Georg
Lukacs
Lenin:
La coherencia de su pensamiento (1924)
Capítulo 2 - El
proletariado como clase dominante
Lo insostenible de la
situación rusa se reveló mucho tiempo antes del verdadero desarrollo
del capitalismo, mucho tiempo antes de la aparición de un
proletariado industrial. La disolución del feudalismo agrario y la
descomposición del absolutismo burocrático no sólo eran desde hacía
ya mucho tiempo hechos innegables de la realidad rusa, sino que habían
dado origen, además -en la agitación campesina y en el aliento
revolucionario de la llamada intelectualidad déclassée-, a capas
sociales que se alzaban periódicamente contra el zarismo, aun cuando
de modo oscuro, confuso y meramente elemental.
Es evidente que el
desarrollo del capitalismo -por muy ocultos que tanto el hecho en sí
como su importancia quedaran incluso ante los ojos más penetrantes-
no podía menos de aumentar considerablemente esta conmoción objetiva
y sus consecuencias ideológico-revolucionarías. En la segunda mitad
del siglo XIX fue viéndose con claridad creciente que Rusia, todavía
en 1848 el más seguro baluarte de la reacción europea, caminaba
progresivamente hacia una revolución. ¿Qué carácter tendría ésta?
¿Qué clase iba a desempeñar en ella el papel dirigente? He aquí
los únicos interrogantes, estrechamente relacionados entre sí, de la
cuestión.
No hace falta subrayar
que las primeras generaciones de revolucionarios se plantearon estos
problemas de manera harto confusa. En los grupos que se alzaban contra
el zarismo veían ante todo un conjunto unitario: el pueblo. La división
entre intelectuales y obreros no podía, en última instancia, pasar
inadvertida ni siquiera en este estadio del proceso, pero carecía de
peso decisivo, ya que el "pueblo" aún no estaba en
condiciones de ofrecer un carácter suficientemente pronunciado como
clase y de entre los intelectuales sólo los revolucionarios sinceros
se habían adherido al movimiento, revolucionarios conscientes, sin
ninguna vacilación en lo concerniente a su deber primordial:
integrarse en el "pueblo" y ponerse al exclusivo servicio de
sus intereses.
De todos modos, la
evolución europea no podía menos de influir de alguna manera,
incluso en esta etapa del movimiento revolucionario, sobre el curso de
los acontecimientos y, en consecuencia, sobre la perspectiva histórica
desde la cual efectuaban los revolucionarios su valoración de
aquellos. En este punto no podía menos de plantearse una cuestión
ineludible: la evolución europea, es decir, la evolución
capitalista, ¿constituía también el destino inexorable de Rusia? ¿Había
de pasar Rusia también por el infierno del capitalismo para encontrar
su salvación en el socialismo? ¿O iba a ser más bien capaz de
saltar por encima de estas etapas evolutivas, en virtud de la
especificidad original de su situación y de las comunas campesinas aún
existentes en el país, encontrando directamente el camino del
comunismo evolucionado a través del comunismo primitivo?
La respuesta no era
entonces tan evidente como puede parecérnoslo hoy. He aquí cómo el
propio Engels respondía en 1882 a esta cuestión: si una revolución
en Rusia desencadenase al mismo tiempo una revolución proletaria en
Europa, "la actual propiedad comunitaria rusa podría constituir
el punto de partida de una evolución comunista".1
No es este el lugar más
adecuado para describir, ni siquiera por vía de esbozo, la historia
de las luchas teóricas en torno a esta cuestión. Ocurre, tan sólo,
que hemos tenido que escoger este problema como punto de partida de
nuestro trabajo precisamente porque con él se planteó para Rusia la
cuestión de la clase dirigente de la evolución en ciernes. Porque es
evidente que el reconocimiento de la comuna campesina como punto de
partida y fundamento económico de la revolución ha de convertir a
los campesinos en la clase rectora de la transformación social.
