Cuadernos de Formación
Nº 2 - Textos de Marcuse, Korsh y Lefevbre
01 - De "Razón
y revolución" (1941)
Herbert Marcuse
I. Fundamentos de la
filosofía hegeliana
Introducción
1. El marco histórico-social
El idealismo alemán ha
sido considerado como teoría de la Revolución francesa. Esto no
significa que Kant, Fichte, Schelling y Hegel ofreciesen una
interpretación teórica de la Revolución francesa, sino que, en gran
parte, escribieron su filosofía como respuesta al reto de Francia de
reorganizar el Estado y la sociedad sobre una base racional, de modo
que las instituciones sociales y políticas concordaran con la
libertad y el interés del individuo. A pesar de su agria crítica al
Terror, los idealistas alemanes dieron, unánimemente, la bienvenida a
la Revolución, llamándola aurora de la nueva era, y todos
relacionaron los principios básicos de su filosofía con los ideales
que ella representaba.
Por consiguiente, las
ideas de la Revolución francesa están presentes en el propio núcleo
de los sistemas idealistas y determinan en gran medida su estructura
conceptual. Tal como lo vieron los idealistas alemanes, la Revolución
francesa no sólo llegó a abolir el absolutismo feudal, reemplazándolo
con el sistema político y económico de la clase media, sino que
completa también lo que la Reforma alemana había comenzado, al
emancipar al individuo y convertirlo en dueño autosuficiente de su
propia vida. La posición del hombre en el mundo, el modo como trabaja
y se recrea, no habría de depender ya de una autoridad externa, sino
de su propia actividad libre y racional. El hombre había pasado ya el
largo período de inmadurez durante el cual fue víctima de
abrumadoras fuerzas naturales y sociales, y se había convertido en el
sujeto autónomo de su propio desarrollo. De ahora en adelante, la
lucha con la naturaleza y con la organización social habría de ser
guiada por los propios progresos de su conocimiento. El mundo habría
de ser un orden racional.
Los ideales de la
Revolución francesa encontraron su punto de apoyo en el proceso del
capitalismo industrial. El Imperio napoleónico liquidó las
tendencias radicales y, al mismo tiempo, consolidó las consecuencias
económicas de la Revolución. Los filósofos franceses de este período
interpretaron la realización de la razón como liberación de la
industria. La producción industrial en expansión parecía ser capaz
de suministrar los medios de satisfacer todas las necesidades humanas.
Así, mientras Hegel elaboraba su sistema, Saint-Simon en Francia
exaltaba la industria como el único poder capaz de conducir a la
humanidad hacia una sociedad libre y racional. El proceso económico
aparecía como el fundamento de la razón.
El desarrollo económico
en Alemania estaba muy rezagado con respecto a Francia y a Inglaterra.
La clase media alemana, débil y esparcida en numerosos territorios de
intereses divergentes, difícilmente podía contemplar la posibilidad
de una revolución. Las pocas empresas industriales que existían no
eran más que pequeñas islas industriales dentro de un prolongado
sistema feudal. El individuo en su existencia social o era un esclavo
o mantenía en esclavitud a su prójimo. Como ser pensante, sin
embargo, podía al menos aprehender el contraste entre la miserable
realidad que existía en todas partes y las potencialidades humanas
que la nueva época había liberado; y como persona moral, al menos en
su vida privada, podía preservar la dignidad humana y la autonomía.
Así, mientras la Revolución francesa había ya empezado a afirmar la
realidad de la libertad, el idealismo alemán se limitaba a ocuparse sólo
de la idea de esa libertad. Los esfuerzos históricos concretos por
establecer una forma racional de sociedad eran trasladados aquí al
plano filosófico y se hacían patentes en los esfuerzos por elaborar
el concepto de razón.
El concepto de razón
es fundamental en la filosofía de Hegel. Este sostenía que el
pensamiento filosófico se agota en este concepto, que la Historia
tiene que ver con la razón y sólo con la razón, y que el Estado es
la realización de la razón. Estas afirmaciones no serían
comprensibles, sin embargo, mientras la razón sea interpretada como
un puro concepto metafísico, ya que la idea hegeliana de la razón ha
conservado, aunque bajo una forma idealista, los esfuerzos materiales
por un orden de vida libre y racional. La deificación de la razón
como ser supremo de Robespierre es la contrapartida de la glorificación
de la razón en el sistema de Hegel. El núcleo de la filosofía
hegeliana es una estructura cuyos conceptos -libertad, sujeto, espíritu,
noción- están derivados de la idea de razón. A menos que logremos
revelar el contenido de estas ideas y su conexión intrínseca, el
sistema de Hegel se nos aparecerá como una oscura metafísica, cosa
que, en realidad, no ha sido nunca.
Hegel mismo relacionó
su concepto de razón con la Revolución francesa, poniendo en ello el
mayor énfasis. La Revolución exigía que "no se reconociese
como válido en una Constitución nada que no tuviese que ser
reconocido de acuerdo al derecho de la razón". Hegel desarrolló
más esta interpretación en sus lecciones sobre Filosofía de la
Historia: "Nunca desde que el sol ha estado en el firmamento y
los planetas han dado vueltas a su alrededor, había sido percibido
que la existencia del hombre se centra en su cabeza, es decir, en el
pensamiento, por cuya inspiración construye el hombre el mundo de la
realidad. Anaxágoras fue el primero en decir que el nous gobierna el
Universo, pero hasta ahora el hombre no había llegado al
reconocimiento del principio de que el pensamiento debe gobernar la
realidad espiritual. Esto fue, por consiguiente, una gloriosa aurora
mental. Todos los seres pensantes comparten el júbilo de esta época".
En la perspectiva de
Hegel, el giro decisivo que dio la historia con la Revolución
francesa consiste en que el hombre empezó a contar con su espíritu y
se atrevió a someter la realidad dada a las normas de la razón.
Hegel explica este nuevo desarrollo a través de un contraste entre el
empleo de la razón y una acrítica condescendencia con las
condiciones de vida predominantes. "Nada que no sea el resultado
del pensar es razón". El hombre se ha propuesto organizar la
realidad de acuerdo con las exigencias de su libre pensamiento
racional, en lugar acomodar simplemente su pensamiento al orden
existente y a los valores dominantes. El hombre es un ser pensante. Su
razón lo capacita para reconocer sus propias potencialidades y las de
su mundo. No está, pues, a merced de los hechos que lo rodean, sino
que es capaz de someterlos a normas más altas, las de la razón. Si
sigue la dirección que ésta le señala alcanzará ciertas
concepciones que pondrán al descubierto los antagonismos entre esta
razón y el estado de cosas existente. Puede llegar a descubrir que la
historia es una constante lucha por la libertad, que la individualidad
del hombre exige que éste posea la propiedad como medio para
realizarse plenamente, y que todos los hombres tienen igual derecho a
desarrollar sus facultades humanas. Empero, lo que prevalece de hecho
es la desigualdad y la esclavitud; la mayoría de los hombres carece
de toda libertad y se halla privada del último resto de su propiedad.
Por tanto, la realidad "no razonable" tiene que ser alterada
hasta que llegue a conformarse con la razón. En el presente caso, es
necesario reorganizar el orden social existente, abolir el absolutismo
y los restos de feudalismo, establecer la libre competencia, hacer que
todos tengan iguales derechos ante la ley, etc.
Según Hegel, la
Revolución francesa enunció el poder supremo de la razón sobre la
realidad. Resume esto diciendo que el principio de la Revolución
francesa establecía que el pensamiento debe gobernar la realidad. Las
implicaciones que encierra esta afirmación conducen al propio centro
de su filosofía. Lo que el hombre piensa que es verdadero, justo y
bueno tiene que ser realizado en la organización real de su vida
individual y social. El pensamiento, sin embargo, varía con los
individuos, y la diversidad de opiniones individuales que resulta de
ello es incapaz de ofrecer un principio para orientar la organización
común de la vida. A menos que el hombre posea conceptos y principios
de pensamiento que denoten condiciones y normas universalmente válidas,
su pensamiento no puede reclamar el gobierno de la realidad. Situado
dentro de la tradición de la filosofía occidental, Hegel cree que
estos principios y conceptos existen. Y llama razón a su totalidad.
Todas las filosofías
de la Ilustración francesa y sus sucesoras revolucionarias
entendieron la razón como fuerza histórica objetiva, la cual, una
vez liberada de las cadenas del despotismo, hará de la tierra un
lugar de progreso y felicidad. Sostenían que "el poder de la razón,
y no la fuerza de las armas, propagará los principios de nuestra
gloriosa revolución". En virtud de su propio poder, la razón
triunfará sobre la irracionalidad social y derrocará a los opresores
de la humanidad. "Toda ficción desaparece ante la verdad y todas
las extravagancias caen frente a la razón" (Robespierre).
Sin embargo, la
suposición de que la razón se mostrará inmediatamente en la práctica
es un dogma que el curso de la historia no corrobora. Hegel creía,
tanto como Robespierre, en el poder invencible de la razón. "Esa
facultad que el hombre puede llamar suya, elevada por encima de la
muerte y de la decadencia... es capaz de tomar decisiones por su
cuenta. Se anuncia a sí misma como razón. La elaboración de sus
leyes no depende de otra cosa, ni puede tomar sus normas de ninguna
otra autoridad de la tierra o del cielo". Pero, para Hegel, la
razón sólo puede gobernar la realidad si la realidad se ha vuelto
racional en sí misma. Esta racionalidad se hace posible cuando el
sujeto penetra en el contenido mismo de la naturaleza y de la
historia. La realidad objetiva es también, por lo tanto, la realización
del sujeto. Esta es la concepción que Hegel resumió en una de sus
proposiciones más fundamentales, a saber, que el Ser es, en
sustancia, un "sujeto" (Fenomenología del Espíritu). El
significado de esta proposición sólo puede ser comprendido a través
de una interpretación de la Lógica de Hegel. Trataremos de dar aquí
una explicación provisional que será ampliada luego.
La idea de la
"sustancia como sujeto" concibe a la realidad como un
proceso dentro del cual todo ser es la unificación de fuerzas
contradictorias. "Sujeto" denota no sólo el ego epistemológico
o consciencia, sino también un modo de existencia, a saber, que una
unidad que se está autodesarrollando constituye un proceso antagónico.
Todo lo que existe es "real" sólo en tanto funcione como
"sí mismo" a través de todas las relaciones
contradictorias que constituyen su existencia. Por lo tanto, ha de ser
considerado como un "sujeto" que progresa por sí mismo
hacia delante, revelando sus contradicciones inherentes. Por ejemplo,
una piedra sólo es una piedra en la medida en que permanezca igual a
sí misma, a través de su acción y reacción respecto a las cosas y
a los procesos que entran en relación con ella. Se moja en la lluvia,
resiste al hacha, soporta cierto peso antes de ceder. Ser-una-piedra
es un continuo mantenerse contra todo lo que actúa sobre la piedra;
es un proceso continuo de convertirse en piedra y de ser piedra.
