La nueva era del imperialismo
Por John Bellamy Foster
Globalización - Revista Mensual de
Economía, Sociedad y Cultura, septiembre 2003
El Imperialismo está hecho para
servir a las necesidades de una clase dominante más que a una nación, y
no tiene nada que ver con la democracia. Quizás es por esa razón que a
menudo se le ha caracterizado como un fenómeno parasitario -aún por críticos
tan sagaces como John Hobson en su obra clásica Imperialism: A Study
(1902). Y de allí ha sido demasiado fácil deslizarse a la burda noción
de que la expansión imperialista es simplemente un producto de poderosos
grupos de individuos que han secuestrado la política exterior de una nación
para servir a sus propios fines estrechos.
Numerosos críticos de la actual
expansión del imperio americano -tanto en la izquierda de EEU como en
Europa-sostienen ahora que los Estados Unidos bajo la administración de
George W. Bush ha sido capturado por una pandilla neoconservadora,
dirigida por figuras tales como Paul Wolfowitz (subsecretario de la
Defensa), Lewis Libby ( jefe del estado mayor del vicepresidente), y
Richard Perle ( del Comité de Defensa). Se dice que esta pandilla tiene
el apoyo del Secretario de la Defensa Rumsfeld y del Vicepresidente Cheney,
y a través de ellos, del propio Presidente Bush, El ascenso a la
preeminencia de la administración de los hegemonistas neoconservadores se
habría producido en la elección no democrática del 2000, en donde la
Corte Suprema nombró a Bush como presidente, y por los ataques
terroristas del 11 de septiembre del 2001, que repentinamente ampliaron el
estado de seguridad nacional. Se nos dice que todo esto habría
contribuido a una política unilateralista y beligerante, en oposición al
papel histórico de los EEUU en el mundo. Como lo sostiene la revista
Economist en su número del 26 de abril del 2003: “¿Se habría
apoderado una camarilla de la política exterior del país más poderoso
del mundo? ¿ Está un pequeño grupo de ideólogos que usando un poder
indebido para intervenir en otros países, creando un imperio? Echando a
la basura la ley internacional-no importando las consecuencias?”
La propia respuesta del Economist
fue “realmente no”. Rechazando correctamente la teoría de la
conspiración, sostuvo sin embargo que “los neo-cons son parte de un
movimiento más amplio” y que “casi existe un consenso (entre las
elites políticas de los EEUU) en torno a que América debería usar su
poder vigorosamente para reconfigurar al mundo”. Pero lo que falta en el
Economist y en las discusiones más importantes es el reconocimiento de
que el imperialismo en este caso, como siempre, no es sólo una política
sino una realidad sistemática que se alza desde la misma naturaleza del
desarrollo capitalista. Los cambios históricos en el imperialismo,
asociados con el ascenso de lo que se ha llamado “un mundo unipolar”,
desafían cualquier intento de reducir los desarrollos actuales a las
ambiciones delirantes de unos pocos individuos poderosos. Es por eso
necesario referirse a los fundamentos históricos de la nueva era del
imperialismo de EEUU, incluyendo tanto sus causas profundas como los
actores particulares que están ayudando a moldear su rumbo actual.
La Era del Imperialismo
La pregunta de si Estados Unidos se
está involucrando en una expansión imperialista, que por si permite caer
presa del capricho particular de aquellos en el mando político de la
sociedad, no es algo nuevo. Harry Magdoff señalaba esta tesis
precisamente en la primera página de su libro de 1969, The Age of
Imperialism: The Economics of U.S. Foreign Policy-una obra que se puede
decir, reintrodujo el estudio sistemático del imperialismo en los EEUU.
Allí se preguntaba :”¿Es la guerra (de Vietnam) parte de un esquema más
general y consistente de la política exterior de los EEUU, o es la
aberración de un grupo particular de hombres en el poder?” Por
supuesto, la respuesta era que aunque había individuos particulares en el
poder que hacían de puntas de lanza en este proceso, reflejaban
tendencias profundamente incrustadas en la política exterior de EEUU, que
tenían sus raíces en el mismo capitalismo. En lo que habría de surgir
como el más importante análisis del imperialismo americano en los 1960s,
Magdoff propone desenmascarar las fuerzas militares, políticas y económicas
que gobiernan la política exterior de EEUU.
La explicación oficial en la época
de la guerra de Vietnam era que los EEUU estaban librando una guerra para
“contener” al comunismo-y que por tanto, la guerra en si misma no tenía
nada que ver con el imperialismo. Pero la escala y ferocidad de la guerra
parecía desmentir todo intento de explicarla en los términos de la pura
contención, ya que ni la Unión Soviética ni China habían mostrado
tendencias expansionistas de cualquier clase, y muy claramente las
revoluciones del tercer mundo eran asuntos obviamente internos.* Magdoff
rechazó tanto la tendencia dominante en los Estados Unidos de ver las
intervenciones de EEUU en el tercer mundo como un producto de la Guerra Fría,
como la inclinación liberal de ver la guerra como una aberración de un
presidente tejano y de los consejeros que lo rodeaban. En vez de eso se
necesitaba de un análisis histórico.
