Georg
Lukacs
Lenin:
La coherencia de su pensamiento (1924)
Capítulo 3 - El
partido dirigente del proletariado
La misión histórica
del proletariado consiste, pues, en romper todo entendimiento ideológico
con las otras clases y encontrar su más clara conciencia de clase
sobre la base de la especificidad de su situación de clase y de la
autonomía de sus intereses clasistas de ella derivados. Tan sólo de
esta manera estará en condiciones de dirigir a todos los oprimidos y
explotados de la sociedad burguesa en la lucha común contra los
dominadores económicos y políticos. El fundamento objetivo de este
papel dirigente del proletariado no es otro que su lugar en el proceso
capitalista de producción.
De todos modos, quien
imagine que la verdadera conciencia de clase del proletariado, esa
conciencia suya de clase que ha de capacitarle para ocupar el papel
dirigente que le corresponde, puede nacer en él de manera progresiva
y espontánea, sin tropiezos ni regresiones, como si el proletariado
pudiera desarrollar ideológicamente su misión revolucionaria a
partir tan sólo de su posición de clase, no está sino aplicando de
manera mecánica el marxismo y entregándose a una ilusión de todo
punto contraria a la verdad histórica.
Los debates en torno a
Bernstein1 han mostrado claramente la imposibilidad de una
transformación económica del capitalismo en socialismo. La
contrapartida ideológica de esta teoría, sin embargo, ha subsistido
incólume en el pensamiento de muchos revolucionarios sinceros de
Europa, sin haber sido reconocida siquiera como problema y peligro. No
es que los mejores de entre ellos hayan desconocido plenamente la
existencia y la importancia de este problema, que no se hayan dado
cuenta de que la victoria definitiva del proletariado debe atravesar
un largo camino, lleno de derrotas, siendo, además, inevitables las
regresiones -no sólo materiales, sino también ideológicas- a
estadios ya superados.
Sabían -por utilizar
la formulación de Rosa Luxemburgo- que, de acuerdo con sus premisas
sociales, la revolución proletaria "no podía llegar demasiado
pronto" y, sin embargo, "tenía necesariamente que llegar
demasiado pronto" a efectos del sostenimiento y retención del
poder (o sea, en el plano ideológico). Por mucho que en esta
perspectiva histórica acerca del camino que el proletariado debe
recorrer para alcanzar su liberación se sustente también la creencia
de que una espontánea autoeducación revolucionaria de las masas
proletarias (por acciones de masas y las experiencias que de ello se
derivan), apoyada por una agitación teórica adecuada del partido,
por propaganda, etc., sea suficiente para garantizar la evolución a
estos efectos necesaria, no por ello se ha conseguido superar el punto
de vista de la espontánea entrega ideológica del proletariado a su
misión revolucionaria.
Lenin fue el primer -y
durante mucho tiempo único- líder teórico importante que se decidió
a atacar este problema en su dimensión teórica central y, en
consecuencia, en su aspecto práctico más importante: el de la
organización. La polémica en torno al artículo 1º de los estatutos
de la organización en el Congreso de Bruselas-Londres de 1903 es
conocida hoy por todos. Se trataba de dilucidar si podía ser miembro
del partido todo aquel que lo apoyara y trabajara bajo su control
(como querían los mencheviques), o si resultaba indispensable para
ello la participación en las organizaciones ilegales, la total
entrega al trabajo del partido y la absoluta subordinación a su
disciplina -concebida del modo más severo. Las otras cuestiones
organizativas, como, por ejemplo, la centralización, no eran, en
realidad, sino consecuencias objetivas y necesarias de esta toma
inicial de posición. Se trata, en definitiva, de una polémica
reducible al antagonismo entre los citados puntos de vista generales
sobre la posibilidad, el probable desarrollo, el carácter, etc., de
la revolución, aunque en aquella época era Lenin el único en
vislumbrar la interdependencia de todos estos factores.
El plan bolchevique de
organización hace surgir de la masa más o menos caótica de la
generalidad de la clase un grupo de revolucionarios conscientes del
objeto de su lucha y dispuestos a cualquier sacrificio. Pero, ¿no se
corre así el peligro de que estos "revolucionarios
profesionales" se desgajen de la vida real de su clase y acaben
convirtiéndose, a raíz de dicha separación, en una secta o grupo de
conspiradores? ¿Acaso no es este plan de organización una simple
consecuencia de ese "blanquismo", que los "agudos"
revisionistas pretenden detectar incluso en Marx?
No es posible
investigar aquí lo errado de este reproche, incluso en lo
concerniente al propio Blanqui. De todos modos, ni siquiera penetran
en el núcleo mismo de la organización leninista, ya que según Lenin,
el grupo de los revolucionarios profesionales no ha tenido un solo
momento la visión de "hacer" la revolución o arrastrar
tras de sí, gracias a su acción independiente y valerosa, a la masa
inerte, poniéndola frente al fait accompli2 de la revolución.
