Por
Federico Kukso
Futuro, suplemento de Página 12, 10/02/07
Hay una tenue línea
que separa el bien del mal, el amor del odio, lo correcto de lo
incorrecto, la alabanza de la burla. Y también la precisión
histórica de las licencias poéticas. Con el afán de dosificar con
un poco de velocidad, movimiento y giros argumentales la crudeza de
los hechos, escritores, directores y guionistas cometen un pecado
supremo e imperdonable ante los ojos incrédulos de los puristas
científicos: tergiversar adrede el transcurrir histórico y exhibir
el resultado no como una (re)construcción sino como la verdad. O lo
que es peor, un punto de vista.
En este asunto, las
películas que se autodenominan "históricas" se llevan
todas las críticas. No vale el nivel de actuación, la fastuosidad de
la escenografía y decorados, el despliegue de vestuario. De Ben Hur y
Cleopatra a Gladiador, siempre se da lo mismo: lluvias de críticas
contra el director o guionista que –desafortunadamente– terminan
siendo olvidadas, hasta que el ciclo vuelve otra vez a comenzar.
Historiadores,
arqueólogos y antropólogos varios no se despojan de sus títulos y
no asumen el rol de simple espectador cuando se acomodan en sus
asientos y se apaga la luz en la sala del cine. Su mirada está
mediada, dirigida, y rastrea hasta el último detalle los anacronismos
que afloran en la superficie cinematográfica, indetectables para el
espectador promedio que siempre se excusa diciendo que va a
entretenerse y no a aprender.
Sin embargo,
últimamente el ojo del espectador está menos desnudo. Tal vez se
pueda llamar a esto el "efecto History o Discovery Channel".
Se aprecia cuando en medio de una película de este tipo arrecia la
duda y se advierten destellos de errores, incompatibilidades,
sinsentidos evidentes. Con Apocalypto, la última película de Mel
Gibson, ocurre precisamente eso: no hay que tener un título de grado
para intuir que algo huele mal, que hay elementos, personas y
costumbres donde no debían estar.
Estrenada
oficialmente en Estados Unidos el 8 de diciembre del año pasado,
Apocalypto narra la travesía de un hombre que es capturado (para ser
sacrificado) en el marco del declive de la antigua civilización maya,
en una especie de alegoría a lo que está sucediendo actualmente en
Estados Unidos (de hecho la película arranca con una cita de W.
Durant: "Una gran civilización no es conquistada desde afuera
sin que antes no se haya destruido desde adentro").
Como ocurrió en La
pasión de Cristo (con diálogos completamente en arameo), la última
obra de Gibson –filmada en Catemaco y Paso de Ovejas en el estado
mexicano de Veracruz– hace del maya yucateco su lengua oficial. Ahí
está su primer error: buscando cierto efecto de verosimilitud, la
narración implícitamente se aleja de lo ficcional para acercarse a
lo documental, a los hechos lavados.
Además de los
actuales descendientes de los mayas, que menos "lindo" le
dijeron de todo a Gibson y a su película, casi el ciento por ciento
de los antropólogos y arqueólogos consultados por varios medios del
mundo le bajaron también el pulgar al director de Braveheart.
Con la violencia como
hilo conductor y hasta protagonista –más que las historias de amor
y la defensa de los lazos familiares de los personajes–, la
película se muestra como un festín de sangre: sacrificios,
cacerías, decapitaciones, orgías de sangre y barbarie. O lo que es
lo mismo, el "error número 2": los sacrificios eran más un
ritual azteca que maya (aunque los mayas en efecto hayan incurrido en
sacrificios esporádicamente). El dios del sol Kukulkan, a quien era
ofrecido el sacrificio en el film, es de hecho el equivalente maya al
dios azteca Quetzalcoatl.
La norteamericana
Traci Ardren de la Universidad de Miami es tal vez la antropóloga
más enfurecida. "El hecho de que la película se haya filmado en
México y en maya yucateco es más peligroso pues parece auténtica
–advierte–. Los espectadores serán cautivados por el exotismo de
las imágenes. ¿Entonces a quién le interesará saber que los mayas
no habitaban sus ciudades cuando llegaron los españoles como muestra
el film de Gibson? En la realidad los misioneros y conquistadores
cristianos desembarcaron 300 años después de que la última ciudad
maya fuera abandonada."
La estrategia del
collage histórico en la que incurre Gibson se advierte también
cuando se exhiben campos repletos de cuerpos decapitados post–sacrificio,
aunque no haya registro arqueológico o histórico que sugieran que
hayan existido estos sacrificios en masa. "No hubiera sido
lógico; los mayas eran una civilización agrícola; tener campos
plagados de muertes hubieran provocado focos de infección y ocupado
muchas tierras aptas para el cultivo", advierte el antropólogo
Karl Taube, de la Universidad de California.
La lista de errores
es inmensa: la ciudad maya de Gibson combina elementos de culturas
mesoamericanas y objetos por ellos desconocidos (como la jabalina),
las construcciones mostradas corresponden a otros períodos de la
historia maya y los eclipses no se completan en segundos sino en
horas. Se escucharon expresiones como "mucha gente va a pensar
que así fue en realidad" (Walter Little, antropólogo de la
Universidad de Nueva York) y "esto no es una película sobre los
mayas" (Robert Carmak). Asimismo se expresó que la cinta
acentuaba el prototipo del maya como "bárbaro, de conductas
despiadadas y con sed de sangre".
Enojado y rodeado por
las críticas, Gibson salió a defenderse, aunque ciertamente se
hundió a sí mismo un poco más: "Los que quieran opinar
deberían hacer su tarea, investigar; yo solamente me dedico a hacer
cine".