Alex Callinicos
Contra el
postmodernismo - 04
Capítulo 4 - Los
límites de la razón comunicativa
Sobre las alas de la síntesis se puede volar a tan gran altura
que la sangre vierte en hielo y el cuerpo humano se congela,
a una altura que nadie ha alcanzado, pero a donde se han remontado,
con un cigarro entre los dientes, miles de eruditos.
Valerian Maikov
4.1 En defensa de la Ilustración
Jürgen Habermas es, sin duda, el principal filósofo de la izquierda occidental
contemporánea. Esta caracterización se apoya en tres razones: en primer lugar,
simplemente, en la dimensión, alcance y calidad de sus escritos; en segundo
lugar, en su intento de reconstruir el materialismo histórico como una teoría
de la evolución social y suministrar una explicación defendible de los
procesos contradictorios de modernización del capitalismo; y en tercer lugar,
en el hecho de que asumiera la defensa del proyecto de la Ilustración, es
decir, de una "organización racional de la vida social cotidiana".1
Todos estos aspectos de la obra de Habermas están presentes
en El discurso filosófico de la modernidad (1985). Allí utiliza tanto
su amplio y penetrante conocimiento de la historia intelectual como la teoría
de la acción comunicativa, esencial en el análisis de la modernidad, para
desarrollar una crítica devastadora e inusitadamente vívida de la tradición
que parte de Nietzsche y de Heidegger, representada hoy en día por las dos
vertientes del postestructuralismo discutidas en el capítulo anterior.
Es importante, creo, enfatizar el carácter político de las
intervenciones de Habermas en contra del postestructuralismo. Su obra, desde
fines de la década de 1970, se ha centrado en el resurgimiento, dentro del
capitalismo occidental, de varias tendencias del pensamiento conservador que
implican un rechazo parcial o total de la modernidad. Este resurgimiento de lo
que Habermas considera como el irracionalismo de la derecha europea anterior a
la Segunda Guerra Mundial adoptó, desde luego, matices especialmente peligrosos
en la República Federal alemana, y el temor ante los ataques reaccionarios
contra la democracia liberal animó el fuerte compromiso de Habermas en el
llamado "pleito sobre la historia", por ejemplo, una controversia
acerca de la historia alemana suscitada por la tesis de Eric Nolte según la
cual el holocausto nazi no habría sido más que una reacción frente a la
dinámica totalitaria inherente al socialismo y una copia de ella.2 La crítica
de Habermas al postestructuralismo debe ubicarse dentro de este contexto, en el
que distingue entre los "antiguos conservadores", que
"recomiendan un retiro anterior a la modernidad"; los
"neoconservadores", que aceptan "el progreso técnico, el
desarrollo del capitalismo y la administración racional" -lo que llama
"la modernización de la sociedad"- pero "recomiendan la
política de diluir el contenido explosivo de la modernidad cultural", y
los "jóvenes conservadores", que
recapitulan la experiencia básica de la modernidad
estética. Reclaman como propias las revelaciones de una subjetividad decentrada,
emancipada de los imperativos del trabajo y de la utilidad, y con esta
experiencia se salen del mundo moderno. Con base en actitudes modernistas,
justifican un irreconciliable antimodernismo. Desplazan a la esfera de lo lejano
y de lo arcaico los poderes espontáneos de la imaginación, la experiencia de
sí y la emoción. A la razón yuxtaponen, de manera maniquea, un principio
accesible únicamente a la evocación, sea la voluntad de poder o la soberanía,
el Ser o la fuerza dionisíaca de lo poético.3
La idea de que el postestructuralismo debe considerarse como
algo afín a la nostalgia conservadora de un orden orgánico precapitalista
idealizado ha encontrado grandes resistencias en el mundo de habla inglesa,
donde la recepción de Foucault, Deleuze y en menor medida Derrida corresponde
primordialmente a los intelectuales de izquierda. Frederic Jameson, por ejemplo,
descalifica la defensa que hace Habermas de la modernidad como algo
"específico de la situación nacional en la que Habermas piensa y
escribe" y, por consiguiente, algo que "no puede ser
generalizado".4 Tal respuesta, sin embargo, es algo apresurada. Christopher
Norris sustenta con buenos argumentos la idea de vincular la crítica del
postestructuralismo a la razón discursiva con el rechazo tradicional de la
derecha a la modernidad. Norris toma como punto de partida la discusión de
Lyotard acerca de la narrativa, la forma distintiva del conocimiento en las
sociedades premodernas. Según Lyotard, las narrativas populares -cuentos
folclóricos- se caracterizan por el hecho de ser autolegitimadoras; no
requieren justificación en términos de una "meta-narrativa", es
decir, de una teoría abstracta de la racionalidad o de una de las "grandes
narrativas" del pensamiento ilustrado, en las que los relatos individuales
se integran dentro de una totalidad que se despliega: la Razón, el Espíritu,
el Proletariado. La postmodernidad es precisamente aquella condición en la cual
se evidencia que las meta-narrativas poseen las mismas propiedades de las
narrativas populares; son fuente de su propia legitimidad, un conjunto dejuegos
de lenguaje fusionado con la heterogeneidad del discurso ordinario.5
Norris observa:
En cuanto se difunde la idea de que toda teoría es una de
las especies sublimadas de la narrativa, surgen dudas acerca de la posibilidad
misma del conocimiento como algo diferente de las diversas formas de
gratificación narrativa. La teoría presupone una distancia crítica entre sus
propias categorías y las de la mitología naturalizada o sistema de
presuposiciones del sentido común. Eliminar sin más esta distancia -como lo
hace Lyotard- es eliminar, a través de la argumentación, los fundamentos
mismos de la crítica racional.
El concepto mismo de investigación teórica -de theória-,
desde su primera formulación en el pensamiento griego, es la de un discurso que
no es idéntico, por ejemplo, a la narrativa popular. Al eliminar la distinción
entre los dos niveles del discurso, argumenta Norris, Lyotard imposibilita una
crítica política del statu quo:
La "condición postmoderna", tal como la interpreta
Lyotard, parece compartir las características esenciales de toda ideología
conservadora, desde Burke hasta la Nueva Derecha actual. Esto es, se basa en la
idea de que el prejuicio está tan profundamente arraigado en nuestras
tradiciones de pensamiento, que la crítica racional nunca podría desalojarlo
de allí. Todo pensamiento seno acerca de la cultura y de la sociedad deberá
admitir el hecho de que tales investigaciones sólo tienen sentido dentro del
contexto de una tradición que las anima.6
Si bien la crítica de Norris está dirigida a Lyotard, tiene
aplicaciones más generales. El postestructuralismo niega que la teoría pueda
desprenderse del contexto inmediato de significados y propósitos dentro del
cual es formulada. Por consiguiente, cualquier crítica de las condiciones
existentes no puede basarse en principios generales, sino que debe proceder
alusivamente, como lo hace Derrida cuando apela a lo "innombrable".
Análogamente, las hermenéuticas de Heidegger y de Gadamer sostienen que la
comprensión depende de una precomprensión determinada por prácticas sociales
cuya naturaleza no puede ser plenamente aprehendida, pues están presupuestas
por el acto mismo de comprensión y son inherentes a él; la tradición, lejos
de disolverse a través de la crítica racional de la Ilustración, es el
prerrequisito esencial de una crítica semejante y, por ende, establece sus
límites.7 La filosofía del lenguaje de Habermas tiene como uno de sus
propósitos constituirse en una respuesta a la tradición hermenéutica (ver
sección 4.2); por ahora, sin embargo, basta anotar que Foucault y Derrida, al
igual que Heidegger, buscan poner en duda la pretensión de la teoría de
reflexionar en forma crítica sobre la red de prácticas sociales existentes,
que presuntamente determina los límites de nuestra comprensión.
En Teoría de la acción comunicativa (1981), Habermas
elabora su filosofía del lenguaje como base de la teoría de la modernidad y
suministra también el marco conceptual sobre el que se apoya en la crítica al
postestructuralismo. Teoría de la acción comunicativa, por otra parte,
es ciertamente una intervención política. Habermas ha explicado cómo, a fines
de 1977, llegó a escribir este libro, cuyo tema central es la modernización
como proceso de racionalización: "La tensa situación política alemana,
que se estaba convirtiendo en un progrom después del secuestro de Schleyer, me
obligó a salir de la torre de marfil teórica para asumir una posición al
respecto". La democracia liberal parecía estar amenazada tanto desde la
extrema izquierda -los terroristas de las Brigadas Rojas- como desde la extrema
derecha, cuyas exigencias de represión ganaron respetabilidad gracias al
resurgimiento del pensamiento conservador. Al mismo tiempo, la emergencia de
nuevos movimientos sociales como los Verdes parecía representar un reto a la
civilización industrial moderna:
El motivo real para comenzar el libro en 1977 era comprender
cómo la crítica de la reificación, la crítica de la racionalización, podía
ser reformulada de tal manera que ofreciera una explicación teórica del
fracaso del compromiso con el Estado de bienestar y del potencial de una
crítica del desarrollo en nuevos movimientos, sin renunciar al proyecto de la
modernidad ni caer en el post o antimodernismo, el nuevo conservatismo
"duro" o el joven conservatismo "salvaje".8
Habermas se preocupa entonces por asumir una defensa crítica
de la modernidad que ponga de presente su carácter incompleto, su incapacidad
manifiesta de realizar su potencial. A este respecto, su obra puede considerarse
como una continuación de la tradición marxista y, más específicamente, de la
Escuela de Frankfurt. Habermas dice de Adorno: "Permanece fiel a la idea de
que no hay cura para las heridas de la Ilustración diferente de una
radicalización de la Ilustración misma".9 Sin duda es ésta también su
propia posición. No obstante, hay serias debilidades en su intento de elaborar
esta formulación, debilidades que hacen vulnerables tanto su crítica al
postestructuralismo como su crítica más general al "post o antimodernismo".
Y en particular, como trataré de mostrarlo en este capítulo, su teoría de la
acción comunicativa lo conduce a una defensa tan unilateral de la modernidad
como la crítica de Nietzsche y sus sucesores.
4.2 De Weber a Habermas
Habermas sigue a Weber al concebir "la modernización de la sociedad
europea como resultado de un proceso histórico universal de
racionalización". Partiendo de la teoría que ofrece Weber de la
modernización como diferenciación de subsistemas autónomos, en particular el
mercado y el Estado, regulados por la racionalidad instrumental, Habermas adopta
el mismo camino de Lukács y de la Escuela de Frankfurt en sus comienzos. En
Historia y consciencia de clase, Lukács interpretó la racionalización
como reificación, consecuencia de la penetración del fetichismo de la
mercancía en todos los ámbitos de la vida social; como la reducción, regulada
por el mercado y producida por los mecanismos económicos del capitalismo, de
todas las relaciones entre personas a relaciones entre cosas. Según Lukács, el
inverso de este proceso de reificación es el proletariado, concebido en
términos hegelianos como el "sujeto-objeto idéntico de la historia"
que, al adoptar ineludiblemente una consciencia revolucionaria, hará estallar
en pedazos las estructuras reificadas de la sociedad capitalista. Horkheimer y
Adorno asumieron y sin duda enriquecieron los análisis lukácsianos de la
reificación, pero renunciaron a la expectativa de una revolución proletaria.
