Carta
a Valentinov
Los
peligros profesionales del poder
Por
Christian
Rakovsky
(6 de agosto de 1928)
—
I —
Querido
camarada Valentinov:
En
sus "Meditaciones sobre las masas", fechada el 8 de julio,
examinando el problema de la "actividad" de la clase obrera,
usted trata una cuestión fundamental: la de la conservación por el
proletariado de su papel dirigente en nuestro Estado.
A
pesar de que todas las reivindicaciones de la Oposición tienden hacia
ese fin, estoy de acuerdo con usted en que no ha sido todo dicho sobre
esa cuestión. Hasta el presente, nosotros la hemos examinado siempre
en relación con el conjunto del problema de la toma y la conservación
del poder político, mientras que, para esclaracerlo más, habría
sido necesario tratarla separadamente, como asunto especial de valor
propio. En el fondo, los mismos acontecimientos se han encargado de
colocarla en primer plano.
La
oposición exhibirá siempre, como uno de sus méritos ante el
partido, del cual nadie podría despojarla, el de haber dado la alarma
a tiempo sobre la terrible declinación del espíritu de actividad de
las masas trabajadoras, y sobre su indiferencia creciente hacia el
destino de la dictadura del proletariado y del Estado soviético.
Lo
que caracteriza la ola de escándalos que acaban de ser revelados, lo
que constituye el más grande peligro, es, precisamente, esta falta de
actividad de las masas trabajadoras, y su indiferencia creciente hacia
el destino de la dictadura del proletariado y del Estado soviético.
Lo
que caracteriza la ola de escándalos que acaban de ser revelados, lo
que constituye el más grande peligro, es precisamente esta pasividad
de las masas (pasividad superior aún entre las masas comunistas que
entre las sin partido) hacia las manifestaciones de despotismo sin
precedentes que se han producido. Los obreros han sido testigos, y las
han dejado pasar sin protesta, o bien se han contentado con murmurar
un poco, por temor de aquellos que estaban en el poder, o por
indiferencia política. Desde el asunto de Chubarovsk (para no
remontarnos más arriba) hasta los abusos de Smolensk, de Artiemovsk,
etc., Usted escucha siempre la misma canción: "Nosotros lo
sabemos ya desde hace tiempo...".
Robos,
prevaricaciones, violencias, garrafas de vino, increíbles abusos de
poder, despotismo ilimitado, ebriedad, desocupación: se habla de todo
esto como de hechos ya conocidos, no desde hace meses sino desde hace
años, y también hay cosas que todo el mundo tolera sin saber por qué.
Sólo
tengo necesidad de explicar que cuando la burguesía mundial vocifera
sobre los vicios del Estado Soviético, nosotros podemos ignorarla con
tranquilo desprecio. Conocemos muy bien la pureza moral de los
gobiernos y de los parlamentos burgueses del mundo entero. No podemos
tomarlos como modelos. Entre nosotros se trata de un Estado obrero.
Nadie puede ignorar los terribles daños ocasionados por la
indiferencia política en la clase obrera.
Además,
la cuestión de las causas de esta indiferencia y de los medios para
eliminarla se revela esencial. Pero esto nos obliga a tratarla de una
manera fundamental, científica, sometiéndola a un análisis
profundo. Tal fenómeno merece que le acordemos toda nuestra atención.
Las
explicaciones que usted da son, sin ninguna duda, correctas. Cada uno
de nosotros las ha ya expuesto en sus discursos. Ya han encontrado en
parte su lugar en nuestra Plataforma (1). Y sin embargo, estas
interpretaciones y los remedios propuestos para salir de la penosa
situación, han tenido y tienen aún un carácter empírico; se
refieren a cada caso en particular sin ordenar el fondo de la cuestión.
A
mi juicio, esto se produce porque la cuestión misma es una cuestión
nueva. Hasta el presente hemos sido testigos de un gran número de
casos en que el espíritu de iniciativa de la clase obrera se ha
debilitado y ha declinado hasta el punto de llegar al nivel de la
reacción política. Estos ejemplos no habían aparecido, tanto aquí
como en el extranjero, mientras duró el período en que el
proletariado seguía combatiendo por la conquista del poder político.
Carecemos
de ejemplos de declinación del ardor del proletariado una vez
conquistado el poder, por la simple razón de que el nuestro es el
primer caso en la historia en que la clase obrera lo conserva durante
tan largo tiempo. Sabíamos hasta ahora qué podía ocurrirle al
proletariado, cuales podían ser las oscilaciones de su estado de espíritu,
cuando es una clase oprimida y explotada; pero recién ahora podemos
evaluar en base a hechos los cambios de su estado de espíritu cuando
toma en su manos la dirección.
