Sacco
y Vanzetti
Por
Howard Zinn
Znet / Sin Permiso, 22/04/07
Traducción de Paco Ramos
“Estoy
aquí hoy en este banco de acusados, por ser de la clase oprimida” (Nicola
Sacco)
Lo que sigue es un resumen del nuevo
libro de Howard Zinn, “Un poder que los gobiernos no pueden
suprimir”, publicado este año por Luces de la Ciudad.
Cincuenta años después de las
ejecuciones de los inmigrantes italianos Sacco y Vanzetti, el
Gobernador Dukakis de Massachusetts puso en marcha una comisión para
analizar la limpieza del juicio, y la conclusión era que los dos
hombres no habían tenido un juicio justo. Esto despertó una tormenta
menor en Boston.
Una carta, firmada por John M. Cabot,
embajador americano retirado, declaró su “gran indignación” y señaló
que la confirmación de la pena de muerte por el Gobernador Fuller se
hizo después de una revisión especial por “tres de los más
distinguidos ciudadanos de Massachussets – el presidente de Harvard,
Lowell, el Presidente del MIT, Stratton y la Juez jubilada Grant”.
Esos tres “distinguidos y respetados
ciudadanos” fueron vistos de forma diferente por Heywood Broun que
escribió inmediatamente en su columna para el New York World después
de que la comisión del Gobernador hizo su informe. Escribió:
No todo prisionero tiene un Presidente
de Harvard que aprieta el interruptor para él… Si éste es un
linchamiento, por lo menos el vendedor ambulante de pez y su amigo
artesano pueden tener como consuelo para el alma que morirá a manos
de hombres en traje de gala o con togas académicas.
Heywood Broun, uno de los periodistas más
distinguidos del siglo XX, no continuó como redactor para el New York
World .
En el 50 aniversario de la ejecución,
el New York Times informó que: “Los planes del Alcalde Beame para
proclamar el siguiente martes el día de Sacco y Vanzetti se han
cancelado, en un esfuerzo para evitar la controversia, según dijo
ayer un portavoz del ayuntamiento”.
Debe haber una buena razón por la que
un caso de hace 50 años, ahora de 75, despierta tal emoción. Yo
sugiero que es porque hablar sobre Sacco y Vanzetti plantea materias
que nos preocupan hoy inevitablemente: nuestro sistema de justicia, la
relación entre la fiebre por la guerra y las libertades civiles, y la
mayor preocupación de todos, la idea de anarquismo: la eliminación
de límites nacionales y por consiguiente de la guerra, la eliminación
de la pobreza, y la creación de una democracia plena.
El caso de Sacco y Vanzetti reveló, en
sus condiciones más severas que las palabras nobles que se
inscribieron sobre nuestros palacios de justicia, “Justicia Igual
ante la Ley”, siempre han sido una mentira. Esos dos hombres, el
vendedor ambulante de pez y el zapatero, no podrían conseguir
justicia en el sistema americano, porque la justicia no mide igual a
pobres y a ricos, a nacionales o a extranjeros, al ortodoxo y al
radical, al blanco y la persona de color. Y mientras la injusticia se
da más sutilmente y de maneras más intrincadas hoy que en las
circunstancias crudas de Sacco y Vanzetti, la esencia se mantiene
igual.
En su caso, la injusticia era
flagrante. Fueron juzgados por robo y asesinato, pero en las mentes, y
en la conducta del fiscal, el juez, y el jurado, lo importante de
ellos estaba en que eran, como Upton Sinclair señaló en su notable
novela Boston , “wops”, los extranjeros, trabajadores pobres,
radicales.
Aquí va una muestra del interrogatorio
policial:
Policía: ¿es usted un ciudadano?
Sacco: No.
Policía: ¿Usted es comunista?
Sacco: No.
Policía: ¿anarquista?
Sacco: No.
Policía: ¿Usted cree en nuestro
gobierno?
Sacco: Sí; aunque algunas cosas me
gustan diferentes.
¿Qué tenían estas preguntas que ver
con el robo de una fábrica de zapatos en Braintree Sur, Massachusetts,
y el tiroteo de un pagador y un guardia?
Sacco mentía, claro. No, yo no soy un
comunista. No, yo no soy un anarquista. ¿Por qué mentir a la policía?
¿Por qué un judío mentiría a la Gestapo? ¿Por qué un negro en África
del Sur mentiría a sus interrogadores? ¿Por qué un disidente en la
Rusia soviética mentiría a la policía secreta? Porque todos saben
que no hay justicia para ellos.