Paralelamente a la
diferencia existente entre esta base social y económica de la
revolución rusa y de la de Europa, aquélla habría de procurarse
también una fundamentación teórica distinta, una fundamentación
heterogénea respecto del materialismo histórico, que no es, en
definitiva, sino la expresión conceptual del necesario tránsito del
capitalismo al socialismo que la sociedad realizaba o la dirección de
la clase obrera. De manera, pues, que tanto el debate en torno a si
Rusia está en condiciones de culminar un desarrollo de tipo
capitalista, es decir, en torno a si el capitalismo puede o no
desarrollarse en Rusia, como la controversia científico-metodológica
sobre si el materialismo histórico puede ser, en definitiva,
considerado como una teoría de la evolución social con validez
universal, y la discusión, por último, acerca de la clase social
llamada a convertirse en el verdadero motor de la revolución rusa,
giran, indiscutiblemente, en torno al mismo problema. No son todas
ellas sino formas ideológicas de expresión de la evolución del
proletariado ruso: momentos del desarrollo de su autonomía ideológica
(y su autonomía, en cuestiones de táctica y organización, etc.)
respecto de las otras clases sociales.
Se trata de un penoso y
largo proceso que todo movimiento obrero ha de vencer. En este caso únicamente
son específicamente rusos los problemas particulares en los que el
carácter específico de la situación de clase y de los intereses de
clase del proletariado tienen una especial importancia. (En Alemania,
durante el período de Lasalle, Bebel y Schweitzer la clase obrera se
encontraba en este mismo estadio, siendo a este respecto la unidad
alemana un problema de decisiva importancia.)
Ahora bien, estos
problemas locales, de carácter particular, han de ser verdaderamente
solucionados, precisamente como tales, si el proletariado pretende
alcanzar autonomía de acción. La mejor formación teórica, si se
limita a lo general, no sirve aquí de nada; si quiere tener eficacia
práctica, ha de traducirse en la solución, precisamente, de estos
problemas particulares. (Así, por ejemplo, el ardiente
internacionalista Wilhelm Liebknecht, discípulo inmediato de Marx,
tarda mucho más en tomar la decisión justa en este tipo de
problemas, y lo hace, por otra parte, con bastante menos seguridad que
los seguidores de Lasalle2 mucho más confusos, por el contrario, en
el plano puramente teórico).
En esta ocasión es
también específicamente ruso el hecho de que esta lucha teórica por
la autonomía del proletariado, por el conocimiento de su papel
dirigente en la revolución ascendente no haya encontrado en parte
alguna una solución tan clara y precisa como la que encontró en
Rusia. De tal modo que el proletariado ruso se ahorró, en buena
medida, las vacilaciones y retrocesos que podemos encontrar en todos
los países desarrollados (y no precisamente en las conquistas de la
lucha de clases, en la que son inevitables, sino en la claridad teórica
y en la seguridad táctico-organizativa del movimiento obrero). Dicho
proletariado pudo -al menos en su capa más consciente- desarrollarse
teórica y organizativamente de manera clara y rectilínea, del mismo
modo que su situación objetiva de clase se desarrolló a partir de
las fuerzas económicas del capitalismo ruso.
Lenin no ha sido el
primero en emprender esta lucha. Pero sí ha sido el único en pensar
todas estas cuestiones de manera radical, llevándolas hasta el final,
el único que puso radicalmente en práctica sus puntos de vista teóricos.
Lenin era tan sólo uno
de los portavoces teóricos en la lucha contra el socialismo ruso autóctono,
contra los narodniki.3 Lo cual no es difícil de comprender, ya que su
lucha teórica tenía como objeto demostrar el papel dirigente del
proletariado en el inmediato porvenir ruso. Pero como la vía y los
medios de esta discusión no podían consistir sino en probar que el
curso evolutivo típico del capitalismo trazado por Marx (la acumulación
primitiva) era válido también para Rusia, es decir, probando que en
Rusia podía y tenía que surgir un capitalismo perfectamente
definido, este debate debía poner -pasajeramente- en un mismo terreno
a los portavoces de la lucha dé clases proletaria y a los ideólogos
del capitalismo ruso naciente.
La diferenciación teórica
del proletariado respecto de la masa general del "pueblo" no
conllevó en modo alguno el conocimiento y la aceptación de su
autonomía, de su papel dirigente. Todo lo contrario. La simple
consecuencia mecánica y no dialéctica de la prueba de que las
tendencias evolutivas de la vida económica rusa caminaban hacia el
capitalismo, parece, en última instancia, la total aceptación de
esta realidad, una estimulación, incluso, de su advenimiento. Y, sin
duda, no sólo para la burguesía liberal, cuya ideología
transitoriamente "marxista" resulta comprensible si se
piensa que el marxismo es la única teoría económica que muestra la
necesaria génesis del capitalismo a partir de la descomposición del
mundo precapitalista.
