Cuadernos de Formación
Nº 2 - Textos de Marcuse, Korsh y Lefevbre
04 - De "El
punto de vista de la concepción materialista de la historia"
(1922)
Karl Korsch
Para los eruditos
burgueses de hoy, el marxismo no sólo significa un grave trastorno teórico
y práctico de primer orden, sino también un trastorno teórico de
segundo orden, un trastorno "teórico-científico". No se
puede clasificar en ninguno de los ficheros del sistema de las
ciencias burguesas, y aun cuando se quisiera abrir un nuevo fichero
para él y sus compañeros más íntimos, un fichero llamado sociología,
el marxismo no se quedaría tranquilo en él, sino que lo abandonaría
constantemente para meterse en otros. "Economía",
"filosofía", "historia", "derecho" y
"ciencia política", ninguno de estos cajones pudo darle
cabida, pero tampoco ninguno estaría a cubierto de él, si se
quisiera meterlo en otros. (...) La simple explicación de esta
dificultad, insuperable desde el punto de vista de la teoría científica
burguesa, es que el marxismo no puede definirse como
"ciencia", ni siquiera en el sentido burgués más lato de
la palabra "ciencia", en el que dicho término incluye aun
la filosofía metafísica más especulativa. Hasta ahora, el
socialismo y el comunismo marxistas, en contraposición a los sistemas
"crítico-utópicos" de un Saint-Simon, un Fourier, un Owen,
etc., suelen recibir el nombre de socialismo "científico",
haciendo un gran favor durante varias décadas a las almas filisteas
de tantos socialdemócratas alemanes. Este bello sueño se viene
cruelmente abajo al constatarse que, precisamente en el sentido
respetable y burgués de la palabra "ciencia", el marxismo
no ha sido jamás una "ciencia" ni puede serlo mientras se
mantenga fiel a sí mismo. No es "economía", ni
"filosofía" ni "historia", ni cualquier otra
"ciencia del espíritu" o combinación de tales ciencias,
todo ello entendido en el sentido burgués de
"cientificismo". La obra económica fundamental de Marx,
como lo expresa claramente su subtítulo y lo demuestra en cada página
su contenido, contiene más bien, desde el principio hasta el fin, una
"crítica" de la economía política.
(...) Cometen un grave
error las ideas de la investigación burguesa y semisocialista al
partir de que el marxismo pretende sustituir la filosofía anterior
(burguesa) por una nueva "filosofía", la historiografía
anterior (burguesa) por una nueva "historiografía", la
doctrina jurídica y política anterior (burguesa) por una nueva
"doctrina jurídica y política", o incluso aquella forma
inmadura que la doctrina científica burguesa actual denomina
"ciencia sociológica" por una nueva "sociología".
La teoría marxista no pretende tal cosa, como tampoco el movimiento
social y político del marxismo, del cual ella es expresión teórica,
pretende sustituir el sistema político burgués anterior y todos sus
miembros por nuevos "Estados" y por un nuevo "sistema
de Estados". Karl Marx se propone, por el contrario, la crítica
de la filosofía burguesa, la crítica de la historiografía burguesa,
la crítica de todas las "ciencias del espíritu" burguesas;
en una palabra, la crítica de toda la ideología burguesa. Y emprende
esta crítica de la "ideología" burguesa del mismo modo que
emprendió la crítica de la "economía" burguesa: desde el
punto de vista de la clase proletaria. (...)
La "crítica de la
economía política" y la "crítica de la ideología"
de la clase burguesa constituyen, pues, dentro del sistema del
marxismo, un todo homogéneo, cuyas partes no pueden separarse unas de
otras ni considerarse por separado. Sin embargo, la importancia que
dentro de la totalidad del sistema marxista corresponde a ambas partes
es totalmente distinta. Esta diferencia se manifiesta, sin olvidar
otros aspectos también en la distinta minuciosidad con que Marx ha
tratado las dos partes de su sistema en las obras que han llegado a
nosotros. Karl Marx, que en su primera época juvenil partió también
de un punto de vista filosófico, al que, de acuerdo con su terminología
posterior, hubiera correspondido la denominación de exclusivamente
"ideológico", sólo pudo desprenderse de este punto de
vista ideológico a través de un trabajo intelectual duro y
continuado. Entre el primer período de juventud y el período
propiamente maduro de su labor creadora se sitúa un largo trabajo de
"autoesclarecimiento". En él se separó tan a fondo de toda
ideología que, incluso para la "crítica de la ideología"
en su período posterior, sólo le quedaron unas observaciones
marginales y ocasionales, en tanto que su interés primordial se
dirigió cada vez más a la "crítica de la economía política".
