El marxismo rechaza la
concepción tradicional de la enseñanza como un proceso en que una
persona activa enseña y muchas personas pasivas aprenden. Esta
concepción –que se basa en la división entre teoría y práctica,
entre el trabajo intelectual y el trabajo manual- debe ser reemplazada
por la enseñanza como un proceso creador en que todo el grupo, donde
se enseña y se aprende, trabaja activamente, confrontando sus
conocimientos e ideas, y que a través de esta confrontación logra
impartir el nuevo conocimiento al que aprende y logra profundizar el
conocimiento del que enseña.
Dice Hegel a sus
estudiantes: "lo primero que hay que aprender aquí es a estar de
pie". Es decir, en tensión, alertas, y en actividad, en actitud
creadora. "Si el aprender se limitara simplemente a recibir, no
daría mucho mejor resultado que escribir en el agua". El que
estudia algo debe recrear ese algo dentro de sí mismo. No es cuestión
de recibir algunas nociones de marxismo. Lo que hay que hacer es
investigar el marxismo, enfrentarlo, penetrar intensamente en la
materia que se quiere aprender y dejar que esa materia penetre
profundamente en el intelecto y en la emoción del que aprende. Si no,
no hay aprendizaje posible.
Sólo se aprende a través
de la investigación. De modo que nuestra tarea será investigar
juntos el marxismo; juntos tendremos que descubrir y redescubrir el
marxismo, empezando por su esencia, que es lo más difícil de captar,
y huyendo como de la peste de las vulgarizaciones y simplificaciones
al estilo de los manuales como el llamado Principios de Filosofía
de Politzer, que se parecen tanto al marxismo como una hoja seca a una
rosa recién cortada.
(El proceso del
conocimiento)
Hay algunas fórmulas básicas
y elementales del marxismo, tales como la lucha de clases, la
importancia de la estructura económica de la sociedad, el
materialismo, etc., que han sido las más popularizadas por los
divulgadores del marxismo que han escrito manuales para uso de las
grandes masas. Esas fórmulas, que no son nada más que elementos del
pensamiento marxista, parecen ofrecer a primera vista explicaciones
maravillosamente simples y terminantes para los problemas más
complejos. Y claro, las mentalidades semi-intelectualizadas se aferran
con uñas y dientes a esas fórmulas, que les permiten explicarse
todos los problemas – es decir, ellos creen que los explican- sin
ningún esfuerzo mental. Desgraciadamente, al movimiento
revolucionario, y sobre todo a los grandes movimientos de masas y a
los grandes aparatos burocráticos encaramados sobre la clase obrera,
se acercan infinidad de semi-intelectuales, de obreros y sobre todo de
pequeños burgueses semi-intelectualizados, que toman el marxismo como
un aparato que ahorra el trabajo de pensar y que da respuesta a todos
los problemas. Para esa gente el marxismo es una especie de vitrola
tragamonedas: se aprieta un botón y sale una respuesta para el
problema que se quiere resolver.
Pues bien: el marxismo
no es eso, y eso es la negación del marxismo. El marxismo exige un
serio e intenso esfuerzo del pensamiento. Decía Labriola: "los
doctrinarios, los que tienen necesidad de ídolos del espíritu, los
hacedores de sistemas buenos para la eternidad, los compiladores de
manuales y enciclopedias, buscarán a tontas y a locas en el marxismo
lo que él no ha querido ofrecer jamás a nadie. Ven en pensamiento y
en saber algo que existe materialmente, pero no entienden el
saber y el pensamiento como actividades que son in fieri",
que constantemente se están haciendo.
El pensamiento vulgar,
dice Hegel, cree que lo verdadero y lo falso son entidades inmóviles,
cosas con existencia propia, una de las cuales se alza del lado de allá
y la otra del lado de acá, cada una de ellas aislada y fija, sin
contacto con la otra. Este es también el modo de pensar del marxismo
vulgar, del marxismo de los burócratas, que quieren convertir el
pensamiento marxista en un diccionario donde está clasificado todo lo
que es verdadero y todo lo que es falso, todo lo que hay que conocer y
todo lo que no hay que conocer. Frente a esto, el pensamiento dialéctico,
el auténtico pensamiento marxista, afirma con Hegel que "la
verdad no es una moneda acuñada que pueda darse o recibirse sin más".