Esta
posición política como clase dirigente no está exenta de peligros;
antes bien, los encierra muy grandes. No me refiero a las dificultades
objetivas que emergen del conjunto de la situación histórica (el
cerco capitalista exterior y la presión pequeño burguesa en el
interior del país), sino a las que son propias de toda clase
dirigente, a consecuencia de la toma y el ejercicio del poder mismo,
de la capacidad o incapacidad de usarlo.
Usted
comprende que estas dificultades continuarían existiendo, hasta
cierto punto, aún si el país se compusiese exclusivamente de masas
proletarias, y sólo hubiera Estados Obreros en el exterior. Estas
dificultades podrían ser denominadas "los peligros
profesionales" del poder.
—
II —
En
verdad, la situación de una clase que lucha por el poder difiere de
la de una clase que ya lo tiene entre sus manos. Repito que, al hablar
de peligros, no aludo a las relaciones con las otras clases, sino, más
bien, a las que se crean en las filas mismas de la clase victoriosa.
¿Qué
representa una clase cuando ha pasado a la ofensiva? Un máximo de
unidad y de cohesión. Todo espíritu de oficio o de grupo, sin hablar
de los intereses personales, pasa a segundo plano. Toda la iniciativa
está en manos de la masa militante misma y de su vanguardia
revolucionaria, ligada a esa masa del modo más intimo y orgánico.
Cuando
una clase toma el poder, un sector de ella se convierte en el agente
de este poder. Así surge la burocracia. En un Estado socialista, a
cuyos miembros del partido dirigente les está prohibida la acumulación
capitalista, esta diferenciación comienza por ser funcional y a poco
andar se hace social.
Pienso
aquí, en la posición social de un comunista que tiene a su disposición
un automóvil, un buen departamento, vacaciones regulares y recibe el
salario máximo autorizado por el Partido; posición que difiere de la
del comunista que trabaja en las minas de carbón y recibe un salario
de 50 ó 60 rublos por mes. En lo que concierne a los obreros y a los
empleados, usted sabe que ellos están divididos en dieciocho categorías
diferentes ...
Otra
consecuencia es que algunas de las funciones cumplidas en el pasado
por el Partido en su conjunto y por la clase entera, se han convertido
en atribuciones del poder, es decir, solamente de un cierto número de
gente de ese Partido y de esa clase.
La
unidad y la cohesión, que antes eran la consecuencia natural de la
lucha de clases revolucionaria, no pueden conservarse ahora sino por
una serie de medidas destinadas a preservar el equilibrio entre los
diferentes grupos de dicha clase y del partido, subordinando esos
grupos al fin fundamental.
Pero
esto constituye un proceso largo y complicado. Consiste en educar políticamente
a la clase dominante, de manera de volverla capaz de manejar el
aparato estatal, el Partido y los sindicatos, y de dirigir esos
organismos.
Repito:
es una cuestión de educación. Ninguna clase ha venido al mundo en
posesión del arte de gobernar. Dicho arte se aprende por la
experiencia únicamente, como lección de los errores cometidos.
Ninguna constitución soviética, aunque sea ideal, puede asegurar a
la clase obrera el ejercicio sin obstáculos de su dictadura y de su
control gubernamental, si el proletariado no sabe utilizar los
derechos que le acuerda esa Constitución.
La
falta de armonía entre la capacidad política y la destreza
administrativa de determinada clase y la forma jurídica-constitucional
que ella establece para su uso después de conquistado el poder, es un
hecho histórico comprobable en la evolución de todas las clases, y
en parte, también, en la de la burguesía. La burguesía inglesa, por
ejemplo, libró varias batallas no solamente para rehacer la
Constitución conforme a sus propios intereses, sino también para
colocarse en situación de aprovechar sus derechos y de participar
plenamente del sufragio. La novela de Carlos Dickens, "El Club de
Pickwick", incluye varias escenas de esta época del
constitucionalismo inglés, cuando el grupo dirigente, asistido de su
aparato administrativo, volcaba el coche que conducía a las urnas a
los electores de la oposición para que estos no pudiesen llegar a
tiempo al comicio.
Este
proceso de diferenciación es perfectamente natural en la burguesía
triunfante o que está a punto de triunfar. En efecto, tomado en el
sentido más amplio del término, ella está constituida por una serie
de agrupamientos y aún de clases económicas. Nosotros conocemos la
existencia de la grande, de la media y de la pequeña burguesía
industrial y de una burguesía agraria. Sucesos como las guerras y las
revoluciones producen reagrupamientos en las filas de la propia
burguesía. Nuevas capas aparecen y comienzan a desempeñar su papel,
por ejemplo, los propietarios, los adquirentes de bienes nacionales,
los llamados "nuevos ricos", que suelen surgir tras una
guerra que ha durado cierto tiempo. durante la Revolución Francesa,
en el período del Directorio, estos "nuevos ricos"
constituyeron uno de los factores de la reacción.
