Anita
Garibaldi
Heroína
de tres guerras
Junto
a un gran hombre siempre hay una gran mujer
Por
Maggie Marín
Bohemia
Digital, Cuba, marzo 2005
Giuseppe
hablaba el portugués, pero frente a la mujer solo atinó a expresarse
en su lengua materna: "Lei deve essere mia". Tenía la frase
atragantada entre pecho y espalda desde que, a bordo de su nave y
armado del catalejo, la miraba caminar por la playa de Laguna. La
delicada y frágil imagen de Manuela que lo había venido acompañando,
el doloroso recuerdo de la obligada renuncia a su amor, se dispersaron
como por encanto ante el atractivo y la fascinación que le inspiró
aquella gaucha alta y maciza que andaba por la arena como una gacela.
La
muchacha, ajena al fisgoneo, estaba sin saberlo en el sitio preciso y
en el momento oportuno. Lo vio desembarcar y acercarse sin la más mínima
idea de que aquel rubio barbudo y corpulento era el capitán italiano
del que ya habían llegado noticias a la por entonces modesta capital
del sureño estado brasileño de Santa Catalina. Pero sentir su fuerte
presencia, verlo y oírlo fue suficiente para que todos sus sentidos
se desbocaran y pensara lo mismo para sus adentros: "Este hombre
debe ser mío".
El
héroe de dos mundos contaría luego en sus memorias que el flechazo
mutuo los dejó estáticos y silenciosos. "Nos miramos como dos
personas que no es la primera vez que se ven por primera vez y buscan
en los rasgos del otro algo que les indique un recuerdo."
Ana Maria de Jesus Ribeiro Antunes era hija de Bento
Ribeiro da Silva y Maria Antonia de Jesus Antunes. Las
muchas fatalidades sufridas por aquellos seres "pobres, pero
honrados" no hicieron mella en la índole resuelta e
independiente del padre, que la transmitió a la hija como su más
notable fortuna. A pesar del legado, la joven no pudo evitar que le
ataran la vida a la del zapatero violento y borrachín Manuel Duarte.
Eso sí: se la pasaba rebelándose ante los caprichos del marido, diciéndole
las verdades a la cara y buscando en las caminatas un espacio propio
en un lugar medio salvaje –como ella, una criolla rústica y
ardiente–
donde echar a volar los sueños de sus 18 años.
El
día del encuentro, en julio de 1839, parecía estar escrito en las líneas
de sus vidas. Laguna estaba en poder de los republicanos, y el remendón,
enrolado por los imperiales, había huido con el resto de las tropas.
Ana, cuyas simpatías estaban del lado de los alzados contra Pedro II,
se sentía, pues, libre por partida doble. Garibaldi, en tanto, había
tenido que romper sus ataduras sentimentales porque la sobrina del
presidente Bento Goncalves, presa por las circunstancias en la
estancia de La Barra, era un imposible.
Pero
tras el desmadre inicial de los sentidos, vendría el de los
convencionalismos sociales, que siempre han encorsetado a los humanos
y que, por esas fechas, eran como yugos. La pasión, vehemencia y
fogosidad de ambos, sin embargo, los sumergiría en el clandestinaje
amoroso primero, y lo arrollaría todo después.
¿Fue
Anita la que decidió fugarse con el revolucionario? ¿Fue Giuseppe
quien la raptó? Hay versiones encontradas, mas lo cierto es que lejos
de achicarse ante las murmuraciones y comadreos, ella se fue a vivir
su luna de miel en el Itaparica, la nave insignia de los insurgentes
que había resistido al naufragio de cabo Santa Marta. "Era un
tesoro prohibido. ¡Pero qué tesoro!"
Luego,
ese 20 de octubre de 1839 sella el inicio de su auténtica vida. Vida
que, por cierto, no se ceñirá al disfrute de la pasión amorosa ni a
su incondicionalidad al hombre; porque será, también, la de la heroína
gaucha a quien no intimidan los combates y para la que el mejor
perfume será el olor de la pólvora. De modo que su debut no tarda en
llegar. Ocurre, el 15 de noviembre, durante la célebre batalla naval
de Laguna.
Todo
comenzó cuando desde el Itaparica se avistó a la Andorinha, una nave
imperial de mayor envergadura y mejor apertrechada. Garibaldi calcula
la fiereza del combate que se avecina y le ordena a Anita que
desembarque. Pero ella decide ocultarse, aunque no por mucho tiempo.
