Cuadernos de Formación
Nº 2 - Textos de Marcuse, Korsh y Lefevbre
02 - De "Marxismo
y filosofía" (1923)
Karl Korsch
Afirmar que la cuestión
de la relación entre marxismo y filosofía pueda contener un problema
de extraordinaria importancia teórica y práctica hubiera encontrado
escaso eco, tanto entre los intelectuales burgueses como entre los
marxistas. Para los profesores de filosofía, el marxismo era, en el
mejor de los casos, un subcapítulo bastante secundario de un capítulo
de la historia de la filosofía en el siglo XIX, tratado por lo demás
sin demasiadas interpretaciones y titulado "La destrucción de la
escuela hegeliana". Pero tampoco los "marxistas" concedían,
por lo general, gran valor -aunque por otros motivos- al aspecto
"filosófico" de su teoría. Ya los propios Marx y Engels,
que con tanta frecuencia y con orgullo se refirieron al hecho histórico
de que, en el "socialismo científico", el movimiento obrero
alemán recogió la herencia de la filosofía clásica alemana, jamás
quisieron interpretar en absoluto esta expresión en el sentido de que
el socialismo científico y el comunismo constituyeran esencialmente
una "filosofía". Más bien vieron la misión de su
"socialismo científico" en la necesidad de superar y
eliminar, en su forma y contenido, no sólo toda la filosofía ideal
burguesa anterior, sino toda la filosofía como tal. Más adelante
tendremos que detenernos a explicar en qué consistió o debía
consistir esta superación y eliminación de acuerdo con la concepción
originaria de Marx y Engels. Por el momento, limitémonos a señalar
el hecho histórico de que, para la mayoría de marxistas posteriores,
no parecía haber ya en esta cuestión problema alguno. La mejor forma
de caracterizar esta eliminación del problema de la filosofía nos la
proporciona la gráfica expresión con que Engels definió una vez el
comportamiento de Feuerbach frente a la filosofía de Hegel. Según
Engels, Feuerbach no hizo otra cosa que "dejar de lado sin
miramiento alguno" la filosofía hegeliana. Con idéntica falta
de miramientos actuaron, en efecto, muchos marxistas posteriores,
siguiendo de un modo en apariencia muy "ortodoxo" la
consigna de los maestros, no sólo con respecto a la filosofía de
Hegel, sino a la filosofía en general.
Así, por ejemplo,
Franz Mehring ha definido más de una vez su propio punto de vista,
marxista ortodoxo, en la cuestión de la filosofía, con la afirmación
pura y simple de que se adhería a la "renuncia a todas las
disquisiciones filosóficas", renuncia que "para los
maestros (Marx y Engels) fue la premisa de sus inmortales
logros". Estas palabras de un hombre que con toda razón pudo
decir de sí mismo que se había "ocupado con más detenimiento
que nadie de los inicios filosóficos de Marx y Engels" son
extraordinariamente definitorias de la actitud predominante entre los
teóricos marxistas de la Segunda Internacional (1889-1914) frente a
todos los problemas "filosóficos". La misma dedicación a
cuestiones que, en el fondo, no tenían nada de filosóficas en
sentido estricto sino que afectaban a los fundamentos generales
metodológicos y de crítica del conocimiento de la teoría marxista,
fue considerada por los teóricos marxistas más influyentes de la época
como algo que, en el mejor de los casos, era una pérdida totalmente
innecesaria de tiempo y de energías. Aunque, volens nolens, se
tolerara la discusión de estas querellas filosóficas en el campo
marxista e incluso se tomara parte en ellas, se declaraba siempre de
modo explícito que el esclarecimiento de tales problemas tenía muy
escasa relevancia, y la tendría siempre, para la praxis de la lucha
de clase del proletariado. Con todo, semejante concepción sólo venía
justificada naturalmente por la lógica, suponiendo que el marxismo
como tal era una teoría y una práctica a cuya integridad esencial e
insustituible no podía afectar ninguna actitud concreta frente a
cualquier problema filosófico, de suerte que -para poner un ejemplo-
no se consideraba imposible que un teórico marxista de primera línea
fuese partidario de Arthur Schopenhauer en su vida privada.