La idea leninista de la
organización presupone el hecho de la revolución, de la actualidad
de la revolución. Si a los mencheviques les hubiera asistido la razón
en su visión de la historia, si lo que nos hubiera aguardado fuera
una época (relativamente) tranquila de prosperidad y extensión lenta
y progresiva de la democracia, en la que los vestigios feudales
hubieran sido barridos en los países atrasados por el
"pueblo", por las clases "progresistas", los
grupos de revolucionarios habrían terminado por perder toda agilidad,
reducidos a sectas o simples círculos de propagandistas.
El partido, en tanto
que organización fuertemente centralizada de los elementos más
conscientes del proletariado -y sólo de éstos es concebido como el
instrumento de la lucha de clases en un periodo revolucionario.
"No es posible separar mecánicamente las cuestiones políticas
de las organizativas", decía Lenin, y quien apruebe o rechace la
organización bolchevique del partido, sin plantearse el problema de
si estamos o no en la época de la revolución proletaria no ha
entendido absolutamente nada de la esencia de la misma.
Ahora bien, desde un ángulo
totalmente opuesto podría surgir sin duda la siguiente objeción:
dada la actualidad de la revolución, una organización semejante ha
de resultar forzosamente superflua. Quizá en la época de paralización
del movimiento revolucionario haya sido útil unir en una organización,
a todos los revolucionarios profesionales.
En los años mismos de
la revolución, sin embargo, estando las masas profundamente
trastornadas, en un momento en el que sólo en unos días viven más
experiencias revolucionarias y maduran más rápidamente que ayer en
decenios, en un momento en el que incluso sectores de esta clase
normalmente alejados del movimiento revolucionario, a pesar de que éste
afectara en lo más profundo sus propios concretos intereses
cotidianos, irrumpen en la escena de la revolución, dicha organización
parece inútil y falta de sentido. Porque desperdicia energías
aprovechables y, cuando su influencia se extiende, paraliza el espontáneo
ímpetu revolucionario de las masas.
Es evidente que esta
objeción nos lleva de nuevo al problema del autodesarrollo ideológico
del proletariado. El Manifiesto Comunista caracteriza nítidamente el
vínculo existente entre el partido revolucionario del proletariado y
la totalidad de la clase. Los comunistas únicamente se diferencian de
los restantes partidos proletarios en dos puntos principales: por un
lado, anteponen y subrayan en las diversas luchas nacionales de los
proletarios los intereses que a todos ellos les son comunes,
independientemente de su nacionalidad, y, por otro, en las diferentes
fases que atraviesa la lucha entre proletarios y burgueses,
representan siempre los intereses del movimiento proletario
considerado en su conjunto.
Los comunistas son,
pues, prácticamente la fracción más resuelta y activa de los
partidos obreros de todos los países y, teóricamente, tienen sobre
el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las
condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento
proletario. Son -en otros términos- la figura visible de la
conciencia de clase del proletariado. Y el problema de su organización
se decide de acuerdo con el modo como el proletariado alcanza en
verdad esta conciencia de clase y la hace plenamente suya.
Todo aquel que no
niegue incondicionalmente la función revolucionaria del partido habrá
de reconocer por fuerza que esta apropiación por parte del
proletariado de su conciencia de clase no tiene lugar de manera automática
exclusivamente en virtud del proceso mismo de las fuerzas económicas
de la producción capitalista, ni por el simple crecimiento orgánico
de la espontaneidad de las masas.
La diferencia entre la
concepción leninista del partido y las otras radica principalmente en
su mucho más profunda y consecuente captación de la creciente
diferenciación económica en el seno del proletariado (aparición de
una aristocracia obrera, etc), por un lado, y, en su visión, por
otro, de la cooperación revolucionaria del proletariado con las otras
clases en el marco de la nueva perspectiva histórica trazada. De todo
ello se deduce una importancia creciente del proletariado en la
preparación y dirección de la revolución, desprendiéndose de tal
en consecuencia también la función rectora del partido respecto de
la clase obrera.
El nacimiento y
envergadura creciente de una aristocracia obrera equivale, desde este
punto de vista, a un aumento progresivo de la (siempre presente,
aunque relativa) divergencia entre los intereses cotidianos de ciertas
capas obreras y los verdaderos intereses de la clase considerada en su
totalidad, divergencia que, por otra parte, va endureciéndose en el
curso de este proceso. La evolución capitalista, que en un principio
niveló y unificó de manera tan imponente a la clase obrera geográficamente
dividida, separada en corporaciones correspondientes a los distintos
oficios, etcétera, da lugar ahora a una nueva diferenciación.
Diferenciación entre cuyas consecuencias no figura únicamente el que
el proletariado deje de enfrentarse con auténtica unanimidad a la
burguesía.
Hay que contar, además,
con el peligro de que en virtud de su creciente ascenso a un modo de
vida pequeño burgués y su ocupación de puestos en la burocracia de
los sindicatos o del partido, a veces incluso en los municipios, etc.,
estas capas sociales obtengan -a pesar de o precisamente por su
ideología aburguesada y su falta de conciencia proletaria de clase-
cierta superioridad en cuanto a cultura formal, rutina administrativa,
etc., sobre las restantes capas proletarias, acabando por ejercer así
una influencia retrógrada sobre la totalidad de la clase. Dicho de
otra manera, que su influencia en las organizaciones del proletariado
ayude a oscurecer la conciencia de clase de los obreros todos, encaminándolos
a un acuerdo tácito con la burguesía.