Examinada
en su conjunto, la historia del triunfo del Tercer Estado en Francia,
en 1789, es sumamente ilustrativa. En primer lugar, este Tercer Estado
era considerablemente heterogéneo. Englobaba a todos aquellos que no
pertenecían a la nobleza o al clero; no sólo a las diversas
variedades de la burguesía, sino también a los obreros y a los
campesinos pobres.
Sólo
gradualmente, tras larga lucha y sucesivas intervenciones armadas, el
Tercer Estado adquirió, en 1792, grandes posibilidades de participar
en la administración del país. La reacción política iniciada aún
antes del Thermidor consistió en que el poder comenzó a pasar, tanto
formal como materialmente, a manos de un número de ciudadanos cada
vez más restringido. Poco a poco, primero por la fuerza de las cosas,
y, en seguida, legalmente, las masas populares fueron eliminadas del
gobierno del país.
Verdad
es que, en aquel caso, la presión de las fuerzas reaccionarias se
hizo sentir ante todo sobre las ligaduras que vinculaban en un gran
conjunto a las diversas clases del Tercer Estado. Y es seguramente
cierto que, al examinar las diferenciaciones internas de la burguesía,
no encontraremos contornos de clase tan acentuada como los que
separan, por ejemplo, a la burguesía y al proletariado, es decir, dos
clases que juegan un papel enteramente diferente en la producción.
Además,
en la Revolución Francesa, durante el período de declinación, el
poder no intervino solamente para eliminar, siguiendo las líneas de
diferenciación, grupos sociales que, ayer aún, marchaban juntos,
unidos por un mismo fin revolucionario, sino que, además, desintegró
masas sociales más o menos homogéneas. Por un proceso de
diferenciación funcional, la nueva clase dirigente destaca de su seno
a los círculos de altos funcionarios. Tales fisuras, ante la presión
de la contrarrevolución, convirtiéronse en verdaderos abismos. Añádase
a ello que la misma clase dominante engendra contradicciones en el
curso de la lucha.
—
III —
Los
contemporáneos de la revolución francesa, quienes participaron en
ella y, más aún, los historiadores de la época siguiente, se
interesaron acerca de las causas de la degeneración del Partido
Jacobino.
Más
de una vez, Robespierre puso en guardia a sus partidarios sobre las
consecuencias de la intoxicación del poder. Dueños de él, los
previno no volverse demasiado presuntuosos, no "inflarse", cómo
él decía, no contagiarse de vanidad jacobina, como diríamos ahora
nosotros. Pero, como abajo veremos, Robespierre mismo contribuyó
grandemente al desplazamiento de la pequeña burguesía, que gobernaba
con el apoyo de los obreros parisinos.
Omitimos
aquí los testimonios contemporáneos acerca de la descomposición del
Partido Jacobino, por ejemplo, su tendencia a enriquecerse, su
participación en los contratos, abastecimientos, etc. Mencionemos, más
bien, un hecho extraño y conocido: la opinión de Babeuf, para quién
la caída de los jacobinos se vio grandemente estimulada por la
fascinación que sobre ellos ejercieron las damas de la nobleza.
Babeuf se dirigía a los jacobinos en estos términos: "¿Qué
hacéis pues, plebeyos pusilánimes? Hoy, ellas os estrechan en sus
brazos, mañana, os estrangularán". Si hubieran existido automóviles
en el tiempo de la Revolución Francesa, habríamos encontrado también
el factor del "haren-automovil" indicado por el camarada
Sosnovsky como uno de los que desempeñan un papel de primer orden en
la formación de la ideología de la burocracia del Partido.
Lo
que juega el papel más serio en el aislamiento de Robespierre y del
Club de los Jacobinos, aquello que los separa completamente de las
masas de obreros y pequeños burgueses, es, además de la liquidación
de todos los elementos de la izquierda, comenzando por los
"rabiosos", los hebertistas y los chaumettistas, y la Comuna
de París en general, la eliminación gradual de todo principio
electivo y su reemplazo por el de los nombramientos.
El
envío de comisarios de los ejércitos a ciudades donde la
contrarrevolución levantaba cabeza, no sólo era legítimo sino
indispensable. Pero cuando, poco a poco, Robespierre comenzó a
reemplazar los jueces y los comisarios en las diferentes secciones de
París que, hasta entonces, habían designado mediante elección a
dichos funcionarios, cuando llegó a nombrar presidentes de Comisión
Revolucionarios e, incluso, llegó a sustituir por funcionarios a toda
la dirección de la Comuna, todas estas medidas tuvieron por resultado
reforzar el poder de la burocracia y matar la iniciativa popular. Así,
el régimen de Robespierre, en lugar de impulsar la actividad
revolucionaria de las masas —ya oprimidas por la crisis económica
y, ante todo, por la crisis alimenticia— agravó el mal y facilitó
el trabajo de las fuerzas antidemocráticas.