De ahí que en aquella
época, por grandes que fueran las contradicciones entre la ciencia
burguesa y la ciencia marxista en los campos restantes, existía sobre
este punto de vista una coincidencia aparente entre los dos extremos.
Los profesores burgueses de filosofía se aseguraban mutuamente que el
marxismo no poseía un contenido filosófico propio..., y al hablar así,
no creían haber dicho nada importante contra el marxismo. Por su
parte, los marxistas ortodoxos se aseguraban también mutuamente que
el marxismo, por su esencia, nada tenía que ver con la filosofía...
y al hablar así, creían haber dicho algo importante en favor del
marxismo. Y del mismo criterio teórico fundamental partió en
definitiva la tercera dirección, la única que en esta época se ocupó
con un poco más de detenimiento del aspecto filosófico del
socialismo; nos referimos a aquella variedad de socialistas "filósofos"
que vieron su misión en "complementar" el sistema marxista
con apreciaciones generales filosófico-culturales o con ideas de Kant,
de Dietzgen, de Mach o de cualquier otra filosofía. Porque
precisamente al considerar que el marxismo necesitaba ser completado
en un sentido filosófico, pusieron claramente de manifiesto que,
también a sus ojos, el marxismo carecía en sí mismo de contenido
filosófico.
Hoy resulta bastante fácil
demostrar que esta concepción meramente negativa de las relaciones
entre marxismo y filosofía, que hemos constatado tanto en los teóricos
burgueses como en los marxistas ortodoxos -en aparente coincidencia-,
parte en ambos casos de una comprensión muy superficial e incompleta
de la situación histórica y lógica. (...) A pesar de la gran
diferencia de los motivos aducidos por ambas partes, las dos series
coinciden sin duda en un punto importante. Veremos que, del mismo modo
que los teóricos burgueses de la segunda mitad del siglo XIX, al
olvidar completamente la filosofía de Hegel, dejaron también de lado
la consideración de las relaciones entre filosofía y realidad, teoría
y práctica, que en la época de Hegel constituyó el principio vivo
de toda filosofía y de toda ciencia, así también, por otra parte,
los marxistas de la misma época fueron olvidando cada vez más la
importancia originaria de este principio dialéctico, un principio
que, en los años 40, los dos jóvenes hegelianos Marx y Engels, al
desviarse de Hegel, habían salvado con plena conciencia, pasándolo
de la "filosofía idealista alemana" a la concepción
materialista del proceso de desarrollo histórico-social. (...)