Al mismo tiempo, como afirma Habermas, "desligan este
concepto (de reificación) del particular contexto histórico del nacimiento del
sistema económico capitalista", y "anclan el mecanismo causante de la
cosificación de la consciencia en los propios fundamentos antropológicos de la
historia de la especie, en la forma de existencia de una especie que tiene que
reproducirse por medio del trabajo". El triunfo de la razón instrumental
dejó de ser entonces, como dijera Lukács, el resultado de una constelación
históricamente circunscrita y transitoria de circunstancias, y se convirtió
más bien en el resultado inevitable de la necesidad humana de reproducirse, que
implica una tendencia transhistórica a dominar por igual a las personas y a la
naturaleza, tendencia que culmina con el capitalismo tardío. De ahí la
"contradicción realizativa" identificada por Habermas en la Dialéctica
de la Ilustración, así como en la crítica de Nietzsche a la modernidad
(ver sección 3.4). Y en efecto, ¿cómo pueden Horkheimer y Adorno continuar
con la práctica de una teoría crítica de la sociedad cuando la razón misma
se identifica con la necesidad de dominio? Adorno busca continuar la crítica
racional a través de una dialéctica negativa, cuyo propósito es exponer las
contradicciones existentes y evocar alusivamente, a la vez, una sociedad
emancipada, reconciliada con la naturaleza, mediante la articulación de la
insinuación de una sociedad semejante implícita en las estructuras abstractas
y distorsionadas del arte moderno.
Como observa Habermas:
A la sombra de una filosofía que se ha sobrevivido a sí
misma, el pensamiento filosófico entra deliberadamente en regresión para
convertirse en gesto. Por divergentes que sean las intenciones de sus
respectivas filosofías de la historia, Adorno, al final de su carrera
intelectual, y Heidegger, se asemejan en la postura que ambos adoptan frente a
la pretensión teórica del pensamiento objetivante y de la reflexión: la
"rememoración (Eingedenken) de la naturaleza en el sujeto" viene a
quedar chocantemente próxima al "pensar rememorativo" (Andenken) del
Ser.10
Habermas se identifica con aquella vertiente del discurso de
la modernidad fundada por Marx, que consiste en "entender la praxis
racional como una razón concretada en la historia, la sociedad, el cuerpo y el
lenguaje.11 No obstante, la "contradicción realizativa" inherente al
pensamiento de la Escuela de Frankfurt en sus comienzos es, en su opinión,
inevitable, mientras permanezcamos dentro del marco de referencia de una
"filosofía de la consciencia", para la cual es esencial "un
sujeto [que] se refiere a los objetos, bien sea para representarlos, o bien para
producirlos tal como deben ser". La concepción monológica de la
subjetividad, fundamental para el pensamiento occidental desde Descartes,
implica necesariamente una concepción instrumental de la racionalidad: el mundo
se presenta al sujeto así concebido como un medio para sus propios fines; por
consiguiente, la razón es constituida dentro del marco de una relación de
medios a fines, y está moldeada por la necesidad del sujeto de dominar un
entorno que le es ajeno y externo. Dentro de este paradigma, nos vemos atrapados
en un dilema entre la aceptación neoconservadora de una modernidad dominada por
la razón instrumental, y la crítica radical de esta modernidad que, al
identificar la racionalidad instrumental con la razón tout court, se niega un
criterio que le permita justificar tal crítica o especificar un estado de cosas
más deseable. Sólo podemos escapar a este dilema "si se abandona el
paradigma de la filosofía de la consciencia, es decir, el paradigma de un
sujeto que se representa los objetos y que se forma en el enfrentamiento con
ellos por medio de la acción, y se lo sustituye por el paradigma de la
filosofía del lenguaje, del entendimiento intersubjetivo o comunicación, y el
aspecto cognitivo-instrumental queda inserto en el concepto, más amplio, de
racionalidad comunicativa".12
Habermas nos propone entonces sustituir la concepción
monológica por la concepción dialógica de la subjetividad y de la
racionalidad. De allí la importancia de la teoría de la acción comunicativa,
en la que es fundamental distinguir entre dos tipos de acción: la "acción
orientada al éxito", acción instrumental o estratégica, en la cual el
sujeto individual persigue sus propios objetivos en relación con su entorno
físico o social concebido como un objeto ajeno, y la acción comunicativa, en
la cual "los planes de acción de los actores implicados no se coordinan a
través de un cálculo egocéntrico de resultados, sino mediante actos de
entendimiento". Llegar a una comprensión, "el telos inherente al
discurso humano", consiste en "el proceso de obtención de un acuerdo
(Einigung) entre sujetos lingüística e interactivamente competentes". Con
base en un análisis que se apoya en la filosofía de los actos de habla de
Austin, Grice y Searle, Habermas argumenta que la comprensión implica
necesariamente la aceptación por parte del oyente de una "pretensión de
validez" ofrecida por el hablante: "Un hablante puede motivar
racionalmente a un oyente a la aceptación de la oferta que su acto de habla
entraña... porque tiene la garantía (Gewühr) que ofrece de desempeñar,
llegado el caso, la pretensión de validez que ese acto de habla comporta".
Sólo de esta manera puede obtenerse un acuerdo no coercitivo entre sujetos:
"Sólo los actos de habla a los que el hablante vincula una pretensión de
validez susceptible de crítica tienen, por así decirlo, por su propia fuerza,
la capacidad de mover al oyente a la aceptación de la oferta que un acto de
habla entraña".13
La teoría de la acción comunicativa es utilizada por
Habermas de varias maneras. En primer lugar, al entretejer una concepción
convincente de la racionalidad con el discurso cotidiano puede refutar toda
forma de relativismo o escepticismo como algo incoherente: "Para el ser
humano que se mantiene dentro de las estructuras de comunicación del lenguaje
ordinario, la base de validez del discurso tiene la obligatoriedad de una
presuposición universal e ineludible y, en este sentido, trascendental... Si no
estamos en libertad de rechazar o aceptar pretensiones de validez relacionadas
con el potencial cognoscitivo de la especie humana, no tiene sentido 'decidir'
en favor o en contra de la razón, en favor o en contra de la expansión del
potencial de la acción razonada.14
En segundo lugar, como lo sugiere la última frase citada,
esta concepción de la racionalidad comunicativa tiene consecuencias políticas.
Es inherente a la aspiración de un acuerdo no coercitivo, meta de todo acto de
habla, la concepción de una sociedad basada sobre un acuerdo semejante:
"La perspectiva utópica de reconciliación y libertad está basada en las
condiciones mismas de socialización (Vergesellschaftung) comunicativa de los
individuos, está ya inserta en el mecanismo lingüístico de la reproducción
de la especie".15
En tercer lugar, esta concepción compleja y diferenciada de
la racionalidad, dentro de la cual la razón instrumental no es más que
"un momento subordinado", le permite a Habermas evitar la concepción
unilateral de la racionalización que comparten Weber y la Escuela de Frankfurt.
"El potencial de la razón comunicativa queda, pues, a la vez desplegado y
distorsionado en el curso de la modernización capitalista,16 argumenta. El
desarrollo del capitalismo occidental implicó "un patrón selectivo de
racionalización, es decir, de los recortes que implica el perfil que la
modernización ofrece.17 Sólo ciertos aspectos de la racionalidad, comprendida
de manera amplia y en términos de la acción comunicativa, han sido
incorporados a la modernidad. De ahí su carácter incompleto; por oposición al
diagnóstico de Nietzsche y de sus seguidores, no sufre de un "exceso"
sino de "un defecto de razón".18
Para captar el carácter "recortado" de la
modernización, Habermas traza una distinción entre "sistemas" y
"mundo de la vida" que es fundamental para el segundo volumen de su Teoría
de la acción comunicativa. Representa, en cierto sentido, su versión de la
distinción entre estructura social y acción humana. El concepto de sistema se
refiere a las implicaciones funcionales de las acciones para la reproducción de
una sociedad determinada, y el de mundo de la vida (Lebenswelr) a aquellos
mecanismos por medio de los cuales los agentes sociales llegan a una
comprensión compartida del mundo; este último se relaciona entonces con las
intenciones de los agentes, en tanto que el primero lo hace con aquello que, en
palabras de Hegel, sucede a espaldas suyas. La distinción es una distinción
analítica y se refiere a aspectos de cualquier orden social que sólo asumen
una forma distintivamente institucional como resultado de la modernización: en
efecto, la diferenciación entre sistema y mundo de la vida es constitutiva de
la modernidad. El más fundamental de los dos es el mundo de la vida; Habermas
usa este término, derivado de la fenomenología hermenéutica de Husserl, para
aludir a la comprensión compartida implícita en todo acto de habla. Estas
comprensiones, encarnadas en la tradición, configuran "el horizonte en que
los agentes comunicativos se mueven 'ya siempre'". Son "previas a todo
disentimiento posible; no pueden ser controvertidas como puede serlo un
conocimiento intersubjetivamente compartido; lo más que pueden es venirse
abajo".19
Si bien la discusión habermasiana del mundo de la vida
incorpora algunas de las ideas centrales de la hermenéutica, Habermas niega que
el conocimiento tradicional implícito en todo acto de habla sea inmune a la
crítica racional. En contra de Gadamer, insiste en que "la apropiación
reflexiva de la tradición rompe la sustancia casi natural de la tradición y
modifica la posición del sujeto respecto de ella".20 Uno de los rasgos de
la modernización es precisamente que "la necesidad de entendimiento"
está menos "cubierta de antemano por una interpretación del mundo de la
vida sustraída a toda crítica", y más bien es "cubierta esa
necesidad por medio de operaciones interpretativas de los participantes mismos,
esto es, por medio de un acuerdo que, por haber sido motivado racionalmente,
siempre comportará sus riesgos".21 Este cambio en el peso relativo asumido
en el discurso por el mundo de la vida y la prosecución de un acuerdo
racionalmente motivado se relaciona con el proceso general de racionalización.
Habermas sigue a Weber y a Parsons al considerar que lo anterior implica una
diferenciación esencial, que se refiere específicamente a dos aspectos del
mundo de la vida.
En primer Iugar, está la diferenciación de "ámbitos
culturales independientes". La ciencia, el derecho y la moralidad y el arte
se constituyen como prácticas culturales distintivas, cada una regulada por sus
propios principios específicos. Este proceso de autonomización involucra
aquello que Habermas llama la "racionalización de las imágenes del
mundo". Por una parte, la confusión entre naturaleza y cultura,
característica del mito, ha tocado a su fin; el mundo está deshechizado y se
traza una distinción radical entre el mundo físico, gobernado por leyes
causales, y el mundo humano, permeado de significados y propósitos. Se
desarrolla entonces una comprensión típicamente "moderna" y "descentrada"
del mundo, en la cual la naturaleza deja de ser una proyección de las
preocupaciones humanas. Por otra parte, este proceso de racionalización implica
la formalización de la misma razón. La racionalidad ya no consiste en ciertas
ideas sustantivas, sino en los procedimientos mediante los cuales llegamos a
sostener tales ideas, y estos procedimientos están implícitos en todo acto de
habla: "Pues justo en el plano formal que representa la comprobación o
desempeño argumentativo de pretensiones de validez queda asegurada la unidad de
la racionalidad en la diversidad de esferas de valor, racionalizadas cada una
conforme a su propio sentido interno".22
La insistencia de Habermas en el carácter procedimental de
la razón moderna constituye la base de su crítica a Weber, en quien se apoya
en gran medida para su propia formulación de la racionalización. Para Weber,
"la verdadera razón de la 'dialéctica de la ilustración' radica en que
es la propia diferenciación de la legalidad interna de las distintas esferas
culturales del valor la que lleva ya en sí el germen de destrucción de la
racionalización del mundo que esa misma racionalización hace posible, no
siendo menester recurrir, por tanto, para dar razón de ella, a una
materialización institucional desequilibrada del potencial cognoscitivo que esa
diferenciación libera". Weber considera esta diferenciación como el
surgimiento de un pluralismo epistémico que confronta diferentes perspectivas
entre sí, y los motivos para optar por una de ellas son inevitablemente
subjetivos. No obstante, argumenta Habermas, "Weber no distingue entre los
contenidos particulares de valor de Ia tradición cultural y los criterios
universales de valor bajo los que los componentes cognitivos, normativos y
expresivos de la cultura se independizan en esferas de valor distintas y
constituyen complejos de racionalidad atenidos cada uno a su propia lógica
interna".23 La diferenciación de la ciencia, la moralidad y el arte
implica la articulación explícita de los presupuestos tácitos de la
comunicación, que exigen de cada hablante el compromiso con la justificación
racional de la "pretensión de validez" implícita en su enunciación.
