Formación

 

Georg Lukacs

Lenin: La coherencia de su pensamiento (1924)

Capítulo 6 - "Realpolitik" revolucionaria

El proletariado toma el poder del Estado e instaura su dictadura revolucionaria; lo cual significa que la realización del socialismo se ha convertido en el problema del día. Un problema para el que el proletariado no estaba en modo alguno suficientemente preparado. Porque la "Realpolitik" de la socialdemocracia al ocuparse siempre de los problemas del día como tales problemas del día, simplemente, es decir, sin relacionarlos con los problemas últimos de la lucha de clases y, en consecuencia, sin apuntar nunca más allá del horizonte de la sociedad burguesa, no ha conferido al socialismo a los ojos de los obreros sino, nuevamente, un carácter utópico.

La escisión entre el movimiento y su objetivo final no falsea únicamente la adecuada visión de los problemas cotidianos, de los problemas del movimiento obrero como tal, sino que transforma al mismo tiempo su objetivo final en una utopía. Esta regresión al utopismo se manifiesta de muy diversas formas. Sobre todo en el hecho de que el socialismo deja de presentarse a los ojos de los utopistas como un proceso en curso para parecer algo que ya es. Es decir, únicamente se analizan los problemas del socialismo -en la medida en que son planteados- desde el punto de vista de las cuestiones económicas, culturales, etc., y de las mejores soluciones técnicas imaginables para las mismas, una vez entrado ya el socialismo en la fase de su realización práctica.

Pero el problema de cómo puede llegarse a una situación de este tipo, es decir, de cómo puede resultar socialmente posible, no se plantea, así como tampoco se plantea el problema de la concreta naturaleza social de una situación de este tipo, ni el de las relaciones de clase y las formas económicas en las que se encuentra el proletariado en el momento histórico en el que se presenta la tarea de realizar el socialismo. (De manera similar a como Fourier estudió en su época muy detalladamente el funcionamiento de los falansterios, sin mostrar el camino concreto de su realización.)

El eclecticismo oportunista, o lo que es lo mismo, la supresión de la dialéctica del método del pensamiento socialista, sustrae, pues, al propio socialismo del proceso histórico de la lucha de clases. De ahí que los contaminados por el veneno de este pensamiento no perciban los puntos previos de la realización del socialismo ni los problemas mismos de su realización sino en una perspectiva harto deformada.

El error de esta posición de base es tan profundo que no sólo informa el pensamiento de los oportunistas -para quienes el socialismo sigue siendo un objetivo lejano-, sino que llega en ocasiones a alcanzar también a revolucionarios sinceros, a los que lleva a falsas concepciones. Estos últimos -buena parte del ala izquierda de la Segunda Internacional- fueron capaces de percibir adecuadamente el proceso revolucionario mismo, la lucha por el poder como proceso, en estrecha relación con los problemas prácticos de cada día, pero sin llegar a integrar en este mismo contexto la situación del proletariado después de la conquista del poder y los problemas concretos derivados de esta situación. También en este punto se revelaron como utopistas.

El realismo extraordinario con el que Lenin trató los problemas todos del socialismo durante la dictadura -y que le valió la consideración hasta de sus propios rivales de la grande y pequeña burguesía- no es, en suma sino la consecuente aplicación del marxismo, de la vía histórico-dialéctica de estudio, análisis y posible solución de los problemas -ya actuales- del socialismo. Poco es lo que en los escritos y discursos de Lenin -como, por otra parte, en los de Marx- se encontrará sobre el socialismo como hecho consumado. Y mucho, por el contrario, sobre los pasos que llevan a su realización.

Porque apenas podemos imaginarnos de manera concreta el socialismo en todos sus detalles como sí fuera una situación ya creada. Por importante que sea el adecuado conocimiento teórico de su estructura básica, la importancia de este reconocimiento radica, sobre todo, en su condición de posible patrón de medida para los pasos dados hacia el socialismo. El conocimiento concreto del socialismo es, como lo es, por otra parte, el socialismo mismo, el resultado de la lucha que se lleva a cabo por conseguirlo; y no nos resulta accesible sino en dicha lucha por el socialismo y sólo en ella. Y todo intento de llegar a un conocimiento del socialismo por otro camino que el de su interrelación dialéctica con los problemas cotidianos de la lucha de clases, no haría de él sino una metafísica, una utopía, algo puramente contemplativo y en absoluto práctico.

