Bananas,
abogados y ametralladoras
Por
Roberto Bardini
Bambú Press, 20/05/07
Creada
en 1899, la compañía bananera United Fruit se estableció en pocos años
en alrededor de una decena de países del continente. Los pioneros del
imperio del plátano no fueron economistas, ni contadores, ni
administradores de empresa, ni –mucho menos– filántropos. Eran
especuladores, aventureros y buscavidas dispuestos a enriquecerse por
cualquier medio.
En
1916, un diplomático estadounidense acreditado en Honduras calificó
a una empresa, que luego se unió a la United Fruit, como “un estado
dentro del estado”. Y aunque cambió varias veces de nombre, siempre
fue un poder detrás del trono. Sobornó a políticos, financió
invasiones, promovió golpes de estado, quitó y colocó presidentes,
acabó a balazos con huelgas y respaldó a escuadrones de la muerte.
En
1970, la United Fruit se fusionó con otra firma y pasó a llamarse
United Brands. En 1990 volvió a cambiar de nombre: ahora es Chiquita
Brands. Con 15 mil hectáreas en América Latina y cerca de 14 mil
trabajadores, sigue siendo un gigante del negocio.
“El
rey sin corona de Centroamérica”
Antes
de 1870 los estadounidenses nunca habían visto un plátano. Pero ese
año el ingeniero ferroviario Minor Cooper Keith, nacido en Brooklyn y
de sólo 23 años, exporta desde Costa Rica las primeras bananas al
puerto de Nueva Orleáns. Tres décadas después, Estados Unidos
consume aproximadamente 16 millones de racimos al año.
Minor
C. Keith, nacido en 1848, el año en que Karl Marx publicó El
manifiesto comunista, no se detiene ante las dificultades de la época.
Para el tendido de las vías que van de Puerto Limón a San José, ha
reclutado un primer cargamento de 700 ladrones y criminales de las cárceles
de Louisiana; sólo sobreviven 25 a las duras condiciones de junglas y
pantanos. El hombre de negocios no se amilana y lleva a dos mil
italianos. Al ver las condiciones de trabajo, casi todos prefieren
escapar a la selva. El empresario atrae entonces a chinos y negros, al
parecer más resistentes a las enfermedades tropicales. En la
instalación de los primeros 40 kilómetros de rieles mueren cinco mil
trabajadores.
El
emprendedor Keith se casa con la hija del ex presidente José María
Castro Madriz, primer mandatario de la república. Hace relaciones
entre la provinciana alta sociedad costarricense, soborna políticos,
compra autoridades y obtiene la concesión del flamante ferrocarril
por 99 años. Ahora sí puede dedicarse de lleno al negocio del plátano.
En
1899, busca socios y funda en Boston la United Fruit Company, la compañía
bananera más grande del mundo, con plantaciones en Colombia, Costa
Rica, Cuba, Honduras, Jamaica, Nicaragua, Panamá y Santo Domingo. En
poco tiempo es dueño del diez por ciento del territorio costarricense
y conocido como “el rey sin corona de Centroamérica”.
Además
de los trenes de Costa Rica y la producción bananera de América
Central y el Caribe, Keith y sus socios controlan los mercados
municipales, los tranvías, la electricidad y el agua, poseen 180 kilómetros
de ferrocarril que unen las plantaciones con los puertos y en poco
tiempo son dueños una línea marítima que lleva el banano hacia los
muelles de Estados Unidos y Europa. Ese imperio naviero, creado en
1907 con cuatro barcos que aumentaron a cien en 1930, existe hasta hoy
y se llama Gran Flota Blanca.
Minor
Keith funda en 1911 la International Railroads of Central America, que
une sus líneas férreas con México y El Salvador. Muere a los 81 años,
en 1929, cuando se produce el famoso “martes negro” de Wall Street
que da origen a la llamada Gran Depresión. El hombre que había
llegado a Costa Rica con una mano atrás y otra adelante, tenía una
fortuna de 30 millones de dólares que nunca se supo a dónde fue a
parar.
