El imperialismo en
el siglo XXI

 

La nueva era del imperialismo

Por John Bellamy Foster
Globalización - Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura, septiembre 2003

El Imperialismo está hecho para servir a las necesidades de una clase dominante más que a una nación, y no tiene nada que ver con la democracia. Quizás es por esa razón que a menudo se le ha caracterizado como un fenómeno parasitario -aún por críticos tan sagaces como John Hobson en su obra clásica Imperialism: A Study (1902). Y de allí ha sido demasiado fácil deslizarse a la burda noción de que la expansión imperialista es simplemente un producto de poderosos grupos de individuos que han secuestrado la política exterior de una nación para servir a sus propios fines estrechos.

Numerosos críticos de la actual expansión del imperio americano -tanto en la izquierda de EEU como en Europa-sostienen ahora que los Estados Unidos bajo la administración de George W. Bush ha sido capturado por una pandilla neoconservadora, dirigida por figuras tales como Paul Wolfowitz (subsecretario de la Defensa), Lewis Libby ( jefe del estado mayor del vicepresidente), y Richard Perle ( del Comité de Defensa). Se dice que esta pandilla tiene el apoyo del Secretario de la Defensa Rumsfeld y del Vicepresidente Cheney, y a través de ellos, del propio Presidente Bush, El ascenso a la preeminencia de la administración de los hegemonistas neoconservadores se habría producido en la elección no democrática del 2000, en donde la Corte Suprema nombró a Bush como presidente, y por los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, que repentinamente ampliaron el estado de seguridad nacional. Se nos dice que todo esto habría contribuido a una política unilateralista y beligerante, en oposición al papel histórico de los EEUU en el mundo. Como lo sostiene la revista Economist en su número del 26 de abril del 2003: “¿Se habría apoderado una camarilla de la política exterior del país más poderoso del mundo? ¿ Está un pequeño grupo de ideólogos que usando un poder indebido para intervenir en otros países, creando un imperio? Echando a la basura la ley internacional-no importando las consecuencias?”

La propia respuesta del Economist fue “realmente no”. Rechazando correctamente la teoría de la conspiración, sostuvo sin embargo que “los neo-cons son parte de un movimiento más amplio” y que “casi existe un consenso (entre las elites políticas de los EEUU) en torno a que América debería usar su poder vigorosamente para reconfigurar al mundo”. Pero lo que falta en el Economist y en las discusiones más importantes es el reconocimiento de que el imperialismo en este caso, como siempre, no es sólo una política sino una realidad sistemática que se alza desde la misma naturaleza del desarrollo capitalista. Los cambios históricos en el imperialismo, asociados con el ascenso de lo que se ha llamado “un mundo unipolar”, desafían cualquier intento de reducir los desarrollos actuales a las ambiciones delirantes de unos pocos individuos poderosos. Es por eso necesario referirse a los fundamentos históricos de la nueva era del imperialismo de EEUU, incluyendo tanto sus causas profundas como los actores particulares que están ayudando a moldear su rumbo actual.

La Era del Imperialismo

La pregunta de si Estados Unidos se está involucrando en una expansión imperialista, que por si permite caer presa del capricho particular de aquellos en el mando político de la sociedad, no es algo nuevo. Harry Magdoff señalaba esta tesis precisamente en la primera página de su libro de 1969, The Age of Imperialism: The Economics of U.S. Foreign Policy-una obra que se puede decir, reintrodujo el estudio sistemático del imperialismo en los EEUU. Allí se preguntaba :”¿Es la guerra (de Vietnam) parte de un esquema más general y consistente de la política exterior de los EEUU, o es la aberración de un grupo particular de hombres en el poder?” Por supuesto, la respuesta era que aunque había individuos particulares en el poder que hacían de puntas de lanza en este proceso, reflejaban tendencias profundamente incrustadas en la política exterior de EEUU, que tenían sus raíces en el mismo capitalismo. En lo que habría de surgir como el más importante análisis del imperialismo americano en los 1960s, Magdoff propone desenmascarar las fuerzas militares, políticas y económicas que gobiernan la política exterior de EEUU.

La explicación oficial en la época de la guerra de Vietnam era que los EEUU estaban librando una guerra para “contener” al comunismo-y que por tanto, la guerra en si misma no tenía nada que ver con el imperialismo. Pero la escala y ferocidad de la guerra parecía desmentir todo intento de explicarla en los términos de la pura contención, ya que ni la Unión Soviética ni China habían mostrado tendencias expansionistas de cualquier clase, y muy claramente las revoluciones del tercer mundo eran asuntos obviamente internos.* Magdoff rechazó tanto la tendencia dominante en los Estados Unidos de ver las intervenciones de EEUU en el tercer mundo como un producto de la Guerra Fría, como la inclinación liberal de ver la guerra como una aberración de un presidente tejano y de los consejeros que lo rodeaban. En vez de eso se necesitaba de un análisis histórico.