Del mismo modo que la
evolución del pensamiento filosófico después de Hegel no se puede
concebir como un simple proceso de "historia de las ideas",
así tampoco puede concebirse como tal proceso la fase anterior del
pensamiento filosófico, la evolución filosófica que va de Kant
hasta Hegel. Cualquier intento de comprender en toda su importancia y
en su contenido esencial la evolución de esta gran época del
pensamiento filosófico, una época que en los libros de historia
suele definirse como la del "idealismo alemán", debe
fracasar necesariamente mientras -en el estudio de dicha época- no se
tengan en cuenta, o se consideren sólo con la forma superficial de
una reflexión suplementaria, las relaciones que fueron esenciales
para toda la configuración y el transcurso total de dicha evolución
filosófica, unas relaciones que unen el "movimiento de la
idea" en esta época con el "movimiento revolucionario"
contemporáneo. A toda la época del llamado "idealismo alemán",
incluida la "conclusión" con que culmina, el sistema
hegeliano, e incluyendo también las luchas subsiguientes entre
diversas direcciones hegelianas en los años 40 del siglo XIX, se
pueden aplicar las frases con que Hegel, en su Historia de la filosofía
y en otras partes de su obra, definió el carácter de la filosofía
de sus predecesores inmediatos (Kant, Fichte, Schelling). En los
sistemas filosóficos de esta época, totalmente revolucionaria en su
movimiento histórico real, "la revolución se precipita y se
manifiesta como forma del pensamiento". Las posteriores
formulaciones de Hegel permiten descubrir claramente que, con lo
dicho, Hegel no se refería a lo que los historiadores de la filosofía
actual llaman también una revolución del pensamiento, es decir, un
proceso que se produce lejos del mundo grosero e inculto de las luchas
reales, con calma y limpieza, en el reino puro del gabinete de
estudio, sino que el mayor pensador que produjo la sociedad burguesa
en su época revolucionaria consideró que la "revolución en
forma de pensamiento" era un componente real del proceso real
general de la sociedad. He aquí dichas formulaciones:
"En esta gran época
de la historia universal, cuya esencia más íntima se incluye en la
filosofía de la historia, sólo han participado dos pueblos: el alemán
y el francés, por muy opuestos que sean, o precisamente porque son
opuestos. Las restantes naciones no han tomado parte en ella de un
modo interno, pero sí lo han hecho políticamente, tanto sus
gobiernos como los pueblos. En Alemania, este principio irrumpió como
idea, espíritu, concepto, y en Francia dentro de la realidad; por el
contrario, lo que ha aparecido en la realidad alemana se presenta como
una violencia de circunstancias exteriores y una reacción en
contra".
Unas páginas más
adelante, al describir la filosofía de Kant, vuelve a las mismas
ideas:
"Ya Rousseau situó
lo absoluto en la libertad: Kant tiene el mismo principio, sólo que más
bien en el aspecto teórico. Los franceses lo conciben en el campo de
la voluntad porque, como dice uno de sus refranes, Il a la tête près
du bonnet. Francia tiene el sentido de la realidad, de lo realizado,
porque allí la idea se convierte inmediatamente en acción; de ahí
que en Francia las personas estén prácticamente inclinadas hacia la
realidad. Pero si la libertad como tal es concreta, fue considerada
inmadura en su abstracción aplicada a la realidad; y dar vigencia a
abstracciones en la realidad significa destruir realidad. El fanatismo
de la libertad, en manos del pueblo, fue terrible. En Alemania, el
mismo principio reclamó para sí el interés de la consciencia, pero
sólo se formó teóricamente. Tenemos toda clase de ruidos en la
cabeza y encima de la cabeza; pero la cabeza alemana deja tranquila la
gorra de dormir y opera en su interior..."
En estas frases de
Hegel se expresa de hecho el mismo principio que hace comprensible la
más íntima esencia de esta gran época de la historia universal: la
conexión dialéctica entre filosofía y realidad que, como expresó
Hegel de manera más general en otro lugar, hace que toda filosofía
no pueda ser más que "su tiempo comprendido en ideas", y
que, de modo asimismo indispensable para la captación real del
desarrollo del pensamiento filosófico, lo es sobre todo cuando se
trata de comprender la evolución del pensamiento en una época
revolucionaria del desarrollo de la vida social. Y en esto consiste
precisamente el destino impuesto por un poder excesivo a la evolución
ulterior de la investigación filosófica e histórico-filosófica de
la clase burguesa en el siglo XIX; dicha clase, que a mediados de
siglo había dejado de ser revolucionaria en su praxis social, desde
este momento -y por una necesidad interna- perdió también en su
pensamiento la facultad de comprender en su verdadera significación
las relaciones dialécticas entre la evolución histórica ideal y la
real, y especialmente entre la filosofía y la revolución. Así, la
auténtica decadencia y el verdadero final que de hecho experimentó
el movimiento revolucionario de la clase burguesa en la praxis social
a mediados del siglo XIX hallaría su expresión ideológica en la
decadencia y el final aparentes del movimiento filosófico, del que
nos hablan aún hoy los historiadores burgueses de la filosofía.