Contra este peligro no
bastan la simple claridad teórica, ni la agitación y propaganda
propias de los grupos revolucionarios conscientes. Porque durante
mucho tiempo estos antagonismos de intereses no se manifiestan de
forma verdaderamente clara para todos los obreros, hasta el punto de
que, en ocasiones, incluso sus mismos representantes ideológicos no
llegan a percibir que se han desviado del camino de la clase a que
pertenecen. En efecto, dichas diferencias pueden quedar fácilmente
ocultas a los ojos de los obreros, hasta el punto de que en ocasiones
incluso sus representantes ideológicos no llegan a percibir que se
han desviado del camino de la clase a que pertenecen, o también
pueden quedar oculta bajo la máscara de "divergencias teóricas
de opinión", simples "diferencias tácticas", etc. Y
el instinto revolucionario de los obreros, que a veces se descarga en
grandes acciones espontáneas de masas, es incapaz de mantener la
conciencia de clase al nivel alcanzado por medio de la acción espontánea,
conservándola como un bien duradero para la clase obrera en su
conjunto.
La autonomía, en el
dominio de la organización, de los elementos plenamente conscientes
de la clase obrera resulta, aunque no fuera más que por esto,
verdaderamente insoslayable. Ahora bien, el curso del razonamiento nos
muestra que la forma leninista de organización está profundamente
vinculada a la previsión de inminencia de la revolución. Porque únicamente
en este contexto se revela la decisiva importancia negativa que puede,
en realidad, tener toda desviación del verdadero camino de la clase
obrera; únicamente en este contexto cabe medir la enorme
trascendencia que para la clase obrera en su conjunto puede alcanzar
toda decisión sobre problemas del momento, en apariencia de poca
monta; únicamente en este contexto llega, en fin, a ser vital para el
proletariado la materialización ante sus ojos del pensamiento y de la
acción verdaderamente propios de su situación de clase.
Ahora bien, la
actualidad de la revolución no significa que la efervescencia de la
sociedad, es decir, la descomposición de sus viejas estructuras haya
de limitarse al proletariado; afecta, por el contrario, a todas las
clases sociales. La medida auténtica de una situación revolucionaria
es, en opinión de Lenin que las capas inferiores de la sociedad
"no quieran vivir el modo antiguo", y las capas superiores,
a su vez, "no puedan vivir al modo antiguo"; "sin una
crisis de la nación entera (que afecte tanto a los explotadores como
a los explotados), la revolución no es posible".
Cuanto más profunda es
la crisis, más amplias son las perspectivas de la revolución. Cuanto
más aumenta en popularidad, sin embargo, cuantas más capas sociales
llega a afectar, tanto mayor es el número de movimientos diversos y
elementales que se entrecruzan en ella, tanto más confusas y
cambiantes resultan las relaciones de fuerza entre las dos clases de
cuya lucha depende -en última instancia todo: la burguesía y el
proletariado.
Si el proletariado
quiere vencer en esta lucha, debe apoyar y sostener toda corriente que
coadyuve a la descomposición de la sociedad burguesa, procurando
integrar todo movimiento elemental, de cualquier capa oprimida, por
poco claro que sea, en el movimiento revolucionario general. Y la
inminencia de un período revolucionario resulta, asimismo, visible en
la búsqueda, por parte de todos los insatisfechos de la antigua
sociedad, de vinculación con el proletariado o, por lo menos, de algún
tipo de relación con él. En lo que no deja de haber, sin embargo, un
gran peligro.
Porque si el partido
del proletariado no está organizado de tal manera que quede
garantizada la pertinencia de su línea política como única válida
para la clase que representa, los nuevos aliados que en número
creciente van apareciendo en toda situación revolucionaria pueden
aportar más bien que ayuda, desorden. Porque las otras clases
oprimidas de la sociedad (campesinos, intelectuales, pequeñoburgueses)
no aspiran, como es obvio, a los mismos objetivos que el proletariado.
El proletariado -si
sabe lo que quiere y lo que debe desear desde el punto de vista de
clase- puede rescatarse a sí mismo y a estas otras capas de la
miseria social. Si el partido, intérprete combativo de su conciencia
de clase, se muestra inseguro en cuanto al camino que debe seguir la
clase obrera, si ni siquiera su mismo carácter proletario está
garantizado en el plano de la organización, las citadas capas
sociales invadirán el partido de proletariado y lo desviarán de su
auténtico camino; de este modo, una alianza que, en el caso de poder
contar con una organización del partido proletario perfectamente
clara desde el punto de vista de las clases, podría impulsar la
revolución, acabaría haciéndola peligrar sobremanera.