El imperialismo de fines del siglo XIX y de comienzos del XX, se distinguía por dos características principales: (1) la quiebra de la hegemonía británica, y (2) el crecimiento del capitalismo monopólico, o del capitalismo dominado por grandes firmas, resultante de la concentración y de la centralización de la producción. Más allá de estas características que distinguían lo que Lenin señalaba como la etapa del imperialismo (que, decía, podía describirse sintéticamente “como la etapa monopólica del capitalismo”), hay un número de otros elementos que deben ser considerados. El capitalismo es, por supuesto, un sistema únicamente determinado por su afán de acumular, que no acepta límites en su expansión. Por un lado, el capitalismo es una economía mundial en expansión, caracterizada por un proceso que ahora llamamos globalización, mientras por otra parte está dividido políticamente en numerosos estados-nación competitivos. Más aún, el sistema se polariza en cada nivel en centro y periferia. Desde sus comienzos en los siglos XVI y XVII, y todavía más en su estadio monopólico, el capital en cada nación-estado en el centro del sistema, es arrastrado por una necesidad por controlar el acceso a las materias primas y del trabajo en la periferia. Todavía más, en la etapa monopólica del capitalismo, los estados nacionales y sus corporaciones luchan por mantener lo más que puedan de la economía mundial lo más abierto posible a sus propias inversiones, pero no así a las de sus competidores. Esta competencia sobre esferas de acumulación crea una rebatiña por el control de varias partes de la periferia, el más famoso ejemplo de esto fue la lucha por África a fines del siglo XIX en que tomaron parte todos los poderes de Europa Occidental.

Sin embargo, el Imperialismo continuó evolucionando más acá de esta fase clásica, que terminó con la Segunda Guerra Mundial y el movimiento subsecuente de descolonización, y entre 1950 y lo 60s una última fase presentó sus propias características específicas, La más importante fue el reemplazo de la hegemonía británica por la de EEUU. Sobre el conjunto de la economía capitalista mundial. La otra fue la existencia de a Unión Soviética, que creó espacio para movimientos revolucionarios en el tercer mundo, y ayudó a colocar a los principales poderes capitalistas en la alianza militar de la Guerra Fría, reforzando la hegemonía norteamericana. EEUU utilizó su posición hegemónica para establecer las instituciones de Bretton Woods-el Acuerdo General de Tarifas y Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial-con la intención de consolidar el control económico ejercido por los estados centrales, y por los EEUU en particular, sobre la periferia, y con ello sobre todo el mercado mundial.

En la concepción de Magdoff, la existencia de la hegemonía de EEUU no trae consigo el fin de la competencia entre estados capitalistas. Los analistas que manejaron este tema con realismo, siempre entendieron la hegemonía como históricamente transitoria, a pesar de las constantes referencias al “siglo americano”. El desarrollo desigual del capitalismo significa una continua rivalidad Inter.-imperialista, aunque en veces esta quede soterrada. “El antagonismo-escribió-entre centros industriales de desarrollo desigual...es el eje de la rueda imperialista” (p.16)

El militarismo norteamericano, que en este análisis va mano a mano con su papel imperialista, no fue simplemente o principalmente un producto de la competencia durante la Guerra Fría con la URSS, por la que estaba condicionado. El militarismo tenía raíces más profundas en la necesidad de los EEUU, como poder hegemónico de la economía mundial capitalista de mantener abiertas las puertas a la inversión extranjera, recurriendo a la fuerza si era necesario. Al mismo tiempo los EEUU estaba empleando su poder donde fuera posible para apoyar las necesidades de sus propias corporaciones-como, por ejemplo, en América Latina, donde su dominio era incuestionable para las otras grandes potencias. No sólo EEUU ejerció este rol militar en numerosas ocasiones a través de la periferia en la post-Segunda Guerra Mundial, sino que también durante este período fue también capaz de justificar esto como parte de su lucha contra el comunismo. El militarismo, asociado con este papel de hegemon global y líder de una alianza, llegó a impregnar todos los aspectos de la acumulación en los EEUU, de modo que la expresión “complejo militar-industrial” introducida por Eisenhower en su discurso de despedida como presidente, fue una declaración exageradamente modesta. Todavía en sus días no había un centro mayor de acumulación en los EEUU que no fuera al mismo tiempo un centro de producción militar. La producción militar ayudaba a propulsar el edificio económico completo de los EEUU, y era un factor que evitaba el estancamiento económico.

Al mapear el imperialismo contemporáneo, el análisis de Magdoff proporcionaba evidencia que demostraba cuan beneficioso era el imperialismo para el capital en el mismo centro del sistema (mostrando por ejemplo, que ingresos de las inversiones extranjeras norteamericanas, como porcentaje de todas las ganancias deducidos los impuestos en la operación de las corporaciones no financieras domésticas, estas ganancias habían subido de cerca del 10% en 1959 al 22% en 1964). La ingurgitación de excedentes desde la periferia (y olvidemos lo que parte del excedente quedaba al servicio de las relaciones de clase distorsionadas de le periferia, característico de las dependencias imperiales)era un factor mayor en la permanencia del subdesarrollo. Sin embargo, habían también dos aspectos únicos y poco citados en la evaluación de Magdoff: una advertencia con respecto la trampa de la deuda creciente en el tercer mundo, y un tratamiento en profundidad del creciente rol global de los bancos y del capital financiero en general. No fue hasta principios de los 1980s cuando una comprensión de la trampa de la deuda vino a emerger cuando Brasil, México y otras economías llamadas “de reciente industrialización” vinieron a caer en default. La plena significación sobre el financiamiento de la economía global no tuvo su amanecer para la mayoría de los observadores del imperialismo hasta finales de los 1980s.