Así, pues, realizó la obra de su vida empezando por una "crítica
de la ideología" y en esa crítica halló su nuevo punto de
vista materialista, que después aplicó de un modo
extraordinariamente fructífero a todos los campos, pero que sólo
llevó realmente hasta las últimas consecuencias en uno de esos
campos, que le pareció más importante: el campo de la economía política.
Esos distintos estadios
de la evolución de Marx se manifiestan de un modo muy preciso en sus
obras. Inició el más importante período de su actividad creadora
con la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, estimulada por
la crítica de la religión de Feuerbach, y unos años después, en
colaboración con su amigo Engels, llenó "dos voluminosos tomos
en octavo" con una crítica de toda la filosofía posthegeliana
en Alemania. Pero esta segunda obra ya no la hizo imprimir, y luego,
al iniciarse el verdadero período de madurez de su vida, no concedió
ya un gran valor a una continuación más minuciosa de la "crítica
de la ideología". En lugar de ello, se dedicó desde entonces y
con toda su energía a la investigación crítica del sector económico,
en el que veía el punto cardinal de todos los cambios histórico-sociales.
Y en este terreno llevó también su misión crítica hasta el final.
No sólo criticó negativamente la economía política tradicional de
la clase burguesa, sino que además lo hizo positivamente, al oponer
-para servirnos de una de sus expresiones preferidas- la "economía
política de la clase obrera" a la "economía política de
la propiedad". En la economía política de la clase burguesa,
también teóricamente, la propiedad privada domina toda la riqueza
social, el trabajo muerto acumulado en el pasado domina el trabajo
vivo actual. En la economía política del proletariado -y, por
consiguiente, también en su "expresión teórica", el
sistema económico del marxismo- es, por el contrario, la sociedad la
que domina todo su producto, es decir, el trabajo vivo domina el
trabajo muerto acumulado o "capital". (...) Sólo mirando
retrospectivamente la evolución histórica que ha seguido la
consciencia revolucionaria de la época actual podemos decir que
"la crítica de la religión ha sido la condición previa de toda
crítica". Si miramos hacia delante, será válido, por el
contrario, el principio de que la lucha contra la religión es sólo
de un modo muy mediato la lucha contra el mundo del que la religión
es el "aroma espiritual". Por tanto, si queremos acercarnos
al hecho histórico real, tendremos que transformar la "crítica
del cielo" en una "crítica de la tierra". Y un primer
paso para ello es transformar la "crítica de la religión"
en la "crítica del derecho", la "crítica de la teología"
en la "crítica de la política". Con todo ello, abarcamos
siempre tan sólo la "otra cara" del ser humano, y no todavía
su realidad auténtica, la "cuestión verdaderamente terrenal en
todas sus proporciones naturales". Esto ocurre sólo cuando vamos
a encontrar al adversario en el terreno en el que realmente se halla,
con todas sus verdaderas acciones y también con todas sus ilusiones,
es decir, en el terreno de la dirección económica de la producción
material. De ahí que toda crítica de la religión, de la filosofía,
de la historia, de la política y del derecho deba encontrar su
fundamentación última en la "más radical" (la que más
afecta a las raíces) de todas las críticas, es decir, en la crítica
de la economía política.