Esta coincidencia ha de
parecerles tanto más necesaria a todos los marxistas
"proletarios" que conciben el marxismo de manera mecánica y
no dialéctica. Unos marxistas que no comprenden -a diferencia de Marx,
que lo aprendió de Hegel, liberándolo de toda mitología y todo
idealismo y haciéndolo entrar así en su teoría- que el
reconocimiento de la real existencia de un hecho o tendencia no
implica en modo alguno que éstos deban ser reconocidos como realidad
determinante de nuestra acción.
El deber sagrado de
todo marxista no puede ser otro que mirar los hechos de frente, sin
alimentar ilusión alguna respecto de ellos, en la medida,
precisamente, en que para todo marxista verdadero ha de haber siempre
algo más verdadero y, en consecuencia, más importante que los hechos
o tendencias aislados: la realidad del proceso general, la totalidad
de la evolución social. De ahí las siguientes palabras de Lenin:
"Lo propio de la burguesía es crear e impulsar trusts, enviar
mujeres y niños a las fábricas, arruinarlos en ellas, gastarlos y
hundirlos en la mayor de las miserias. Nosotros no
"reclamamos" una evolución de este tipo, no nos
"adherimos" a ella; por el contrario, la combatimos. Pero,
¿cómo la combatimos? Sabemos que los trusts y el trabajo de las
mujeres en las fábricas representan un progreso. No queremos
retroceder al artesanado, a un capitalismo no monopolista y al trabajo
de las mujeres en el hogar. iNuestro deseo es ir a través de los
trusts y más allá de ellos hacia el socialismo!".
Con esto queda claro el
sentido de la solución leninista a todo este conjunto de problemas. Y
de ello se desprende que el reconocimiento de la necesidad de un
desarrollo capitalista en Rusia y el progreso histórico a él ligado,
en modo alguno significa que el proletariado deba cooperar a esta
evolución prestándole su apoyo. Basta con que le dé la bienvenida,
ya que sólo esta evolución prepara el terreno para el advenimiento
del proletariado como factor decisivo de poder. Pero también debe
saludarlo como condición previa, como supuesto básico de su propia
lucha despiadada contra el verdadero agente de esta evolución: la
burguesía.
Unicamente esta
concepción dialéctica de las tendencias histórico-evolutivas crea
el marco teórico para la aparición del proletariado como fuerza autónoma
en la lucha de clases. Porque si se acepta la necesidad de una evolución
capitalista en Rusia sin más, como hicieron los precursores de la
lucha ideológica de la burguesía rusa, primero, y los mencheviques,4
después, se llega a la conclusión de que Rusia tiene, ante todo, que
completar su evolución capitalista. El agente de esta evolución es
la burguesía, únicamente cuando esta evolución esté ya muy
avanzada y la burguesía haya barrido los restos políticos y económicos
del feudalismo, poniendo en marcha en su lugar un país moderno,
capitalista, democrático, etc., podrá comenzar la lucha de clases
del proletariado como tal fuerza autónoma.
La prematura irrupción
de un proletariado con unos objetivos clasistas definidos no sólo sería
inútil, dado que el proletariado apenas cuenta como factor de poder
autónomo en esta lucha entre burguesía y zarismo, sino funesto para
los intereses mismos del proletariado, ya que asusta a la burguesía,
debilita su combatividad frente al zarismo y la arroja directamente a
los brazos de éste. De manera, pues, que -por el momento- el
proletariado únicamente entra en juego como fuerza auxiliar de la
burguesía progresista en su lucha por una Rusia moderna.
Está de todo punto
claro -por mucho que no fuera suficientemente dilucidado en las
discusiones de entonces- que el problema de la actualidad de la
revolución estaba en la raíz misma de toda esta controversia, que
para todos aquellos protagonistas de la discusión que de manera más
o menos consciente eran ideólogos de la burguesía, los caminos se
bifurcaban en una disyuntiva muy concreta: aceptar el hecho
revolucionario como problema actual, como un verdadero problema del día
para el movimiento obrero o considerarlo como un "objetivo
final" más bien lejano, no llamado a ejercer una influencia
determinante sobre las decisiones del momento.