El imperialismo de fines del siglo
XIX y de comienzos del XX, se distinguía por dos características
principales: (1) la quiebra de la hegemonía británica, y (2) el
crecimiento del capitalismo monopólico, o del capitalismo dominado por
grandes firmas, resultante de la concentración y de la centralización de
la producción. Más allá de estas características que distinguían lo
que Lenin señalaba como la etapa del imperialismo (que, decía, podía
describirse sintéticamente “como la etapa monopólica del
capitalismo”), hay un número de otros elementos que deben ser
considerados. El capitalismo es, por supuesto, un sistema únicamente
determinado por su afán de acumular, que no acepta límites en su expansión.
Por un lado, el capitalismo es una economía mundial en expansión,
caracterizada por un proceso que ahora llamamos globalización, mientras
por otra parte está dividido políticamente en numerosos estados-nación
competitivos. Más aún, el sistema se polariza en cada nivel en centro y
periferia. Desde sus comienzos en los siglos XVI y XVII, y todavía más
en su estadio monopólico, el capital en cada nación-estado en el centro
del sistema, es arrastrado por una necesidad por controlar el acceso a las
materias primas y del trabajo en la periferia. Todavía más, en la etapa
monopólica del capitalismo, los estados nacionales y sus corporaciones
luchan por mantener lo más que puedan de la economía mundial lo más
abierto posible a sus propias inversiones, pero no así a las de sus
competidores. Esta competencia sobre esferas de acumulación crea una
rebatiña por el control de varias partes de la periferia, el más famoso
ejemplo de esto fue la lucha por África a fines del siglo XIX en que
tomaron parte todos los poderes de Europa Occidental.
Sin embargo, el Imperialismo
continuó evolucionando más acá de esta fase clásica, que terminó con
la Segunda Guerra Mundial y el movimiento subsecuente de descolonización,
y entre 1950 y lo 60s una última fase presentó sus propias características
específicas, La más importante fue el reemplazo de la hegemonía británica
por la de EEUU. Sobre el conjunto de la economía capitalista mundial. La
otra fue la existencia de a Unión Soviética, que creó espacio para
movimientos revolucionarios en el tercer mundo, y ayudó a colocar a los
principales poderes capitalistas en la alianza militar de la Guerra Fría,
reforzando la hegemonía norteamericana. EEUU utilizó su posición hegemónica
para establecer las instituciones de Bretton Woods-el Acuerdo General de
Tarifas y Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial-con la intención de consolidar el control económico ejercido por
los estados centrales, y por los EEUU en particular, sobre la periferia, y
con ello sobre todo el mercado mundial.
En la concepción de Magdoff, la
existencia de la hegemonía de EEUU no trae consigo el fin de la
competencia entre estados capitalistas. Los analistas que manejaron este
tema con realismo, siempre entendieron la hegemonía como históricamente
transitoria, a pesar de las constantes referencias al “siglo
americano”. El desarrollo desigual del capitalismo significa una
continua rivalidad Inter.-imperialista, aunque en veces esta quede
soterrada. “El antagonismo-escribió-entre centros industriales de
desarrollo desigual...es el eje de la rueda imperialista” (p.16)
El militarismo norteamericano, que
en este análisis va mano a mano con su papel imperialista, no fue
simplemente o principalmente un producto de la competencia durante la
Guerra Fría con la URSS, por la que estaba condicionado. El militarismo
tenía raíces más profundas en la necesidad de los EEUU, como poder
hegemónico de la economía mundial capitalista de mantener abiertas las
puertas a la inversión extranjera, recurriendo a la fuerza si era
necesario. Al mismo tiempo los EEUU estaba empleando su poder donde fuera
posible para apoyar las necesidades de sus propias corporaciones-como, por
ejemplo, en América Latina, donde su dominio era incuestionable para las
otras grandes potencias. No sólo EEUU ejerció este rol militar en
numerosas ocasiones a través de la periferia en la post-Segunda Guerra
Mundial, sino que también durante este período fue también capaz de
justificar esto como parte de su lucha contra el comunismo. El
militarismo, asociado con este papel de hegemon global y líder de una
alianza, llegó a impregnar todos los aspectos de la acumulación en los
EEUU, de modo que la expresión “complejo militar-industrial”
introducida por Eisenhower en su discurso de despedida como presidente,
fue una declaración exageradamente modesta. Todavía en sus días no había
un centro mayor de acumulación en los EEUU que no fuera al mismo tiempo
un centro de producción militar. La producción militar ayudaba a
propulsar el edificio económico completo de los EEUU, y era un factor que
evitaba el estancamiento económico.
Al mapear el imperialismo contemporáneo,
el análisis de Magdoff proporcionaba evidencia que demostraba cuan
beneficioso era el imperialismo para el capital en el mismo centro del
sistema (mostrando por ejemplo, que ingresos de las inversiones
extranjeras norteamericanas, como porcentaje de todas las ganancias
deducidos los impuestos en la operación de las corporaciones no
financieras domésticas, estas ganancias habían subido de cerca del 10%
en 1959 al 22% en 1964). La ingurgitación de excedentes desde la
periferia (y olvidemos lo que parte del excedente quedaba al servicio de
las relaciones de clase distorsionadas de le periferia, característico de
las dependencias imperiales)era un factor mayor en la permanencia del
subdesarrollo. Sin embargo, habían también dos aspectos únicos y poco
citados en la evaluación de Magdoff: una advertencia con respecto la
trampa de la deuda creciente en el tercer mundo, y un tratamiento en
profundidad del creciente rol global de los bancos y del capital
financiero en general. No fue hasta principios de los 1980s cuando una
comprensión de la trampa de la deuda vino a emerger cuando Brasil, México
y otras economías llamadas “de reciente industrialización” vinieron
a caer en default. La plena significación sobre el financiamiento de la
economía global no tuvo su amanecer para la mayoría de los observadores
del imperialismo hasta finales de los 1980s.