Esta posición,
fundamental para todo lo demás, de la economía política dentro de
todo el sistema crítica del marxismo (¡los burgueses dirían que es
la "ciencia fundamental" marxista!), tiene como consecuencia
que, para la fundamentación teórica del marxismo, no se necesita en
absoluto una crítica del derecho, la historia y las restantes
"ideologías" burguesas que desemboque en el nacimiento de
una nueva ciencia marxista del derecho, de la política y de la
sociedad. Los epígonos de Marx, que se cuentan ellos mismos entre los
"marxistas ortodoxos", se equivocan totalmente cuando -como
Karner-Renner en Austria o Kärrner Cunow en Alemania- sienten la
ineludible necesidad de "complementar" la economía política
del marxismo con una acabada doctrina marxista del derecho y del
Estado o, simplemente, con una elaborada doctrina social o sociología
marxista. El sistema marxista no necesita este complemento, del mismo
modo que tampoco existe una filología o una matemática específicamente
marxista. También el contenido de los sistemas matemáticos (y es
curioso que se discuta menos que en otros campos de la ciencia humana
más terrenales) está condicionado histórica, social, económica y
prácticamente. No cabe duda de que en la próxima transformación del
mundo socio-histórico, antes, durante y especialmente después de
dicha transformación, las matemáticas sufrirán una transformación
"más o menos rápida". Así, pues, también para las matemáticas
tiene validez la concepción materialista de la historia y de la
sociedad. Pero sería ridículo que sólo por ello un marxista
pretendiera, a partir de su profunda visión de las realidades económico-socio-históricas
que determinan también "en última instancia" la evolución
anterior y futura de la ciencia matemática, contraponer una nueva
matemática "marxista" a los sistemas matemáticos
elaborados por los investigadores en miles de años de esfuerzos. Esto
es precisamente lo que Karner-Renner y Kärrner Cunow han intentado
hacer, con unos recursos a todas luces precarios, en determinados
campos de la ciencia (¡el de la "ciencia jurídica", que
también tiene milenios de existencia, y el más joven dominio científico
burgués de la "sociología"!). Y lo mismo intentan
innumerables pseudomarxistas, figurándose que con la monótona
repetición de su profesión de fe marxista pueden añadir algo nuevo
a los resultados objetivos de la investigación histórica, o de la
filosofía, o de cualquier otra ciencia natural o del espíritu. En
cambio, Marx y Engels, a pesar de disponer de conocimientos realmente
enciclopédicos sobre la ciencia de su tiempo en más de un dominio
científico, jamás cayeron en tan estúpidas y disparatadas
ilusiones. Esto lo dejaron para los Dühring y sus consortes que, como
hoy y siempre, abundaban también en su tiempo. (...)
De esta visión de la
coherencia interna del sistema ideológico de Marx resulta implícitamente
el error de la queja, expresada tantas veces, sobre el hecho de que
Marx, a diferencia de lo que hizo con su "economía política",
no expusiera de un modo exhaustivo y en una obra aparte su concepción
filosófica general, es decir, el punto de vista y el método de su
nueva concepción materialista de la historia y de la sociedad. En
realidad, Marx nos ha expuesto con la mayor minuciosidad y de un modo
vivo este pensamiento materialista fundamental con todas sus
consecuencias en sus obras y, especialmente, también en su obra más
importante, El capital, y así nos ha descubierto la esencia de su
concepción fundamental mucho más claramente que si lo hubiese hecho
con una descripción teórica. Sobre todo, es evidente que la
importancia de El capital no reside exclusivamente en el campo de lo
"económico". En esta obra, Marx no sólo criticó desde sus
raíces la economía política de la clase burguesa, sino también las
restantes ideologías burguesas nacidas de esta ideología económica
fundamental. Y al explicar la dependencia de toda la filosofía y la
ciencia burguesas respecto a esta ideología económica fundamental,
atacó a la vez críticamente y del modo más profundo todo el
principio ideológico de la filosofía y de la ciencia burguesas. Y así
como, al enfrentarse con la "economía política" de la
clase burguesa no se contentó con una crítica meramente negativa
sino que, sin abandonar el terreno de la crítica, opuso a esta economía
un sistema completo de economía nueva, la economía política de la
clase obrera, así también al principio "ideológico",
combatido por él críticamente, de la filosofía y de la ciencia
burguesa, opone -al contradecirlo de un modo crítico- un nuevo punto