Es, por supuesto, más
que dudoso que el punto de vista menchevique, aun cuando fuera posible
asentir a la validez de su perspectiva histórica, le resultara
aceptable al proletariado. Cabe preguntarse asimismo, si semejante
postura de adhesión a la burguesía no podría oscurecer de tal modo
la conciencia de clase del proletariado, que su desgajamiento de ella
(es decir, una acción autónoma del proletariado en un momento histórico
adecuado para tal cosa, incluso a los ojos de la teoría menchevique)
acabara siendo ideológicamente imposible o tropezara, en todo caso,
con graves dificultades. (Piénsese en el movimiento obrero inglés).
Evidentemente, esta hipótesis
es ociosa en la práctica. Porque la dialéctica de la historia, que
los oportunistas intentan alejar del marxismo, sigue operando
eficazmente en ellos -contra su propia voluntad-; los arroja al campo
de la burguesía, y el momento histórico para la irrupción autónoma
del proletariado va, en su opinión, alejándose progresivamente,
relegado a una lejanía nebulosa, a un futuro irrealizable.
La historia ha dado la
razón a Lenin y a los escasos heraldos de la actualidad de la
revolución. La alianza con la burguesía progresista, que ya en la época
de las luchas por la unidad alemana se había revelado como una ilusión,
únicamente hubiera sido fecunda en el caso de que al proletariado le
hubiera sido posible, como clase, seguir a la burguesía hasta,
incluso, en su alianza con el zarismo. Porque de la actualidad de la
revolución se deduce que la burguesía ha dejado de ser una clase
revolucionaria.
El proceso económico
que ha protagonizado y del que ha sido la primera en beneficiarse
constituye, sin duda, un progreso frente al absolutismo y al
feudalismo. Pero este carácter progresista de la burguesía se ha
vuelto a su vez dialéctico. Es decir, que el vínculo entre las
condiciones económicas que posibilitan la existencia de la burguesía
y los postulados de la democracia política, del estado de derecho,
etc. (que fueron realizados, aunque sólo parcialmente, por la Gran
Revolución Francesa sobre las ruinas del absolutismo feudal), se ha
aflojado.
La cada vez más
inminente revolución proletaria hace por un lado posible una alianza
entre la burguesía y el absolutismo feudal que garantice las
condiciones económicas de vida y el proceso de expansión de la
burguesía, permitiendo, al mismo tiempo, la subsistencia del
predominio político de las viejas potencias. Por otro, la burguesía,
que de este modo decae ideológicamente, cede a la revolución
proletaria la realización de sus antiguas reivindicaciones de tipo
revolucionario.
Por muy problemática
que sea esta alianza entre la burguesía y las viejas potencias, en la
medida en que no es una alianza de clase basada en una positiva
identidad de intereses, sino tan sólo un compromiso motivado por el
común temor a una calamidad superior, no deja de ser, de todos modos,
un hecho nuevo e importante. Un hecho frente al cual la
"prueba" mecánica y esquemática del "necesario vínculo"
entre evolución capitalista y democracia se revela como una auténtica
e irremediable ilusión.
Como ha dicho Lenin,
"la democracia política no es, en términos generales, sino una
de las formas posibles (aún cuando teóricamente no deje de ser la
normal para el capitalismo "puro") de las superestructuras
del capitalismo. Como los hechos lo demuestran, el capitalismo y el
imperialismo se desarrollan bajo cualquier forma política, a la que
pueden subordinarse perfectamente".
En Rusia en especial,
este rápido viraje de la burguesía de una -aparente- oposición
radical a un apoyo del zarismo ha de ser explicado en lo esencial por
el hecho de que el capitalismo (que en Rusia no había tenido un
desarrollo "orgánico", habiendo sido, por el contrario,
simplemente transplantado al país), mostrara ya desde sus comienzos
un fuerte carácter monopolista (preponderancia de las grandes
empresas, papel importante del capital financiero, etc.). De lo que se
desprende que la burguesía era un estrato social numéricamente más
reducido y socialmente más débil que en otros países con un
desarrollo capitalista de superior carácter "orgánico".
Pero de tal hecho no
deja de desprenderse también la creación real, en las grandes
empresas, de la base material para la evolución de un proletariado
revolucionario, una base creada en un tiempo mucho más breve de lo
que la esquemática interpretación del ritmo evolutivo del
capitalismo ruso hubiera permitido suponer.