En esta aproximación histórica
sistemática al tema del imperialismo, como lo describiera Magdoff, las
intervenciones militares de EEUU en lugares tales como Irán, Guatemala, Líbano,
Vietnam y la República Dominicana, no fueron hechas “para proteger a
los ciudadanos norteamericanos” o para luchar contra la expansión del
bloque comunista. Más bien pertenecen a ese fenómeno más amplio que es
el imperialismo en toda su complejidad histórica y al papel de EEUU como
poder hegemónico del mundo capitalista. Sin embargo, esta interpretación
recibió la oposición directa de los críticos liberales a la guerra de
Vietnam que escribían en esa misma época, que a veces reconocían que
EEUU se había lanzado en la expansión de su imperio, pero veían esto,
en línea con toda la historia de EEUU, más como un accidente que como un
proyecto (más o menos como habían argumentado antes que ellos los
defensores del Imperio Británico). Alegaban que la política exterior
norteamericana se motivaba más por idealismo que por intereses
materiales. La misma guerra de Vietnam se explicaba por estos mismos críticos
liberales como el resultado de “una pobre inteligencia” de parte de
los poderosos centros de decisión que, por supuesto, se habían apoderado
de la nación. En 1971, Robert Tucker, profesor de política internacional
americana en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la John
Hopkins University, escribió, The Radical Left and American Foreign
Policy, en donde sostenía que la “Gracia salvadora” para los EEUU en
Vietnam era “el carácter esencialmente desinteresado” de su
aproximación a la guerra (p.28). La perspectiva de Tucker era la de un
opositor liberal a la guerra que sin embargo rechazaba las
interpretaciones radicales del imperialismo y del militarismo de EEUU.
Los principales blancos en este
libro eran William Appleman Williams, Gabriel Kolko y Harry Magdoff. A
Magdoff lo atacaba específicamente por haber sostenido que el control de
las materias primas en la base global era crucial para las corporaciones
de EEUU y para el estado de EEUU que las servía. Tucker llegó tan lejos
que afirmó que el error de Magdoff se demostraba en la cuestión del petróleo.
Si EEUU fuera verdaderamente imperialista en su orientación con respecto
a los recursos del tercer mundo, sostenía, intentaría controlar los petróleos
del Golfo Pérsico. Desafiando tanto a la lógica como a la historia,
Tucker declaraba que este no era el caso. Tal como lo decía:
Según el punto de vista radical,
uno pudiera esperar que aquí (en el Medio Oriente), como en cualquier
otra parte, la política americana reflejaría fielmente sus intereses
económicos. Como bien se sabe, la realidad es muy diferente. Aparte de
presiones crecientes y exitosas que los países petroleros han empleado
para aumentar sus derechos e impuestos (presiones que no han ocasionado
ninguna contramaniobra), el gobierno americano ha contribuido a un firme
deterioro de la posición favorable que alguna vez tuvieron las compañías
petroleras americanas en el Medio Oriente. Un corresponsal del New York
Times, John M.Lee, escribe: “La cosa más llamativa para muchos
observadores es que las compañías petroleras y las consideraciones
petroleras hayan tenido tan poca influencia en la política americana
hacia Israel” (p.131)
Entonces, de acuerdo con Tucker, el
caso del Golfo Pérsico echaba abajo la insistencia de Magdoff sobre la
importancia de controlar las materias primas para la operación del
imperialismo de EEUU. El compromiso político de EEUU con Israel era
contrario a sus intereses económicos, pero habría superado toda
preocupación del capitalismo de EEUU con respecto a los petróleos del
Medio Oriente. Hoy, a casi no es necesario enfatizar cuan absurda fue esta
afirmación. No sólo EEUU ha intervenido militarmente repetidas veces en
el Medio Oriente, empezando con Irán en 1953, sino que también ha
buscado continuamente promover su control sobre el petróleo y los
intereses de sus corporaciones petroleas en la región. Israel, al que
EEUU ha armado hasta los dientes, y al que se le ha permitido desarrollar
cientos de armas nucleares, desde largo tiempo ha sido parte de esta
estrategia para controlar la región. Desde el principio, el papel de los
EEUU en el Medio Oriente ha sido abiertamente imperialista, dirigido a
mantener el control sobre la región y sus recursos petroleros. Solamente
un análisis que reducía la economía a precios de mercado e ingresos por
regalías, mientras ignoraba la factura política y militar de las
relaciones económicas-para no mencionar los flujos de petróleo y las
ganancias-podía resultar en errores tan obvios.
