Las dos almas del socialismo
¿Qué es el socialismo desde abajo?
Por
Hal
Draper
(Marxist
Internet Archive – Sección en Español -
Texto original de 1960,
corregido en 1968)
En la pelea por restituir la auténtica perspectiva del socialismo como
obra consciente de las masas trabajadoras, publicamos este
alegato a favor de la transformación social realizada de manera
autodeterminada, desde abajo, por los explotados y oprimidos.
El artículo fue publicado por primera vez en la revista estudiantil Anvil en 1960
y posteriormente, en edición
corregida y aumentada, en 1968.
En
este texto, se repasan las tradiciones del socialismo,
fundamentalmente las del siglo XIX. Sin embargo, aunque queda fuera de
evaluación la tradición más propiamente del marxismo revolucionario
del siglo XX, inscribimos a ésta, a pesar de su diversidad, sus ambigüedades
y sus contradicciones, dentro de la tradición del socialismo desde
abajo. Y la reivindicamos frente a las "modas", como las
actuales de John Holloway o Toni Negri, que recaen en una deriva
semianarquista, tradición duramente criticada en este mismo trabajo.
(Introducción a la publicación de una selección de este texto en Socialismo
o Barbarie, revista, enero 2002)
La
actual crisis del socialismo es una crisis del significado del
socialismo.
Por
primera vez en la historia del mundo, muy posiblemente una mayoría de
sus habitantes se autoproclaman "socialistas" en un sentido
o en otro; pero tampoco ha existido nunca otro momento en el que tal
etiqueta fuera menos informativa. Lo más cercano a un contenido común
en los diversos "socialismos" es una negación:
anticapitalismo. En cuanto a lo positivo, la variedad de ideas
incompatibles y en conflicto que se llaman a sí mismas socialistas es
más amplia que la gama de ideas dentro del mundo burgués.
Incluso
el anticapitalismo es cada vez menos un factor común. En un extremo
del espectro, algunos partidos socialdemócratas casi han eliminado de
sus programas cualquier reivindicación específicamente socialista,
prometiendo mantener la empresa privada donde quiera que esto sea
posible. El más destacado ejemplo es la socialdemocracia alemana
("Como una idea, una filosofía y un movimiento social, el
socialismo en Alemania no está, desde hace mucho tiempo, representado
por un partido político", resume D. A. Chalmers en su reciente
libro, The Social Democratic Party of Germany). Estos partidos
han redefinido al socialismo tanto que ya no existe, pero sólo han
formalizado una tendencia que es la de toda la socialdemocracia
reformista. ¿En qué sentido son aún socialistas todos estos
partidos?
En
otro lado de la escena mundial, están los estados comunistas, cuya
proclamación como socialistas está basada en una negación: la
abolición del sistema del beneficio privado capitalista, y en el
hecho de que la clase dominante no está formada por propietarios
privados. Sin embargo, desde un punto de vista positivo, el sistema
socioeconómico que ha reemplazado al capitalismo no sería
reconocible para Karl Marx. El Estado posee los medios de producción,
¿pero quién posee al estado? Ciertamente no las masas de
trabajadores, que son explotados, sin libertad y desposeídos de todo
control político y social. Una nueva clase dominante, los burócratas,
domina sobre un sistema colectivista: un colectivismo burocrático. A
no ser que estatalización sea igualada mecánicamente con
"socialismo", ¿en que sentido son "socialistas"
estas sociedades?
Estos
dos autodenominados socialismos son muy diferentes, pero tienen en común
más de lo que creen. La socialdemocracia ha soñado, de forma
característica, en "socializar" al capitalismo desde
arriba. Su principio básico ha sido siempre que el incremento de la
intervención del estado en la sociedad y en la economía es, "en
sí", socialista. Este principio tiene una fatal semejanza
familiar con la concepción estalinista de imponer, desde arriba hacia
abajo, algo llamado socialismo, y de igualar estatalización con
socialismo. Ambas concepciones tienen sus raíces en la ambigua
historia de la idea socialista.
Vayamos
a las raíces: las siguientes páginas se proponen investigar históricamente
el significado del socialismo, siguiendo un nuevo camino. Siempre ha
habido diferentes "tipos de socialismo", que comúnmente han
sido divididos en reformistas o revolucionarios, pacíficos o
violentos, democráticos o autoritarios, etc. Estas divisiones
existen, pero la fundamental es otra. A lo largo de la historia de las
ideas y de los movimientos socialistas, la fundamental división se da
entre socialismo desde arriba y socialismo desde abajo.
Lo
que une a las muchas diferentes formas de socialismo desde arriba es
la concepción de que el socialismo (o un razonable facsímil de él)
debe ser otorgado como limosna a las masas agradecidas, de una
forma u otra, por una élite dominante que, de hecho, no está
sometida a su control. El corazón del socialismo desde abajo es su
afirmación de que el socialismo solamente puede ser realizado a través
de la autoemancipación de las masas activas en movimiento, llegando a
él, libremente con sus propias manos, movilizadas "desde
abajo" en una lucha para hacerse cargo de su propio destino, como
actores (no simplemente como sujetos pacientes) de esta etapa de la
historia. "La emancipación de los trabajadores debe ser obra de
los trabajadores mismos": éste es el primer párrafo de los
estatutos escritos por Marx para la Primera Internacional, y éste es
el primer principio del conjunto de su obra.
Es
la concepción del socialismo desde arriba lo que explica la aceptación
de la dictadura comunista como una forma de "socialismo". Es
la concepción del socialismo desde arriba lo que concentra toda la
atención de la socialdemocracia sobre la superestructura
parlamentaria de la sociedad y sobre la manipulación de "la
cumbre" de la economía, haciéndola hostil a la acción de masas
desde abajo. El socialismo desde arriba es la tradición dominante en
el desarrollo del socialismo.
Nótese
que ésta no es una peculiaridad del socialismo. Por el contrario, el
anhelo de emancipación desde arriba es el principio totalmente
extendido a lo largo de los siglos de sociedad de clases y de opresión
política. Es la permanente promesa dada por cada poder dominante para
mantener al pueblo mirando hacia arriba esperando protección, en
lugar de mirar hacia sí mismo para liberarse de la necesidad de
protección. El pueblo confiaba en los reyes para corregir las
injusticias hechas por los señores, y en los mesías para destruir la
tiranía de los reyes. En vez de tomar el atrevido camino de la acción
de masas desde abajo, es siempre más seguro y más prudente encontrar
al "buen" dominador que "podrá hacer feliz al
pueblo". El modelo de emancipación desde arriba se repite a lo
largo de toda la historia de la civilización, y también se pone de
manifiesto en el socialismo. Pero es únicamente dentro del marco del
moderno movimiento socialista que la liberación desde abajo puede
llegar a ser una aspiración realista; dentro del socialismo, esa
aspiración comienza a destacar, pero a trompicones. La historia del
socialismo puede leerse como un continuo pero repetidamente fallido
esfuerzo para liberarse de la vieja tradición, la tradición de la
emancipación desde arriba.
Convencido
de que la actual crisis del socialismo sólo puede comprenderse en los
términos de esta gran división dentro de la tradición socialista,
pasaremos a algunos ejemplos de las dos almas del socialismo.
1.
Algunos "precursores" socialistas
Karl
Kautsky, el dirigente teórico de la Segunda Internacional, comienza
su libro sobre Thomas More con la observación de que las dos grandes
figuras que inauguran la historia del socialismo son More y Münzer, y
que ambos "prolongan una larga línea de Socialistas, desde
Licurgo y Pitágoras hasta Platón, los Gracos, Catilina,
Cristo..."
Se
trata de una lista verdaderamente impresionante de tempranos
"socialistas", y Kautsky, considerando su posición, debería
haber sido capaz de reconocer a un socialista al verle. Lo más
fascinante de esta lista es la forma en la que, una vez examinada, se
deshace en dos grupos muy diferentes.
La
vida de Licurgo escrita por Plutarco condujo a los primeros
socialistas a aceptarle como fundador del "comunismo" de
Esparta, motivo por el cual Kautsky le incluye en su lista. Pero, tal
y como describe Plutarco, el sistema espartano estaba basado en la
división igual de la tierra bajo propiedad privada; no era un camino
socialista. La impresión "colectivista" que pueda sacarse
de una descripción del régimen espartano procede de una dirección
muy distinta: el propio modo de vida de la clase dominante espartana,
organizada como una guarnición permanente y disciplinada en estado de
sitio; y a esto hay que añadir el régimen de terror impuesto sobre
los ilotas (esclavos). No entiendo de qué modo puede un socialista
moderno estudiar el régimen de Licurgo sin tener la sensación de
encontrarse, no ante un antecesor del socialismo, sino ante un
precursor del fascismo. ¡Existe bastante diferencia! ¿Pero cómo es
que el principal teórico de la socialdemocracia no sacó la misma
impresión?
Pitágoras
fundó una orden elitista que actuó como brazo político de la
aristocracia terrateniente contra el movimiento democrático de los
plebeyos; él y su partido fueron derrotados y expulsados finalmente
por una sublevación popular revolucionaria. ¡Kautsky parece estar en
el lado equivocado de las barricadas! Además, dentro de la orden
pitagórica prevalecía un régimen de total autoritarismo y
reglamentación. A pesar de todo esto, Kautsky considera a Pitágoras
como un precursor socialista porque él cree que los organizados pitagóricos
practicaban el consumo comunal. Incluso si fuera verdad (y Kautsky
descubrió más tarde que no lo era), eso haría de la orden pitagórica
exactamente tan comunista como pueda serlo cualquier monasterio.
Marquemos en la lista de Kautsky a un segundo precursor del
totalitarismo.
El
caso de la República de Platón es bastante bien conocido. El
único elemento de "comunismo" en su estado ideal es el
precepto de consumo monástico-comunal para la pequeña élite de
"Guardianes" constituida por la burocracia y el ejército;
pero el sistema social circundante se da por sentado que será de
propiedad privada, no socialista. Y —de nuevo— el estado modelo de
Platón está gobernado por una élite aristocrática, y su argumento
enfatiza que democracia significa inevitablemente el deterioro y la
ruina de la sociedad. El propósito político de Platón, de hecho,
era la rehabilitación y purificación de la aristocracia dominante
para combatir la tendencia hacia la democracia. Llamarle un
precursor socialista implica una concepción del socialismo que hace
irrelevante cualquier tipo de control democrático.
En
cuanto al otro grupo, Catilina y los Gracos no tienen ningún aspecto
colectivista. Sus nombres están asociados con los movimientos de
masas de revueltas democráticas y populares contra el sistema
establecido. Con toda seguridad no eran socialistas, pero estuvieron
en el bando popular dentro de la lucha de clases en el antiguo mundo,
el bando del movimiento popular desde abajo. Para el teórico de la
socialdemocracia parece que todo era igual.
Aquí,
en la prehistoria de nuestro tema, encontramos dos tipos de figuras
reclamadas para el panteón del movimiento socialista. Por un lado,
están las figuras con un tinte de (supuesto) colectivismo, que son
completamente elitistas, autoritarias y antidemócratas; y, por otra
parte, están las figuras sin ningún tipo de colectivismo a su
alrededor, asociadas con luchas democráticas de clase. Hay una
tendencia colectivista sin democracia, y hay una tendencia democrática
sin colectivismo, pero todavía no existe nada que una a las dos
corrientes.
La
sugerencia de tal unión no la encontramos hasta Thomas Münzer, el líder
del ala izquierda de la reforma alemana; un movimiento social con
ideas comunistas (las de Münzer) que estaba también comprometido en
una intensa lucha democrático popular desde abajo. Un contraste a
esto es, precisamente, Sir Thomas More: el abismo que separa a estos
dos contemporáneos alcanza el corazón de nuestro tema. La Utopía
de More diseña una sociedad completamente regimentada, más evocadora
de la sociedad en la novela de George Orwell, 1984, que de la
democracia socialista: elitista de cabo a rabo, incluso admitiendo la
propiedad de esclavos, un típico socialismo desde arriba. No es
sorprendente que, de estos dos "precursores socialistas"
situados en el umbral del mundo moderno, uno de ellos (More) execrase
al otro y apoyase a los verdugos que llevaron a Münzer y a su
movimiento a su muerte.