(...) Por el contrario, hay un punto de vista que vuelve a adoptar la
concepción dialéctica, olvidada hasta entonces por la filosofía
burguesa, aunque sólo en la forma poco desarrollada y aún no del
todo consciente de sí misma en la que la aplicó Hegel (es decir, la
dialéctica idealista de Hegel en contraposición con la dialéctica
idealista de Marx), y la aplica al estudio de la evolución de la
historia de la filosofía en el siglo XIX de un modo consecuente y,
desde este punto de vista, toda esta evolución se nos aparece de
inmediato en una configuración distinta y mucho más madura, también
en el campo de la historia de las ideas. En lugar de una disminución
y una interrupción final del movimiento revolucionario en el reino de
las ideas, aparece una profunda e importante transformación del carácter
de este movimiento revolucionario durante los años 40. En lugar del
fin de la filosofía clásica alemana, aparece la transición de dicha
filosofía, que constituyó la expresión ideológica del movimiento
revolucionario de la clase burguesa, hacia una nueva ciencia, que se
presenta en el escenario de la evolución histórico-ideológica como
expresión general del movimiento revolucionario de la clase
proletaria, es decir: su transición a la teoría del "socialismo
científico", tal como esta teoría fue formulada y fundamentada
por primera vez en los años 40 por Marx y Engels. Así, pues, para
comprender de un modo justo y completo esta conexión necesaria y
esencial entre el idealismo alemán y el marxismo, una conexión que,
hasta nuestros días, los historiadores burgueses de la filosofía han
pasado por alto u olvidado completamente (o bien la han captado y
descrito de una forma incompleta y equivocada), tenemos que ir más
allá del pensamiento habitual, abstracto e ideológico de los
actuales historiadores burgueses, y pasar a un punto de vista que aún
no es específicamente marxista, sino simplemente dialéctico
(hegeliano y marxista).
Entonces comprenderemos
de golpe no sólo el hecho de las conexiones existentes entre la
filosofía ideal alemana y el marxismo, sino también su necesidad
interna. Comprenderemos que el sistema marxista, la expresión teórica
del movimiento revolucionario de la clase proletaria, debe mantener
respecto a los sistemas de la filosofía ideal alemana, expresión teórica
del movimiento revolucionario de la clase burguesa, una relación idéntica
en el terreno de la historia de las ideas (ideológicamente) a la que
existe entre el movimiento del proletariado y el movimiento de clase
burgués en el terreno de la praxis social y política. Se trata de un
mismo proceso de desarrollo histórico en el que, por un lado, del
movimiento revolucionario del tercer estado surge un movimiento
proletario "autónomo", y por otro lado la nueva teoría
materialista del marxismo se opone como algo "autónomo" a
la filosofía idealista burguesa. Todos estos procesos se influyen
mutuamente. El nacimiento de la teoría marxista es sólo, desde el
punto de vista hegeliano-marxista, la "otra cara" del
nacimiento del movimiento proletario real; las dos caras constituyen
la totalidad concreta del proceso histórico.