Pero si la alianza con
la burguesía liberal se revela, por una parte, como una ilusión y el
proletariado, que ha ganado a duro precio su independencia, rompe
definitivamente, por otra, con el caótico concepto de
"pueblo", ¿no acabará encontrándose, precisamente a causa
de esa autonomía por la que tanto ha luchado, en un aislamiento
insuperable, y metido, por eso mismo, en una lucha necesariamente
destinada al fracaso?
Esta objeción tantas
veces formulada a la perspectiva histórica de Lenin y, por lo demás,
tan inmediata, tendría alguna consistencia si el rechazo de la teoría
agraria de los narodniki, es decir, el reconocimiento de la necesaria
disolución de los últimos restos del comunismo agrario, no fuera, a
su vez, un conocimiento igualmente dialéctico. La dialéctica de este
proceso de disolución -dado que el conocimiento dialéctico no es
otra cosa que la formulación conceptual de una situación dialéctico-real
de hecho- radica, precisamente, en la inexorabilidad de la disolución
de estas formas, no tiene sentido sino como proceso de disolución, es
decir, tiene un sentido exclusivamente negativo y unívocamente
determinado.
No obstante, determinar
el giro que tomará este proceso en sentido positivo no es posible a
partir de él mismo. Depende de la evolución del entorno social, del
destino de la totalidad histórica. En términos más concretos: este
proceso de disolución, económicamente inevitable, de las viejas
formas agrarias (tanto de las de reminiscencia feudal, al modo de los
junkers, como de las correspondientes a un campesinado medio) puede
seguir dos caminos. Con palabras de Lenin, "ambas soluciones
facilitan, cada una a su manera, el pasaje a un grado técnico
superior, y todas van en el sentido del progreso de la
agricultura".
La primera vía
consiste en la radical aniquilación, en la vida campesina, de los últimos
restos medievales (y aún más antiguos). La otra -la "vía
prusiana", según Lenin- "se caracteriza por el hecho de que
la liquidación de las supervivencias medievales en las relaciones de
propiedad de la tierra no ocurre de una vez por todas, sino mediante
una adaptación progresiva al capitalismo". Ambas vías son
posibles y ambas representan un progreso -hablando en términos económicos-
respecto de lo existente. Pero si ambas tendencias son igualmente
posibles y -en cierto sentido- igualmente progresistas, ¿quién o qué
habrá de decidir sobre la realización efectiva de una u otra de
ellas? La respuesta de Lenin a esta cuestión es, como todas sus
respuestas, clara y unívoca: la lucha de clases.
De este modo se
perfilan de manera más clara y concreta los grandes rasgos del medio
en el cual el proletariado está llamado a irrumpir, de modo autónomo,
como clase dirigente. Porque la fuerza decisiva en esta lucha de
clases que para Rusia significa el sentido del tránsito de la Edad
Media a la época moderna sólo puede ser el proletariado. Los
campesinos, no sólo en razón de su terrible atraso cultural, sino,
sobre todo, a causa de su situación objetiva de clase, únicamente
son capaces de una revuelta elemental contra una situación cada vez más
insostenible. Por su situación objetiva de clases están destinados a
permanecer como una capa vacilante, como una clase cuya suerte
depende, en última instancia, de la lucha de clases en la ciudad, del
destino de la ciudad, de la gran industria, del aparato del Estado,
etc.
Unicamente en este
contexto, en este sistema de interrelaciones, recae la decisión en
manos del proletariado. Su lucha contra la burguesía sería quizá
-en el momento histórico en cuestión- menos rica en perspectivas si
ésta lograra liquidar en su exclusivo beneficio la estructura feudal
del campo ruso. El hecho de que el zarismo le dificulte este propósito
constituye uno de los motivos clave de su comportamiento
-pasajeramente- revolucionario o, al menos, oposicional.
Ahora bien, en tanto
este problema permanezca sin resolver, es posible en cualquier
instante un estallido elemental de millones de campesinos esclavizados
y explotados. Un estallido elemental al que sólo el proletariado
puede conferir un sentido, es decir, un sentido tal que el movimiento
de masas acabe por caminar hacia un objetivo realmente ventajoso para
las masas campesinas. Un estallido elemental que cree las condiciones
en las que el proletariado puede emprender la lucha contra el zarismo
y la burguesía con todas las posibilidades de victoria a su favor.