La verdad se alcanza
por el esfuerzo militante del pensamiento, y se alcanza a través del
error, de la permanente confrontación de verdad y error. El marxismo
no es una moneda acuñada que se toma y se da. El marxismo es
pensamiento vivo y viviente, que está en permanente confrontación
con la realidad y consigo mismo, afirmándose y negándose a sí mismo
a cada instante, para poder afirmarse nuevamente en un nivel superior.
El marxismo es
implacable consigo mismo, porque está contra los mitos y la falsedad,
contra la mistificación. El marxismo quiere sacar los disfraces,
imponer la claridad. Dice Lukács: para el proletariado la verdad es
el arma de la victoria, tanto más cuanto que es la verdad sin
subterfugios.
Todo esto que hemos
afirmado quiere decir que debemos tener en cuenta lo siguiente: aquí
no vamos a recibir el marxismo en píldoras. Aquí vamos a conocer las
líneas fundamentales del marxismo para investigarlo después cada uno
con su pensamiento.
Tengamos en cuenta además
que este salón, este grupo de gente que constituimos nosotros,
constituye un sistema social, y refleja a la sociedad en que vivimos.
La sociedad, sus diferencias de clase, sus desgarramientos materiales
e ideológicos, están ya aquí, en este grupo, dentro de nosotros, en
los conocimientos, los hábitos, la personalidad que cada uno trae ya
cuando cruza esa puerta. Y la sociedad está también en este pequeño
sistema social que constituye nuestro grupo porque desde este momento
en que nos hemos reunido para estudiar juntos el marxismo todos
estamos asumiendo roles respecto a cada uno de los demás: estamos
teniendo e iremos teniendo diferencias y agrupamientos, simpatías y
antipatías, prestigios y falta de prestigios. Es decir, que todas las
categorías de la sociedad y los conflictos existentes en la sociedad
están ya en nuestro grupo, como en todo grupo de trabajo. Y nosotros,
a diferencia de lo que ocurre con la enseñanza tradicional, que finge
ignorar estos problemas, tenemos que ser conscientes de ellos y
hacerlos explícitos, y aprovechar las tensiones y conflictos que
surgen para hacer más penetrante y más profundo nuestro estudio del
marxismo.
(Esquema del curso:
concreto, abstracto, concreto)
Entiendo que el
objetivo que nos proponemos –es decir, tomar los hilos conductores
fundamentales del pensamiento marxista que permitirán después una
investigación personal del marxismo por parte de cada uno- podemos
alcanzarlo en ocho reuniones básicas. En la primera, vale decir, hoy,
trataremos de responder a esta pregunta: ¿qué es y qué quiere el
marxismo? Esta es la gran pregunta con la cual debe iniciarse y con la
cual debe terminar todo estudio de marxismo. Dentro de unos momentos
vamos a enfrentar esta pregunta. Y en nuestra última reunión vamos a
discutir de nuevo acerca de "qué es y qué quiere el
marxismo", pero en un nivel superior, más rico en contenido.
Es decir, vamos a ir de
un enfoque sintético y concreto del marxismo, que haremos hoy, a un
enfoque analítico y abstracto –o sea, tomando no la totalidad sino
elementos aislados- que haremos en próximas reuniones. Y finalmente
volveremos a realizar un enfoque sintético y concreto, pero mucho más
concreto que el que haremos hoy, porque entonces tendremos a nuestra
disposición un contenido más rico, tendremos el conocimiento
conceptual y el conocimiento interpersonal que iremos obteniendo en
nuestras sucesivas reuniones.
El orden de los
problemas que estudiaremos en las próximas reuniones está dado por
la siguiente consideración: existen tres categorías –es decir,
tres puntos de vista para estudiar la realidad- que son básicos para
comprender el marxismo. Estas categorías son la naturaleza, el
trabajo y la sociedad.
La naturaleza es
la realidad fundamental de donde proviene la vida en general, la vida
del hombre en particular y los elementos básicos para perpetuar la
vida del hombre.
La sociedad es
la realidad propiamente humana, inseparable del hombre, porque jamás
ha existido el hombre como individuo aislado, y al decir hombre
decimos implícitamente sociedad.
Y el trabajo es
la actividad creadora mediante la cual el hombre, es decir la
sociedad, actúa sobre la naturaleza y modifica al hombre mismo y a la
sociedad.
Pues bien, la concepción
de las relaciones entre sociedad, naturaleza y trabajo es el abecé de
la filosofía marxista, y a eso nos dedicaremos en la próxima
reunión.