Cuando la situación se tensa al máximo, salta a cargar y alcanzar
las armas a los hombres, no duda en espolear a la marinería
garibaldina y aun en insultar al enemigo, hasta llegar a convertirse
ella misma en una guerrera republicana.
Tampoco
se amilana cuando en medio de una –dicen– "verdadera carnicería
humana", efectúa una docena de viajes en falúa para transportar
armas y municiones.
La
tropa garibaldina se alza con la victoria, que será, sin embargo,
infortunada –porque pierden dos de los tres barcos– y efímera, ya que
poco después los imperiales logran poner fin al capítulo republicano
de Laguna. El coraje desplegado por la criolla no es de tan corta
duración. Muy al contrario, cimienta el respeto y admiración entre
los insurgentes, en las filas enemigas, y ensancha el amor que le
profesa el italiano, para quien a partir de ahora Anita será no solo
su amore sino su "heroica compañera".
Obligados
a unirse al ejército de tierra y a evadirse por en medio de las
selvas y la sierra, la mujer luchará codo a codo con su hombre en las
batallas de Santa Victoria, Natal y Curitabanos. "La reina de mi
alma, que estaba tan interesada como yo en los asuntos del
pueblo." En un combate particularmente cruento, le abandona la
suerte. Anita cae del caballo, derribado por el enemigo, y es hecha
prisionera.
Separada
de Giuseppe, teme lo peor, y, gracias a su bien ganada fama, consigue
que el comandante imperial Melo Albuquerque le permita buscar el cadáver
de aquel en una verdadera alfombra de sangre y muertos. No lo halla, y
la alegría de comprobar que debía encontrarse entonces entre los
vivos se trocó en agonía, al pensar que ella podría ser su perdición
si la usaban para atraerlo y capturarlo.
Sin
pensarlo mucho, pues, sustrae un caballo y huye como alma que lleva al
diablo. Huida que, bien vale anotarlo, sus contemporáneos calificarían
de espectacular y que es fielmente mostrada en la telenovela Siete
Mujeres. Lo que no sabíamos quienes vimos a la actriz entre las aguas
asida a las crines del caballo es que el Candas es un río turbulento,
en extremo caudaloso, y surcado por remolinos. Como tampoco que hubo
trechos que logró vencer aferrada únicamente a la cola del animal.
Otros, a nado.
Lo
cierto es que debió salvar después, sin descanso, los miles de
peligros de la selva del Mato, el inmenso bosque sudamericano, hasta
dar finalmente y como por arte de magia con las tropas donde se
encuentra Garibaldi. "¡Santo Dios! –decían los imperiales a
quienes evadió más de una vez durante esas jornadas–. ¡Esta mujer
no es de carne y hueso!"
Habían
transcurrido ocho días, durante los que apenas probó bocado. Su
heroicidad se torna mayúscula, ya que por entonces estaba embarazada
de su primer hijo.
Menotti
nace el 16 de septiembre de 1840, en Mostradas, en la región
riograndina de Laguna Dos Patos, y cuentan que su casi único pañal
fue una bufanda paterna. La criatura tenía una leve deformación
craneal, provocada quizá por la caída del caballo sufrida por Anita
antes de su captura.
Recién
parida debe fugarse otra vez a lomo de caballo, de noche, semidesnuda,
con el recién nacido apretado contra su pecho, y sin Garibaldi. Atrás
quedan las tropas del imperial Pedro de Abreu, cuyo ataque no consigue
apresar a la pareja. "Solo el coraje de Anita logró salvar a
nuestro hijo."
Cuando
logran reencontrarse es para sumarse a la retirada de las tropas a
través del valle del Río Das Antas. Dispensado Garibaldi por Bento
Goncalves, a quien había servido durante seis de los diez años que
dura la Revolución Farroupilha (Revolución de los Harapientos) la
pareja parte en 1841 hacia Montevideo.
Según
algunas fuentes, allí Anita sufre más de un ataque de celos, porque
su afamado marido despertaba no pocas pasiones entre las féminas. Se
dice que en cierta ocasión lo sorprendió in fraganti, armada de dos
pistolas, para matarlo a él con una y a su amante de ocasión con la
otra.
A
pesar de tales deslices, Garibaldi se niega a renunciar a su gaucha, y
es así que, confirmada la muerte del zapatero Duarte, la pareja
contrae nupcias el 26 de marzo de 1842, en la montevideana iglesia de
San Francisco de Asís. A Menotti se sumarán luego Rosita (que morirá
de difteria antes de cumplir los dos años), Teresita y Riciotti.