El realismo de Lenin, es decir, su "realpolitik" no es, pues, sino la definitiva liquidación de todo utopismo, la realización concreta del contenido del programa de Marx; una teoría -en suma- convertida en práctica, una teoría de la praxis. Lenin ha hecho con el problema del socialismo lo mismo que hizo con el problema del Estado: lo arrancó del aislamiento metafísico y del aburguesamiento en el que estaba sumido y lo introdujo en el contexto global de los problemas de la lucha de clases. Tradujo a experiencia práctica las geniales indicaciones hechas por Marx en su "Critica del programa de Gotha" y en otros puntos de su obra, confrontándolas con el proceso histórico y dándoles vida y concreción en la realidad histórica con una plenitud muy superior a la que hubiera sido posible en la época de Marx e incluso para un genio como Marx.

Los problemas del socialismo son, en consecuencia, los problemas de la estructura económica y de las relaciones de clase en el momento en que el proletariado toma el poder estatal. Surgen de manera inmediata de la situación en la que el proletariado implanta su dictadura. De ahí que no puedan ser comprendidos y resueltos fuera del contexto mismo de esos problemas; no obstante contienen un elemento radicalmente nuevo, nuevo -por este mismo motivo- en relación con esta situación y con todas las situaciones precedentes.

Efectivamente: todos sus elementos pueden provenir del pasado, pero su relación con el mantenimiento y fortalecimiento del dominio del proletariado da lugar a nuevos problemas que no podían estar en Marx ni en otras teorías anteriores, y que no pueden ser comprendidos y resueltos sino a partir de esta situación esencialmente nueva.

La "realpolitik" de Lenin se revela en consecuencia -analizada en su contexto general y atendiendo a su fundamento mismo- como el punto más alto alcanzado hasta la fecha por la dialéctica materialista. Por una parte, un análisis estrictamente marxista, sobrio y austero, pero profundamente penetrante, de la situación dada, de la estructura económica y de las relaciones de clase. Por otra, una visión extremadamente clara, no deformada por prejuicio teórico ni deseo utópico alguno, de todas las nuevas tendencias que se derivan de esta situación.

Este postulado, aparentemente sencillo y que hunde, efectivamente, sus raíces de la esencia de la dialéctica materialista -que es en realidad una teoría de la historia- no resulta, sin embargo, tan fácil de satisfacer. Los hábitos mentales del capitalismo han educado a todos los hombres, y sobre todo a los de orientación científica, en la costumbre de no explicar lo nuevo sino a partir de lo antiguo, en explicar íntegramente lo actual a partir de lo pasado. (El utopismo de los revolucionarios es un intento de superar esto con las fuerzas actualmente disponibles, un intento con el fin de saltar a un mundo absolutamente nuevo, sin comprender dialécticamente la cristalización dialéctica de lo nuevo a partir de lo antiguo).

"He ahí por qué -decía Lenin- se dejan confundir tantos por el Capitalismo de Estado. Para evitar la confusión no hay que perder nunca de vista lo fundamental, es decir, que el Capitalismo de Estado, tal y como lo hemos realizado, no ha sido analizado por teoría alguna, no hay bibliografía sobre él, por la sencilla razón de que todos los conceptos vinculados a esta expresión vienen referidos al poder burgués en la sociedad capitalista. Y el nuestro es un Estado que ha abandonado la vía capitalista, sin haber entrado todavía en la nueva vía".

¿Qué es, sin embargo, lo que para la concreta realización socialista encuentra el proletariado ruso que ha accedido al poder en su entorno real? En primer lugar, un capitalismo monopolista -relativamente- desarrollado, en pleno derrumbamiento a consecuencia de la guerra mundial, en un país agrícola atrasado cuyo campesinado sólo ha podido liberarse de las cadenas de los residuos feudales uniéndose a la revolución proletaria.

En segundo lugar, fuera de las fronteras rusas un mundo capitalista hostil, cuya intención no es otra que dificultar por todos los medios a su alcance las cosas al nuevo Estado de obreros y campesinos, y que sería suficientemente fuerte como para aplastarlo militar o económicamente si no estuviera tan profundamente dividido por las crecientes contradicciones del capitalismo imperialista, contradicciones y rivalidades, etc., de las que el proletariado ha sabido aprovecharse siempre. (Nos hemos limitado únicamente a aludir a los dos complejos de problemas más importantes; en tan pocas páginas no podemos aspirar a analizarlos a fondo).

La base material del socialismo como forma económica superior destinada a reemplazar al capitalismo no puede radicar sino en una reorganización de la industria, en un superior desarrollo de la misma, en su adaptación a las necesidades de las clases trabajadoras, en su transformación en el sentido de una vida cada vez más plena (supresión de la contraposición entre el campo y la ciudad, entre el trabajo físico y el intelectual, etc.). El estadio en que esta base del socialismo se encuentre condiciona, consecuentemente, las posibilidades y vías de su realización concreta.