Dumas,
el presidente del Comité Revolucionario, se quejaba ante Robespierre
de no encontrar jurados para el Tribunal; nadie quería cumplir esas
funciones.
Pero
Robespierre concluyó por sufrir en carne propia esta indiferencia de
las masas parisinas cuando, el 10 de Thermidor, lo llevaron por las
calles de París, herido y sangrando, sin ningún temor de que las
masas populares intervinieran en favor del dictador de la víspera.
De
toda evidencia, sería ridículo atribuir la caída de Robespierre y
de la democracia revolucionaria al principio de los nombramientos.
Sin
embargo, sin ninguna duda, esto aceleró la acción de los otros
factores. De todos ellos, el decisivo fueron las dificultades de
aprovisionamiento causadas, en gran parte, por 2 años de malas
cosechas. Añádanse las perturbaciones originadas por el traspaso de
la gran propiedad rural de la nobleza al pequeño productor campesino,
y el alza constante de los precios del pan y de la carne, debido a
que, al comienzo, los jacobinos no quisieron recurrir a medidas
administrativas para reprimir a los campesinos ricos y a los
especuladores. Cuando, finalmente, y presionados por las masas, se
resolvieron a sancionar la "Ley del Máximun", las
condiciones del mercado libre y de la producción capitalista,
impidieron que ella jugase otro papel que el de simple paliativo.
—
IV —
Pasemos
ahora a la realidad que vivimos. Creo, ante todo, que es necesario
indicar que, cuando empleamos expresiones tales como "el
Partido", "las masas", etc., no debemos perder de vista
el contenido que la historia de los últimos diez años ha puesto en
estos términos.
La
clase obrera y el Partido —no ya físicamente, sino moralmente— ya
no son lo que eran hace diez años. No exagero cuando digo que el
militante de 1917, habría tenido dificultad para reconocerse en la
persona del militante de 1928. Un cambio profundo ha tenido lugar en
la anatomía y en la fisiología de la clase obrera.
A
mi juicio, es necesario concentrar nuestra atención sobre el estudio
de las modificaciones de los tejidos y de sus funciones. El análisis
de los cambios sobrevenidos logrará mostrarnos el mejor modo de salir
de la situación creada. No tengo la intención de presentar aquí
este análisis; me limitaré solamente a algunas observaciones.
Hablando
de la clase obrera, es necesario encontrar respuestas a toda una serie
de preguntas, por ejemplo:
¿cuál
es la proporción de obreros y empleados que trabaja actualmente en
nuestra industria que ha entrado después de la revolución, y cuál
la de aquellos que trabajaban desde antes?
¿cuál
es la proporción de obreros y empleados de la industria que trabaja
sin interrupción? ¿Y cuál la de quienes sólo trabajan
accidentalmente?
¿Cuál
es la proporción en la industria de los elementos semiproletarios,
semicampesinos, etc.?
Si
descendemos y penetramos en las profundidades mismas del proletariado,
del semiproletariado y de las masas trabajadoras en general, sólo
encontraremos sectores enteros de la población de los cuales nadie se
ocupa entre nosotros. No quiero hablar aquí únicamente de los
desocupados, que constituyen un peligro siempre creciente y que, en
todo caso, es un sector que ha sido claramente indicado por la Oposición.
Pienso en las masas reducidas a la mendicidad, en los semi-pauperizados
que, gracias a los subsidios irrisorios entregados por el Estado, están
en el límite del pauperismo, del robo y de la prostitución.
No
podemos imaginar cómo la gente vive, a veces a unos pasos apenas de
nosotros. Llega la ocasión en que enfrentamos fenómenos cuya
existencia no habría podido sospecharse en el Estado soviético y que
dan la impresión de descubrirnos súbitamente, un abismo. No se trata
de defender la causa del Poder de los Soviets invocando el hecho de
que no ha logrado desembarazarse de la triste herencia legada por el régimen
zarista y capitalista. No, pero en nuestra época, bajo nuestro régimen,
descubrimos la existencia de fisuras en el cuerpo de la clase obrera,
a través de las cuales la burguesía podría introducir una cuña.
En
ciertos períodos, bajo el régimen burgués, la parte conciente de la
clase obrera arrastraba, detrás suyo, a esta masa numerosa,
comprendida en los semivagabundos. La caída del régimen capitalista
debía llevar la liberación al proletariado entero. Los elementos
semivagabundos consideraban a la burguesía y al estado capitalista
responsables de su situación. Estimaban que la revolución debía
aportar un cambio a su condición. Estas gentes, ahora, están lejos
de estar satisfechos; su situación no ha mejorado ni poco menos.