La razón, lejos de desintegrarse como resultado de la modernización, asume una
forma más compleja y consciente de sí gracias a ella.
La modernización implica, sin embargo, una segunda forma de
diferenciación, aquella que se establece entre sistema y mundo de la vida. Es
condición necesaria del desarrollo del capitalismo que la integración
sistémica se desprenda de la integración social. La reproducción de la
sociedad, efectuada antes a través de la transmisión de la tradición, depende
cada vez en mayor medida del surgimiento de "mecanismos sistémicos que
estabilizan plexos de acción no pretendidos mediante un entrelazamiento
funcional de las consecuencias de la acción". Dos subsistemas
autorregulados se separan del mundo de la vida: el mercado y el Estado. La
coordinación de la acción cada vez depende menos de la comprensión implícita
compartida por los agentes y más de las operaciones impersonales de los
subsistemas económico y político. El mercado y el Estado funcionan
aisladamente del tejido de la vida cotidiana, y utilizan "un medio
deslingüizado como es el dinero"; "las interacciones regidas por
medios pueden formar en el espacio y en el tiempo redes cada vez más complejas,
sin que tales concatenaciones comunicativas se puedan mantener presentes en
conjunto ni sean atribuibles a la responsabilidad de nadie". Por ello,
"el cambio de la acción comunicativa a la interacción regida por
medios... puede tecnificar el mundo de la vida en el sentido de una disminución
de las expensas y riesgos que comportan los procesos lingüísticos de
formación de consenso, y de un simultáneo aumento de las oportunidades de
acción racional con arreglo a fines.24 La prevalencia de la racionalidad
instrumental que tanto Weber como la Escuela de Erankfurt en sus comienzos
consideran característica de la modernidad resulta ser entonces lo que Habermas
llama "el desacoplamiento entre sistema y mundo de la vida".
La descripción que hace Habermas de este proceso se basa en
gran parte en Parsons -por ejemplo, en su conceptualización del dinero y el
poder como "medios dirigidos".25 Al igual que Parsons, considera esta
diferenciación de sistema y mundo de la vida, al menos en ciertos aspectos,
como algo que debe ser bienvenido, en lo que reside uno de los principales
desacuerdos de Habermas con Marx. Como dice Albert Wellmer:
Marx confunde dos tipos de fenómenos diferentes que al menos
nosotros debiéramos mantener separados: la explotación, la pauperización y
degradación de la clase obrera, la deshumanización del trabajo y la falta de
control democrático de la economía, por una parte, y el surgimiento de la ley
formal basada en principios universales de derechos humanos junto con la
diferenciación funcional y sistémica de las sociedades modernas, por otra. Al
conjugar estos dos tipos de fenómenos en su crítica a la alienación, Marx
creyó que la abolición de la propiedad capitalista bastaba para despejar el
camino a la abolición de los rasgos inhumanos de las modernas sociedades
industriales y a la abolición de todas las diferenciaciones funcionales y
complejidades sistémicas que conllevan y, por ende, a la recuperación de una
unidad y solidaridad inmediatas entre los seres humanos en una sociedad
comunistas.26
Habermas, por el contrario, cree que "la abolición de
todas las diferenciaciones funcionales y las complejidades sistémicas" de
la modernización es tan imposible como indeseable. A su juicio, Marx
pasa por alto el intrínseco valor evolutivo que poseen los
subsistemas regidos por medios. No se da cuenta que la diferenciación del
aparato estatal y de la economía representa también un nivel más alto de
diferenciación sistémica que abre nuevas posibilidades de control e impone a
la vez una reorganización de las viejas relaciones feudales de clase. Este
nivel de integración tiene una importancia que va más allá de la mera
institucionalización de una nueva relación de clases.27
El enjuiciamiento positivo que hace Habermas de la
"diferenciación sistémica" se fundamenta en una teoría de la
evolución social en la cual el desarrollo de las fuerzas productivas se
encuentra subordinado a "procesos de aprendizaje... en las dimensiones de
la visión moral, el conocimiento práctico, la acción comunicativa y la
regulación consensual de los conflictos pertinentes a la acción -procesos de
aprendizaje sedimentados en formas más maduras de integración social, en
nuevas relaciones de producción. Estas, a su vez, hacen posible inicialmente la
introducción de nuevas fuerzas productivas". La diferenciación de
"ámbitos culturales independientes" y, en particular, los de la ley y
la moralidad, no es simplemente un síntoma de la reificación capitalista, sino
que más bien posibilita la "regulación consensual de los conflictos
pertinentes a la acción (realizada bajo la renuncia a la fuerza)" que
"permite una continuación de la comunicación por otros medios". La
evolución de "estructuras normativas" como la ley y la moralidad no
es un simple reflejo de la base económica, sino que posee una "historia
interna" que "marca el paso de la evolución social".28 La
modernización debe entonces ser bienvenida, y no sólo porque la
diferenciación funcional amplía el alcance de la acción instrumental y, al
hacerlo, incrementa la capacidad de la sociedad de satisfacer sus necesidades,
sobre todo a nivel económico, sino porque pone en marcha formas de interacción
social que desarrollan y formalizan la prosecución del acuerdo no coercitivo
característico del lenguaje ordinario.
No obstante, la modernización tiene también su lado oscuro,
resumido en lo que Habermas tiende a llamar la paradoja de la racionalización:
"La racionalización del mundo de la vida debió alcanzar un determinado
grado de madurez antes de que los medios del dinero y del poder pudieran
institucionalizarse jurídicamente en ese mundo". La autonomía del mercado
y del Estado presupone entonces la diferenciación del mundo de la vida en
ámbitos culturales independientes y, más específicamente, el desarrollo de un
sistema legal formalizado. "La dinámica específica de estos dos
subsistemas funcionalmente entrelazados empieza a operar a su vez sobre las
formas de vida racionalizadas de la sociedad moderna, que los hace posibles, a
medida que los procesos de monetarización y burocratización penetran también
en los ámbitos nucleares de la reproducción cultural, la integración social y
la socialización".29
El resultado es la "colonización del mundo de la
vida": la racionalidad cognoscitiva-instrumental avanza más allá de los
límites de la economía y del Estado hacia otros ámbitos de la vida,
estructurados comunicativamente, y obtiene su dominio a expensas de la
racionalidad ético-política y estético-práctica.30 A este proceso deben
atribuirse las patologías sociales del capitalismo tardío, en el cual las
contradicciones económicas se desplazan -gracias al compromiso propiciado por
el Estado benefactor keynesiano entre la fuerza laboral y el capital- al ámbito
cultural y generan, a través de la politización resultante del mercado, una
creciente exigencia de legitimación que la progresiva monetarización y
burocratización de la vida cotidiana impiden satisfacer.31
Estas patologías dan lugar a formas específicas de
conflicto, que "se desencadenan no en torno a problemas de distribución,
sino en torno a cuestiones relativas a la gramática de las formas de
vida". Los conflictos de clase son institucionalizados en virtud del
compromiso del Estado benefactor y, por esta razón, el movimiento obrero ya no
representan un reto fundamental para el statu quo. En su lugar:
Surge una línea de conflicto entre un centro constituido por
las capas implicadas directamente en el proceso de producción, que están
interesadas en defender el crecimiento capitalista como base del compromiso del
Estado social, y una periferia constituida por una variopinta mezcla de
elementos diversos. A ella pertenecen aquellos grupos que se hallan más bien
lejos del "núcleo productivista" de las sociedades capitalistas
tardías, que están particularmente sensibilizados para las consecuencias
autodestructivas del aumento de complejidad o que se han visto particularmente
afectados por ellas.
Habermas tiene en mente, desde luego, los "nuevos
movimientos sociales" -feministas, ecologistas, partidarios de la lucha
contra el poder nuclear y pacifistas- que surgen en los años setentas y que, en
muchos casos, representan otra "resistencia contra las tendencias a una
colonización del mundo de la vida".32 La respuesta de Habermas a estos
movimientos es ambivalente. Por un lado, acoge el reto que representan para la
expansión destructiva de la racionalidad instrumental hacia contextos que deben
ser regulados por las normas discursivas de las pretensiones de validez, y por
el otro teme que el rechazo de estos movimientos a la racionalidad instrumental
pueda extenderse hasta convertirse en una renuncia a la razón tout court. De
allí el peligro que representa el postestructuralismo, cuya ala más
"mundana" (Foucault y Deleuze) identifica la oposición con el ataque
descentralizado al poder por parte de estos movimientos.
Habermas insiste en que "los mundos de la vida modernos
son diferenciados y así deben permanecer para que la reflexividad de las
tradiciones, la individuación del sujeto social y los fundamentos
universalistas de la justicia y de la moralidad no se vayan al diablo".33
En lugar de buscar la "desdiferenciación" de la modernidad, quienes
se preocupan por resistir a la colonización del mundo de la vida debieran
centrarse en "construir umbrales protectores en el intercambio entre
sistema y mundo de la vida y de introducir sensores en el intercambio entre
mundo de la vida y sistema".34 En particular, una mayor regulación
democrática del Estado y del mercado, que deben necesariamente preservar cierta
autonomía, haría más responsable de estos sistemas a la racionalidad
instrumental que a la racionalidad comunicativa entretejida con el mundo de la
vida. El argumento de Habermas está destinado entonces a mostrar que los
objetivos factibles de los movimientos son alcanzables, y no a través de la
destrucción de la modernidad, sino mediante la preservación de sus logros
positivos -la racionalización del mundo de la vida- y la realización de un
potencial adicional implícito en las propias estructuras de la razón
comunicativa.
4.3 El espectro de Kant: lenguaje, sociedad y realidad
Algo del alcance y calidad del proyecto de Habermas deberá resultar evidente de
la síntesis anterior. Confrontamos una figura de considerable importancia, que
ciertamente sobrepasa por mucho a los epígonos del postestructuralismo, Lyotard,
Baudrillard y tutti quanti, y que presenta un desafío a la crítica de la
modernidad desarrollada especialmente por Foucault. Fundamental para este
desafío es la teoría de la racionalidad de Habermas, y puesto que en lo que
sigue critico esta teoría, desearía poner de relieve las considerables
virtudes de la démarche habermasiana que, en cierto sentido, comprende la
adopción de algunos de los temas postestructuralistas. Habermas rechaza, por
ejemplo, la aspiración tradicional a la Filosofía Primera, la posibilidad de
suministrar un fundamento a priori del conocimiento, bien sea la estructura
ontológica del ser o los supuestos trascendentales de la experiencia.35 Más
aún, al igual que los postestructuralistas, Habemas reconoce el agotamiento de
"la filosofía de la consciencia", del intento de asignar un papel
constitutivo al sujeto. No obstante, lo que diferencia a Habermas de Foucault y
de Derrida es su insistencia en que todavía es posible construir una teoría de
la racionalidad, a pesar del fracaso de todos los esfuerzos dirigidos a basar
una teoría semejante en la filosofía de la consciencia. La naturaleza de la
racionalidad, por el contrario, debe ser obtenida a partir de la estructura de
la intersubjetividad y, más específicamente, a partir de los supuestos de todo
acto de habla, de la aspiración inherente al lenguaje cotidiano hacia un
acuerdo racionalmente motivado.