¿Cuál
era entonces el significado de socialismo cuando apareció por primera
vez en el mundo? Desde el comienzo, estuvo entre las dos almas del
socialismo, en guerra entre ellas.
2.
Los primeros socialistas modernos
El
socialismo moderno nació durante el más o menos medio siglo que va
desde la Gran Revolución Francesa hasta las revoluciones de 1848.
También lo hizo la democracia moderna. Pero no nacieron unidos
como hermanos siameses. Al comienzo, se movieron sobre líneas
separadas.
¿Cuándo
se cortaron ambas líneas por primera vez?
A
partir del naufragio de la Revolución Francesa crecieron diferentes
tipos de socialismo. Consideraremos tres de los más importantes a la
luz de nuestra pregunta.
1)
Babeuf:
El primer movimiento socialista moderno fue dirigido en la última
fase de la Revolución Francesa por Babeuf ("la conjura de los
Iguales"), concebido como una continuación del jacobinismo
revolucionario con el añadido de un objetivo social más consistente:
una sociedad de igualdad comunista. Es ésta la primera ocasión en la
era moderna en la que la idea socialista se une a la idea de un
movimiento popular, una combinación de enorme importancia.
Esta
combinación da lugar inmediatamente a una pregunta crítica: ¿Cuál
es exactamente la relación que en cada caso se concibe entre esta
idea socialista y este movimiento popular?
Ésta es la cuestión
clave para el socialismo durante los siguientes 200 años.
Los
seguidores de Babeuf entienden esa relación de la siguiente forma: el
movimiento de masas popular ha fracasado; parece que el pueblo ha
vuelto la espalda a la revolución. Sin embargo, el pueblo sufre y
necesita el comunismo, nosotros lo sabemos. La voluntad
revolucionaria del pueblo ha sido derrotada por una conspiración de
la derecha: necesitamos una conspiración de la izquierda para recrear
el movimiento popular, para llevar a cabo la voluntad revolucionaria.
Debemos, por tanto, tomar el poder. Pero el pueblo ya no está
preparado para ello. Por tanto, es necesario que nosotros tomemos
el poder en su nombre, para elevar el pueblo hasta esa altura. Esto
exige una dictadura temporal, que en verdad es de una minoría; pero
sería una dictadura educativa, con el propósito de crear las
condiciones que harían posible el control democrático en el futuro
(En este sentido son demócratas). No sería una dictadura del pueblo,
como lo era la Comuna, menos aún del proletariado; se trata,
francamente, de una dictadura sobre el pueblo, con muy buenas
intenciones.
Durante
algo más de los 50 años siguientes, la concepción de la dictadura
educativa sobre el pueblo permaneció como el programa de la izquierda
revolucionaria: a través de las tres B (Babeuf, Buonarroti y Blanqui)
y, con la palabrería anarquista añadida, de Bakunin. El nuevo orden
será donado al sufriente pueblo por la banda revolucionaria. Este típico
socialismo desde arriba es la primera y más primitiva forma de
socialismo revolucionario, pero todavía hay admiradores de Castro y
de Mao que creen que es la última palabra en revolucionarismo.
2)
Saint Simon: Saliendo del periodo revolucionario, una mente brillante tomó
un rumbo totalmente diferente. Lo que empujó a Saint Simon era su
repulsión a la revolución, al desorden y a los disturbios. Lo que le
fascinaban eran las potencialidades de la industria y de la ciencia.
Su
visión no tenía nada que ver con algo parecido a la igualdad, la
justicia, la libertad, los derechos del hombre o pasiones semejantes:
a él le interesaban solamente la modernización, la industrialización,
la planificación, divorciadas de las anteriores consideraciones. La
industrialización planificada era la llave del nuevo mundo, y,
obviamente, la gente que llevaría esto a cabo eran las oligarquías
de financieros y de hombres de negocios, científicos, tecnólogos,
dirigentes. Cuando no apelaba a tales sectores, Saint Simon pedía a
Napoleón o a su sucesor Luis XVIII que implementasen proyectos de una
dictadura real. Sus proyectos cambiaban, pero todos ellos eran
completamente autoritarios, hasta la última ordenanza planificada.
Racista sistemático e imperialista militante, era un rabioso enemigo
de la misma idea de igualdad y libertad, que odiaba como descendientes
de la Revolución Francesa.
Solamente
en la última fase de su vida (1825), decepcionado por la respuesta de
la élite natural ante sus llamamientos a que cumpliese con su deber e
impusiese una nueva modernizadora oligarquía, dio un giro dirigiéndose
a los trabajadores que se encontraban allá abajo. La "Nueva
Cristiandad" sería un movimiento popular, pero su papel se
reduciría a convencer a los poderes establecidos para que prestasen
atención a los consejos dados por los planificadores saint-simonianos.
Los trabajadores se organizarían... para pedir a sus capitalistas y a
sus dirigentes que sustituyesen a las "clases ociosas".
¿Cuál
era entonces la relación que él establecía entre la idea de
sociedad planificada y el movimiento popular? El pueblo, el
movimiento, podría ser útil como ariete —puesto en ciertas
manos—. La última concepción de Saint Simon fue un movimiento
desde abajo para conseguir un socialismo desde arriba. Pero el
poder y la capacidad de control debían permanecer donde siempre han
estado: arriba.
3)
Los utópicos: Un tercer tipo de socialismo que se produjo en la generación
post-revolucionaria fue el de los socialistas utópicos de verdad:
Robert Owen, Charles Fourier, Etienne Cabet, etc. Ellos diseñaron una
ideal colonia comunal, salida hecha y derecha del cerebro del líder,
para que fuese financiada por gracia de los ricos filántropos bajo la
protección del poder benevolente.
Owen
(en muchos sentidos el mejor del lote) era tan categórico como
cualquiera de ellos: "Este gran cambio... debería y podría ser
realizado por los ricos y los poderosos. No hay otros para hacerlo...
para los pobres, oponerse a los ricos y a los poderosos es un derroche
de tiempo, talento y dinero..." Evidentemente, Owen estaba en
contra del "odio de clases", de la lucha de clases. De los
muchos que así lo han creído, pocos han escrito con tanta franqueza
que el propósito de este "socialismo" es "gobernar o
tratar a toda la sociedad como el más avanzado de los médicos
gobierna y trata a sus pacientes en el manicomio mejor
organizado", con "paciencia y bondad" para los
desgraciados que "han llegado a esa situación a causa de la
irracionalidad y la injusticia del actual sistema social, sumamente
irracional."
En
el modelo de la sociedad de Cabet estaban previstas elecciones, pero
no la libre discusión; de forma insistente, imponía una prensa
controlada, el sistemático adoctrinamiento y una uniformidad
completamente reglamentada.
Para
estos socialistas utópicos, ¿cuál era la relación entre la idea
socialista y el movimiento popular? Este último era el rebaño que
debía ser guardado por el buen pastor. No debe suponerse que el
socialismo desde arriba implica necesariamente intenciones cruelmente
despóticas.
3.
La aportación de Marx
El
utopismo era elitista y antidemocrático en lo esencial porque era utópico,
esto es, porqué pretendía imponer un modelo prefabricado, inventando
un plan que debería ser aplicado. Sobre todo, era inherente a él la
hostilidad hacia la idea de transformar la sociedad desde abajo, por
medio de la inquietante intervención de las masas en busca de su
liberación, incluso en aquellos casos en los que finalmente aceptaba
recurrir al movimiento de masas como instrumento de presión sobre las
cúpulas. En el movimiento socialista, tal y como se desarrolló antes
de Marx, la línea de la idea socialista nunca se intersecó con la línea
de la democracia desde abajo.
Esta
intersección, esta síntesis, fue la gran contribución de Marx: en
comparación con ella, todo el contenido de El Capital es
secundario. Lo que él unió fue socialismo revolucionario con
democracia revolucionaria. Éste es el corazón del marxismo:
"Esta es la ley; todo lo demás es comentario". El Manifiesto
Comunista de 1848 expresa la autoconciencia del primer movimiento
(en palabras de Engels) "cuya idea era desde el primer momento
que la emancipación de los trabajadores debería ser obra de los
trabajadores mismos".
El
propio Marx pasó en su juventud por el estadio más primitivo, tal y
como el embrión humano surgió pasando por el estadio branquial;
expresándolo de otro modo, una de sus primeras inmunizaciones la logró
cogiendo la más omnipresente de todas las enfermedades, la ilusión
en el déspota salvador. Cuando Marx tenía 22 años, el viejo káiser
murió, y Federico Guillermo IV accedió al trono entre los hosanas
liberales y en medio de la expectación de reformas democráticas
desde arriba. Nada de eso ocurrió. Marx nunca volvió a esa idea que
ha endemoniado a todo el socialismo con sus esperanzas en dictadores o
presidentes salvadores.
Marx
se incorporó a la política como editor de un periódico que era el
órgano de la extrema izquierda de la democracia liberal en la
industrializada zona del Rin, y pronto se convirtió en la principal
expresión editorial de toda la democracia política en Alemania. Su
primer artículo fue una polémica en favor de una ilimitada libertad
de prensa frente a cualquier censura estatal. Cuando el gobierno
imperial impuso su destitución, Marx estaba ya en contacto con las
nuevas ideas socialistas que llegaban de Francia. Cuando este
destacado portavoz de la democracia liberal se hizo socialista, todavía
vio en esta tarea el triunfo de la democracia, aunque ahora democracia
tenía un significado más amplio. Marx fue el primer pensador y
dirigente socialista que llegó al socialismo a través de la
lucha por la democracia liberal.
En
notas manuscritas hechas en 1844, rechazó el existente
"comunismo vulgar" que negaba la personalidad humana, y
aspiraba a un comunismo que sería un "humanismo totalmente
desarrollado". En 1845, él y su amigo Engels elaboraron una
argumentación contra el elitismo de una corriente socialista
representada por Bruno Bauer. En 1846 organizaron los "Comunistas
democráticos alemanes" en el exilio de Bruselas, y Engels
escribió: "en nuestra época, democracia y comunismo son la
misma cosa". "Solamente el proletariado será capaz de
fraternizar realmente, bajo la bandera de la democracia
comunista...".
Al
elaborar el primer punto de vista que unía la nueva idea comunista
con las nuevas aspiraciones democráticas, entraron en conflicto con
las sectas comunistas existentes, como la de Weitling, que soñaban en
una dictadura mesiánica. Antes de unirse al grupo que se convertiría
en la Liga Comunista (para la que escribirían el Manifiesto
Comunista), exigían que la organización dejara de ser una élite
conspirativa del viejo tipo y se transformase en un abierto grupo de
propaganda, que "todo aquello que lleva a un autoritarismo
supersticioso sea eliminado de los estatutos", que el comité
dirigente fuese elegido por el conjunto de los miembros, contra la
tradición de "decisiones desde arriba". Ganaron a la Liga
para su nuevo enfoque, y en el periódico editado en 1847, pocos meses
antes del Manifiesto Comunista, el grupo anunció:
“No
nos encontramos entre esos comunistas que aspiran a destruir la
libertad personal, que desean convertir el mundo en un enorme cuartel
o en un gigantesco asilo. Es verdad que existen algunos comunistas
que, de forma simplista, se niegan a tolerar la libertad personal y
desearían eliminarla del mundo, porque consideran que es un obstáculo
a la completa harmonía. Pero nosotros no tenemos ninguna intención
de cambiar libertad por igualdad. Estamos convencidos... de que en
ningún orden social podrá asegurarse la libertad personal tanto como
en una sociedad basada sobre la propiedad comunal... Pongámonos a
trabajar para establecer un estado democrático en el que cada partido
podría ganar, hablando o por escrito, a la mayoría para sus
ideas...”