¿Ha habido justicia en el sistema
americano para los pobres, la persona de color, el radical? Cuando se
sentenciaron los ocho anarquistas de Chicago a muerte después de los
altercados de Haymarket de 1886, no era porque había alguna prueba de
la conexión entre ellos y la bomba tirada en medio de la policía; no
había ninguna evidencia. Era porque ellos eran líderes del
movimiento anarquista en Chicago.
¿Cuándo Eugene Debs y mil otros
fueron enviados a la prisión durante el Primera Guerra Mundial, bajo
la Ley de Espionaje, fue porque ellos eran culpables de espionaje? Difícilmente.
Eran socialistas que hablaron contra la guerra. Confirmando la
sentencia de 10 años de Debs, el juez de la Suprema Corte de
Justicia, Oliver Wendell Holmes dijo claro por qué Debs debía ir a
la prisión. Él citó del discurso de Debs: “La clase de los amos
siempre ha declarado las guerras, la clase oprimida siempre ha luchado
las batallas”.
Holmes, admirado como uno de nuestros
grandes juristas liberales, dejó claro los límites del liberalismo,
los límites puestos por un nacionalismo vindicativo. Después de que
todas las apelaciones de Sacco y Vanzetti se agotaron, el caso llegó
ante Holmes, cuando estaba en la Corte Suprema. Se negó a revisar el
caso, mientras permitía que un veredicto así se mantuviera.
En nuestro tiempo , Ethel y Julius
Rosenberg fueron enviados a la silla eléctrica. ¿Era porque ellos
eran culpables más allá de una duda razonable de pasar los secretos
atómicos a la Unión Soviética? ¿O era porque ellos eran
comunistas, como el fiscal dejó claro, con la aprobación del juez?
¿Era porque el país estaba en medio de la histeria anti–comunista,
los comunistas habían tomado el poder en China, había una guerra en
Corea, y el peso de todo ello podía hacerse recaer en dos comunistas
americanos?
¿Por qué George Jackson fue
sentenciado a diez años en la prisión, en California, por un robo de
70 dólares, y después disparado a muerte por guardias? ¿Era porque
él era pobre, negro y radical?
¿Puede un musulmán hoy, en la atmósfera
de la “guerra del terror “, pedir igualdad de justicia ante la
ley? ¿Por qué mi vecino de arriba, un brasileño de piel oscura que
podría parecerse a un musulmán del medio oriente, fue sacado de su
coche por la policía, aunque él no había violado ninguna norma, y
fue interrogado y humillado?
¿Por qué de los dos millones de
personas que están en las cárceles americanas y prisiones, y seis
millones de personas bajo libertad provisional, o vigilancia,
desproporcionadamente la mayoría son personas de color, y pobres? Un
estudio mostró que el 70% de las personas en las prisiones estatales
de Nueva York salieron de siete barrios donde reina la pobreza y la
desesperación.
La injusticia de clase se produce todas
las décadas, todos los siglos de nuestra historia. En medio del
juicio de Sacco y Vanzetti, un hombre adinerado en el pueblo de
Milton, al sur de Boston, disparó y mató a un hombre que estaba
recogiendo leña en su propiedad. Se pasó ocho días en la cárcel,
fue liberado bajo fianza, y no se le persiguió. El fiscal del
distrito lo llamó “el homicidio justificable”. Una ley para los
ricos, otra para los pobres –una característica persistente de
nuestro sistema de justicia.
Pero ser pobre no era el crimen
principal de Sacco y Vanzetti. Ellos eran italianos, inmigrantes, y
anarquistas. Habían pasado menos de dos años del final de la Primera
Guerra Mundial. Ellos habían protestado contra la guerra. Se habían
negado a ser reclutados. Ellos vieron la montaña de histeria contra
los radicales y extranjeros, observaron las correrías llevadas a cabo
por los agentes del Fiscal General Palmer en el Departamento de
Justicia, que irrumpían en casas en la mitad de la noche sin garantías
para las personas incomunicadas.
En Boston se arrestaron 500 personas,
fueron encadenados juntos, y marcharon a través de las calles. Luigi
Galleani, editor del periódico anarquista Cronaca Sovversiva al que
Sacco y Vanzetti se subscribieron, fue detenido en Boston y rápidamente
deportado.