Creo que esta estrategia es básicamente correcta. En otras
palabras, considero que Habermas tiene razón en creer que una concepción de lo
que es ser racional está implícita en las actitudes que asumen unos usuarios
del lenguaje frente a otros. Lo que encuentro desastroso, sin embargo, es la
manera de llevar a la práctica tal estrategia.36 Existe, para comenzar, la
extraña idea de que la comunicación implica que el hablante
"ofrezca" y el oyente "acepte" un acto de habla,
transacción que depende de que el primero se comprometa a justificar
racionalmente su enunciación. La comprensión no se limita entonces a que el
oyente escuche la enunciación en un lenguaje conocido, sino que depende del
reconocimiento de los compromisos del hablante como algo diferente del contenido
del acto de habla mismo. Esto no sólo exige recurrir a una noción altamente
problemática del conocimiento tácito -la comprensión exige que el oyente sepa
implícitamente que el hablante propone que él reconozca su intención (la del
hablante) de realizar un acto de habla normativamente apropiado, veraz y
sinceramente expresado-37 sino que parece ser una instancia de aquel modelo de
comprensión entendida como una especie de sombra mental de la enunciación que
Wittgenstein refuta en las Investigaciones filosóficas.38
Viene luego la idea de que la comprensión consiste en el
acuerdo. El oyente comprende el acto de habla porque reconoce el compromiso del
hablante a dar razones que sustenten las pretensiones de la enunciación
respecto de lo que es (será o debiera ser) el caso. ¿Pero por qué habría de
depender la comprensión de la orientación de un acuerdo motivado
racionalmente? Todos escuchamos miríadas de enunciaciones con las cuales no
estamos de acuerdo. ¿Dependerá nuestra comprensión de estas enunciaciones de
reconocer (a través de las "ofertas" del hablante de reivindicar
discursivamente la pretensión de validez de las mismas) la posibilidad de estar
de acuerdo con ellas? Ciertamente, no es así. Si alguien me dice que "Hitler
tenía razón", puedo comprender a la perfección lo que me dice aunque no
hay la más remota posibilidad de que esté de acuerdo con él,
independientemente de cuánto tiempo lo discutamos. Quizás sea éste un mal
ejemplo, pues implica un desacuerdo que puede pasar con excesiva rapidez del
intercambio de palabras al intercambio de golpes.
Sin embargo, podemos pensar en otros casos en los que este
peligro sea menos inminente, como el del ateo a quien se le dice que "Dios
existe": lo comprende, mas niega lo que escucha. Tal vez estos
contraejemplos sean excesivamente simples. Habermas afirma que "no toda
interacción mediada lingüísticamente representa un ejemplo de una acción
orientada al entendimiento", pero "el empleo del lenguaje orientado al
entendimiento, es el modo original".39 Podemos pensar en algunos casos en
los cuales la comprensión parece coincidir con el rechazo a considerar el
acuerdo como algo parasitario a este "modo original". No obstante, es
una jugada peligrosa, pues debilita el vínculo conceptual que desea establecer
Habermas entre la racionalidad y las presuposiciones del lenguaje cotidiano. Si
la "situación ideal del discurso" orientada hacia un acuerdo
racionalmente motivado ya no está implícita en todo acto de habla, la
conexión entre comprensión y racionalidad se rompe. Existiría el problema
ulterior de cómo distinguir entonces entre enunciaciones "normales" y
"divergentes".
La identificación que hace Habermas entre el habla y la
acción orientada a obtener un acuerdo racionalmente motivado conlleva
implícitamente el contraste sugerido por la siguiente observación: "Sólo
los actos de habla a los que el hablante vincula una pretensión de validez
susceptible de crítica tienen, por así decirlo, su propia fuerza, la capacidad
de mover al oyente a la aceptación de la oferta que un acto de habla
entraña".40
La alternativa al acuerdo no coercitivo es el consenso
impuesto. Estaríamos bien encaminados si escuchamos ecos kantianos en éste y
en otros pasajes semejantes. El lenguaje es el ámbito donde tratamos a los
demás como fines en sí mismos, cuyo acuerdo debe ser voluntariamente obtenido,
más bien que como medios que podemos obligar a servir nuestros propósitos:
"Nuestra primera frase expresa inequívocamente la intención de un
consenso universal y no coercitivo... Es por ello que quizás el lenguaje del
idealismo alemán... no sea obsoleto".41 Como lo señala Anderson,
"allí donde el estructuralismo y el postestructuralismo desarrollan, por
así decirlo, el carácter diabólico del lenguaje, Habermas produce, sin
inmutarse, su carácter angelical".42 El problema es que la filosofía del
lenguaje de Habermas se derrumba bajo el peso de la carga metafísica que coloca
sobre ella. Pues el contraste entre el acuerdo voluntario y el coercitivo
depende de la idea de que la comprensión implica la aceptación, por parte del
oyente, de la "oferta" del hablante. Pero, ¿por qué habría de darse
una transacción semejante? Al objetar este tipo de teoría, en la cual la
comprensión depende de los presupuestos que los participantes en el discurso
hacen acerca de las intenciones de los demás, Michael Dummett argumenta:
En el caso normal, el hablante sencillamente dice lo que
quiere significar. No quiero insinuar con esto que primero tenga el pensamiento
y luego lo ponga en palabras, sino que conoce el lenguaje y simplemente habla.
En el caso normal, asimismo, el oyente simplemente comprende. Esto es, conoce el
lenguaje, escucha y comprende; dado que conoce el lenguaje, su comprensión de
las palabras no consiste en nada diferente de escucharlas.43
Desde esta concepción de la comprensión, la orientación
del hablante y del oyente a un acuerdo no viene, sencillamente, al caso; es su
participación en una práctica social compartida -usar el mismo lenguaje- lo
que les permite comprenderse mutuamente. Esto parecería eludir el problema, ya
que Habermas podría argumentar que usar el mismo lenguaje presupone la
intención de obtener un consenso racionalmente fundado. Es preciso considerar
entonces con mayor detalle el papel del acuerdo en el lenguaje, que, si bien es
de fundamental importancia, lo es por razones muy diferentes a las que le
atribuye Habermas. Tomemos la siguiente observación de Wittgenstein:
A la comprensión por medio del lenguaje pertenece no sólo
una concordancia en las definiciones, sino también (por extraño que esto pueda
sonar) una concordancia en los juicios. Esto parece abolir la lógica, pero no
lo hace. Una cosa es describir los métodos de medida y otra hallar y formular
resultados de mediciones. Pero lo que llamamos "medir" está también
determinado por una cierta constancia en los resultados de mediciones.44
El acuerdo no sería entonces el telos del lenguaje sino su
prerrequisito. ¿Qué puede estar diciendo Wittgenstein aquí? Al parecer se
limita a argumentar que cada lenguaje implica un conjunto de convenciones
sociales que regulan su uso correcto. Dicha interpretación, sin embargo, ha
sido refutada por la discusión de aquellos pasajes de las Investigaciones en
los que Wittgenstein critica la idea de que una regla pueda orientar la
práctica.45 En todo caso, la frase final del pasaje dice que se necesita más
que un acuerdo en los "métodos de medida", y que adicionalmente debe
haber una "constancia en los resultados de las mediciones". ¿De qué
dependerá tal constancia? En primer lugar, sin duda, de la constitución del
mundo. "Concordamos en los juicios" porque muchas de las creencias
afirmadas en nuestros enunciados asertóricos representan adecuadamente la
naturaleza del mundo que compartimos. La "concordancia en los juicios"
depende de las propiedades objetivas del entorno natural y social que debemos
enfrentar, pero depende también de nuestra propia constitución. Somos nosotros
quienes enfrentamos este entorno, seres humanos con una naturaleza común que
garantiza una considerable coincidencia de perspectivas, incluso entre miembros
de sociedades muy diferentes.
Esto parece ser lo que Wittgenstein tiene en mente en el
pasaje citado (donde, por lo demás, rechaza también una teoría consensual de
la verdad): " '¿Dices, pues, que la concordancia de los hombres decide lo
que es verdadero y lo que es falso?' Verdadero y falso es lo que los hombres
dicen; y los hombres concuerdan en el lenguaje. Esta no es una concordancia de
opiniones, sino de formas de vida".46 El acuerdo en los juicios no es sólo
una cuestión de creencias compartidas, sino de naturaleza compartida. Lo que
Wittgenstein quiso decir por "formas de vida" es un problema complejo
y controvertido, pero resulta razonablemente claro, creo, que la expresión no
se refiere, como a menudo se piensa, a las prácticas específicas de una
sociedad en particular, sino a una conducta que emana de la naturaleza humana.
Así, cuando considera el caso de un explorador que confronta un lenguaje
desconocido, dice Wittgenstein: "El modo de actuar humano común es el
sistema de referencia por medio del cual interpretamos un lenguaje
extraño".47 Como señala Colin McGinn, "su idea es que lo que subyace
(si ésta es la palabra) a nuestras prácticas y costumbres con signos es
nuestra naturaleza humana en interacción con nuestro entrenamiento: esto
explica por qué podemos continuar como lo hacemos sin acudir a la
reflexión".48
Esta concepción naturalista del
lenguaje guarda estrechas afinidades con uno de los más importantes desarrollos
de la filosofía analítica de posguerra. Quine ha criticado la idea
-proveniente, en última instancia, de la distinción kantiana entre juicios
analíticos y sintéticos- según la cual el lenguaje tendría una estructura
formal, conformada por convenciones encarnadas en el significado de las palabras
y separada del contenido de nuestras enunciaciones que contienen,
fundamentalmente, aserciones acerca del estado del mundo. El ataque de Quine a
la distinción analítico-sintética implica una concepción muy diferente del
lenguaje, expresada en su célebre metáfora: "El saber de nuestros
antepasados es un tejido de frases... Es un saber gris, negro de hechos y blanco
de convicciones. Pero no he hallado ninguna razón convincente para concluir que
haya en él hilos negros ni blancos".49
Desde esta perspectiva, no hay
una distinción radical entre asuntos de significado y asuntos de hecho, entre
la forma y el contenido del lenguaje. El argumento de Quine ha sido llevado
mucho más lejos por Davidson, para quien interpretar el lenguaje de otra
persona consiste en atribuirle en general las propias creencias; la posibilidad
de pensar que las creencias del hablante sean sistemáticamente falsas es
negarle racionalidad. Incluso cuando este Principio de Caridad se reduce a un
Principio de Humanidad, que exige tan sólo que las creencias del hablante sean
inteligibles, dada su situación, y no que sean aquellas que el hablante
considera verdaderas, la orientación general de la teoría es la misma: la
interpretación presupone la racionalidad del hablante, en el sentido de
ubicarlo en el contexto de un mundo que comparte con el oyente, así como su
naturaleza humana común.50 En años recientes, Davidson ha tendido a enfatizar
cómo esta teoría de la interpretación precluye todo intento por distinguir
entre la forma y el contenido del lenguaje, al argumentar, por ejemplo, que
"el lenguaje es una condición para tener convenciones" más que un
producto de ellas.51
Las diferencias entre el
naturalismo, rasgo prominente de la contemporánea filosofía analítica del
lenguaje, y la teoría habermasiana de la acción comunicativa contribuyen a
aclarar la naturaleza de su epistemología. Wellmer caracteriza acertadamente la
concepción de la racionalidad comunicativa como "(a) una concepción
procedimental de la racionalidad, es decir, una forma específica de enfrentarse
a las incoherencias, contradicciones y disensiones y, (b) un estándar formal de
racionalidad que opera en un metanivel respecto a todos aquellos estándares
sustantivos de racionalidad".52 Como lo vimos en la sección anterior, para
Habermas la diferenciación de "los ámbitos culturales
independientes" -ciencia, ley y moralidad y arte- implica la elaboración
de patrones formales de racionalidad compartidos por todos ellos. De nuevo,
enfrentamos una perspectiva sorprendentemente kantiana.