Naturalmente, el "convertirse" no es consumado por la piedra
como sujeto consciente. La piedra es modificada en su interacción con
la lluvia, el hacha y el peso; no se modifica a sí misma. En cambio,
una planta se despliega y se desarrolla a sí misma. No es primero un
retoño y luego una flor, sino más bien todo el movimiento desde el
retoño, pasando por la flor, hasta la declinación. La planta se
constituye y se preserva a sí misma en este movimiento. Se acerca
mucho más a ser un verdadero "sujeto" que la piedra, ya que
las diferentes etapas del desarrollo de la planta surgen de la propia
planta; constituyen su "vida", y no le son impuestas desde
fuera.
La planta, sin embargo,
no "comprende" este desarrollo. No se "percata" de
él como suyo y, por lo tanto, no puede racionalizar sus propias
potencialidades para alcanzar el ser. Tal "percatarse" es un
proceso que se cumple en el verdadero sujeto y se alcanza sólo con la
existencia del hombre. Únicamente el hombre tiene el poder de
percatarse de sí mismo, el poder de ser un sujeto que se
autodetermina en todos los procesos de su conversión, pues sólo él
tiene una comprensión de las potencialidades y un conocimiento de las
"nociones". Su existencia misma es el proceso de actualizar
sus potencialidades, de configurar su vida de acuerdo con las nociones
de la razón. Encontramos aquí la categoría más importante de la
razón, a saber, la libertad. La razón presupone la libertad, el
poder de actuar de acuerdo con el conocimiento de la verdad, el poder
de dar forma a la realidad conforme a sus potencialidades. El
cumplimiento de estos fines pertenece sólo al sujeto que es dueño de
su propio desarrollo y que comprende tanto sus potencialidades propias
como las de las cosas que lo rodean. A su vez, la libertad presupone
la razón porque es sólo el conocimiento comprensivo lo que capacita
al sujeto para obtener y ejercer este poder. La piedra no lo posee,
como tampoco la planta. Ambas carecen de conocimiento comprensivo y,
por lo tanto, de verdadera subjetividad. "El hombre, sin embargo,
sabe lo que es y sólo por esto es real. Razón y libertad no son nada
sin este conocimiento" (Lecciones sobre la Historia de la Filosofía).
La razón culmina en la
libertad, y la libertad es la existencia misma del sujeto. Por otra
parte, la misma razón existe sólo a través de su realización, el
proceso de su conversión a lo real. La razón es una fuerza objetiva
y una realidad objetiva sólo porque todos los modos del ser son, en
mayor o menor grado, modos de la subjetividad, modos de la realización.
Sujeto y objeto no están separados por un abismo infranqueable,
porque el objeto es en sí mismo una suerte de sujeto y porque todos
los tipos de ser culminan en el sujeto libre, "comprensivo",
capaz de realizar la razón. La naturaleza se convierte así en un
intermediario para el desarrollo de la libertad.
La vida de la razón
aparece en la lucha constante del hombre por comprender lo que existe
y por transformarlo de acuerdo con la verdad comprendida. La razón es
también esencialmente una fuerza histórica. Su realización se
cumple como un proceso en el mundo espacio-temporal, y es, en última
instancia, toda la historia de la humanidad. El término que designa a
la razón como historia es Espíritu (Geist), lo cual denota que el
mundo histórico es considerado en relación con el progreso racional
de la humanidad; no como una sucesión de actos y acontecimientos,
sino como una continua lucha por adaptar al mundo a las crecientes
potencialidades de la humanidad.
La historia está
organizada en diferentes períodos, cada uno de los cuales señala un
nivel de desarrollo distinto y representa un estadio definido en la
realización de la razón. Cada estadio debe ser aprehendido y
comprendido como un todo, a través de las formas de vivir y pensar
predominantes que lo caracterizan, a través de sus instituciones políticas
y sociales, su ciencia, su religión y su filosofía. En la realización
de la razón aparecen diferentes estadios, pero sólo hay una razón,
así como sólo hay una verdad única y total: la realidad de la
libertad. "Ésta es la meta final hacia donde ha estado apuntando
continuamente el proceso de la historia del mundo, y para la cual han
sido ofrecidos los sacrificios que se han hecho en el vasto altar de
la tierra a través de las edades. Es el único objetivo final que se
realiza y se cumple a sí mismo; el único punto de reposo en medio de
la continua sucesión de acontecimientos y condiciones, y la única
verdadera realidad de ellos" (Filosofía de la Historia).
Una unidad inmediata de
razón y realidad no existe nunca. La unidad viene sólo después de
un largo proceso, que comienza en el nivel más bajo de la naturaleza
y alcanza la forma más alta de la existencia, la de un sujeto libre y
racional, que vive y actúa teniendo consciencia de sus
potencialidades. Mientras haya una separación entre lo real y lo
potencial, es necesario actuar sobre lo real y modificarlo hasta
conformarlo con la razón. En tanto que la realidad no esté
configurada por la razón, sigue sin ser realidad, en el sentido enfático
de la palabra. Así, la realidad cambia de significado dentro de la
estructura conceptual del sistema de Hegel. Lo "real" viene
a significar no todo lo que existe de hecho (esto sería denominado más
bien apariencia), sino lo que existe en una forma que concuerde con
las normas de la razón. Lo "real" es lo racional, y sólo
esto. Por ejemplo, el Estado sólo se hace realidad cuando corresponde
a las potencialidades dadas del hombre y permite su pleno desarrollo.
Cualquier forma preliminar de Estado no es aún racional y, por lo
tanto, no es aún real.
De este modo, el
concepto de razón en Hegel tiene un claro carácter crítico y polémico.
Se opone a toda aceptación ligera del estado de cosas dado. Niega la
hegemonía de toda forma dada de existencia demostrando los
antagonismos que la disuelven en otras formas. Trataremos de demostrar
que el "espíritu de contradicción" es la fuerza propulsora
del método dialéctico de Hegel.
En 1793, Hegel escribía
a Schelling: "La razón y la libertad siguen siendo nuestros
principios". En sus primeros escritos no existe ninguna separación
entre el significado social y filosófico de estos principios, los
cuales están expresados en el mismo lenguaje revolucionario utilizado
por los jacobinos franceses. Por ejemplo, Hegel dice que el
significado de su tiempo radica en el hecho de que "el halo que
rodeaba a los principales opresores y dioses de la tierra ha
desaparecido. Los filósofos han demostrado la dignidad del hombre; la
gente aprenderá a sentir esto y no sólo reclamará sus derechos, que
han sido pisoteados, sino que los tomará por sí misma, los hará
suyos. La religión y la política han empleado la misma táctica. La
primera ha enseñado lo que el despotismo quería enseñar, el
desprecio por la humanidad y la incapacidad del hombre para alcanzar
lo bueno y cumplir su esencia a través de sus propios esfuerzos"
(carta a Schelling de 1795). Es posible encontrar frases aún más
extremadas en las que llega a afirmarse que la realización de la razón
requiere un esquema social que contraviene al orden dado. En el Primer
programa sistemático del idealismo alemán, escrito en 1796,
encontramos lo siguiente: "Demostraré que así como no hay una
idea de la máquina, no hay una idea del Estado, ya que el Estado es
algo mecánico. Sólo lo que es objeto de la libertad puede ser
llamado una idea. Es necesario, por tanto, trascender el Estado, ya
que todo Estado está destinado a tratar a los hombres libres como los
engranajes de una máquina. Y esto es precisamente lo que no debe
suceder; de allí que el Estado deba perecer".
Sin embargo, el propósito
radical de los conceptos idealistas básicos es abandonado poco a poco
y éstos se ven ajustados cada vez más a la forma social
predominante. Como veremos, la estructura conceptual del idealismo
alemán, que conserva los principios decisivos de la sociedad liberal
y no permite ir más allá de ellos, requería este proceso.
No obstante, la forma
particular que asume la reconciliación entre filosofía y realidad en
el sistema de Hegel está determinada por la situación real de
Alemania durante el período en que éste elaboró su sistema. Los
primeros conceptos filosóficos de Hegel fueron elaborados en medio de
un Imperio alemán decadente. Como dice en la introducción de su
panfleto sobre la Constitución de Alemania (1802), el Estado alemán
de la última década del siglo XVIII "no era ya un Estado".
Lo restos de despotismo feudal todavía tenían influjo en Alemania y
eran tanto más opresivos cuanto que estaban divididos en una multitud
de mezquinos despotismos que competían entre sí. (...)
En marcado contraste
con Francia, Alemania carecía de una clase media poderosa, consciente
y políticamente educada, capaz de dirigir la lucha contra el
absolutismo. La nobleza gobernaba sin oposición. (...) La clase media
urbana, dispersa en numerosas ciudades, cada una con su propio
gobierno y sus propios intereses locales, se veía imposibilitada para
cristalizar y efectuar ninguna oposición seria. Naturalmente, existían
conflictos entre los patricios que gobernaban y los gremios y
artesanos. Pero en ninguna parte tomaban las proporciones de un
movimiento revolucionario. Los ciudadanos acompañaban sus peticiones
y reclamos con una oración para que Dios protegiese a su tierra del
"terror de la revolución".
Ya desde la Reforma
alemana, las masas se habían acostumbrado al hecho de que, para
ellas, la libertad era un "valor interior", compatible con
cualquier forma de servidumbre; de que la obediencia debida a la
autoridad existente era un requisito previo para la salvación eterna,
y de que el trabajo y la pobreza eran bendiciones ante los ojos del Señor.
Un largo proceso de entrenamiento disciplinario había introvertido
los reclamos de la libertad y de la razón en Alemania. Una de las
funciones decisivas del protestantismo había sido la de inducir a los
individuos emancipados a aceptar el nuevo sistema social que había
surgido, apartando sus exigencias y demandas del mundo exterior para
orientarlos hacia su vida interior. Lutero estableció la libertad
cristiana como un valor interior que habría de ser realizado
independientemente de cualquier condición externa. La realidad social
resultaba indiferente en lo relativo a la verdadera esencia del
hombre. El hombre aprendió a volver hacia sí mismo los
requerimientos para la satisfacción de sus potencialidades y a
"buscar en sí mismo y no en el mundo exterior la realización de
su vida" (von Heigel).
La cultura alemana es
inseparable de su origen protestante. En ella surgió un reino de
belleza, libertad y moralidad, que había de permanecer ajeno a las
realidades y a las luchas externas; desligado del miserable mundo
social, se anclaba en el "alma" del individuo. Esta evolución
da origen a una tendencia claramente visible en el idealismo alemán:
el deseo de reconciliación con la realidad social. Esta tendencia
conciliatoria de los idealistas entra constantemente en conflicto con
su racionalismo crítico. Finalmente, el ideal que el aspecto crítico
establece, una reorganización racional del mundo en lo político y
social, se ve frustrada y transformada en un valor espiritual.