El
Manifiesto Comunista, resultado de estas discusiones, proclamó
que el primer objetivo de la revolución era "ganar la batalla de
la democracia". Cuando, dos años más tarde y después del
declive de las revoluciones de 1848, la Liga Comunista se rompió,
estaba una vez más en conflicto con el "comunismo vulgar"
de los putschistas, que querían sustituir con determinadas bandas de
revolucionarios al movimiento de masas real de una clase trabajadora
consciente. Marx les dijo:
“La
minoría... convierte a la mera voluntad en la fuerza motor de la
revolución, en vez de las relaciones reales. Allá donde nosotros
decimos a los trabajadores: «Tendréis que pasar por quince, veinte o
cincuenta años de guerras civiles e internacionales, no sólo para
cambiar las condiciones existentes, sino también para cambiaros a
vosotros mismos y capacitaros para la dominación política»,
vosotros, por vuestra parte, decís a los trabajadores: «Debemos
alcanzar el poder en seguida, o, en caso contrario, irnos a dormir».”
"Para
cambiaros a vosotros mismos y capacitaros para la dominación política":
éste es el programa de Marx para el movimiento obrero, en contra
tanto de aquellos que dicen que los trabajadores pueden tomar el poder
cualquier domingo como de los que dicen que nunca podrán hacerlo. Así
nació el marxismo, en lucha autoconsciente contra los abogados de la
dictadura educativa, de los dictadores salvadores, de los
revolucionarios elitistas, de los comunistas autoritarios, de los
bienhechores filantrópicos y de los liberales burgueses. Éste era el
marxismo de Marx, no las monstruosas caricaturas que, con tal
etiqueta, predican los profesores del establishment, que se estremecen
con el irreconciliable espíritu de oposición revolucionaria al
status quo capitalista existente en Marx, y también los estalinistas
y neo-estalinistas, que tienen que ocultar que Marx declaró la guerra
a todos los de su género.
"Finalmente
fue Marx quien enlazó las dos ideas de socialismo y democracia"
porque él desarrolló una teoría que hacía posible por primera vez
esa síntesis. (La cita es de la autobiografía de H. G. Wells. El
inventor de las utopías, del socialismo desde arriba, más lóbregas
de toda la literatura, aquí denuncia a Marx por este paso histórico.)
El
corazón de la teoría es la siguiente proposición: existe una
mayoría social con interés y motivos para cambiar el sistema, y
que la intención del socialismo puede ser la educación y la
movilización de esta masa mayoritaria. La clase explotada, la clase
obrera, es, en definitiva, la fuerza motriz de la revolución. Por
tanto, un socialismo desde abajo es posible, sobre la base de una teoría
que ve las potencialidades revolucionarias en las amplias masas,
incluso si parecen atrasadas en determinado momento y lugar. El
Capital, al fin y al cabo, no es otra cosa que la demostración de
la base económica de esta perspectiva.
Sólo
una teoría del socialismo obrero de este tipo hace posible la fusión
del socialismo revolucionario con la democracia revolucionaria. No
estamos ahora argumentando nuestro convencimiento de que esta creencia
está justificada, sino únicamente insistiendo en la alternativa:
todos los socialistas o pretendidos reformadores que la repudian están
obligados a asumir algún tipo de socialismo desde arriba, ya
sea reformista, utópico, burocrático, estalinista, maoísta o
castrista. Y así lo hacen.
Cinco
años antes del Manifiesto Comunista, un joven de 23 años
recientemente convertido al socialismo escribía todavía dentro de la
vieja tradición elitista: "Podemos reclutar adherentes en
aquellas clases que han gozado de una bastante buena educación, esto
es, en las universidades y entre los comerciantes..." El joven
Engels aprendió rápido; pero este obsoleto juicio está todavía
entre nosotros.
4.
El mito del carácter "libertario" del anarquismo
Uno
de los más profundos autoritarios en la historia del radicalismo no
es otro que el "padre del anarquismo", Proudhon, cuyo nombre
es periódicamente revivido como ejemplo de gran
"libertario", a causa de su frecuente repetición de la
palabra libertad y de sus invocaciones a la "revolución desde
abajo".
Algunos
podrían ser condescendientes y pasar por alto su hitleriana forma de
antisemitismo ("El judío es el enemigo de la humanidad. Es
necesario devolver su raza a Asia o exterminarla..."). O su
racismo en general (pensaba que el Sur tenía derechos a mantener a
los negros norteamericanos en la esclavitud, por ser la más baja de
las razas inferiores). O su glorificación de la guerra por sí misma
(de igual forma que Mussolini) O su opinión de que las mujeres no
tienen derechos ("Niego sus derechos políticos y sus
iniciativas. La mujer sólo encuentra su libertad y bienestar en el
matrimonio, en la maternidad, en los deberes domésticos...",
esto es, el Kinder-Kirche-Küche de los nazis).
Pero
no es posible disculpar su violenta oposición no sólo al
sindicalismo y al derecho de huelga (hasta apoyando la ruptura de la
huelga por la policía), sino incluso a las ideas de derecho a voto,
sufragio universal, soberanía popular y a la misma idea de constitución
("Toda esta democracia me asquea... Daría cualquier cosa por
arremeter contra esta turba con mi puño cerrado"). Las características
de su sociedad ideal incluyen la supresión de todos los demás
grupos, la prohibición de cualquier reunión de más de 20 personas y
de cualquier prensa libre, así como de cualquier tipo de elecciones;
en las mismas notas, pensaba para el futuro en una "inquisición
general" y en la condena de "algunos millones de
personas" a trabajos forzados, "una vez hecha la revolución".
Detrás
de todo esto estaba un feroz desprecio para las masas populares,
fundamento necesario del socialismo desde arriba, de la misma forma
que el marxismo sentaba sus bases en el sentimiento opuesto. Las masas
están corrompidas y desahuciadas ("Yo adoro a la humanidad, pero
escupo a los hombres"). Son "únicamente salvajes... a
quienes es nuestro deber civilizar, sin convertirles en nuestros
soberanos", escribe a un amigo al que reprende con desprecio:
"Tú todavía crees en el pueblo". El progreso, para él,
puede llegar únicamente por la autoridad de una élite que toma la
precaución de no dar al pueblo la soberanía.
En
algunos momentos, Proudhon contempla a algún déspota como el
dictador que podría traer la revolución: Luis Bonaparte (en 1852
escribe un libro entero ensalzando al Emperador como portador de la
revolución); príncipe Jerome Bonaparte; finalmente, el zar Alejandro
II ("No olvidemos que el despotismo del zar es necesario para la
civilización").
Evidentemente,
había otro candidato al papel de dictador, más cercano al hogar: él
mismo. Elaboró un detallado proyecto para una empresa
"mutualista", cooperativa en la forma, que se extendería
apropiándose de todas las empresas y, después, del estado. En sus
notas, Proudhon se coloca a sí mismo como director jefe, no sujeto,
naturalmente, al control democrático que él tanto desprecia. Ha
previsto con cuidado muchos detalles: "Redactar un programa
secreto, para todos los directivos: eliminación irrevocable de la
realeza, la democracia, los propietarios, la religión [y así
sucesivamente]".
“Los
directivos son los representantes naturales del país. Los ministros
son simplemente los directivos superiores o los directivos generales:
como yo lo seré algún día... Cuando nosotros seamos los amos, la
Religión será la que nosotros queramos que sea, y lo mismo ocurrirá
con la educación, la filosofía, la justicia, la administración y el
gobierno.”
El
lector, tal vez lleno de las usuales ilusiones sobre el carácter
"libertario" del anarquismo, puede preguntarse: ¿mentía
entonces cuando hablaba de su gran amor por la libertad?
Nada
de eso: basta con comprender el significado de la "libertad"
anarquista. Proudhon escribe: "El principio de la libertad es del
abad de Thélême (en Rabelais): ¡haz lo que quieras!" y este
principio significa: "cualquier hombre que no puede hacer lo que
quiere y cualquier cosa que quiera, tiene el derecho a la revuelta,
incluso solo, contra el gobierno, incluso si el gobierno está formado
por todos los demás". El único hombre que puede gozar de
esta libertad es un déspota; éste es el sentido de la brillante
intuición de Shigalev de Dostoyevsky: "Partiendo de la libertad
ilimitada, llego al ilimitado despotismo".
La
historia es similar en lo que respeta al segundo "padre del
anarquismo", Bakunin, cuyos planes para la dictadura y la supresión
del control democrático son mejor conocidos que los de Proudhon.
La
razón básica es la misma: el anarquismo no está relacionado con la
creación del control democrático desde abajo, sino solamente con la
destrucción de la "autoridad" sobre los individuos,
incluyendo la autoridad de la más extremadamente democrática
regulación de la sociedad que sea posible imaginar. Esto ha sido
dejado claro por autorizados autores anarquistas una y otra vez; por
ejemplo, George Woodcock: "incluso allá donde la democracia es
posible, el anarquista no podría apoyarla... Los anarquistas no
abogan por la libertad política, sino por liberarse de toda política..."
El
anarquismo es, por principio, violentamente antidemocrático, ya que
una autoridad idealmente democrática sigue siendo autoridad. Pero ya
que, rechazando la democracia, no tiene otro camino para resolver los
inevitables desacuerdos y diferencias entre los habitantes de Thélème,
su ilimitada libertad de cada incontrolado individuo es distinguible
del ilimitado despotismo de tal individuo, tanto en la teoría como en
la práctica.
El
gran problema de nuestra época es la consecución del control
democrático desde abajo sobre los extensos poderes de la moderna
autoridad social. El anarquismo, más generoso que nadie para
parlotear sobre "cualquier cosa desde abajo", rechaza este
objetivo. Es la otra cara de la moneda del despotismo burocrático,
con todos sus valores invertidos, no la solución o la alternativa.
5.
Lassalle y el socialismo de estado
Con
mucha frecuencia se presenta al verdadero modelo de una
socialdemocracia moderna, el Partido Socialdemócrata alemán, como si
se hubiese desarrollado a partir de una base marxista. Esto es un mito
más en las historias del socialismo existente. El impacto de Marx fue
fuerte, incluso sobre algunos de los líderes durante cierto tiempo,
pero la política que penetró y finalmente impregnó el partido
procede principalmente de otras dos fuentes. Una fue Lassalle,
fundador del socialismo alemán como un movimiento organizado (1863);
la otra fueron los fabianos británicos, que inspiraron el
"revisionismo" de Eduard Bernstein.
Fernando
Lassalle es el prototipo del socialista de estado, es decir,
alguien que se propone conseguir el socialismo como un don del estado
existente. No era el primer ejemplo prominente (antes estuvo Louis
Blanc), pero en su caso el estado existente era el estado del Káiser
bajo Bismarck.
El
estado, decía Lassalle a los trabajadores, es algo "que puede
realizar por cada uno de nosotros aquellas cosas que ninguno podría
conseguir por sí mismo". Marx enseñaba exactamente lo opuesto:
que la clase obrera debe conseguir su emancipación por sí misma, y
abolir en ese proceso el estado existente. Eduard Bernstein tenía razón
cuando decía que Lassalle "creó un verdadero culto al
estado".
"Yo
defiendo con vosotros al inmemorial fuego vestal de toda civilización,
el Estado, contra estos modernos bárbaros (la burguesía
liberal)"' dijo Lassalle ante un tribunal prusiano. Esto es lo
que hace que Marx y Lassalle sean "fundamentalmente
opuestos", señala el biógrafo de Lassalle, Footman, dejando al
descubierto el pro-prusianismo —el nacionalismo pro-prusiano y el
imperialismo pro-prusiano— de Lassalle.