La concepción marxista
de la relación entre trabajo y sociedad, y de la relación de la
sociedad consigo misma, es el tema que podemos denominar sociología
marxista, y la veremos en la tercera reunión.
El problema de la
evolución de la sociedad en el tiempo es el tema de la concepción
marxista de la historia, y lo veremos en la cuarta reunión.
Ahora bien, de esta crítica
de la sociedad se desprendió un pronóstico marxista sobre la
evolución del capitalismo y sobre la nueva sociedad que nacería de
la sociedad capitalista. Y se desprendió también una política
marxista tendiente a destruir la sociedad capitalista. El problema
del pronóstico marxista, es decir, la teoría del socialismo,
lo veremos en la sexta reunión; el problema de la política marxista,
en la séptima reunión.
Y finalmente, en la última
reunión, veremos cuáles son los problemas actuales, los nuevos
problemas y los nuevos enfoques para los viejos problemas con que se
enfrenta hoy en día el marxismo. Y así responderemos nuevamente,
pero disponiendo de nuevos elementos, a la pregunta que vamos a
enfrentar por primera vez ahora mismo:
¿Qué es y qué quiere
el marxismo?
El marxismo es: 1) una
concepción general y total del hombre y del universo; 2) es, en función
de esa concepción del mundo, una crítica de la sociedad en que nació
el marxismo, es decir, la sociedad capitalista, y 3) en función de
esa crítica y como resultado de ella, es una política, es un
programa de acción para la transformación revolucionaria de la
sociedad, para la creación de un nuevo tipo de relación entre los
hombres.
En general, para el público,
incluso para el público que supone ser marxista, el marxismo es sólo
una crítica de la sociedad capitalista y un programa de lucha por el
socialismo. Pero en realidad estas son sólo partes del marxismo, y
partes subordinadas a la concepción marxista del hombre, que es la
esencia y el punto de partida del marxismo, lógica y cronológicamente.
Por eso, para responder a la pregunta de qué es el marxismo y qué
quiere hay que comenzar, imprescindiblemente, por la parte esencial y
menos conocida –más oculta, podría decirse- del marxismo, que es
la concepción marxista del hombre.
El marxismo afirma que
nada hay en la tierra y sus alrededores superior al hombre mismo. El
único creador que el marxismo reconoce es el hombre, que con
su trabajo crea un mundo nuevo y modifica a la naturaleza y se
modifica a sí mismo. El marxismo rechaza el concepto de Dios y de
cualquier fuerza extrahumana o sobrehumana, situada por encima del
hombre y que domine al hombre, se la llame Dios, Historia, Destino o
Espíritu Santo. "La historia", dice Marx, "no hace
nada, ‘no posee una riqueza inmensa’, ‘no libra combates’.
Ante todo es el hombre, el hombre real y vivo, quien hace todo eso y
libra combates; estemos seguros de que no es la historia la que se
sirve del hombre como un medio para realizar (...) sus fines; no es más
que la ctividad del hombre que persigue sus objetivos" (La
Sagrada Familia). El hombre es el autor y el actor de su historia.
Y en otra parte señala Marx: "toda la pretendida historia del
mundo no es otra cosa que la producción del hombre por el trabajo
humano, y por consiguiente el devenir de la naturaleza por obra del
hombre" (Manuscritos económico-filosóficos, Tercer
Manuscrito, traducción de MP) (Nota de MP).
Para el marxismo, todo
el poder que las religiones atribuyen a los dioses no es más que
poder humano que el hombre, por diversas circunstancias, ha proyectado
fuera de sí mismo y las atribuye a seres o cosas existentes fuera de
él. El marxismo quiere reivindicar para el hombre, como propiedad del
hombre, "los tesoros que han sido dilapidados en el cielo" (Hegel)
(Nota de MP).
El marxismo cree que el
paraíso y el infierno no están fuera del mundo, en el más allá,
sino aquí, en la tierra. Y que el creador y el amo del paraíso y del
infierno es el hombre, que los crea con su trabajo. El marxismo niega
el más allá y, en consecuencia, afirma la capacidad creadora de este
mundo. El marxismo niega una vida mejor en el cielo y por lo tanto
afirma lo siguiente: la vida debe y tiene que mejorar en la tierra. El
futuro mejor, que es para las religiones el objeto de fe ociosa en lo
que vendrá después de la muerte, se transforma con el marxismo en el
objeto del deber, de la actividad humana (Nota de MP).
