La
ciencia y el mundo islámico
En
busca de un acercamiento
Por
Pervez Hoodbhoy (*)
Znet,
octubre de 2007
Traducido
por Anahí Seri y revisado por Eva Calleja
El
origen de este artículo está en la conferencia sobre Max von Laue
que di a principios de año para celebrar la figura de este eminente físico
que fue también un hombre de gran conciencia social. Durante el auge
de Hitler, Laue fue uno de los poquísimos físicos alemanes de
renombre que se atrevieron a defender a Albert Einstein y la teoría
de la relatividad. Resulta, por tanto, adecuado que yo me ocupe aquí
de un asunto relacionado con la ciencia y la civilización.
La
pregunta que quiero plantear, tanto a mí mismo como a cualquier otra
persona, es ésta: habiendo como hay más de mil millones de
musulmanes, y disponiendo de amplios recursos materiales, ¿por qué
el mundo islámico se ha desligado de la ciencia y del proceso por el
que se generan nuevos conocimientos? Más concretamente, me estoy
refiriendo a los 57 países de la Organización de la Conferencia Islámica
(OCI) como representante del mundo islámico.
No
siempre fue así. La magnífica Edad de Oro del Islam entre los siglos
IX y XIII trajo consigo grandes avances en matemáticas, ciencia y
medicina. La lengua árabe era dominante en una época en la que nació
el álgebra, se elucidaron los principios de la óptica, se estableció
la circulación sanguínea, se dio nombre a estrellas y se crearon
universidades. Pero al final de este periodo, la ciencia en el mundo
islámico se vino abajo. Desde hace siete siglos, ningún invento o
descubrimiento relevante ha surgido del mundo islámico. Ese
estancamiento del desarrollo científico es un elemento importante (si
bien no es en absoluto el único) que contribuye a la actual marginación
de los musulmanes y a un sentimiento creciente de injusticia y
discriminación.
Hay
que frenar estos sentimientos negativos antes de que la brecha se
ensanche. Un sangriento choque de civilizaciones, si realmente se
llegara a producir, sin duda sería tan grave como las otras dos
amenazas más peligrosas que se ciernen sobre la vida en nuestro
planeta: el cambio climático y la proliferación nuclear.
Primeros
encuentros
El
encuentro del Islam con la ciencia ha pasado por épocas felices e
infaustas. No hubo ciencia en la cultura árabe durante el periodo
inicial del Islam, en torno al año 610 dC. Pero a medida que el Islam
se establecía política y militarmente, su territorio se expandía. A
mediados del siglo VIII, los conquistadores musulmanes dieron con los
antiguos tesoros del saber griego. Califas liberales e ilustrados
encargaron traducciones del griego al árabe y llenaron sus cortes en
Bagdad con eruditos visitantes venidos de todas partes. Dominaban la
política los mutazilitas racionalistas, quienes aspiraban a conciliar
la fe y la razón en contraposición a sus rivales, los dogmáticos
asharitas. Una cultura islámica por lo general tolerante y pluralista
permitió que musulmanes, cristianos y judíos crearan juntos nuevas
obras de arte y de ciencia. Pero con el tiempo, las tensiones teológicas
entre las interpretaciones liberales y fundamentalistas del Islam, por
ejemplo sobre el tema del libre albedrío frente a la predestinación,
se intensificaron y tornándose sangrientas. Renació una ortodoxia
religiosa que acabó por inflingir una aplastante derrota a los
mutazilitas. Luego, el librepensamiento en el estudio de la filosofía,
las matemáticas y la ciencia fue relegado más y más a los márgenes
del Islam.
Siguió
un largo periodo de oscuridad, puntuado por luces ocasionales. En el
siglo XVI, los turcos otomanos establecieron un vasto imperio con la
ayuda de la tecnología militar. Pero había poco entusiasmo por la
ciencia y los nuevos conocimientos. En el siglo XIX, la Ilustración
europea inspiró a una oleada de reformadores islámicos modernistas:
Mohammed Abduh de Egipto, su seguidor Rashid Rida de Siria, y sus
contrapartidas en el subcontinente indio, como Sayyid Ahmad Jan y
Yamaluddin Afghani, exhortaron a los musulmanes a aceptar las ideas de
la Ilustración y la revolución científica. Su postura teológica
puede parafrasearse de forma aproximada como "el Corán nos dice
cómo ir al Cielo, no cómo se mueven los cielos". Se hacían eco
de lo que había dicho Galileo en Europa.
El
siglo XX fue testigo del final del dominio colonial europeo y del
nacimiento de varios estados musulmanes independientes, todos ellos
inicialmente bajo un liderazgo nacional laico. Siguió un acelerón
hacia la modernización y la adquisición de tecnología. Muchos
contaban con que se produjera un renacimiento científico musulmán.
Claramente, no fue así.
¿De
qué padece la ciencia en el mundo islámico?