de vista y un nuevo método, el de la concepción materialista de la
historia y de la sociedad del proletariado. En este sentido, el
sistema teórico de Marx contiene, pues, en aparente contradicción
con lo que hemos dicho al principio sobre ello, tanto una
"ciencia", la nueva ciencia de la economía marxista, como
una "filosofía", la nueva concepción filosófico-materialista
de la conexión entre todos los fenómenos histórico-sociales. Pero
esta contradicción es sólo aparente; en realidad, dentro de la
doctrina marxista, en un aspecto u otro, es decir, tanto en su
"economía" como en su "filosofía", no se trata
en absoluto de una "ciencia" o filosofía en el sentido
tradicional burgués de la palabra. De todos modos, tanto las
"doctrinas económicas del marxismo" como su premisa
fundamental general, la "concepción materialista de la
historia", contienen aún, en una parte de su esencia, algo que
es equiparable a la ciencia y la filosofía burguesas. En tanto que
refutación y superación crítica de la ciencia y la filosofía
burguesas, siguen siendo, en un aspecto, inevitablemente una ciencia y
una filosofía. Pero en el otro aspecto sobrepasan ya al mismo tiempo
el horizonte filosófico y científico burgués. Y asimismo, la forma
estatal que la clase proletaria vencedora, a través de la lucha práctica
social y política, erigirá en lugar de la forma estatal burguesa
derrotada, seguirá teniendo, en un aspecto, el carácter de
"Estado" (en el sentido actual de la palabra), y sólo en el
otro aspecto, en su calidad de momento de transición hacia la
sociedad comunista sin clases, y consiguientemente sin Estado, ya no
será del todo un "Estado", sino algo superior.
(...) La rigurosa
separación entre teoría y práctica que caracteriza esta época
burguesa y que desconocieron incluso las filosofías antigua y
medieval, vuelve a ser superada del todo por primera vez en la época
moderna, después que ya Hegel había preparado su superación con el
desarrollo de su método dialéctico. Más arriba hemos citado ya unas
palabras del famoso pasaje del Manifiesto Comunista sobre el sentido
de los principios teóricos en el sistema del comunismo marxista:
"Los principios teóricos del comunismo -se dice, en abierta antítesis
con la ideología burguesa, según la cual los principios e ideales teóricos,
como entidades iguales válidas por sí mismas, se oponen de manera
independiente a la realidad común, terrenal, material, y así el
mundo puede ser mejorado a partir de la idea- no se basan en modo
alguno en ideas, en principios descubiertos o inventados por tal o
cual reformador del mundo. Son únicamente expresiones generales de
relaciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento
histórico que se desarrolla ante nuestros ojos". Estas frases
del Manifiesto hallan su fundamentación más inmediata y exacta en
las once Tesis sobre Feuerbach (...). Estas tesis del joven Marx
contienen mucho más que un "genial embrión de la nueva concepción
del mundo", que es lo que deben contener en palabras de Engels.
En ellas se expresa toda la concepción filosófica general del
marxismo con una coherencia de una audacia inaudita y con una claridad
luminosa. Bajo estos once martillazos, dados con toda consciencia, se
destrozan pieza por pieza los pilares que sostenían la filosofía
burguesa anterior. Marx no se detiene en absoluto en aquel
acostumbrado dualismo entre pensar y ser, entre voluntad y acción,
tan característico de la filosofía vulgar de la época burguesa
hasta nuestros días. Lo que hace es empezar inmediatamente con la crítica
de los grandes grupos de sistemas filosóficos, a través de los
cuales ya dentro del mismo mundo burgués se había operado una
aparente superación del dualismo. Empieza, por consiguiente, con la
crítica de los sistemas del "materialismo" anterior, que
culmina en Feuerbach, por una parte, y por otra parte critica los
sistemas del idealismo de Kant-Fichte-Hegel. Ambos son desenmascarados
como algo engañoso y sustituidos por el nuevo materialismo, que acaba
de golpe con todos los misterios de la teoría, por el hecho de situar
al hombre como ente pensante-conceptivo y a la vez actuante-activo en
el mundo, y de concebir la objetividad de todo este mundo como
"producto" de la "actividad" del "hombre
socializado". Este giro filosófico decisivo encuentra su expresión
más gráfica y concisa en las dos breves frases de la tesis octava:
"La vida social es esencialmente práctica. Todos los misterios
que desvían la teoría hacia el misticismo encuentran su solución
racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica".