Algo más grave pasó. Un anarquista
compañero de Sacco y Vanzetti, un tipógrafo llamado Andrea Salsedo
que vivía en Nueva York fue secuestrado por los miembros del FBI (uso
la palabra “secuestrado” para describir la detención ilegal de
una persona), y retenido en la planta 14 de las oficinas del FBI del
Edificio de Park Row. No le permitieron llamar a su familia, amigos, o
a un abogado, y fue interrogado y agredido, según un prisionero compañero.
Durante la octava semana de su encarcelamiento, el 3 de mayo de 1920,
el cuerpo de Salsedo, fue encontrado en el pavimento cerca del
Edificio de Park Row, y el FBI anunció que él se había suicidado
saltando de la ventana de la habitación en que estaba custodiado. Fue
dos días antes del arresto de Sacco y Vanzetti.
Hoy sabemos, como resultado de los
informes del congreso en 1975, que por medio del programa del FBI
COINTELPRO, agentes del FBI irrumpían en casas y oficinas, llevaban a
cabo escuchas telefónicas ilegales, estaban envueltos en actos de
violencia al punto de asesinato, y colaboraron con la policía de
Chicago en la matanza de dos líderes de los Panteras Negras en 1969.
El FBI y la CIA han violado la ley una y otra vez. No hay ningún
castigo para ellos.
Ha habido pocos motivos para tener fe
que se protegerían las libertades civiles de las personas en este país
en la atmósfera de histeria que siguió el 11 S y continúa hasta el
momento. En casa ha habido redadas contra inmigrantes, detenciones
indefinidas, deportaciones, y espionaje doméstico no autorizado. En
el extranjero se han dado matanzas extra–judiciales, tortura,
bombardeos, guerra, y ocupaciones militares.
Igualmente, el juicio de Sacco y
Vanzetti empezó inmediatamente después del Día del Memorial, un año
y un medio después de la orgía de muerte y patriotismo que fue la
Primera Guerra Mundial, cuando los periódicos todavía vibraban con
el ruido de tambores y la retórica patriotera.
A los doce días del juicio, la prensa
informó que se habían repatriado los cuerpos de tres soldados de los
campos de batalla de Francia a la ciudad de Brockton, y que el pueblo
entero había participado en una ceremonia patriótica. Todo esto
estaba en periódicos que los miembros del jurado podían leer.
Sacco fue interrogado por el fiscal
Katzmann:
Pregunta: ¿Amaba usted este país en
la última semana de mayo de 1917?
Sacco: Me es difícil responder en una
sola palabra, Sr. Katzmann.
Pregunta: Hay dos palabras que usted
puede usar, Sr. Sacco, sí o no. ¿Cual es?
Sacco: Sí
Pregunta: ¿Y para mostrar su amor por
los Estados Unidos de América cuándo estaba a punto de ser llamado
como soldado, usted corrió a México?
Al principio del juicio, el Juez Thayer
(quién, hablando a un conocido en una partida de golf, se había
referido a los demandados durante el juicio como “esos bastardos
anarquistas”) dijo al jurado: “señores, ustedes han sido
convocados para realizar con el mismo espíritu de patriotismo, valor,
y devoción su deber como lo hicieron nuestros soldados”.
Las emociones evocadas por una bomba
que explotó en la casa del Fiscal General Palmer en tiempo de guerra
–como las emociones liberadas por la violencia del 11 S– crearon
una atmósfera rara en la que se vieron comprometidas las libertades
civiles.
Sacco y Vanzetti entendieron que los
argumentos legales que sus abogados pudieran proponer no prevalecerían
contra la realidad de la injusticia de clase. Sacco dijo a la corte,
en la sentencia: “Yo sé que la sentencia estará entre dos clases,
la clase oprimida y la clase rica…Es por eso por lo qué yo estoy
aquí hoy en este banco, por ser de la clase oprimida”.
Ese punto de vista parece dogmático,
simplista. No todas las decisiones de la corte se explican por él.
Pero, faltando una teoría que explique todos los casos, el punto de
vista de Sacco es ciertamente una mejor buena guía para entender el
sistema legal que otro que asume una contienda entre iguales basada en
la búsqueda objetiva de la verdad.
Vanzetti supo que los argumentos
legales no los salvarían. A menos que un millón de americanos se
organizaran, él y su amigo Sacco morirían. No palabras, sino lucha.
No súplicas, sino demandas. No peticiones al gobernador, sino tomas
de fábricas. No lubricar la maquinaria de un sistema supuestamente
justo para hacerlo trabajar bien, sino una huelga general para llegar
a parar las máquinas.