Las clases
"educadas" se aíslan de los asuntos prácticos, y volviéndose
por esto impotentes para aplicar su razón a la remodelación de la
sociedad, se realizan en los dominios de la ciencia, el arte, la
filosofía o la religión. Estos dominios se convirtieron para ellos
en la "verdadera realidad", trascendiendo así la miseria de
las condiciones sociales existentes. Constituían un refugio para la
verdad, la bondad, la belleza, la felicidad, y lo que es más
importante, para un temperamento crítico que no podía incidir en lo
social. La cultura era entonces esencialmente idealista, ocupada con
la idea de las cosas antes que con las cosas mismas. Situaba la
libertad de pensamiento antes que la libertad de acción, la moralidad
antes que la justicia práctica, la vida interior antes que la vida
social del hombre. Sin embargo, esta cultura idealista, justamente por
mantenerse ajena a la intolerable realidad y conservarse, por lo
tanto, intacta y sin mancilla, sirvió, no obstante sus falsos
consuelos y glorificaciones, como depositaria de las verdades que no
habían sido realizadas en la historia de la humanidad.
El sistema de Hegel es
la última gran expresión de este idealismo cultural, el último gran
intento por hacer del pensamiento el refugio de la razón y de la
libertad. El original impulso crítico de su pensamiento fue, empero,
lo bastante fuerte para llevarlo a abandonar la indiferencia
tradicional del idealismo por la historia. Hizo de la filosofía un
factor histórico concreto e introdujo la historia en la filosofía.
La historia, sin embargo, cuando es comprendida, rompe el marco
idealista.
El sistema de Hegel está
necesariamente asociado con una filosofía política definida y con un
orden político y social también definido. La dialéctica entre la
sociedad civil y el Estado de la restauración no es incidental en la
filosofía de Hegel, como tampoco es una simple sección de su Filosofía
del Derecho; sus principios operan ya en la estructura conceptual de
su sistema. Por otra parte, sus conceptos básicos no son más que la
culminación de toda la tradición del pensamiento occidental. Sólo
resultan comprensibles si se interpretan dentro de esta tradición.
Hasta ahora hemos
intentado situar brevemente los conceptos hegelianos en su marco histórico
concreto. Nos queda la tarea de buscar el punto de partida del sistema
de Hegel, cuyos orígenes se sitúan en la situación filosófica de
su tiempo.
2. El marco filosófico
El idealismo alemán
rescató a la filosofía del ataque del empirismo inglés, y la lucha
entre ambos se convirtió no en un simple encuentro entre escuelas
filosóficas diferentes, sino en una lucha por la filosofía como tal.
La filosofía nunca había dejado de reclamar el derecho de orientar
los esfuerzos del hombre hacia un dominio racional de la naturaleza y
de la sociedad, o de fundar esta reclamación en el hecho de que la
filosofía elaboraba los más altos y generales conceptos para conocer
el mundo. Con Descartes, la situación práctica de la filosofía
asumió una nueva forma, que concordaba con el rápido progreso de las
técnicas modernas. Anunciaba una "filosofía práctica por medio
de la cual, conociendo la fuerza y la acción del fuego, el agua, el
aire, las estrellas, el cielo y todos los demás cuerpos que nos
rodean... somos capaces de emplearlos en todos los usos para los
cuales se adaptan, y convertirnos así en los dueños y señores de la
naturaleza" (Discurso del método).
El cumplimiento de esta
tarea, estaba ligado de modo creciente con el establecimiento de leyes
y conceptos de conocimiento universalmente válidos. El dominio
racional de la naturaleza y de la sociedad presupone un conocimiento
de la verdad, y la verdad es universal, en contraste con la apariencia
multiforme de las cosas o con su forma inmediata percibida por los
individuos. Este principio estaba ya presente en los primeros intentos
de la epistemología griega: la verdad es universal y necesaria y, por
tanto, contradice la experiencia común del cambio y del accidente.
La concepción de que
la verdad es contraria a los hechos de la existencia ordinaria e
independiente de los individuos contingentes ha prevalecido durante
toda la época histórica en que la vida social del hombre ha sido una
vida de antagonismos entre individuos y grupos en conflicto. Lo
universal ha sido hipostasiado como una reacción filosófica al hecho
de que, en la sociedad, sólo prevalecen los intereses individuales,
mientras que el interés común se afirma sólo "a espaldas"
del individuo. El contraste entre lo universal y lo individual tomó
una forma más intensa cuando, en la era moderna, surgieron las
consignas de la libertad general y la idea de que un orden social
apropiado sólo podía alcanzarse a través del conocimiento y de la
actividad de individuos emancipados. Se declaró que todos los hombres
eran libres e iguales; pero al actuar de acuerdo con sus ideas y en
persecución de sus intereses, los hombres crearon y experimentaron un
orden de dependencia, de injusticia y de crisis recurrentes. La
competencia general entre sujetos económicos libres no estableció
una comunidad racional capaz de salvaguardar y satisfacer los deseos y
necesidades de todos los hombres. La vida de los hombres se hallaba
supeditada al mecanismo económico de un sistema social que
relacionaba a los individuos entre sí como compradores y vendedores
aislados de bienes. Esta carencia real de comunidad racional fue lo
que determinó la búsqueda filosófica de la unidad y de la
universalidad de la razón.
¿Ofrece la estructura
individual del razonamiento (la subjetividad) leyes y conceptos
generales que puedan constituir normas universales de racionalidad? ¿Es
posible construir un orden racional universal sobre la autonomía del
individuo? Al exponer una respuesta afirmativa a estas preguntas, la
epistemología del idealismo alemán apuntaba hacia un principio
unificador que fuese capaz de preservar los ideales básicos de la
sociedad individualista sin convertirse en víctima de sus
antagonismos. Los empiristas británicos habían demostrado que ni un
solo concepto o ley de la razón podía reclamar universalidad; que la
unidad de la razón es sólo la unidad de las costumbres o del hábito,
que se pliega a los hechos pero que nunca los gobierna. Según los
idealistas alemanes, este ataque amenaza todos los esfuerzos por
imponer un orden a las formas de vida existentes. La unidad y la
universalidad no pueden ser encontradas en la realidad empírica, ya
que no son hechos dados. Además, la propia estructura de la realidad
empírica parece confirmar el supuesto de que es imposible derivarlas
de los hechos. Sin embargo, si el hombre no logra crear la unidad y la
universalidad por medio de su razón autónoma y aun en contradicción
con los hechos, se verá obligado a someter, no sólo su existencia
intelectual sino también la material, a los ciegos procesos y
presiones que representa el orden de vida empírico dominante. Por
consiguiente, el problema no era sólo filosófico; también concernía
al destino histórico de la humanidad.
Los idealistas alemanes
reconocían las manifestaciones históricas concretas del problema;
esto se hace evidente en el hecho de que todos relacionaran la razón
teórica con la práctica. Hay una transición necesaria del análisis
de Kant de la consciencia trascendental a la exigencia de una
comunidad (Weltbürgerreich); de la construcción del Yo puro de
Fichte a la construcción de una sociedad totalmente unificada y
regulada (der geschlossene Handelstaat), y de la idea hegeliana de la
razón a la designación del Estado como la unión del interés común
y el individual, y, por ende, como la realización de la razón.
El contraataque
idealista fue provocado no por la visión empirista de Locke y Hume,
sino por su refutación de las ideas generales. Hemos intentado
mostrar cómo el derecho de la razón a configurar la realidad depende
de la habilidad del hombre para alcanzar verdades generales válidas.
La razón es capaz de ir más allá del hecho bruto de lo que es hacia
el percatarse de lo que debe ser, sólo en virtud de la universalidad
y necesidad de sus conceptos (los cuales son a su vez el criterio de
su verdad). Los empiristas negaban estos conceptos. (...) Si se
aceptase a Hume, tendría que rechazarse la exigencia de la razón de
organizar la realidad. Pues, como ya vimos, esta exigencia se fundaba
en la facultad de la razón para alcanzar verdades cuya validez no se
deriva de la experiencia y que podían, de hecho, oponerse a la
experiencia. "No es... la razón la que guía la vida, sino la
costumbre". Esta conclusión de las investigaciones empiristas
hizo algo más que minar la metafísica. Confinaba al hombre dentro de
los límites de lo "dado", dentro del orden existente de
cosas y acontecimientos. ¿De dónde puede obtener el derecho de
someter este orden al juicio de la razón? Si la experiencia y la
costumbre han de ser la única fuente del conocimiento y de la
creencia, ¿cómo actuar en contra de la costumbre, cómo actuar de
acuerdo con ideas y principios que no habían sido todavía ordenados
y establecidos? La verdad no podría oponerse al orden dado ni la razón
hablar en contra de él. El resultado de esto no era sólo el
escepticismo, sino el conformismo. La restricción empirista de la
naturaleza humana al conocimiento de lo "dado" suprimía
tanto el deseo por trascenderlo como la desesperación ante él. (...)
Los idealistas alemanes
consideraban que esta filosofía expresaba la abdicación de la razón.
El atribuir la existencia de ideas generales a la fuerza de la
costumbre, y los principios por medio de los cuales es comprendida la
realidad a mecanismos psicológicos, era para ellos equivalente a la
negación de la verdad y la razón. (...) Y si el conocimiento por
medio de la razón, es decir, por medio de conceptos que no han sido
derivados de la experiencia, significa metafísica, entonces el ataque
contra la metafísica era al mismo tiempo un ataque contra las
condiciones de la libertad humana, ya que el derecho de la razón a
guiar la experiencia es parte esencial de esas condiciones.
Kant adoptó el punto
de vista de los empiristas de que todo conocimiento humano empieza y
termina en la experiencia, de que sólo la experiencia suministra el
material para los conceptos de la razón. No hay una declaración
empirista más fuerte que la que abre su Crítica de la razón pura:
"Todo pensamiento ha de relacionarse en último término, directa
o indirectamente, con sensaciones, y, por lo tanto, en nosotros, con
la sensibilidad, ya que de ninguna otra manera puede dársenos un
objeto". Kant sostiene, sin embargo, que los empiristas no
lograron demostrar que la experiencia suministra también los modos y
los medios con los cuales es organizado este material empírico. Si se
lograse mostrar que estos principios de organización son una posesión
genuina del entendimiento humano y que no surgen de la experiencia,
quedaría a salvo la independencia y la libertad de la razón. La
experiencia misma vendría a ser un producto de la razón, pues ya no
sería entonces una desordenada multiplicidad de sensaciones e
impresiones sino una comprensiva organización de éstas.