El marxismo no cree que
la historia se detendrá un día, que vendrá un diluvio y luego la
humanidad se precipitará en un infierno eternamente lleno de torturas
o en un paraíso donde no habrá problemas de ninguna naturaleza. El
marxismo cree que siempre habrá problemas, luchas y conflictos. Pero
es profundamente optimista, porque cree que el hombre es capaz de
forjar un destino cada vez más humano; es decir, un destino en el que
el hombre no explote a otro hombre, en el que el hombre pueda aplicar
el grueso de su capacidad creadora no a luchar contra otros hombres
para comer y vestirse, sino crear una vida más llena de confort y
belleza, de solidaridad y libertad, es decir, una vida más
propiamente humana. Es decir, que ese futuro venturoso que las
religiones ponen en el cielo y para después de la muerte, el marxismo
lo pone en el "más acá" y sobre la tierra, no como
producto de la muerte sino como producto de la vida creadora del
hombre.
Es decir que el
marxismo es profundamente optimista, y esta sola característica basta
para hacerlo irreductiblemente enemigo de toda religión. Pero atención.
El optimismo revolucionario del marxismo no tiene nada que ver con el
"progresivismo". El "progresivismo" cree que las
contradicciones se resuelven por sí mismas a lo largo del tiempo. Así,
oculta al hombre su propio papel y anula el elemento humano activo,
sin el cual no puede haber ningún progreso (Lukács). La confianza en
el ilimitado progreso del "campo de la URSS y del
socialismo", por ejemplo, es la réplica pseudo marxista de la
confianza que tenían los liberales spencerianos del siglo pasado en
la paz perpetua y el mundo de fraternidad librecambista que se
alcanzaría con el comercio universal. El marxismo tiene optimismo y
confía en el porvenir. Pero su optimismo no es el optimismo ciego y
complaciente del "progresivismo". El marxismo sabe que la
categoría de peligro es esencial, es parte integrante y fundamental
de todo proceso de avance y desarrollo, y también del proceso de
desarrollo de la humanidad. Y por lo tanto sabe que el término de ese
proceso puede ser la catástrofe, y que las más grandes posibilidades
de crear un mejor destino humano van incesantemente acompañadas por
las más tremendas posibilidades de volver hacia atrás y anular todo
destino humano. Y el único que tiene la llave de cambios para indicar
el camino que se tomará es el hombre. Sólo la voluntad activa y
consciente del hombre decidirá. Por ejemplo, si construiremos un
nuevo mundo con el átomo o si semi-destruiremos al mundo también con
el átomo.
(La alienación)
Las religiones creen
que los sufrimientos del hombre, la explotación del ser humano por
otro ser humano, existen porque el hombre es hombre, y sólo pueden
dejar de existir cuando el hombre muere. Por eso hablan de la salvación
del hombre post mortem, en el más allá. El marxismo, al contrario,
afirma que el sufrimiento humano y la explotación del ser humano
existen porque el hombre todavía no es plenamente humano, porque se
ha alienado, y sólo dejarán de existir cuando el hombre sea
plenamente hombre y se desaliene. Por eso no habla de salvaciones en
el más allá sino del rescate del hombre, del reencuentro del hombre
con sus nuevas cualidades.
Hemos utilizado las
palabras alienación y desalienación. Estas dos palabras sintetizan
los dos conceptos fundamentales del marxismo. El concepto de alienación
y de la lucha por la desalienación son la esencia, el corazón del
pensamiento marxista.
Alienación quiere
decir que el hombre está dominado por cosas que él creó. Alienación
quiere decir que el hombre ha proyectado partes de sí mismo, las ha
transformado en cosas, y que esas cosas dominan al hombre. Alienación
es eso que Heine describía en Inglaterra, "donde las máquinas
se comportan como seres humanos y los hombres como máquinas".
"La acción conjunta de los individuos –dice Marx- va creando
mil fuerzas productivas. Pero una vez creadas, estas fuerzas dejan de
pertenecer a los que la crean, se les vuelven hostiles y los
tiranizan". "Así como en las religiones el hombre está
dominado por las criaturas de su propio cerebro, en la producción
capitalista lo vemos dominado por los productos de su propio brazo (El
capital, I). Los precios de las mercancías "cambian
constantemente, sin que en ello intervengan la voluntad y el
conocimiento previo ni los actos de las personas entre quienes se
realiza el cambio. Su propio movimiento social cobra a sus ojos la
forma de un movimiento de cosas bajo cuyo control están, en vez de
ser ellos quienes lo controlen (El capital, I) (Nota de MP).