La concepción
leninista del partido tiene, pues, como consecuencia dos polos
necesarios: por una parte, la selección más severa de los miembros
en función de su conciencia proletaria de clase, por otra el más
absoluto apoyo a todos los oprimidos y explotados de la sociedad
capitalista, a los que debe estar unido por una relación de
solidaridad. Quedan así unidos de manera dialéctica la inexorable
claridad en cuanto a los fines y la universalidad, la dirección de la
revolución en un estricto sentido proletario y el carácter nacional
(e internacional) general de la revolución.
La organización
menchevique debilitaba estos dos polos, mezclándolos y rebajándolos
a la categoría de meros compromisos y uniéndolos de este modo en el
partido mismo. Se aislaba de amplias capas de explotados (de los
campesinos, por ejemplo), uniendo, sin embargo, en el partido grupos
de intereses muy diversos, con lo que acababa por resultarle imposible
todo pensamiento y acción verdaderamente unitarios.
En lugar, pues, de
coadyuvar en la oscilante y caótica lucha entre las clases (ya que
toda situación revolucionaria se expresa, precisamente, en un estado
de caos profundo de la sociedad entera) a la edificación -lo más
clara posible- de un frente decisivo para la victoria, el frente del
proletariado contra la burguesía, así como a la agrupación en el
seno del proletariado de los sectores más confusos de explotados,
dicho partido se transforma él mismo en una masa poco clara de grupos
cuyos intereses difieren, en última instancia, entre sí.
No llega por lo general
a la acción sino a fuerza de compromisos internos, a remolque de
grupos que tienen una visión más clara o que son más activos; o
bien no le queda ya otro recurso que contemplar de manera fatalista el
curso de los acontecimientos.
La concepción
leninista de la organización entraña pues, una doble ruptura con el
fatalismo mecanicista: con el que concibe la conciencia de clase del
proletariado como un producto mecánico de su situación de clase, y
con el que no ve en la revolución misma sino el resultado mecánico
de unas fuerzas económicas que se desencadenan de manera inexorable,
conduciendo al proletariado casi automáticamente a la victoria una
vez "maduras" las condiciones objetivas de la revolución.
Porque si se hubiera de
esperar a que el proletariado se lanzara consciente y unitariamente a
la lucha decisiva, jamás se llegaría a una situación
revolucionaria. Siempre habrá, por una parte -y tanto más cuanto más
desarrollado esté el capitalismo- sectores del proletariado que
asistirán pasivamente a la lucha de su propia clase por liberarse,
llegando en casos extremos incluso, a pasarse al campo enemigo. La
conducta misma del proletariado, por otra, su firmeza y el grado de su
conciencia de clase no son en modo alguno algo que con necesidad
inexorable se desprenda de la situación económica.
Es evidente que ni
siquiera el mejor y más grande partido del mundo puede
"hacer" la revolución. Pero la manera de reaccionar del
proletariado ante una situación dada depende ampliamente de la
claridad y energía que el partido sea capaz de conferir a sus
objetivos de clase. En la época de la actualidad de la revolución el
viejo problema de si ésta puede o no "ser hecha", adquiere
pues, un significado completamente nuevo. Y con esta mutación de
significado varía asimismo la relación existente entre clase y
partido, es decir, el significado de los problemas de organización
para el partido y el conjunto del proletariado.
Al plantear la revolución
como algo que hay que "hacer" se está, en realidad,
separando de manera rígida y muy poco dialéctica la necesidad del
desarrollo histórico y la actividad del partido militante. En este
nivel, en el que "hacer" la revolución es algo así como
sacarla por arte de magia a partir de la nada, no podemos menos de
adoptar una actitud totalmente negativa. La actividad del partido en
la época de la revolución debe ir, a decir verdad, por un camino muy
diferente. Porque si el carácter fundamental de la época es
revolucionario, una situación agudamente revolucionaria puede
presentarse en cualquier instante. Prever el momento justo y las
circunstancias de su aparición nunca puede ser, desde luego, una
empresa rigurosamente posible.
Sí lo es, en cambio,
la determinación de las tendencias que llevan a ella, así como también
la de las líneas maestras de la acción a emprender a raíz del
desencadenamiento del proceso revolucionario. La actividad del partido
es planteada a partir de este conocimiento histórico. El partido ha
de preparar la revolución. Es decir, debe acelerar, por un lado, el
proceso de maduración de las tendencias que conducen a la revolución
(por su influencia en la línea de conducta del proletariado, así
como en la de las otras capas oprimidas). Debe preparar, por otra
parte, al proletariado tanto en el plano ideológico, como en el táctico,
material y organizativo para la acción necesaria en una aguda situación
revolucionaria. Con lo cual quedan situadas en una perspectiva nueva
las cuestiones de organización interna del partido.
Tanto la vieja concepción
-representada también por Kautsky-, de la organización como supuesto
previo ineludible de la acción revolucionaria, como la de Rosa
Luxemburgo que la considera como un producto del movimiento
revolucionario de masas, parecen unilaterales y no dialécticas. El
partido, cuya función es preparar la revolución, es a un tiempo y
con igual intensidad productor y producto, supuesto y fruto de los
movimientos revolucionarios de masas. Porque la actividad consciente
del proletariado descansa en un conocimiento claro de la necesidad
objetiva de la evolución económica; su rigurosa estructura
organizativa vive en interacción fructífera y permanente con las
penalidades y luchas elementales de las masas.