La Nueva Era del Imperialismo
De hecho nada es tan revelador de
la nueva era del imperialismo como la expansión del Imperio de EEUU en
las críticas regiones petroleras del Medio Oriente y de la Cuenca del Mar
Caspio. El poder de EEUU en el Golfo Pérsico quedó limitado durante los
años de la Guerra Fría como resultado de la presencia soviética. La
Revolución Iraní de 1979, frente a la que EEUU no tuvo como responder,
fue una de las grandes derrotas del imperialismo de EEUU (que se había
apoyado en el Shah de Irán como una base segura en la región) desde la
Guerra de Vietnam. Por supuesto, antes de 1989 y de la quiebra del bloque
soviético, una guerra de EEUU en la región habría sido casi
completamente inconcebible. Esto dejó significativamente limitado al
dominio de EEUU en la región. La Guerra del Golfo de 1991, que fue
llevada a cabo por EEUU con el visto bueno de la URSS, marcó así el
comienzo de una nueva era para el imperialismo norteamericano y para la
expansión del poder global de EEUU . No es un puro accidente que al
debilitamiento de la Unión Soviética siguiera casi inmediatamente una
intervención a gran escala de EEUU en la región que era la clave para
controlar el petróleo mundial, el recurso global más crítico, y por eso
crucial para cualquier estrategia de dominación global.
Es esencial comprender que en 1991,
cuando tenía lugar la Guerra del Golfo, la Unión Soviética estaba muy
debilitada y estaba subordinada a la política de EEUU. Pero no estaba
todavía muerta (eso habría de ocurrir más tarde en ese mismo año) y
todavía se daba la posibilidad, aunque muy leve, que un golpe de estado u
otra sacudida pudiera volver las cosas en los asuntos soviéticos de un
modo poco favorable a los intereses de EEUU. Al mismo tiempo, EEUU estaba
todavía en una posición en que perdía terreno económico frente a
algunos de sus competidores, y por eso había una sensación muy extensa
de que su hegemonía económica había declinado seriamente, limitando sus
cursos de acción. Aunque la administración de George H.W.Bush proclamaba
“Un Nuevo Orden”, nadie sabía qué podía significar eso. El colapso
del bloque soviético había sido tan repentino que la clase dirigente en
los EEUU y las elites políticas de otros países estaban inseguras sobre
cómo proceder.
Durante la Primera Guerra del
Golfo, las elites de EEUU estaban divididas. Algunos creían que EEUU debía
avanzar e invadir Irak, como lo aconsejaba por esa época el Wall Street
Journal. Otros pensaban que una invasión y la ocupación de Irak no era
entonces viable. En el curso de la década que siguió, el tópico
dominante de discusión en política exterior norteamericana, como lo
testimonia, por ejemplo, el Council on Foreign Relations a través de su
publicación Foreign Affairs, fue cómo explotar el hecho de que EEUU era
ahora el único superpoder. Discusiones sobre la unipolaridad (término
introducido por el cerebro neoconservador Charles Krauthammer en 1991) y
unilateralismo pronto fueron emparejados con discusiones públicas sobre
la primacía, la hegemonía, el imperio y aún el imperialismo de los EEUU.
Todavía más, cuando la década llegaba a su fin, los argumentos a favor
de EEUU ejerciendo un rol imperial llegaron a ser más y más penetrantes
y concretos. Tales temas fueron discutidos desde los comienzos de la nueva
era no en términos de fines sino en términos de eficacia. Un notable
ejemplo de este llamado a un nuevo imperialismo podría encontrarse en un
influyente libro titulado The Imperial Temptation, otra vez del mismo
Robert W. Tucker, en compañía de David C. Hendrickson, publicado por el
Council on Foreign Relations en 1992. Como Tucker y Hendrickson lo
explicaran derechamente:
Los Estados Unidos es hoy en día
el poder militar dominante en el mundo en cuanto al alcance y la
efectividad de sus fuerzas militares. América se compara favorablemente
con algunos de los más grandes imperios conocidos en la historia. Roma,
escasamente alcanzó más allá del Mediterráneo, mientras Napoleón fue
incapaz de quebrar las barreras del Atlántico y fue hacia su derrota en
los vastos espacios de Rusia. Durante el clímax de la llamada Pax Británica,
cuando la Flota Real gobernaba los mares, Bismarck señalaba que si un ejército
británico desembarcaba en la costa de Prusia él lo podría hacer
arrestar por la policía local. EEUU tiene en conjunto una colección de
fuerzas más formidable que la de sus predecesores entre las grandes
potencias del mundo. Tiene alcance global. Tiene las armas de más
avanzada tecnología, a las ordenes de profesionales experimentados en el
arte de la guerra. Puede transportar poderosos ejércitos continentales a
distancias oceánicas. Sus adversarios históricos están en retirada,
quebrados por desacuerdos internos.
Bajo estas circunstancias, una
tentación vieja como el tiempo-la tentación imperial-se probará
atractiva para los Estados Unidos...La nación quizás no se sentirá atraída
por visiones de imperio que animaron a poderes coloniales del pasado, pero
pudiera encontrar atractiva, sin embargo, una visión que le permitiera a
la nación asumir un rol imperial sin tener que cumplir con los deberes clásicos
del gobierno imperial “(pp.14-15).