Cuando,
con posterioridad, el italiano decide ponerse a las órdenes del
general uruguayo Fructuoso de Rivera, en su lucha contra el sitio de
Montevideo montado por el dictador argentino Juan Manuel de Rosas,
Anita sigue a su lado. La legión garibaldina –compuesta por exiliados
y refugiados italianos– fue uniformada por la brasileña con camisas
rojas de algodón que se confeccionaban en Uruguay para los carniceros
de Buenos Aires. Ese rojo y el negro de sus banderas serían desde
entonces los preferidos por la mayoría de los movimientos
revolucionarios del planeta.
Tres
años más tarde, cuando la disputa pasa al terreno de los
enfrentamientos verbales y diplomáticos y el héroe decide que ha
llegado el momento del regreso, son Anita y sus tres hijos quienes
primero viajan a Italia. Corría el año de 1848 y los piamonteses
solicitaban a Garibaldi que se les uniera en su lucha contra los
austriacos. La misión de la valerosa muchacha, en apariencia
sencilla, no estaba libre de peligros: preparar el regreso del marido
a un país dividido y en guerra, además, contra españoles y
franceses.
Ya
en su tierra, Garibaldi inicia la segunda etapa de sus luchas y de su
vida. Pero Anita, quien según testigos exhibió nuevamente su coraje,
no podrá acompañarlo mucho tiempo. Luciendo su camisa roja, un
sombrero gaucho, sable, pistola y un embarazo de cinco meses, estaría
de nuevo codo a codo con su hombre cuando este y sus tropas
combatieron a los franceses a las puertas de Roma.
Dos
veces fue derrotado. A la tercera se vieron obligados a huir y
refugiarse en la pequeña república de San Marino. Como Garibaldi debía
luego abrirse camino hacia la ciudad de Ravenna, insiste con denuedo a
su mujer a que descanse y espere el parto en el refugio sanmarinense.
Su negativa obedece, sobre todo, a que su hombre vive momentos
aciagos. Abandonado por muchos combatientes, ahora solo lo acompañaba
la pequeña tropa de los más fieles.
El
esfuerzo, sobrehumano para una mujer cuyos últimos años han sido de
desgastes y rudezas, será el último. "La consideración de que
yo me adentraba en una existencia terrible, llena de sufrimientos,
privaciones y peligros, en medio de incontables enemigos, solo influyó
positivamente en la valerosa mujer... En la primera casa que
alcanzamos se hizo cortar el pelo, vistió ropas de hombre y montó a
caballo."
Perseguidos
a tiro limpio por los austriacos en cuanto abandonan los muros de San
Marino, emprenden una dura travesía por los pantanos del norte de
Ravenna. La fiebre la consume, y deciden hacer un alto en una playa,
cerca ya de la ciudad. Se logra, incluso, amparados en la oscuridad de
la noche, que un médico la auxilie en el trance difícil, pero su
suerte está echada. Un lugareño pregunta a Garibaldi: "¿No
podríamos dejar a su mujer?" La respuesta es tajante:
"Usted no sabe lo que esta mujer ha hecho por mí".
Anita
fallece a las siete de la noche del 4 de agosto de 1849, en Mandriole,
con apenas 28 años. Lo último que vieron sus ojos, fueron los azules
y atormentados ojos del italiano. "¡No está muerta!",
gritaba Garibaldi como un loco, olvidado de la cercanía de los
austriacos.
Enterrada
con urgencia en aquella playa, en medio del asedio enemigo, unos
perros descubren la sepultura y pretenden darse un festín. Son, sin
embargo, sus contrarios –quienes tampoco habían podido sustraerse al
respeto que le inspiraban sus hazañas en tres guerras–, quienes le
dan luego digna sepultura.
Solo
diez años después de haberla perdido, Garibaldi se animó a casarse
de nuevo, por apenas 24 horas. Volvería a hacerlo tres años antes de
su deceso. Él, que sobrevivió a su amada poco más de tres décadas,
anciano y desengañado de las veleidades de la política, no ocultaría
que aquel día aciago, en aquellas arenas, le había sido arrebatado
el corazón.
El más espectacular filme hollywoodense, como reza en un resumen biográfico
consultado, es un poroto al lado de la historia que vivieron juntos
Anita y su Giuseppe.
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