Si queremos comprender
lo radicalmente nuevo de esta concepción de Marx, debemos ser
conscientes de la doble contradicción en que se halla, por una parte
frente al idealismo anterior y por otra parte frente al materialismo
que la precedió. En contraposición al idealismo, que, incluso en la
filosofía hegeliana de la identidad, sigue teniendo en sí un momento
"trascendente" claramente perceptible, el materialismo de
Marx se sitúa en el campo de una "terrenalidad" plenamente
efectiva: no sólo los "ideales" práctico-éticos, sino
también todas las "verdades" teóricas tienen para Marx
esta naturaleza estrictamente terrenal. ¡Que los dioses eternos velen
por la conservación de las verdades eternas! Todas las verdades con
las que nosotros, hombres de este mundo, tenemos que ver y tendremos
que ver siempre, son de naturaleza terrenal y contingente, y por ello
están sometidas sin ventaja alguna a la "contingencia" y a
las llamadas "insuficiencias" restantes de todos los fenómenos
terrenales. Por otra parte, sin embargo, nada hay en el mundo del
hombre (¡como casi siempre se lo había imaginado el viejo
materialismo!) que sea un simple ser muerto, un juego de fuerzas que
se mueven inconscientemente y de materias en movimiento. Ni siquiera
las "verdades". Todas las "verdades" humanas son,
como el hombre mismo -que las tiene en la cabeza al pensarlas- un
producto, un producto humano, a diferencia de los llamados
"productos naturales" puros (¡que, considerados como
"naturaleza", no son realmente productos!). Dicho con más
exactitud, esto significa que son un producto social creado con las
condiciones naturales y sociales de producción de una época
determinada de la historia de la naturaleza y del hombre, a través de
la cooperación humana en la división del trabajo y junto con otros
productos de la actividad humana.
Aquí tenemos la clave
para la comprensión de toda la concepción materialista de la
historia de Karl Marx. Todos los fenómenos de este mundo real, en el
que vivimos como hombres pensantes y actuantes, se dividen en
principio en dos grupos principales: por un lado pertenecemos, junto
con todo lo que existe, a un mundo que podemos imaginarnos como
"naturaleza", es decir, como un mundo "no humano",
completamente independiente de nuestro pensamiento, de nuestra
voluntad y de nuestra acción. Por otro lado, como hombres pensantes,
volitivos, actuantes, nos hallamos a la vez en un mundo sobre el que
influimos prácticamente y cuyas influencias prácticas
experimentamos; un mundo que, por esta razón, debemos considerar como
producto nuestro, y considerarnos como producto suyo. Esos dos mundos,
el mundo natural y el mundo práctico-histórico-social, no son sin
embargo dos mundos separados, sino que son el mismo y el único: esta
unidad se fundamenta en el hecho de que ambos se hallan inmersos en el
proceso vital activo-pasivo de los hombres, quienes, en su cooperación
a través de la división del trabajo y en su pensamiento, reproducen
y perfeccionan sin cesar toda su realidad. Pero el nexo de ambos
mundos así considerados no puede estar más que en la economía o,
mejor dicho, en la "producción material". Porque este
proceso de producción material, entre los momentos más diversos, de
cuya interacción se compone la vida histórico-social del hombre y se
reconstruye y desarrolla sin cesar, constituye el momento que se
"extiende por encima" de todos los momentos restantes y los
incluye así en una unidad real.
(...) Si queremos
distinguir una concepción materialista de la historia en sentido
"amplio" y en sentido "estricto", me parece fuera
de duda que hay que definir el sentido estricto del materialismo específicamente
marxiano frente a lo que representa sólo un "materialismo"
en sentido amplio; según Marx, hay que diferenciar el materialismo
marxista como concepción de la vida "histórico-social" de
aquel otro materialismo que Marx y Engels denominaron
"naturalista". Y la consideración de las influencias geográficas,
como las biológicas y las "naturales" sobre el desarrollo
histórico de la sociedad humana, quedan entonces fuera del campo de
la "concepción materialista de la historia en sentido
estricto". (...) Como Hegel, Herder y gran cantidad de filósofos,
historiadores, escritores y sociólogos de los siglos XVIII, XIX y XX,
Marx considera de una importancia decisiva la influencia de todos
estos procesos físicos y, en general, naturales sobre la evolución
de la sociedad humana. Naturalmente, la sociedad humana no es, para él,
nada que esté situado fuera de la naturaleza o por encima de ella.