Los
líderes musulmanes de la actualidad, conscientes de que el poder
militar y el crecimiento derivan de la tecnología, con frecuencia
hacen llamamientos en pro de un rápido desarrollo científico y una
sociedad basada en el conocimiento. A menudo, estos llamamientos son
retóricos, aunque en los últimos años en algunos países musulmanes
(Qatar, los Emiratos Árabes Unidos, Pakistán, Malasia, Arabia
Saudita, Irán y Nigeria, entre otros) ha aumentado mucho el
patrocinio oficial y las inversiones en ciencia y educación. Algunos
gobernantes ilustrados, como el Sultán ibn Muhammad Al-Qasimi de
Sharyah, Hamad bin Jalifa Al Thani de Qatar, y otros, han dedicado
parte de su gran fortuna personal a estas causas. Ningún líder
musulmán ha apelado públicamente a la separación entre ciencia y
religión.
Para
relanzar la ciencia, ¿es suficiente con incrementar los fondos, o se
requiere un cambio más fundamental? En el siglo XIX hubo eruditos
como Max Weber que afirmaban que el Islam carece de un "sistema
de ideas", decisivo para sostener una cultura científica basada
en innovación, nuevas experiencias, cuantificación y verificación
empírica. El fatalismo y una orientación hacia el pasado, decían,
hacen que los avances sean difíciles e incluso indeseables.
En
la época actual, en la que está aumentando el antagonismo entre el
mundo occidental y el islámico, la mayoría de los musulmanes
rechazan, indignados, estas acusaciones. Piensan que estas críticas
son una excusa más con la que Occidente justifica sus ataques
culturales y militares a los pueblos musulmanes. A los musulmanes se
les ponen los pelos de punta ante cualquier insinuación de que pueda
haber una incompatibilidad entre Islam y ciencia, o de que algún
conflicto subyacente entre el Islam y la ciencia pueda ser responsable
de la lentitud del progreso. El Corán, que es la palabra literal de
Dios, no puede ser culpable; los musulmanes creen que si hay un
problema, sólo se puede deber a su incapacidad de interpretar y
llevar a la práctica correctamente las instrucciones divinas del Corán.
Al
defender la compatibilidad entre la ciencia y el Islam, los musulmanes
argumentan que el Islam mantuvo una floreciente cultura intelectual a
lo largo de la Edad de las Tinieblas europea, y por tanto es también
capaz de una cultura científica moderna. Abdus Salam, premio Nóbel
de física paquistaní, solía subrayar en sus apariciones en público
que una octava parte del Corán es un llamamiento a que los musulmanes
busquen los signos de Alá en el universo, y que por tanto la ciencia
es para los musulmanes una obligación espiritual a la vez que
temporal. Quizá el argumento que con más frecuencia se oye es que el
Profeta Mahoma había exhortado a sus seguidores a "buscar el
conocimiento incluso si está en China", lo cual implica que los
musulmanes están obligados a buscar el conocimiento laico.
Estos
argumentos han sido objeto de gran debate, y se seguirán debatiendo,
pero no quiero seguir aquí en esa línea. En lugar de eso, intentemos
comprender el estado de la ciencia en el mundo islámico contemporáneo.
En primer lugar, en la medida en que lo permitan los datos de que
disponemos, haré una valoración cuantitativa del estado actual de la
ciencia en los países musulmanes. Luego examinaré las actitudes que
prevalecen entre los musulmanes con respecto a la ciencia, tecnología
y modernidad, con vistas a identificar prácticas socioculturales
específicas que van en contra del progreso. Por último, podemos
enfrentarnos a la pregunta fundamental: ¿qué hará falta para que la
ciencia vuelva al mundo islámico?
Medir
el progreso científico musulmán
La
métrica del progreso científico no es precisa ni unívoca. La
ciencia impregna nuestras vidas de muchísimas maneras, tiene
significados distintos para las distintas personas, y su contenido y
ámbito ha variado de forma drástica a lo largo de la historia. Además,
la escasez de datos actuales y fiables dificulta aún más la tarea de
evaluar el progreso científico en los países musulmanes.
Voy
a emplear el siguiente conjunto razonable de cuatro métricas:
*
La cantidad de producción científica, ponderada de forma que se mida
razonablemente su relevancia e importancia
*
El papel que desempeñan la ciencia y la tecnología en las economías
nacionales, la financiación para I+D [investigación y desarrollo] y
el tamaño de las empresas científicas nacionales
*
El alcance y la calidad de la enseñanza superior
*
La presencia o ausencia de la ciencia en la cultura popular.
Producción
científica
Un
indicador útil, aunque imperfecto, de la producción científica es
el número de artículos de investigación científica que se
publican, junto con las citas que hacen referencia a ellos. En el
cuadro 1 se muestra la producción de los siete países musulmanes con
mayor producción científica en lo que respecta a artículos de física,
para el periodo que va del 1 de enero de 1997 al 28 de febrero de
2007, junto con el número total de publicaciones en todos los ámbitos
científicos. Comparando con Brasil, India, China y los EEUU, se
aprecian cifras significativamente inferiores. Un estudio a cargo de
profesores de la Universidad Islámica Internacional de Malasia mostró
que los países de la OCI tienen 8,5 científicos, ingenieros y técnicos
por cada 1.000 habitantes, en comparación con una media mundial de
40,7 y de 139,3 para los países de la Organización para la Cooperación
y el Desarrollo Económico (más sobre la OCDE en
http://www.oecd.org.) Cuarenta y seis países musulmanes aportaron el
1,17% de la bibliografía científica del mundo, mientras que el 1,66%
procede de India por si sola y el 1,48% de España. Veinte países árabes
aportaron el 0,55%, en comparación con el 0,89% de Israel por si
solo. La NSF (Fundación Nacional de Ciencia) de los EEUU registra que
de los 28 países con menor producción de artículos científicos en
2003, la mitad pertenecen a la OCI.