Ya en 1917 -antes de tomar el poder del Estado- determinó Lenin con toda claridad la situación económica y las tareas que ésta imponía al proletariado. "A la dialéctica histórica se debe, precisamente, que la guerra, al acelerar considerablemente la transformación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado haya aproximado sobremanera, en virtud precisamente de ello, la humanidad al socialismo. La guerra imperialista es el preludio de la revolución socialista. Y no únicamente porque la guerra engendra, con toda su carga de horror, la sublevación proletaria -no hay sublevación capaz de crear el socialismo, si su base económica no ha madurado-, sino, sobre todo, porque el capitalismo monopolista de Estado es una perfecta preparación material para el socialismo, es su puerta de entrada, en la medida en que en la escala de la historia constituye precisamente ese escalón que precede al socialismo, sin ningún otro escalón intermedio".

En consecuencia, "el socialismo no es otra cosa que un capitalismo monopolista de Estado organizado a beneficio de la totalidad del pueblo, y en este sentido, no es ya monopolio capitalista alguno". Y a comienzos de 1918: "...en el actual estado de cosas el capitalismo estatal representaría un paso hacia adelante en nuestra república soviética. Si en medio año, por ejemplo, se implantara en nuestro país sólidamente el Capitalismo de Estado, ello representaría un gigantesco triunfo y la más segura garantía de que al cabo de un año el socialismo habría sido definitivamente establecido entre nosotros y sería ya invencible".

Dada la difusión de esa leyenda burguesa y socialdemócrata según la cual Lenin, una vez fracasada la tentativa "marxista doctrinaria" de introducir "de golpe" el comunismo habría firmado una transacción, llevado de su "realismo y sagacidad política", desviándose así de su línea anterior, no podíamos renunciar a citar extensamente los párrafos anteriores. La verdad histórica es, precisamente, lo contrario.

El llamado comunismo de guerra, al que Lenin calificaba de "medida provisional, condicionada por la guerra civil y por la destrucción" y que "no era ni podía ser una política adecuada a las tareas económicas del proletariado", era una desviación de la línea por la que -según sus previsiones teóricas- discurría la evolución al socialismo. Una medida condicionada, sin duda, por la guerra civil interior y exterior y, en consecuencia, inevitable, pero provisional. Pero, según Lenin, al proletariado le habría resultado funesto desconocer este carácter del comunismo de guerra, considerándolo -a la manera de muchos revolucionarios sinceros, pero que no estaban a la altura de Lenin en el plano teórico- como un verdadero paso hacia el socialismo.

Lo que importa no es, pues, la intensidad con que ostentan un carácter socialista las formas externas de la vida económica, sino, exclusivamente, el grado de dominio efectivo que tiene el proletariado de este aparato económico que ha hecho suyo al tomar el poder y que constituye al mismo tiempo, la base de su ser social, es decir, la gran industria, así como el grado en que pone dicho dominio efectivamente al servicio de sus objetivos de clase.

Por mucho, sin embargo, que hayan cambiado el entorno de estos objetivos de clase y, en consecuencia, los medios de su realización, su eje general ha tenido que seguir siendo el mismo: proseguir la lucha contra la burguesa, es decir, proseguir la lucha de clases con la ayuda de esas -siempre vacilantes- capas medias (los campesinos, sobre todo). Y en este sentido no debe olvidarse jamás que a pesar de su inicial victoria, el proletariado sigue siendo la clase más débil, y lo seguirá siendo durante mucho tiempo -hasta la victoria de la revolución a escala mundial.

La lucha del proletariado ha de ceñirse, pues, en el terreno económico, a dos principios: detener, por una parte, la destrucción de la gran industria por la guerra y la guerra civil tan rápida y plenamente como sea posible, ya que sin esta base el proletariado como clase camina hacia un abismo. Y, por otra, regular los problemas de la producción y distribución de tal modo que el campesinado, que gracias a la solución revolucionaria del problema agrario, se ha convertido en un aliado del proletariado, permanezca fiel a esta alianza obteniendo la mayor satisfacción posible de sus intereses materiales. Los medios para la realización de estos objetivos varían según las circunstancias. Pero su realización progresiva es el único camino para mantener impávido el dominio del proletariado, primera premisa del socialismo.

La lucha de clases entre la burguesía y el proletariado prosigue, pues, con idéntica violencia en el frente de la economía interior. La pequeña empresa, cuya abolición y "socialización", es en este estadio, pura utopía, "engendra capitalismo ininterrumpidamente, engendra burguesa día tras día, hora tras hora, de manera elemental y, también, de manera masiva".

Lo importante es saber si en esta competición vencerá esa burguesa que nuevamente está formándose y acumulando, o la gran industria estatal y dominada por el proletariado. El proletariado debe arriesgarse a esta competición, si no quiere, por el contrario, arriesgarse a poner a la larga en peligro su alianza con los campesinos, al estrangular las pequeñas industrias, comercios, etc. (un estrangulamiento cuya plena consecución es, por otra parte, ilusoria).