Antes al contrario, en las frases programáticas escritas por él al
final de su "Introducción general" a la Crítica de la
economía política de 1857, como puntos de un estudio a realizar,
encontramos por ejemplo un reconocimiento explícito del sentido
amplio del concepto de "naturaleza", en el que está
incluido "todo lo objetivo, y por tanto también la
sociedad". (...) Las condiciones naturales, en su ser
correspondiente y su desarrollo "histórico-natural", tenían
para Marx y Engels una influencia mediata de suma importancia sobre la
evolución histórica de la sociedad humana, pero esta influencia, con
toda su fuerza, no deja de ser indirecta. Los factores naturales, como
el clima, la raza, las riquezas del subsuelo, etc., no inciden de un
modo inmediato en el proceso de desarrollo histórico-social, sino que
condicionan sólo el grado de desarrollo, existente en cada lugar y en
cada momento, de las "fuerzas productivas materiales", y a
este grado de desarrollo de las fuerzas productivas materiales
"corresponden" nuevamente unas relaciones sociales
determinadas: "relaciones materiales de producción". Tan sólo
estas relaciones materiales de producción en la sociedad constituyen
entonces, como "estructura económica social", la "base
real" que determina toda la vida social, incluido el proceso
vital "espiritual". Marx mantiene siempre independiente de
modo muy estricto estos diversos elementos.
(...) En el fondo,
todos los errores (...) que se han cometido hasta hoy respecto a la
verdadera esencia de la concepción materialista de la historia y de
la sociedad de Marx proceden en mi opinión de una sola causa: una
aplicación siempre insuficiente del principio de la
"inmanencia". Todo el "materialismo" de Marx,
reducido a su más sucinta expresión, consiste precisamente en la
aplicación siempre consecuente de este principio a la vida histórico-social
del hombre. Y sólo porque lleva a su más clara expresión este carácter
absolutamente terrenal del pensamiento de Marx, merece también
conservarse para la concepción marxista el nombre de
"materialismo", que por lo demás es demasiado ambiguo.
Expresa este sentido concreto y esencialísimo del marxismo lo mejor
posible con una sola palabra.
Todo materialismo, como
ya hemos visto, arranca de la crítica de la religión. Cuando en sus
programas declaró ya que la religión era un "asunto
privado", en lugar de obligar a sus seguidores de un modo explícito
a una actividad "irreligiosa", la socialdemocracia alemana
se situó en un antagonismo irreconciliable respecto al principio
fundamental del marxismo. Para los dialécticos materialistas, la
religión no puede ser un "asunto privado", como no puede
serlo cualquier otra ideología. Si tenemos una paradoja, más bien
podemos definir el verdadero estado de la cuestión diciendo que la
irreligiosidad, la crítica de la religión en general, y no sólo la
lucha, admitida ya por el punto de vista democrático-burgués, contra
las aspiraciones exclusivistas de una religión determinada, tiene
para un revolucionario materialista la misma importancia que para un
creyente tiene su religión. Se trata, en este caso, de un problema
materialista de transición semejante, como hemos dicho, en relación
con el Estado, la ciencia y la filosofía. La crítica, la lucha
contra y la superación de la religión, en la medida en que se
consuma como un proceso intelectual en las mentes humanas antes,
durante y después del cambio revolucionario de las condiciones
sociales de producción, fundamental para todo lo demás, tiene todavía
inevitablemente la forma de religión en uno de sus aspectos,
precisamente por su cualidad de superación de la religión. En este
sentido, la expresión, usada hoy casi siempre como una frase hecha,
que define el socialismo o el comunismo como "la religión de
este mundo terreno", sigue teniendo una gran importancia real
para el actual grado de desarrollo de la sociedad europea. La
"religión del más acá", como primer "grado de
transición", aún insuficiente, hacia la plena consciencia
terrenal universal del hombre en la sociedad comunista, corresponde
efectivamente al Estado de la "dictadura revolucionaria del
proletariado" en el período de la transformación revolucionaria
de la sociedad capitalista en sociedad comunista.