Kant se propuso probar
que el entendimiento humano poseía las "formas" universales
que organizan los datos múltiples suministrados por los sentidos. Las
formas de la "intuición" (espacio y tiempo) y las formas
del "entendimiento" (las categorías) son los universales a
través de los cuales el espíritu ordena las múltiples sensaciones
en el continuum de la experiencia. Son un a priori de toda sensación
o impresión, de modo que "recibimos" y ordenamos las
impresiones bajo estas formas. La experiencia presenta un orden
universal y necesario sólo en virtud de la actividad a priori del espíritu
humano, el cual percibe todas las cosas y acontecimientos en la forma
de espacio y tiempo, y las comprende según las categorías de unidad,
realidad, sustancia, causalidad, etc. Estas formas y categorías no se
derivan de la experiencia pues, como apuntaba Hume, es imposible
encontrar una sensación o impresión que corresponda a ellas; empero,
la experiencia como continuum organizado se origina en ellas. Son
universalmente válidas y aplicables porque constituyen la estructura
misma del espíritu humano. El mundo de los objetos, como orden
universal y necesario, es producido por el sujeto, no por el
individuo, sino por los actos de la intuición y del entendimiento que
son comunes a todos los individuos, ya que constituyen las condiciones
mismas de la experiencia.
Kant denomina a esta
estructura común del espíritu "consciencia trascendental".
Está constituida por las formas de la sensibilidad y del
entendimiento, que, en el análisis de Kant, no son marcos estáticos,
sino formas de operar que existen sólo en el acto de aprehender y
comprender. Las formas trascendentales de la sensibilidad sintetizan
los múltiples datos de los sentidos dentro de un orden
espacio-temporal. En virtud de las categorías, los resultados de esta
síntesis son incorporados a las relaciones universales y necesarias
de causa y efecto, sustancia, reciprocidad, etc. Y todo este complejo
es unificado en la "percepción trascendental", que
relaciona toda experiencia con el ego pensante, dando así a la
experiencia la continuidad de ser "mi" experiencia. Estos
procesos de síntesis, a priori y comunes a todos los espíritus, y
por tanto universales, son interdependientes y han de soportar in toto
cada acto de conocimiento.
Lo que Kant llama la
"más alta" síntesis, la percepción trascendental, es el
percatarse del "yo pienso" que acompaña toda experiencia. A
través de ella, el ego pensante se conoce a sí mismo como continuo,
presente y activo a través de la serie de sus experiencias. La
percepción trascendental es, por consiguiente, el fundamento último
de la unidad del sujeto y, por ende, de la universalidad y necesidad
de todas las relaciones objetivas.
La consciencia
trascendental depende del material que se recibe a través de los
sentidos. Sin embargo, la multitud de estas impresiones sólo logra
convertirse en un mundo organizado de objetos y relaciones coherentes
a través de las operaciones de la consciencia trascendental. En
consecuencia, como sólo conocemos las impresiones en el contexto de
las formas a priori del espíritu, no podemos saber cómo o qué son
las "cosas en sí" que dan origen a esas impresiones. Estas
cosas en sí, que se presume que existen fuera de las formas del espíritu,
permanecen completamente incognoscibles.
Hegel consideraba este
elemento escéptico de la filosofía kantiana como nocivo para su
intento de rescatar a la razón del asalto empirista. Mientras las
cosas en sí permaneciesen fuera del alcance de la capacidad de la razón,
ésta seguiría siendo un mero principio subjetivo, sin poder sobre la
estructura objetiva de la realidad. Y de este modo el mundo se dividía
en dos partes distintas, subjetividad y objetividad, entendimiento y
sensibilidad, pensamiento y existencia. Esta separación no era para
Hegel un problema primordialmente epistemológico. Una y otra vez
subraya que la relación entre sujeto y objeto, su oposición, denota
un conflicto concreto en la existencia, y que su solución, la unión
de los opuestos, concierne tanto a la práctica como a la teoría. Más
tarde, describió la forma histórica del conflicto como la
"alienación" (Entfremdung) del espíritu, dando a entender
que el mundo de objetos, originalmente producto del trabajo y del
conocimiento del hombre, se hace independiente de él y llega a ser
gobernado por fuerzas y leyes incontroladas en las que el hombre ya no
se reconoce. Al mismo tiempo, el pensamiento se hace ajeno a la
realidad y la verdad se convierte en un ideal impotente preservado en
el pensamiento, mientras que el mundo real queda tranquilamente fuera
del alcance de su influencia. A menos que el hombre logre reunir las
distintas partes de su mundo y poner a la naturaleza y a la sociedad
al alcance de su razón, estará para siempre condenado a la frustración.
La tarea de la filosofía en este período de su desintegración
general es demostrar el principio capaz de restaurar la unidad y la
totalidad perdidas.
Hegel establece este
principio en el concepto de razón. Hemos intentado esbozar las raíces
sociohistóricas y filosóficas de este concepto, que establece un
nexo entre las ideas progresistas de la Revolución francesa y las
corrientes dominantes de la discusión filosófica. La razón es la
verdadera forma de la realidad en la que todos los antagonismos de
sujeto y objeto se integran para formar una unidad y una universalidad
genuinas. La filosofía de Hegel es por lo tanto, necesariamente, un
sistema que clasifica todos los dominios del ser bajo la
omnicomprensiva idea de razón. Tanto el mundo orgánico como el inorgánico,
tanto la naturaleza como la sociedad, son puestos aquí bajo el
imperio del espíritu.
Hegel consideraba el
carácter sistemático de la filosofía como un producto de la situación
histórica. La historia había alcanzado un estadio en el cual las
posibilidades de realizar la libertad humana estaban a la mano. Sin
embargo, la libertad presupone la realidad de la razón. El hombre sólo
podrá ser libre y desarrollar todas sus potencialidades en el caso de
que su mundo esté enteramente dominado por una voluntad racional de
integración y por el conocimiento. El sistema hegeliano anuncia un
estadio en el cual esta posibilidad ha sido alcanzada. El optimismo
histórico que lo anima proporciona el fundamento para el llamado
"panlogismo" hegeliano, que considera toda forma del ser
como una forma de la razón. Las transiciones desde la Lógica a la
Filosofía de la Naturaleza y desde esta última a la Filosofía del
Entendimiento se realizan en base al supuesto de que las leyes de la
naturaleza surgen de la estructura racional del ser y conducen sin
solución de continuidad a las leyes del entendimiento. El dominio del
entendimiento alcanza en la libertad lo que el dominio de la
naturaleza alcanza dentro de la necesidad ciega: el cumplimiento de
las potencialidades inherentes a la realidad. Este es el estadio de la
realidad al que se refiere Hegel como la "verdad".
La verdad no está
ligada sólo a las proposiciones y juicios; en suma, no es sólo un
atributo del pensamiento, sino una realidad en devenir. Algo es
verdadero si es lo que puede ser, cumpliendo todas sus posibilidades
objetivas; en el lenguaje de Hegel, es entonces idéntico a su
"noción" o concepto (Begriff).
Esta noción tiene un
doble empleo. Comprende la naturaleza o esencia del sujeto objeto de
conocimiento y, por lo tanto, representa el verdadero pensamiento de
él. Y, al mismo tiempo, se refiere a la realización presente de esta
naturaleza o esencia, o a su existencia concreta. Todos los conceptos
fundamentales del sistema hegeliano están caracterizados por la misma
ambigüedad. Nunca denotan meros conceptos (como en la lógica
formal), sino formas o modos de ser comprendidos por el pensamiento.
Hegel no presupone una identidad mística de pensamiento y realidad,
pero sostiene que el pensamiento justo representa a la realidad porque
ésta ha alcanzado en su desarrollo el estadio donde existe en
conformidad con la verdad. Su "panlogismo" se acerca mucho a
ser contrario de lo que se supone: se podría decir que toma los
principios y formas de pensamiento de los principios y formas de la
realidad, de modo que las leyes lógicas reproducen a las leyes que
gobiernan el movimiento de la realidad. Esta unificación de opuestos
es un proceso que Hegel demuestra en el caso de todo existente. La
forma lógica del "juicio" expresa algo que ocurre en
realidad. Tómese por ejemplo el juicio: este hombre es un esclavo.
Según Hegel, significa que un hombre (el sujeto) se ha convertido en
esclavo (el predicado), pero aunque sea un esclavo, sigue siendo un
hombre y, por lo tanto, esencialmente libre y opuesto a su predicado.
El juicio no atribuye un predicado a un sujeto estable, sino que
denota un proceso real del sujeto por medio del cual éste se
convierte en algo distinto de él. El sujeto es el propio proceso de
convertirse en el predicado y de contradecirlo. Este proceso disuelve
en una multitud de relaciones antagónicas al sujeto estable que había
supuesto la lógica tradicional. La realidad aparece como una dinámica
en la cual todas las formas fijas se revelan como meras abstracciones.
En consecuencia, cuando en la lógica de Hegel los conceptos pasan de
una a otra forma, esto se refiere al hecho de que, para el pensar
justo, una forma de ser pasa a otra, y de que cada forma particular sólo
puede ser determinada por la totalidad de las relaciones antagónicas
en las que esta forma existe.
Hemos destacado el
hecho de que para Hegel la realidad ha alcanzado el estadio en el cual
existe dentro de la verdad. Esta afirmación requiere ahora una
corrección. Hegel no quiere decir que todo lo que existe, existe
conforme a sus potencialidades, sino que el entendimiento ha alcanzado
la autoconciencia de su libertad, y se ha vuelto capaz de liberar a la
naturaleza y a la sociedad. La realización de la razón no es un
hecho, sino una tarea. La forma en que los objetos aparecen
inmediatamente no es aún su verdadera forma. Lo que está simplemente
dado es, en primera instancia, negativo, distinto a sus
potencialidades reales. Se vuelve verdadero sólo en el proceso de la
superación de esta negatividad, de modo que el nacimiento de la
verdad requiere la muerte de un estado determinado del ser. El
optimismo de Hegel está basado en una concepción destructiva de lo
dado. Todas las formas son aprehendidas por el movimiento disolvente
de la razón, la cual las cancela y las altera hasta adecuarlas a su
noción. Es este el movimiento que el pensamiento refleja en el
proceso de la mediación (Vermittlung). Si nos guiamos por el
verdadero contenido de nuestras percepciones y conceptos, toda
delimitación de los objetos estables se desvanece. Se ven disueltos
en una multitud de relaciones que agotan el contenido desarrollado de
estos objetos y culminan en la actitud comprensiva del sujeto.
La filosofía de Hegel
es, en verdad, como la denominó la reacción posterior, una filosofía
negativa. Está motivada originalmente por la convicción de que los
hechos dados que aparecen al sentido común como índice positivo de
verdad son en realidad la negación de la verdad, de modo que ésta sólo
puede establecerse por medio de su destrucción. La fuerza que impulsa
el método dialéctico radica en esta convicción crítica. La dialéctica
que encierra está relacionada con la concepción de que todas las
formas del ser están penetradas por una negatividad esencial, y que
esta negatividad determina su contenido y su movimiento. La dialéctica
representa la tendencia contraria a cualquier forma de positivismo.