La
situación puede ser aún más sombría que lo que sugieren las cifras
de publicaciones o incluso el recuento de referencias. Evaluar el mérito
científico de las publicaciones científicas, que nunca es tarea fácil,
se complica más todavía ante la rápida aparición de nuevas
revistas científicas internacionales que publican trabajos de escasa
calidad. Muchas de ellas no tienen políticas editoriales ni
procedimientos de arbitraje buenos. En muchos países en vías de
desarrollo, los científicos, que están sometidos a presiones para
publicar, o que son atraídos por interesantes incentivos
gubernamentales, optan por seguir la trayectoria de mínima
resistencia que les han allanado las políticas, cada vez más
comercializadas, de las revistas. Los que desean publicar saben que
los editores tienen que producir una revista de un determinado grosor
cada mes.
Aparte
de las considerables pruebas anecdóticas de estas prácticas, ha
habido algunos estudios sistemáticos. Por ejemplo, la publicaciones
de química por parte de científicos iraníes se triplicaron en cinco
años, pasando de 1040 en 1998 a 3277 en 2003. Muchos artículos científicos
que sus autores, químicos iraníes, presentaron como originales, y
que se publicaron en revistas sometidas a una revisión por expertos
internacional, de hecho habían sido publicados ya dos, y en ocasiones
tres veces, con contenido idéntico o casi idéntico, por los mismos
autores. En otras casos se trataba de plagios que podrían haber sido
fácilmente detectados por cualquier árbitro que se hubiera tomado
una mínima molestia.
También
es desalentadora la situación en lo que respecta a las patentes: los
países de la OCI producen un número insignificante. De acuerdo con
las estadísticas oficiales, Pakistán sólo ha registrado ocho
patentes en los últimos 43 años.
Los
países musulmanes muestran una gran diversidad de culturas y de
niveles de modernización, de forma que la productividad científica
abarca una gama amplia. Entre los países de mayor peso, tanto por
población como por política, Turquía, Irán, Egipto y Pakistán son
los más desarrollados científicamente. Entre los países pequeños,
como las repúblicas de Asia central, Uzbekistán y Kazajstán están
claramente por encima de Turkmenistán, Tayikistán y Kirgistán.
Malasia (un país musulmán más bien atípico, con una minoría no
musulmana del 40%) es un país mucho más pequeño que la vecina
Indonesia, y sin embargo es más productivo. Kuwait, Arabia Saudita,
Qatar, los EAU y otros estados que tienen muchos científicos
extranjeros están muy por delante de los demás estados árabes en
cuanto a la ciencia.
Empresas
científicas nacionales
Se
da por hecho que un mayor presupuesto científico indica, o dará
lugar, a una mayor actividad científica. En término medio, los 57
estados de la OCI destinan una cantidad estimada del 0,3% de su PIB a
I+D, un porcentaje muy por debajo de la media mundial del 2,4%. Pero
se percibe una clara tendencia hacia una mayor inversión. Los
gobernantes de los EAU y de Qatar están construyendo varias
universidades nuevas con personal importado de Occidente tanto para su
construcción como para su plantilla.
En
junio de 2006, el Presidente de Nigeria, Olusegun Obasanyo, anunció
que 5.000 millones de dólares procedentes del petróleo se destinarían
a I+D. Irán aumentó su presupuesto de I+D de modo espectacular,
pasando de una minucia en 1988, al final de la guerra Irán-Irak,
hasta el nivel actual del 0,4% de su PIB. Arabia Saudita anunció que
en 2006 invirtió el 26% de su presupuesto de desarrollo en ciencia y
en educación, y envió a 5.000 estudiantes a universidades de EEUU
con becas que cubren todos los gastos. Pakistán batió un record
mundial aumentando los fondos destinados a la enseñanza superior y a
la ciencia en nada menos que en un 800% a lo largo de los últimos
cinco años.
Pero
aumentar los presupuestos no constituye en sí mismo la panacea; es
crucial dar un buen uso a esos fondos. Un factor determinante es el número
de científicos, ingenieros y técnicos disponibles. Estas cifras son
bajas para los países de la OCI, en término medio unos 400-500 por
cada millón de personas, mientras que las cifras para los países
desarrollados están sobre los 3500-5000 por cada millón de
habitantes. Aún más importante es la calidad y el nivel de
profesionalidad, dos aspectos más difíciles de cuantificar. Pero
aumentar los fondos sin examinar atentamente estas cuestiones
cruciales puede dar lugar a una correlación nula entre financiación
científica y resultados.
El
papel que desempeña la ciencia a la hora de crear tecnología es un
importante indicador en lo referente a la ciencia. Comparando los
cuadros 1 y 2 se ve que hay una escasa correlación entre los artículos
de investigación académica y el papel de la I+D en las economías
nacionales de los siete países de la lista. La posición anómala de
Malasia en el cuadro 2 se debe a la fuerte inversión directa que
realizan las empresas multinacionales y a que tienen socios
comerciales que en su gran mayoría son países de fuera de la OCI.
