La
economía del imperialismo norteamericano
Por
Gerard Duménil y Dominique Lévy (*)
Revista À l`encontre Nº 16 (Suiza)
Traducido y enviado por Correspondencia de Prensa, 17/09/04
Si
el neoliberalismo posee trazos comunes de los dos lados del Atlántico,
los Estados Unidos se singularizan por su posición dominante. Son estas
relaciones internacionales que tomaremos aquí en consideración. Más
precisamente, nos detendremos en los flujos de rendimientos provenientes
del extranjero como remuneración del capital en los Estados Unidos,
comparándolos con los lucros realizados localmente en los propios países.
En la existencia de estos flujos provenientes del resto del mundo, es
necesario ver una expresión de las relaciones de dominación que remiten
a lo que podemos llamar de imperialismo norteamericano.
Nótese
que el imperialismo no es el efecto de un país, pero sí de un conjunto
de países. Estos mantienen relaciones de disputa, yendo hasta la
confrontación armada entre dos potencias o dos conjuntos de potencias.
Cada Estado representando en estas disputas los intereses de sus clases
dominantes. Un país puede ocupar una posición hegemónica, como los
Estados Unidos que dirigen, en el mundo contemporáneo unipolar, la
coalición imperialista. La relación de dominación se establece en un
doble nivel: entre el país dominante y los otros miembros de la coalición
imperialista y los otros países dominados.
Pero
existe otro trazo característico de décadas neoliberales, que está
directamente ligado a esta apertura para el exterior y modifica la
configuración del imperialismo norteamericano, que es la formidable
deriva de la demanda interior de consumo en los Estados Unidos. Nosotros
estamos lejos de la abstinencia que habría sido uno de los vértices
fundadores del capitalismo, alimentando el ahorro y finalmente la
acumulación: las clases superiores norteamericanas aprovechan el presente
según sus propios criterios.
Dominar
el mundo
Es
muy difícil cuantificar globalmente el beneficio que los países
imperialistas pueden sacar de su dominación. Se puede pensar, por
ejemplo, en los precios de las materias primas. Los últimos años del
siglo XX confirmaron su baja gradual en beneficio de los países
importadores. Otro mecanismo es la importación de cerebros. Sabemos que
los Estados Unidos drenan un número formidable de competencias o las
utilizan localmente. Nos limitaremos a las medidas disponibles a partir de
los sistemas de compatibilidad nacional. Ellas ofrecen una claridad
importante y pueden ser colocadas directamente en relación con otras
variables que describen la situación macroeconómica de los Estados
Unidos.
Cuando
buscamos describir los Estados Unidos en cuanto país capitalista,
pensamos desde luego en los 116 millones de personas empleadas en empresas
privadas de aquel país, que realizan 7.262 billones de dólares de
producto anual líquido (los números son del 2000). Este producto es
igual, por definición, la suma de los rendimientos creados. De esta
actividad transcurren los lucros. Limitando las empresas, que constituyen
la gran masa del sistema productivo, estos lucros se elevan a 380 billones
de dólares (se trata de lucros después del pago de los impuestos y de
los intereses por las empresas), o sea, 7,1% de los rendimientos totales
realizados en las sociedades privadas. Podemos llamarlos de “lucros
interiores” (domésticos, según la expresión inglesa).
A
estos lucros, se deben juntar los rendimientos provenientes del
extranjero. Y es a ellos que nos vamos a atener de aquí en adelante.
Mostraremos que ellos contribuyen de manera muy importante para la
remuneración de los capitales norteamericanos.
En
el 2000, los agentes económicos de los Estados Unidos (familias,
empresas, fondos de pensión…) poseían 3.488
billones de dólares de inversiones en el resto del mundo (bonos de
tesoro, obligaciones públicas y privadas, papeles comerciales,
inversiones directas…). Estos activos no aportaron menos que 381
billones de dólares (en intereses, dividendos o en lucros no
repatriados), o sea, una suma equivalente a aquella de los lucros en el
interior de los Estados Unidos. En otros términos, la relación de estos
rendimientos provenientes del extranjero como los lucros interiores ya era
en el 2000 de 100%. Partiendo de 10% en el inicio de los años 1950, este
porcentaje creció considerablemente a partir de 1980.
Evidentemente
el factor, fundamental de este crecimiento fue la subida de las tasas de
interés. Es verdad que los Estados Unidos envían igualmente rendimientos
financieros al resto del mundo y eso en proporciones crecientes tomando en
cuenta el aumento de la deuda frente al resto del mundo. Pero esta
constatación no disminuye la importancia, para la economía americana, de
estos flujos de rendimiento venidos del exterior.
Es
interesante considerar en este total de rendimientos exteriores, los
lucros de las empresas que se proveen solamente de sus filiales en el
exterior. En el 2000 estos lucros representaban 53% de los lucros
interiores. Nosotros vemos que esta tasa creció gradualmente, sin ruptura
al inicio de los años 1980. Se trata de un fenómeno de fondo, ligado a
la internacionalización del capital. Simétricamente, las empresas
transnacionales extranjeras efectúan igualmente inversiones en los
Estados Unidos. Ellas son igualmente una fuente de lucros para los
extranjeros que hacen estas inversiones, pero estos lucros representan
flujos muy inferiores a los lucros de las sociedades transnacionales de
los Estados Unidos en el extranjero (en media, 30%). Se trata por lo tanto
de una relación muy asimétrica: es verdad que las transnacionales tejen
una red cada vez más cerrada entre los países dominantes, pero, desde el
punto de vista de los flujos de los lucros, este sistema permanece muy
americano – centrado.