La clasificación misma de
Habermas -ciencia, moralidad y arte- reproduce la estructura de las tres Criticas
de Kant, que se ocupan respectivamente de la razón pura teórica, la razón
pura práctica y los juicios estéticos y teleológicos. Las distinciones
kantianas de la razón se refieren también a la forma: el conocimiento consiste
en la aplicación de las categorías del entendimiento a las impresiones
sensibles y es el carácter universal de estas categorías lo que suministra la
clave para establecer la naturaleza de los juicios morales. La diferencia reside
en que Kant arraiga la racionalidad en características inherentes al sujeto
trascendental, mientras que, para Habermas, ésta se deriva de la naturaleza de
la intersubjetividad lingüística.
La insistencia de Habermas en la
naturaleza procedimental de la racionalidad lo conduce en ciertas direcciones
inusitadas. Argumenta, por ejemplo, que la filosofía moral debiera ocuparse
únicamente de establecer el cognoscitivismo ético, esto es, la doctrina según
la cual las aserciones éticas serían reductibles a atribuciones racionales y
no meras órdenes o expresiones de deseo o de gusto:
De acuerdo con mi concepción, el
filósofo debe explicar el punto de vista moral y, en cuanto sea posible,
justificar la pretensión de universalidad de tal explicación, mostrando por
qué no se limita a reflejar las intuiciones morales del hombre de clase media
promedio de la sociedad moderna occidental. Cualquier cosa que vaya más allá
de esto es objeto del discurso moral entre los participantes. En cuanto el
filósofo desee justificar los principios específicos de una teoría normativa
de la moral y de la política, debe considerarlos como una propuesta para ser
debatida discursivamente entre los ciudadanos. En otras palabras: el filósofo
moral debe dejarlos asuntos sustantivos, que van más allá de una crítica
fundamental al escepticismo de los valores y al relativismo valorativo, en manos
de los participantes en el discurso moral, o bien adaptar las pretensiones
cognoscitivas de la teoría normativa desde un principio al papel de uno de los
participantes.53
En otro lugar afirma Habermas:
"Las éticas cognoscitivistas hacen abstracción de los problemas de la
vida buena y se concentran en los aspectos estrictamente deónticos,
susceptibles de universalización, de modo que de 'el bien' sólo quedan las
cuestiones relativas a la justicia".54 Sin embargo, no resulta claro que
quede siquiera eso, pues Habermas niega que la Teoría de Justicia de
Rawls sea una "obra filosófica". Al elaborar dos principios de la
justicia, Rawls "habla como ciudadano de los Estados Unidos, dentro de
cierto contexto, y es fácil hacer -como se ha hecho- una crítica ideológica
de las instituciones y principios concretos que desea defender".55 Habermas
parece sugerir que el hecho de que Rawls no haya desligado los principios de su
propio contexto socio-político no es tan sólo un fracaso contingente: toda
teoría de la justicia naufragará contra el mismo escollo.
Lo anterior resulta bastante
absurdo. ¿Cómo podría eludir la formulación y justificación racional de
principios éticos toda discusión de los mundos sociales concretos, tanto
actuales como posibles? ¿Cómo podría evitar ofrecer alguna descripción de la
persona? ¿Y cómo podría una consideración acerca de los seres humanos y de
sus relaciones sociales desentenderse de la investigación empírica? Uno de los
grandes méritos del libro de Rawls -así como del de Nozick, Anarchy, State and Utopia,
una explicación neoliberal basada en la teoría de Rawls- es la reivindicación
de la teoría política sustantiva, que busca fundamentar los principios de la
justicia en concepciones cuasiempíricas de la naturaleza humana y de la
sociedad. La metaética formal de Habermas se desvanece también frente a la
orientación más interesante adoptada por la filosofía moral analítica, que
se ocupa de la relación entre el realismo ético -según el cual los juicios
morales deben ser considerados como aserciones susceptibles de verdad o
falsedad, al igual que todas las demás- y los diversos contextos sociales en
los que se encuentran los seres humanos.56
De hecho, también deja
vulnerable a Habermas frente a la estrategia de Rorty, quien concede a Habermas
que una concepción procedimental del papel de la filosofia es correcta, pero lo
acusa luego de un "viraje" en el que se "privatiza la filosofia"
al renunciar al intento de suministrar una justificación teórica de los
proyectos políticos. La política, argumenta Rorty, debería dejarse a los
"soñadores superficiales, gente como Edward Bellamy, Henry George, H.G.
Wells, Michael Harrington, Martin Luther King", quienes proponen
"maneras concretas de mejorar las cosas... Suministran esperanzas locales y
no un conocimiento universal".57 Rorty, de manera típicamente narcisista,
formula el problema en términos del papel de la filosofía, pero se trata en
realidad de determinar si la investigación teórica desempeña algún papel en
la orientación de la práctica política. La conclusión -que no puede hacerlo-
es altamente compatible con el liberalismo de Rorty, "el intento por
satisfacer las expectativas de la burguesía del Atlántico Norte", como lo
llama, pero sin duda perjudica gravemente el esfuerzo de Habermas por
rehabilitar la "Ilustración radicalizada".58
La escisión entre una metaética
formalista y una filosofía política sustantiva indica, en mi concepto, que
cualquier teoría defendible de la racionalidad no puede ser puramente
procedimental, sino que debe incorporar una explicación fáctica de los seres
humanos y de su lugar en el mundo. Tal pretensión es, desde luego, un corolario
de negar la distinción analítico-sintética. Si la aclaración de significados
no puede divorciarse de la investigación empírica sobre la estructura del
mundo, la filosofía debe considerarse entonces como algo continuo con la
ciencia y no como un fundamento a priori de la misma. Habermas evita en
principio una "filosofía primera", pero al concebir la racionalidad
como algo esencialmente procedimental, amenaza con recobrar para la filosofía
su papel fundamentador, si bien lo recupera para una concepción bastante
etérea de filosofía. La dificultad atinente a la epistemología naturalista
que he contrapuesto a la de Habermas es, desde luego, que al situar la
racionalidad en el contexto de los seres humanos y de su entorno natural y
social, ésta pareciera disolverse en tal contexto, peligro que me propongo
ilustrar -y remediar- al considerar el problema de la verdad.
El naturalismo epistemológico de
mayor importancia en la actualidad es quizás la filosofía del lenguaje de
Davidson. Como lo vimos en la sección 3.3, es a la vez holista -siguiendo a
Quine, concibe el lenguaje como un "tejido" de frases interconectadas-
y realista -el sentido de una proposición particular está dado por sus
condiciones de verdad, y la verdad se concibe según su definición clásica, de
manera que la proposición es falsa o verdadera en virtud del estado del mundo.
Rorty, por su parte, ha intentado reclamar tal filosofía del lenguaje para el
pragmatismo, entendido como "la doctrina de que no hay limitaciones a la
investigación, aparte de las limitaciones conversacionales -no habría
limitaciones generales derivadas de la naturaleza de los objetos, de la mente ni
del lenguaje, salvo aquellas limitaciones particulares suministradas por las
observaciones de nuestros colegas de investigación".59 Argumenta que
" 'verdadero' no tiene valor explicativo"; puede tener algún valor
técnico para nosotros en cuanto permite, por ejemplo, distinguir entre usar y
mencionar proposiciones, como lo hacen las proposiciones de verdad de Tarski de
la forma " 'p' es verdadero si y sólo si p", utilizadas por Davidson
para establecer el sentido (las condiciones de verdad) de las proposiciones;
esto, sin embargo, no equivale a fundamentar el conocimiento en una relación
entre las proposiciones y el mundo.60 Davidson rechaza decididamente esta
interpretación de su teoría.61
Habermas suscribe también una
teoría pragmatista de la verdad. Siguiendo a Dewey, identifica la verdad con la
asertividad justificada: decir de una proposición que es verdadera es decir que
está justificada. Esto, sin embargo, equivale a reducir la verdad a lo que los
participantes en la conversación elijan aceptar (la posición de Rorty), pues
una proposición está justificada si los participantes en la discusión la
aceptan libremente sobre la base de la argumentación racional.62 Esta
definición de la verdad en términos de consenso ideal proviene directamente de
la de Peirce, para quien una proposición es verdadera si fuera aceptada en una
investigación que continuara en forma indefinida.
El defecto de estas teorías es
que una proposición puede afirmarse justificadamente, no sólo en términos del
estado actual del conocimiento, sino también en términos de cualquier consenso
que pueda surgir de la discusión de una situación ideal del discurso, no
contaminada por las inequidades del poder, y seguir siendo falsa. Es muy posible
que no sólo nuestras mejores teorías contemporáneas, sino las admitidas por
el tipo de consenso ideal proyectado por Habermas como telos del discurso,
estén equivocadas. Uno de los grandes méritos de la teoría clásica, donde la
verdad depende del estado del mundo y no de que coincidamos en cualquier cosa,
incluso en el mejor de los casos, es que permite tal posibilidad.
Ahora bien: tanto Habermas como
Rorty responderían que la teoría clásica de la verdad, precisamente por ser
tan fuerte, y porque incluso nuestras mejores teorías pueden resultar falsas,
sería una rueda suelta metafísica sin utilidad cuando se trata de buscar el
sentido del mundo. Y ambos estarían equivocados. En primer lugar, el hecho de
que, según la teoría clásica, incluso las teorías más
"justificadas" estén sometidas a la posibilidad de ser falsas,
implica una concepción falibilista del conocimiento, según la cual las
teorías son hipótesis susceptibles de revisión. En segundo lugar, la
objetividad de la verdad -independiente aun del consenso más ideal, pues el
valor de verdad de una proposición depende de si el mundo es como afirma que
es- sugiere que imponemos algunas limitaciones a la revisión de teorías pues,
desde el punto de vista de alcanzar la verdad, puede resultar mejor o peor
revisarlas.
A pesar de Rorty, habría
limitaciones a la investigación diferentes de las "conversacionales".