Aunque
no queda patente en el cuadro 2, existen ámbitos científicos en los
que la investigación ha resultado rentable en el mundo islámico. La
investigación en agricultura, que es una ciencia relativamente
sencilla, es un buen ejemplo. Pakistán ha obtenido buenos resultados,
por ejemplo, con nuevas variedades de algodón, trigo, arroz y té. La
tecnología de defensa es otra área en la que han invertido muchos países
en vías de desarrollo, pues aspiran a reducir su dependencia de los
proveedores internacionales de armas y a promover sus capacidades
nacionales. Pakistán fabrica armas nucleares y mísiles de rango
medio. Actualmente hay también una industria armamentística
paquistaní floreciente, cada vez más orientada hacia la exportación
(figura 3), que produce una amplia gama de armas desde granadas hasta
tanques, dispositivos de visión nocturna, armas guiadas por láser,
pequeños submarinos y aeronaves de entrenamiento. Los ingresos de la
exportación son superiores a 150 millones de dólares anuales. Si
bien gran parte de la producción es un triunfo de la ingeniería
inversa más que de la I+D original, claramente hay una comprensión
suficiente de los principios científicos necesarios, así como una
capacidad de juzgar cuestiones técnicas y de gestión. Irán ha
seguido el ejemplo de Pakistán.
Enseñanza
superior
De
acuerdo con una reciente encuesta, entre los 57 Estados miembro de la
OCI, hay unas 1800 universidades. De éstas, solamente 312 publican
artículos en revistas. Un ranking de las 50 universidades con más
publicaciones entre ellas da las siguientes cifras: 26 están en Turquía,
9 en Irán, 3 en Malasia, 3 en Egipto, 2 en Pakistán y 1 en cada uno
de los siguientes países: Uganda, los EAU, Arabia Saudita, Líbano,
Kuwait, Jordania y Azerbaiyán. Para las 20 primeras universidades, la
producción anual media de artículos fue de unos 1500, una cifra
reducida pero razonable. Sin embargo, el número medio de referencias
por artículo es menos que 1,0 (el informe de la encuesta no aclara si
se excluyeron las auto referencias). Se dispone de menos datos
comparativos con universidades de todo el mundo. Dos instituciones de
licenciatura de Malasia estaban en la lista de los primeros 200 del
Times Higher Education Supplement en 2006 (http://www.thes.co.uk).
Ninguna universidad de la OCI ha conseguido entrar en la lista de los
primeros 500 del "Academic Ranking of World Universities"
elaborada por la Universidad Jiao Tong de Shanghai
(http://ed.sjtu.edu.cn/en). Esta situación dio lugar a que el
director general de la OCI hiciera un llamamiento para que al menos 20
universidades de la OCI alcanzaran la calidad suficiente para entrar
en la lista de 500. No se especificó ningún plan de acción, ni se
definió el término "calidad".
La
calidad de una institución es fundamental, pero ¿cómo ha de
definirse? Proporcionar más infraestructuras y servicios es
importante, pero no es lo decisivo. La mayoría de las universidades
en países musulmanes tienen una calidad de enseñanza y aprendizaje
claramente inferior, una escasa conexión con la formación
profesional, y una investigación que no destaca ni por su calidad ni
cantidad. El bajo nivel de la enseñanza no se debe tanto a la escasez
de recursos materiales como a una actitud inadecuada. En general, se
insiste en la obediencia y la memorización, y rara vez se pone en
duda la autoridad del profesor. Son poco frecuentes el debate, el análisis
y las discusiones en clase.
En
la mayoría de los países musulmanes las libertades académicas y
culturales en el campus están muy restringidas. En la Universidad
Quaid-i-Azam de Islamabad, donde soy profesor, las restricciones son
similares a las que existen en la mayoría de las demás instituciones
públicas paquistaníes. Esta universidad va destinada al típico
estudiante paquistaní de clase media y, de acuerdo con la encuesta
mencionada anteriormente, ocupa el segundo lugar entre las
universidades de la OCI. Aquí, al igual que en otras universidades públicas
paquistaníes, las películas, el teatro y la música están mal
vistas, y a veces incluso se producen ataques físicos por parte de
patrullas de estudiantiles que piensan que estas actividades violan
las normas islámicas. El campus cuenta con tres mezquitas, y una
cuarta está prevista, pero no hay ninguna librería. Ninguna
universidad paquistaní, incluida QAU, permitió que Abdus Salam
pisara su campus, a pesar de que había recibido el Premio Nóbel de
1979 por su papel en la formulación del modelo estándar de física
de partículas. La secta ahmedi de la que forma parte, y que antes se
consideraba musulmana, fue oficialmente declarada herética en 1974
por el gobierno paquistaní.