Con este criterio dialéctico
que nos permite concebir cuatro movimientos diferentes (el movimiento
revolucionario de la burguesía; la filosofía idealista de Kant a
Hegel; el movimiento revolucionario del proletariado y la filosofía
materialista del marxismo) como cuatro momentos de un proceso histórico
unitario, obtenemos la posibilidad de comprender la verdadera esencia
de la nueva ciencia, una ciencia que, formulada teóricamente por Marx
y Engels, constituye la expresión general del movimiento
revolucionario autónomo del proletariado. Y al mismo tiempo
comprendemos también los motivos por los cuales la historia burguesa
de la filosofía se vio obligada a ignorar totalmente esta filosofía
materialista del proletariado revolucionario, nacida de los sistemas
altamente desarrollados de la filosofía ideal revolucionaria
burguesa, o bien sólo pudo concebir su esencia de una forma meramente
negativa o -en sentido literal- "alterada". Así como dentro
de la sociedad burguesa y su Estado no se pueden realizar los
objetivos prácticos fundamentales del movimiento proletario, así
tampoco la filosofía de dicha sociedad burguesa es capaz de
comprender los principios generales en los que el movimiento
proletario revolucionario ha encontrado su expresión autónoma y
autoconsciente. Por consiguiente, el punto de vista burgués -también
en la teoría- debe detenerse en el punto en que debe detenerse también
en la práctica social... Sólo en la medida en que la historia de la
filosofía trasciende esta barrera, el socialismo científico deja de
ser para ella un más allá trascendente y se convierte en un objeto
de conocimiento posible. La situación peculiar que dificulta la
exacta comprensión del problema "marxismo y filosofía"
consiste sin embargo en que parece como si precisamente al pasar la
frontera del punto de vista burgués (un paso que permite al contenido
fundamentalmente nuevo de la filosofía del marxismo convertirse básicamente
en un objeto comprensible) se aboliera y se destruyera a la vez dicho
objeto como objeto filosófico.
(...) La historia de la
evolución de la teoría marxista ofrece el panorama siguiente: en su
primera forma (...) es una teoría totalmente impregnada de
pensamiento filosófico, una teoría del desarrollo social concebida y
entendida como una totalidad viva o, para decirlo con más exactitud,
una teoría de la revolución social concebida y puesta en práctica
como una totalidad viva. Una separación por ciencias aisladas es
inimaginable a este nivel, por muy fielmente que se capten, analicen y
critiquen los detalles concretos de cada momento. Naturalmente, no sólo
forman un todo la economía, la política y la ideología, sino también
el devenir histórico y la acción social consciente de cara a la
unidad viva de la "praxis revolucionaria" (Tesis sobre
Feuerbach). La mejor manifestación de esta primera forma juvenil de
la teoría marxista en tanto que teoría de la revolución social la
tenemos naturalmente en el Manifiesto Comunista.
Ahora bien, desde el
punto de vista de la dialéctica materialista, es perfectamente
comprensible que esta primera forma de la teoría marxista no pudiera
mantenerse inalterada durante la larga época, prácticamente no
revolucionaria, que llenó básicamente la segunda mitad del siglo XIX
en Europa. También para la clase obrera, que va madurando lentamente
para su autoliberación, debe ser válido lo que Marx, en el prólogo
a sus Grundrisse, aplica a toda la humanidad; según él, la humanidad
"se propone siempre tan sólo las tareas que puede resolver,
porque, mirándolo detenidamente, siempre resultará que una tarea sólo
se presenta cuando existen ya las condiciones materiales para su
solución, o por lo menos se hallan en proceso de realización".