A ello se une la participación de la burguesía en dicha competencia, en forma de capital extranjero, de concesiones, etcétera. Surge así la paradójica situación de que este movimiento -independientemente de sus intenciones- puede llegar a ser, en un plano económico objetivo, un aliado del proletariado, en la medida en que ayuda a fortalecer la potencia económica de la gran industria. Nace así "una alianza contra los elementos de la pequeña empresa"; teniendo que ser, por otra parte, combatida, al mismo tiempo, con toda energía la natural tendencia del capital concesionario a convertir progresivamente el Estado proletario en un a colonia capitalista. (Cláusulas en las concesiones, monopolio del comercio exterior, etc.).

Estas breves reflexiones no pueden proponerse, en modo alguno, esbozar, ni siquiera a grandes rasgos, la política económica de Lenin. Lo que aquí simplemente queda indicado debe servir para subrayar con cierta claridad los principios de la política de Lenin, su fundamento teórico. Principios que, en definitiva, consisten en mantener en pie el dominio del proletariado en un universo de enemigos subrepticios o declarados, y de aliados vacilantes. Al igual que el principio básico de su política antes de la toma de poder consistió en detectar, en el caos de las tendencias sociales del capitalismo decadente que se entrelazaban y confluían, todos aquellos factores que, explotados por el proletariado, podían convertirlo en la clase rectora y dominante de la sociedad.

Lenin se mantuvo fiel a este principio durante toda su vida, sin concesiones ni desfallecimientos. Pero se mantuvo fiel a él en su condición de principio dialéctico -siendo no menos implacable su rigor en este punto. En el sentido de que "la tesis básica de la dialéctica materialista es que todos los limites en la naturaleza y en la historia están condicionados y tienen, al mismo tiempo, una gran movilidad, de tal modo que no hay un solo fenómeno que, en determinadas circunstancias, no pueda convertirse en su contrario". De ahí que la dialéctica exija "una investigación radical del fenómeno social del que se trate en su evolución misma, así como una reducción de los momentos externos y aparentes a las fuerzas actuantes fundamentales, al desarrollo de las fuerzas productivas y a la lucha de clases".

La grandeza de Lenin como dialéctico se debe a su constante aprehensión de los principios fundamentales de la dialéctica, del desarrollo de las fuerzas productivas y de la lucha de clases en su esencia más profunda de manera concreta, sin prejuicios abstractos, pero, también, lejos de toda confusión fetichista en virtud de cualesquiera fenómenos superficiales. Se debe, en fin, a su constante reducción de todos los fenómenos con que hubo de enfrentarse, a este principio último de los mismos: a la acción concreta de los hombres concretos (es decir, condicionados tenencia a una clase determinada), en virtud de sus verdaderos intereses de clase. La leyenda del Lenin "hábil político realista", del Lenin "maestro de las transacciones" cae en este punto, desvelándose ante nosotros el verdadero Lenin, el edificador consecuente dé la dialéctica marxista.

Ante todo hay que rechazar en el análisis del concepto de transacción cualquier posible significado del término que tienda a presentarlo como una habilidad, maniobra o fraude refinado. "Las personas -decía Lenin- para quienes la política es un conjunto de pequeñas maniobras que en ocasiones rozan el engaño, no encontrarán en nosotros sino el rechazo más categórico. Las clases no pueden ser engañadas". La transacción no consiste, pues, en el contexto leninista sino en aprovechar en este sentido las tendencias evolutivas reales de las clases (y eventualmente de las naciones, en el caso, por ejemplo, de los pueblos oprimidos) que en determinadas circunstancias y durante cierto tiempo caminan paralelamente en algunos problemas de interés vital para el proletariado, a beneficio de ambas partes.

Las transacciones también pueden ser, sin embargo, una forma de la lucha de clases contra el enemigo más decidido de la clase obrera, es decir, contra la burguesía. (Basta con pensar en la relación de la Rusia soviética con los Estados imperialistas.) Y los teóricos del imperialismo se aferran a esta forma especial de transacciones con el fin, en parte, de elogiar -o criticar- a Lenin como "político realista no dogmático" o bien, asimismo, para justificar de este modo sus propios compromisos. Ya hemos aludido a lo erróneo del primer argumento; en el enjuiciamiento del segundo hay que tener en cuenta -como en todo problema dialéctico- la totalidad formada por el entorno concreto de la transacción. E inmediatamente resulta evidente, por este camino, que la transacción de Lenin y la de los oportunistas parten de supuestos previos diametralmente opuestos.

