dirigida a Paul Demeny, del 15 de mayo de 1871.
50.
PMC, p. 82.
51. F. Jameson, "Postmodernism, or the Cultural Logic of
Late Capitalism", NLR 146, 1984, p. 45.
52. W. Benjamin, Illuminations, Londres, 1970, pp. 226, 241.
53. S. Lash y J. Urry, The End of Organized Capitalism,
Cambridge, 1987, pp. 286-87.
54.
Benjamin, op. cit., pp. 239-40. 55. lbid, p. 226, 242-43.
56. E. Bloch et.al, Aesthetics and Politics, Londres, 1977,
pp.100-141, con una presentación de Perry Anderson.
57. Citado en C. Russell, Poets, Prophets and Revolutionaries,
Nueva York, 1985, p. 117. Para una visión más general, ibid., pp. 114-18, y H.
Richter, Dada, Londres, 1965, capítulo 3.
58. G. Grosz, A Small Yes and a Big No, Londres, 1982, pp.
91-92. Ver también el informe del conde Harry Kessler acerca de su encuentro
con Grosz el 5 de febrero de 1919: "Grosz argumentaba que un arte semejante
es anti-natural, una enfermedad, y el artista un poseso... El [Grosz] es
realmente un bolchevique con apariencia de pintor", The Diaries of a
Cosmopolitan 1918-1937, Londres, 1971, p. 64.
59. W. Benjamin, Understanding Brecht, Londres, 1977, pp. 6,
18.
60. Ver, por ejemplo, Hutcheon, op. cit., p. 35.
61. Ver J. Willett, ed., Brecht on Theater, Londres, 1964: el
énfasis colocado por Brecht en sus escritos tardíos -por ejemplo, en "A
Short Organum for the Theatre"- sobre el papel del placer y de la
pedagogía en el teatro épico, implica una modificación de sus ideas
anteriores más bien que el abandono de ellas.
62.
Huyssen, op. cit., p. 42.
63.
Kermode, History, p. 132.
64. D. Bell, The Coming of Post-Industrial Sociery, Londres,
1974, pp. 51-54.
65. J. Silverman y D. Welton, introducción de los editores a
Postmodernism and Continental Philosphy, Albany, 1988, p. 2.
66. Kroker y Cooke, op. cit, pp. 8, 76, 127, 129, 169.
67.
DFM, especialmente la lección 4.
68. H. Blumenberg, The legitimacy of the Modere Age,
Cambridge, Mass.,1983, pp. 28, 30, 32, 182, 346, 423. Comparar con K. Lbwith.
Meaning in History, Chicago, 1949.
69.
Blumenberg, op. cit., p. 115. Jean Baudrillard es un
excelente ejemplo de esta manera de pensar: nos dice que la economía política,
dentro de cuyas categorías se encuentra atrapado el marxismo, es "sólo un
tipo de realización de la gran disociación judeo-cristiana entre Alma y
Naturaleza", The Mirror of Production, St. Louis, 1975, pp. 63, 65.
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