“El
hombre banana”
Samuel
Smuri, hijo de un campesino judío de Besarabia (Rusia), llega a
Estados Unidos en 1892, a los 15 años. A los 18, cambia su apellido
por Zemurray y comienza a comprar a bajo precio plátanos a punto de
descomponerse en los muelles de Nueva Orleáns, que luego vende rápidamente
en pueblos cercanos. A los 21, posee cien mil dólares en una cuenta
de banco.
Sam
Zemurray no tiene estudios y no logra hablar bien el inglés, pero ya
está listo para los grandes negocios. Se casa con la hija de Jacob
Weinberger, el vendedor de bananas más importante de Nueva Orleáns,
compra una empresa naviera en bancarrota y en 1905 desembarca en
Puerto Cortés (Honduras). Allí adquiere otra compañía al borde de
la quiebra, la Cuyamel Fruit Company.
En
1910 es dueño de seis mil hectáreas, pero está endeudado con varios
bancos estadounidenses. Entonces decide apoderarse de todo el país a
muy poco costo. Lo logra al año siguiente.
Zemurray
regresa a Nueva Orleáns y busca a Manuel Bonilla, ex presidente
hondureño exiliado, a quien convence de dar un golpe de estado para
recuperar el gobierno. Bonilla es un ex carpintero, violinista y
clarinetista que al calor de las guerras civiles llegó de cabo a
general. Zemurray también entusiasma para participar en la aventura
centroamericana al “general” Lee Christmas, un soldado de fortuna,
y a su protegido Guy “Ametralladora” Molony, un pistolero
profesional.
En
enero de 1911, los cuatro se embarcan junto con una gavilla de
corsarios rumbo a Honduras. Armados sólo con una ametralladora
pesada, una caja de rifles de repetición, 1.500 kilos de municiones y
varias botellas de bourbon, durante un año los mercenarios arrasan
todo a su paso, llegan a Tegucigalpa y el 1 de febrero de 1912
instalan a Bonilla en el poder.
En
1911, el agradecido presidente otorga a Zemurray una concesión libre
de impuestos de diez mil hectáreas para cultivar bananos durante 25 años.
“El territorio controlado por la Cuyamel es un estado en sí
mismo”, informa el cónsul estadounidense en Puerto Cortés en 1916.
“Alberga a sus empleados, cultiva plantaciones, opera ferrocarriles
y facilidades terminales, líneas de vapores, sistemas de agua,
plantas eléctricas, comisariatos, clubes”.
En
1929, en medio de una gran crisis mundial, el comerciante ruso vende
la Cuyamel a la United Fruit a cambio de 3oo mil acciones valuadas en
31 millones de dólares, lo que le permite quedar como el principal
accionista individual. Para entonces al especulador ya se le conoce
como “el hombre banana”.
Sam
Zemurray ocupa altos puestos en la United Fruit Company hasta 1957,
incluyendo la presidencia. En 1961, a los 84 años, fallece víctima
del mal de Parkinson. Es autor de una frase que pasa a la historia
centroamericana: “En Honduras es más barato comprar un diputado que
una mula”.
La
masacre de Santa Marta
En
1928 la United Fruit Company llevaba casi tres décadas en Colombia y
se beneficiaba de la falta de legislación laboral. El 6 de diciembre
de ese año, luego de un mes de huelga, tres mil trabajadores de la
empresa se reúnen en los alrededores de la estación de trenes de Ciénaga,
en el departamento de Magdalena, al norte del país. Ha corrido el
rumor que el gobernador llegará para escuchar sus reclamos. El
funcionario nunca llega y a ellos los acribillan a tiros.
A
pedido de la compañía bananera, el ejército había rodeado el
lugar. El general al mando da cinco minutos para que la multitud se
disperse. Transcurrido ese plazo, ordena a la tropa que dispare. Según
el gobierno, murieron “nueve revoltosos comunistas”.