La táctica de la socialdemocracia descansa -declarada o inconscientemente- en el criterio de que la verdadera revolución aún está muy lejos, en que aún no se dan las condiciones objetivas básicas para la revolución social, en que el proletariado aún no está ideológicamente maduro para la revolución, en que el partido y los sindicatos aún son demasiado débiles, etc., de donde se extrae la consecuencia de que el proletariado ha de llegar a una transacción con la burguesía. Cuanto más intensamente se den las condiciones básicas objetivas y subjetivas de la revolución social, tanto más "puramente" podrá realizar el proletariado sus objetivos de clase. De este modo la transacción adquiere en la praxis el aspecto de un gran radicalismo, de un íntegro "mantener puros" los principios con vistas a los objetivos finales".

(En este contexto únicamente pueden ser englobadas, por supuesto, aquellas doctrinas socialdemócratas que de una manera u otra aún creen aferrarse a la teoría de la lucha de clases. Porque para los otros puntos de vista, la transacción no es ya un compromiso, sino una colaboración natural entre los distintos sectores profesionales para el bien de la comunidad, globalmente considerada).

Para Lenin, en cambio, la transacción se deriva directa y lógicamente de la actualidad de la revolución. Si el carácter fundamental de la época entera es la actualidad de la revolución, si esta revolución -tanto en los diversos países aisladamente considerados como a escala mundial- puede estallar en cualquier momento, sin que éste pueda ser previsto con absoluta exactitud, si el carácter revolucionario de la época entera se manifiesta de manera inagotable en la creciente descomposición de la sociedad burguesa -a lo que se debe que las tendencias más diversas se sucedan y entremezclen permanentemente-, todo ello quiere decir, en fin, que el proletariado no puede comenzar y llevar a término su revolución en unas circunstancias "favorables", elegidas por él, teniendo, en consecuencia, que aprovecharse siempre de toda tendencia que, aun cuando sólo sea temporalmente, favorezca la revolución o, por lo menos, debilite a sus enemigos.

Anteriormente citamos algunos pasajes de Lenin de los que se desprende lo escaso de las ilusiones que -aún antes de tomar el poder- se hacía sobre el ritmo de realización del socialismo. Las siguientes frases, tomadas de uno de sus últimos trabajos, escrito después del período de las "transacciones", indican con la misma claridad que esta previsión jamás significó para él una interrupción de la actividad revolucionaria: "Napoleón escribió en una ocasión: On s'engage et puis on voit. Lo que libremente traducido significa que "primero hay que entablar seriamente el combate y luego se verá todo lo demás". así libramos nosotros también un serio combate en Octubre de 1917 y luego hemos ido viendo algunos de estos detalles (desde el prisma de la historia universal evidentemente sólo unos detalles), como la paz de Brest o la "nueva política económica"", etcétera.

La teoría y la táctica leninistas de las transacciones no son, pues, sino la lógica consecuencia objetiva de la visión marxista y dialéctica de la historia, según la cual son los hombres, desde luego, quienes hacen la historia, pero no en circunstancias elegidas por ellos mismos. Es el fruto de la conciencia de que la historia está produciendo siempre lo nuevo; que, en consecuencia, estos instantes históricos, punto de intersección momentáneos de diversas tendencias, no regresan jamás en idéntica forma; que tendencias, en fin, que hoy pueden favorecer a la revolución mañana pueden serle funestas y viceversa.

He ahí por qué en Septiembre de 1917 Lenin propuso a los mencheviques y a los socialrevolucionarios, basándose en el viejo lema bolchevique "Todo el poder a los soviets", actuar en común, es decir, llegar a una transacción. Sin embargo, ya el 17 de Septiembre escribía: "Al final es ya demasiado tarde para proponer un compromiso. Incluso puede que los pocos días en que aún parecía factible una revolución pacífica hayan asimismo pasado ya. Sí, todo parece indicar que han pasado ya". La aplicación de esta teoría a Brest-Litovsk, a las concesiones, etc., se explica por sí misma.

Lo profundamente que la teoría leninista de las transacciones se basa en su visión central de la actualidad de la revolución aún se evidencia quizá más claramente en sus luchas teóricas contra el ala izquierda de su propio partido (después de la primera revolución y después, asimismo, de la paz de Brest en el contexto ruso, y en los años 1920 y 1921, en el contexto europeo). En estos debates la consigna de los radicales de izquierda era el rechazo de toda transacción por cuestión de principios. Y la tesis polémica de Lenin insiste, en lo esencial, en que el rechazo de todo compromiso equivale a evadirse de las luchas decisivas, implicando dicha concepción un derrotismo respecto de la revolución.

Porque toda verdadera situación revolucionaria -como lo es paradigmáticamente la nuestra, según Lenin- se manifiesta en el hecho de no haber campo alguno de la lucha de clases en el que no vengan contenidas posibilidades revolucionarias (o contrarrevolucionarias). El verdadero revolucionario es, pues, el que es consciente de que vivimos en una época revolucionaria y extrae las consecuencias prácticas de ello, considerando siempre el conjunto de la realidad histórico-social desde este punto de vista, atendiendo intensivamente a todo, a lo grande y a lo pequeño, a lo usual y a lo inesperado, en función de su importancia revolucionaria -y sólo en función de ella.