Y en este aspecto no cambia nada el hecho de que la tarea que
trasciende a las relaciones actuales haya sido formulada ya teóricamente
en una época anterior. Una concepción que quisiera asignar a la teoría
una existencia independiente fuera del movimiento real, no sería
naturalmente materialista, ni tampoco dialéctica hegeliana; sería
simplemente metafísica idealista. Pero de la concepción dialéctica
que, sin excepción, implica toda forma en el transcurrir del
movimiento, se sigue necesariamente que también la teoría de Marx y
Engels sobre la revolución social debía experimentar grandes cambios
en el transcurso de su desarrollo posterior. En 1864, cuando Marx
redactó el Mensaje inaugural y los Estatutos de la I Internacional,
veía con toda claridad que, naturalmente, "se necesitaba tiempo
para que el movimiento renacido permitiera la antigua audacia del
lenguaje". Y esto no es sólo válido para el lenguaje, sino
también para todos los componentes de la teoría del movimiento. Así,
el socialismo científico de El capital, de 1867-1894, y de los
restantes escritos tardíos de Marx y Engels, presenta una forma
transformada y perfeccionada en muchos aspectos de la teoría general
marxista, frente al comunismo directamente revolucionario del
Manifiesto, de Miseria de la filosofía, de La lucha de clases en
Francia o El 18 Brumario. En su rasgo fundamental, la teoría marxista
se mantiene, con todo, esencialmente inalterada también en los
escritos tardíos de Marx y Engels. Incluso en su forma posterior y más
desarrollada, como socialismo científico, el marxismo de Marx y
Engels sigue siendo el todo completo de una teoría de la revolución
social. La transformación consiste únicamente en que, durante la
fase tardía, los diversos componentes de dicha totalidad, economía,
política, ideología -teoría científica y práctica social-
divergen progresivamente. Utilizando la expresión de Marx, podríamos
decir que se rompe el cordón umbilical de su unión natural. Sin
embargo, con dicha ruptura, el todo no es sustituido nunca en Marx y
Engels por una multiplicidad de elementos independientes, sino que se
crea una nueva unión de los distintos componentes del sistema,
llevada a cabo con mayor exactitud científica y construida siempre
sobre la base de la crítica a la economía política. Así, pues, el
sistema del marxismo, en sus creadores, jamás se diluye en una suma
de ciencias particulares, con la aplicación práctica de sus
resultados en el aspecto externo. Si, por ejemplo, muchos intérpretes
de Marx y no pocos marxistas posteriores han podido establecer en la
obra principal de Marx, El capital, una diferencia entre los
materiales históricos y los teórico-económicos, al obrar así no
han hecho más que demostrar que no han entendido nada del verdadero método
utilizado por la crítica marxista de la economía política. Porque
una de las características esenciales de dicho método materialista
dialéctico es que para él no existe tal diferencia, sino que
consiste esencialmente en la comprensión teórica de lo histórico. Y
tampoco la indestructible conexión entre teoría y práctica, que
constituye la característica más definitiva de la primera forma
comunista del materialismo marxista, se suprime en la forma posterior
del sistema. Sólo una observación superficial puede pensar que la
teoría pura del pensamiento ha desplazado la práctica de la voluntad
revolucionaria. En todos los pasajes decisivos, especialmente en el
primer volumen de El capital, vuelve a aflorar esta subterránea
voluntad revolucionaria actual en cada frase de la obra. Piénsese,
por ejemplo, en el célebre apartado 7 del capítulo 24, sobre la
tendencia histórica de la acumulación capitalista. En cambio, por lo
que respecta a los partidarios y seguidores de Marx, hay que comprobar
que en ellos, a pesar de sus adhesiones teórico-metodológicas a la
concepción materialista histórica, se ha producido realmente una
disolución de la teoría unitaria de la revolución social en sus
disjecta membra. Mientras que, según la justa concepción histórica,
entendida como teóricamente dialéctica y prácticamente
revolucionaria, no puede haber ciencias particulares aisladas,
independientes unas de otras, como tampoco puede existir una
investigación teórica pura, separada de la práctica revolucionaria,
carente de presupuestos en el terreno científico, resulta que los
marxistas posteriores han concebido de hecho el socialismo científico
cada vez más como suma de conocimientos puramente científicos sin
relación inmediata con la práctica política, y de cualquier otro
tipo, de la lucha de clases. Baste como prueba la referencia a las
manifestaciones de un único teórico -aunque muy representativo- de
la Segunda Internacional sobre la relación de la ciencia marxista con
la política. En 1909, Rudolf Hilferding, en el prólogo de su
Finanzkapital, donde intenta "comprender científicamente"
los fenómenos económicos más recientes del desarrollo capitalista,
"lo que supone alinearlos en el sistema teórico de la economía
política clásica", escribe sobre dicha cuestión lo siguiente:
"El conocimiento