Lassalle
organizó este primer movimiento socialista alemán como su dictadura
personal. Muy conscientemente, él abordó su construcción desde el
primer momento como la de un movimiento de masas desde abajo para
conseguir un socialismo desde arriba (recordemos el ariete de
Saint Simon). El objetivo era convencer a Bismarck para que concediese
concesiones, particularmente el sufragio universal sobre cuya base un
movimiento parlamentario dirigido por Lassalle podría llegar a ser un
aliado de masas del estado bismarckiano en una coalición contra la
burguesía liberal. Con este fin, Lassalle intentó realmente negociar
con el canciller de hierro. Lassalle envió a Bismarck los estatutos
dictatoriales de su organización, presentados como "la
constitución de mi reino que quizá envidiaréis" y diciendo,
algo más adelante:
“Pero
esta miniatura no será suficiente para mostrar en qué medida es
cierto que la clase trabajadora siente una inclinación instintiva
hacia un dictador, si es previamente persuadida en modo adecuado de
que la dictadura sería ejercida en su propio interés; y también en
qué medida, a pesar de todas las opiniones republicanas —o más
bien precisamente a causa de ellas— podría por lo tanto inclinarse,
como os dije recientemente, a ver a la Corona, en oposición al egoísmo
de la sociedad burguesa, como representante natural de la dictadura
social, si la Corona por su parte pudiese alguna vez adecuar su
mentalidad para dar el paso —en verdad improbable— de poner en
marcha una línea realmente revolucionaria y de transformarse a sí
misma de la monarquía de los órdenes privilegiados en la monarquía
popular social y revolucionaria.”
Aunque
esta carta secreta no era conocida en su tiempo, Marx comprendió
perfectamente la naturaleza del lassalleanismo. Llamó a Lassalle, en
su cara, "bonapartista", y escribió que "Su actitud es
la del futuro dictador de los obreros". A la tendencia de
Lassalle la denominaba "socialismo del Gobierno real
prusiano", denunciando su "alianza con los oponentes
absolutistas y feudales contra la burguesía".
"En
vez del proceso revolucionario de transformación de la
sociedad", escribe Marx, Lassalle se imagina la llegada del
socialismo "desde la «ayuda estatal» otorgada a las sociedades
cooperativistas de productores, creadas por el estado, no por los
trabajadores". Marx ridiculiza esto. "Pero en lo que
concierne a las actuales cooperativas, sólo tienen valor en la
medida que son creaciones independientes de los trabajadores y no
protegidas por el estado o por la burguesía". Esta es una clásica
exposición del significado de la palabra independiente como la
piedra de toque del socialismo desde abajo contra el socialismo de
estado.
Existe
un ejemplo muy instructivo de lo que ocurre cuando un típico académico
norteamericano antimarxista como Mayo se topa con este aspecto de Marx.
Mayo, en Democracy and Marxism (después revisada con el título
de Introduction to Marxist Theory), demuestra cómodamente que
el marxismo es antidemocrático por el simple expediente de definir al
marxismo como la "ortodoxia de Moscú". Pero al menos parece
que ha leído a Marx, y se da cuenta de que en ninguna parte, en kilómetros
de papel escrito y en una larga vida, da Marx señales de querer más
poder para el estado sino más bien todo lo contrario. Cae en la
cuenta de que Marx no era un "estatista":
“La
crítica más popular dirigida contra el marxismo es que tiende a
degenerar en una forma de «estatismo». A primera vista [o
sea, lectura] la crítica parece equivocada, porque la virtud de la
teoría política de Marx... es la total ausencia de cualquier
glorificación del estado.”
Este
descubrimiento ofrece un notable desafío a los críticos de Marx, que
evidentemente saben de antemano que el marxismo debe glorificar
el estado. Mayo resuelve la dificultad con dos afirmaciones: 1)
"el estatismo está implícito en los requerimientos de una
planificación total..." 2) Ver lo que pasa en Rusia. Pero Marx
no hace ningún fetiche de la "planificación total". Ha
sido también frecuentemente denunciado (por otros críticos
distintos) por no haber diseñado un prototipo de socialismo,
precisamente por la misma causa por la que reaccionó tan
violentamente contra el "planificacionismo" utópico o la
planificación desde arriba de sus predecesores. El "planificacionismo"
es precisamente la concepción del socialismo que Marx desea destruir.
El socialismo debe abarcar planificación, pero la "planificación
total" no es igual al socialismo, exactamente igual que cualquier
idiota puede ser un profesor pero no necesariamente todo profesor es
un idiota.
6.
El modelo fabiano
En
Alemania, tras la figura de Lassalle, van apareciendo una serie de
"socialismos" moviéndose en una interesante dirección.
Los
llamados socialistas académicos ("socialistas de la cátedra",
Kathedersozialisten, una corriente de los académicos del
"establishment") ponían sus esperanzas en Bismarck aún más
abiertamente que Lassalle, pero su concepción del socialismo de
estado no era en principio ajena a la de éste. La diferencia estaba
en que Lassalle asumía el riesgo de promover un movimiento de masas
desde abajo con ese propósito (riesgo porque, una vez en movimiento,
podría escapársele de las manos, como de hecho ocurrió más de una
vez). El propio Bismarck no vacilaba en presentar sus políticas económicas
paternalistas como una forma de socialismo, y se escribieron libros
sobre el "socialismo monárquico", el "socialismo de
estado bismarquiano", etc. Más hacia la derecha, llegamos al
"socialismo" de Friedrich List, un proto-nazi, y a los círculos
en los que una forma anticapitalista de antisemitismo (Dühring, A.
Wagner, etc) dejó parte de la base para el movimiento que se llamó a
sí mismo socialista bajo Adolfo Hitler.
El
rasgo que une a todo este espectro, a pesar de todas sus diferencias,
es la concepción del socialismo como un mero equivalente a la
intervención del estado en la economía y en la vida social.
"¡Staat, greif zu!", pedía Lassalle. "Estado, ¡hazte
cargo de las cosas!" éste es el socialismo de todo este grupo.
Por
esto Schumpeter está en lo cierto cuando observa que el equivalente
británico del socialismo de estado alemán es el fabianismo, el
socialismo de Sidney Webb.
Los
fabianos (más exactamente, los webbianos) son, en la historia de la
idea socialista, la corriente socialista moderna que se desarrolla de
forma más completamente divorciada del marxismo, la más ajena a él.
Era un reformismo socialdemócrata casi químicamente puro, sin mezcla
alguna, particularmente antes del ascenso del movimiento de masas
obrero y socialista en Gran Bretaña, que ellos no quisieron y que no
ayudaron a construir (a pesar de un extendido mito que dice lo
contrario). Por lo tanto éste es un test muy importante, a diferencia
de otras corrientes reformistas que pagaron su tributo al marxismo,
adoptando parte de su lenguaje pero distorsionando su substancia.
Los
fabianos, procedentes expresamente de la clase media en su composición
e influencia, no querían construir un movimiento de masas en ningún
sentido, y menos aún un movimiento de masas fabiano. Se consideraban
como una pequeña élite de consejeros que podría impregnar las
instituciones sociales existentes, influenciando a los reales líderes
tanto en la esfera conservadora como en la liberal, guiando el
desarrollo social hacia sus objetivos colectivistas con la "inevitabilidad
del gradualismo". Ya que su concepción del socialismo se
limitaba a la intervención del estado (nacional o municipal), y que
su teoría decía que el propio capitalismo estaba siendo
colectivizado rápidamente día a día y tenía que seguir moviéndose
en esa dirección, su función era simplemente la de acelerar el
proceso. La Sociedad Fabiana fue proyectada en 1884 para ser el pez
piloto de un tiburón: al principio, el tiburón fue el Partido
Liberal; pero cuando la penetración en el liberalismo fracasó de
forma miserable y los trabajadores organizaron por fin su propio
partido de clase a pesar de los fabianos, el pez piloto simplemente se
agregó al mismo.
Quizás
no exista otra tendencia socialista que haya elaborado su teoría de
un socialismo desde arriba de forma tan sistemática y consciente. La
naturaleza de este movimiento fue reconocida prontamente, aunque más
tarde resultase oscurecida por la disolución del fabianismo en el
cuerpo del reformismo laborista. Un dirigente socialista cristiano
dentro de la sociedad fabiana tachó en una ocasión a Webb de
"colectivista burocrático" (quizá ésta fue la primera vez
que se utilizó este término). El alguna vez famoso libro de Hilaire
Belloc (The Servile State, 1912), fue en gran parte provocado
por el "colectivismo ideal" tipo Webb, básicamente burocrático.
G.D.H. Cole recuerda: "Los Webb, en aquellos días, tenían afición
a decir que cualquiera que fuese activo en política era un 'A' o un
'B' —un anarquista o un burócrata— y que ellos eran 'B'..."
Estas
caracterizaciones apenas bastan para darnos todo el sabor del
colectivismo webbiano, del fabianismo. Era completamente dirigista,
tecnocrático, elitista, autoritario, "planificacionista".
Para Webb la política era casi un sinónimo de la manipulación de
resortes. Una publicación fabiana escribió que ellos pretendían ser
"los jesuitas del socialismo". El evangelio era orden y
eficacia. El pueblo, que debería ser tratado bondadosamente, sólo
tenía capacidad para ser dirigido por expertos competentes. La lucha
de clases, la revolución y los disturbios populares eran
perjudiciales. En Fabianism and the Empire, el imperialismo era
alabado y aceptado. Si alguna vez el movimiento socialista desarrolló
su propio colectivismo burocrático, fue en esta ocasión.
"Puede
pensarse que el socialismo es esencialmente un movimiento desde abajo,
un movimiento de clase", escribe un portavoz fabiano, Sidney Ball,
para desengañar al lector de esa idea; pero ahora los socialistas
"abordan el problema desde la perspectiva científica, no desde
la popular; son teóricos de clase media", se enorgullece,
llegando a decir que existe "una clara ruptura entre el
socialismo de la calle y el socialismo de la cátedra".
Las
secuelas son bien conocidas, aunque frecuentemente encubiertas.
Mientras que el fabianismo como tendencia especial desapareció en
1918 en el más amplio río del reformismo laborista, los dirigentes
fabianos tomaron otra dirección.
Tanto
Sidney y Beatrice Webb como Bernard Shaw —el trio de cabeza— se
convirtieron en defensores por principio del totalitarismo estalinista
de los años 30. Anteriormente, Shaw, quien pensó que el socialismo
necesitaba a un Superman, encontró a más de uno. Apoyó a Mussolini
y Hitler como déspotas benevolentes que darían el
"socialismo" a los patanes, y se disilusionó únicamente al
comprobar que no abolieron realmente el capitalismo. En 1931, Shaw
reveló, tras una visita a Rusia, que el régimen de Stalin era
realmente fabianismo llevado a la práctica. Los Webb también fueron
a Moscú, y encontraron a Dios. En su Soviet Communism: A New
Civilization, probaron (a partir de los propios documentos de Moscú
y de las propias declaraciones de Stalin, laboriosamente investigadas)
que Rusia era la mayor democracia del mundo; Stalin no era un
dictador; la igualdad reinaba totalmente; la dictadura unipartidista
era necesaria; el Partido Comunista era una élite completamente
democrática que llevaba la civilización a esclavos y mongoles (pero
no a los ingleses); la democracia política había fracasado de todos
modos en Occidente, y no había razón alguna para que los partidos
políticos debieran sobrevivir en nuestro tiempo...
Apoyaron
firmemente a Stalin en los juicios de Moscú y en el pacto de Hitler-Stalin
sin nauseas observables, y murieron siendo unos proestalinistas acríticos
de los que ahora ya no podrían encontrarse ni en el Politburó. Como
Shaw ha explicado, los Webb no tenían sino desprecio por la Revolución
Rusa como tal: "Los Webb esperaron hasta que la destrucción y la
ruina del cambio acabaron, los errores fueron remediados y el estado
Comunista se levantó". Es decir, esperaron hasta que las masas
revolucionarias fueron introducidas en una camisa de fuerza, los
dirigentes de la revolución destituidos, cuando ya la eficaz
tranquilidad de la dictadura se había adueñado de la escena y la
contrarrevolución se había establecido firmemente; y entonces
llegaron ellos para proclamar cumplido el ideal.
¿Era
éste realmente un gigantesco engaño, un incomprensible despropósito?
¿O tenían razón al pensar que éste era en efecto el
"socialismo" que armonizaba con su ideología, pasando por
alto un poco de sangre? El giro del fabianismo desde el proyecto de
influenciar a la clase media hasta el estalinismo era el vaivén de
una puerta que tenía como bisagras al socialismo desde arriba.