En esta aproximación histórica sistemática al tema del imperialismo, como lo describiera Magdoff, las intervenciones militares de EEUU en lugares tales como Irán, Guatemala, Líbano, Vietnam y la República Dominicana, no fueron hechas “para proteger a los ciudadanos norteamericanos” o para luchar contra la expansión del bloque comunista. Más bien pertenecen a ese fenómeno más amplio que es el imperialismo en toda su complejidad histórica y al papel de EEUU como poder hegemónico del mundo capitalista. Sin embargo, esta interpretación recibió la oposición directa de los críticos liberales a la guerra de Vietnam que escribían en esa misma época, que a veces reconocían que EEUU se había lanzado en la expansión de su imperio, pero veían esto, en línea con toda la historia de EEUU, más como un accidente que como un proyecto (más o menos como habían argumentado antes que ellos los defensores del Imperio Británico). Alegaban que la política exterior norteamericana se motivaba más por idealismo que por intereses materiales. La misma guerra de Vietnam se explicaba por estos mismos críticos liberales como el resultado de “una pobre inteligencia” de parte de los poderosos centros de decisión que, por supuesto, se habían apoderado de la nación. En 1971, Robert Tucker, profesor de política internacional americana en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la John Hopkins University, escribió, The Radical Left and American Foreign Policy, en donde sostenía que la “Gracia salvadora” para los EEUU en Vietnam era “el carácter esencialmente desinteresado” de su aproximación a la guerra (p.28). La perspectiva de Tucker era la de un opositor liberal a la guerra que sin embargo rechazaba las interpretaciones radicales del imperialismo y del militarismo de EEUU.

Los principales blancos en este libro eran William Appleman Williams, Gabriel Kolko y Harry Magdoff. A Magdoff lo atacaba específicamente por haber sostenido que el control de las materias primas en la base global era crucial para las corporaciones de EEUU y para el estado de EEUU que las servía. Tucker llegó tan lejos que afirmó que el error de Magdoff se demostraba en la cuestión del petróleo. Si EEUU fuera verdaderamente imperialista en su orientación con respecto a los recursos del tercer mundo, sostenía, intentaría controlar los petróleos del Golfo Pérsico. Desafiando tanto a la lógica como a la historia, Tucker declaraba que este no era el caso. Tal como lo decía:

Según el punto de vista radical, uno pudiera esperar que aquí (en el Medio Oriente), como en cualquier otra parte, la política americana reflejaría fielmente sus intereses económicos. Como bien se sabe, la realidad es muy diferente. Aparte de presiones crecientes y exitosas que los países petroleros han empleado para aumentar sus derechos e impuestos (presiones que no han ocasionado ninguna contramaniobra), el gobierno americano ha contribuido a un firme deterioro de la posición favorable que alguna vez tuvieron las compañías petroleras americanas en el Medio Oriente. Un corresponsal del New York Times, John M.Lee, escribe: “La cosa más llamativa para muchos observadores es que las compañías petroleras y las consideraciones petroleras hayan tenido tan poca influencia en la política americana hacia Israel” (p.131)

Entonces, de acuerdo con Tucker, el caso del Golfo Pérsico echaba abajo la insistencia de Magdoff sobre la importancia de controlar las materias primas para la operación del imperialismo de EEUU. El compromiso político de EEUU con Israel era contrario a sus intereses económicos, pero habría superado toda preocupación del capitalismo de EEUU con respecto a los petróleos del Medio Oriente. Hoy, a casi no es necesario enfatizar cuan absurda fue esta afirmación. No sólo EEUU ha intervenido militarmente repetidas veces en el Medio Oriente, empezando con Irán en 1953, sino que también ha buscado continuamente promover su control sobre el petróleo y los intereses de sus corporaciones petroleas en la región. Israel, al que EEUU ha armado hasta los dientes, y al que se le ha permitido desarrollar cientos de armas nucleares, desde largo tiempo ha sido parte de esta estrategia para controlar la región. Desde el principio, el papel de los EEUU en el Medio Oriente ha sido abiertamente imperialista, dirigido a mantener el control sobre la región y sus recursos petroleros. Solamente un análisis que reducía la economía a precios de mercado e ingresos por regalías, mientras ignoraba la factura política y militar de las relaciones económicas-para no mencionar los flujos de petróleo y las ganancias-podía resultar en errores tan obvios.

