Plan
para extender la hegemonía estadounidense
La
guerra de civilizaciones
Por Thierry
Meyssan (*)
Red Voltaire, París, 07/12/04
La teoría del complot
islámico y del choque de civilizaciones se ha ido elaborando
progresivamente, desde 1990, para proporcionar una ideología de repuesto
al complejo militar e industrial estadounidense después del derrumbe de
la URSS. El orientalista británico Bernard Lewis, el estratega
estadounidense Samuel Huntington y el consultor francés Laurent Murawiec
fueron los principales creadores de esta teoría que permite justificar,
de forma no siempre racional, la cruzada estadounidense por el petróleo.
Los atentados del 11 de
septiembre de 2001, que la administración Bush imputó a un «complot
islamista», fueron interpretados en Estados Unidos y Europa como la
primera manifestación de un «choque de civilizaciones».
El mundo arabo-musulmán
habría entrado así en guerra con el mundo judeocristiano. Dicho
enfrentamiento no podría encontrar más solución que la victoria de uno
en detrimento del otro: triunfo del Islam con la imposición de un
Califato mundial (o sea, de un Imperio islámico) o victoria de los «valores
de Norteamérica» compartidos con un Islam modernizado en un mundo
globalizado.
Una doctrina apocalíptica
La teoría de un complot
islámico y de un choque de civilizaciones propone una explicación
holista del mundo y establece un ordenamiento mundial partir de la
desaparición de la URSS. No existe ya el enfrentamiento este-oeste entre
dos superpotencias con ideologías antagónicas sino una guerra entre dos
civilizaciones, o más bien entre la civilización moderna y una forma
arcaica de barbarie.
Al plantear que el Islam
está en guerra contra los valores de Norteamérica, esta teoría da por
sentado que el Islam no se puede modernizar. Esta cultura no podría ser
disociada de la sociedad árabe del siglo VIIE cuyas estructuras estaría
perpetuando, particularmente el estado de inferioridad de la mujer, y no
concebiría su expansión más que mediante la violencia al estilo de las
guerras del Profeta.
Esta teoría supone también
que «Norteamérica» es portadora de la libertad, la democracia y la
prosperidad, que encarna la modernidad y representa el más alto grado del
progreso, el fin de la Historia.
El 11 de septiembre de
2001 es entonces la primera batalla de esta guerra de civilizaciones, como
Pearl Harbor es -para Estados Unidos- la primera batalla de la Segunda
Guerra Mundial. O sea, esta guerra no se parece a las anteriores.
Durante las dos primeras
guerras mundiales, coaliciones militares se enfrentaban en un combate de
titanes. Durante la guerra fría, los combates militares se limitan a
zonas periféricas o a conflictos de baja intensidad (guerrillas) mientras
que el enfrentamiento central opone ideológicamente a dos superpotencias.
Durante la Cuarta Guerra Mundial que acaba de comenzar, las batalles
militares clásicas desaparecen para dar paso a guerras asimétricas: una
potencia única, líder de todos los Estados, combate contra un terrorismo
no estatal omnipresente.
No se trata, sin embargo,
de una guerra entre el despotismo de Estados y grupos de resistencia sino
más bien, al contrario, de una insurrección de las democracias contra la
tiranía islamista que oprime al mundo arabo musulmán y trata de imponer
el Califato mundial.
Esta lucha entre el Bien
y el Mal tiene su punto de cristalización en Jerusalén. Es allí donde,
después del Armagedón, debe tener lugar el regreso de Cristo que marcará
el triunfo del «destino manifiesto» de Estados Unidos, «única nación
libre de la tierra», encargada por la Divina Providencia de llevar «la
luz del progreso al resto del mundo». A partir de ahí, el apoyo
incondicional a Israel ante el terrorismo islamista es un deber patriótico
y religioso para todo ciudadano estadounidense, aun cuando los judíos
solamente puedan esperar la salvación a través de la conversión al
cristianismo.
Un complejo
Esta exposición de la
teoría de la conspiración islamista y del choque de civilizaciones no es
en lo absoluto exagerada. Es, en cambio, perfectamente fiel a lo que
divulgan los medios de comunicación y los partidos políticos en Estados
Unidos. Uno puede, por supuesto, interrogarse a la vez en cuanto a los
prejuicios que le sirven de base, su coherencia interna y su naturaleza
irracional.
Los conceptos de mundo
arabo-musulmán y de mundo judeocristiano son en sí mismos discutibles.