Si
echamos un vistazo a las décadas anteriores al final del siglo en que
nació el fabianismo, aparece otra figura, antítesis de Webb: la
principal personalidad del socialismo revolucionario en este período,
el poeta y artista William Morris, que llegó a ser socialista y
marxista poco antes de los cincuenta años. Los escritos de Morris
sobre el socialismo alientan por todos sus poros el espíritu del
socialismo desde abajo, exactamente en la misma medida en la que cada
línea escrita por Webb era todo lo contrario. Esto es tal vez más
claro en sus profundos ataques al fabianismo (por las razones justas);
en su aversión al "marxismo" propio del dictatorial H.M.
Hyndman, versión británica de Lassalle; en su denuncia del
socialismo de estado; y en su repugnancia a la utopía burocrática
colectivista de Bellamy, Looking Backward (que le incitó a
hacer la siguiente consideración: "si ellos me alistasen a un régimen
de trabajadores, yo me resistiría con uñas y dientes").
Los
escritos socialistas de Morris están impregnados por su énfasis,
para el presente, en la lucha de clases desde abajo; y, en cuanto al
futuro socialista, su obra News from Nowhere fue escrita como
una antítesis directa del libro de Bellamy. Él nos advierte:
“Los
individuos no pueden descargar los asuntos de la vida sobre las
espaldas de una abstracción llamada Estado, sino que deben hacerlos
frente en asociación consciente con los demás... La diversidad de la
vida es un objetivo del verdadero comunismo tanto como lo sea la
igualdad de condiciones, y... ninguna cosa excepto la unión de estas
podrá conducirnos a la verdadera libertad.”
"Incluso
algunos socialistas", escribió, "son capaces de confundir
la maquinaria cooperativa, hacia la que la vida moderna tiende, con la
esencia del socialismo mismo". Esto implica "el peligro de
que la comunidad degenere en burocracia". Por tanto, él
expresaba su temor a una futura "burocracia colectivista".
Reaccionando violentamente contra el socialismo de estado y contra el
reformismo, cae en el antiparlamentarismo pero no en la trampa
anarquista:
“...El
pueblo tendrá que implicarse en la administración, y en ocasiones
existirán diferentes opiniones... ¿Qué hacer entonces? ¿Quién
debe ceder? Nuestros amigos anarquistas dicen que eso no debe hacerse
por mayoría; en ese caso, deberá hacerlo una minoría. ¿Y por qué?
¿Hay algún derecho divino en una minoría?”
Esta
crítica atina en el corazón del anarquismo mucho más profundamente
que la opinión común de que el inconveniente del anarquismo es su
superidealismo.
William
Morris contra Sidney Webb: esta es una forma de resumir esta historia.
7.
La fachada "revisionista"
Eduard
Bernstein, el teórico del "revisionismo" socialdemócrata,
recibe su impulso por el fabianismo, por el que fue fuertemente
influenciado en su exilio londinense. No inventó la política
reformista en 1896: simplemente, se convirtió en su portavoz teórico.
El dirigente de la burocracia del partido prefería menos teoría:
"No se dice, se hace", le dijo a Bernstein, queriendo
decir que la política de la socialdemocracia alemana había sido
vaciada de contenido marxista mucho tiempo antes de que sus teóricos
reflejasen la transformación.
Pero
Bernstein no "revisó" el marxismo. Su papel era arrancarlo
mientras aparentaba podar sus ramas marchitas. Los fabianos no habían
tenido que molestarse en poner pretextos, pero en Alemania no era
posible destruir el marxismo con un ataque frontal. La regresión a un
socialismo desde arriba ("die alte Scheisse") fue presentada
como una "modernización", una "revisión".
Esencialmente,
al igual que los fabianos, el "revisionismo" encontró su
socialismo en la inevitable colectivización del propio capitalismo;
vio el movimiento hacia el socialismo como la suma de las tendencias
colectivistas inherentes al capitalismo; apuntó a la "autosocialización"
del capitalismo desde arriba, por medio de las instituciones del
estado existente. La ecuación "estatalización=socialismo"
no fue una invención del estalinismo, sino que fue sistematizada por
la corriente socialista de estado, fabiana y revisionista del
reformismo socialdemócrata.
Muchos
de los "descubrimientos" contemporáneos que anuncian que el
capitalismo no existe desde hace tiempo, pueden encontrarse ya en
Bernstein, que declaró que era "absurdo" llamar capitalista
a la Alemania de Weimar, dados los controles ejercidos sobre los
capitalistas. Del bernsteinismo se deduciría que el estado nazi era aún
más anticapitalista, como proclamaba...
La
transformación del socialismo en un colectivismo burocrático está
ya implícita en el ataque de Bernstein a la democracia obrera.
Denunciando la idea del control obrero en la industria, procede a
redefinir la democracia. Rechaza que sea "el gobierno del
pueblo", proponiendo la definición negativa de "ausencia de
gobierno de clase". Así, la misma noción de democracia obrera
como un "sine qua non" del socialismo es arrojada a
la chatarra, de forma tan eficaz como lo hace la más inteligente de
las redefiniciones corrientes en las academias comunistas. Incluso la
libertad política y las instituciones representativas se pierden en
la redefinición, un resultado teórico que es aún más impresionante
por no ser Bernstein personalmente antidemocrático, como lo eran
Lassalle o Shaw. Es la teoría del socialismo desde arriba lo que
impone estas formulaciones.
Bernstein es el dirigente socialdemócrata
que teorizó, no solamente la ecuación "estatalización=
socialismo", sino también la disyunción entre socialismo y
democracia obrera.
Fue
apropiado, por tanto, que Bernstein llegase a la conclusión de que la
hostilidad de Marx al estado era "anarquista", y que
Lassalle tenía razón al confiar en el estado para el inicio del
socialismo. "El cuerpo administrativo del futuro próximo sólo
puede diferenciarse del estado actual en cuestión de grado",
escribe Bernstein; el hecho de "extinguirse el estado" no es
otra cosa que utopía, incluso bajo el socialismo. Él, por el
contrario, era muy práctico; por ejemplo, cuando el no extinguido
estado del Káiser se arrojó a la pelea imperialista por las
colonias, Bernstein inmediatamente se declaró en favor del
imperialismo y de la "responsabilidad del hombre blanco":
"solamente puede reconocerse un derecho condicional de los
salvajes a la tierra que ocupan; la civilización superior puede, en
el fondo, proclamar un más alto derecho".
El
mismo Bernstein contrastó su visión del camino del socialismo con la
de Marx: la de Marx "es la imagen de un ejército que marcha
hacia adelante, dando rodeos, sobre astillas y piedras... Finalmente,
llega ante un gran abismo. Al otro lado está, haciéndole señas, el
objetivo deseado, el estado del futuro, que solamente puede ser
alcanzado a través de un mar, un mar rojo, como algunos han
dicho". Por el contrario, la visión de Bernstein no era roja,
sino rosácea: la lucha de clases se mitiga convirtiéndose en armonía,
y un estado benefactor transforma pausadamente a la burguesía en burócratas
bondadosos. No ocurrió esto: cuando la bernsteinianizada
socialdemocracia primeramente abatió a la izquierda revolucionaria en
1919 y, después, reinstalando en el poder a la empedernida burguesía
y a los militares, ayudó a arrojar Alemania en los brazos de los
fascistas.
Si
Bernstein era el teórico de la identificación del colectivismo
burocrático y el socialismo, fue su oponente de izquierda en el
movimiento alemán quien llegó a ser el principal portavoz en la
Segunda Internacional de un socialismo desde abajo democrático
revolucionario. Se trata de Rosa Luxemburgo, quien puso tan enfáticamente
su confianza y su esperanza en la lucha espontánea de una clase
trabajadora libre que los forjadores de mitos inventaron para ella una
"teoría de la espontaneidad" que ella nunca tuvo, una teoría
en la que "espontaneidad" se contrapone a "dirección".
Dentro
de su propio movimiento, ella luchó duramente contra los elitistas
"revolucionarios" que redescubrían la teoría de la
Dictadura educativa sobre los trabajadores (redescubierta en cada
generación como si fuera el verdadero "último grito"), y
escribió: "Sin la voluntad consciente y sin la acción
consciente de la mayoría del proletariado no puede haber
socialismo... Nunca asumiremos la autoridad gubernamental si no es a
través de la clara y no ambigua voluntad de la gran mayoría de la
clase obrera alemana..." Y su famoso aforismo: "Los errores
cometidos por un genuino movimiento obrero revolucionario son mucho más
fructíferos y valiosos que la infalibilidad del mejor Comité
Central".
Rosa
Luxemburgo contra Eduard Bernstein: este es el capítulo alemán de
esta historia.
8.
La escena 100% norteamericana
En
los orígenes del "socialismo nativo" norteamericano, el
cuadro es el mismo, pero en mayor grado. Si pasamos por alto el
importado "socialismo alemán" (lassalliano con adornos
marxistas) del temprano Socialist Labour Party, la figura más
importante es, muy destacadamente, Edward Bellamy y su Looking
Backward (1887). Poco antes había llegado el ahora olvidado
Laurence Gronlund, cuyo Cooperative Commonwealth (1884) fue
extremadamente influyente en su día, vendiendo cien mil copias.
Gronlund
estaba tan al día que no dijo que rechazara la democracia:
simplemente la "redefinió" como la "administración
por los competentes", en contra del "gobierno de las mayorías",
junto a una modesta propuesta para suprimir al gobierno representativo
como tal y a todos los partidos. El "pueblo" únicamente
quiere, según él, "una administración que administre
bien". Deberían encontrar "los líderes apropiados", y
entonces "depositar todo el poder colectivo en sus manos".
El gobierno representativo sería reemplazado por el plebiscito. Está
seguro de que este esquema funcionará, explica, por que ya funciona
bien para la jerarquía de la Iglesia Católica. Naturalmente, rechaza
la horrible idea de la lucha de clases. Los trabajadores son incapaces
de la autoemancipación, y denuncia específicamente la famosa expresión
de este Primer Principio hecha por Marx. Los patanes serán
emancipados por una élite "competente", salida de la
intelectualidad; en una ocasión, se puso a organizar una secreta y
conspiratoria Fraternidad Socialista Americana para estudiantes.
La
utopía socialista de Bellamy en Looking Backward toma
directamente al ejército como modelo ideal de la sociedad
reglamentada, jerárquicamente dominada por una élite, organizada de
arriba a abajo, con la agradable comunión de la colmena como gran
objetivo. La transición se realiza, según el libro, a través de la
concentración de la sociedad en una gran corporación empresarial,
con un único capitalista: el estado. El sufragio universal es
abolido; todas las organizaciones de base, eliminadas; las decisiones
las toman desde arriba tecnócratas administradores. Así es como uno
de sus seguidores definió este "socialismo norteamericano":
"Su idea social es un sistema industrial perfectamente organizado
que, a causa del exacto engranaje de sus ruedas, trabajaría con un mínimo
de fricción y un máximo de riqueza y de ocio para todos".
Como
en el caso de los anarquistas, la caprichosa solución de Bellamy al
problema básico de la organización social —como resolver las
diferencias de ideas y de intereses entre los hombres— fue la suposición
de que la élite sería sobrehumanamente sabia e incapaz de
injusticia (esencialmente, lo mismo que el mito totalitario
estalinista de la infalibilidad del partido), siendo lo fundamental de
esta suposición el hacer innecesario cualquier cosa concerniente al
control democrático desde abajo. Este último fue impensable para
Bellamy, porque las masas, los trabajadores, eran simplemente un
monstruo peligroso, la horda bárbara. El movimiento basado en las
ideas de Bellamy —que se autocalificaba como
"Nacionalismo" y que originalmente se proponía ser a la vez
antisocialista y anticapitalista— se organizó sistemáticamente
apelando a la clase media, como los fabianos.