La “tentación imperial”, lo
hacen ver claramente estos autores, ha de ser resistida menos por el hecho
de que constituye una renovación del imperialismo clásico, sino porque
EEUU está sólo dispuesto a medias, desencadenando su fuerza militar pero
descuidando echarse encima las pesadas responsabilidades del gobierno
imperial asociado con la construcción de nación.
Continuando con una perspectiva de
construcción de nación, que recuerda el estilo del liberalismo de Guerra
Fría de Kennedy, pero también atractivo para los neoconservadores,
Tucker y Hendrickson presentan el caso de que Estados Unidos, habiendo
librado la Guerra del Golfo, hubieran procedido inmediatamente a invadir,
ocupar y pacificar a Irak, removiendo al Partido Ba'ath del poder,
ejerciendo así su responsabilidad imperial. “El aplastante despliegue
del poder militar”-escriben-“habría provisto a EEUU con tiempo para
formar y reconocer un gobierno iraquí provisional, consistente en
individuos comprometidos con una plataforma liberal amplia... Aunque tal
gobierno indudablemente habría sido acusado de ser un títere americano,
hay buenas razones para pensar que habría podido adquirir considerable
legitimidad. Habría gozado de acceso, bajo supervisión de la ONU, a los
ingresos del petróleo de Irak, lo que seguramente le habría
proporcionado el apoyo de una parte considerable del pueblo iraquí.”
(p.147)
Tucker y Hendrickson-a pesar de los
alegatos de Tucker hace algunas décadas en contra de Magdoff, de que el
fracaso en la toma del control de Golfo Pérsico era evidencia de que EEUU
no era un poder imperialista---ya no se hacen ilusiones acerca de por qué
una ocupación de Irak será en el interés estratégico de EEUU, resumido
en una palabra: “petróleo”. “No hay otra mercadería-escriben-“que
tenga un significado tan crucial como el petróleo, no existe paralelo
para la dependencia de economías desarrolladas y no desarrolladas que la
energía del Golfo, sus recursos están concentrados en un área que es
relativamente inaccesible y es altamente inestable, y la posesión del
petróleo proporciona una base sin paralelo de la que un poder
expansionista en desarrollo puede tener la esperanza de realizar sus
ambiciones agresivas” (pp.10-11). La necesidad de Estados Unidos de
alcanzar el dominio del Medio oriente queda fuera de duda. Bajo las
actuales condiciones, es una asunto de fuerza, y deberá hacerse
responsablemente -a la par que extiende su dominio.
En las discusiones del
establecimiento político y de la elite gobernante, estos argumentos
provienen más del lado liberal que del lado conservador o neoconservador.
El debate dentro del establecimiento es estrecho, con muchos analistas
liberales en política exterior, dada su propensión por la construcción
de nación, más próximo a los neoconservadores y más halcón en este
respecto que en muchos conservadores. Para Tucker y Hendrickson el
imperialismo es más una cuestión de elección realizada por dirigencias
políticas, es una mera “tentación imperial”. Pudiera ser resistida,
pero no lo es, y entonces es necesario endilgarse hacia el sueño liberal
de la construcción de nación-o realizar la reingeniería de la sociedad
sobre principios liberales.
Por supuesto, un consenso
importante sobre supuestos y fines emergía en la elite política en los
1990s. Como observaba Richard N. Haass -un miembro del Consejo de
Seguridad Nacional en la administración del Presidente George H.W.Bush, y
funcionario que elaboraba las declaraciones más importantes del mayor de
los Bush sobre posturas militares-en su libro Intervention: “Librados
del peligro de que la acción militar llevara hacia una confrontación con
una superpotencia rival, EEUU está ahora más libre para intervenir” Al
revisar las limitaciones del poder de EEUU, Haass declaraba: “EEUU puede
hacer cualquier cosa, pero justamente no todo” (p.8). Su análisis
continuaba discutiendo la posibilidad de intervenciones de construcción
de nación en Irak y en otros lugares . Otro libro de Haass, The Reluctant
Sheriff , publicado en 1997, se refiere al sheriff y sus alguaciles, con
el sheriff definido como los EEUU, y a los alguaciles como una
“coalition of the willings” (p.93). El sheriff y los alguaciles no
deben inquietarse demasiado por la ley, pero de todos modos deben
preocuparse al cruzar la línea hacia el vigilantismo.
Más importante fue el argumento de
Haass sobre hegemonía, que apuntaba directamente a las principales
diferencias con el establecimiento en torno sobre EEUU como poder global.