de las leyes de la sociedad productora de mercancías muestra al mismo
tiempo los factores determinantes que definen la voluntad de las
clases de dicha sociedad. Descubrir la determinación de la voluntad
de clase es, según la concepción marxista, la misión de la política
científica, es decir, de la política que describe las relaciones
causales. Al igual que la teoría, la política del marxismo también
se mantiene libre de juicios de valor. Por ello es una concepción
falsa, aunque muy extendida intra y extra muros, identificar sin más
el marxismo con el socialismo. Porque lógicamente, considerado sólo
como sistema científico, y prescindiendo por tanto de sus
repercusiones históricas, el marxismo no es más que una teoría de
las leyes del movimiento de la sociedad, leyes que la concepción histórica
marxista formula en general, en tanto que son aplicadas a la época de
la producción de mercancías por la economía marxista. La
consecuencia socialista es resultado de las tendencias que se imponen
en la sociedad productora de mercancías. El conocimiento de la
exactitud del marxismo, que incluye el de la necesidad del socialismo,
no es en modo alguno una concesión a los juicios de valor, y mucho
menos una llamada al comportamiento práctico. Porque una cosa es
reconocer una necesidad, y otra cosa ponerse al servicio de esa
necesidad. Es perfectamente posible que alguien -convencido de la
victoria final del socialismo- se ponga sin embargo al servicio de los
que lo combaten. El conocimiento que da el marxismo de las leyes que
rigen el movimiento de la sociedad no deja de conferir siempre una
superioridad a quien las hace suyas y, entre los enemigos del
socialismo, los más peligrosos son sin duda los que más gozan del
fruto de su conocimiento".
El hecho curioso de
que, con todo, el marxismo (es decir, una teoría que "lógicamente
es una ciencia científica, objetiva, libre de juicios de valor")
se identifique tan a menudo con las aspiraciones socialistas, es algo
que Hilferding se explica muy "fácilmente" por la
"invencible repugnancia de la clase dominante a reconocer los
resultados del marxismo" y a someterse con este fin a los
"esfuerzos" del estudio que exige tan "complicado
sistema". "Sólo en éste es la ciencia del proletariado y
se enfrenta a la economía burguesa, conservando tenazmente la
aspiración de toda ciencia a la validez general objetiva de sus
resultados". La concepción histórica materialista, que en Marx
y Engels fue esencialmente dialéctica materialista, se convierte en
los epígonos en algo completamente adialéctico: una de las
direcciones la convierte en una especie de principio heurístico para
la investigación científica particular; en otra de las direcciones,
el fluido principio metodológico de la dialéctica materialista se
derrama en una serie de principios teóricos sobre la conexión causal
de los fenómenos históricos en los distintos campos de la vida
social. Se convierte, por tanto, en algo que podríamos definir con la
máxima exactitud como una sociología general sistemática. Por
consiguiente, los unos tratan el principio materialista de Marx como
una "verdad fundamental subjetiva, simplemente para el juicio
reflejo" en el sentido de Kant, mientras que los otros admiten
dogmáticamente las doctrinas de la "sociología" marxista
como un sistema más económico o más geográfico-biológico según
los casos. Todas estas deformaciones y otras muchas, menos profundas,
que el marxismo soportó durante el segundo período de su evolución
en manos de los epígonos, pueden ser caracterizadas con la frase que
resume el problema: la teoría general unitaria de la revolución
social se convirtió en una crítica científica del orden económico
burgués y del estado burgués, de la educación burguesa, de la
religión, el arte, la ciencia y toda la cultura burguesa, una crítica
que ya no pasa a ser necesariamente y por toda su esencia una práctica
revolucionaria, sino que igualmente puede derivar, y generalmente así
sucede de hecho en su práctica real, hacia toda clase de aspiraciones
reformistas, que básicamente no traspasan el ámbito de la sociedad
burguesa y de su Estado. Esta deformación de la teoría marxista,
originariamente revolucionaria, convertida en una crítica científica
que ya no es revolucionaria o que sólo casualmente se plantea tareas
prácticas revolucionarias, se manifiesta con gran claridad si
comparamos el Manifiesto Comunista o incluso los Estatutos de la I
Internacional, escritos por Marx en 1864, con los programas de los
partidos socialistas de la Europa central y occidental y especialmente
del Partido Socialdemócrata Alemán en la segunda mitad del siglo
XIX. Son sobradamente conocidas la amargura y la mordacidad con que
Marx y Engels se manifestaron sobre el hecho de que la
socialdemocracia alemana, el principal partido marxista de Europa, en
sus programas de Gotha (1875) y de Erfurt (1891), casi no planteara más
que exigencias reformistas, tanto en el terreno político como
cultural e ideológico, en las que no quedaba ni rastro del verdadero
principio revolucionario del marxismo.