Rosa Luxemburgo ha
llegado casi, en ocasiones, a percibir lúcidamente esta relación recíproca.
No obstante, ha ignorado su elemento activo y consciente. De ahí que
no haya sido capaz de penetrar en el núcleo de la concepción
leninista del partido, es decir, en su función preparatoria; de ahí
que no entendiera en modo alguno los principios organizativos de ella
derivados.3
La situación
revolucionaria no puede ser, por supuesto, un producto de la actividad
del partido. Su tarea es prever el sentido de la evolución de las
fuerzas económicas objetivas, prever, en fin, cuál habrá de ser la
actitud de la clase obrera ante la situación así surgida. El partido
debe preparar a las masas proletarias, de acuerdo con esta previsión,
para el futuro, atendiendo -en la medida de lo posible- a sus
intereses tanto en el plano espiritual como en el material y en el de
la organización.
Los acontecimientos y
situaciones que van sucediéndose son, de todos modos, fruto de las
fuerzas económicas de la producción capitalista, fuerzas cuya
influencia determinante acontece de manera ciega, parejamente a la de
las leyes de la naturaleza. Pero tampoco de manera mecánica y
fatalista. Porque ya hemos visto (en el ejemplo de la descomposición
económica del feudalismo agrario ruso) cómo el propio proceso de
disgregación económica es, sin duda, un producto necesario de la
evolución capitalista, sin que por ello sus efectos en las clases
sociales, es decir, los nuevos estratos sociales a que da lugar, se
basen inequívocamente en el proceso mismo -aisladamente considerado-
y resulten identificables a partir de él mismo. Dependen del entorno
en el que van desarrollándose.
El destino de la
sociedad entera, cuyos elementos forman este proceso, es, en última
instancia, el factor determinante de su orientación. En este
conjunto, sin embargo, las acciones de clase, ya sean elementales y
espontáneas o dirigidas conscientemente, juegan un papel decisivo. Y
cuanto mayor es el trastorno de una sociedad, tanto más ha dejado de
funcionar adecuadamente su estructura "normal", tanto más
perturbado, está su equilibrio socioeconómico; en suma: cuanto más
revolucionaria es una situación, tanto más determinante es su papel
(el de dichas acciones de clase).
De ahí que la evolución
general de la sociedad no discurra, en la era capitalista, de manera
unívoca y rectilínea. De la acción combinada de estas fuerzas se
desprenden más bien en el terreno de la totalidad social situaciones
en las que puede cuajar una determinada tendencia, si la situación es
justamente comprendida y consecuentemente aprovechada. Ahora bien, la
evolución de las fuerzas económicas que en apariencia han llevado a
esta situación de manera inexorable, si se deja escapar ésta o si no
se extraen sus consecuencias, puede no seguir en modo alguno la línea
anterior, tomando, por el contrario, un camino opuesto.
Piénsese en la situación
de Rusia si en noviembre de 1917 los bolcheviques no hubieran tomado
el poder y no hubieran culminado la revolución agraria. En el caso de
un régimen contrarrevolucionario, aunque de un capitalismo moderno en
comparación con el zarismo, no hubiera estado de todo punto excluida
la posibilidad de una solución "prusiana" del problema
agrario.
Unicamente cuando se
conoce bien el contexto histórico en el que debe actuar el partido
del proletariado puede ser adecuadamente comprendida su organización.
Organización que descansa sobre las inmensas tareas -de universal
dimensión histórica- que la época de decadencia del capitalismo
impone al proletariado, sobre la inmensa responsabilidad histórica
que dichas tareas imponen a la capa dirigente consciente del
proletariado.
Como representante de
los intereses globales del proletariado (y, en consecuencia, de los de
todos los oprimidos, del futuro, en suma, de la humanidad), y a partir
del conocimiento del conjunto de la sociedad, el partido debe unificar
dentro de sí todas las contradicciones en las que se expresan estas
tareas impuestas por el centro mismo de la sociedad considerada en su
totalidad.
Ya hemos subrayado que
la más severa selección de los miembros del partido, en cuanto a la
claridad de su conciencia de clase y a su absoluta entrega a la causa
de la revolución, ha de ir unida a la íntegra fusión con la vida de
las masas que sufren y combaten. Y todo intento de atender a una sola
de estas exigencias, descuidando su polo contrario, termina en una
petrificación sectaria de los grupos, incluso de los compuestos por
auténticos revolucionarios. (He aquí la raíz de la lucha sostenida
por Lenin contra el "izquierdismo", desde el otzovismo hasta
el Kommunistischer Arbiter Partei y más allá)4.
La severidad de sus
exigencias en cuanto a los miembros del partido no es sino un medio de
hacer consciente al proletariado entero (y, con él, a todas las capas
oprimidas por el capitalismo) de sus verdaderos intereses, de todo
cuanto realmente hay en la raíz de sus acciones inconscientes, de su
pensamiento confuso y de sus poco definidos sentimientos.