Sin
embargo, el 29 de diciembre de 1928 el cónsul estadounidense en Santa
Marta envía un telegrama a Washington en el que indica entre 500 y
600 víctimas. En enero del año siguiente, el diplomático informa
que los muertos son más de mil y menciona como fuente al
representante de la United Fruit en Bogotá.
Los
cadáveres habían sido llevados en trenes a la costa y arrojados al
océano Atlántico. La empresa de ferrocarriles de la región es
propiedad de la firma británica Santa Marta Railway Company, pero la
mayoría de sus acciones pertenecen a la United Fruit.
“Mi
banana republic”
El
neoyorkino Minor Cooper Keith también desembarca en Guatemala. En
1901, el dictador Manuel Estrada Cabrera otorga a la United Fruit la
exclusividad para transportar el correo a Estados Unidos. Después,
permite la creación de la compañía de ferrocarril como una filial
de la empresa bananera. Luego le concede el control de todos los
medios de transporte y comunicaciones. Y como si esto fuera poco, la
propia firma se exime de pagar cualquier impuesto al gobierno durante
99 años.
Estrada
Cabrera –personaje central de la novela El señor presidente, de
Miguel Ángel Asturias– se mantiene en el poder 22 años, hasta que
en 1920 el Congreso lo declara “insano mentalmente”, pero la
United Fruit continúa manejando los hilos de la política. El 75 por
ciento de la tierra cultivable es propiedad de dos por ciento de la
población y, dentro de ese escandaloso porcentaje, la United Fruit es
la mayor poseedora. Para entonces, hacía mucho tiempo que Keith se
refería a Guatemala como “mi banana republic”. A él deben
agradecerle los centroamericanos y caribeños la denominación.
En
1952, cuando el presidente Jacobo Arbenz intenta realizar una
cuidadosa reforma agraria en beneficio de cien mil familias
campesinas, la United Fruit sabe que se le acabarán todos sus
privilegios y se pone en marcha para evitarlo. La solución está en
Washington.
Uno
de los accionistas de la firma es secretario de estado del presidente
Dwight Eisenhower: se trata de John Foster Dulles, que también es
abogado de Prescott Bush, abuelo del presidente George W. Bush. Su
hermano menor, Allen Dulles, es el primer director civil de la CIA.
Con
el pretexto del “peligro comunista” en Guatemala, los hermanos
Dulles le hacen el trabajo sucio a la United Fruit. El 27 de junio de
1954, una fuerza militar encabezada por el general Carlos Castillo
Armas –que parte de los campos bananeros de la empresa en
Honduras– invade el país. Pilotos estadounidenses bombardean la
capital. Arbenz es derrocado y se exilia en México. Doce mil personas
son arrestadas, se disuelven más de 500 sindicatos y dos mil
dirigentes gremiales abandonan el país.
Castillo
Armas, formado en Fort Leavenworth (Kansas), es “barato, obediente y
burro”, según el escritor Eduardo Galeano. Y asume la presidencia.
Es el hombre que la United Fruit necesita para seguir siendo “dueña
de campos baldíos, del ferrocarril, del teléfono, del telégrafo, de
los puertos, de los barcos y de muchos militares, políticos y
periodistas”.
La
Chiquita Brands protagonizó su último escándalo en Colombia, donde
se comprobó que desde 1997 le pagaba a los paramilitares por eliminar
a dirigentes campesinos y sindicalistas “molestos”. Se retiró del
país en 2004 y a comienzos de abril de este año fue multada con 25
millones de dólares por una corte estadounidense, tras admitir que
pagó 1.7 millones de dólares a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC)
a cambio de seguridad.
La
historia de la United Fruit–United Brands–Chiquita Brands es casi
interminable. Pero se puede resumir en una frase de El Padrino, de
Mario Puzo: “Una docena de hombres con ametralladoras son nada
frente a un solo abogado con una billetera repleta”. A lo largo de
108 años, el imperio bananero ha recurrido a los servicios de unos y
otros.
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