Originalmente, el término «judeocristiano» no se refiere al conjunto de
judíos y cristianos sino, al contrario, al grupúsculo de los primeros
cristianos cuando eran todavía judíos, antes del momento en que la
Iglesia se separa de la Sinagoga. Pero, al final de los años 60, o sea
después del acercamiento israelo-estadounidense y la Guerra de los Seis Días,
este término adquiere un sentido político. Designa entonces al bloque
atlantista, calificado como Occidente, ante el bloque soviético, llamado
Este.
Se observa aquí un
reciclaje de conceptos. Occidente sigue siendo hoy más o menos lo mismo
que antes mientras que el adversario no es ya el Este sino el Oriente.
Estos conceptos no tienen nada que ver con la geografía o la cultura
sino, únicamente, con la propaganda.
Así, Australia y Japón
son políticamente occidentales, al igual que dos Estados europeos cuya
población es musulmana: Turquía y Bosnia Herzegovina. Allí aparece además
un importante problema: en muchos Estados, y principalmente alrededor del
Mediterráneo, se hace imposible distinguir actualmente la civilización
judeocristiana de la civilización arabo-musulmana.
La guerra de
civilizaciones supone, por tanto, que se susciten guerras civiles para
separar las poblaciones. Desde este punto de vista, una experiencia
exitosa tuvo lugar en Yugoslavia. La lucha por el proyecto de separación
y la realización del mismo implica la liquidación del idealismo laico.
Se hace entonces inevitable, a largo plazo, que la resistencia estructural
más importante dentro del bando «occidental» sea la República Francesa [1].
Por otro lado, el
prejuicio según el cual el Islam es incompatible con la modernidad y la
democracia supone una gran ignorancia. La expresión «mundo arabo-musulmán»
subraya que el Islam es actualmente mucho mas amplio que el mundo árabe
aunque la representación que nos hacemos del mismo no puede ser más
estrecha. Son pocos los estadounidenses que saben que Indonesia es el
primer Estado musulmán del mundo.
¿Puede decirse
razonablemente que Abú Dhabi y Dubai son menos modernos que Kansas? ¿Se
puede afirmar sinceramente que Bahrein es menos democrático que la
Florida? Uno de los mecanismos de este discurso consiste en asociar el
Islam a la Arabia del siglo VIII. Pero, ¿se nos ocurre acaso asimilar el
cristianismo a la Antigüedad del Oriente Medio?
Correlativamente, esta
teoría se basa en la creencia en los «valores de Norteamérica». Y se
trata precisamente de una simple creencia porque ¿cómo es posible tener
en tan alta estima un país cuya constitución no reconoce la soberanía
popular, cuyo gobernante no es elegido sino nombrado, donde la corrupción
de los parlamentarios no está prohibida sino reglamentada, donde pueden
mantenerse incomunicadas las personas que deben ser sometidas a juicio,
que mantiene un campo de concentración en Guantánamo, que practica la
pena de muerte y la tortura, donde los propietarios de los grandes periódicos
reciben semanalmente sus órdenes de la Casa Blanca, que bombardea
poblaciones civiles en Afganistán, que secuestra a un presidente elegido
democráticamente en Haití, que financia mercenarios para derrocar regímenes
democráticos en Venezuela y Cuba, etc?
En fin, esta teoría está
indisolublemente ligada a un pensamiento religioso de carácter apocalíptico.
La revolución norteamericana es un movimiento complejo en el que se
entremezclaron ideologías diferentes. Pero es, en definitiva, un proyecto
religioso lo que sirvió de base a la fundación de Estados Unidos y ese
proyecto religioso es lo que la actual administración dice defender.
El juramento de
fidelidad, en vigor desde la Guerra Fría y actualmente impugnado ante la
Corte Suprema, implica que para ser ciudadano de Estados Unidos hay que
creer en Dios. George W. Bush llegó a la Casa Blanca presentando su fe
cristiana como programa político y ha profesado creencias
fundamentalistas según las cuales la humanidad fue creada hace solamente
unos cuantos miles de años y sin evolución de las especies. Instaló, en
la Casa Blanca, un Buró de iniciativas fundadas en la fe.
El secretario de Justicia
John Ashcroft ha hecho suya la divisa «No tenemos más rey que Jesús».
El secretario de Salud cortó programas profilácticos en nombre de sus
convicciones religiosas. El secretario de Defensa incluyó en las fuerzas
de la Coalición enviadas a Irak misionarios de la Iglesia del pastor
Graham cuya misión consiste en convertir iraquíes.
Se podrían citar más
ejemplos como esos, que nos llevan a preguntarnos razonablemente si
Estados Unidos son en verdad un país moderno, abierto y tolerante o si no
son más bien la encarnación del sectarismo y el arcaísmo.