De acuerdo con Haass, EEUU claramente era el “hegemon” en el sentido
de tener la primacía global, pero la hegemonía permanente como objetivo
de la política exterior era una ilusión peligrosa. En marzo de 1992, se
filtró a la prensa un borrador del Defense Planning Guidance,, también
conocido como el Pentagon Paper. Este documento de trabajo secreto tenía
como autor al Departamento de Defensa de Bush padre, bajo la supervisión
de Paul Wolfowitz (entonces subsecretario para políticas), y
declaraba:” Nuestra estrategia (después de la caída de la Unión Soviética)
debe ahora enfocarse a evitar la emergencia de cualquier futuro competidor
potencial “. (New York
Times, 8 de marzo 1992). Discutiendo esto en The Reluctant Sheriff, Haass se
quejaba de que esta estrategia estaba mal concebida por la simple razón
de que EEUU no tenía la capacidad para prevenir que emergieran nuevos
poderes globales. Esos poderes emergen junto con el crecimiento de sus
recursos materiales, grandes poderes económicos inevitablemente tendrán
la capacidad para llegar a ser grandes potencias en general (hay todo un
espectro), y la extensión en que lleguen a extenderse hasta ser poderes
militares plenos “dependerá en un mayor grado de su propia percepción
de los intereses nacionales, amenazas, cultura política, y fuerza económica”
(p.54) La única estrategia racional a largo plazo, ya que la perpetuidad
de la hegemonía o de la primacía es imposible, sería lo que Madeleine
Albright llamaba “multilateralismo afirmativo”, o lo que el mismo
Haass designa como “el sheriff y los alguaciles”, en donde la
aproximación alguacilesca consistiría principalmente en los otros
estados más grandes.
Hacia noviembre del 2000. justo
antes de que fuera nombrado como cabeza de la planeación política en el
Departamento de Estado de Colin Powell, en la administración del
presidente George W.Bush, Haass presentó una ponencia en Atlanta titulada
“América Imperial”, sobre cómo EEUU podía confeccionar una “política
exterior imperial” que diera uso a ese “exceso de poder” para
“extender su control” a través de la faz del globo. Aún cuando todavía
negaba que una hegemonía duradera fuera posible, Haass declaraba que EEUU
podría usar esa oportunidad excepcional de que actualmente disfrutaba
para rehacer al mundo a fin de sostener sus objetivos estratégicos
globales. Esto significaría intervenciones militares en todo el mundo.
“la subextensión imperial, no la sobreextensión”,aseveraba,” de
ambas, pareciera ser el peligro más grande”. Hacia el 2002, Haass,
hablando sobre una administración que se preparaba a invadir Irak, estaba
sosteniendo que un estado fracasado, incapaz de controlar al terrorismo en
su propio territorio, ha perdido “las ventajas de la soberanía,
incluido el derecho a ser dejado solo en su propio territorio. Otros
gobiernos, incluido EEUU, ganan entonces el derecho a intervenir. En el
caso del terrorismo esto incluso puede llevar al derecho a la auto-defensa
preemptiva y preventiva.” (citado por Michael Hirsch, At War with Ourselves,p. 251).
En Septiembre del 2000, dos meses
antes de que Haass hubiera presentado su “Imperial America”, el
Proyecto neoconservador por un Nuevo Siglo Americano había producido un
informe titulado Rebuilding America's Defenses. confeccionado a pedido de
Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, el hermano de George W.Bush,
Jeff, y Lewis Libby. El informe declaraba que “al presente, los EEUU no
enfrentan a ningún rival global. La gran estrategia de América debe
mirara preservar y a extender esta posición ventajosa tan lejos en el
futuro como sea posible”. El principal objetivo estratégico de EEUU en
el siglo XXI era “preservar la Pax Americana”. Para alcanzar esto era
necesario expandir “el perímetro de seguridad americano” mediante el
establecimiento de “nuevas bases en ultramar” y posiciones adelantadas
en el resto del mundo. Sobre la cuestión del Golfo Pérsico, Rebuilding
American Defenses era no menos explícito: “Por décadas EEUU ha buscado
jugar un papel en la seguridad regional del Golfo. Dado que el conflicto
no resuelto con Irak proporcionaba una justificación inmediata, la
necesidad por una sustancial presencia de la fuerza americana en el Golfo
trascendía el problema del régimen de Saddam Hussein.”
Por eso, aún antes del 11 de
septiembre, la clase dirigente y sus elites en la política exterior
(incluyendo esos círculos neoconservadores periféricos) se había movido
hacia una política explícita de expansión del imperio americano,
tomando ventajas plenas de lo que veían como una ventana limitada abierta
por el desaparecimiento de la URSS-y antes de que nuevos rivales a escala
pudieran alzarse. Los 1990s vieron que la economía de EEUU , a pesar del
relente en la tendencia secular, avanzaba más rápidamente que las de
Europa y Japón.. este fue particularmente el caso de los años de
burbujas de la última mitad de los 1990s. Las guerras civiles de
Yugoslavia demostraban mientras tanto que Europa era incapaz de actuar
militarmente sin los EEUU.
De ahí que, hacia fines de los
1990s, las discusiones sobre el imperio americano y el imperialismo
proliferaron no tanto en la izquierda como en los círculos liberales y
neoconservadores, en donde las ambiciones imperiales eran proclamadas
abiertamente. Después de septiembre 2001, la disposición a llevar
adelante intervenciones militares masivas para promover la expansión del
poder de EEUU, en las que EEUU pondría de nuevo “sus botas en el
terreno”, como lo expresara otro cerebro neoconservador, Max Boot, en su
libro The Savage Wars of Peace, relacionado con las primeras guerras
imperialistas de EEUU, llegó a ser parte del consenso de la clase
dirigente. La declaración de la administración, National Security
Strategy, trasmitida al Congreso en septiembre del 2002, promovía el
principio del ataque preemptivo contra enemigos potenciales y declaraba:
“ Los EEUU debe mantener y mantendrá la capacidad para derrotar
cualquier intento por un enemigo...por imponer su voluntad sobre EEUU, sus
aliados o sus amigos... Nuestras fuerzas serán lo suficientemente fuertes
para disuadir a adversarios potenciales de proseguir un rearme en la
esperanza de sobrepasar o igualar el poder de los EEUU.”