Desalienación quiere
decir que el hombre ponga bajo su control esas cosas que le oprimen y
que son partes de sí mismo, productos de su trabajo. Desalienación
quiere decir que, al dominar esas partes de sí mismo que se han
convertido en cosas que hoy lo oprimen, el hombre se reencuentre
consigo mismo, se rescate a sí mismo.
¿Cómo se produce la
alienación del hombre? Desde que existe, el hombre está ligado a
tres realidades que se vinculan intensamente entre sí. Ellas son el
trabajo, la reproducción de necesidades nuevas y la familia.
El trabajo
es la suma de todos los esfuerzos, ante todo prácticos, y después
también teóricos, que el hombre tiene que realizar para poder
sostener su vida en general. La producción de necesidades nuevas
es producto del trabajo realizado para satisfacer las necesidades
primarias, porque para satisfacer una necesidad el hombre crea un
instrumento, y esto a su vez origina una nueva necesidad, y así hasta
el infinito. Pero los hombres no sólo trabajan para satisfacer sus
necesidades elementales, no sólo se crean nuevas necesidades, sino
que también hacen otros hombres, es decir, se reproducen. Se entra así
en la relación entre hombre y mujer, padres e hijos, es decir, la
familia.
Pues bien: en estas
tres realidades, trabajo, producción de necesidades nuevas y producción
de hombres o familia, están dados todos los elementos que originan la
alienación del hombre a lo largo de la historia hasta nuestros días.
Por el trabajo nacen
objetos, que poseen una especie de existencia independiente respecto
de su creador, que es el hombre. En las sociedades primitivas, donde
el productor consumen sus propios productos, esta independencia del
objeto se agota rápidamente en el momento en que su creador lo
consume. Pero cuando comienza la producción de mercancías, sobre
todo en la sociedad capitalista, los objetos, convertidos en mercancías,
escapan al control del productor –que ya no los consume él mismo- y
adquieren independencia, dominando al hombre a través de la ley del
valor, del dinero, del precio y demás categorías y leyes económicas.
Por otra parte, tanto
la producción de objetos como la producción de otros hombres sólo
pueden hacerse por la cooperación de distintos individuos. De esta
cooperación surge una maraña de relaciones sociales y de
instituciones que van aumentando en extensión y complejidad y
terminan por dominar al hombre, apareciéndosele como cosas tan
naturales y alejadas de su control como los astros o los otros
planetas.
Además, ya en la
producción de otros hombres existe una situación que cada vez se
desarrolla más a medida que progresa el dominio de la humanidad sobre
la naturaleza. Se trata de la división del trabajo. Hombre y mujer
tienen distintas funciones en el trabajo de la reproducción, y esta
es la primera división del trabajo que conoce el hombre. Pero después
surgen nuevas divisiones. Surge la tremenda división entre el trabajo
manual y el intelectual. Y surge la posibilidad –y luego la
realidad- de que una parte de la humanidad se convierta en
beneficiaria del trabajo de la otra parte. Surge la posibilidad para
algunos hombres de apropiarse del producto del trabajo ajeno.
Y con la división del
trabajo comienza el desarrollo unilateral del hombre. Desde el
comienzo de la división del trabajo cada uno tiene una ubicación
determinada y exclusiva, que le es impuesta y de la cual ya no puede
salir. El hombre ya no es más primordialmente hombre; es ante todo
obrero o campesino o burgués o artesano, y tiene que seguir siéndolo
si no quiere perder sus medios de vida.
Y bien, la división
del trabajo, el trabajo productivo y la producción de nuevas
necesidades se desarrollan a través de la historia, y con ellas
crecen los objetos producidos por el hombre pero que el hombre no
domina. Se acentúa la unilateralidad del desarrollo de cada hombre.
El hombre se aliena respecto de sus obras, de las cosas que él creó,
es decir, se le aparecen como objetos extraños regidos por leyes
propias que se le imponen pese a su voluntad. Y finalmente, al
dividirse la sociedad en clases, el hombre se aliena respecto de sí
mismo, y se produce la alienación entre el hombre y el hombre. Así
como los productos de su trabajo le resultan cosas cuyo control se le
escapa, el hombre comienza a utilizar a otros hombres como un medio o
instrumento, como una cosa para la satisfacción de sus necesidades
propias.