Comienzan a considerar con hostilidad el poder de los Soviets, y a
aquella parte de la clase obrera que trabaja en la industria. Se
transforman, sobre todo, en los enemigos de los funcionarios de los
Soviets, del Partido y de los Sindicatos. Se los escucha hablar a
veces de la clase obrera como de la "nueva nobleza".
No
me detendré aquí en la diferenciación que el poder ha introducido
en el seno del proletariado, y que he calificado más arriba de
funcional. La función ha modificado el órgano mismo, es decir, la
psicología de aquellos que se han encargado de diversas tareas de
dirección en la administración y la economía del Estado ha cambiado
hasta tal punto que no sólo objetiva, sino también moralmente, han
cesado de formar parte de esta misma clase obrera.
Así,
por ejemplo, un director de fábrica hace de "sátrapa". A
pesar del hecho de que es un comunista, a pesar de su origen
proletario, a pesar de que aún trabajaba en la fábrica hace unos años,
no encarna ante los ojos de los obreros las mejores cualidades del
proletariado.
Molotóv
puede, con el corazón alegre, establecer un signo de igualdad entre
la dictadura del proletariado y nuestro Estado, con sus instituciones
burocráticas, y, lo que es peor, con los brutos de Smelensk, los
estafadores de Tashkent y los aventureros de Arniemovsk. Al hacer
esto, no logra más que desacreditar la dictadura sin desarmar el legítimo
descontento de los obreros.
Si,
prescindiendo de los demás matices de la clase obrera, pasamos ahora
al Partido mismo, nos encontraremos con los elementos provenientes de
las otras clases sociales. La estructura social del Partido es más
heterogénea que la del proletariado. Esto ha sido siempre así,
naturalmente, con esta diferencia: que cuando el Partido tenía una
vida ideológica intensa, la amalgama social se fundía en una sola
aleación gracias a la lucha de la clase revolucionaria en movimiento.
—
V —
Pero,
el poder, tanto en el Partido como en la clase obrera, opera
diferenciaciones sociales semejantes a las que separan a las diversas
capas de la sociedad.
La
burocracia de los Soviets y del Partido constituye, de hecho, un nuevo
orden. No se trata de casos aislados, de desfallecimientos en la
conducta de un camarada, sino más bien de una nueva categoría
social, a la que debería consagrársele un estudio específico. A
propósito del Proyecto de Programas de la Internacional Comunista, yo
escribía a León Davidovich (Trotsky) entre otras cosas:
"En
lo que concierne al capítulo 4º (el período transitorio). La manera
con que ha sido formulado el papel de los partidos comunistas en tal
período de la dictadura del proletariado es bastante débil. Sin la
menor duda, esta manera vaga de hablar del papel del Partido hacia la
clase obrera y el Estado no es un efecto del azar. La antítesis
existente entre la democracia burguesa y la democracia obrera está
claramente indicada; pero no se dice una sola palabra para explicar lo
que el Partido debe hacer para realizar, concretamente, está
democracia proletaria. 'Atraer las masas y hacerlas participar en la
construcción', reeducar su propia naturaleza (Bujarín se complacía
en desarrollar este último punto, entre otros, más especialmente en
ligazón con la revolución cultural); son afirmaciones verdaderas
desde el punto de vista de la historia y conocidas desde hace mucho
tiempo; pero se reducen a simplezas si no introducimos la experiencia
acumulada en el curso de los diez años de dictadura del proletariado.
"Es
aquí que se plantea el problema de los métodos de dirección, que
juegan un rol tan importante.
"Pero
nuestros dirigentes no sienten agrado en hablar del asunto; bajo el
temor de que resulte evidente que ellos mismos están lejos aún de
haber 'reeducado' su propia naturaleza".
Si
yo fuera el encargado de escribir un proyecto del programa de la
Internacional Comunista, habría consagrado buen lugar, en este capítulo,
a la teoría de Lenin sobre el Estado durante la dictadura del
proletariado y el rol del Partido y su dirección en la creación de
una democracia proletaria, tal como debería ser, y no de una
burocracia de los Soviets y del Partido como la que existe
actualmente.
El
camarada Preobrayenski ha prometido consagrar un capítulo especial en
su libro Las conquistas de la dictadura del proletariado en el año II
de la Revolución a la burocracia soviética. Espero que él no
olvidará el papel de la burocracia del Partido, que es mucho mayor en
el Estado soviético que el de su hermana, la burocracia de los
Soviets. He expresado la esperanza de que él estudiaría este fenómeno
sociológico específico, bajo todos sus aspectos. No hay un folleto
comunista que, relatando la traición de la socialdemocracia alemana
del 4 de agosto de 1914, no indique al mismo tiempo el papel fatal que
las cumbres burocráticas del Partido y de los sindicatos jugaron en
la historia de la caída de ese Partido. Por su parte, muy poco ha
sido dicho, y esto en términos muy generales, sobre la función
desempeñada por nuestra burocracia de los Soviets y el Partido, en la
disgregación del Partido y del Estado Soviético. Es un fenómeno
sociólogico de la máxima importancia que no puede, sin embargo, ser
comprendido y profundizado en toda su gravedad si no examinamos las
consecuencias que ha tenido el cambio de la ideología del partido de
la clase obrera.