El intento más interesante de dar cuenta de estas limitaciones, elaborado por
Lakatos, implica una fusión fascinante de sus dos maestros, Lukács y Popper,
en la cual las revisiones admisibles deben ser a la vez coherentes con un
programa de investigación científica teóricamente articulado, y predecir
acertadamente "hechos novedosos" en algunos casos.63 Esta última
exigencia, la exigencia de corroboración empírica, requiere que las teorías
admisibles ofrezcan una prueba independiente de la exactitud de sus
representaciones del mundo. La verdad, concebida en términos clásicos, actúa
como "ideal regulativo", en palabras de Popper, que exige la
aceptación de limitaciones en la revisión de nuestras creencias.64
Si la línea de pensamiento
esbozada en el párrafo anterior es correcta, el tipo de naturalismo filosófico
que he descrito nos ofrece una explicación de la racionalidad mejor que la de
Habermas y es consistente con un realismo epistemológico. Puede llegar incluso
a exigirlo, pues la estrategia de Davidson implica la idea de que comprendemos a
los demás sólo si los consideramos racionales, esto es, si les atribuimos
creencias cuya aceptación es al menos inteligible en las circunstancias en que
se encuentran, así no sean verdaderas. Resulta difícil ver cómo una
justificación racional de esta atribución puede eludir la distinción entre
creencias falsas y verdaderas, la cual nos lleva a su vez a los problemas
relativos a la verdad y al conocimiento a los que hemos aludido. En todo caso,
la concepción procedimental de la racionalidad de Habermas no parece
sostenible. Definir la verdad en términos de un consenso ideal no da cuenta de
las razones para decidir sobre la asertividad de una proposición en particular.
Habermas concede, en efecto, que la "dimensión evidencial" del
concepto de verdad (del suyo) precisa ulterior clarificación.65 El peligro
reside en que Rorty, un postestructuralsta disfrazado de pragmatista, puede
disponer a su antojo de una teoría de la racionalidad que evidencia debilidades
semejantes. Una concepción puramente formal de la razón no está en
condiciones de derrotar a los enemigos de la Ilustración.
4.4 El espectro de Marx: economía, política y conflicto
Si la teoría de la racionalidad comunicativa de Habermas es demasiado débil
para resistir la crítica postestructuralista de la razón, resulta a la vez
excesivamente fuerte para dar cuenta de la modernidad social, pues tiende a
exagerar el grado en que ha sido realizado el proyecto de la Ilustración en la
sociedad contemporánea. En ambos casos, el origen de la dificultad reside en
una concepción de la socialidad como acción orientada al acuerdo, y lo
anterior resulta evidente si consideramos la teoría social de Habermas en tres
niveles de progresiva complejidad.
En primer lugar está la crítica
de Habermas al marxismo. La debilidad fundamental de la "filosofía de la
praxis" de Marx, según Habermas, es que permanece dentro de la
problemática de la "filosofía de la consciencia": "La
filosofía de la praxis, que privilegia la relación entre el sujeto agente y el
mundo de objetos manipulables, entiende el proceso de formación de la especie
(conforme al modelo de la auto-externalización) como un proceso de
autogeneración de la especie. Para la filosofía de la praxis, el principio de
la modernidad no es la autoconsciencia sino el trabajo". La humanidad, por
lo tanto, es concebida por el marxismo, según Habermas, como un macrosujeto que
actúa sobre su entorno y lo transforma para satisfacer sus necesidades. La
forma de acción implicada en ello es, por consiguiente, instrumental, pues
está gobernada por una racionalidad de propósitos orientada a obtener el logro
más eficiente de fines predeterminados.
Este "paradigma de la
producción" adolece, como teoría de la sociedad, de algunos defectos
inherentes. Habermas le objeta, en primer lugar, que no puede explicar "la
relación que existe entre el tipo de actividad paradigmática que representa el
trabajo y todas las otras formas de manifestación cultural"; en segundo
lugar, es igualmente incapaz de decirnos "si del proceso metabólico entre
sociedad y naturaleza pueden obtenerse aún contenidos normativos" y, en
tercer lugar, el identificar la práctica con la producción limita el alcance
explicativo de la teoría social marxista dado "el final históricamente
previsible de la sociedad basada en el trabajo". La teoría de la acción
comunicativa incorpora entonces aquellos aspectos del marxismo que son de valor
perdurable -en particular, una concepción de la historia como proceso de
aprendizaje evolutivo- y, al mismo tiempo, una visión de la naturaleza
selectiva de la racionalización capitalista. Todo esto dentro de un marco
filosófico cuya concepción de la acción social sería dialógica en lugar de
monológica.66
Este argumento deriva su
plausibilidad del contraste establecido entre la producción entendida como
acción instrumental, por una parte, y, por la otra, la producción entendida
como interacción social normativamente regulada. Para Habermas, "la
praxis, en el sentido de interacción regida por normas, no puede analizarse
según el modelo de un gasto productivo de fuerza de trabajo y de consumo de
valores de uso".67 Esta oposición entre trabajo e interacción es anterior
a la elaboración habermasiana de la teoría de la acción comunicativa y
constituye un tema central de sus escritos en la década de 1960. ¿Pero
representa de manera acertada la teoría de Marx? Hay buenas razones para dudar
de ello.
En primer lugar, la antropología
filosófica de Marx, desarrollada en los Manuscritos económicos y filosóficos
de 1844 y en
La ideología alemana, no trata el trabajo simplemente como una relación
monológica entre sociedad y naturaleza. Una de las piezas fundamentales de la
teoría del trabajo alienado elaborada en los Manuscritos es la
distorsión de las relaciones sociales que éste representa. Por otra parte, al
criticar el idealismo subjetivo de los jóvenes hegelianos, Marx argumenta en
favor del carácter social del lenguaje y del pensamiento -idea desarrollada por
Mikhail Bakhtin y sus colegas en los años veintes, cuando intentaron formular
una filosofía sistemática del lenguaje basada en la naturaleza dialógica del
habla.68 Con esto no quiero decir que la antropología de Marx esté exenta de
problemas. Recientemente se han dirigido una serie de críticas contra su modelo
de autorrealización como uso pleno de las facultades esenciales de la persona,
y el lugar de la ética dentro del materialismo histórico también ha sido
objeto de fuertes controversias.69 No obstante, resulta difícil ver cómo
podría Habermas ofrecer una respuesta satisfactoria a estos problemas, pues su
concepción etérea de la racionalidad hace abstracción del carácter corpóreo
de la existencia humana -algo que toda antropología orientada a lograr la
emancipación social se ve obligada a confrontar- y desemboca en una metaética
kantiana en la que se privilegia las normas y los deberes en detrimento de otras
formas de vida ética, como las virtudes, a las cuales convendría conceder
mayor importancias.70
En segundo lugar, respecto de la
oposición entre trabajo instrumental e interacción gobernada por normas, ¿se
trata de una distinción exhaustiva o adecuada desde el punto de vista
explicativo de la teoría social? Es evidente que Marx no lo creía así. Marx
distingue entre fuerzas y relaciones de producción; entre los procesos de
trabajo, técnicamente determinados, mediante los cuales se producen valores de
uso, y las relaciones de control efectivo sobre los medios de producción y la
fuerza de trabajo a partir de las cuales se desarrollan la explotación y la
lucha de clases (ver sección 2.1). Las relaciones de producción no son
reductibles a la acción instrumental que con cierta plausibilidad podríamos
identificar en el proceso laboral, como tampoco a la interacción social
normativamente regulada, cuyo telos implícito sería el consenso; constituyen
más bien una esfera de relaciones de poder asimétricas, de distribución
inequitativa de la riqueza y los ingresos, de intereses de clase antagónicos y
de irreconciliable lucha social.71 La "reconstrucción" que hace
Habermas del materialismo histórico elimina las relaciones de producción, que
se subordinan a las estructuras consensuales de la integración social: "El
núcleo institucional en torno al cual se cristalizan las relaciones de
producción establece una forma específica de integración social. Por
integración social entiendo, siguiendo a Durkheim, asegurar la unidad social
del mundo de la vida a través de sistemas y normas".72 La distinción
entre el mundo de la vida y el sistema sustituye la distinción entre las
fuerzas y las relaciones de producción, y estas últimas se identifican con las
estructuras normativas autónomas de la ley y la moralidad.
Sin embargo, puesto que la
diferenciación entre el sistema y el mundo de la vida es un producto de la
modernización capitalista, y en particular de la racionalización del mundo de
la vida, ¿cómo hemos de explicar este proceso histórico? Habermas recurre a
veces al marxismo clásico, como cuando nos dice que "los impulsos para una
diferenciación del sistema social proceden del ámbito de la reproducción
material".73 Desarrollar este argumento exigiría, sin embargo, conferir a
las relaciones de producción una especificidad y autonomía explicativa que
están ausentes de la teoría social de Habermas. A falta de una explicación
materialista de los mecanismos de cambio social, Habermas se desliza hacia un
extraño tipo de idealismo en el cual los estadios de desarrollo del individuo
se asimilan a los de la humanidad. Habla de "las estructuras homólogas de
la consciencia en la historia del individuo y de la especie", y dice que
ambas involucran "procesos de aprendizaje" en los que el sujeto,
individual o colectivo, evoluciona gradualmente hacia formas más avanzadas de
la consciencia moral que culminan en una "ética universal del habla"
en la cual las normas se justifican argumentativamente.74 No debe sorprendernos
entonces que Habermas, a pesar de su crítica a la "filosofía de la
praxis", se aproxime peligrosamente a restaurar una especie de macrosujeto
social cuando afirma: "De ahí que también las sociedades modernas,
profundamente decentradas, mantengan en la acción comunicativa un centro
virtual de autoentendimiento" y una "difusa consciencia
común".75 La historia, en ausencia de una explicación de los antagonismos
que dan lugar a la explotación y a la lucha de clases, se convierte en un
proceso a través del cual la aspiración hacia un consenso racionalmente
fundado, implícita en todo acto de habla, se articula en forma cada vez más
explícita en las estructuras normativas y en la consciencia moral.
En un segundo nivel, más
concreto, la concepción consensual de lo social propuesta por Habermas lo lleva
a exagerar el grado en que el capitalismo tardío ha superado el tipo de
contradicciones económicas analizadas por Marx en El capital. Argumenta que
"para la ortodoxia marxista resulta difícil explicar el intervencionismo
de Estado, la democracia de masas y el Estado benefactor". Los tres están
vinculados:
La democracia de masas, con el
Estado social como contenido político, es una ordenación que contrarresta el
antagonismo de clases que sigue inscrito en el sistema económico, bajo una
condición, a saber: que no decaiga la dinámica de crecimiento del capitalista
salvaguardada por el intervencionismo del Estado, pues sólo entonces se dispone
de una masa de compensaciones que puede distribuirse en el marco de discusiones
ritualizadas, conforme a criterios tácitamente consentidos, y canalizarse hacia
los roles de consumidor y cliente, impidiendo así que las estructuras del
trabajo alienado y de la codecisión alienada desarrollen una fuerza
explosiva.76
Bajo el capitalismo tardío y
"organizado", el control político de la economía asegura, gracias a
las técnicas keynesianas de administración de la demanda, una tregua en la
lucha de clases, a costa de desplazar estas contradicciones hacia otros
ámbitos.
Como tengo mucho más que decir
acerca del capitalismo contemporáneo en el capítulo quinto, basta aquí
señalar que el análisis de Habermas adolece de dos debilidades fundamentales.
La primera es que deja por fuera de su explicación el regreso, desde fines de
los años sesentas, del ciclo clásico de prosperidad y depresión que ha
llevado a dos graves recesiones mundiales, en 1974-75 y en 1979-82. Más aún,
si bien puede debatirse todavía hasta qué punto ha regresado el capitalismo de
las últimas décadas a una condición de "desorganización", es claro
que la capacidad de los Estados nacionales para administrar la actividad
económica dentro de sus fronteras ha sido reducida de manera importante. Estos
desarrollos hacen difícil sostener la idea de que una "repolitización"
de las relaciones de producción ha contribuido en gran medida a la estabilidad
económica a expensas de la reproducción cultural del sistema.