Otro
indicador de esta asimetría de las relaciones entre los Estados Unidos y
el resto del mundo es la diferencia entre los rendimientos transcurridos
de las inversiones que los agentes norteamericanos efectúan en el
extranjero y los rendimientos de las inversiones de los extranjeros en los
Estados Unidos. Entendemos por “rendimiento” la relación entre los
flujos de entradas y los stoks de activos. El perfil obtenido por cada
curva se parece a lo de las tasas de interese reales, recordando que las
fracciones importantes de estos proventos son de la naturaleza de los
intereses. Lo que nos interesa aquí es la diferencia entre las dos
curvas. Durante todo el período, las inversiones de los agentes de los
Estados Unidos obtuvieron en una media 4,2% de más que las inversiones de
los extranjeros en aquel país. Requiere investigar la comprensión de
esta diferencia.
La
serie de lucros interiores de las empresas utilizada en el cálculo fue un
poco modulada con el fin de evitar las fluctuaciones que reflejen las
variaciones coyunturales del nivel general de actividad. La fluctuaciones
restantes son principalmente el efecto de las variaciones de las tasas de
interés. Fuentes: Internacional Transactions Data (BEA); NIPA (BEA).
La
deriva del consumo
Las
críticas tradicionales del imperialismo colocan el acento sobre la
propensión a exportar los capitales o las mercaderías. El proceso de los
Estados Unidos como potencia imperial marca el flujo de capitales
dirigidos a aquel país y el déficit crónico de su balanza comercial. Lo
que de hecho es la superproducción de capitales, tal cual Lenin colocaba
¿solamente la exportación permitiría remediar?.
La
superproducción de mercaderías ¿no encuentra su remedio en la sumisión
de las relaciones capitalistas de nuevos mercados susceptibles de absorber
los excedentes estructurales según Rosa Luxemburgo?
Los mundos leninista y luxemburguista al contrario, por lo tanto.
Pero los Estados Unidos acumulan todos estos trazos imponiéndole al mundo
la exportación de sus mercaderías y capitales, importando simultáneamente
masas de mercaderías superiores a sus exportaciones y apoyándose en el
aflujo de capitales extranjeros para financiar sus gastos.
Esta
extraña configuración apareció con el neoliberalismo y se materializa
en importantes desequilibrios externos. La inversión es de las empresas.
Verificamos que hasta 1980 los Estados Unidos ahorraban, en mayor o menor
grado cada año, una media de 4,5% del PNN y los invertía
productivamente. El neoliberalismo fue la ocasión de dos cambios
brutales. En primer lugar, las dos tasas cayeron. Encontramos ahí esta
fragilidad de la acumulación propia del neoliberalismo. Pero la tasa de
ahorro disminuyó sensiblemente más que la tasa de inversiones. La
diferencia, que observamos claramente en la figura, corresponde al déficit
de la balanza corriente, o aquella balanza de pagos, dichas “inversiones
líquidas del extranjero”: los Estados Unidos se benefician de un
importante financiamiento exterior.
La
inversión líquida es la inversión bruta de las empresas sustraído del
consumo de capital; el ahorro líquido es el excedente de los proventos
interiores sobre todos los otros gastos además de esta inversión de las
empresas. El desequilibrio de la balanza corriente y el deterioro de la
posición de los Estados Unidos frente al resto del mundo en materia de
detención de activos, son por lo tanto, asociados a una reducción
considerable del ahorro total: una propensión elevada al consumo. ¿Qué
es la causa? Evidentemente, el Estado tiene una parte de responsabilidad,
notadamente entre 1982 y 1995, período de déficits presupuestarios. Pero
las grandes responsables de esta situación son las familias. Su tasa de
ahorro cayó formidablemente y esto desde los primeros años de
neoliberalismo.
Pero
precisamente: ¿cuáles familias? Un estudio de la Reserva Federal nos
proporciona la respuesta: la alta propensión a consumir se concentra en
el 20% de las familias con los ingresos más elevados. Esta baja fue tan
fuerte que no son más las familias más ricas que ahorran más. En cuanto
al destino de estos gastos los datos de contabilidad nacional muestran que
él se concentró sobre el consumo estricto (y no sobre la compra de
nuevos inmuebles).
Llegamos
por lo tanto, a un cuadro bastante edificante: (1) el neoliberalismo creó
formidables flujos de rendimientos en beneficio de las camadas más ricas;
(2) un poderoso sistema de drenaje de los rendimientos en escala mundial
se produjo, alimentando los rendimientos de estas camadas que (3)
adoptaron un nivel de consumo alucinado; (4) la inversión, reducida en el
neoliberalismo, se mantuvo en un nivel superior a aquel que determinaría
el ahorro nacional gracias al aporte del ahorro internacional que financió
los gastos de los Estados Unidos. Lejos de un imperialismo acumulador de
ahorro y desconcertado por los rendimientos que concentra observamos
clases privilegiadas de un centro imperial mundial jamás saciadas de su
deseo de consumir: un imperialismo insaciable.
(*)
Este artículo hace parte de la El neoliberalismo bajo la hegemonía
norteamericana que debe aparecer en la nueva versión de la obra
colectiva dirigida por François Chesnais, La mundialización
financiera del capital (La Découverte, Francia 2004). Gérard Duménil,
es director de investigaciones en el CNRS (Modem, Nanterre), y miembro de
ATTAC, Francia. Dominique Lévy, es director de investigaciones en el CNRS
(Cepremap, París). Ambos son autores de numerosos estudios sobre la
economía capitalista y el imperialismo. Francois Chesnais enseña en la
Universidad París-Norte. Redactor de la revista marxista Carré Rouge, y
miembro del consejo científico de ATTAC, Francia. Ha publicado entre
otras obras, La mondialisation du capital, Syros, París 1997.
|