En At War with Ourselves: Why
America is Squandering its Chance to Build a Better World (2003), Michael
Hirsh, principal editor para la oficina de Washington del Newsweek presentó
el argumento de los políticos liberales de que en tanto es adecuado para
los EEUU como poder hegemónico intervenir en lo que se refiere a los
estados fracasados, o donde sus intereses vitales están en juego, esto
debe ser acompañado con la construcción de nación y con un compromiso
por un más amplio multilateralismo. Sin embargo, en la realidad, esto sólo
puede ser una “unipolaridad...bien disfrazada de multipolaridad”
(p.245) Este no es un debate acerca de si los EEUU debiera extender su
imperio, sino más bien sobre si la tentación imperial ha de ser acompañada
con una afirmación de responsabilidad imperial, de la manera señalada
por Tucker y Hendrickson. Comentando sobre intervenciones constructoras de
nación, Hirsh declara: “No hay ningún 'Zar' para los estados
fracasados, como lo hay para la seguridad interna o para el combate de las
drogas. Quizás debiera haberlo” (p.235)
Lo que se estuvo llamando
“intervenciones constructoras de nación”, originalmente rechazada por
la administración Bush, ya no está en cuestión. Esto se puede ver en el
Council on Foreign Relations, en su unforme Iraq, The Day After, publicado
poco antes de la invasión norteamericana, que encomendaba una construcción
de nación en Irak. Uno de los miembros del equipo que desarrolló ese
informe fue James F.Dobbins, Director del Rand Corporation Center for
International Security and Defense Policy, que sirvió como el enviado
especial de Clinton durante las intervenciones en Somalia, Haití, Bosnia
y Kosovo, y también como enviado especial de la administración Bush que
siguieron a la invasión de Afganistán. Dobbins, un abogado de las
“intervenciones constructoras de nación”-la diplomacia de la
espada-tanto en la administración de Clinton como en la de Bush,
declaraba definitivamente en el Council on Foreign Relations, “el debate
partidario sobre la construcción de nación ya quedó atrás. Las
administraciones de ambos partidos están claramente preparadas para usar
las fuerzas militares americanas para reformar a los estados bribones y
reparar a las sociedades quebradas” (p.48)
La Teoría de la Intriga y las
Realidades Imperiales
Todo esto se relaciona con la
pregunta que se hizo Magdoff hace ya más de un tercio de siglo en The Age
of Imperialism , y que está más que nunca con nosotros: “¿Es la
guerra de Vietnam-preguntaba-parte de un esquema más general y
consistente de la política exterior de los EEUU, o es una aberración de
un grupo particular de hombres en el poder?” Existe ahora un acuerdo
general dentro del mismo establecimiento de que fuerzas objetivas y
requerimientos de seguridad están empujando el expansionismo de EEUU, que
es en el interés general del alto mando del capitalismo estadounidense
que extienda su control sobre el mundo -tan lejos y por el mayor tiempo
como sea posible. De acuerdo con el Proyecto por un Nuevo Siglo Americano,
Rebuilding America's Defenses, es necesario capturar “el momento
unipolar”.
La tendencia muy expandida en la
izquierda en los últimos dos años de ver esta nueva expansión
imperialista como un proyecto neoconservador que atrae a un pequeño
sector de la clase gobernante, no alcanzando siquiera al ala derecha del
Partido Republicano - descansando particularmente en los sectores
militares y petroleros-es una ilusión peligrosa. Al momento no existe
ninguna división seria en el seno de la oligarquía norteamericana ni en
el establecimiento de la política exterior, aunque éstas puedan
indudablemente desarrollarse en el futuro como un resultado de accidentes
en el camino. No existe tal intriga o conspiración, sino un consenso
enraizado en las necesidades de la clase dirigente y en la dinámica del
imperialismo.
Sin embargo, hay divisiones entre
los EEUU y otros estados principales -la rivalidad interimperialista sigue
estando en el eje de la rueda imperialista. ¿Cómo podría ser de otra
manera si los EEUU está tratando de establecerse como el gobierno mundial
subrogante en un orden global imperial? Aunque los EEUU está intentando
reafirmar su posición hegemónica en el mundo sigue estando demasiado débil
económicamente, en relación a los otros estados capitalistas, de lo que
estuvo en el período de la segunda post guerra. “A fines de los 1940s,
cuando los EEUU producía el 50% de Producto Bruto mundial”, señalaba
James Dobbins en Iraq: The Day After, “era capaz de realizar esas tareas
(intervenciones militares, y hasta después de la Guerra Fría, era capaz
de liderar grandes coaliciones y compartir más ampliamente la carga de la
construcción de naciones. Estados Unidos no puede costear y no necesita
ir solo en la construcción de un Irak libre. Y podrá asegurarse más
amplias participaciones, sólo si presta atención a las lecciones de los
1990s y a las de los 1940s” (pp.48-49). En otras palabras, la estancada
economía norteamericana, a pesar de ganancias relativas a fines de los
1990s, está en una posición económica más débil frente a sus
principales competidores de lo que estaba tras la Segunda Guerra Mundial,
de modo que el hegemonismo desbocado está más allá de sus medios, y
permanece dependiente de las “Coallitions of the willing”.