La Nueva Era del Imperialismo

De hecho nada es tan revelador de la nueva era del imperialismo como la expansión del Imperio de EEUU en las críticas regiones petroleras del Medio Oriente y de la Cuenca del Mar Caspio. El poder de EEUU en el Golfo Pérsico quedó limitado durante los años de la Guerra Fría como resultado de la presencia soviética. La Revolución Iraní de 1979, frente a la que EEUU no tuvo como responder, fue una de las grandes derrotas del imperialismo de EEUU (que se había apoyado en el Shah de Irán como una base segura en la región) desde la Guerra de Vietnam. Por supuesto, antes de 1989 y de la quiebra del bloque soviético, una guerra de EEUU en la región habría sido casi completamente inconcebible. Esto dejó significativamente limitado al dominio de EEUU en la región. La Guerra del Golfo de 1991, que fue llevada a cabo por EEUU con el visto bueno de la URSS, marcó así el comienzo de una nueva era para el imperialismo norteamericano y para la expansión del poder global de EEUU . No es un puro accidente que al debilitamiento de la Unión Soviética siguiera casi inmediatamente una intervención a gran escala de EEUU en la región que era la clave para controlar el petróleo mundial, el recurso global más crítico, y por eso crucial para cualquier estrategia de dominación global.

Es esencial comprender que en 1991, cuando tenía lugar la Guerra del Golfo, la Unión Soviética estaba muy debilitada y estaba subordinada a la política de EEUU. Pero no estaba todavía muerta (eso habría de ocurrir más tarde en ese mismo año) y todavía se daba la posibilidad, aunque muy leve, que un golpe de estado u otra sacudida pudiera volver las cosas en los asuntos soviéticos de un modo poco favorable a los intereses de EEUU. Al mismo tiempo, EEUU estaba todavía en una posición en que perdía terreno económico frente a algunos de sus competidores, y por eso había una sensación muy extensa de que su hegemonía económica había declinado seriamente, limitando sus cursos de acción. Aunque la administración de George H.W.Bush proclamaba “Un Nuevo Orden”, nadie sabía qué podía significar eso. El colapso del bloque soviético había sido tan repentino que la clase dirigente en los EEUU y las elites políticas de otros países estaban inseguras sobre cómo proceder.

Durante la Primera Guerra del Golfo, las elites de EEUU estaban divididas. Algunos creían que EEUU debía avanzar e invadir Irak, como lo aconsejaba por esa época el Wall Street Journal. Otros pensaban que una invasión y la ocupación de Irak no era entonces viable. En el curso de la década que siguió, el tópico dominante de discusión en política exterior norteamericana, como lo testimonia, por ejemplo, el Council on Foreign Relations a través de su publicación Foreign Affairs, fue cómo explotar el hecho de que EEUU era ahora el único superpoder. Discusiones sobre la unipolaridad (término introducido por el cerebro neoconservador Charles Krauthammer en 1991) y unilateralismo pronto fueron emparejados con discusiones públicas sobre la primacía, la hegemonía, el imperio y aún el imperialismo de los EEUU. Todavía más, cuando la década llegaba a su fin, los argumentos a favor de EEUU ejerciendo un rol imperial llegaron a ser más y más penetrantes y concretos. Tales temas fueron discutidos desde los comienzos de la nueva era no en términos de fines sino en términos de eficacia. Un notable ejemplo de este llamado a un nuevo imperialismo podría encontrarse en un influyente libro titulado The Imperial Temptation, otra vez del mismo Robert W. Tucker, en compañía de David C. Hendrickson, publicado por el Council on Foreign Relations en 1992. Como Tucker y Hendrickson lo explicaran derechamente:

Los Estados Unidos es hoy en día el poder militar dominante en el mundo en cuanto al alcance y la efectividad de sus fuerzas militares. América se compara favorablemente con algunos de los más grandes imperios conocidos en la historia. Roma, escasamente alcanzó más allá del Mediterráneo, mientras Napoleón fue incapaz de quebrar las barreras del Atlántico y fue hacia su derrota en los vastos espacios de Rusia. Durante el clímax de la llamada Pax Británica, cuando la Flota Real gobernaba los mares, Bismarck señalaba que si un ejército británico desembarcaba en la costa de Prusia él lo podría hacer arrestar por la policía local. EEUU tiene en conjunto una colección de fuerzas más formidable que la de sus predecesores entre las grandes potencias del mundo. Tiene alcance global. Tiene las armas de más avanzada tecnología, a las ordenes de profesionales experimentados en el arte de la guerra. Puede transportar poderosos ejércitos continentales a distancias oceánicas. Sus adversarios históricos están en retirada, quebrados por desacuerdos internos.

Bajo estas circunstancias, una tentación vieja como el tiempo-la tentación imperial-se probará atractiva para los Estados Unidos...La nación quizás no se sentirá atraída por visiones de imperio que animaron a poderes coloniales del pasado, pero pudiera encontrar atractiva, sin embargo, una visión que le permitiera a la nación asumir un rol imperial sin tener que cumplir con los deberes clásicos del gobierno imperial “(pp.14-15).