La
intolerancia y la militancia azotan el mundo islámico, con lo cual
las libertades personales y académicas disminuyen al incrementarse
las presiones para la obediencia. En las universidades paquistaníes,
el velo se ve ahora por doquier, y las pocas estudiantes que siguen
sin llevarlo están muy presionadas. El director de la
mezquita-seminario financiada por el gobierno, situada en el corazón
de Islamabad, la capital del país, pronunció la siguiente
escalofriante advertencia a las estudiantes y profesores de mi
universidad en su emisora de FM el 12 de abril de 2007:
El
gobierno debería abolir la coeducación. La Universidad Quaid-i-Azam
se ha convertido en un burdel. Las mujeres estudiantes y profesoras se
pasean con ropa inaceptable... las deportistas difunden la desnudez.
Advierto a las deportistas de Islamabad que dejen de participar en
deportes... Nuestras estudiantes femeninas no han amenazado con echar
ácido a las caras descubiertas de las mujeres. Sin embargo, una
amenaza así podría emplearse para despertar el miedo al Islam entre
las mujeres pecadoras. No tiene nada de malo. Hay castigos mucho más
horribles en el Más Allá para estas mujeres.
La
obligación de llevar velo marca una diferencia. Mis colegas y yo
hemos observado que con el tiempo la mayoría de los estudiantes,
sobre todo las mujeres con velo, se han convertido en gran parte en
personas calladas que toman notas, cada vez más tímidas, y que se
muestran menos propensas a participar en debates. Esta falta de
expresión y de confianza en sí mismos hace que la mayoría de los
estudiantes paquistaníes, incluso los mayores de veinticinco años,
se refieran a sí mismos como chicos y chicas y no como hombres y
mujeres.
La
ciencia y la religión siguen enfrentadas
La
ciencia recibe presiones en todo el mundo, y de todas las religiones.
Los logros de la ciencia, al convertirse esta en una parte cada vez más
dominante de la cultura humana, inspiran respeto y temor. El
creacionismo y el diseño inteligente, las restricciones de la
investigación genética, la seudo ciencia, la parapsicología, la
creencia en los OVNIS, etc., son algunas de sus manifestaciones en
Occidente. En EEUU, los religiosos conservadores se han manifestado en
contra de la enseñanza del darwinismo. Grupos hinduistas extremistas,
como el Vishnu Hindu Parishad, que ha hecho un llamamiento a la
limpieza étnica de cristianos y musulmanes, han promovido varios
"milagros de templos", incluido uno en el cual un dios
elefante cobraba vida milagrosamente y empezaba a beber leche. Algunos
grupos judíos extremistas también cobran mayor fuerza política
gracias a los movimientos anti ciencia. Por ejemplo, algunos magnates
americanos del ganado llevan trabajando desde hace años con sus homólogos
israelíes para criar en Israel una vaquilla roja pura, la cual, de
acuerdo con su interpretación del capítulo 19 del Libro de los Números,
indicará el advenimiento de la construcción del Tercer Templo, un
suceso que haría estallar a Oriente Próximo.
En
el mundo islámico, la oposición que encuentra la ciencia en la arena
pública se manifiesta, además, de otras formas. Los materiales anti
ciencia tienen una fuerte presencia en internet, con miles de sitios
web islámicos muy elaborados, algunos con contadores que van por los
cientos de miles de visitas. Un sitio típico, muy frecuentado, lleva
el siguiente banner: "Hechos científicos sorprendentes
recientemente descubiertos, descritos con precisión en el Libro Santo
Musulmán y por el Profeta Mahoma hace 14 siglos". Aquí uno se
encuentra con que todo, desde mecánica cuántica hasta los agujeros
negros y los genes, había sido anticipado hace 1400 años.
Desde
el punto de vista de los fundamentalistas, la ciencia se ve,
principalmente, como un instrumento valioso para establecer aún más
pruebas de Dios, para demostrar la verdad del Islam y del Corán, y
mostrar que la ciencia moderna habría sido imposible de no ser por
los descubrimientos musulmanes. Parece que sólo cuenta la Antigüedad.
Se lleva uno la impresión de que el reloj de la historia se rompió
en algún momento durante el siglo XIV y que hay pocas perspectivas de
que vaya a repararse. Según esta visión demasiado extendida, la
ciencia no tiene nada que ver con pensamiento crítico y conciencia,
con incertidumbre creativa o con exploraciones sin fin. Se echan en
falta páginas web o grupos de discusión que se ocupen de las
implicaciones filosóficas, desde el punto de vista islámico, de la
teoría de la relatividad, la mecánica cuántica, la teoría del
caos, las supercuerdas, las células madre y otras cuestiones científicas
de actualidad.
Asimismo,
en los medios de comunicación de los países musulmanes, las
discusiones sobre "Islam y ciencia" son comunes y
bienvenidas sólo en tanto que se reafirme, y no se ponga en duda, la
creencia en el status quo. Cuando el terremoto del 2005 sacudió
Pakistán, matando a más de 90.000 personas, ningún científico
importante contradijo públicamente la creencia, difundida ampliamente
por los medios de comunicación, de que el terremoto era el castigo
divino por el comportamiento pecaminoso. Los mulás ridiculizaron la
noción de que la ciencia podía dar una explicación; incitaron a sus
seguidores a destrozar sus televisores, que habían provocado la ira
de Alá y por ende el terremoto. Como pusieron de manifiesto varios
debates en clase, una mayoría abrumadores de los estudiantes de
ciencia de mi universidad aceptaban diversas explicaciones basadas en
la ira divina.