Cualquiera que sea la forma
específica como las caractericemos, las contradicciones internas del modo
capitalista de producción tienen todavía una efectividad que ninguna medida de
control por parte de los Estados individuales ha conseguido superar. En segundo
lugar, la descripción que hace Habermas de la "crisis de
legitimación", que a su juicio ha suplantado la forma clásica de la
crisis del capitalismo, se centra en los efectos desestabilizadores de cambios
que, según su teoría, han debilitado la integración normativa de las masas al
orden existente. Sin embargo, es innegable que la estabilidad social no depende
de la creencia de las clases subordinadas en la legitirnidad del statu quo, sino
de una fragmentación de la consciencia social que les impide desarrollar una
perspectiva integral de la sociedad en su conjunto.77
Aparte de estas críticas
específicas, lo que más interesa es la dirección general del argumento de
Habermas, en el cual el peso explicativo es asumido por el desarrollo de las
estructuras normativas -que hacen posible el control político de la economía-,
o sus disfunciones internas -que generan crisis de legitimación. Hallamos esta
misma tendencia cuando consideramos, a un nivel aún más concreto, las ideas de
Habermas sobre la democracia. Las instituciones de la democracia parlamentaria
representan para él la regulación consensual de la vida social. "Desde la
perspectiva de una teoría de la sociedad, el sentido normativo de la democracia
puede reducirse a la fórmula de que la satisfacción de las necesidades
funcionales de la economía y de la administración, esto es, de los ámbitos de
acción integrados sistémicamente, tienen que encontrar su límite en la
integridad del mundo de la vida, es decir, en las exigencias de los ámbitos de
acción que dependen de la integración social".78 Las formas democráticas
entran entonces, necesariamente, en conflicto con el capitalismo, gobernado por
el imperativo de la integración sistémica regulada por el mercado.
Dada esta concepción de la
democracia liberal (Habermas tiene buen cuidado de distanciarse de la
"llamada democracia directa"),79 no debe sorprendernos que se oponga a
sus críticos tanto de derecha como de izquierda. En efecto, ve una estrecha
afinidad entre los dos y denuncia a "aquellos izquierdistas de la
República Federal y a quienes en la actualidad, especialmente en Italia,
sustituyen al diablo por Belcebú y llenan la brecha que deja una teoría
marxista inexistente de la democracia con la crítica fascista a la democracia
preconizada por [Karl] Schmitt".80 Su polémica contra Schmitt, de donde
proviene este pasaje, es un escrito valeroso en el que las pasiones de Habermas
se ven directamente involucradas, y resultar fácil ver por qué Schmitt
pertenece, como lo observa Habermas, a la galére de pensadores conservadores
-incluidos Heidegger, Gottfried Benn y Ernst Jünger- que enarbolan
explícitamente la esvástica en el mástil de la contra-Ilustración y acogen
el régimen hitleriano como la realización de su crítica a la modernidad.81
Pero más aún, el sistema de
ideas de Schmitt hace de él una especie de imagen mefistofélica refleja de
Habermas. El decisionismo del primero se contrapone al universalismo y al
racionalismo del segundo. "Soberano es quien decide la excepción",
afirma Schmitt, con lo que quiere decir que el locus del poder político reside
en la acción que responde a un momento de extremo peligro para el Estado con
una intervención creativa que surge ex nihilo, irreductible a todo principio
general.82 A esta teoría de la soberanía corresponde una concepción de la
política como "el antagonismo más intenso y extremo", fundado en la
relación de amigo y enemigo que refleja la posibilidad permanente de la guerra
implícita en la vida social y que encuentra su máxima expresión en el sistema
mundial de naciones rivales, concepción directamente opuesta a la idea
consensual de lo social propuesta por Habemass.83 Finalmente, Schmitt trata la
discusión, que para Habermas es un componente necesario de la racionalidad,
como algo distintivo de la burguesía liberal, que "comparte su
característica de clase de eludir las decisiones. Una clase que traslada toda
actividad política al juego de la conversación en la prensa y en el parlamento
no es un rival digno en el conflicto social.84
Para Schmitt, en efecto, la
discusión, como "intercambio de opiniones gobernado por el propósito de
persuadir al oponente, a través de la argumentación, de la verdad o justicia
de algo, o permitir que nos persuadan de que algo es verdadero o justo", es
la esencia del gobierno parlamentario. No obstante, esta forma de
reglamentación política surge en el período del constitucionalismo liberal y,
por lo tanto, es anterior a la introducción progresista del sufragio universal
en la segunda mitad del siglo XIX. Sólo bajo estas circunstancias, es decir,
cuando la discusión parlamentaria se da dentro de una restringida élite
burguesa, "las leyes surgen con base en un conflicto de opiniones y no con
base en una lucha de intereses". Sin embargo,
hoy en día, la situación del
parlamentarismo moderno es crítica porque el desarrollo de la moderna
democracia de masas ha hecho de la discusión pública argumentativa un mero
formalismo. Muchas de las nomas de la ley parlamentaria contemporánea, y en
especial las disposiciones relativas a la independencia de los representantes y
a la apertura de las sesiones, operan como una decoración superflua, inútil e
incluso incómoda, como si alguien hubiera pintado el radiador de un sistema de
calefacción con llamas rojas para dar la apariencia de un fuego ardiente. Los
partidos... no se enfrentan unos a otros para discutir opiniones, sino como
grupos de poder social y económico que calculan sus mutuos intereses y sus
oportunidades de poder, y que acuerdan compromisos y coaliciones con base en
ello. Las masas se ganan a través de un aparato propagandístico cuyo efecto
máximo consiste en apelar a pasiones e intereses inmediatos. La argumentación,
en el sentido real característico de una auténtica discusión, desaparece.85
Este texto, publicado en 1926,
describe la República de Weimar. No obstante, ¿quién podría negar que se
aplica igualmente a la democracia liberal contemporánea? Yo, por mi parte, no
lo haría, pues he vivido bajo tres sucesivos períodos de gobierno de la
señora Thatcher en Inglaterra y conozco la farsa de las elecciones
presidenciales en los Estados Unidos, dominadas por sondeos de treinta segundos
y por astutas propagandas de impacto. Habermas puede rechazar sin dificultad la
solución de Schmitt a la crisis de la democracia liberal, que consiste en
sepultar las instituciones parlamentarias y las libertades civiles para colocar
en su lugar "una Führerdemokratie imperial y racialmente homogénea",
y sostener con razón que "el medio de discusión público y guiado por
argumentos... es esencial para toda justificación democrática de la autoridad
política".86 Pero ¿puede negar la exactitud del diagnóstico que hace
Schmitt de la situación de la democracia liberal contemporánea? Habermas
afirma que "la tendencia a la desintegración de la esfera pública de tipo
liberal -la formación de opinión de estilo discursivo, mediada por las
lecturas, el razonamiento y la información- se ha intensificado desde finales
de los años cincuentas. El modo de funcionamiento de los medios electrónicos
lo atestigua y, especialmente, la centralización de organizaciones que
privilegian el flujo vertical y unidireccional de información de segunda y
tercera mano, de consumo privado". Habiendo identificado por primera vez
esta tendencia en Strukturwandel
der Offentlichkeit (1962), Habermas habla ahora del "surrealismo
realmente existente" de la vida bajo el capitalismo tardío.87
Desde luego, reconocer que el
contenido político de las instituciones liberales democráticas se ha
debilitado hasta tal punto no equivale a abogar por su abolición, como hace la
extrema derecha. A pesar de la sarcástica referencia de Habermas a la
"inexistente teoría marxista de la democracia", la tradición
clásica del socialismo revolucionario -Marx y Engels, Lenin y Trotsky,
Luxemburg y Gramsci- rechazó siempre la idea de que los marxistas debían
permanecer indiferentes ante los ataques reaccionarios contra los derechos y las
instituciones de la democracia liberal. La posición izquierdista infantil que
se rehusa a defender la democracia burguesa contra la derecha, no obstante,
está fuertemente arraigada en Alemania, lo cual puede explicar por qué
Habermas tiende a exagerar la posición contraria.
Sin embargo, los marxistas
clásicos insistieron también en la necesidad de rastrear las raíces de clase
de la democracia liberal, que limita las posibilidades de participación masiva,
y en establecer como objetivo una forma más elevada de democracia en la que la
representación, en lugar de basarse en un electorado atomizado y pasivo, se
fundamente en la organización colectiva operante y en la comunidad. El peligro
con la defensa que hace Habermas de la democracia liberal en contra de los
neoconservadores es que puede conducirlo a una posición apologética; en
efecto, en su discusión acerca del carácter único del holocausto nazi, por
ejemplo, tiende a enfatizar de tal manera las virtudes democráticas de la
República Federal que minimiza su violación de las libertades civiles, como la
prohibición constitucional de los partidos "extremistas", y trata su
integración al orden político occidental como una ruptura necesaria con su
pasado autoritario.88
Las ideas de Habermas sobre la
democracia ilustran su tendencia más general a independizar las estructuras
normativas, es decir, a tratar la sociedad como una "realidad
moral".89 Obviamente, hay un amplio margen de desacuerdo serio e iluminador
acerca de cuán factible es una forma más avanzada de democracia. Pero tal
discusión requeriría una investigación detallada e históricamente informada
acerca de las condiciones sociales de los modos específicos de gobierno
político.90 Es probable que una investigación de este tipo se adelante con
mayores perspectivas de éxito dentro del marco del materialismo histórico
clásico que sobre la base de la teoría de la "reconstrucción" de
Habermas, en la que el desarrollo de las formas de interacción social, y no la
interacción del desarrollo tecnológico con la lucha de clases, "marca el
paso de la evolución social". El propio Anthony Giddens -quien no es en
absoluto un admirador incondicional del marxismo- objeta a la Teoría de la acción comunicativa:
"¡Demasiado Weber! ¡Muy poco Marx!".91
El argumento puede aplicarse de
manera más amplia al diagnóstico que ofrece Habermas de la modernidad. Para
ponerlo en los términos utilizados por Marx cuando discutía el conflicto entre
los defensores de la burguesía y los opositores románticos del capitalismo
(ver sección 2.1), Habermas, al rechazar con razón la crítica a la
Ilustración elaborada por Nietzsche y sus sucesores, que abre la puerta al
regreso impuesto de una "plenitud original" ficticia -el proyecto de
Heidegger, de Schmitt y de otros durante la época nazi-, tiende a caer en una
exageración unilateral análoga acerca de cuánto ha realizado la modernidad el
proyecto de la Ilustración. Marx celebró el capitalismo por haber desarrollado
inconmensurablemente las capacidades humanas y por haber creado la clase que
conseguirá "su bendito final". Y en esta dirección, como lo
argumentaré en el próximo capítulo, reside la verdadera radicalización de la
Ilustración.92
Notas:
1. J. Habermas, "Modernity - an Incomplete Project", en H. Foster, ed.,
Postmodern Culture, Londres, 1985, p. 9.
2. Los textos principales de este
debate están recogidos en R.Augstein et al., Historikerstreit, Munich, 1987.
Ver también el número especial de NGC 44, 1988.
3.
Habermas, "Modernity"
, p. 14.
4. P. Jameson, "The Politics
ot Theory'", NGC 33, 1984, p. 59.
5. Ver especialmente PMC, pp, 18
ss.
6.
Norris, The Contest of
Faculties, pp. 23-24.
7. HubertDreyfus y Paul Rabinow
enfatizan las similitudes existentes entre la arquelogía de FoucauIt y la
hermenéutica heideggeriana: verpor jemplo, Michel Foucault, p. 121
8 J. Hebermas, Autnomy and
solidarity, Londres, 1986, p. 107. En septiembre de 1987, uno de los principales
industriales alemanes, Hans-Martin Schleyer, fue secuestrado por las Brigadas
Rojas, con lo cual se desató la crisis que condujo a su muerte y a la de los
líderes de las Brigadas Rojas, en la prisión de Stammheim.