La “tentación imperial”, lo hacen ver claramente estos autores, ha de ser resistida menos por el hecho de que constituye una renovación del imperialismo clásico, sino porque EEUU está sólo dispuesto a medias, desencadenando su fuerza militar pero descuidando echarse encima las pesadas responsabilidades del gobierno imperial asociado con la construcción de nación.

Continuando con una perspectiva de construcción de nación, que recuerda el estilo del liberalismo de Guerra Fría de Kennedy, pero también atractivo para los neoconservadores, Tucker y Hendrickson presentan el caso de que Estados Unidos, habiendo librado la Guerra del Golfo, hubieran procedido inmediatamente a invadir, ocupar y pacificar a Irak, removiendo al Partido Ba'ath del poder, ejerciendo así su responsabilidad imperial. “El aplastante despliegue del poder militar”-escriben-“habría provisto a EEUU con tiempo para formar y reconocer un gobierno iraquí provisional, consistente en individuos comprometidos con una plataforma liberal amplia... Aunque tal gobierno indudablemente habría sido acusado de ser un títere americano, hay buenas razones para pensar que habría podido adquirir considerable legitimidad. Habría gozado de acceso, bajo supervisión de la ONU, a los ingresos del petróleo de Irak, lo que seguramente le habría proporcionado el apoyo de una parte considerable del pueblo iraquí.” (p.147)

Tucker y Hendrickson-a pesar de los alegatos de Tucker hace algunas décadas en contra de Magdoff, de que el fracaso en la toma del control de Golfo Pérsico era evidencia de que EEUU no era un poder imperialista---ya no se hacen ilusiones acerca de por qué una ocupación de Irak será en el interés estratégico de EEUU, resumido en una palabra: “petróleo”. “No hay otra mercadería-escriben-“que tenga un significado tan crucial como el petróleo, no existe paralelo para la dependencia de economías desarrolladas y no desarrolladas que la energía del Golfo, sus recursos están concentrados en un área que es relativamente inaccesible y es altamente inestable, y la posesión del petróleo proporciona una base sin paralelo de la que un poder expansionista en desarrollo puede tener la esperanza de realizar sus ambiciones agresivas” (pp.10-11). La necesidad de Estados Unidos de alcanzar el dominio del Medio oriente queda fuera de duda. Bajo las actuales condiciones, es una asunto de fuerza, y deberá hacerse responsablemente -a la par que extiende su dominio.

En las discusiones del establecimiento político y de la elite gobernante, estos argumentos provienen más del lado liberal que del lado conservador o neoconservador. El debate dentro del establecimiento es estrecho, con muchos analistas liberales en política exterior, dada su propensión por la construcción de nación, más próximo a los neoconservadores y más halcón en este respecto que en muchos conservadores. Para Tucker y Hendrickson el imperialismo es más una cuestión de elección realizada por dirigencias políticas, es una mera “tentación imperial”. Pudiera ser resistida, pero no lo es, y entonces es necesario endilgarse hacia el sueño liberal de la construcción de nación-o realizar la reingeniería de la sociedad sobre principios liberales.

Por supuesto, un consenso importante sobre supuestos y fines emergía en la elite política en los 1990s. Como observaba Richard N. Haass -un miembro del Consejo de Seguridad Nacional en la administración del Presidente George H.W.Bush, y funcionario que elaboraba las declaraciones más importantes del mayor de los Bush sobre posturas militares-en su libro Intervention: “Librados del peligro de que la acción militar llevara hacia una confrontación con una superpotencia rival, EEUU está ahora más libre para intervenir” Al revisar las limitaciones del poder de EEUU, Haass declaraba: “EEUU puede hacer cualquier cosa, pero justamente no todo” (p.8). Su análisis continuaba discutiendo la posibilidad de intervenciones de construcción de nación en Irak y en otros lugares . Otro libro de Haass, The Reluctant Sheriff , publicado en 1997, se refiere al sheriff y sus alguaciles, con el sheriff definido como los EEUU, y a los alguaciles como una “coalition of the willings” (p.93). El sheriff y los alguaciles no deben inquietarse demasiado por la ley, pero de todos modos deben preocuparse al cruzar la línea hacia el vigilantismo.