El hombre se convierte
en una cosa, en mercancía que otros hombres compran para sus fines. Y
todo lo que el hombre trabajador produce ya no sólo se le aparece
como una cosa extraña que él no domina; ahora ese producto de su
trabajo se convierte en un poder extraño, en el poder de otra clase,
de otros hombres que se encuentran sobre él. Y desde entonces, al
quedar alienado, el hombre queda alienado de su trabajo. Ya no sólo
los productos de su trabajo aparecen ante el hombre como cosas y
poderes extraños. Ahora es su propio trabajo el que le resulta algo
extraño, externo. El hombre ya no trabaja porque trabajar es
la esencia humana y sólo en el trabajo se realiza el hombre. Ahora el
hombre alienado trabaja para vivir. El trabajo ya no es la condición
y el supuesto superior de la vida, sino que es simplemente un medio,
un instrumento, no para realizar la vida sino para satisfacer las
necesidades biológicas más importantes. Este es el panorama general
–muy a vuelo de pájaro- de lo que el marxismo llama la alienación
del hombre, y que podemos resumir en unos pocos puntos. La alienación
se revela en que:
- los productos del
trabajo del hombre cobran existencia independiente; el mundo de las
cosas creadas por el hombre se mueve independientemente de la voluntad
humana;
- las relaciones
sociales entre los hombres aparecen como cosas que escapan también al
control del hombre y parecen regirse por leyes propias, casi
"naturales";
- el producto del
trabajo de una parte de la humanidad se transforma en poder de la otra
parte de la humanidad;
- el hombre ya no
existe como "hombre" sino como parte de hombre, como obrero
o tendero, como intelectual o picapedrero, como parte de hombre, nunca
como totalidad humana;
- el hombre mismo se
convierte en cosa, en instrumento que otros hombres utilizan para sus
propios fines,
- y, en fin, el trabajo
mismo también se separa del hombre y se convierte en cosa. Ya no es
la realización de la capacidad creadora del hombre sino un
instrumento para satisfacer necesidades.
¿Y en qué consiste la
alienación del trabajo? "Consiste ante todo –dice Marx- en que
el trabajo es externo al obrero, es decir, no pertenece a su ser, y
por tanto en su trabajo el obrero no se afirma, sino que se niega, se
siente insatisfecho, infeliz, no desarrolla una libre energía física
y espirituaal, sino que agota su cuerpo y destruye su espíritu. Por
eso sólo fuera del trabajo el obrero se siente dueño de sí, y en
cambio se siente fuera de sí en el trabajo. Está en su casa si no
trabaja, y si trabaja no está en su casa. Por lo tanto su trabajo no
es voluntario, sino obligado. Es un trabajo forzado. No es la
satisfacción de una necesidad, sino tan sólo un medio para
satisfacer necesidades extrañas. Tan extraño es el trabajo, tan poco
pertenece al obrero, que apenas desaparece la coacción física o de
otro orden, el trabajador escapa del trabajo como de la peste. El
trabajo alienado es un trabajo de sacrificio de sí mismo, de
mortificación... Ciertamente el trabajo produce para los ricos cosas
maravillosas, pero para el obrero, deformaciones. Sustituye el trabajo
por máquinas, pero arroja a una parte de los obreros a un trabajo bárbaro,
y transforma a la otra parte en máquina. Produce cosas espirituales,
pero para el obrero produce idiotismo y cretinismo" (Manuscritos...,
traducción de MP).
Esto decía Marx en
1844. Pues bien, los mejores sociólogos norteamericanos están
llegando en nuestros días, por vía empírica, a las mismas
conclusiones, y ellos redescubren el problema de la alienación del
hombre. Ely Chinoy, Automobile Workers and the American Dream
[Los trabajadores automotrices y el Sueño Americano], New York, 1955;
Charles Walker, The Man on the Assembly Line [El hombre de la línea
de montaje], Massachussetts, 1952; C. Wright Mills, Las clases
medias en Norte América, Madrid, 1957 (Nota de MP).
La película "La
mujer del prójimo" –que debería llamarse "A sola firma
sin anticipo, puesto que su título en inglés es "No down
payment"- merece verse porque es una excelente y descarnada
manifestación de la forma en que vive la clase media yanqui, y allí
se ven claramente algunos aspectos esenciales de la alienación de un
pequeño pueblo burgués contemporáneo en un país capitalista
privilegiado.
(La concepción
marxista de la libertad)
Proponiéndose llegar a
las masas más atrasadas, y precisamente para poder llegar a las
masas, el marxismo se vulgarizó, se simplificó. Y pagó un precio
tremendo, porque se desnaturalizó y perdió su riqueza, y llegó a
ser confundido con una simple interpretación económica de la
historia, o con un programa de mejoras para la clase obrera. A eso
quedó reducido.