Desde Hume hasta los positivistas lógicos de nuestros días, el
principio del positivismo ha sido la autoridad final del hecho, y la
observación de lo inmediatamente dado ha sido el método final de
verificación. A mitad del siglo XIX, y primordialmente en respuesta a
las tendencias destructivas del racionalismo, el positivismo asumió
la forma peculiar de una "filosofía positiva",
omnicomprensiva, que habría de reemplazar a la metafísica
tradicional. Los protagonistas de ese positivismo se afanaron mucho en
acentuar la actitud conservadora y afirmativa de su filosofía. Ésta
conduce al pensamiento a satisfacerse con los hechos, a renunciar a
cualquier transgresión más allá de ellos, y a doblegarse ante el
estado de cosas dado. Para Hegel, los hechos en sí mismos no poseen
autoridad. Son puestos (gesetzt) por el sujeto que los ha mediado con
el proceso comprensivo de su desarrollo. La verificación radica, en
último análisis, en este proceso con el que todo hecho está
relacionado y que determina su contenido. Todo lo dado tiene que ser
justificado ante la razón, que es precisamente la totalidad de las
capacidades del hombre y de la naturaleza.
No obstante, la filosofía
de Hegel, que comienza con la negación de lo dado y conserva siempre
esta negatividad, concluye con la declaración de que la historia ha
alcanzado la realidad de la razón. Sus conceptos básicos estaban
todavía ligados a la estructura social del sistema dominante, y en
tal sentido se puede decir también que el idealismo alemán
preservaba la herencia de la Revolución francesa.
Sin embargo, la
"reconciliación de idea y realidad" proclamada en la
Filosofía del Derecho de Hegel contiene un elemento decisivo que
apunta más allá de la mera reconciliación. Este elemento ha sido
conservado y utilizado en las doctrinas posteriores de la negación de
la filosofía. La filosofía alcanza su fin cuando ha formulado su
posición ante un mundo en el cual la razón está realizada. Si en
este punto la realidad contiene las condiciones necesarias para
materializar prácticamente la razón, el pensamiento puede dejar de
preocuparse por lo ideal.
La verdad requiere
entonces para cumplirse una práctica histórica real. Al abandonar lo
ideal, la filosofía abandona su tarea crítica y pasa a otra cosa. La
culminación final de la filosofía es así, al mismo tiempo, su
abdicación. Liberada de sus preocupaciones por el ideal, la filosofía
se libera también de su oposición a la realidad. Esto significa que
deja de ser filosofía. De esto no se desprende, sin embargo, que el
pensamiento haya de condescender con el orden existente. El
pensamiento crítico no cesa, sino que asume otra forma. Los esfuerzos
de la razón se vuelven hacia la teoría y práctica social.
La filosofía de Hegel
muestra cinco estadios diferentes de desarrollo:
1. El período de 1790
a 1800 marca el intento por formular una fundamentación religiosa de
la filosofía, ejemplificado en los escritos de la época, los
Escritos teológicos de juventud (Theologische Jugendschriften).
2. 1800 a 1801, se
asiste a la formulación de los puntos de vista e intereses filosóficos
de Hegel a través de las discusiones críticas de los sistemas
contemporáneos, especialmente los de Kant, Fichte y Schelling. Los
principales trabajos de esta época son Diferencia entre los sistemas
de filosofía de Fichte y de Schelling, Creer y saber y otros artículos
en el Kritischen Journal der Philosophie.
3. Los años de 1801 a
1806 vieron la aparición del sistema de Jena, forma primitiva del
sistema completo de Hegel. Este período está documentado por la Lógica
y Metafísica de Jena, la Filosofía de lo real de Jena y el Sistema
de la eticidad.
4. 1807, publicación
de la Fenomenología del Espíritu.
5. Período del sistema
final, esbozado ya en 1801-1811 en la Filosofía propedéutica, pero
consumado sólo en 1817. A este período pertenecen los trabajos más
voluminosos de Hegel: la Ciencia de la Lógica (1812-16), la
Enciclopedia de las ciencias filosóficas (1817, 1827, 1830), la
Filosofía del Derecho (1821) y las conferencias de Berlín sobre
Filosofía de la Historia, Historia de la Filosofía, Estética y
Filosofía de la Religión.
La elaboración del
sistema filosófico hegeliano está acompañada de una serie de
fragmentos políticos que intentan aplicar sus nuevas ideas filosóficas
a situaciones históricas concretas. El proceso de referir las
conclusiones filosóficas al contexto de la realidad política y
social comienza en 1798 con sus estudios históricos y políticos; se
continúa en La constitución de Alemania de 1802 y prosigue hasta
1831, cuando escribe su estudio sobre el Reform Bill inglés. Debido a
la conexión entre su filosofía y los acontecimientos históricos de
su época, los escritos políticos de Hegel son parte integrante de su
obra sistemática, y ambos deben ser tratados en conjunto, a fin de
dar a sus conceptos básicos una explicación tanto filosófica como
histórica y política.
II.
El surgimiento de la teoría social
Introducción
De la filosofía a
la teoría social
La transición de la
filosofía al dominio del Estado y de la sociedad había sido una
parte intrínseca del sistema de Hegel. Sus ideas filosóficas básicas
se habían realizado en la forma histórica específica que el Estado
y la sociedad habían asumido, y estos últimos se convirtieron en el
centro de un nuevo interés teórico. Así, la filosofía había
evolucionado hacia una teoría social. Para entender el impacto de la
filosofía hegeliana sobre la teoría social subsiguiente, es
necesario apartarse de la explicación habitual... [que] empieza por
destacar el hecho de que las escuelas hegelianas, después de la
muerte de Hegel, se dividieron en dos alas, la izquierda y la
derecha... [Pero] la herencia histórica de la filosofía de Hegel no
pasó a los "hegelianos" (de izquierda o de derecha); ellos
no fueron los que mantuvieron vivo el verdadero contenido de esta
filosofía. Por el contrario, las tendencias críticas de la filosofía
hegeliana fueron recogidas y continuadas por la teoría social
marxista, en tanto que, en todos los demás aspectos, la historia del
hegelianismo se convirtió en la historia de la lucha contra Hegel.
Lucha en la que éste fue utilizado como un símbolo de todo aquello
contra lo cual se oponían los esfuerzos de los nuevos intelectuales
(y en gran medida aun los políticos prácticos).
Con el sistema
hegeliano toca a su fin toda la época de la filosofía moderna que
había comenzado con Descartes y que había encarnado las ideas básicas
de la sociedad moderna. Hegel fue el último en interpretar el mundo
como razón, sometiendo tanto la historia como la naturaleza a las
normas del pensamiento y de la libertad. Al mismo tiempo, Hegel
reconocía, en el orden político y social que el hombre había
alcanzado, la base sobre la que habría de realizarse la razón. Su
sistema condujo a la filosofía al umbral de su propia negación,
constituyendo así el único vínculo entre la vieja y la nueva forma
de la teoría crítica, entre la filosofía y la teoría social.
(...) Ya desde el siglo
XVII, la filosofía había absorbido definitivamente los principios de
la burguesía en ascenso. La razón era la consigna crítica de esa
clase, y con ella combatía todo lo que obstaculizaba su desarrollo
político y económico. Fue empleada en la guerra de la ciencia y la
filosofía contra la Iglesia, en el ataque de la Ilustración francesa
al absolutismo, y en el debate entre liberalismo y mercantilismo. En
esta época no había una definición clara del término razón, ni éste
tenía un solo sentido. (...) Trataremos de recoger sus elementos
esenciales y evaluar sus varios impactos históricos.
La idea de razón no es
necesariamente antirreligiosa. La razón permite la posibilidad de que
el mundo sea una criatura de Dios y de que su ordenamiento sea divino
y tenga sentido, pero esto no podría excluir el derecho que tiene el
hombre a configurarlo según sus necesidades y sentimientos. (...) En
segundo lugar, se alegaba, la razón humana no está limitada de una
vez por todas al orden preestablecido, ya sea social o de otro tipo.
(...) La mala organización de la sociedad era tenida en gran medida
como responsable como responsable de las formas dañinas e inicuas que
habían asumido las instituciones. Con el avance hacia un orden social
racional, se afirmaba, estas instituciones perderán su carácter
viciado. Mediante la educación, el hombre se convertirá en un ser
racional en un mundo racional. (...) En tercer lugar, la razón
implica la universalidad, ya que el énfasis en la razón revela que
los actos del hombre son los actos de un sujeto pensante que está
guiado por el conocimiento conceptual.(...) Los conceptos universales
se convertirán en el órgano de una práctica que altera al mundo.
Pueden surgir sólo a través de esa práctica, y su contenido puede
cambiar con su progreso, pero no dependerán del azar. La abstracción
genuina no es arbitraria, ni es tampoco el producto de la imaginación
libre; está estrictamente determinada por la estructura objetiva de
la realidad. (...) En cuarto lugar, el pensamiento unifica la
multiplicidad, no sólo del mundo natural, sino también del mundo
sociohistórico. (...) Decir entonces que la realidad del sujeto
pensante es la base suprema de la organización racional de la
sociedad es, en última instancia, reconocer la igualdad esencial de
todos los hombres. Además, el sujeto pensante, como creador de los
conceptos universales, es necesariamente libre, y su libertad es la
esencia misma de la subjetividad. La libertad del sujeto pensante
implica a su vez su libertad moral y práctica. Pues la verdad que éste
contempla no es objeto de una contemplación pasiva, sino una
potencialidad objetiva que reclama ser realizada. La idea de la razón
implica la libertad de actuar conforme a la razón. En quinto lugar,
se entiende que esta libertad de actuar según la razón existe en la
práctica en las ciencias naturales. (...) Se representaba al universo
humano gobernado por leyes objetivas, análogas y aun idénticas a las
leyes de la naturaleza, y la sociedad era considerada como una entidad
objetiva más o menos sumisa a los deseos y metas subjetivas. Se creía
que las relaciones de los hombres entre sí eran el resultado de leyes
objetivas que operaban con la necesidad de leyes físicas, y que la
libertad del hombre consistía en adaptar la existencia privada a esta
necesidad. Un conformismo sorprendentemente escéptico acompañaba así
el desarrollo del racionalismo moderno. Mientras más triunfaba la razón
en la técnica y en las ciencias naturales, tanto más reacia se volvía
para reclamar libertad en la vida social del hombre. Sometidos a la
presión de este proceso, los elementos críticos e ideales se
desvanecieron lentamente y fueron a refugiarse en doctrinas heréticas
y de oposición (por ejemplo, el materialismo ateo de la Ilustración
francesa). Los filósofos representativos de la burguesía
(particularmente Leibniz, Kant y Fichte) conciliaron su racionalismo
filosófico con la flagrante irracionalidad de las relaciones sociales
dominantes, e invirtieron la razón humana y la libertad de modo que
se convirtiesen en barreras del alma aislada o del espíritu, fenómeno
interno bastante compatible con la realidad externa, aun cuando
contradijese la razón y la libertad.