Las masas, no obstante,
únicamente adquieren conciencia de sus intereses en la acción, en la
lucha. En una lucha cuyas raíces económicas y sociales están en
perpetuo cambio, y en las que, en consecuencia, las condiciones y los
medios de la lucha se transforman sin cesar. El partido dirigente del
proletariado únicamente puede cumplir su misión yendo siempre un
paso por delante de las masas que luchan, indicándoles así el
camino.
Ahora bien, sin
adelantarse nunca más de un paso por delante de ellos, con el fin de
seguir siendo siempre el guía de su lucha. Su claridad teórica únicamente
es, pues, valiosa cuando en lugar de limitarse a la simple perfección
general, puramente teórica, de la teoría la hace culminar con el análisis
concreto de la situación concreta, es decir, cuando la validez teórica
sólo expresa el sentido de la situación concreta. De ahí que el
partido deba tener, por un lado, la claridad teórica y la firmeza
suficientes como para proseguir por el camino justo, a pesar de las
fluctuaciones de las masas, e incluso corriendo a veces el riesgo de
un aislamiento momentáneo. Pero, por otra parte, debe seguir siendo
elástico Y receptivo, con el fin de iluminar en todas las
manifestaciones de las masas, por muy confusas que parezcan, aquellas
posibilidades revolucionarias de las mismas -a cuyo conocimiento las
masas no podían llegar por sí solas.
Semejante adecuación
del partido a la vida de la totalidad es imposible sin la más severa
disciplina. Si él partido no es capaz de adaptar instantáneamente su
conocimiento a la situación, una situación en perpetuo cambio, se
queda por detrás de los acontecimientos, de dirigente se convierte en
dirigido, pierde el contacto con las masas y se desorganiza. De ahí
que la organización haya de funcionar siempre con el mayor rigor y la
mayor severidad, con el fin de transformar, cuando llega el momento,
esta adaptación en hechos. Pero esto significa, al mismo tiempo, que
esta exigencia de adaptabilidad o flexibilidad debe ser aplicada
ininterrumpidamente a la organización misma. Una forma de organización
que en algún caso determinado ha podido ser útil con vistas a
ciertos fines, en otras condiciones de lucha puede convertirse en un
verdadero obstáculo.
Porque en la esencia de
la historia radica la producción constante de lo nuevo. Esta novedad
no puede ser calculada siempre de antemano con la ayuda de alguna teoría
infalible: ha de ser reconocida en la lucha, a partir de sus gérmenes,
primero, siendo acto seguido aprendida a nivel consciente. La tarea
del partido no es, en modo alguno, imponer a las masas un determinado
tipo de comportamiento, elaborado por vías abstractas, sino aprender,
por el contrario, incesantemente de la lucha y de los métodos de
lucha de las masas. No obstante, también debe ser activo en su
aprendizaje, preparando las siguientes acciones revolucionarias. Debe
elevar a nivel de conciencia, vinculándolo a la totalidad de las
luchas revolucionarias, aquello a lo que las masas han llegado de
manera espontánea, en virtud de su instinto de clase; debe explicar a
las masas sus propias acciones, como dice Marx, y no sólo con el fin
de asegurar así la continuidad de las experiencias revolucionarias
del proletariado, sino para activar también conscientemente el
desarrollo ulterior de dichas experiencias.
La organización debe
integrarse como instrumento en el conjunto de estos conocimientos y de
las acciones que de ellos se deducen. Si no lo hace así, será
sobrepasada por la evolución de las cosas, una evolución a la que,
en tal caso, no habría comprendido y, en consecuencia, no podría
dominar. De ahí que todo dogmatismo en la teoría y toda rigidez en
la organización sean funestos para el partido. Porque, como dice
Lenin: "Toda forma nueva de lucha, unida a nuevos peligros y
sacrificios, "desorganiza" inevitablemente todas aquellas
organizaciones que no están preparadas para esta nueva forma de
lucha". Recorrer esa vía necesaria, de manera libre y
consciente, adaptándose y transformándose antes de que el peligro de
la desorganización sea demasiado agudo, actuando sobre las masas en
virtud de dicha transformación, formándolas e incitándolas es, en
realidad, la tarea del partido, tarea que a él mismo le incumbe y con
mayor motivo.
Porque táctica y
organización no constituyen sino las dos vertientes de un todo
indivisible. Unicamente actuando sobre las dos a un tiempo se pueden
obtener resultados auténticos. Cuando se trata de obtener resultados
hay que ser a la vez consecuente y elástico, ceñirse de manera
inexorable a los principios y tener la mirada abierta a todo posible
giro que impongan los días. En el dominio de la táctica y en el de
la organización no hay nada que sea bueno o malo por sí mismo.
Unicamente la relación con el todo, con el destino de la revolución
proletaria, hace que un pensamiento, una determinada medida, etc.,
sean justos o errados. He ahí, a título de ejemplo, por qué Lenin
-a raíz de la primera revolución rusa- combatió con idéntico rigor
a quienes pretendían abandonar la ilegalidad, inútil y sectaria en
apariencia, y a quienes, entregándose sin reservas a la misma,
rechazaban cualquier posible forma de legalidad; he ahí por qué sentía
igual tajante desdén ante la tesis favorable a una plena inserción
en el parlamentarismo como a la antiparlamentaria por principio.