¿A
qué se debe el lento desarrollo?
Aunque
no se puede negar que el desarrollo científico está siendo
relativamente lento en los países musulmanes, se barajan muchas
explicaciones, y algunas muy comunes son claramente erróneas.
Por
ejemplo, no es verdad que en los países musulmanes las mujeres estén
en gran parte excluidas de la enseñanza superior. De hecho, las
cifras son similares a las de muchos países occidentales: el
porcentaje de mujeres entre los estudiantes universitarios es del 35%
en Egipto, el 67% en Kuwait, el 27% en Arabia Saudita, y el 41% en
Pakistán, por no dar más que unos pocos ejemplos. En ciencias físicas
y en ingeniería, la proporción de mujeres matriculadas es
aproximadamente la misma que en EEUU. Sin embargo, las restricciones
que pesan sobre la libertad de las mujeres hacen que tengan poco donde
elegir, tanto en lo que se refiere a su vida personal como a su
carrera profesional tras la licenciatura, en comparación con sus
compañeros varones.
El
que en los países musulmanes prácticamente no haya democracia
tampoco es un elemento especialmente importante a la hora de explicar
la lentitud del desarrollo científico. Sin duda es cierto que los regímenes
autoritarios en general niegan la libertad de cuestionar y de
disentir, coartan las sociedades profesionales, intimidan a las
universidades, y limitan los contactos con el mundo externo. Pero ningún
gobierno musulmán de hoy en día, aún siendo una dictadura o una
democracia imperfecta, se aproxima ni de lejos al terror de Hitler o
Stalin, unos regímenes bajo los cuales la ciencia sobrevivió y pudo
incluso avanzar.
Tampoco
es cierto que el mundo islámico rechace las nuevas tecnologías. No
es así. En otros tiempos, la ortodoxia rechazó inventos nuevos como
la imprenta, el altavoz y la penicilina, pero este rechazo prácticamente
ha desaparecido . El ubicuo teléfono móvil, ese dispositivo de la
era espacial, sirve como paradigma de la sorprendente rapidez con la
que la tecnología de la caja negra ha sido absorbida por la cultura
islámica. Por ejemplo, conduciendo por Islamabad, a nadie le
sorprendería recibir un SMS urgente solicitando rezar inmediatamente
para así ayudar a que el equipo de críquet de Pakistán gane un
partido. Los nuevos modelos de teléfono móvil islámico que están
teniendo éxito llevan un GPS que indica con precisión hacia dónde
debe dirigirse el musulmán para rezar, contienen traducciones
autenticadas del Corán e instrucciones paso a paso para realizar las
peregrinaciones Hayy y Umrah. El Corán en versión digital se está
vendiendo bien, y ya han salido a la venta alfombras de oración con
microchip (para contabilizar las postraciones durante las oraciones).
Se
han ofrecido algunas razones algo más plausibles para explicar el
lento desarrollo científico en los países musulmanes. En primer
lugar, aunque un puñado de países musulmanes ricos, productores de
petróleo, tienen ingresos extravagantes, la mayoría son más bien
pobres y están en la misma situación que otros países en vías de
desarrollo. De hecho, la media de ingresos per cápita en la OCI está
bastante por debajo de la media mundial. En segundo lugar, la
inadecuación de las lenguas islámicas tradicionales (árabe, persa,
urdu) también contribuye al problema. Aproximadamente el 80% de la
bibliografía científica mundial se publica primero en inglés, y
pocas lenguas tradicionales del mundo en desarrollo se han sabido
adaptar a las nuevas demandas lingüísticas. Salvo en Irán y Turquía,
hay pocas traducciones. De acuerdo con un informe de las Naciones
Unidas de 2002 redactado por intelectuales árabes y hecho público en
El Cairo, Egipto, "en todo el mundo árabe se traducen al año
330 libros, una quinta parte de lo que se traduce en Grecia". El
informe añade que en los 1.000 años transcurridos desde el califato
de Maamoun, el número de libros traducidos por los árabes iguala a
los que se traducen en España en un solo año.
Es
el pensamiento lo que cuenta
Pero
las razones más profundas son de actitud, no materiales. La cuestión
de base es la tensión, aún sin resolver, entre el pensamiento y el
comportamiento social tradicional y el moderno.
Esta
afirmación requiere una explicación. Lo que está parando el reloj
no es ninguna disputa mayúscula como la que hubo entre Galileo y el
Papa Urbano VIII. La ciencia que practican los científicos para
ganarse la vida obliga a aprender unas reglas y procedimientos
complicados, pero prosaicos, que no atentan contra el sistema de
creencias de ninguna persona razonable. Un ingeniero de puentes, un
experto en robótica o un microbiólogo pueden sin duda llegar a ser
profesionales de éxito sin tener que plantearse los profundos
misterios del universo. A las cuestiones realmente fundamentales, de
tintes ideológicos, sólo se enfrentan esa ínfima minoría de científicos
que se ocupan de cosmología, la indeterminación en los sistemas cuánticos
y caóticos, neurociencia, evolución humana y demás temas profundos.