Cuando Lenin calificaba al radicalismo de izquierda de oportunismo de izquierda, aludía penetrante y acertadamente a la común perspectiva histórica de dos corrientes tan opuestas en todo lo demás, de las cuales una abomina de toda transacción y otra, en cambio, ve en la transacción un principio de "realpolitik" opuesto a la "rígida fidelidad a los principios dogmáticos". Perspectiva histórica común que cabe cifrar en un determinado pesimismo respecto de la proximidad y actualidad de la revolución proletaria.

De esta manera suya de rechazar ambas tendencias partiendo de un mismo principio, se desprende que la transacción de Lenin y la de los oportunistas no tienen en común más que el nombre, un nombre que designa realidades radicalmente distintas y que, en consecuencia, encubre conceptos radicalmente distintos.

Un conocimiento adecuado de lo que Lenin entiende por transacciones y de la fundamentación teórica de la táctica de las mismas es de capital importancia para la adecuada comprensión de su método y, asimismo, de singular importancia a efectos prácticos. La transacción no es posible para Lenin sino en interacción dialéctica con la fidelidad a los principios y al método del marxismo; en la transacción se evidencia siempre el próximo paso real de la realización de la teoría del marxismo.

De manera similar a como esta teoría y esta táctica han de diferenciarse de toda asunción rígidamente mecánica de los primeros principios, han de librarse en todo momento de caer en una "realpolitik" esquemática e invertebrada. Es decir, que para Lenin no basta que sean justamente percibidas y valoradas en toda su facticidad tanto la situación concreta en la que hay que actuar como las relaciones de fuerza concretas que determinen la transacción y la necesaria tendencia evolutiva del movimiento proletario, que condiciona su orientación, sino que considera, ante todo, que constituye un gran peligro práctico para el movimiento obrero que semejante comprensión exacta de la realidad no entre en el marco de un conocimiento adecuado del proceso histórico en su totalidad.

He ahí por qué Lenin aprobó la conducta práctica de los comunistas alemanes frente al "gobierno obrero" proyectado después del fracaso del putsch de Kapp, es decir, la llamada a una oposición legal, reprochándoles, sin embargo, al mismo tiempo, de la manera más severa, que esta táctica, en sí misma justa, se hubiera apoyado en una perspectiva histórica falsa, llena de ilusiones democráticas.

La unificación dialécticamente justa de lo general y de lo particular, el reconocimiento de lo general (de la tendencia general básica de la sociedad) en lo particular (en la situación concreta) y la concreción de la teoría que se deriva de ello constituyen, pues, la idea clave de esta teoría de las transacciones. Los que no ven en Lenin sino un "político realista" inteligente y en ocasiones incluso genial, desconocen por completo la esencia de su método. Pero los que creen encontrar en sus decisiones "recetas" aplicables a toda coyuntura y "fórmulas" para una conducta práctica adecuada, aún lo desconocen más.

Lenin jamás expuso "reglas generales" de posible "aplicación" a toda una serie de casos. Sus "verdades" surgen del análisis concreto de la situación concreta con ayuda de la interpretación dialéctica de la historia. De una "generalización" mecánica de sus gestos y decisiones no puede obtenerse sino una caricatura, un leninismo vulgar; es el caso, por ejemplo, de aquellos comunistas húngaros que en una situación enteramente distinta, cuando la respuesta a la nota de Clemenceau en el verano de 1919, trataron de imitar esquemáticamente la paz de Brest. Porque, como Marx censura en Lasalle: "...el método dialéctico es aplicado falsamente. Hegel jamás llamó dialéctica a la integración de una masa de "casos" en un principio general".

El hecho de tener en cuenta todas las tendencias existentes en cada situación concreta no significa, en modo alguno, que todas ellas hayan de gravitar con igual peso en la balanza de las decisiones. Todo lo contrario. Cada situación tiene un problema central, de cuya resolución dependen tanto los otros problemas contemporáneos, como el desarrollo ulterior de todas las tendencias sociales en el futuro. "Hay que captar en todo momento -dice Lenin- el eslabón especial de la cadena al que es preciso aferrarse con todas las fuerzas para sujetar la cadena entera y preparar el tránsito al eslabón siguiente, con lo que la sucesión de los eslabones, su forma, su encadenamiento, sus diferencias internas en la cadena histórica de los acontecimientos no son tan simples y faltas de sentido como en el caso de una cadena vulgar de las que fabrica el herrero".