Más importante fue el argumento de Haass sobre hegemonía, que apuntaba directamente a las principales diferencias con el establecimiento en torno sobre EEUU como poder global. De acuerdo con Haass, EEUU claramente era el “hegemon” en el sentido de tener la primacía global, pero la hegemonía permanente como objetivo de la política exterior era una ilusión peligrosa. En marzo de 1992, se filtró a la prensa un borrador del Defense Planning Guidance,, también conocido como el Pentagon Paper. Este documento de trabajo secreto tenía como autor al Departamento de Defensa de Bush padre, bajo la supervisión de Paul Wolfowitz (entonces subsecretario para políticas), y declaraba:” Nuestra estrategia (después de la caída de la Unión Soviética) debe ahora enfocarse a evitar la emergencia de cualquier futuro competidor potencial “. (New York Times, 8 de marzo 1992). Discutiendo esto en The Reluctant Sheriff, Haass se quejaba de que esta estrategia estaba mal concebida por la simple razón de que EEUU no tenía la capacidad para prevenir que emergieran nuevos poderes globales. Esos poderes emergen junto con el crecimiento de sus recursos materiales, grandes poderes económicos inevitablemente tendrán la capacidad para llegar a ser grandes potencias en general (hay todo un espectro), y la extensión en que lleguen a extenderse hasta ser poderes militares plenos “dependerá en un mayor grado de su propia percepción de los intereses nacionales, amenazas, cultura política, y fuerza económica” (p.54) La única estrategia racional a largo plazo, ya que la perpetuidad de la hegemonía o de la primacía es imposible, sería lo que Madeleine Albright llamaba “multilateralismo afirmativo”, o lo que el mismo Haass designa como “el sheriff y los alguaciles”, en donde la aproximación alguacilesca consistiría principalmente en los otros estados más grandes.

Hacia noviembre del 2000. justo antes de que fuera nombrado como cabeza de la planeación política en el Departamento de Estado de Colin Powell, en la administración del presidente George W.Bush, Haass presentó una ponencia en Atlanta titulada “América Imperial”, sobre cómo EEUU podía confeccionar una “política exterior imperial” que diera uso a ese “exceso de poder” para “extender su control” a través de la faz del globo. Aún cuando todavía negaba que una hegemonía duradera fuera posible, Haass declaraba que EEUU podría usar esa oportunidad excepcional de que actualmente disfrutaba para rehacer al mundo a fin de sostener sus objetivos estratégicos globales. Esto significaría intervenciones militares en todo el mundo. “la subextensión imperial, no la sobreextensión”,aseveraba,” de ambas, pareciera ser el peligro más grande”. Hacia el 2002, Haass, hablando sobre una administración que se preparaba a invadir Irak, estaba sosteniendo que un estado fracasado, incapaz de controlar al terrorismo en su propio territorio, ha perdido “las ventajas de la soberanía, incluido el derecho a ser dejado solo en su propio territorio. Otros gobiernos, incluido EEUU, ganan entonces el derecho a intervenir. En el caso del terrorismo esto incluso puede llevar al derecho a la auto-defensa preemptiva y preventiva.” (citado por Michael Hirsch, At War with Ourselves,p. 251).

En Septiembre del 2000, dos meses antes de que Haass hubiera presentado su “Imperial America”, el Proyecto neoconservador por un Nuevo Siglo Americano había producido un informe titulado Rebuilding America's Defenses. confeccionado a pedido de Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, el hermano de George W.Bush, Jeff, y Lewis Libby. El informe declaraba que “al presente, los EEUU no enfrentan a ningún rival global. La gran estrategia de América debe mirara preservar y a extender esta posición ventajosa tan lejos en el futuro como sea posible”. El principal objetivo estratégico de EEUU en el siglo XXI era “preservar la Pax Americana”. Para alcanzar esto era necesario expandir “el perímetro de seguridad americano” mediante el establecimiento de “nuevas bases en ultramar” y posiciones adelantadas en el resto del mundo. Sobre la cuestión del Golfo Pérsico, Rebuilding American Defenses era no menos explícito: “Por décadas EEUU ha buscado jugar un papel en la seguridad regional del Golfo. Dado que el conflicto no resuelto con Irak proporcionaba una justificación inmediata, la necesidad por una sustancial presencia de la fuerza americana en el Golfo trascendía el problema del régimen de Saddam Hussein.”

Por eso, aún antes del 11 de septiembre, la clase dirigente y sus elites en la política exterior (incluyendo esos círculos neoconservadores periféricos) se había movido hacia una política explícita de expansión del imperio americano, tomando ventajas plenas de lo que veían como una ventana limitada abierta por el desaparecimiento de la URSS-y antes de que nuevos rivales a escala pudieran alzarse. Los 1990s vieron que la economía de EEUU , a pesar del relente en la tendencia secular, avanzaba más rápidamente que las de Europa y Japón.. este fue particularmente el caso de los años de burbujas de la última mitad de los 1990s. Las guerras civiles de Yugoslavia demostraban mientras tanto que Europa era incapaz de actuar militarmente sin los EEUU.

De ahí que, hacia fines de los 1990s, las discusiones sobre el imperio americano y el imperialismo proliferaron no tanto en la izquierda como en los círculos liberales y neoconservadores, en donde las ambiciones imperiales eran proclamadas abiertamente. Después de septiembre 2001, la disposición a llevar adelante intervenciones militares masivas para promover la expansión del poder de EEUU, en las que EEUU pondría de nuevo “sus botas en el terreno”, como lo expresara otro cerebro neoconservador, Max Boot, en su libro The Savage Wars of Peace, relacionado con las primeras guerras imperialistas de EEUU, llegó a ser parte del consenso de la clase dirigente. La declaración de la administración, National Security Strategy, trasmitida al Congreso en septiembre del 2002, promovía el principio del ataque preemptivo contra enemigos potenciales y declaraba: “ Los EEUU debe mantener y mantendrá la capacidad para derrotar cualquier intento por un enemigo...por imponer su voluntad sobre EEUU, sus aliados o sus amigos... Nuestras fuerzas serán lo suficientemente fuertes para disuadir a adversarios potenciales de proseguir un rearme en la esperanza de sobrepasar o igualar el poder de los EEUU.”