9.
Ibid, p. 158.
10.
TAC, I, pp. 483, 491. Ver
también DFM, lección V.
11. DEM p. 371
12.
TAC, I, pp, 494, 497. Ver
también DFM, lección XI.
13.
TAC, 1,pp.367-68,387,390.
Habemas ofrece en realidad una tipología más compleja de la acción: ver ibid,
pp. 420 ss. Su filosofía del lenguaje está elaborada con cierto detalle en
Communication and the Evolution of Society, Londres, 1979.
14.
Habermas, Communication, p.
177.
15. TAC I, p. 507.
16. DFM p. 374.
17.
TAC, l, p, 315.
18. DFM p. 368.
19.
TAC, 11, pp. 169, 187; ver,
en general, ibid, capítulo 6.
20. J. Habermas, "A Review
of Gadamer's Truth and Method" en F. R. Dallmayr y T. A. McCarty, ed,
Understanding and Social lnquiry, Notre Dame, 1977, p. 356,
21.
TAC, 1, p. 104.
22.
lbid, p. 324_
23.
lbid, pp. 315, 324, ver en
general, ibid., capítulo 2.
24.
TAC, II, pp. 213, 251, 376,
377.
25. Ver, por ejemplo, T. Parsons,
"On the Concept of Political Power", en Politics and Social Structure,
Nueva York, 1969, y la discusión crítica de las teorías de Parsons que
aparece en TAC II, capítulo 7.
26. A. Wellmer, "Reason,
Utopia and Enlightenment", en R. Bernstein, ed, Habermas and Modemiry,
Cambridge, 1985, p. 39.
27.
TAC, II, p. 339.
28.
Habermas, Communication, pp.
97-99, 117, 120.
29.
DFM, p. 420.
30.
TAC, II, p. 467.
31. Ver J. Habermas, Legitimation
and Crisis, Londres, 1976.
32.
TAC, II, pp. 556, 559.
33.
Habermas, Autonomy, p.107.
34.
DFM, p.429.
35.
TAC, I, pp. 16-17.
36. Ver, además de la siguiente
discusión sobre la filosofía del lenguaje de Habermas, las observaciones que
al respecto se encuentran en MH, pp. 110-14.
37. Ver, por ejemplo, TAC l, pp.
393-4, y Habermas, Communication, capitulo 1.
38. Ver, por ejemplo, L.
Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, México,1986, 1, § 194.
39.
TAC, I, pp. 370.
40.
Ibid, p. 390.
41. J. Habermas, Knowledge and
Human Interest, Londres, 1972, p. 314. [Conocimiento e interés, Madrid, 1982].
42. P. Anderson, In the Tracks of
Historical Materialism, Londres, 1983, p. 64.
43. M. Dummet, "A Nice
Derangement of Epitaphs: some Comments on Davidson and Hacking", en H.
LePore, ed, Truth and Interpretation, Oxford,1986, p.471.
44. Wittgenstein , op. cit., 1,
§ 242.
45. Ver S. Kripke, Wittgenstein
on Rules and Private Language, Oxford, 1982 y C. McGinn, Wittgenstein on
Meaning, Oxford, 1984.
46. Wittgenstein , op. cit. §
241.
47. Wittgenstein , op. cit, I, §
243, § 206.
48.
McGinn, op. cit, p. 85.
49.
W.V.O.Quine, "Carnap and
Logical Truth", en PP.A. Schlipp, ed., Carnap and Logical Thruth, La Salle,
1963, pp. 406. El ataque de Quine a la distinción analítico-sintética se
encuentra en "Dos dogmas del empirismo", en Desde un punto de vista
lógico, Barcelona, 1984.
50. Ver mi discusión de la
teoría de la interpretación de Davidson en MH, pp. 104-110.
51. D. Davidson, De la verdad y
de la interpretación, Barcelona, 1990, p. 276. Davidson ha llevado incluso su
anti-convencionalismo hasta el extremo de negar que la comunicación involucre
interlocutores que compartan el lenguaje; ver "A Nice Derangement of
Epitphs", en LePore, op cit, en donde el artículo de Dummett que lleva el
mismo nombre, citado en la nota 43, es una respuesta a esta posición. El debate
parece girar en torno a dos formas diferentes de naturalismo.
52. Citado en TAC, I, p. 107.
53.
Habermas, Autonomy, pp,
160-61.
54. TCA, II, p. 563.
55.
Habermas, Autonomy, p. 205.
56. Ver, por ejemplo, A.
MacIntyre, After Virtue, Londres, 1981, S. Lovibond, Realism and Imagination in
Ethics, Oxford, 1983, y B. Williams, Ethics and the Limits of Philosophy,
Londres, 1985.
57. R. Rorty,
"Posties", London Review of Books, 3 de septiembre de 1987, p. 12.
58. Ver Norris, op. cit, capitulo
6, para una discusión crítica del "liberalismo postmodernista
burgués" de Rorty.
59. R. Rorty, The Consequencies
of Pragmatism, Brighton, 1982, p. 165.
60. Ver Rorty, "Pragmatism,
Davidson and Truth", en LePore, ed. op. cit.
61.
Davidson, op. cit., p.22.
Davidson ha explorado las implicaciones epistemológicas de su semántica
filosófica en "A Coherente Theory of Truth and Knowledge", en L.Pore,
ed., op. cit.
62. Ver, por ejemplo, la
formulación (y crítica) de la teoría de la verdad de Habermas en J. B.
Thompson, "Universal Pragmatics", en J. B. Thompson y David Held,
eds., Habermas: Critical Debates, Londres, 1982, pp. 129-31, y también A.
Giddens, "¿Reason vithout Revolution?" en Bemstein,ed., Habermas ard
Modernity, pp. 114-17.
63.
I. Lakatos, Philosophical
Papers, 2 vols. Cambridge, 1978,1.
64. K. Popper, Realism and the
Aim of Science, Londres, 1982.
65.
Habermas, "A Reply to my
Critics", en Thampson y Held, op. cit..
66.
DFM, pp.84,103-4; ver en
general , pp.98-101, 411-16.
67.
Ibid, p. 106. Ver también J.
Habermas, "Labour and Interaction",en Theory and Practice, Londres,
1974, y Conocimiento, parte 1.
68. Ver especialmente V. N.
Volshinov, Marxism and the Philosophy of Language, Nueva York, 1973. Discuto las
implicaciones que tiene el trabajo de Bakhtin y de su escuela para el marxismo
en "Postmodenism, Poststructuralism, Postmarxism?", TCS 2, 3, 1995 y
en un artículo inédito, "¿The Missing Link?".
69. Ver G.A.Cohen,
"Reconsidering Historical Materialism", y N. Geras, "The
Controversy about Marx and Justice", ambos reproducidos en A. Callinicos,
ed., Marxist Theory, Oxford, 1989. Estos asuntos son objeto de discusión en la
introdución a esta recopilación y en MH, capítulo 1.
70. Ver, por ejemplo, A. Heller,
"Habermas and Marxism", en Thompson y Held, op. cit.; J. Whitebrook,
"Reason and Happiness", en Bernstein, ed. op. cit, y, para una
crítica esencial de la ética deóntica, ver Williams, op. cit.
71. Ver MH, capítulos 3 y 5,
donde se discute en qué sentido la teoría marxista de los intereses sería
irreductible al concepto de acción instrumental.
72.
Habermas, Communication, p.
144.
73.
TAC, II, p. 237.
74.
Habermas, Communication, p.
99. Ver en general Ibid, capítulos 2-4.
75.
DFM, p. 424.
76.
TAC, II, pp. 495-96.
77. Ver D.Held,
"CrisisTendencies, Legitimation and the State",en Thompson y Held, op.
cit.. El propio Habermas utiliza en ocasiones este mismo argumento: "En
lugar de la tarea positiva de satisfacer cierta necesidad de interpretar por
intermedio de la ideología, tenemos la exigencia negativa de impedir que se
generen interpretaciones holísticas... La consciencia cotidiana es despojada de
su poder de síntesis; se torna fragmentaria", TAC, II, p. 355. Esto, sin
embargo, pareciera conjurar la visión de un estado de cosas (¿la sociedad
precapitalista?) en el cuál las "interpretaciones holísticas" de la
clase dirigente eran aceptadas por las masas -idea históricamente
problemática: ver N. Abererombie et al, The Dominant Ideology Thesis, Londres,
1980, y MH capitulo 4.
78.
TAC, II, p. 488.
79.
Habermas, Communicatian, p.
186.
80.
Habermas, "Sovereignty
and Führerdemodratie", Times Librery Supplement, 26 de septiembre de 1986,
p. 1054.
81. Ver los textos relativos a la
colaboración de Schmitt con los nazis, así como una discusión más amplia de
sus ideas en Telos 72, 1987, número especial dedicado a Schmitt.
82. C. Schmitt, Political
Theology, p. 59.
83. C. Schmitt, The Concept of
the Political, New Brunswick, 1976, p. 29 y passim.
84.
Schmitt, Political Theory, p.
59.
85. C. Schmitt, The Crisis of
Parlamentary Democracy, Cambridge, Mass, 1985, pp. 5-6.
86.
Habermas,."Sovereignty", p.1054.
87.
Habermas, Autonomy, pp,178-79.
88. Ver B. Hahn y P. Schottler,
"Jürgen Habermas und 'das ungetrübte Bewusst-sein des Bruchs", en H.
Gerstenberger y D. Schmidt, eds., "¿Normälitat oder
Normalisierung?", Münster, 1987.
89.
Habermas, Legitimation
Crisis, p. 112.
90. Para un ejemplo fascinarte de
este tipo de investigación, ver E.M.Wood, Peasant-Citizen and Slave, Londres,
1988.
91.
Giddens, op. cit., p. 120.
Ver también "Labour nad Interaction" en Thompson y Held, eds, op. cit.
92. Otro ejemplo de la tendencia
de Habermas a adoptar una posición muy poco crítica frente a la modernidad es
la tesis de que la diferenciación social producida por el desarrollo
capitalista es irreversible -o mejor, que todo intento por superar esta
diferenciación invita en realidad a una regresión social (ver especialmente
sección 4.2). Esto implica que debemos aceptar la separación entre economía y
política característica del capitalismo, o modificarla únicamente, posición
que ha recibido un apoyo independiente por parte de la moda actual del
socialismo de mercado: especialmente A. Move, The Economics Feasible Socialism,
Londres,1983. Aunque creo que la aceptación del mercado por parte de los
socialistas representa una desastrosa retirada, basada en parte en una mala
comprensión de las tendencias económicas discutidas en la sección posterior,
5.3, el tema suscita problemas que no podemos tratar aquí; no obstante, sería
conveniente ver, por ejemplo, E. Mandel, "In Defense of Socialist
Planning", NLR 159, 1986, y C. Harman, "The Myth ofMarket
Socialism", /S 2, 43, 1989. Sobre el problema más general de la
diferenciación social, considero perfectamente posible aceptar que una sociedad
socialista es una forma altamente compleja de organización social, como llegó
a reconocerlo Marx -ver A. Rattansi, Marx and the Division of Labour, Londres,
1982-, pero que sin embargo, implica una forma de complejidad diferente a la del
capitalismo. Anderson ofrece algunas observaciones de interés sobre el tema:
ver MR (discusión), p. 336.
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