Lenin no solamente se
mantuvo alejado de todo utopismo político, sino que jamás se hizo
tampoco ilusión alguna sobre el material humano de su época.
"Queremos -dice en los primeros años heroicos de la victoriosa
revolución proletaria- edificar el socialismo con esos mismos hombres
que han sido educados, podridos y corrompidos por el capitalismo, pero
que, precisamente por eso, han sido templados por él para el
combate."
Las enormes exigencias
que la idea leninista de la organización impone a los revolucionarios
profesionales no tienen en sí nada de utópico. Y, por supuesto,
tampoco nada del carácter superficial de la vida cotidiana, de la
facticidad inmediata que acompaña a lo empírico. La organización
leninista es dialéctica en sí misma -o sea, no es únicamente el
producto de la evolución histórica dialéctica, sino al mismo tiempo
su impulso consciente- en la medida en que es a la vez producto y
productora de sí misma.
Son los hombres quienes
crean su partido; han de tener un alto grado de -conciencia de clase y
de capacidad de entrega para querer y poder participar en la
organización; pero únicamente llegan a ser verdaderos
revolucionarios profesionales en la organización y por la organización.
El jacobino que se une
a la clase proletaria, da forma y claridad a los actos de dicha clase
con la ayuda de su firme decisión y de su capacidad de acción, con
su saber y su entusiasmo. Pero es siempre el ser social de la clase,
la conciencia de clase que emana de él, lo que determina el contenido
y sentido de sus acciones.
No se trata de actuar
en representación de la clase obrera, sino de una culminación de la
actividad de la clase misma. El partido llamado a dirigir la revolución
proletaria no se presenta como estando ya en disposición de asumir su
función directiva: no es, sino que llega a ser. Y el proceso de
interacción fructífero entre el partido y la clase se repite -por
supuesto, transformado- en la relación existente entre el partido y
sus miembros. Porque, como dice Marx en sus Tesis sobre Feuerbach:
"La teoría materialista según la cual los hombres son producto
de las circunstancias y de la educación y, por tanto, unos hombres
diferentes han de ser producto de otras circunstancias y de una
educación distinta, olvida que las circunstancias son transformadas
precisamente por el hombre, y que el educador mismo ha de ser también
educado".
La concepción
leninista del partido implica la más tajante ruptura con la
vulgarización mecanicista y fatalista del marxismo. No es sino la
realización práctica de su más auténtica naturaleza y de su
tendencia más profunda: "Los filósofos se han limitado a
interpretar el mundo en diferentes formas; lo que importa ahora es
transformarlo".
Notas:
1.
Eduard Bernstein (1850-1932) nació en Berlín, en el seno de una
familia judía. Durante la represión antisocialista bismarekiana se
refugió en Suiza y luego en Londres, donde colaboró con Engels. En
1896, Bernstein comenzó a publicar una serie de artículos en Neue
Zeit, el periódico de Kautsky, que desataron una fuerte polémica
dentro del Partido Social Demócrata alemán, hasta el punto de
merecer Bernstein varias censuras oficiales (en los congresos de
Hannover, Lübeck, etc.). Sus principales interlocutores fueron
Kautsky, Bebel y Rosa Luxemburgo, quien dedicó a este problema un
escrito fuertemente polémico: "¿Reforma social o revolución?"
(1899). La postura de Bernstein, muy atacado dentro del partido, pero
no hasta el punto de dar lugar a su expulsión, fue perfilándose
progresivamente como un "revisionismo" teórico.
He
aquí una síntesis de sus tesis fundamentales, a la luz de sus artículos
y, sobre todo, de su libro Socialismo evolucionista (1899):
a)
El Partido Social Demócrata alemán había adoptado una postura
"utópica", en la medida en que creía posible un próximo
salto brusco del capitalismo al socialismo. La sociedad capitalista no
estaba, en modo alguno, en vísperas de derrumbarse. Marx se había
equivocado en sus predicciones y, en consecuencia, el partido habla de
cambiar su táctica y su estrategia.
b)
El socialismo vendría como resultado de una acumulación de pequeños
cambios, al hilo de la propia evolución económica de la sociedad y
atendiendo a las posibilidades de la misma. El tránsito del
capitalismo al socialismo sería, pues, gradual. (Bernstein repetía
en este punto las teorías de los socialistas fabianos ingleses y, en
especial, las de Sidney Webb.)
c)
El factor determinante de la transición al socialismo no iba a ser la
lucha de clases. Marx había unificado el determinismo en el plano
económico y la actividad revolucionaria de la clase obrera; Bernstein
rechazaba el determinismo: "La concepción marxista de la
historia... no asigna a las bases económicas de la vida de las
naciones ninguna influencia determinante incondicional respecto a las
formas que toma esta vida".
d)
En contra de lo sostenido por Marx, la "solidaridad social",
es decir, la primacía del interés común era un factor de singular
importancia.
e)
La teoría marxista de la plusvalía es confusa y no explica en
absoluto el fenómeno de la explotación. La concentración
capitalista, por otra parte, no iba a consumarse al ritmo preconizado
por Marx, de manera idéntica a como la miseria del proletariado no
iba a aumentar tampoco hasta extremos insostenibles. Por el contrario,
tanto el número de los capitalistas como el nivel salarial crecían.