Y luego, los aparatos
burocráticos que se erigieron sobre la clase obrera y que adoptaron
el marxismo como un instrumento para la justificación de su política,
ayudaron con todo su poderío material a mantener las nociones
vulgares del marxismo y a ocultar su esencia, esto es, la lucha contra
la alienación, la lucha para desalienar al hombre. Claro, los
aparatos burocráticos tienen que ocultar esto porque equivale a su
propia liquidación. Si el marxismo fuera sólo luchas por mejoras
económicas, o por la reorganización de la economía, los aparatos
burocráticos no correrían ningún peligro, y hasta podrían
presentarse como fieles ejecutores del marxismo. Pero si el marxismo
es –y efectivamente eso es- lucha permanente contra la alienación,
es decir, contra todas las potencias materiales y místicas que
oprimen al hombre, entonces los aparatos burocráticos están
absolutamente condenados, y no hay convivencia posible entre ellos y
el marxismo.
Se explica así que en
el llamado Diccionario filosófico marxista de M. Rosental y P.
Iudin el concepto de alienación no aparezca en ningún modo,
ni explícita ni implícitamente, ni directa ni indirectamente.
En un texto de 1842
Marx escribió que "la libertad es la esencia del hombre".
Henri Lefebvre ha retomado esta cita olvidada y afirma con profunda
razón que "el marxismo nace de una aspiración fundamental a la
libertad, de una exigencia impaciente, de un deseo de
florecimiento". Un crítico stalinista le reprocha que con esto
quiere fundar al marxismo "no sobre el materialismo y la ciencia
sino sobre una exigencia moral". En realidad, tiene razón
Lefebvre: la concepción de la desalienación, de la liberación del
hombre, es la esencia del marxismo.
En 1857, mientras
prepara El capital, Marx escribe un trabajo sobre economía política
que se publicó en Moscú en 1939. En ese trabajo, dice Marx que hasta
ahora la historia ha registrado dos tipos de sociedad: uno en el cual
existen relaciones personales de dependencia; otro, como en el
capitalismo, en que existe la independencia personal basada en la
dependencia material. La próxima etapa, el socialismo, será aquella,
dice Marx, en que existirá "la individualidad libre, fundada
sobre el desarrollo universal de los individuos y la subordinación a
ellos de su producción social". Es decir, la misión de la
sociedad socialista es inaugurar el reino de la individualidad humana
libre sobre la tierra.
"El reflejo
religioso del mundo real –dice Marx- sólo puede desaparecer por
siempre cuando las condiciones de la vida diaria, laboriosa y activa,
representen para los hombres relaciones claras y racionales, entre sí
y respecto a la naturaleza. La forma del proceso social de vida, o lo
que es lo mismo, el proceso material de producción, sólo se despojará
de su halo místico cuando ese proceso sea obra de hombres libremente
socializados y puesta bajo su mando de modo consciente y
racional" (Marx, El capital, I, 1). Obsérvese: hombres
libremente socializados.
Por su parte, Engels
dice en el AntiDühring que, con el socialismo, "cesa la
producción de mercancías y con ella el imperio tiránico del
producto sobre el productor (...) Cesa la lucha por la existencia
individual, y con ello puede decirse, en cierto sentido, que el hombre
sale definitivamente del reino animal y se sobrepone a las condiciones
animales de existencia, para someterse a condiciones de vida
verdaderamente humanas. Las condiciones de vida que rodean al hombre y
que hasta ahora le dominaban se colocan a partir de ese instante bajo
su dominio y mando, y el hombre se convierte por primera vez en señor
consciente y efectivo de la naturaleza, al convertirse en señor y dueño
de los medios naturales socializados. Las leyes de su propia vida
social, que hasta ahora se alzaban frente al hombre como poderes extraños,
como leyes naturales que le sometían a su imperio, son aplicadas
ahora por él con pleno conocimiento de causa y por tanto sometidas a
su poderío. La asociación humana que hasta aquí se le imponía por
decreto ciego de la naturaleza y de la historia es a partir de ahora
obra suya. Por vez primera, éste comienza a trazarse su historia con
plena consciencia de lo que hace. La humanidad salta del reino de la
necesidad al reino de la libertad".