En At War with Ourselves: Why America is Squandering its Chance to Build a Better World (2003), Michael Hirsh, principal editor para la oficina de Washington del Newsweek presentó el argumento de los políticos liberales de que en tanto es adecuado para los EEUU como poder hegemónico intervenir en lo que se refiere a los estados fracasados, o donde sus intereses vitales están en juego, esto debe ser acompañado con la construcción de nación y con un compromiso por un más amplio multilateralismo. Sin embargo, en la realidad, esto sólo puede ser una “unipolaridad...bien disfrazada de multipolaridad” (p.245) Este no es un debate acerca de si los EEUU debiera extender su imperio, sino más bien sobre si la tentación imperial ha de ser acompañada con una afirmación de responsabilidad imperial, de la manera señalada por Tucker y Hendrickson. Comentando sobre intervenciones constructoras de nación, Hirsh declara: “No hay ningún 'Zar' para los estados fracasados, como lo hay para la seguridad interna o para el combate de las drogas. Quizás debiera haberlo” (p.235)

Lo que se estuvo llamando “intervenciones constructoras de nación”, originalmente rechazada por la administración Bush, ya no está en cuestión. Esto se puede ver en el Council on Foreign Relations, en su unforme Iraq, The Day After, publicado poco antes de la invasión norteamericana, que encomendaba una construcción de nación en Irak. Uno de los miembros del equipo que desarrolló ese informe fue James F.Dobbins, Director del Rand Corporation Center for International Security and Defense Policy, que sirvió como el enviado especial de Clinton durante las intervenciones en Somalia, Haití, Bosnia y Kosovo, y también como enviado especial de la administración Bush que siguieron a la invasión de Afganistán. Dobbins, un abogado de las “intervenciones constructoras de nación”-la diplomacia de la espada-tanto en la administración de Clinton como en la de Bush, declaraba definitivamente en el Council on Foreign Relations, “el debate partidario sobre la construcción de nación ya quedó atrás. Las administraciones de ambos partidos están claramente preparadas para usar las fuerzas militares americanas para reformar a los estados bribones y reparar a las sociedades quebradas” (p.48)

La Teoría de la Intriga y las Realidades Imperiales

Todo esto se relaciona con la pregunta que se hizo Magdoff hace ya más de un tercio de siglo en The Age of Imperialism , y que está más que nunca con nosotros: “¿Es la guerra de Vietnam-preguntaba-parte de un esquema más general y consistente de la política exterior de los EEUU, o es una aberración de un grupo particular de hombres en el poder?” Existe ahora un acuerdo general dentro del mismo establecimiento de que fuerzas objetivas y requerimientos de seguridad están empujando el expansionismo de EEUU, que es en el interés general del alto mando del capitalismo estadounidense que extienda su control sobre el mundo -tan lejos y por el mayor tiempo como sea posible. De acuerdo con el Proyecto por un Nuevo Siglo Americano, Rebuilding America's Defenses, es necesario capturar “el momento unipolar”.

La tendencia muy expandida en la izquierda en los últimos dos años de ver esta nueva expansión imperialista como un proyecto neoconservador que atrae a un pequeño sector de la clase gobernante, no alcanzando siquiera al ala derecha del Partido Republicano - descansando particularmente en los sectores militares y petroleros-es una ilusión peligrosa. Al momento no existe ninguna división seria en el seno de la oligarquía norteamericana ni en el establecimiento de la política exterior, aunque éstas puedan indudablemente desarrollarse en el futuro como un resultado de accidentes en el camino. No existe tal intriga o conspiración, sino un consenso enraizado en las necesidades de la clase dirigente y en la dinámica del imperialismo.

Sin embargo, hay divisiones entre los EEUU y otros estados principales -la rivalidad interimperialista sigue estando en el eje de la rueda imperialista. ¿Cómo podría ser de otra manera si los EEUU está tratando de establecerse como el gobierno mundial subrogante en un orden global imperial? Aunque los EEUU está intentando reafirmar su posición hegemónica en el mundo sigue estando demasiado débil económicamente, en relación a los otros estados capitalistas, de lo que estuvo en el período de la segunda post guerra. “A fines de los 1940s, cuando los EEUU producía el 50% de Producto Bruto mundial”, señalaba James Dobbins en Iraq: The Day After, “era capaz de realizar esas tareas (intervenciones militares, y hasta después de la Guerra Fría, era capaz de liderar grandes coaliciones y compartir más ampliamente la carga de la construcción de naciones. Estados Unidos no puede costear y no necesita ir solo en la construcción de un Irak libre. Y podrá asegurarse más amplias participaciones, sólo si presta atención a las lecciones de los 1990s y a las de los 1940s” (pp.48-49). En otras palabras, la estancada economía norteamericana, a pesar de ganancias relativas a fines de los 1990s, está en una posición económica más débil frente a sus principales competidores de lo que estaba tras la Segunda Guerra Mundial, de modo que el hegemonismo desbocado está más allá de sus medios, y permanece dependiente de las “Coallitions of the willing”.

