La
acción de la MINUSTAH respalda a los escuadrones de la muerte
¿Misión
de paz o apoyo al crimen?
Por
Guillermo Chifflet (*)
Rel–UITA,
04/04/07
¿Por
qué la tragedia de Haití no sobrepasa la actual cortina de silencio?
Con este pueblo hermano sucede como con los graves problemas de los
pobres en países de nuestra América; por ejemplo: el tema
carcelario, la realidad de los menores abandonados, la de los asilos
de ancianos estallan de pronto, conmueven la opinión, despiertan el
interés de la prensa por algunos días, y luego todo vuelve al
silencio...
Después
del baño de sangre que acabó expulsando en 2004 al presidente
Jean–Bertrand Aristide, el silencio ha ocultado el horror. Eduardo
Galeano denuncia esa realidad: “Nada tiene de nuevo el ninguneo de
Haití –ha dicho– un pueblo que desde hace dos siglos sufre
desprecio y castigo. Luego de páginas dramáticas, crímenes, golpes
de Estado, asesinatos, Haití –indica Galeano, voz de la realidad de
nuestra América– pasa a ser invisible. Y deja de ser percibido
hasta la siguiente carnicería”.
El
último y espectacular capítulo del drama de Haití comenzó –como
está probado– con un golpe de Estado promovido por Estados Unidos
que destituyó al gobernante electo en ejercicio. Y a esa intervención
exterior, absolutamente ajena a las normas del derecho internacional,
siguió la exitosa maniobra de los invasores buscando legitimar la
violación de la soberanía con una resolución del Consejo de
Seguridad de Naciones Unidas para que el “trabajo” complementario
quedase a cargo de tropas de diversos países.
Sintomáticamente,
entre esas fuerzas no hay soldados de la comunidad del Caribe,
integrada por países que conocen de cerca esa realidad y que
solicitaron, además, una investigación por Naciones Unidas que no se
llevó a cabo. Numerosos testimonios que atraviesan las hendijas del
silencio de las agencias de información han permitido saber que las
operaciones en Haití tenían el efecto de “proteger los intereses
de Estados Unidos en el Caribe”, según explicó el general James T.
Hill, jefe del Comando Sur del Pentágono ante la Cámara de
Representantes de su país.
Jorge
Rivas, diputado socialista argentino, ha denunciado cómo el golpe se
gestó y potenció por acción de Estados Unidos. “Su génesis –señaló–
han sido las reformas neoliberales que Washington impuso en Haití
desde 1994 en una doble oleada y que aumentaron la venta de las
empresas ensambladoras estadounidenses, favorecieron a los acreedores
externos y profundizaron la ancestral miseria en la que vive la
inmensa mayoría de los haitianos, al tiempo que impidieron al
gobierno de Jean–Bertrand Aristide concretar sus tibios propósitos
redistribucionistas”.
Una
vez debilitado el gobierno en su acción, desarrolló su labor una
oposición con respaldo político y financiero del Instituto
Republicano Internacional, un sector del partido del presidente George
W.Bush que apoya a los contrarios a gobiernos de América Latina que
actúan al margen de la voluntad de la Casa Blanca. Para justificar la
intervención, Naciones Unidas, con el apoyo de los gobiernos que han
enviado tropas, habló de “la dimisión de Aristide”.
¿Alguien
duda hoy de que esa renuncia no existió? Los testimonios que
reconocen los hechos tal cual fueron son numerosos y los hay
provenientes del propio país interventor. Ya en febrero de 2006
Maxime Waters, diputada demócrata por California, envió una carta a
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos apoyando las denuncias
sobre el rol cumplido por la administración Bush en el golpe. “Hace
dos años –indicó– nuestro gobierno participó en un golpe de
Estado en Haití. El presidente democráticamente electo, Jean–Bertrand
Aristide, fue forzado a abandonar Haití en un cambio de régimen
apoyado por Estados Unidos”.
Aristide
vive en Sudáfrica, también rodeado del silencio de los grandes
medios de comunicación. ¿No será el suyo un testimonio esencial
para una investigación de los hechos?
En
los países que han enviado tropas a Haití no se informa, por lo
general, cuál es la actuación de las mismas.