Por tanto, se podría concluir que desarrollar la ciencia es solamente
una cuestión de crear suficientes escuelas, universidades,
bibliotecas y laboratorios, y adquirir lo más novedoso en materia de
herramientas y equipos científicos.
Pero
este razonamiento es superficial y engañoso. La ciencia es
fundamentalmente un sistema de ideas que ha crecido en torno a una
especie de armazón: el método científico. La mentalidad científica,
que se cultiva de forma intencionada, es imprescindible para lograr el
éxito en la ciencia y en los campos relacionados en los que es
esencial un juicio crítico. Los avances científicos requieren que
los hechos y las hipótesis se pongan a prueba y se verifiquen una y
otra vez, e ignoran totalmente la autoridad. Y ahí está el problema:
el método científico es ajeno al pensamiento religioso tradicional,
no reformado. Sólo un individuo excepcional es capaz de ejercer esta
forma de pensar en una sociedad en la que la autoridad absoluta viene
de arriba, en la que es difícil plantear preguntas, la incredulidad
se castiga con dureza, el intelecto se denigra, y existe la certeza de
que ya se conocen todas las respuestas y no hay más que descubrirlas.
La
ciencia no puede echar raíces en unas tierras en las que los milagros
se interpretan de forma literal y se considera que la revelación
proporciona el auténtico conocimiento del mundo físico. Si el método
científico se tira por la borda, eso no se puede compensar con
ninguna cantidad de recursos ni con solemnes declaraciones de
intenciones de desarrollar la ciencia. En estas circunstancias, la
investigación científica se convierte, como mucho, en una actividad
de catalogación o de "coleccionismo de mariposas". No puede
ser un proceso creativo de auténtica inquisición dentro del cual se
formulan y se ponen a prueba hipótesis arriesgadas.
El
fundamentalismo religioso siempre es una mala noticia para la ciencia.
Ahora bien, ¿cómo explicar su ascenso meteórico en el Islam a lo
largo del último medio siglo? A mediados de los años 50 del siglo
pasado todos los líderes musulmanes eran laicos, y el laicismo dentro
del Islam iba a más. ¿Qué cambió? Aquí, Occidente debe aceptar su
parte de responsabilidad en cuanto a la inversión de la tendencia. Irán
bajo Mohammed Mossadeq, Indonesia bajo Ahmed Sukarno, Egipto bajo
Gamal Abdel Nasser son ejemplos de gobiernos laicos pero
nacionalistas, que querían proteger sus riquezas nacionales. Sin
embargo, la codicia imperial occidental los socavó y los derrocó. Al
mismo tiempo, los estados árabes conservadores ricos en petróleo,
como Arabia Saudita, que exportaban versiones extremas del Islam eran
clientes de EEUU. La organización fundamentalista Hamas recibió
ayudas de Israel en su lucha contra la OLP, una organización laica,
dentro de una estrategia israelita deliberada en los años 80. Y lo
que tal vez sea lo más importante, tras la invasión soviética de
Afganistán en 1979, la CIA armó a los luchadores islámicos más
feroces y con mayor carga ideológica y los transportó hasta Afganistán
desde países musulmanes lejanos, contribuyendo así a la creación de
una extensa red yihadista mundial. Hoy en día, el laicismo sigue batiéndose
en retirada, y el fundamentalismo islámico colma el vacío.
Cómo
la ciencia puede volver al mundo islámico
En
los años 80 del siglo pasado, se planteó como alternativa a la
"ciencia occidental" una "ciencia islámica"
imaginaria. La idea se difundió mucho y fue apoyada por los gobiernos
de Pakistán, Arabia Saudita y Egipto, entre otros. Ideólogos
musulmanes en los EEUU, como Ismail Faruqi y Syed Hossein Nasr,
anunciaron que se iba a construir una nueva ciencia asentada sobre
elevados principios morales tales como tawheed (la unidad de Dios),
ibadah (oración), jilafa (fideicomiso), el rechazo del zulm (tiranía),
y que sería la revelación, en lugar de la razón, la guía
definitiva hacia el conocimiento válido. Otros interpretaron como
afirmaciones literales sobre hechos científicos los versos del Corán
relacionados con descripciones del mundo físico. Estos intentos
dieron lugar a muchas conferencias de ciencia islámica, elaboradas y
costosas, alrededor del mundo. Algunos eruditos calcularon la
temperatura del infierno, otros la composición química de los genios
celestiales. Nadie produjo una nueva máquina o instrumento, llevó a
cabo un experimento o formuló siquiera una hipótesis que se pudiera
poner a prueba.
Un
planteamiento más pragmático, que pretende promover la ciencia
normal en lugar de la ciencia islámica, es el que persiguen
organismos institucionales tales como COMSTECH (Committee on
Scientific and Technological Cooperation), establecido por la Cumbre
Islámica de la OCI en 1981. Al igual que la IAS (Islamic Academy of
Sciences) y la ISESCO (Islamic Educational, Scientific, and Cultural
Organization), sirve a la "umma" (la comunidad musulmana
mundial). Pero un vistazo a las páginas web de estas organizaciones
revela que, a lo largo de dos décadas, todas sus actividades en
conjunto se resumen en unas conferencias esporádicas sobre temas
variopintos, unas pocas becas de investigación y viaje, y pequeñas
cantidades de dinero para reparación de equipos y recambios.