—
VI —
¿Usted
pregunta qué ha sido del espíritu de actividad revolucionaria del
Partido y de nuestro proletariado? ¿A dónde ha ido a parar su
iniciativa revolucionaria? ¿Dónde están sus intereses ideológicos,
su valor revolucionario, su orgullo proletario? ¿Está usted
sorprendido de que haya tanta apatía, tanta mezquindad,
pusilanimidad, arribismo y otras muchas cosas que podría añadir yo
mismo?¿Qué ha ocurrido para que gente que tiene un pasado
revolucionario estimable, cuya honestidad personal no arroja ninguna
duda y que ha dado pruebas de su devoción a la Revolución en más de
un caso, se encuentren convertidos en lastimosos burócratas? ¿De dónde
viene esta horrible Smerkiakovstchina (2) de la cual habló Trotsky en
su carta sobre las declaraciones de Antonov-Ovseenko?
Pero
si se puede esperar cualquier cosa de aquellos procedentes de la
burguesía y de la pequeña burguesía, intelectuales,
"individuos" en general, desde el punto de vista de las
ideas y de la moralidad, ¿cómo explicar el mismo fenómeno cuando se
trata de la clase obrera? Muchos camaradas, han observado esa
pasividad y no pueden disimular su decepción.
Es
verdad que otros camaradas han visto, en el curso de una cierta campaña
llevada por la cosecha de trigo, síntomas de una robustez
revolucionaria, probando que los reflejos de clase viven aún en el
Partido. Muy recientemente, el camarada Ischenko me ha escrito (o, más
exactamente, ha escrito en tesis que debió haber enviado igualmente a
otros camaradas) que la cosecha de trigo y la autocrítica se deben a
la resistencia de la sección proletaria de la dirección del Partido.
Desgraciadamente, es preciso decir que esto no es exacto. Los dos
hechos, resultan una combinación urdida en las altas esferas, y no
son debidos a la presión de la crítica de los obreros; es por
razones políticas, y, a veces, por razones de grupo o —digámoslo—
de fracción, que una parte de las cumbres del Partido pone en práctica
esta línea. No se puede hablar más que de una sola presión
proletaria: la dirigida por la Oposición. Pero, es preciso decirlo
claramente, esta presión no ha sido suficiente para mantener la
Oposición en el interior del Partido; más bien, ella no ha logrado
modificar su política.
León
Davidovich ha demostrado con toda una serie de ejemplos irrefutables
el rol revolucionario, verdadero y positivo que ciertos movimientos
revolucionarios jugaron con su derrota: la comuna de París, la
insurreción de diciembre de 1905 en Moscú. La primera aseguró el
mantenimiento de la forma republicana de gobierno en Francia, la
segunda abrió la vía a la reforma constitucional en Rusia. Sin
embargo, los efectos de estas derrotas conquistadoras son de corta
duración si no están reforzadas por una nueva ola revolucionaria.
Lo
más triste es que ningún reflejo se produce dentro del Partido y de
la masa. Durante dos años, se ha venido librando una lucha
excepcionalmente áspera entre la Oposición y las altas esferas del
Partido. En el curso de los dos últimos meses, se han desarrollado
acontecimentos que habrían debido abrir los ojos a los más ciegos.
Sin embargo, nadie hasta el presente advierte que las masas del
Partido estén interviniendo.
—
VII —
También
es comprensible el pesimismo de algunos camaradas, que percibo
igualmente a través de su pregunta.
Babeuf,
al salir de la prisión de la Abadía, echando una mirada a su
alrededor se preguntaba qué había sido del pueblo de París, de los
obreros de los barrios de Saint-Antoine y Saint-Marceu, aquellos que
el 14 de julio de 1789 habían tomado la Bastilla, el 10 de agosto de
1792, las Tullerías, que habían sitiado la Convención el 30 de mayo
de 1793, sin hablar de tantas otras intervenciones armadas. Resumía
sus observaciones en una sola frase, donde se siente la amargura del
revolucionario: "Es más difícil reeducar al pueblo en el amor a
la libertad, que conquistarla".
Nosotros
hemos visto por qué el pueblo de París olvidó la atracción de la
libertad. El hambre, la desocupación, la liquidación de los cuadros
revolucionarios (numerosos dirigentes habían sido guillotinados), la
eliminación de las masas de la dirección del país, todo esto llevó
a tan gran lasitud moral y física de las masas, que el pueblo de París
y del resto de Francia tuvo necesidad de 37 años de respiro antes de
comenzar una nueva Revolución.