He aquí cómo la
estructura socio-económica rusa ha sentado las bases objetivas para
la alianza entre el proletariado y el campesinado. Sus objetivos de
clase son diferentes. De ahí que su caótica yuxtaposición en el
confuso y folklórico concepto de "pueblo" hubiera de acabar
dislocándose. No obstante, sólo emprendiendo una lucha común pueden
confiar en la consecución de sus objetivos de clase. De ahí que la
vieja, idea de los narodniki retorne dialécticamente transformada en
la visión leninista de la naturaleza de la revolución rusa.
El confuso y abstracto
concepto de "pueblo" hubo de ser eliminado, pero tan sólo
para que surgiera, a partir de la indagación concreta de las
condiciones de una revolución proletaria, el concepto de pueblo en su
acepción revolucionaria, es decir, el concepto de pueblo como alianza
revolucionaria de todos los explotados. El partido de Lenin puede,
pues, considerarse con toda justicia como el heredero de las
verdaderas tradiciones revolucionarias de los narodniki. Ahora bien,
como la conciencia y, con ella, la capacidad de dirigir esta lucha
-una lucha objetivamente clasista- sólo existen en la conciencia de
clase del proletariado, éste puede y debe ser, en la revolución
inminente, la clase dirigente de la transformación social.
Notas
1. En esta argumentación
suya, Engels no hace sino desarrollar ideas expuestas por Marx en su
prólogo a la traducción rusa (1882) del Manifiesto Comunista, como
bien puede juzgar el lector a la luz de la siguiente cita de Marx,
entresacada del citado prólogo a la versión rusa del Manifiesto:
"Ahora la cuestión que se plantea es si la comunidad aldeana
rusa (una forma de propiedad colectiva comunal que en gran parte ha
sido ya destruida) puede pasar inmediatamente a la forma comunista
superior de propiedad de la tierra, o si, por el contrario, tiene que
pasar desde el principio por el mismo proceso de desintegración que
ha determinado el desarrollo histórico de Occidente. La única
contestación que hoy es posible dar a esta pregunta es la siguiente:
si la revolución rusa llega a ser la señal para la revolución
obrera de Occidente, de modo que la una sea complemento de la otra,
entonces la forma presente de propiedad de la tierra en Rusia puede
ser el punto de partida de un desarrollo histórico".
2. Wilhelm Liebknecht
(1826-1900) es una de las figuras más importantes del histórico
Partido Social Demócrata alemán. La socialdemocracia alemana
consiguió mantener viva su presencia en Alemania durante las últimas
décadas del siglo XIX a pesar de la persecución a que fue sometida
por Bismarck. En 1890 -una vez derogadas las leyes antisocialistas
bismarckianas- el Partido Social Demócrata consiguió en las
elecciones para el Reichstag casi un 20% del total de los votos. Su
prestigio era enorme en todos los medios socialistas europeos. Wilhelm
Liebknecht se reveló en seguida (al igual que August Bebel) como uno
de los mejores oradores del partido.
En los problemas
planteados en torno a los peligros de la "legalización" del
Partido Social Demócrata y de su discutida colaboración con las
fuerzas burguesas, Liebknecht comenzó por adoptar una postura muy
revolucionaria: "El socialismo -decía- no es ya una cuestión de
teoría: es sencillamente una cuestión de fuerza, que no puede ser
resuelta en el Parlamento, sino en el campo de batalla...". En
1891, sin embargo, Liebknecht había cambiado ya de postura, llegando
a expresarse así en el Congreso de Erfurt: "Sé que hay otro
camino, el cual, en opinión de algunos pocos de nosotros, es más
corto: el de la violencia ... pero ese camino conduce al anarquismo, y
es culpa grande de la oposición no haber tenido en cuenta este
resultado ... La esencia del revolucionarismo está no en los medios,
sino en el fin".
Ferdinad Lassalle
(1825-1864), figura notable del socialismo reformista alemán. Orador,
publicista y político. Intentó arrancar de Bismarck algunas
concesiones a favor del movimiento obrero. Engels se ha referido a él
en los términos siguientes: "En Lassalle, todo el socialismo se
reducía a denostar a los capitalistas y a adular a los terratenientes
feudales prusianos; precisamente lo contrario de lo que hace el libro
a que nos venimos refiriendo. Su autor demuestra claramente la
necesidad histórica del régimen capitalista de producción, como él
llama a la fase social que estamos viviendo, y demuestra al mismo
tiempo la inutilidad de la aristocracia terrateniente, que consume sin
producir. Lassalle abrigaba grandes ilusiones acerca de la misión que
a Bismarck le estaba reservada como instaurador del reino milenario
del socialismo; el señor Marx no se recata para desautorizar a su
descarriado discípulo. No sólo declara expresamente que él nada
tiene que ver con todo ese "socialismo gubernativo monárquico-prusiano",
sino que en las páginas 762ss, de su obra afirma rotundamente que, si
no se le sale pronto al paso, el sistema hoy imperante en Francia y
Prusia no tardará en desencadenar sobre Europa el régimen del látigo
ruso".