Y Lenin dice en El
Estado y la revolución que "el gobierno de los hombres será
sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de
los procesos de producción". Y en otro tramo: "El fin último
que nos proponemos es la destrucción del Estado, esto es, de toda
violencia sistemática y organizada, de toda violencia sobre los
hombres en general... Al luchar por el socialismo estamos persuadidos
de que desaparecerá toda necesidad de violencia sobre los hombres en
general, de la subordinación de un hombre a otro, de una parte de la
sociedad a otra".
Como se ve, los clásicos
marxistas insisten decisivamente en que la libertad del hombre es la
aspiración fundamental del marxismo. El marxismo quiere hombres
plenamente humanos, hombres libres de cosas y fetiches opresores.
Mejorar el nivel de vida es un paso absolutamente necesario, y el
primer paso hacia esta liberación del hombre, pero sólo el primer
paso.
El marxismo comprende
que la producción de la vida material y la satisfacción de las
necesidades es una actividad natural e indispensable. El comer, el
beber y el procrear son funciones auténticamente humanas. Pero
–dice Marx- en ellas no se revela lo que hay de específicamente
humano en el hombre. Porque también el animal come y se reproduce. De
modo que si la satisfacción material es separada del resto de la
actividad humana, y se la convierte en propósito único y último,
entonces esas funciones son propias del animal y no tienen en sí nada
de humanas. Por eso, agrega Marx, mientras exista un régimen social
en que para el hombre el comer, el beber y el reproducirse aparezcan
como los propósitos exclusivos de sus deseos, el hombre será apenas
superior al animal y estará verdaderamente lejos de alcanzar su
verdadero estado humano.
"Un violento
aumento de salarios –dice Marx- no sería otra cosa que una mejor
remuneración de los esclavos, y no elevaría al obrero ni al trabajo
a su función humana y a su dignidad" (Manuscritos). Esto,
en 1844. En El capital, Marx dice que "a medida que se
acumula el capital, tiene necesariamente que empeorar la situación
del obrero, cualquiera que sea su retribución, ya sea ésta alta o
baja" (El capital, I, 23).
El marxismo no es
simplemente materialismo, aunque lo ignore el crítico stalinista de
Lefebvre. El marxismo niega que el hombre sea, así sin más, producto
directo de las circunstancias y del medio. El marxismo reivindica la
autonomía creadora del hombre. Tanto la burocracia de los partidos de
la II Internacional como la burocracia soviética practicaban y
practican esta reducción del marxismo a un materialismo de trocha
angosta. Esta es la concepción de las burocracias porque reduce a
nada la iniciativa creadora del hombre y por lo tanto eleva a las
nubes el conservadurismo de los aparatos burocráticos, caracterizados
por su apego y su sumisión rastrera a las circunstancias, rechazando
la lucha por modificar las circunstancias.
Marx ha explicado todo
esto muy netamente en sus "Tesis sobre Feuerbach": "La
teoría materialista de que los hombres son producto de las
circunstancias y de la educación olvida que las circunstancias son
cambiadas precisamente por los hombres, y que el propio educador
necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la división de
la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la
sociedad" (Tesis III).
(Conclusión)
Y bien: ¿qué es,
entonces, el marxismo? El marxismo es, como ya dijimos, una concepción
del mundo, es una crítica a la sociedad capitalista, y es un programa
de lucha para transformar la sociedad. Y como eje de esos tres
aspectos, y como objetivo único y decisivo del marxismo, está la
lucha para desalienar al hombre, la aspiración a rescatar para el
hombre su plenitud humana.
En el marxismo, todo lo
demás son sólo medios para este fin. El desarrollo material de las
fuerzas productivas y la elevación del nivel de vida es importante,
porque constituye la base material para la desalienación del hombre.
La liquidación del capitalismo es fundamental porque constituye a su
vez la condición básica para un mayor desarrollo de las fuerzas
productivas. El ascenso de la clase obrera al poder es imprescindible
porque constituye a su vez el requisito básico para la liquidación
del capitalismo. Todo esto es fundamental y está muy bien, como están
muy bien los satélites y las grandes centrales eléctricas y los
tractores, etc. Pero, para el marxismo, todo eso son medios y nada más.
Porque lo que el marxismo quiere – y esto es su esencia- es un nuevo
tipo de relaciones entre los hombres, en las que los hombres no estén
dominados por cosas ni fetiches; en las que el hombre sea el amo
absoluto, dueño soberano de sus facultades y productos, y no esclavo
de la mercancía y el dinero, de la propiedad y el capital, del estado
y la división del trabajo.