Así, pues, la
irreligiosidad fundamental, el ateísmo activo, constituye la condición
previa para una plena terrenalidad del pensamiento y la acción en el
sentido del materialismo marxista. Pero esta plena terrenalidad no se
produce únicamente con la superación de las ideas religiosas de
trascendencia. Sigue existiendo un "más allá" en el
"más acá" mientras se siga creyendo en la validez
intemporal y por lo tanto no contingente de cualquier "idea"
teórica o práctica. E incluso cuando el pensamiento humano haya
superado esta fase puede suceder que no alcance todavía la verdadera,
y en definitiva la única real, terrenalidad que, según Marx (segunda
tesis sobre Feuerbach), no está situada más que en la práctica de
la acción humana. Un auténtico cumplimiento de la
"inmanencia" en el sistema de la concepción materialista de
la historia y de la sociedad creada por Marx sólo puede darse en la
superación de la "trascendencia" que subsiste en el
materialismo meramente "naturalista" o "intuitivo"
como residuo no superado de la época dualista burguesa. El paso
decisivo con el que el nuevo materialismo marxista consigue esta última
perfección de su terrenalidad consiste en oponer a la realidad
definida como simple "naturaleza", en el sentido estricto,
científico-natural de la palabra, la realidad del "proceso histórico-social-práctico
del hombre". El materialismo esencialmente naturalista y
contemplativo, como lo demuestra (...) la evolución histórica de las
diversas direcciones de los partidos socialistas y semisocialistas de
Europa y América, no puede resolver de un modo materialista el
problema de la revolución social desde su punto de vista, porque la
idea de una revolución realizable en el mundo real a través de una
acción humana real no tiene para él ninguna "objetividad"
material. Ese materialismo, para el que la objetividad de la acción
humana práctica sigue siendo en última instancia un "más allá"
inmaterial, sólo ve dos formas de comportamiento posibles frente a
realidades práctico-materiales como la revolución. O bien, como dice
Marx en la primera tesis sobre Feuerbach, confía al "idealismo
el desarrollo del aspecto activo" -éste es el camino que han
seguido y siguen los marxistas kantianos, los revisionistas y los
reformistas-; o bien sigue el camino que siguieron la mayoría de los
socialdemócratas alemanes hasta la guerra mundial, y que hoy, cuando
la socialdemocracia se ha convertido en un reformismo declarado, ha
pasado a ser la actitud típica de los "marxistas de
centro", es decir: considera la desaparición de la sociedad
capitalista y el nacimiento de la sociedad socialista-comunista como
una necesidad natural económica que "se producirá por sí
misma" tarde o temprano, con la inexorabilidad de las leyes
naturales. Semejante camino conduce luego, con toda probabilidad, a
hechos "extraeconómicos" que caen del cielo y que
permanecen básicamente indescifrables, como la guerra mundial de 1914
a 1918, que no fue aprovechada tampoco para la liberación del
proletariado. Por el contrario, el camino de la sociedad capitalista a
la comunista -como han repetido Marx y Engels en todas sus obras,
desde su primero hasta su último período, contra toda teoría
"dualista"- pasa por una revolución consumada por la
actividad humana práctica, una revolución que no se concibe como un
cambio "intemporal", sino más bien como un largo período
de luchas revolucionarias en el período de transición de la sociedad
capitalista a la comunista, dentro de la cual habrá que consumar la
transformación revolucionaria de la una en la otra a través de la
dictadura revolucionaria del proletariado (Marx, Crítica al Programa
de Gotha, 1875). Porque, como ya lo había expresado Marx treinta años
antes, en el primer esbozo de su nueva concepción materialista, con
una concisión clásica, como principio general de este materialismo
suyo, en la tercera tesis sobre Feuerbach: La coincidencia del cambio
de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede
considerarse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.
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