Babeuf
formuló su programa en dos palabras (me refiero a su programa de
1794): "La libertad y la Comuna elegida".
Debo
hacer aquí una confesión: no me he dejado nunca arrullar por la
ilusión de que era suficiente para los líderes de la Oposición
presentarse en los mítines del Partido y en las reuniones obreras
para hacer pasar a las masas al campo de la Oposición. Siempre he
considerado tales esperanzas, que provenían sobre todo de los
dirigentes de Leningrado (3), como cierta sobrevivencia del período
en que ellos tomaban las ovaciones y los aplausos oficiales como
expresión del verdadero sentimiento de las masas, y los atribuían a
su popularidad imaginaria.
Iré
aún más lejos: esto explica, para mí, el brusco viraje de su
conducta.
Ellos
pasaron a la Oposición esperando tomar rápidamente el poder. Es con
ese fin que se unieron a la Oposición de 1923 (4). Cuando alguien del
"grupo sin dirigentes" reprochó a Zinoviev y Kamenev haber
dejado caer a su aliado Trotsky, Kamenev les respondió:
"Nosotros teníamos necesidad de Trotsky para gobernar; para
reingresar al Partido es un peso muerto".
Sin
embargo, el punto de partida, la premisa, habría debido ser que la
obra de educación del Partido de la clase obrera, es una tarea larga
y difícil, tanto más cuanto que los espíritus deben limpiarse de
todas las impurezas introducidas en ellos por la práctica de los
Soviets y del Partido, y por la burocratización de esas
instituciones.
No
se ha de perder de vista que la mayoría de los miembros del Partido
(sin hablar de los jóvenes comunistas) tiene la concepción más errónea
de las tareas, de las funciones y de la estructura del Partido, debido
a la concepción que la burocracia les enseña con su ejemplo, su
conducta práctica y sus fórmulas estereotipadas. Todos los obreros
que ingresaron al Partido después de la Guerra Civil, entraron, en su
mayor parte, después de 1923 (la promoción Lenin); ellos no tienen
ninguna idea de lo que era en otro tiempo el régimen del Partido. La
mayoría entre ellos está desprovista de esa educación
revolucionaria de clase, vivida durante la lucha, en la vida, en la práctica
conciente. En el pasado, esta conciencia de clase se adquiriría en la
lucha contra el capitalismo. Hoy, ella debe formarse por la
participación en la construcción del Socialismo. Pero nuestra
burocracia ha reducido dicha participación a una frase hueca, y los
obreros no pueden adquirir en ninguna parte esta educación. Se
entiende que excluyo como medio anormal de educar a la clase el hecho
de que nuestra burocracia, bajando los salarios reales, empeorando las
condiciones de trabajo, favoreciendo el desarrollo de la desocupación,
empuja a los obreros a la lucha que eleva su conciencia de clase;
pero, entonces, ella es hostil al Estado socialista.
Según
la concepción de Lenin y de todos nosotros, la tarea de la dirección
del Partido consiste, precisamente, en preservar al Partido y a la
clase obrera de influencias corruptoras de los privilegiados, de los
favores y de las tolerancias inherentes al poder, en razón de su
contacto con los restos de la antigua nobleza y pequeño burguesía,
habría debido premunirse contra la influencia nefasta de la NEP (5),
contra la tentación de la ideología y de la moral burguesas.
Al
mismo tiempo, nosotros teníamos la esperanza de que la dirección del
Partido llegaría a crear un nuevo aparato, verdaderamente obrero y
campesino, nuevos sindicatos, realmente proletarios, una nueva moral
en la vida cotidiana.
Debe
reconocerse francamente, claramente, en voz alta e inteligible: el
aparato del Partido no ha cumplido esa labor. En esta doble tarea de
preservación y educación, ha demostrado la incompetencia más
completa; ha fracasado; es insolvente.
—
VIII —
Desde
hace tiempo estamos convencidos de que lo pasado en estos últimos
ocho meses pone en evidencia para todos que la dirección del Partido
avanza por el más peligroso de los caminos. Aún hoy sigue por esa
ruta.
Los
reproches que le dirigimos no conciernen, por así decirlo, al aspecto
cuantitativo de su trabajo, sino. más bien, al cualitativo.
Subrayamos esto pues, de otro modo, volveríamos a sumergirnos en
cifras con los éxitos innumerables e integrales obtenidos por los
aparatos partidario y soviético. Ha llegado el momento de poner fin a
este charlatanerismo estadístico. Oíd las versiones del XV Congreso
del Partido. Leed el informe de Kossior sobre la actividad
organizativa. ¿Qué se encuentra? Cito literalmente: "El
prodigioso desarrollo de la democracia del Partido ... la actividad
organizativa del Partido se ha extendido grandemente".