Estos
fueron los educadores más populares del ala "nativa" del
socialismo norteamericano, cuyas concepciones encontraron eco, a través
de los sectores no marxistas y antimarxistas del movimiento
socialista, durante parte del siglo XX, con un resurgimiento de "Clubs
Bellamy" incluso durante los años 30, cuando John Dewey elogiara
a Looking Backward como un exponente de "el ideal
norteamericano de democracia". La tecnocracia, que ya presentaba
rasgos fascistas abiertamente, fue un descendiente directo de esta
tradición. Si se quiere ver cuan fina puede ser la línea que une
alguna cosa llamada socialismo con algo como el fascismo, es
instructivo leer la monstruosa exposición del socialismo escrita por
el una vez famoso inventor científico y dignatario del Socialist
Party, Charles P. Steinmetz. Su America and the New Epoch
(1916) da vida, con aburrida seriedad, exactamente a la antiutopía
frecuentemente satirizada en novelas de ciencia-ficción. El Congreso
es reemplazado por senadores directamente nombrados por DuPont,
General Motors y las demás grandes corporaciones. Steinmetz,
presentando a las gigantescas corporaciones monopolistas (como su
propio patrón, General Electric) como lo definitivo en eficacia
industrial, propuso disolver el gobierno político en favor de la
dominación directa de las corporaciones monopolistas asociadas.
El
"bellamismo" inició a muchos en el camino del socialismo,
pero el camino se bifurcó. Alrededor del cambio de siglo, el
socialismo norteamericano desarrolló la más vibrante antítesis al
socialismo desde arriba en todas sus formas: Eugene Debs. En 1897
estaba todavía pidiendo, nada menos que a John D. Rockefeller, que
financiase el establecimiento de una colonia socialista utópica en un
estado del Oeste; pero Debs, cuyo socialismo estaba forjado en la
lucha de clases de un movimiento obrero combativo, pronto encontró su
verdadera voz.
El
corazón del socialismo de Debs era su llamada a la autoactividad de
las masas desde abajo y su confianza en ella. Los escritos y discursos
de Debs están impregnados de este tema. Frecuentemente, citaba o
parafraseaba el "Primer Principio" de Marx, usando sus
propias palabras: "El gran descubrimiento hecho por los modernos
esclavos es que ellos mismos deben conseguir su libertad. Este es el
secreto de su solidaridad, el corazón de su esperanza...". Su clásica
declaración es ésta:
“Los
trabajadores del mundo han esperado durante demasiado tiempo que algún
Moisés les conduzca fuera de su cautiverio. Tal Moisés no ha llegado
ni llegará. Yo no os sacaría de él, aunque pudiera; pues si
pudierais ser sacados, también podríais ser llevados de nuevo a él.
Yo aspiro a convenceros de que no hay nada que no podáis hacer por
vosotros mismos.”
Hace
eco a las palabras de Marx en 1850:
“En
la lucha de la clase obrera, para liberarse a sí misma de la
esclavitud asalariada, nunca se repetirá lo suficiente que todo
depende de la clase obrera misma. La simple pregunta es ¿pueden los
trabajadores capacitarse a ellos mismos, por medio de la educación,
de la organización, de la cooperación y de la disciplina
autoimpuesta, para tomar el control de las fuerzas productivas y de la
dirección de la industria en el interés del pueblo y en beneficio de
la sociedad? Esto es todo.”
¿Pueden
los trabajadores capacitarse a ellos mismos...? No
tenía ingenuas ilusiones en cuanto a cómo la clase obrera era (o
es). Pero él propuso un objetivo diferente al de los elitistas cuya
única sabiduría consiste en señalar el atraso del pueblo y en enseñar
que siempre será así. Contra la fe en la dominación de una élite
desde arriba, Debs opuso la noción directamente contraria de la vanguardia
revolucionaria (también una minoría) a la que sus ideas empujan a
recomendar un camino más firme a la mayoría:
“Son
las minorías las que han hecho la historia de este mundo [dice en el
mitin antiguerra de 1917, por el que el gobierno de Wilson le encarceló].
Son los pocos que han tenido el coraje de ocupar su lugar al frente;
que han sido lo bastante auténticos consigo mismos para decir la
verdad que había en ellos; que se han arriesgado a oponerse al orden
establecido de cosas; que han abrazado la causa de los pobres que
sufren y luchan; que han sostenido, sin pensar en las consecuencias
personales, la causa de la libertad y de la justicia.”
El
"socialismo Debsiano" evocó una tremenda respuesta en el
corazón del pueblo, pero Debs no tuvo sucesor como tribuno del
socialismo democrático revolucionario. Tras el período de
radicalización de posguerra, el Socialist Party, por un lado, se hizo
rosáceamente respetable, y el Communist Party, por la otra, se
estalinizó. Por su parte, el liberalismo norteamericano había ido
desarrollando un proceso de "estatificación", que culminó
en los años 30 con la gran ilusión del New Deal. El sueño elitista
de una "tutela desde arriba" atrajo a todo un tipo de
liberales para los que el aristócrata rural de la Casa Blanca era lo
mismo que Bismarck para Lassalle.
El
heraldo de este tipo de gente fue Lincoln Steffens, el liberal
colectivista que (como Shaw y Georges Sorel) se sentía tan atraído
por Mussolini como por Moscú, y por las mismas razones. Upton
Sinclair, dejando el Socialist Party por ser demasiado
"sectario", lanzó su "amplio" movimiento para
"Acabar con la pobreza en California" con un manifiesto
apropiadamente titulado "Yo, Gobernador de California, y cómo yo
acabé con la pobreza" (probablemente el único manifiesto
radical con dos "yo" en el título) sobre el tema de
"socialismo desde arriba en Sacramento". Una de las figuras
típicas de ese tiempo fue Stuart Chase, que zigzagueo desde el
reformismo de la Liga por la Democracia Industrial hasta el
semifascismo de Tecnocracia. Había intelectuales estalinistas que
subliminaron su combinada admiración por Roosevelt y por Rusia,
aclamando tanto a la NRA [pieza central de la política de Roosevelt]
como a los procesos de Moscú. Otro signo de los tiempos fue Paul
Blanshard, que abandonó el Socialist Party para pasarse a Roosevelt
dando como razón que el programa de "capitalismo dirigido"
del New Deal había tomado la iniciativa en el cambio económico por
encima de los socialistas.
El
New Deal, frecuentemente bien llamado "período socialdemócrata
de América", fue también la gran aventura de los liberales y de
los socialdemócratas con el socialismo desde arriba, la utopía de
"monarquía popular" de Roosevelt. La ilusión en la
"revolución desde arriba" de Roosevelt unió al socialismo
gradualista, al liberalismo burocrático, al elitismo estalinista, y a
las ilusiones sobre el colectivismo ruso y el capitalismo
colectivizado, en un mismo paquete.
9.
Seis subtipos de socialismo desde arriba
Existen
varios diferentes estilos o corrientes del socialismo desde arriba.
Suelen estar entrelazados, pero permítasenos separar algunos de sus
aspectos más importantes para verlos más de cerca.
i)
El Filantropismo: El socialismo (o la "libertad" o cualquier cosa
semejante) debe ser otorgado, para "el bien del pueblo", por
los ricos y los poderosos, desde la bondad de sus corazones. Como el Manifiesto
Comunista planteaba, con los primeros utópicos como Robert Owen
en mente, "Para ellos el proletariado solamente existe desde el
punto de vista de ser la clase que más sufre". En
agradecimiento, los pobres oprimidos deben sobre todo guardarse de los
sinsentidos sobre la lucha de clases o la autoemancipación. Este
aspecto debe ser considerado como un caso particular de:
ii)
El Elitismo: Hemos mencionado algunos casos relativos a la convicción de
que el socialismo es asunto de una nueva minoría dominante, de
naturaleza no capitalista y por lo tanto con garantías de pureza,
imponiendo su propia dominación ya sea temporalmente (simplemente
para una época histórica), ya sea de forma permanente. En cualquier
caso, a esta nueva clase dominante se le asigna el objetivo de una
Dictadura educativa sobre las masas —para hacerles el bien,
claro—, siendo ejercida la dictadura por un partido de élite que
suprime todo control desde abajo, o por déspotas benevolentes o líderes
salvadores de algún tipo, o por los "Superhombres" de Shaw,
por manipuladores genéticos, por los gestores "anarquistas"
de Proudhon, por los tecnócratas de Saint Simon o por sus
equivalentes más modernos, utilizando términos y cortinas verbales
que permitan proclamar estas concepciones como nueva teoría social, a
diferencia del "decimonónico marxismo".
En
el otro lado, los demócratas revolucionarios partidarios del
socialismo desde abajo han sido siempre una minoría, pero el abismo
entre la perspectiva elitista y la perspectiva de vanguardia es
crucial, como hemos visto en el caso de Debs. Tanto para él como para
Marx y Luxemburgo, la función de la vanguardia revolucionaria es
impulsar a la masa mayoritaria a autocapacitarse para tomar el
poder en su propio nombre, a través de sus propias luchas. No se
trata de negar la importancia decisiva de las minorías, sino de
establecer una relación diferente entre la minoría avanzada y las más
atrasadas masas.
iii)
El Planificacionismo: Las palabras clave son Eficacia, Orden, Planificación,
Sistema y Reglamentación. El socialismo es reducido a ingeniería
social, ejecutada por un Poder sobre la sociedad. Una vez más, no se
trata ahora de negar que el socialismo efectivo requiere una
planificación global (o que la eficacia y el orden son cosas buenas);
pero la reducción del socialismo a producción planificada es algo
totalmente diferente, de la misma forma que una efectiva democracia
requiere el derecho a voto, pero la reducción de la democracia
al derecho a votar de vez en cuando es un fraude.
De
hecho, sería importante demostrar que la separación del plan y del
control democrático desde abajo convierte a la planificación misma
en una burla, pues las inmensamente complejas sociedades industriales
de hoy no pueden ser efectivamente planificadas por medio de los dictámenes
de un todopoderoso comité central, que inhibe y reprime el libre
juego de la iniciativa y de la corrección desde abajo. Ésta es, en
realidad, la contradicción básica del nuevo tipo de sistema de
explotación social representado por el colectivismo burocrático soviético.
Pero no podemos aquí seguir avanzando más con este tema.
La
sustitución del socialismo por el planificacionismo tiene una muy
larga historia, aparte de su encarnación en el mito soviético de que
"Estatalización= Socialismo", un dogma que, como ya
hemos visto, fue sistematizado primeramente por el reformismo
socialdemócrata (Bernstein y los fabianos, en particular). Durante
los años 30, la mística del "Plan", tomada en parte de la
propaganda soviética, llegó a tener gran prominencia en el ala
derecha de la socialdemocracia, con Henri de Man proclamado como su
profeta y como sucesor de Marx. De Man desapareció gradualmente de
vista y ahora está olvidado porqué cometió el error de llevar sus
teorías revisionistas primero al corporativismo y después a la
colaboración con los nazis.
Aparte
de las contrucciones teóricas, el Planificacionismo aparece en el
movimiento socialista encarnado, con mucha frecuencia, en un cierto
tipo psicológico de persona radical. En justicia, una de las primeras
descripciones de tal tipo se encuentra en The Servile State, de
Belloc, teniendo en mente a los fabianos. Este tipo, escribe Belloc:
“Ama
el ideal colectivista en sí mismo... porque es una forma de sociedad
ordenada y regulada. Le gusta considerar el ideal de un Estado en el
que la tierra y el capital se encuentra bajo el dominio de
funcionarios que ordenarán a los otros hombres y que también les
preservarán de las consecuencias de sus vicios, de su ignorancia y de
su locura... En él, la explotación del hombre no provoca indignación.
De hecho, ni la indignación ni ninguna otra pasión vital le son
familiares... [Los ojos de Belloc están aquí fijados en Sidney Webb]...
la perspectiva de una extensa burocracia bajo la que toda la vida
estaría catalogada y fijada a algunos simples esquemas... da a su
pequeño estómago una definitiva satisfacción.”
En
lo que hace a ejemplos contemporáneos con una coloración
proestalinista, pueden encontrarse muchos en las páginas de la
revista de Paul Sweezy, Monthly Review.
En
un artículo de 1930 sobre los "modelos motores del
socialismo", escrito cuando él aún pensaba ser un leninista,
Max Eastman atribuía a este tipo el estar centrado sobre "la
organización eficaz e inteligente... una verdadera pasión por el
plan... la organización competente".
