La
leyenda de Manuelita Sáenz
Por
Mercedes Santos Moray
La
Ventana, portal informativo de la Casa de las Américas, 18/08/05
Desde
una mirada contemporánea, muchas latinoamericanas de hoy se
identifican con aquella célebre quiteña, Manuela Sáenz,
legendariamente conocida como la “Libertadora del Libertador”. Una
vida intensa de 59 años fue la de aquella mujer que nació en Quito,
Ecuador, a fines del siglo XVIII y moriría en la pobreza y el olvido
oficial en Lima, Perú, en 1856, al apurar la ingratitud de los
hombres y también la manipulación de la historiografía.
Durante
los episodios de su existencia, vinculados en esencia a la obra
revolucionaria de Simón Bolívar que no sólo fue su amor, sino la
posibilidad para que ella misma alcanzara protagonismo histórico en
medio de las contiendas y el complejo proceso de la independencia de
la América del Sur, Manuela Sáenz fue la expresión de la osadía y
la manifestación más consciente del sentido de autoestima de las féminas,
muchas silenciadas al narrarse aquellos días fundacionales, pero
presentes no sólo en el ámbito afectivo, dentro del monto de
aquellas largas y cruentas jornadas políticas, sociales y militares.
Reconocida
por el propio Bolívar como su compañera, desde la relación íntima
y la identificación de ideales, Manuelita, quien había nacido de
padre español y conservador, legitimista, y de una quiteña
igualmente ansiosa de rebeldía y sentido de pertenencia, en la
juventud asumió como suya la ideología del movimiento
independentista.
Tanto
Manuela como su madre hicieron suyos esos ideales, y se enfrentaron a
la actitud paterna. Por abrigar tales ideas, la muchacha fue internada
en el convento de Santa Catalina, y en su clausura aprendió a leer, a
escribir y además de los rezos, a pensar.
Con
sólo 20 años fue casada con el comerciante inglés Jaime Thorne,
hombre mucho mayor que ella y con tal unión que le dio ciertos márgenes
de independencia, más que en su propio hogar, se trasladó a Lima.
En
esa ciudad no reinaban los ideólogos de la revolución sino el lastre
del colonialismo, enquistado en esa urbe que sería uno de los
bastiones, hasta el final de la contienda y la batalla de Ayacucho, de
las ideas más retrógradas.
Primero,
durante la campaña peruana del general José de San Martín y en
calidad de miembro activo de la conspiración contra el virrey José
de la Serna e Hinojosa, y al declararse la independencia del Perú,
prestaría Manuela Sáenz valiosos servicios a la causa
independentista.
Esto
le merecería, en 1822, la orden del Sol; en la inscripción que
ostenta la condecoración se resumen los valores de aquella
sudamericana: “Al patriotismo de las más sensibles”.
Posteriormente,
y separada de su esposo, de visita en su natal Quito, se produce el
encuentro de Manuela con Bolívar, cuando el Libertador emergió en el
panorama como la máxima esperanza de los revolucionarios del
continente e hizo su entrada en aquella ciudad ecuatoriana el 16 de
junio de 1822.
Así,
ella se uniría a los ejércitos bolivarianos e, incluso, alcanzaría
el grado de “coronel”, según se afirma, y se le ve a caballo y
sable en mano, en medio del motín que se produce en Quito.
Cuando
el Libertador partió hacia el Perú, Manuela se le reuniría también,
y su figura estaría presente en todo aquel complejísimo proceso político
y militar, tanto en Lima como en Trujillo.
El
profuso intercambio epistolar avala la fluidez de la relación de los
amantes, en un contexto donde imperaba, a pesar de las batallas
revolucionarias que se producían, los códigos éticos de una
sociedad patriarcal, donde mujeres como Manuela Sáenz resultaban
verdaderamente transgresoras.
En
el palacio de la Magdalena, cerca de Lima, cohabitaría con Bolívar,
y luego de la salida del general venezolano, en septiembre de 1826,
ella permanecería en un medio que, como el limeño, le resultará
hostil y en el que, finalmente, siempre en defensa del ideario
bolivariano, enfrentará a la reacción, hasta ser apresada y enviada
posteriormente al destierro, en 1827.
Primero
se instalaría la heroína en su natal Quito y luego en Bogotá, en
1828, para después reencontrarse con Bolívar, y enfrentar ambos las
intrigas y el tejido de la traición contra el Libertador, hasta
producirse el célebre episodio de los conjurados.
El
25 de septiembre de 1828 intentarían asesinarlo, lo cual dio
protagonismo para siempre a Manuelita Sáenz, cuando hizo huir a Bolívar
por una ventana del palacio de Gobierno.
Después
vendrían días aciagos para ella al conocer, en Guadas, tierras
neogranadinas, en 1830, de la muerte de Bolívar, y comenzar en medio
de la reacción la lucha, por medio de la palabra impresa, en defensa
de los ideales del gran caraqueño, lo que la llevaría a la expulsión
del territorio.
Desde
Kingston, la capital de Jamaica, donde residiría todo un año,
escribiría al general Juan José Flores, presidente del Ecuador,
quien le otorgó un salvoconducto.
Pero
cuando se produjo el regreso a la tierra natal, no puede entrar a
Quito; las credenciales no son válidas ya que el mandatario ha
perdido el poder.
Pobre,
con sus bienes confiscados en Colombia, se instalaría Manuela Sáenz
en Paita, al norte del Perú, donde viviría de un modesto comercio de
tabacos.
Y,
vencida la salud, bajo la depresión que conlleva tanta miseria e
infamia humanas, contrajo difteria, enfermedad que produjo la muerte
de esa valerosa mujer, contemporánea nuestra.
|
|