En reuniones anteriores señalamos
cómo la ciencia oficial tergiversa el pensamiento marxista, sea
intencionalmente o por ignorancia. Veamos un ejemplo: "Tampoco
están dispuestos los antropólogos –dice un científico
norteamericano- a dejar que los marxistas u otros deterministas
culturales hagan de la cultura otro absoluto tan autocrático como el
Dios o el Destino de algunas filosofías" (Kluckhohn, Antropología).
Pues bien, nosotros hemos
visto cómo el marxismo, el auténtico marxismo, rechaza todo
determinismo extrahumano. Para el marxismo lo único que
"determina" es la actualidad del hombre. De modo que
este antropólogo yanqui –que por lo demás es un hombre de ciencia
muy respetable-, cuando pretende criticar al marxismo, actúa como un
vulgar charlatán que no sabe de qué habla.
El marxismo señala que las
ciencias humanas, las dificultades para la investigación son
inmensas, pero no son del mismo orden que las que se presentan en las
ciencias naturales. El marxismo es alertamente consciente de que, además
de las dificultades comunes a todas las ciencias y a todo conocimiento
de las relaciones humanas, en todos sus niveles, tiene dificultades
específicas. Y estas dificultades provienen de la interferencia de la
lucha de clases en la conciencia de los hombres (Lucien Goldmann).
Los sociólogos no marxistas
objetan a "las tomas de posición política y a los juicios de
valor que cabe señalar y criticar en la concepción marxista sobre
las clases", y por su parte dicen: "Ensayaré eliminar todo
juicio de valor subyacente, en cuanto sea consciente (George Gurvitch).
El marxismo sostiene que esta
eliminación de los juicios de valor no es posible ni deseable. La
sociología no es ciencia, es conciencia (ya conversamos
sobre esto en una reunión anterior). El estudio de las ciencias
humanas no puede ser "objetivo" en el sentido en que son
objetivas las ciencias naturales. Se puede estudiar el movimiento de
los astros, o de los electrones y protones, sin tomar partido, porque
esas realidades no son producidas por el hombre y por lo tanto es
absurdo decir que "está bien", que es "bueno" o
"malo" que un planeta gire en ésta o en aquélla órbita.
Pero las ciencias del hombre actúan sobre una realidad que es
producto de la acción del hombre y ante la cual es imposible no hacer
juicios de valor y no tomar posición. Por ejemplo: al estudiar la
esclavitud, el "no tomar partido" es tomar partido a favor,
porque la indiferencia equivale a sancionar lo que existe.
Lo que habitualmente se
denomina "sociología", esa supuesta ciencia que intenta
agrupar y clasificar las relaciones entre los hombres según modelos y
categorías tomadas de las ciencias naturales, es despreciada por el
marxismo. La pretensión de reducir la experiencia humana a
"leyes" de tipo mecánico fatalista –como la ley de
dilatación de los cuerpos, etc.- es rechazada también por el
marxismo. La pretensión de tratar los hechos sociales, es decir, las
relaciones entre los hombres, como "cosas", también es
extraña al marxismo, que demuestra que el intento de tratar las
relaciones interhumanas como "cosas" es un producto de la
alienación.
Cuando el Diccionario de
Filosofía staliniana de Rosental y Iudin dice que "Marx
demostró que el curso de las ideas dependen del de las cosas"
está demostrando en realidad que este diccionario no tiene nada que
ver con el marxismo. En el lenguaje diario, e incluso en el lenguaje
de la lucha política o de la interpretación de un fenómeno histórico
particular, podemos decir que "las cosas vienen mal o bien",
que "el curso de las cosas" obliga a esto o lo otro. Podemos
decir, por ejemplo, que "por el curso de las cosas" el
establecimiento de una universidad privada favorecerá a las clases
privilegiadas. Esto es así porque en el lenguaje de todos los días,
incluso en lenguaje político, nos movemos en el terreno de la
alienación, en el terreno en que las relaciones entre los hombres
aparecen como relaciones entre cosas, que no están sometidas al
control del hombre sino que lo dominan. Pero cuando planteamos la
cuestión en el terreno del marxismo, que es el terreno en que se
rompe con la alienación, en que se ve más allá de las cosas
para descubrir las relaciones humanas que hay detrás de ellas, en
este terreno es infinitamente erróneo decir que "el curso de las
ideas depende del curso de las cosas". El curso de las ideas
depende del contexto social en que se desenvuelven, y este contexto
social no consiste en "cosas" –como las estrellas, o la
lluvia, o la cordillera de los Andes-, sino en relaciones entre
hombres.
El pensamiento vulgar
contrapone "la sociedad" y "el individuo", y
supone que la sociedad es un agregado de individuos que, en sí
mismos, son distintos de la sociedad. Marx, por el contrario, señala:
"Es necesario evitar hacer de la sociedad una abstracción
enfrentada al individuo. El individuo es el ser social. Sus
manifestaciones de vida son una expresión y una confirmación de la
vida social" (Manuscritos..., traducción de MP).
Esto es así porque para vivir
hay que producir. Y no se puede producir sino en colaboración con
otros hombres. Para reproducirse se necesitan dos personas de distinto
sexo. Es decir, ya en las necesidades más íntimamente individuales
está contenida la absoluta necesidad de la relación social con otras
personas.
"El hombre, por el doble
conato que lo caracteriza: de una parte el de conservar la propia
vida, de otra, el de prolongarse en otros seres, pertenece desde luego
a la naturaleza. Pero, por este mismo doble conato, viene a hallarse
engranado también en la sociedad. Y es que para lograr sus propósitos
ha de unirse a otros individuos que con él colaboren, sean cuales
fueren las condiciones, el método y el objeto de la colaboración.