(...) Los conceptos
filosóficos vienen a reflejar ahora el movimiento actual de la
realidad, pero como se modelaban según el contenido social, se detenían
donde se detenía el contenido, es decir, en el Estado que gobernaba
la sociedad civil, mientras que las ideas y valores que apuntaban más
allá de ese sistema social eran almacenados en el campo del espíritu
absoluto, en el sistema de la filosofía dialéctica.
Sin embargo, el método
que operaba en este sistema tenía mayor alcance que los conceptos que
lo llevaron a su fin. A través de la dialéctica, la historia se había
convertido en una parte del contenido mismo de la razón. Hegel había
demostrado que las fuerzas materiales e intelectuales de la humanidad
estaban ya lo bastante desarrolladas como para que la práctica social
y política del hombre realizase la razón. La filosofía misma se
aplicaba, así, directamente a la teoría y práctica social, no como
una fuerza externa, sino como su heredera legítima. Si había de
existir algún progreso más allá de esta filosofía, tendría que
ser un avance más allá de la filosofía misma y, al mismo tiempo, más
allá del orden social y político al que la filosofía había unido
su destino.
Es ésta la conexión
intrínseca que nos induce a abandonar el orden cronológico y a
discutir los fundamentos de la teoría marxista antes de ocuparnos de
la primitiva sociología francesa y alemana. El impacto de la filosofía
hegeliana en la teoría social, y la función específica de la
moderna teoría social, sólo pueden llegar a ser comprendidas a
partir de la forma plenamente revelada de la filosofía de Hegel y de
sus tendencias críticas, tal como pasaron a la teoría marxista.
II.1 - Los
fundamentos de la teoría dialéctica de la sociedad
1. La negación de
la filosofía
La transición de Hegel
a Marx es, en todo respecto, la transición a un orden de verdad
esencialmente diferente, no susceptible de ser interpretado en términos
filosóficos. Veremos que todos los conceptos filosóficos de la teoría
marxista son categorías sociales y económicas, mientras que las
categorías sociales y económicas de Hegel son todas conceptos filosóficos.
Ni siquiera los primeros escritos de Marx son filosóficos. Ellos
expresan la negación de la filosofía, aunque todavía lo hacen con
un lenguaje filosófico. Naturalmente, algunos de los conceptos
fundamentales de Hegel se dejan ver en el desarrollo de Hegel a
Feuerbach y a Marx, pero no es posible abordar la teoría marxista
mostrando la metamorfosis de las viejas categorías filosóficas. Cada
uno de los conceptos de la teoría marxista tiene una fundamentación
materialmente diferente, así como la nueva teoría tiene un nuevo
marco y una nueva estructura conceptual que no puede ser derivada de
teorías anteriores.
Para abordar el
problema, diremos en primer lugar que en el sistema hegeliano todas
las categorías culminan en el orden existente, mientras que en Marx
se refieren a la negación de ese orden. La teoría de Marx es una
"crítica" en el sentido de que todos los conceptos son una
denuncia de la totalidad del orden existente.
Marx consideraba la
filosofía de Hegel como la declaración de principios burgueses más
avanzada y comprensiva. (...) Marx destaca particularmente las
decisivas contribuciones del concepto hegeliano del trabajo. Hegel había
dicho que la división del trabajo y la interdependencia general del
trabajo individual en el sistema de las necesidades iguales determinan
el sistema del estado y de la sociedad. Además, el proceso del
trabajo determina igualmente el desarrollo de la consciencia. La
"lucha a vida o muerte" entre el amo y el esclavo abre el
camino a la libertad autoconsciente.
Asimismo, es necesario
recordar que la filosofía de Hegel se basa en una interpretación
específica de la relación sujeto-objeto. Hegel convierte el
antagonismo epistemológico tradicional entre sujeto (consciencia) y
objeto, en la reflexión de un antagonismo histórico definido. El
objeto aparece primero como objeto de deseo, algo que ha de ser
configurado y apropiado con el fin de satisfacer una necesidad humana.
En el curso de la apropiación, el objeto se manifiesta como la "otredad"
del hombre. El hombre no está "consigo mismo" cuando trata
con los objetos de sus deseos y de su trabajo, sino que depende de un
poder externo. Tiene que vérselas con la naturaleza, el azar y los
intereses de otros propietarios. El desarrollo más allá de este
punto de la relación entre la consciencia y el mundo objetivo
constituye un proceso social. Conduce primero al total "extrañamiento"
de la consciencia; el hombre se ve abrumado por las cosas que él
mismo ha hecho. Por lo tanto, la realización de la razón implica la
superación de este extrañamiento, el establecimiento de una condición
en la que el sujeto se conozca y posea a sí mismo en todos sus
objetos.
Esta demostración del
papel desempeñado por el trabajo y del proceso de la reificación y
su abolición es, según Marx, la mayor realización de la Fenomenología
del Espíritu. Pero en ésta se pierde toda la fuerza de la demostración,
ya que Hegel afirma que la unidad del sujeto y del objeto ya había
sido consumada, y el proceso de la reificación, superado. En su
Estado monárquico, los antagonismos de la sociedad civil han sido
relegados, y todas las contradicciones se reconcilian finalmente en el
reino del pensamiento o del espíritu absoluto.
¿Coincidía
efectivamente la "verdad" con el orden político y social
dado? Entonces, ¿la historia había dispensado a la teoría de toda
necesidad de trascender el sistema de vida dado en la sociedad? La
respuesta afirmativa de Hegel se basaba en el supuesto de que las
formas sociales y políticas habían llegado a adecuarse a los
principios de la razón, de modo que las más altas potencialidades
del hombre podían ser desarrolladas en el marco de las relaciones
sociales existentes. Esta conclusión implicaba un cambio decisivo en
la relación entre la realidad y la teoría; se sostenía que la
realidad coincidía con la teoría. En la forma que finalmente le da
Hegel, la teoría, la depositaria adecuada de la verdad, parece
recibir los hechos tal como son y proclamarlos conformes a la razón.
La verdad, según Hegel,
es un todo que tiene que estar presente en cada uno de los elementos,
de modo que si un elemento material o un hecho no pueden ser
conectados con el proceso de la razón, la verdad del todo queda
destruida. Según Marx, tal elemento existía y era el proletariado.
La existencia del proletariado contradice la supuesta realidad de la
razón, ya que representa toda una clase que demuestra la negación
misma de la razón. El destino del proletariado no es la realización
de las potencialidades humanas, sino lo contrario. Si la propiedad
constituye la principal dotación de una persona libre, el proletario
no es libre ni tampoco es una persona, ya que no posee propiedad
alguna. Si el ejercicio del espíritu absoluto, el arte, la religión
y la filosofía, constituyen la esencia del hombre, el proletario está
excluido definitivamente de esta esencia, pues su existencia no le
permite tener tiempo libre para dedicarse a esas actividades.
Además, la existencia
del proletariado vicia no sólo la sociedad racional de la Filosofía
del Derecho de Hegel; vicia también toda la sociedad burguesa. El
proletariado se origina en el proceso del trabajo, y es el ejecutor
efectivo o el sujeto del trabajo en esta sociedad. No obstante, el
trabajo, como lo mostró el mismo Hegel, determina la esencia del
hombre y la forma social que ésta adopta. Entonces, si la existencia
del trabajo testimonia "la pérdida completa del hombre", y
esta pérdida es el resultado de la forma de trabajo en que se basa la
sociedad civil, la sociedad está totalmente viciada y el proletariado
expresa una negatividad total: "el sufrimiento universal" y
"la injusticia universal" [Introducción a la crítica de la
Filosofía del Derecho de Hegel]. La realidad de la razón, del
derecho y de la libertad se convierte entonces en la realidad de la
falsedad, la injusticia y la esclavitud.
La existencia del
proletariado ofrece así un vivo testimonio del hecho de que la verdad
no ha sido aún realizada. La historia y la realidad social mismas
"niegan" así la filosofía. La crítica de la sociedad no
puede ser llevada a cabo por la doctrina filosófica, sino que se
convierte en tarea de la práctica sociohistórica.
Antes de dar los
lineamientos del desarrollo de la teoría marxista, es necesario
distinguirla de otras formas contemporáneas construidas en base a la
"negación de la filosofía". La profunda convicción de que
la filosofía había llegado a su fin impregnó las primeras décadas
posteriores a la muerte de Hegel [1831]. Se expandió la creencia de
que la historia del pensamiento había alcanzado un momento decisivo y
de que sólo quedaba un medio en el que podía encontrarse la
"verdad" y ponerla a funcionar, a saber, la existencia
concreta material del hombre. Las estructuras filosóficas hasta
entonces habían situado la "verdad" fuera de la lucha histórica
del hombre, bajo la forma de un complejo de principios abstractos y
trascendentales. Sin embargo, ahora, la emancipación del hombre podía
convertirse en obra del hombre, en meta de su práctica autoconsciente.
El verdadero ser, la razón y el sujeto libre podían transformarse
ahora en realidades históricas. De acuerdo con esto, los sucesores de
Hegel exaltaron la "negación de la filosofía" como
"realización de Dios" a través de la deificación del
hombre (Feuerbach), como "realización de la filosofía" (Feuerbach
y Marx), y como realización de la "esencia universal" del
hombre (Feuerbach y Marx).
3. Feuerbach
Feuerbach toma como
punto de partida el hecho que Kierkegaard había dejado de reconocer,
a saber, que en los tiempos presentes el contenido humano de la religión
sólo puede ser preservado abandonando la forma religiosa, la forma
ultraterrena. La realización de la religión requiere su negación.
La doctrina de Dios (teología) ha de ser cambiada en doctrina del
hombre (antropología). La felicidad eterna comenzará con la
transformación del reino de los cielos en república de la tierra.
Feuerbach está de
acuerdo con Hegel en que la humanidad ha alcanzado su madurez. La
tierra está lista para ser transformada mediante la práctica
consciente y colectiva de los hombres, en un reino de razón y
libertad. Por consiguiente, esboza una "Filosofía del
futuro" a la que considera como la culminación lógica e histórica
de la filosofía de Hegel. "La nueva filosofía es la realización
de la filosofía hegeliana y, aún más, de toda la filosofía
anterior". La negación de la religión había comenzado con la
transformación feuerbachiana de la lógica en antropología,
concebida como filosofía que tiende hacia la emancipación concreta
del hombre, y bosqueja, por tanto, las condiciones y cualidades de una
existencia humana efectivamente libre. Una filosofía semejante no
puede ser idealista, ya que los medios para llevar a cabo una
existencia humana libre están al alcance de la mano. El gran error de
Hegel fue el de aferrarse al idealismo en una época en que la solución
materialista del problema estaba al alcance de la mano. La nueva
filosofía es, entonces, una realización de la filosofía hegeliana,
pero sólo como su negación.