Qué momento de la vida social es el llamado a adquirir en un instante dado semejante importancia es cosa que sólo la dialéctica marxista, es decir, el análisis concreto de la situación concreta puede ayudar a descifrar. El hilo conductor que nos permite encontrarlo es la visión revolucionaria de la sociedad como una totalidad en proceso. Porque únicamente esta relación con la totalidad confiere tal importancia en un momento dado al eslabón decisivo de la cadena: debe ser asido, ya que no hay otro camino para asir la totalidad.

De ahí que en uno de sus últimos escritos, en el que se ocupa de las cooperativas, subraye Lenin este problema con especial energía y concreción, indicando que "mucho de lo que en los sueños de los viejos cooperativistas no era sino fantasía o romanticismo malo, se ha convertido en la más cruda realidad". Y añade: "En realidad, sólo una cosa nos falta: "civilizar" de tal modo a nuestra población que comprenda todas las ventajas de una participación personal en la cooperativa y se incline a colaborar en ella. Nada más, a decir verdad. Hoy no necesitamos ninguna otra sofisticación para proceder al tránsito al socialismo. Ahora bien, para que esto pueda ser conseguido resulta imprescindible un giro radical, un largo trecho de evolución cultural de la masa entera del pueblo".

No es posible, por desgracia, proceder aquí a un análisis de todo el ensayo. De ser factible, dicho análisis -como en el de cualquier otra medida táctica de Lenin- evidenciaría que el todo viene contenido en cada uno de estos "eslabones de la cadena". Evidenciaría también, que el criterio de la verdadera política marxista radica siempre en extraer dichos momentos del proceso general, concentrando en ellos un máximo de energía, momentos que -en un instante dado, en una fase dada- entrarían esta relación con la totalidad, con la totalidad del presente y con el problema central de la evolución futura y, por tanto, con el futuro mismo.

Este enérgico asimiento del siguiente, es decir, del eslabón decisivo de la cadena, tampoco significa que ese momento tenga que ser desgajado del todo y que los otros momentos hayan de ser descuidados por su culpa. Todo lo contrario. Sólo significa que todos los otros momentos han de ser puestos en relación con este problema central y han de ser comprendidos y resueltos en este contexto. La interrelación que entre si guardan todos los problemas no tiene por qué ser disminuida por esta concepción, una concepción que, por el contrario, la refuerza y hace más concreta.

Estos momentos deben su existencia al proceso histórico, a la evolución objetiva de las fuerzas productivas. Pero las condiciones de su reconocimiento y el consiguiente desarrollo ulterior de los mismos dependen del proletariado. La tesis básica, y ya varias veces citada, del marxismo, según la cual los hombres hacen su historia, adquiere una importancia creciente en la época de la revolución, una vez tomado el poder del Estado; por mucho que, desde luego, haya de ser dialécticamente completada por la inexcusable importancia de unas circunstancias no escogidas libremente.

Lo que en la práctica, significa que la función del partido en la revolución -la idea clave del joven Lenin- aún es más importante y decisiva en la época de transición al socialismo de lo que pudo serlo en el período de su preparación. Porque cuanto más activa se hace la influencia del proletariado y más aumenta y mayor es su influencia sobre la marcha de la historia, cuanto más decisivas resultan -en el buen y en el mal sentido- las decisiones del proletariado para él mismo y para la humanidad entera, tanto más importante es preservar en toda su pureza la única brújula que puede guiarnos en mar tan embravecido y salvaje, es decir, la conciencia de clase del proletariado, confiriendo una claridad siempre creciente a este espíritu, única gula posible en la lucha.

Esta importancia de la función histórica activa del partido del proletariado es un rasgo central de la teoría y, en consecuencia, de la política de Lenin, un rasgo al que no se cansó jamás de exaltar, subrayando su importancia en las decisiones prácticas. He aquí, por ejemplo, sus palabras en el XI Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, cuando su polémica contra los enemigos de la evolución hacia un Capitalismo de Estado: "El capitalismo de Estado es un capitalismo al que podemos frenar y cuyas fronteras podremos delimitar siempre; un capitalismo estatal vinculado al Estado y el Estado son los obreros, el sector más avanzado de los obreros, la vanguardia, es decir, nosotros... Y cómo haya de ser ese capitalismo de Estado es algo que depende de nosotros".

De ahí que todo punto nodal de la evolución al socialismo sea siempre -y de modo decisivo- un problema interno del partido. Lo que está en juego es una ordenación de las fuerzas, una adecuación de las organizaciones del partido a su nueva tarea: influir sobre la evolución social en el sentido que se desprenda de un exacto y cuidadoso análisis de la totalidad desde el punto de vista de clase del proletariado. He ahí por qué ocupa el partido un lugar preeminente en la ordenación jerárquica de las fuerzas que constituyen el Estado -que somos nosotros. He ahí también por qué este mismo partido -dado que la revolución únicamente puede triunfar a escala mundial y dado que el proletariado sólo puede constituirse realmente en clase como proletariado mundial- está incorporado y subordinado, como sección, al órgano supremo de la revolución proletaria, a la Internacional Comunista.