Para
semejante tipo, dice Eastman, la Rusia de Stalin ejerce una fascinación:
“Es
una región que, por lo menos, merece ser disculpada en otros países,
seguramente no censurada desde el punto de vista de un sueño loco
como la emancipación de los trabajadores y, con ella, de toda la
humanidad. Para aquellos que construyeron el movimiento marxista y que
organizaron su victoria en Rusia, este loco sueño era su motivo
central. Eran, aunque algunos son ahora propensos a olvidarlo,
extremadamente rebeldes contra la opresión. Lenin quizá destacará,
cuando la conmoción provocada por sus ideas amaine, como el mayor
rebelde de la historia. Su mayor pasión era la liberación del
hombre... Si un único concepto debe escogerse para resumir el
objetivo de la lucha de clases tal y como está definido en los
escritos marxistas, y especialmente en los escritos de Lenin, su
nombre es la libertad
humana...”
Podría
añadirse que más de una vez Lenin definió las aspiraciones a una
planificación total como una "utopía burocrática".
Existe
una subdivisión dentro del Planificacionismo que se merece un nombre
propio: llamémoslo el Productivismo. Evidentemente, todos somos
partidarios de la producción, al igual que lo somos de la Virtud y de
la Buena Vida; pero para este tipo, la producción es el test decisivo
y el fin de una sociedad. El colectivismo burocrático ruso es
"progresista" a causa de las estadísticas de producción de
hierro en lingotes (este mismo tipo ignora usualmente las
impresionantes estadísticas de incremento de la producción bajo el
capitalismo nazi o japonés). Está permitido destruir o impedir el
sindicalismo libre bajo Nasser, Castro, Sukarno o Nkruma, porque hay
algo, conocido como "desarrollo económico", que es superior
a los derechos humanos. Este duro punto de vista no fue inventado por
los radicales, por supuesto, sino por los crueles explotadores del
trabajo en la Revolución Industrial capitalista; y el movimiento
socialista nació luchando encarnizadamente contra estos teóricos de
la explotación "progresista". Sin embargo, los apologistas
de los modernos regímenes autoritarios "izquierdistas"
tienden a considerar a esta vieja doctrina como la más nueva revelación
de la sociología.
iv)
El "Comunionismo": En su artículo de 1930, Max Eastman designó a esto
el "modelo de unión fraternal" de "socialistas
gregarios o de solidaridad humana...deseosos de solidaridad humana,
con una mezcla de misticismo religioso y de gregarismo animal".
Esto no debe confundirse con la idea de solidaridad en las huelgas,
etc. y tampoco debe identificarse necesariamente con lo que se llama
camaradería en el movimiento socialista o el "sentido de
comunidad" en cualquier otro lugar. Su contenido específico,
como dice Eastman, es "la búsqueda de la submersión en una
Totalidad, buscando perderse uno mismo en el seno de un sustituto de
Dios".
Eastman
se refiere en esas líneas al escritor del Communist Party, Mike Gold;
otro ejemplo excelente es el de Harry F. Ward, el religioso compañero
de viaje del Communist Party, cuyos libros teorizan este tipo de
anhelo "oceánico" por despojarse de la propia
individualidad. Los cuadernos del escritor norteamericano Bellamy
revelan en él un caso clásico: escribe sobre la nostalgia "por
la absorción en la gran omnipotencia del universo"; su
"Religión de la Solidaridad" refleja su desconfianza en el
individualismo de la personalidad, su deseo de disolver el Yo en
comunión con algo superior.
Esta
deformación es muy prominente en algunos de los más autoritarios
partidarios del socialismo desde arriba, y no es raro encontrarla en
casos más moderados, como los elitistas filantrópicos de opiniones
socialistas cristianas. Naturalmente, este tipo de socialismo "comunionista"
es siempre proclamado como un "socialismo ético" y alabado
por su horror a la lucha de clases; no debe haber conflictos dentro de
una colmena. Este tipo tiende a contraponer "colectivismo" a
"individualismo" (una falsa oposición desde un punto de
vista humanista), pero lo que realmente impugna es la
individualidad.
v)
El Penetracionismo: El socialismo desde arriba tiene muchas variedades
por la simple razón de que hay siempre muchas alternativas a la
automovilización de las masas desde abajo; pero los casos discutidos
tienden a dividirse en dos familias.
Una
de ellas tiene la perspectiva de derrocar a la actual sociedad
jerárquica capitalista, para reemplazarla por un nuevo tipo no
capitalista de sociedad jerárquica, basada en un nuevo tipo de élite
y de clase dominante (estas variantes son normalmente etiquetadas como
"revolucionarias" en las historias del socialismo). La otra
tiene la perspectiva de penetrar en los centros de poder de la
sociedad existente, para metamorfosearla —gradualmente,
inevitablemente— en un colectivismo estatalizado, tal vez al modo en
que, molécula a molécula, la madera se petrifica en ágata. Este es
el estigma característico de las variedades reformistas, socialdemócratas,
del socialismo desde arriba.
El
propio término de penetracionismo fue inventado como autodescripción
de aquellos que hemos llamado la "más pura" variedad de
reformismo nunca visto, el fabianismo de Sidney Webb. Todo el
penetracionismo socialdemócrata está basado en una teoría de inevitabilidad
mecánica: la inevitable autocolectivización del capitalismo desde
arriba, que es igualada al socialismo. La presión desde abajo (cuando
ésta es considerada admisible) puede acelerar y conducir el proceso,
con la condición de que permanezca bajo control para evitar asustar a
los autocolectivizadores. Por tanto, los penetracionistas socialdemócratas
no están solamente deseoso, sino ansiosos, de "unirse al
establishment" en vez de luchar contra él, en la medida en que
su capacidad se lo permita, ya sea como manobras o como ministros.
Característicamente, la función que dan al movimiento desde abajo
es, fundamentalmente, la de chantajear a los poderes dominantes, para
que éstos les paguen con tales oportunidades de penetración.
La
tendencia hacia la colectivización del capitalismo es en verdad una
realidad: como hemos visto, eso significa la colectivización burocrática
del capitalismo. En la medida en que este proceso ha avanzado, los
socialdemócratas contemporáneos han sufrido también una
metamorfosis. Hoy, el principal teórico de este neorreformismo, C.A.R.
Crosland, denuncia como "extremista" la blanda declaración
en favor de las nacionalizaciones que fue originariamente escrita en
el programa del laborismo británico ¡nada menos que por Sidney Webb
(con Arthur Henderson)! La gran cantidad de socialdemocracias
continentales que han purgado ahora sus programas de todo contenido
específicamente anticapitalista —un destacado nuevo fenómeno en la
historia socialista— refleja el grado en el que el desarrollo del
proceso de colectivización burocrática se acepta como una entrega a
plazos de "socialismo" petrificado.
Esto
es el penetracionismo como gran estrategia. Lleva, por supuesto, al
penetracionismo como táctica política, un tema que aquí no podemos
desarrollar más allá de mencionar su más importante forma actual en
Estados Unidos: la política de apoyo al partido Demócrata y la lib-lab
(liberal/laboral) coalición alrededor del "Consenso Johnson",
sus predecesores y sus sucesores.
La
distinción entre estas dos "familias" de socialismo desde
arriba es válida para socialismos caseros, desde Babeuf hasta
Harold Wilson; es decir, aquellos casos en los que la base social de
la corriente socialista dada se encuentra dentro del sistema
nacional, sea la aristocracia obrera o sea elementos desclasados o
cualquier otra. El caso es algo diferente para los "socialismo
desde fuera" representados por los modernos partidos comunistas,
cuya estrategia y táctica depende en último análisis de un poder
cuya base es externa a cualquiera de los estratos sociales domésticos;
esto es, de las clases dominantes burocrático-colectivistas del Este.
Los
partidos comunistas se han mostrado especialmente diferentes a
cualquier tipo de movimiento casero por su capacidad para alternar
o combinar tanto el oposicionismo "revolucionario" como
las tácticas penetracionistas, según su conveniencia. Así el
American Communist Party oscilaría desde su aventurero y
ultraizquierdista "Tercer Período" de 1928-34 hasta el
ultrapenetracionista período del Frente Popular, volviendo a un
incendiario "revolucionarismo" durante el período del pacto
Hitler-Stalin, y así sucesivamente, siguiendo las idas y venidas de
la guerra fría, combinando ambas tácticas en diversos grados. Con la
escisión de la corriente comunista entre las líneas de Moscú y Pekín,
los "jruschovianos" y los maoístas tienden a encarnar cada
uno de ellos una de las dos tácticas que anteriormente alternaban.
Frecuentemente,
por tanto, el partido comunista oficial y los socialdemócratas
tienden a converger en la política de penetracionismo, aunque desde
los ángulos de diferentes socialismos desde arriba.
vi)
El socialismo desde fuera: Las precedentes variedades del socialismo desde
arriba miran hacia las cumbres de la sociedad. Ahora trataremos el
caso en el que las expectativas de socorro se depositan en el
exterior.
El
culto a los platillos volantes es una forma patológica del mesianismo
más tradicional, en el que "fuera" significa fuera de este
mundo; pero, en este caso, "fuera" significa fuera de la
lucha social en el propio país. Para los comunistas de Europa del
Este después de la II Guerra Mundial, el Nuevo Orden tenía que ser
importado por las bayonetas rusas; para los socialdemócratas alemanes
en el exilio, la liberación de su propio pueblo sólo era imaginable
gracias a la victoria militar extranjera.
En
tiempo de paz, este tipo se presenta bajo la variedad del socialismo
por modelo ejemplar. Éste era, evidentemente, el método de los
viejos utópicos, que construían sus colonias modelo en apartadas
tierras de EEUU para demostrar la superioridad de su sistema y
convertir a los no creyentes. Hoy, este sustituto de la propia lucha
social se está convirtiendo, cada vez más, en la esperanza esencial
del movimiento comunista en Occidente.
El
modelo ejemplar es Rusia (o China, para los maoístas); y, aunque es
difícil hacer la suerte de los proletarios rusos semiatractiva a los
trabajadores de Occidente, incluso con una generosa dosis de mentiras,
existen otros dos enfoques con más posibilidades de éxito:
a)
La posición relativamente privilegiada de los ejecutivos, burócratas
e intelectuales-lacayos dentro del sistema colectivista ruso puede ser
contrastada con la situación en Occidente, donde estos mismos
elementos están subordinados a los propietarios de capital y a los
que manipulan la riqueza. Aquí, el atractivo del sistema soviético
de economía estatalizada coincide con el alcanzado históricamente
por los socialismos de clase media: a los elementos disconformes entre
los intelectuales, los técnicos, los científicos, los burócratas
administradores y los hombres de organización de diferente especie,
que pueden identificarse más fácilmente con una nueva clase
dominante basada en el poder del estado en vez de en el poder del
dinero y de la propiedad, y que, por ello, se ven a sí mismos como
los nuevos hombres del poder en un sistema, no capitalista, pero
elitista.
b)
Mientras los partidos comunistas oficiales están obligados a mantener
la máscara de la ortodoxia en relación a algo llamado "marxismo
leninismo", es más frecuente que algunos teóricos serios del
neoestalinismo que no están atados al partido se encuentren libres de
la necesidad de fingir. Uno de sus desarrollos es el abandono abierto
a cualquier perspectiva de victoria a través de la lucha social
dentro de los países capitalistas. La "revolución mundial"
es igualada simplemente con la demostración por los estados
comunistas de que su sistema es superior. Esto ha sido ya expresado en
forma de tesis por los principales teóricos del neoestalinismo, Paul
Sweezy e Isaac Deutscher.
El
Monopoly Capitalism (1966) de Baran y Sweezy rechaza
terminantemente "la respuesta de la tradicional ortodoxia
marxista: que el proletariado industrial debe, al fin y al cabo,
sublevarse en una revolución contra sus opresores capitalistas".
Lo mismo dicen para los demás grupos desfavorecidos de la sociedad
—desempleados, campesinos, las masas de los guetos, etc—, ya que
no pueden "constituir una fuerza coherente en la sociedad".