Al mismo tiempo está claro que en
el presente período de imperialismo global hegemónico de los EEUUU, éste
busca sobre todo expandir su poder imperial en la mayor extensión
posible, subordinando al resto del mundo capitalista a sus intereses. El
Golfo Pérsico y la Cuenca de Mar Caspio representan no solamente el bulto
de las reservas petroleras mundiales, sino también una proporción rápidamente
creciente del total de las reservas, ya que las tasas crecientes de
producción disminuyen las reservas en todas partes. Esto ha producido
gran parte del estímulo de los Estados Unidos para ganar un mayor control
de estos recursos-a expensas de sus rivales presentes o potenciales. Pero
las ambiciones imperiales de EEUU no se detienen ahí, ya que se están
construyendo sobre ambiciones económicas que no tienen límites. Como señalara
Harry Magdoff en 1969, en las páginas finales de su The Age of
Imperialism “es un objetivo declarado” de las corporaciones
multinacionales “ controlar una gran tajada del mercado mundial como ya
lo hacen con el propio mercado de EEUU” , y este hambre por mercados
extranjeros persiste en la actualidad. La Wackenhut Corrections
Corporation, con sede en Florida, ha ganado privatizadores de prisiones en
Australia, el Reino Unido, Sud Africa, Canadá, Nueva Zelanda y las
Antillas Holandesas (“Prison Industry Goes Global” fall 2000) La
promoción de los intereses corporativos en el exterior es una de las
primeras responsabilidades del estado norteamericano. Considérese el caso
de Monsanto y de la comida genéticamente modificada, de Microsoft y la
propiedad intelectual, de Bechtel y la guerra en Irak. Sería casi
imposible exagerar sobre lo peligroso que es para el mundo este
expansionismo dual de las corporaciones de EEUU y del estado
norteamericano. Como señalara István. Mészáros en Socialism or
Barbarism (2001), el intento de EEUU por hacerse del control global, que
es inherente en la operación del capitalismo y del imperialismo, está
ahora amenazando a la humanidad con “el gobierno extremadamente violento
de todo el mundo por un solo país imperialista hegemónico y sobre una
base permanente... un modo absurdo e insostenible de dirigir el orden
mundial”.
Esta nueva era del imperialismo
norteamericano generará sus propias contradicciones, entre otras los
intentos de otros poderes mayores por asegurar su influencia, recurriendo
a medios beligerantes similares, y a toda suerte de estrategias de parte
de estados más débiles y de actores no estatales para librar formas de
guerra “asimétricas”. Dada la destructividad sin precedentes de las
armas de hoy, que están difundidas en todas partes, las consecuencias
para la población mundial podrían ser devastadoras, más allá de todo
lo que se haya visto. Más que estar generando una nueva “pax
Americana”, los EEUU podría estar pavimentando el camino para un
holocausto global.
La más grande esperanza frente a
estas horrendas circunstancias reposan sobre la ola ascendente de
rebeliones desde abajo, tanto en los EEUU como globalmente. El ascenso del
movimiento anti-globalización, que dominó el escenario mundial durante
los dos años que siguieron a Seattle (noviembre 1999), fue seguido
recientemente en febrero del 2003, en la ola más grande en la historia de
la humanidad de protestas contra la guerra. Nunca antes la población
mundial se había alzado tan rápidamente y en números tan masivos en el
intento de detener una guerra imperialista. La nueva era del imperialismo
es también una nueva era de revuelta. El Síndrome Vietnam, que tanto ha
inquietado a los planificadores estratégicos del orden imperial durante décadas,
ahora parece haber dejado un profundo legado dentro de los EEUU, sólo que
ahora se empareja con un Síndrome de Imperio todavía en una escala más
global -algo que nadie realmente esperaba. Esto más que ninguna otra cosa
hace claro que la estrategia de la clase gobernante norteamericana de
expandir el Imperio Americano probablemente en el largo plazo no tenga éxito,
y se venga a probar ser su propio extravío---pero no---lo esperamos-el
error del mundo.
Notas:
* Este argumento fue sucintamente
expresado en Paul Baran and Paul Sweezy's Monopoly Capital (New York:
Monthly Review Press, 1966), pp. 183-202.
* www.brook.edu . Para una discusión
más detallada del argumento de Haass' en “Imperial America” véase
John Bellamy Foster, “Imperial America and War," . Monthly Review, May 2003
*Para un tratamiento de como la
intervención de EEUU y la NATO en Yugoslavia puede en términos de un
proyecto imperialista más amplio, véase Diana Johnstone, 'Fools Crusade:
Yugoslavia, NATO and Western Delusions (New York: Monthly Review Press,
2002).
* István Mészáros, Socialism or Barbarism (New York: Monthly Review
Press, 2001).
Trad. De F. García para
Globalización. “The New Age of Imperialism”,
versión inglesa original: Monthly Review (August 2003)
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