(...) El menosprecio de
todos los problemas filosóficos del marxismo por la mayoría de los
teóricos de la II Internacional representa tan sólo una expresión
parcial de la pérdida del carácter revolucionario práctico del
movimiento marxista, que encontró su expresión general teórica en
la simultánea extinción del principio materialista dialéctico vivo
en el marxismo vulgar de los epígonos. También Marx y Engels, como
hemos dicho, se defendieron siempre contra la idea de que su
socialismo científico seguía siendo una filosofía. Pero es bastante
fácil demostrar que para los revolucionarios dialécticos Marx y
Engels, la oposición a la filosofía tuvo un sentido completamente
distinto al que ha tenido para el marxismo vulgar posterior. Nada más
lejos de las intenciones de Marx y Engels que una adhesión a una
investigación científica pura, sin presupuestos y situada por encima
de las clases, preconizada en definitiva por Hilferding y la mayor
parte de los demás marxistas de la II Internacional. El socialismo
científico bien entendido de Marx y Engels se halla en una
contradicción aún más aguda respecto a esas ciencias puras de la
sociedad burguesa (economía, historia, sociología, etc.) que
respecto a la filosofía, en la que un día encontró su máxima
expresión teórica el movimiento revolucionario del Tercer Estado. A
partir de aquí, resulta sorprendente la perspicacia de los nuevos
marxistas que, guiados por algunas expresiones famosas de Marx y sobre
todo del viejo Engels, han imaginado la supresión de la filosofía
por Marx y Engels como una sustitución de esa filosofía por un
sistema de ciencias positivas, abstractas y adialécticas. La
verdadera contradicción entre el socialismo científico de Marx y
todas las filosofías y ciencias burguesas se basa más bien, y
exclusivamente, en el hecho de que este socialismo científico es la
expresión teórica de un proceso revolucionario que acabará con la
supresión total de dichas filosofías y ciencias burguesas, y al
mismo tiempo con la supresión de las condiciones materiales que
hallaron en estas filosofías y ciencias su expresión ideológica.
Así, pues, se vio la
absoluta necesidad de poner nuevamente sobre el tapete el problema de
las relaciones entre marxismo y filosofía, desde un punto de vista
simplemente teórico, con el fin de restaurar el sentido verdadero e
íntegro de la doctrina marxista, desfigurada y trivializada por los
epígonos. En este punto, como en la cuestión del marxismo y el
Estado, la misión teórica surge en realidad de las necesidades y
exigencias de la praxis revolucionaria. Durante el período
revolucionario de transición, en el que el proletariado, después de
la toma del poder político, tiene que cumplir unas determinadas
tareas revolucionarias, tanto en el terreno ideológico como en el político
y el económico, y todas esas tareas se influyen a cada paso
mutuamente, también la teoría científica del marxismo tiene que
volver a ser lo que era para los autores del Manifiesto Comunista, y
no sólo a través de un retorno, sino a través de un progresivo
desarrollo dialéctico: tiene que volver a ser una teoría de la
revolución social que abarque todos los sectores de la vida social
como totalidad (...).
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