Esto
no deja salida: el capitalismo no puede ser cambiado efectivamente
desde dentro. ¿Cómo entonces? Algún día, explican los autores en
su última página, "quizá no en el presente siglo", la
gente se desilusionará con el capitalismo, "cuando la revolución
mundial se extienda y cuando los países socialistas muestren con
su ejemplo que es posible" construir una sociedad racional [énfasis
añadido]. Esto es todo. Así, las frases marxistas llenando las otras
366 páginas de este ensayo se reducen simplemente a un conjuro como
la lectura del Sermón de la Montaña en la catedral de San Patricio.
La
misma perspectiva se presenta, menos abruptamente, por un escritor más
dado a circunloquios, en The Great Contest de Deutscher.
Deutscher transmite la nueva teoría soviética de "que el
capitalismo occidental sucumbirá no tanto —o, al menos, no
directamente— a causa de sus propias crisis y contradicciones
inherentes a él, como a causa de su incapacidad para competir con los
logros del socialismo [esto es, los estados comunistas]"; y después,
dice: "Debe decirse que esto reemplaza en cierta medida a la
perspectiva marxista de la revolución permanente". Aquí nos
encontramos con una teorización racional de lo que durante largo
tiempo ha sido la práctica del movimiento comunista en Occidente:
actuar como guardia de fronteras y como cobertura para la competencia,
el sistema rival del Este. Sobre todo, la perspectiva del socialismo
desde abajo es tan ajena a estos profesores del colectivismo burocrático
como a los apologistas del capitalismo en las academias
norteamericanas.
Este
tipo de ideología neoestalinista es frecuentemente crítica con el
actual régimen soviético. Un buen ejemplo de ello es Deutscher, que
está tan lejos como sea posible de ser un apologista acrítico de
Moscú del tipo de los comunistas oficiales. Hay que considerarles
como penetracionistas con respecto al colectivismo burocrático.
Lo que se ve como un "socialismo desde fuera" desde el mundo
capitalista, es una especie de fabianismo visto desde dentro del ámbito
del sistema comunista. En este contexto, el cambio únicamente desde
arriba es un firme principio de estos teóricos, como lo era para
Sidney Webb. Esto quedó demostrado, "inter alia", por
la hostil reacción de Deutscher a la revuelta de 1953 en Alemania
Oriental y a la revolución húngara de 1956, por el ya clásico
motivo de que tales sublevaciones desde abajo podrían asustar al
"establishment" soviético y apartarle de su curso de
"liberalización" por la Inevitabilidad de la Gradualidad.
10.
¿De qué lado estás?
Desde
el punto de vista de los intelectuales que tienen elección de qué
papel jugar en la lucha social, la perspectiva del socialismo desde
abajo ha sido históricamente poco atractiva. Incluso dentro del
movimiento socialista, ha tenido pocos partidarios consistentes y no
muchos más de inconsistentes. Fuera del movimiento socialista,
naturalmente, la línea típica es que tales ideas son visionarias,
impracticables, irrealistas, "utópicas"; tal vez
idealistas, pero quijotescas. Las masas populares son congénitamente
estúpidas, corruptas, apáticas y generalmente inútiles; los cambios
progresistas deben proceder de "Gente Superior" semejantes
—por casualidad— al intelectual que expresa estos sentimientos.
Todo esto se traduce teóricamente a una Ley de Hierro de la Oligarquía
o a una ley de lata del elitismo, de una manera u otra implicando una
teoría cruda de la inevitabilidad del cambio únicamente desde
arriba.
Sin
pretender repasar en unas pocas palabras los argumentos a favor y en
contra de esta omnipresente opinión, podemos notar el papel social
que juega, como el rito autojustificatorio de los elitistas. En
tiempos "normales", cuando las masas no están en
movimiento, la teoría simplemente requiere señalar esto con
desprecio, mientras que toda la historia de revolución y de las
sublevaciones sociales es simplemente descalificada como obsoleta.
Pero los repetidos disturbios sociales y sublevaciones
revolucionarias, definidos precisamente por la intrusión en la
historia de las antes inactivas masas, y característicos de periodos
en los que el cambio social fundamental está puesto al orden del día,
son exactamente tan "normales" en la historia como los
intermedios períodos de conservadurismo. Cuando el teórico elitista
tiene que abandonar, por consiguiente, la postura de científico
observador que se limitaba a predecir que la masa de la gente
continuará siempre en reposo, cuando se le enfrenta la realidad
opuesta de unas masas revolucionarias intentando subvertir la
estructura de poder, entonces es típico que no tiene reparos en pasar
a otra senda muy diferente: la denuncia de la intervención de las
masas como mala en sí misma.
El
hecho es que, para el intelectual, la elección entre socialismo desde
arriba y socialismo desde abajo, es básicamente una opción moral,
mientras que para las masas trabajadoras que no tienen alternativa
social es una cuestión de necesidad. El intelectual puede tener la
opción de "unirse al establishment", cuando los
trabajadores no la tienen; lo mismo ocurre con los dirigentes
sindicales, que, al elevarse por encima de su clase, disponen
igualmente de una posibilidad de elección que antes no tenían. La
presión para adecuarse a las costumbres de la clase dominante, la
presión para el aburguesamiento, son proporcionales al grado en que
se debilitan los lazos personales y organizativos con la base. No es
difícil para un intelectual o para un jefe sindical burocratizado
convencerse a sí mismo de que la penetración en el poder existente y
la adaptación a él son el camino más astuto, cuando (por
casualidad) también permite compartir las ventajas de la influencia y
de la opulencia.
Es
un hecho irónico, por consiguiente, que la "Ley de Hierro de la
Oligarquía" sea ferrea principalmente por los elementos
intelectuales de los que proviene. En tanto que estrato social (eso
es, dejando aparte individuos excepcionales) los intelectuales no han
sido nunca conocidos por levantarse contra el poder establecido en la
forma en que la moderna clase obrera lo ha hecho una y otra vez en su
relativamente breve historia. Actuando típicamente como los lacayos
ideológicos de los amos establecidos de la sociedad, el sector de las
clases medias no propietarias, dedicado al trabajo intelectual, se
encuentra, a pesar de todo y al mismo tiempo, movido al descontento y
al mal humor por el trato recibido. Como muchos otros sirvientes, este
Admirable Crichton piensa "soy mejor que mi amo, y si las cosas
fuesen diferentes ya veríamos quien se arrodillaría". Más que
nunca en nuestro día, cuando el crédito del sistema capitalista se
desintegra en todo el mundo, él sueña fácilmente con una forma de
sociedad en la que puede actuar a su gusto, en la que mande el Cerebro
y no las manos ni la riqueza; en la que él y sus similares serían
liberados de la presión de la Propiedad a través de la eliminación
del capitalismo, y liberados de la presión de las masas gracias a la
eliminación de la democracia.
Tampoco
es necesario que su sueño vaya muy lejos, porque existen versiones de
ese tipo de sociedad ante sus ojos, en los colectivismos del Este.
Incluso cuando rechaza estas versiones, por diversas razones, entre
ellas la Guerra fría, puede teorizar su propia versión de un
"buen" tipo de colectivismo burocrático, llamado en los
EE.UU. "meritocracia", "managerismo",
"industrialismo" o cualquier otra cosa que se quiera; o
"socialismo africano" en Ghana y "socialismo árabe"
en El Cairo; o muchos otros tipos de socialismo en otros lugares del
mundo.
La
naturaleza de la elección entre socialismo desde arriba y socialismo
desde abajo se ve más claramente en lo que se refiere a una cuestión
sobre la que existe un considerable grado de acuerdo entre los
intelectuales liberales, socialdemócratas y estalinistas de hoy. Se
trata de la supuesta inevitabilidad de dictaduras autoritarias
(despotismos benevolentes) en los nuevos estados que se desarrollan,
particularmente, en África y Asia —Nkruma, Nasser, Sukarno y
otros—, dictadores que destruyen a los sindicatos independientes y a
toda la oposición política, organizando la explotación del trabajo
con el propósito de maximizarla, chupándoles la sangre a las masas
trabajadoras para extraer el suficiente capital para acelerar la
industrialización al ritmo que los nuevos amos desean. De esta forma,
en una medida sin precedentes, círculos "progresistas" que
en otra ocasión hubieran protestado contra cualquier injusticia, se
han convertido en apologetas de cualquier autoritarismo que sea
considerado como no capitalista.
Aparte
de las razones de determinismo económico usualmente dadas para esta
posición, hay dos aspectos de la cuestión que echan luz sobre lo que
verdaderamente está en juego:
a)
El argumento económico para la dictadura, que pretende demostrar la
necesidad de una industrialización "a matacaballo", es sin
duda alguna de mucho peso para los nuevos amos burocráticos —que
significativamente no escatiman en sus propios ingresos y
engrandecimiento—, pero es incapaz de convencer al trabajador
situado abajo del todo de que él y su familia deben inclinarse ante
la superexplotación y el superesfuerzo durante algunas generaciones,
en aras de la rápida acumulación de capital. (De hecho, es por esto
por lo que la industrialización "a matacaballo" exige
controles dictatoriales).
El
argumento económico-determinista es la racionalización del punto de
vista de una clase dominante; tiene sentido humano solamente desde tal
punto de vista, el cual, evidentemente, pretende siempre identificarse
con las necesidades de la "sociedad". Es de igualmente buen
sentido que los trabajadores que ocupan los últimos peldaños de la
sociedad deben oponerse a esta superexplotación para defender su
elemental dignidad humana y su bienestar. Así ocurrió durante la
Revolución Industrial, cuando los "nuevos países en
desarrollo" estaban en Europa.
No
se trata de una simple cuestión de argumentos técnicos y económicos,
sino de lados diferentes en la lucha de clases. La pregunta es: ¿De
qué lado estás?
b)
Se argumenta que las masas populares en estos países están demasiado
atrasadas para controlar la sociedad y su gobierno; y esto es, sin
duda, verdad, y no únicamente allí. ¿Pero qué se deduce de eso? ¿Cómo
consigue un pueblo o una clase capacitarse para gobernar en su propio
nombre?
Únicamente
por medio de la lucha para conseguirlo. Únicamente librando su lucha
contra la opresión: la opresión ejercida por aquellos que les dicen
que no están capacitados para gobernar. Únicamente luchando por el
poder democrático se educarán a sí mismos y se alzarán hasta el
nivel en el que serán capaces de ejercer este poder. Nunca ha habido
otro camino para ninguna clase.
Aunque
hemos considerado una particular línea apologética, los dos puntos
señalados se aplican de hecho a todo el mundo, en cada país,
avanzando o desarrollado, capitalista o estalinista. Cuando las
manifestaciones y boicoteos de los negros del Sur de los EEUU ponían
en aprieto al Presidente Johnson de cara a las elecciones, la pregunta
era: ¿De qué lado estás? Cuando el pueblo húngaro se
revelaba contra el invasor ruso, la pregunta era: ¿De qué lado
estás? Cuando el pueblo argelino luchaba por su liberación
contra el gobierno "socialista" de Guy Mollet, la pregunta
era: ¿De qué lado estás? Cuando Cuba fue invadida por los títeres
de Washington, la pregunta era: ¿De qué lado estás? y cuando
los sindicatos cubanos son sojuzgados por los comisarios de la
dictadura, la pregunta es también:
¿De qué lado estás?
Desde el comienzo de la
sociedad, han existido un sinfín de teorías "probando" que
la tiranía es inevitable y que la libertad en democracia es
imposible; no hay otra ideología más conveniente para una clase
dominante y para sus intelectuales lacayos. Se trata de predicciones
autosatisfechas, ya que ellas solamente son ciertas mientras son
tomadas como ciertas. En último análisis, el único camino de
demostrar su falsedad es la lucha misma. Esta lucha desde abajo nunca
ha sido detenida por las teorías desde arriba, y ha cambiado el mundo
una y otra vez. Escoger cualquiera de las formas del socialismo desde
arriba es mirar hacia atrás, al viejo mundo, a la "vieja mierda".
Escoger el camino del socialismo desde abajo es afirmar el comienzo de
un nuevo mundo.
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