Al mismo tiempo está claro que en el presente período de imperialismo global hegemónico de los EEUUU, éste busca sobre todo expandir su poder imperial en la mayor extensión posible, subordinando al resto del mundo capitalista a sus intereses. El Golfo Pérsico y la Cuenca de Mar Caspio representan no solamente el bulto de las reservas petroleras mundiales, sino también una proporción rápidamente creciente del total de las reservas, ya que las tasas crecientes de producción disminuyen las reservas en todas partes. Esto ha producido gran parte del estímulo de los Estados Unidos para ganar un mayor control de estos recursos-a expensas de sus rivales presentes o potenciales. Pero las ambiciones imperiales de EEUU no se detienen ahí, ya que se están construyendo sobre ambiciones económicas que no tienen límites. Como señalara Harry Magdoff en 1969, en las páginas finales de su The Age of Imperialism “es un objetivo declarado” de las corporaciones multinacionales “ controlar una gran tajada del mercado mundial como ya lo hacen con el propio mercado de EEUU” , y este hambre por mercados extranjeros persiste en la actualidad. La Wackenhut Corrections Corporation, con sede en Florida, ha ganado privatizadores de prisiones en Australia, el Reino Unido, Sud Africa, Canadá, Nueva Zelanda y las Antillas Holandesas (“Prison Industry Goes Global” fall 2000) La promoción de los intereses corporativos en el exterior es una de las primeras responsabilidades del estado norteamericano. Considérese el caso de Monsanto y de la comida genéticamente modificada, de Microsoft y la propiedad intelectual, de Bechtel y la guerra en Irak. Sería casi imposible exagerar sobre lo peligroso que es para el mundo este expansionismo dual de las corporaciones de EEUU y del estado norteamericano. Como señalara István. Mészáros en Socialism or Barbarism (2001), el intento de EEUU por hacerse del control global, que es inherente en la operación del capitalismo y del imperialismo, está ahora amenazando a la humanidad con “el gobierno extremadamente violento de todo el mundo por un solo país imperialista hegemónico y sobre una base permanente... un modo absurdo e insostenible de dirigir el orden mundial”.

Esta nueva era del imperialismo norteamericano generará sus propias contradicciones, entre otras los intentos de otros poderes mayores por asegurar su influencia, recurriendo a medios beligerantes similares, y a toda suerte de estrategias de parte de estados más débiles y de actores no estatales para librar formas de guerra “asimétricas”. Dada la destructividad sin precedentes de las armas de hoy, que están difundidas en todas partes, las consecuencias para la población mundial podrían ser devastadoras, más allá de todo lo que se haya visto. Más que estar generando una nueva “pax Americana”, los EEUU podría estar pavimentando el camino para un holocausto global.

La más grande esperanza frente a estas horrendas circunstancias reposan sobre la ola ascendente de rebeliones desde abajo, tanto en los EEUU como globalmente. El ascenso del movimiento anti-globalización, que dominó el escenario mundial durante los dos años que siguieron a Seattle (noviembre 1999), fue seguido recientemente en febrero del 2003, en la ola más grande en la historia de la humanidad de protestas contra la guerra. Nunca antes la población mundial se había alzado tan rápidamente y en números tan masivos en el intento de detener una guerra imperialista. La nueva era del imperialismo es también una nueva era de revuelta. El Síndrome Vietnam, que tanto ha inquietado a los planificadores estratégicos del orden imperial durante décadas, ahora parece haber dejado un profundo legado dentro de los EEUU, sólo que ahora se empareja con un Síndrome de Imperio todavía en una escala más global -algo que nadie realmente esperaba. Esto más que ninguna otra cosa hace claro que la estrategia de la clase gobernante norteamericana de expandir el Imperio Americano probablemente en el largo plazo no tenga éxito, y se venga a probar ser su propio extravío---pero no---lo esperamos-el error del mundo.

Notas:

* Este argumento fue sucintamente expresado en Paul Baran and Paul Sweezy's Monopoly Capital (New York: Monthly Review Press, 1966), pp. 183-202.

* www.brook.edu . Para una discusión más detallada del argumento de Haass' en “Imperial America” véase John Bellamy Foster, “Imperial America and War," . Monthly Review, May 2003

*Para un tratamiento de como la intervención de EEUU y la NATO en Yugoslavia puede en términos de un proyecto imperialista más amplio, véase Diana Johnstone, 'Fools Crusade: Yugoslavia, NATO and Western Delusions (New York: Monthly Review Press, 2002).

* István Mészáros, Socialism or Barbarism (New York: Monthly Review Press, 2001).

Trad. De F. García para Globalización. “The New Age of Imperialism”, versión inglesa original: Monthly Review (August 2003)

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