Al aceptar el estado
dado del mundo como adecuado a las normas de la razón, Hegel
contradecía sus propios principios y uncía la filosofía a un
contenido externo, el de la época. Sus distinciones críticas son, en
última instancia, meras distinciones dentro de lo dado, y su filosofía
tiene "un significado crítico y no un significado genético-crítico".
Este último tipo de filosofía no sólo demuestra y comprende su
objeto, sino que investiga su origen y pone así en cuestión su
derecho a existir. (...) Hegel, según Feuerbach, no llevó a cabo
dicho análisis. Su construcción de la historia presuponía que la
etapa de desarrollo alcanzada en su tiempo constituía el fin
inmanente de todas las etapas anteriores.
(...) En su análisis
genético del pensamiento, Feuerbach parte del hecho obvio de que la
naturaleza es la realidad primaria y el pensamiento la secundaria.
"La verdadera relación del pensamiento con el Ser es ésta: el
Ser es sujeto, el pensamiento es predicado. El pensamiento brota del
Ser, pero el Ser no brota del pensamiento". La Filosofía, por
tanto, debe comenzar con el Ser, no con el ser abstracto-en-cuanto-tal
de Hegel, sino con el ser concreto, es decir, con la naturaleza. Sin
embargo, la nueva filosofía no ha de ser una filosofía de la
naturaleza en el sentido tradicional. La naturaleza adquiere
relevancia sólo en la medida en que condiciona la existencia humana;
es el hombre el que ha de constituir el contenido propio y el interés
de esta filosofía. La liberación del hombre requiere la liberación
de la naturaleza, de la existencia natural del hombre. (...)
(...) A pesar de todo
el progreso histórico, dice Feuerbach, el hombre está todavía
necesitado, y el hecho profundo que encuentra la filosofía es el
"sufrimiento". Esto, y no el conocimiento, es lo primordial
en la relación del hombre con el mundo objetivo. "El sufrimiento
precede al pensamiento". Y no es posible vislumbrar una realización
de la razón en tanto ese sufrimiento no haya sido eliminado.
Hemos dicho ya que
"el sufrimiento universal" que veía Marx en la existencia
del proletariado negaba para él la realidad de la razón. El
"principio del sufrimiento", según Marx, estaba enraizado
en la forma histórica de la sociedad y se requería la acción social
para lograr su abolición. Feuerbach, per contra, introduce a la
naturaleza como el fundamento y el medio para la liberación de la
humanidad. La Filosofía es negada y consumada por la naturaleza. El
sufrimiento del hombre es una relación "natural" del sujeto
viviente con su contorno objetivo, ya que el objeto se opone y abruma
al sujeto. La naturaleza configura y determina el ego desde afuera,
volviéndolo esencialmente "pasivo". El proceso de la
liberación no puede eliminar esta pasividad, pero sí puede
transformarla de fuente de privaciones y penas en fuente de abundancia
y disfrute.
La concepción que
Feuerbach tiene del ego invierte la concepción tradicional, que había
motivado la filosofía moderna desde Descartes. El ego, según
Feuerbach, es primordialmente receptivo, no espontáneo; es
determinado, no autodeterminante; es el sujeto pasivo de la recepción,
no el sujeto activo del pensamiento: "El pensamiento objetivo
verdadero, la filosofía objetiva verdadera surge sólo de la negación
del pensamiento, del ser determinado por el objeto, de la pasión,
fuente de todo placer y necesidad" (Tesis provisionales para la
reforma de la filosofía). De este modo, el naturalismo de Feuerbach
sostiene que la percepción, la sensibilidad, la sensación, son los
órganos propios de la filosofía (...).
Es en este punto donde
comienza la crítica de Marx a Feuerbach. Marx defiende a Hegel en
este punto en contra de Feuerbach. Hegel había negado que la
certidumbre sensible fuese el criterio supremo de la verdad, basándose
en que, primero, la verdad es un universal que no puede alcanzarse en
una experiencia que implica lo particular, y segundo, que la verdad
encuentra su plenitud en un proceso histórico llevado a cabo por la
práctica colectiva de los hombres. (...) El argumento de Hegel es que
el trabajo introduce la certidumbre sensible y la naturaleza en el
proceso histórico. Por concebir la existencia humana en términos de
los sentidos, Feuerbach descuidó por completo esta función material
del trabajo. "Insatisfecho del pensamiento abstracto, Feuerbach
recurre a la percepción de los sentidos, pero no comprende nuestra
naturaleza sensible como actividad práctica, humano-sensible"
(Tesis sobre Feuerbach).
El trabajo transforma
las condiciones naturales de la existencia humana en condiciones
sociales. Por lo tanto, al omitir el proceso del trabajo de su filosofía
de la libertad, Feuerbach omitía el factor decisivo a través del
cual la naturaleza puede llegar a convertirse en el medio para la
liberación. Su interpretación del libre desarrollo del hombre como
desarrollo "natural" dejaba de lado las condiciones históricas
de la liberación y hacía de la libertad un acontecimiento enmarcado
dentro del orden existente. Su "materialismo contemplativo"
sólo percibe "individuos separados dentro de la sociedad
burguesa".
Marx centraba su teoría
en el proceso del trabajo, y al hacerlo se acogía y llevaba a cabo el
principio de la dialéctica hegeliana de que la estructura del
contenido (la realidad) determina la estructura de la teoría. Hacía
de los fundamentos de la sociedad civil los fundamentos de la teoría
de la sociedad civil. Esta sociedad opera sobre el principio del
trabajo universal, y considerando el proceso del trabajo decisivo para
la totalidad de la existencia humana; el trabajo determina el valor de
todas las cosas. Puesto que la sociedad se perpetúa por el continuo
cambio universal de los productos del trabajo, la totalidad de las
relaciones humanas está gobernada por las leyes inmanentes de la
economía. El desarrollo del individuo y el alcance de su libertad
dependen de la medida en que su trabajo satisface una necesidad
social. Todos los hombres son libres, pero los mecanismos del proceso
del trabajo gobiernan esa libertad. El estudio del proceso del trabajo
es, en última instancia, absolutamente necesario para descubrir las
condiciones de la realización de la razón y de la libertad en
sentido real. Un análisis crítico de este proceso constituye, pues
el tema final de la filosofía.
7. La dialéctica
marxista
Podemos ahora intentar
resumir las cualidades que distinguen la dialéctica marxista de la
hegeliana. Hemos destacado el hecho de que la concepción dialéctica
que Marx tiene de la realidad estaba motivada originalmente por el
mismo rasgo que la de Hegel, es decir, por el carácter negativo de la
realidad. En el mundo social, esta negatividad era portadora de las
contradicciones de la sociedad de clases y constituía, por lo tanto,
el motor del proceso social. Cualquier hecho o condición era
introducido dentro de este proceso, de modo que su significado no podía
ser captado sino dentro de esta totalidad a la cual pertenecía. Tanto
para Marx como para Hegel, "la verdad" radica sólo en el
todo, en la "totalidad negativa".
No obstante, el mundo
social sólo se convierte en totalidad negativa en el proceso de una
abstracción, que le impone al método dialéctico la estructura de su
objeto, la sociedad capitalista. Se puede llegar a decir que la
abstracción es obra del mismo capitalismo y que el método marxista
no hace más que seguir este proceso. El análisis marxista ha
demostrado que la economía capitalista está construida sobre la
constante reducción del trabajo concreto al trabajo abstracto y que
ésta a su vez la perpetúa. Esta economía se aleja, paso a paso, de
la actividad y las necesidades humanas concretas, y sólo logra la
integración de las actividades y necesidades individuales a través
de un complejo de relaciones abstractas en el que el trabajo
individual cuenta sólo en la medida en que represente un tiempo
laboral socialmente necesario, y en el que las relaciones entre los
hombres aparecen como relaciones entre cosas (mercancías). El mundo
de las mercancías es un mundo "falsificado",
"mistificado", y el análisis crítico que se haga de él
tiene que seguir primero las abstracciones que lo constituyen y,
luego, partir de esas relaciones abstractas a fin de obtener su
contenido real. El segundo paso es, pues, la abstracción de una
abstracción o el abandono de una falsa concreción, con el fin de
restaurar la verdadera concreción. De acuerdo con esto, la teoría
marxista elabora primero las relaciones abstractas que determinan el
mundo de las mercancías (tales como mercancías, valor de cambio,
dinero, salarios), y retorna, a partir de ellas, al contenido
plenamente desarrollado del capitalismo (las tendencias estructurales
del mundo capitalista que conducen a su destrucción).
Hemos dicho que, para
Marx tanto como para Hegel, la verdad reside únicamente en la
totalidad negativa. Sin embargo, la totalidad donde se mueve la teoría
marxista es diferente de la de la filosofía de Hegel, y esta
diferencia indica la diferencia decisiva entre la dialéctica de Marx
y la de Hegel. Para Hegel, la totalidad era la totalidad de la razón,
un sistema ontológico cerrado, idéntico en última instancia al
sistema racional de la historia. El proceso dialéctico de Hegel era,
pues, un proceso ontológico universal, en el que la historia se
modelaba según el proceso metafísico del ser. Por el contrario, Marx
desliga la dialéctica de esta base ontológica. En su obra, la
negatividad de la realidad se convierte en una condición histórica
que no puede ser hipostasiada como situación metafísica. Dicho de
otro modo, se convierte en una condición social, asociada a una forma
histórica particular de sociedad. La totalidad a que llega la dialéctica
marxista es la totalidad de la sociedad de clases, y la negatividad
que subyace a sus contradicciones y configura su contenido mismo es la
negatividad de las relaciones de clases. La totalidad dialéctica
también incluye a la naturaleza, pero sólo en la medida en que esta
última entre y condicione el proceso histórico de la reproducción
social. (...)
El método dialéctico,
pues, se ha convertido por naturaleza propia en un método histórico.
El principio dialéctico no es un principio general que se puede
aplicar por igual a cualquier objeto. (...) La dialéctica toma los
hechos como elementos de una totalidad histórica definida, de la que
no pueden ser aislados. (...) Todo hecho puede ser sometido al análisis
dialéctico sólo en la medida en que cada hecho esté influenciado
por los antagonismos del proceso social.
El carácter histórico
de la dialéctica marxista abarca tanto la negatividad imperante como
su negación. La situación dada es negativa y sólo la liberación de
las posibilidades inmanentes en ella puede transformarla en positiva.
Esto último, la negación de la negación, se efectúa estableciendo
un nuevo orden de cosas. (...) La verdad, en suma, no es un reino
separado de la realidad histórica, ni una región de ideas
eternamente válidas. Naturalmente, trasciende la realidad histórica
dada, pero sólo en la medida en que pasa de una etapa histórica a
otra. Tanto el estado negativo como su negación constituyen un
acontecimiento concreto dentro de la misma totalidad.