De ahí el recíproco enlace entre la forma determinada que reviste la
producción y el tipo de colaboración vigente y el grado de
desarrollo de la sociedad (Marx, La ideología alemana,
subrayado de MP).
"La organización social
y el Estado brotan de la vida de determinados individuos. Pero de la
vida de esos individuos considerados no según ellos se conciben en su
propia mente o según los conciben los demás, sino como son en
realidad, esto es, según obran, producen materialmente; según como
despliegan –refrenados por determinadas barreras, bajo imposición
de determinados presupuestos y bajo condiciones de que no son dueños-
la actividad que les es propia. El nacimiento de las representaciones,
las ideas, la conciencia, se halla inmediatamente enlazada desde sus
comienzos con la actividad y las relaciones materiales de los hombres,
con su vida real. Lo que los individuos se representan, lo que
piensan, lo que ponen de manifiesto en el trato espiritual con sus
semejantes es el resultado de su vida material. Y lo dicho de los
productos espirituales de los individuos aplícase asimismo a los de
un pueblo entero, en los diversos órdenes de la lengua, la política,
la legislación, la moral, la religión, la metafísica, etc. Pero
–insistimos- los individuos a que nos referimos son los individuos
reales y activos, sujetos en su acción al grado de desarrollo de sus
fuerzas productivas y a las relaciones (...) que los ligan los unos a
los otros, desde los que rigen en los grupos pequeños hasta los que
se extienden a las agrupaciones más amplias" (La ideología
alemana).
Destaquemos la importancia
particular de la afirmación "desde las que rigen en los pequeños
grupos", en vista de las modernas investigaciones sobre dinámica
de los grupos.
La conciencia brota en el
terreno de esta estructura de relaciones interhumanas. En términos de
Marx: "La conciencia es, desde un comienzo, un producto social, y
lo seguirá siendo mientras haya hombres" (La ideología
alemana).
Todo el comportamiento del
hombre es decisivamente plasmado por lo que los antropólogos llaman
"cultura". Por "cultura" la antropología quiere
significar la manera total de vivir de un pueblo, el legado social que
el individuo recibe de su grupo. O bien puede considerarse la cultura
como "aquella parte del medio ambiente que ha sido creada por el
hombre" (Kluckhohn, 1951).
Lo más íntimo de cada
individuo, lo que se supone más individual y más privado, en
realidad no es tan individual ni tan privado. La psicología de
nuestros días comprueba científicamente que "las
manifestaciones exteriores de nuestros afectos aparecen como deberes
impuestos por el grupo, como también lo que son propios afectos. Para
innumerables circunstancias de la vida diaria la colectividad nos fija
a la vez los sentimientos que debemos tener y la manera en que tenemos
que expresarlos (Blondel, 1952).
"Nuestro régimen de
concepto, con sus compatibilidades y sus incompatibilidades, sus
atracciones y sus repulsiones, su jerarquía, su orden y su escala de
valores, nos viene del grupo del que formamos parte. Se graba en
nosotros, sin que podamos eludirlo, mediante el lenguaje que
aprendemos desde nuestra primera infancia, por la disciplina colectiva
que soportamos sin tregua desde el nacimiento hasta la muerte. No
captamos la realidad tal como es, sino tal cual se la concibe y quiere
la colectividad a la que pertenecemos. La realidad vista con los ojos
del grupo, si así puede decirse, es para nosotros indiscernible de la
realidad misma. Y esto vale no sólo para la realidad exterior, sino
también para la vida interior. Reflexionar es hablarse su propio
pensamiento; tratar de tener conciencia clara de un estado de alma,
por personal que en apariencia sea, es captarlo dentro del cuadro que
la colectividad le ha fijado, afectado con el valor que ella le
atribuye; es confundirlo con ese cuadro y ese valor mismos. El régimen
de conceptos que debemos a nuestro grupo tiene, pues, como primer
efecto, introducir la objetividad propia de las representaciones
colectivas en todo el dominio de nuestra experiencia, tanto interna
como externa" (Blondel, citado por Dumas, 1948).
Dice Margaret Mead: "La
prueba que nos suministran las sociedades primitivas sugiere que las
suposiciones que cualquier cultura hace acerca del grado de frustración
o satisfacción contenido en las formas culturales, puede resultar más
importante para la felicidad que la cuestión de cuáles estímulos
biológicos se ocupa de desarrollar y cuáles de suprimir o dejar sin
desarrollo. Podemos tomar como ejemplo la actitud de la mujer en la
era victoriana, de la que no se esperaba que gozara en la experiencia
sexual y que en realidad no gozaba".
En la reunión anterior, al
terminar, yo le decía a uno de ustedes que a estas reuniones nuestras
no las denominara "clases". Y le explicaba algo que
considero vale la pena repetir para todo el grupo. Sobre el marxismo
no pueden darse "clases". Pueden exponerse principios y
problemas. Pero no puede darse clase en el sentido estricto de la
palabra. Y esto no por un problema de técnica didáctica, sino por
una razón esencial, que está en la naturaleza misma del marxismo. Y
es la siguiente: el marxismo no es una "materia" ya
terminada, que del período de lucha y la polémica –hacia fuera y
hacia dentro- haya entrado en la etapa de una expansión orgánica. El
marxismo no es una cosa terminada. El marxismo está haciéndose. Y
precisamente el más grande peligro de los clásicos cursos y
manualitos tipo los de Politzer y compañía reside en que tienden a
dar la impresión de que el marxismo es algo que ya está listo para
aprenderse en cierto número de lecciones, como se aprende geografía
o aritmética.