Y
luego, por supuesto, para reforzar todo esto: cifras, cifras y aún
cifras. Y esto era dicho en el momento en que había en los
expedientes del Comité central documentos que probaban la terrible
desintegración de los aparatos del Partido y los Soviets, la sofocación
de todo control de las masas, la opresión horrible, persecuciones y
un terror jugando con la vida y la existencia de militantes y obreros.
He
aquí como la Pravda caracteriza nuestra burocracia: "Elementos
arribistas, hostiles, perezosos e incompetentes, se empeñan en
arrojar a los mejores inventores soviéticos más allá de las
fronteras de la URSS. Si no se lanza un gran golpe contra estos
elementos, con toda nuestra fuerza, nuestra determinación, nuestro
coraje, etc. ..."
No
obstante, conociendo nuestra burocracia, yo no estaría sorprendido de
escuchar a alguien hablar nuevamente del desarrollo "enorme"
y "prodigioso" de la actividad de las masas y del Partido,
del trabajo organizativo del Comité Central implantando la
democracia, etc.
Estoy
persuadido de que la burocracia partidaria y soviética que hoy
existe, seguirá cultivando con el mismo éxito abscesos supurantes a
su alrededor, a pesar de los ardientes procesos que han tenido lugar
en el mes último. Esta burocracia no cambiará por el hecho de
haberse sometido a una depuración. No niego, quede bien claro, la
utilidad relativa y la absoluta necesidad de tal depuración. Deseo señalar,
simplemente, que no es únicamente una cuestión de cambio personal,
sino ante todo de cambio de métodos.
A
mi juicio, la primera condición para devolver a la dirección del
Partido la capacidad de ejercer un papel educativo, es reducir la
importancia de las funciones de esa dirección. Las tres cuartas
partes del aparato deberían ser licenciadas. Las tareas del cuarto
restante deberían tener límites estrictamente determinados. Análogo
criterio debería aplicarse a las tareas, a las funciones y a los
derechos de los organismos centrales.
Los
miembros del Partido deben recobrar sus derechos, que han sido
pisoteados, y recibir garantías válidas contra el despotismo de los
círculos dirigentes que ya conocemos.
Es
difícil imaginar lo que pasa en los niveles inferiores del Partido.
Es especialmente en la lucha contra la Oposición donde se ha puesto
en evidencia la mediocridad ideológica de eso cuadros, así como la
influencia corruptora que ejercen sobre las masas proletarias del
Partido. Si en las cumbres, existe aún una cierta línea ideológica,
una línea especiosa y errónea, mezclada, es verdad, a una fuerte
dosis de mala fe, en los niveles inferiores, en cambio, la demagogia más
desenfrenada se ha empleado contra la Oposición. Los agentes del
Partido no han vacilado en utilizar el antisemitismo, la xenofobia, el
odio a los intelectuales, etc. Estoy persuadido de que toda reforma
del Partido que se apoye sobre la burocracia se revelará utópica.
—
IX —
Resumo:
observando, como usted, la falta de espíritu de actividad
revolucionaria en las masas del Partido, yo no veo nada sorprendente
en este fenómeno. Es el resultado de todos los cambios que han tenido
lugar en el Partido y en el proletariado mismo. Es necesario reeducar
a las masas trabajadoras y a las masas del Partido, en el cuadro del
Partido y de los sindicatos. Este proceso es largo y difícil; pero es
inevitable; ya ha comenzado. La lucha de la Oposición, la lucha de
centenares y centenares de camaradas, las detenciones, las
deportaciones, a pesar de que no hayan hecho mucho por la educación
comunista de nuestro Partido tienen, en todo caso, más efecto que
todo el aparato tomado en su conjunto. En el fondo, los dos factores
no pueden ser comparados. El aparato ha despilfarrado el capital del
Partido legado por Lenin, no solamente de una manera inútil sino
también nociva. Ha demolido, mientras la Oposición construía.
Hasta
ahora, he razonado por "abstracción", a partir de los
hechos de nuestra vida económica y política que han sido analizados
en la Plataforma de la Oposición. Lo he hecho deliberadamente, pues
mi tarea era señalar los cambios que se han producido en la composición
y la psicología del proletariado y del Partido en relación con la
toma del poder misma. Estos hechos quizás han dado un carácter
unilateral a mi exposición. Pero, sin proceder a este análisis
preliminar, resultaría difícil comprender el origen de los errores
económicos y políticos cometidos por nuestra dirección en lo que
concierne a los campesinos y los problemas de la industrialización,
del régimen interior del Partido, y, finalmente, de la administración
del Estado.
Astrakán,
6 de agosto de 1928
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