La dialéctica marxista
es un método histórico aún en otro sentido; trata de una etapa
particular del proceso histórico. Marx critica la dialéctica
hegeliana por generalizar el movimiento dialéctico en un movimiento
de todo el ser, del ser-en-cuanto-tal, y por obtener así sólo
"la expresión abstracta, lógica y especulativa del movimiento
de la historia" (Manuscritos de 1844). Aún más, el movimiento
al que Hegel dio dicha expresión abstracta y al cual creyó general,
caracteriza efectivamente sólo una fase particular de la historia del
hombre, a saber, "la historia de su maduración" (Entstehungsgeschichte).
La distinción que hace Marx entre la historia de su maduración y la
"historia efectiva" de la humanidad se reduce a una
delimitación de la dialéctica. La Entstehungsgeschichte de la
humanidad, que Marx llama su prehistoria, es la historia de la
sociedad de clases. La historia efectiva del hombre comenzará cuando
esta sociedad sea abolida. La dialéctica hegeliana da la forma lógica
abstracta del desarrollo prehistórico, y la dialéctica marxista su
movimiento concreto real. Por lo tanto, la dialéctica marxista está
todavía ligada a la fase prehistórica.
(...) El método dialéctico
de Marx refleja todavía el influjo de fuerzas económicas ciegas en
el curso de la sociedad. El análisis dialéctico de la realidad
social en términos de las contradicciones que le son inherentes y de
su resolución muestra a esta realidad subyugada por mecanismos
objetivos que operan con la necesidad de las leyes (físicas)
"naturales"; sólo de este modo puede la contradicción ser
la última fuerza que mantiene a la sociedad en movimiento. El
movimiento es dialéctico en sí mismo en la medida en que aún no esté
dirigido por la actividad autoconsciente de individuos libremente
asociados. Las leyes dialécticas son el conocimiento desarrollado de
las leyes "naturales" de la sociedad, y por lo tanto un paso
hacia delante en el proceso de su anulación, pero siguen siendo un
conocimiento de leyes "naturales". Naturalmente, la lucha
con el "reino de la necesidad" continuará con el paso del
hombre a la etapa de su "historia efectiva", y la
negatividad y la contradicción no desaparecerán. Empero, cuando la
sociedad se haya convertido en el sujeto libre de esta lucha, ésta se
llevará a cabo bajo formas enteramente diferentes. Por esta razón,
no es lícito imponer la estructura dialéctica de la prehistoria a la
futura historia de la humanidad.
El concepto que conecta
definitivamente la dialéctica de Marx con la historia de la sociedad
de clases es el concepto de necesidad. Las leyes dialécticas son
leyes necesarias; las distintas formas de sociedad de clases perecen
necesariamente debido a sus contradicciones internas. Las leyes del
capitalismo trabajan con "una necesidad férrea hacia resultados
inevitables", dice Marx. Esta necesidad no se aplica, sin
embargo, a las transformaciones positivas de la sociedad capitalista.
(...) Sería una distorsión completa de la significación de la teoría
marxista el deducir de la inexorable necesidad que rige el desarrollo
del capitalismo una necesidad similar del paso al socialismo. Cuando
se niega al capitalismo, los procesos sociales ya no caen bajo el régimen
de leyes naturales ciegas. Esto es precisamente lo que distingue la
naturaleza de lo nuevo y de lo viejo. La transición de la muerte
inevitable del capitalismo al socialismo es necesaria, pero sólo en
el sentido en que es necesario el pleno desarrollo del individuo.
Asimismo, la nueva unión social de los individuos es necesaria, pero
sólo en el sentido en que es necesario emplear las fuerzas
productivas disponibles en la satisfacción general de todos los
individuos. Es la realización de la libertad y la felicidad la que
necesita el establecimiento de un orden dentro del cual los individuos
asociados determinen la organización de sus vidas. Hemos recalcado ya
que las cualidades de la sociedad futura se reflejan en las fuerzas
actuales que tienden a su realización. No puede haber una necesidad
ciega en tendencias como éstas que culminen en una sociedad libre y
autoconsciente. La negación del capitalismo comienza con el propio
capitalismo, pero aun en las fases que preceden a la revolución está
activa la espontaneidad racional que habrá de animar las fases
postrevolucionarias. La revolución depende, en efecto, de condiciones
objetivas, requiere que se haya alcanzado un cierto nivel de cultura
material e intelectual, una clase obrera autoconsciente y organizada
en escala internacional, una lucha de clases muy acentuada. Sin
embargo, estas condiciones sólo se convierten en condiciones
revolucionarias si son captadas y dirigidas por una actividad
consciente, que tenga en cuenta el objetivo socialista. No existe ni
el atisbo de una necesidad natural o inevitabilidad automática que
garantice la travesía del capitalismo al socialismo.
El capitalismo mismo ha
extendido, de manera considerable, el alcance y el poder de las prácticas
racionales. (...) La planificación, por ejemplo, no es exclusiva de
la sociedad socialista. (...) La posibilidad de planificación
racional en el capitalismo no menoscaba, por supuesto, la validez de
las leyes fundamentales que Marx descubre en este sistema; el sistema
está destinado a perecer en virtud de estas leyes. Pero el proceso
puede entrañar un largo período de barbarie, que sólo puede ser
evitado mediante la acción libre. La revolución requiere de la
madurez de muchas fuerzas, pero la de mayor magnitud entre ellas es la
fuerza subjetiva, es decir, la clase revolucionaria. La realización
de la libertad y de la razón requiere la libre racionalidad de los
individuos que la llevan a cabo.
La teoría marxista,
por tanto, es incompatible con el determinismo fatalista. Es cierto
que el materialismo histórico implica el principio determinista de
que la consciencia está determinada por la existencia social. Sin
embargo, hemos tratado de demostrar que la dependencia necesaria
enunciada en este principio se aplica a la vida "prehistórica",
es decir, la vida de la sociedad de clases. Las relaciones de producción
que restringen y distorsionan las potencialidades del hombre
determinan inevitablemente su consciencia, precisamente porque la
sociedad no es un sujeto libre y pensante. En tanto el hombre no sea
capaz de dominar estas relaciones y de emplearlas en la satisfacción
de las necesidades y deseos del todo, éstas tomarán la forma de una
entidad objetiva independiente. La consciencia, atrapada dentro de
estas relaciones y abrumada por ellas, se convierte necesariamente en
ideológica.
(...) Cuando está
determinada por condiciones sociales racionales, la razón está
determinada por ella misma. La libertad socialista abarca los dos
lados de la relación entre la consciencia y la existencia social. El
principio del materialismo histórico conduce a su propia negación.
El proceso del trabajo,
que se presenta como algo fundamental en el análisis marxista del
capitalismo y de su génesis, es el fundamento sobre el que operan las
distintas ramas de la teoría y la práctica en la sociedad
capitalista. Una comprensión del proceso del trabajo es, por lo
tanto, al mismo tiempo, una comprensión del origen de la separación
entre la teoría y la práctica, y del elemento que establece su
interconexión. La teoría marxista es, por naturaleza propia, una
teoría de la sociedad integral e integradora. El proceso económico
del capitalismo ejerce una influencia totalitaria sobre toda la teoría
y la práctica, y un análisis económico que quebrante la simulación
capitalista y se abra paso a través de su "reificación"
llegaría al subsuelo común de toda teoría y toda práctica en esta
sociedad.
La economía marxista
no deja cabida a una filosofía, sociología o psicología
independientes. (...) Con la separación entre la teoría y la práctica,
la filosofía se convirtió en el santuario de la verdadera teoría. A
la ciencia se la ponía "al servicio del capital" o se la
degradaba a una posición de pasatiempo para ociosos, alejada de toda
preocupación por las luchas actuales de la humanidad, mientras que la
filosofía emprendía, mediante el pensamiento abstracto, la custodia
de las soluciones de las necesidades, temores y deseos de los hombres.
La "Razón Pura", la razón purificada de toda contingencia
empírica, se convierte en el dominio adecuado de la verdad.
Un poco antes de la
conclusión de su Crítica de la razón pura, Kant plantea las tres
preguntas que más preocupan a la razón humana; ¿Cómo puedo
conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? Estas preguntas y
los intentos de solucionarlas abarcan, en efecto, el propio centro de
la filosofía, su preocupación por las potencialidades esenciales del
hombre, en medio de las privaciones de la realidad.
Hegel había situado
esta preocupación filosófica en el contexto histórico de su tiempo,
de modo que se hizo evidente que las preguntas de Kant conducían al
proceso histórico efectivo. El conocimiento, la actividad y la
esperanza del hombre estaban dirigidos al establecimiento de una
sociedad racional.
Marx se abocó a
demostrar las fuerzas y tendencias concretas que estorbaban o promovían
ese objetivo. La conexión material de su teoría con una forma de práctica
histórica definida negaba no sólo a la filosofía, sino también a
la sociología. Los hechos sociales que Marx analiza (la alienación
del trabajo, el fetichismo de la mercancía, la plusvalía, la
explotación) no presentan semejanza con los hechos sociológicos,
tales como divorcios, crímenes, cambios en la población y ciclos
comerciales. Las relaciones fundamentales de las categorías marxistas
están fuera del alcance de la sociología o de cualquier otra ciencia
que se preocupe por describir y organizar los fenómenos objetivos de
la sociedad. Sólo aparecerán como hechos ante una teoría que los
vea desde la perspectiva de su negación. Según Marx, la teoría
correcta es una consciencia de la práctica, que tienda hacia la
transformación de lo dado.
Sin embargo, el
concepto de la verdad que tiene Marx está muy lejos del relativismo.
Hay sólo una verdad y sólo una práctica capaz de realizarla. La
teoría ha demostrado las tendencias que posibilitan el logro de un
orden racional de vida, las condiciones para crearlo y los pasos
iniciales que se deben tomar. Ya ha sido formulado el objetivo final
de la nueva práctica social: la abolición del trabajo, el empleo de
los medios de producción socializados en el libre desarrollo de todos
los individuos. El resto es una tarea que pertenece a la propia
actividad liberada del hombre. La teoría acompaña la práctica en
todo momento, analizando las situaciones cambiantes y formulando sus
conceptos de acuerdo con ellas. Las condiciones concretas de la
realización de la verdad pueden variar, pero la verdad sigue siendo
la misma y la teoría su guardián supremo. La teoría preservará a
la verdad aun si la práctica revolucionaria se desvía del camino
recto. La práctica sigue a la verdad y no viceversa. Este absolutismo
de la verdad completa la herencia filosófica de la teoría marxista y
separa, de una vez por todas, la teoría dialéctica de todas las
formas subsiguientes de positivismo y positivismo.
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