Es
casi para desesperarse. ¿Es que la ciencia no va a regresar nunca al
mundo musulmán? ¿Quedará el mundo dividido para siempre entre
quienes poseen la ciencia y quienes no, con todas las consecuencias
que se derivan de ello?
Por
sombrío que resulte el presente, ese resultado no tiene por qué
producirse. La historia no tiene la última palabra, y los musulmanes
tienen una oportunidad. No hay más que recordar la percepción que la
élite angloamericana tenía de los judíos cuando llegaron a los EEUU
a principios del siglo XX. Profesores universitarios como Henry
Herbert Goddard, un conocido eugenesista, en 1913 se refirió a los
judíos como "un pueblo irremediablemente retrasado, totalmente
incapaz de adaptarse a las nuevas demandas de las sociedades
capitalistas avanzadas". De acuerdo con sus investigaciones, el
83% de los judíos eran cretinos (moron, un término que él popularizó
para describir a los pobres de espíritu), y a continuación sugirió
que se les debería emplear para tareas de gran monotonía. Este ridículo
chovinismo no merece mayores comentarios, salvo señalar que los
poderosos siempre han creado imágenes falsas de los débiles.
El
progreso necesitará cambios en el comportamiento. Si las sociedades
musulmanas han de desarrollar la tecnología, y no sólo usarla, el
mercado global, implacablemente competitivo, insistirá no sólo en
elevados niveles de aptitud sino también en unos hábitos de trabajo
muy sociales. Esto último no es fácil de reconciliar con las
exigencias religiosas que un musulmán devoto debe seguir y que
afectan a su tiempo, energía y concentración mental: los fieles
deben participar en cinco oraciones conjuntas diarias, soportar un mes
de ayuno muy riguroso, recitar a diario del Corán, etc. Si bien estas
obligaciones proporcionan a los creyentes una admirable orientación
hacia el éxito en el más allá, hacen que el éxito terrenal resulte
menos probable. Hará falta un planteamiento más equilibrado.
La
ciencia puede volver a florecer de nuevo entre los musulmanes, pero sólo
si están dispuestos a aceptar una serie de cambios fundamentales en
cuanto a filosofía y actitud; una "Weltanschauung"
(concepción del mundo) que se desprende del peso muerto de la tradición,
rechaza el fatalismo y la creencia absoluta en la autoridad, acepta la
legitimidad de las leyes temporales, valora el rigor intelectual y la
honradez científica, a la vez que respeta las libertades culturales y
personales. La lucha por abrirle el paso a la ciencia deberá ir
acompañada de una campaña mucho más amplia que consiga desterrar la
ortodoxia rígida y atraer el pensamiento moderno, la filosofía, la
democracia y el pluralismo.
Hay
voces respetadas entre los musulmanes creyentes que no ven ninguna
incompatibilidad entre estos requisitos y el Islam auténtico, tal
como ellos lo entienden. Por ejemplo, Abdolkarim Soroush, a quien se
ha llamado el Martín Lutero del Islam, fue elegido personalmente por
el Ayatolá Jomeini para que se encargara de introducir a los modernos
filósofos analíticos, como Karl Popper y Bertrand Russell, en los
planes de estudio de las universidades iraníes. Otro reformador
moderno influyente es Abdelwahab Meddeb, un tunecino que se crió en
Francia. Meddeb afirma que ya a mediados del siglo VIII, el Islam había
desarrollado las premisas de la Ilustración, y que entre 750 y 1050,
los autores musulmanes gozaban de una asombrosa libertad de
pensamiento en cuanto a su aproximación a la creencia religiosa. En
sus análisis, dice Meddeb, se inclinan ante la primacía de la razón,
haciendo honor a uno de los principios fundamentales de la Ilustración.
En
la búsqueda de la modernidad y la ciencia, sigue habiendo luchas
internas dentro del mundo islámico. Recientemente, las fuerzas
musulmanas progresistas han sido debilitadas, aunque no extinguidas,
como consecuencia del enfrentamiento entre los musulmanes y Occidente.
En un planeta que se encoge más y más, nadie puede salir vencedor de
este conflicto: es hora de apaciguar las aguas. Debemos dejar de
perseguir unas estrechas agendas nacionalistas y religiosas, tanto en
Occidente como entre los musulmanes. A largo plazo, las fronteras políticas
pueden y deben verse como algo artificial y provisional, como ha
demostrado, con éxito, la creación de la Unión Europea. Es
igualmente importante que la religión sea una cuestión de opciones
individuales, sobre la que el estado no debe tener jurisdicción. Así
pues, el humanismo laico, basado en el sentido común y los principios
de la lógica y la razón, constituye la única opción razonable para
la gobernanza y el progreso. A nosotros los científicos, nos resulta
fácil comprenderlo. La tarea consiste en convencer a los que no lo
comprenden.
(*)
Pervez Hoodbhoy es catedrático del departamento de física en la
Universidad Quaid-i-Azam de Islamabad, donde da clases desde hace 34 años.
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