3. Se conoce con el
nombre de narodniki (o "populistas") a los socialistas rusos
del siglo XIX anteriores a la definitiva difusión del marxismo en
Rusia. Sus puntos de vista teóricos eran confusos: oscilaban entre la
negación de cualquier posible planteamiento en términos de clases y
los ataques al proceso (la industrialización creciente de la sociedad
rusa, se oponían al terrorismo de ciertas minorías políticas de su
época, pero también a colaborar en una evolución, etc.). Contaron
con figuras de amplia resonancia, como Pedro Lavroy (1823-1900),
Danielson (con quien Engels sostuvo correspondencia), Vorolitsov, etc.
Los socialistas narodniki influyeron no poco en la apreciación
positiva de Marx de las posibilidades revolucionarias de la
agricultura comunal autóctona rusa.
4. En la gestación del
Partido Social Demócrata ruso, cuyo Primer Congreso se reunió
secretamente en Pskov, en 1898, intervinieron fuerzas socialistas muy
diversas, en modo alguno unánimes en su apreciación de la situación
rusa y de la política a seguir. El Segundo Congreso se celebró en
Londres, en julio de 1903, siendo fijados unos puntos comunes: a)
oposición a la teoría narodniki según la cual no se debía postular
que el capitalismo industrial creciera y se desarrollara en Rusia; b)
confianza, por el contrario, en que el proceso de industrialización
iba a favorecer la creación y aumento progresivo de un proletariado
abierto a la propaganda de la socialdemocracia, y e) confianza,
asimismo, en la importancia de los obreros industriales -y de los
intelectuales dispuestos a unirse a ellos- en la construcción de una
nueva sociedad, liquidando así el vago concepto de "pueblo"
alimentado por los narodniki.
No obstante, no había
acuerdo en torno a lo que se tenía que entender por "revolución".
Unos ponían el énfasis en la lucha contra la autocracia (en la que
recomendaban unirse a las fuerzas burguesas opuestas al zarismo),
otros en la necesidad de hacer una revolución económica, etc. Entre
las tendencias contra las que Lenin luchó desde un principio
figuraban las representadas por los "marxistas legales" y
los "economistas". No obstante, la división más importante
producida en la socialdemocracia rusa fue la que tuvo lugar entre
"bolcheviques" (capitaneados por el propio Lenin) y
"mencheviques".
Esta división tuvo su
origen aparente no tanto en cuestiones de programa como de organización
del partido. Lenin insistía (contra Plejánov) en la importancia de
la dictadura del proletariado, en la necesidad de introducir una
enorme disciplina en el partido, un partido compuesto por una
vanguardia consciente, dispuesta a trabajar de acuerdo con una
organización centralizada y no sujeta a vacilaciones. Un partido
planteado, en suma, como un "todo organizado" cuyos miembros
estuvieran sometidos a una disciplina proletaria. Los mencheviques tenían
un concepto distinto del partido, al que concebían en términos de
"masa", es decir, abierto a cuantos se pronunciaran a favor
de sus principios (con lo que se exponían a la infiltración en sus
filas de todo tipo de oportunistas e inseguros). Sobre los
mencheviques y, fundamentalmente, sobre Plejánov pesaba mucho el
ejemplo de la socialdemocracia alemana. A partir de 1905 y, con las
promesas de apertura democrática por parte del zarismo, los
bolcheviques censuraban a los mencheviques por estar dispuestos a
aliarse con los capitalistas en la consecución y sostenimiento de un
régimen democrático burgués; no obstante, ambas facciones se unían
en la lucha contra los "socialrevolucionarios" (herederos de
los narodniki o populistas agrarios).
En el Congreso de 1903
se consumó, pues, la escisión entre bolcheviques y mencheviques, con
el ulterior triunfo, de todos conocido, de la línea bolchevique
(representada, fundamentalmente, por Lenin).
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