En
noviembre de 2006 una declaración de la Asociación Americana de
Juristas, organismo no gubernamental con estatus consultivo en el
Consejo Económico y Social de Naciones Unidas, denunció la
incompetencia de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas
en Haití (MINUSTAH, por sus siglas en inglés) reclamando el cese de
sus acciones represivas. Esta alarma fue, también, seguida de
silencio.
Hacia
fin de 2006, casi con las campanas de Noche Buena de la cristiandad,
en Haití se registró una nueva masacre. A las tres de la madrugada
del viernes 22 de diciembre, 400 soldados asaltaron con vehículos
blindados Cité Soleil. El ataque con armas pesadas duró todo el día.
Observadores
de una organización de derechos humanos aportaron testimonios sobre
los muertos. Se supo, por ejemplo, que una mujer embarazada de seis
meses recibió un balazo en el estómago que mató a su niño. Que un
hombre y su hijo de 8 años fueron heridos a balazos en sus camas
mientras dormían, por un helicóptero que disparó contra las
precarias viviendas de la zona. Otro hombre, del que trascendió su
apellido –Olivier– también murió alcanzado por balas que
atravesaron las paredes de su casa. Dejó a su esposa y a un niño de
tres años.
Los
militares intentaron justificar la acción alegando que las bandas
criminales utilizan esa zona –Cité Soleil– para retener a
secuestrados. Rose Martel, un residente del lugar replicó: “No creo
que hayan matado a ningún criminal, salvo que nos consideren
criminales a todos”.
La
agencia haitiana de prensa indicó que las víctimas fueron personas
inocentes cuyo único crimen fue vivir en el vecindario. Pierre
Alexis, coordinador de la Cruz Roja Haitiana, reveló que soldados de
la ONU “impidieron la entrada de vehículos de la Cruz Roja para
asistir a niños heridos”. Lovinski Pierre Antoine, activista de
derechos humanos, afirma que “la acción de las fuerzas de la ONU es
una expresión de la continuidad del golpe de Estado de 2004”.
Todos
los días en Cité Soleil los soldados asesinan pobres a causa de
nada. Este hecho fue confirmado en voces de integrantes de la propia
tropa. A comienzo de 2006, por ejemplo, el diario Folha de Sao Paulo
recogió el testimonio de soldados brasileños que participaron en la
misión desde diciembre de 2004 a junio de 2005 y aportaron numerosas
fotografías y videos. “El nombre ‘Misión de Paz’ es para
tranquilizar a la gente”, declaró uno de los soldados que agregó:
“En verdad, no hay un día en el que las tropas no maten a un
haitiano en un tiroteo. Yo mismo maté al menos dos”. Y algunas de
las fotografías muestran cadáveres abandonados en las calles de Cité
Soleil y a perros devorando cuerpos de los muertos.
Una
misión integrada por haitianos y personalidades como el argentino
Adolfo Pérez Esquivel ha reclamado el cese de la intervención.
Camile Chalmers, profesor de economía de la Universidad de Haití,
afirma que “Desde el punto de vista de la seguridad estamos peor que
antes de la intervención militar”. La MINUSTAH gasta 25 millones de
dólares todos los meses, cifra que para la situación que vive el
pueblo haitiano podría destinarse a muchas otras cosas. Integrantes
de esa misión han denunciado que en la práctica la acción de la
MINUSTAH respalda a los escuadrones de la muerte.
Todos
estos hechos, ¿no deberían motivar una investigación? ¿No
despiertan el interés de quienes creyeron en la acción pacificadora
de Naciones Unidas? ¿No es el momento de pensar en una amplia política
de apoyo económico, tecnológico y social que abra caminos para que
el propio pueblo haitiano pase a estabilizarse y decidir por sí su
futuro? Los legisladores que en diversos Parlamentos de América
Latina creyeron en las posibilidades de la paz por el fuego, ¿no
debieran apoyar una investigación de los hechos? ¿Hasta cuándo el
dolor del pueblo haitiano continuará cercado de silencio?
(*)
NdE: Chifflet es periodista desde la década del 50, integrante del
staff del legendario semanario Marcha, fundador del Frente Amplio en
1971, impedido de ejercer su oficio durante la dictadura
(1973–1985), fue diputado por el Partido Socialista en el Parlamento
uruguayo desde 1989 hasta fin de 2005. Renunció a su banca después
de votar en contra de la participación del Ejército uruguayo en la
MINUSTAH.
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