Eso nunca pasó. Miles se manifestaron,
marcharon, protestaron, no sólo en Nueva York, Boston, Chicago, San
Francisco, sino también en Londres, París, Buenos Aires o África
del Sur. No era bastante. En la noche de su ejecución, miles se
manifestaron en Charlestown, pero fueron mantenidos lejos de la prisión
por una multitud de policía. Se arrestaron a los manifestantes. Había
ametralladoras en las azoteas y grandes reflectores barriendo la
escena. Una gran muchedumbre se congregó en Union Square el 23 de
agosto de 1927. Después de medianoche, las luces de la prisión
oscurecieron y los dos hombres fueron electrocutados. El New York
World describió la escena: “La muchedumbre respondió con un
sollozo gigante. Las mujeres se desmayaron en quince o veinte lugares.
Otros, también superados, se reprimieron y escondieron las cabezas
entre sus manos. Los hombres se apoyaban unos en otros y lloraban”.
Su último crimen era su anarquismo,
una idea que hoy todavía nos sobresalta como un relámpago debido a
su verdad esencial: todos somos uno, los límites y los odios
nacionales deben desaparecer, la guerra es intolerable, deben
compartirse los frutos de la tierra, y sólo a través de la lucha
organizada contra la autoridad, puede llegar un mundo así.
Lo que nos ha llegado a nosotros hoy
del caso de Sacco y Vanzetti no es sólo tragedia, sino también
inspiración. Su inglés no era perfecto, pero cuando ellos hablaron
parecía poesía. Vanzetti dijo de su amigo Sacco:
Sacco es un corazón, una fe, un carácter,
un hombre; un amante del hombre de naturaleza y de la humanidad. Un
hombre que dio todo, que sacrifica todo a la causa de libertad y a su
amor por la humanidad: el dinero, el descanso, la ambición mundana,
su propia esposa, sus niños, él y su propia vida…. Oh sí, yo
puedo ser más inteligente, como algunos han dicho, yo soy mejor
hablando que él, pero muchas, muchas veces, oyendo su corazón
expresar una fe sublime, considerando su sacrificio supremo,
recordando su heroísmo, yo me sentía pequeño, pequeño en presencia
de su grandeza, y compelido a secar de mis ojos las lágrimas, apagar
los latidos de mi corazón que late en mi garganta para no llorar ante
él– este hombre fue llamado jefe, asesino y condenado.
Lo peor de todo, eran anarquistas, lo
que significa que tenían alguna noción loca de democracia plena en
la que ni lo extranjero ni la pobreza existiría, y pensaban que sin
estas provocaciones, la guerra entre las naciones acabaría para
siempre. Pero para ello habría que luchar contra el rico y sus
riquezas ser confiscadas. Ese ideal anarquista es un crimen mucho peor
que robar una nómina, y por ello la historia de Sacco y Vanzetti no
puede evocarse sin gran ansiedad.
Sacco escribió a su hijo Dante: “Así
que, hijo, en lugar de llorar, sé fuerte, para poder confortar a tu
madre… llévala de paseo por el campo, recogiendo flores salvajes
aquí y allí, descansando bajo la sombra de los árboles… Pero
siempre recuerda, Dante, en esta obra de felicidad, no uses todo para
ti sólo…ayuda a los perseguidos y a las víctimas porque ellos son
tus buenos amigos... En esta lucha por la vida, encontraras más amor
y serás amado”.
Sí, era su anarquismo, su amor por la
humanidad que los condenó. Cuando Vanzetti fue arrestado, él tenía
una octavilla en bolsillo anunciando un mitin cinco días después. Es
una hoja impresa que podría distribuirse hoy, por el mundo, tan
apropiado ahora como lo era el día de su arresto. Decía:
“Has luchado en todas las guerras.
Has trabajado para todos los capitalistas. Has vagado por todos los países.
¿Has recogido la mies y los frutos de tu trabajo, el precio de tus
victorias? ¿El pasado te conforta? ¿El presente te sonríe? ¿El
futuro te promete algo? ¿Has encontrado un trozo de tierra dónde
puedes vivir y puedes morir como un ser humano? Sobre estas preguntas,
estos argumentos, y estos temas, la lucha por la existencia, hablará
Bartolomeo Vanzetti.”
Ese mitin no tuvo lugar. Pero su espíritu
todavía existe hoy en las personas que creen, aman y se esfuerzan en
todo el mundo.
(*) Howard Zinn es coautor, junto con Anthony Arnove, de “Voices of a
People's - History of the United States” . Su libro más
reciente es “A Power Governmets Cannot Suppress” ( Un poder que
los gobiernos no pueden suprimir).
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