Estos errores de Marx se debían al nulo carácter científico de su
doctrina. Una doctrina que en lugar de estar basada en una exacta
observación de los hechos era una "vasta constricción teórica",
a la que luego Marx aplicaba los hechos, forzándolos así a amoldarse
a un esquema previo.
f)
Los trabajadores, por último, no estaban maduros para acceder al
poder, en el caso de que fuera posible contar con semejante hipótesis.
La "dictadura del proletariado", además, era decididamente
antidemocrática. El socialismo debía ser, en rigor, el heredero del
espíritu liberal, un espíritu liberal al que venía a librar de su
instrumentalización por parte de la burguesía.
g)
Los socialdemócratas alemanes debían revisar su internacionalismo y
pensar en los derechos nacionales de Alemania y, en general, en la política
nacional.
2.
Hecho consumado.
3.
Rosa Luxemburgo (1870-1919), de origen polaco y de familia judía es
una de las figuras más interesantes del marxismo centroeuropeo de su
época. Intervino en las luchas de la socialdemocracia polaca, vivió
una temporada en Zürich y se instaló al fin en Alemania, en cuyo
Partido Social Demócrata jugó un papel muy importante. Intervino en
la polémica contra los revisionistas, propugnando su expulsión del
partido en una serie de escritos e intervenciones que hicieron de ella
uno de los representantes principales de la extrema izquierda del
movimiento socialdemócrata alemán.
En
1917 -y a raíz de la escisión del partido en dos grandes bloques, el
Partido Social Demócrata histórico y el Partido Social Demócrata
Independiente, con la que se consumaba la vieja diferencia entre la
vertiente izquierdista y la derechista del movimiento socialista alemán-
Rosa Luxemburgo fundó junto con Franz Mehring y Karl Liebknecht el
Spartakitsbund, grupo de izquierda autónomo, aunque vinculado al
Partido Social Demócrata Independiente. De esta liga espartaquista
surgió en seguida el Partido Comunista alemán. Rosa Luxemburgo
intervino en la frustrada revolución alemana de la inmediata
posguerra y fue asesinada, junto con Karl Liebknecht, por elementos
derechistas en Berlín, el 15 de enero de 1919.
Durante
varios decenios Rosa Luxemburgo coincidió y se alejó de las posturas
leninistas en cuestiones de táctica y organización. así, por
ejemplo, en el problema del nacionalismo. Era esencialmente
internacionalista y postulaba una autoridad obrera internacional por
encima de las divisiones nacionales. La división de clases le parecía
mucho más importante y decisiva que la de etnias o lenguas. De ahí
que se opusiera a la insistencia de Lenin en el derecho de
autodeterminación nacional, negándose a apoyar ciertas concesiones
que Lenin juzgaba imprescindibles. Las fronteras no tenían sentido
para Rosa Luxemburgo, en la medida en que preconizaba una revolución
mundial llamada a abolirlas.
Tampoco
coincidía con Lenin en el enjuiciamiento de la relación
partido-clase obrera. Postulaba un partido abierto, de organización
muy democrática, sin aceptar la tesis leninista de la necesidad de
una elite revolucionaria y una férrea disciplina para garantizar la
fuerza y cohesión teórica y práctica del partido. Zinoviev sostuvo
una fuerte polémica con Rosa Luxemburgo en la que ésta fue acusada
de poner excesiva confianza en la "espontaneidad"
revolucionaria de las masas.
La
contribución teórica de Rosa Luxemburgo al marxismo está
representada, fundamentalmente, por su obra La acumulación de
capital, en la que revisa la teoría económica marxista en lo
concerniente, sobre todo, a las "contradicciones del
capitalismo". En este importante libro, Rosa Luxemburgo somete a
examen el volumen 2º de El Capital.
4.
A raíz de la derrota de la revolución rusa de 1905 el gobierno tomó
una serie de medidas brutalmente represivas. Ante la nueva situación,
los mencheviques comenzaron a insistir de nuevo en la necesidad de
liquidar las organizaciones clandestinas del partido, evitando toda
ilegalidad. Cierto sector de los bolcheviques, por el contrario sostenía
que la única actitud revolucionaria lícita era la de incitar a las
masas a batirse en las barricadas, oponiéndose a toda participación
en cualquier organismo legal, y, sobre todo, en la Duma. Proponían,
concretamente, que la minoría socialdemócrata se retirase de la Duma
(de ahí su nombre de otzovistas, del ruso otzovat, retirar). Lenin
combatió con igual energía la ideología de capitulación ante el
zarismo de los liquidacionistas y el aventurerismo
"izquierdista" de los otzovistas.
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