La rigidez mecanicista que caracteriza a todos los oportunistas y pequeñoburgueses, verá siempre en estas conexiones contradicciones insolubles. Esta rigidez no podrá comprender nunca como los bolcheviques, después de "haber regresado al capitalismo", se aferran a la antigua estructura del partido, a la vieja "dictadura antidemocrática" del partido. No podrá comprender que la Internacional Comunista no renuncie un solo instante a la revolución mundial, que intente prepararla y organizarla con todos los medios a su alcance, al mismo tiempo que el Estado del proletariado ruso procura firmar la paz con las potencias imperialistas e intente que el capitalismo imperialista participe en la mayor cuantía posible en la reconstrucción económica de Rusia.

Tampoco podrá comprender que el partido se aferra inexorablemente a su rigor interno y procure consolidarse ideológica y organizativamente de la manera más enérgica, en tanto que la política económica de la república soviética se esfuerza sobremanera en que su alianza con los campesinos, a los que debe su subsistencia, no sea debilitada; en tanto, en fin, que la república soviética lleva camino de convertirse, a los ojos de los oportunistas, en un Estado campesino, perdiendo así progresivamente su carácter proletario, etcétera, etc.

La rigidez mecanicista del pensamiento no dialéctico es incapaz de comprender que estas contradicciones son contradicciones objetivas, contradicciones de la época actual; que la política del PCUS, la política de Lenin, sólo es contradictoria en la medida en que busca y encuentra las respuestas dialécticamente exactas a las contradicciones objetivas de su propio ser social.

El análisis de la política de Lenin nos lleva, en consecuencia, siempre a las cuestiones fundamentales del método dialéctico. Su obra entera no es sino la aplicación consecuente de la dialéctica marxista a los fenómenos ininterrumpidamente cambiantes de una época de transición gigantesca, unos fenómenos que dan vida constante a lo nuevo. Pero como la dialéctica no es ninguna teoría hecha, susceptible de ser aplicada mecánicamente a los fenómenos de la vida, sino que existe como teoría únicamente en la medida de esta aplicación y en virtud de ella, el método dialéctico heredado de Marx y Engels ha ganado, gracias a la praxis leninista, en amplitud y plenitud, siendo asimismo superior su evolución teórica.

Está, por consiguiente, plenamente justificado hablar del leninismo con una nueva fase en la evolución de la dialéctica materialista. Lenin no se ha limitado a revitalizar la pureza de la teoría marxista, desfigurada y debilitada durante decenios por el marxismo vulgar, sino que ha hecho evolucionar el método mismo, confiriéndole mayor concreción y madurez. Y si ahora la tarea de los comunistas radica en seguir avanzando por la senda del leninismo, este avance únicamente será fructífero si procuran adoptar respecto de Lenin una actitud similar a la sustentada por Lenin respecto de Marx.

La forma y el contenido de este comportamiento vienen determinados por la evolución de la sociedad, por los problemas y deberes que el proceso histórico impone al marxismo y lo que determina su éxito es el nivel de conciencia de clase proletaria alcanzado por el partido dirigente del proletariado. El leninismo significa que la teoría del materialismo histórico aún se ha aproximado más a las luchas cotidianas del proletariado, que aún se ha vuelto más práctica de lo que podía serlo en la época de Marx.

La tradición del leninismo no puede, pues, consistir sino en mantener en pie -sin falsearla ni volverla rígida- la función viva y vivificante a un tiempo, creciente y a la vez enriquecedora del materialismo dialéctico. De ahí -repetimos- que Lenin deba ser estudiado por los comunistas de manera similar a como Marx fue estudiado por Lenin. Hay que estudiarlo para aprender el método dialéctico. Para aprender a encontrar lo particular en lo general y lo general en lo particular, gracias al análisis concreto de la situación concreta; a encontrar en el momento nuevo de una situación lo que la vincula al proceso anterior y en las leyes del proceso histórico lo nuevo que va surgiendo una y otra vez; a encontrar en el todo la parte y en la parte el todo; a encontrar en la necesidad de la evolución el momento de la acción eficaz y en el hecho, la vinculación con la necesidad del proceso histórico.

El leninismo implica un nivel de pensamiento concreto, del pensamiento no esquemático ni mecanicista no alcanzado hasta la fecha; un pensamiento enteramente vertido a la praxis. Conservar esto es la tarea de los leninistas. Pero en el proceso histórico tan sólo puede conservarse aquello que está inmerso en una evolución llena de vida. Y semejante conservación de la tradición leninista es, actualmente, la tarea más noble para todo aquel que verdaderamente asuma el método dialéctico como arma en la lucha de clases del proletariado.

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