Origen del concepto
La expresión «choque de
civilizaciones» apareció por primera vez en 1990 en un artículo del
orientalista Bernard Lewis, amablemente intitulado Las raíces de la rabia
musulmana [2]. Aparece
allí el razonamiento según el cual el Islam no da nada bueno y la
amargura que eso provoca en los musulmanes se transforma en furor contra
Occidente. Sin embargo, la victoria está asegurada, al igual que la
libanización del Medio Oriente y el fortalecimiento de Israel.
Bernard Lewis, quien
tiene hoy 88 años, nació en el Reino Unido y se formó como jurista e
islamólogo. Durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en los órganos de
inteligencia militar y en el Buró árabe del ministerio británico de
Relaciones Exteriores. En los años 60, se convirtió en un experto muy
escuchado por el Royal Institute of International Affairs donde se erigió
en gran especialista de la injerencia humanitaria británica en el Imperio
otomano y uno de los últimos defensores del British Empire.
Bajo los auspicios de la
CIA, participó en el Congreso por la libertad de la cultura que le encargó
un libro, El Medio Oriente y Occidente [3].
En 1974, emigró a Estados Unidos. Se hizo profesor en Princeton y adoptó
la ciudadanía estadounidense. Se convirtió pronto en colaborador de
Zbigniew Brzezinski, el consejero de seguridad nacional del presidente
Carter. Juntos concibieron la base teórica del concepto de «arco de
inestabilidad» y planearon la desestabilización del gobierno comunista
en Afganistán.
En Francia, Bernard Lewis
fue miembro de la muy atlantista Fondation Saint-Simon, para la cual
concibió, en 1993, un folleto intitulado Islam y democracia cuya aparición
dio lugar a que fuera entrevistado por diario francés Le Monde. En esa
entrevista, se las arregló para negar el genocidio cometido contra los
armenios, lo cual le costó una condena judicial [4].
Sin embargo, la noción
del choque de civilizaciones evolucionó rápidamente. Pasó de un
discurso neocolonial sobre la supremacía del hombre blanco a la descripción
de un enfrentamiento mundial cuyo resultado es incierto. Esta nueva acepción
se debe al profesor Samuel Huntington quien no es, por cierto, islamólogo
sino estratega. Huntington desarrolla esta teoría en dos artículos -¿El
choque de civilizaciones? y Occidente es único, no universal- y un libro
cuyo título original es Choque de civilizaciones y remodelamiento del
orden mundial [5].
No se trata ya solamente
de luchar contra los musulmanes sino de priorizar esa lucha antes de pasar
a combatir contra el mundo chino. Como en el mito de la fundación de
Roma, Estados Unidos tiene que eliminar a sus adversarios uno a uno para
alcanzar la victoria final.http://www.redvoltaire.net/elements/juegodenaipes/gd/4-coeur.jpg
Samuel Huntington es uno
de los intelectuales más importantes de nuestra época, no porque sus
obras sean rigurosas y brillantes sino porque constituyen el basamento
ideológico del fascismo contemporáneo.
En su primer libro, El
soldado y el Estado, publicado en 1957, trata de demostrar que existe una
casta militar ideológicamente unida mientras que los civiles se mantienen
políticamente divididos [6].
Desarrolla así una concepción de la sociedad en la que se eliminarían
las regulaciones del comercio y el poder político estaría en manos de
los patrones de las multinacionales bajo la tutela de una guardia
pretoriana.
En 1968, publica El orden
político en las sociedades en proceso de cambio, una tesis donde afirma
que los regímenes autoritarios son los únicos capaces de modernizar a
los países del Tercer Mundo [7].
Secretamente, participa en la constitución de un grupo de reflexión que
presenta un informe al candidato a la presidencia, Richard Nixon, sobre la
forma de reforzar las acciones secretas de la CIA [8].
En 1969-70, Henry
Kissinger, quien aprecia su gusto por las acciones secretas, hace que lo
nombren miembro de la Comisión presidencial para el Desarrollo
Internacional [9].
Huntington preconiza un juego dialéctico entre el Departamento de Estado
y las multinacionales: el primero tendrá que ejercer presión sobre los
países en vías de desarrollo para que adopten legislaciones liberales y
renuncien a las nacionalizaciones mientras que las multinacionales deben
transmitir al Departamento de Estado sus conocimientos sobre los países
en los que han logrado establecerse [10].
Se une entonces al Wilson
Center y crea la revista Foreign Policy, En 1974, Henry Kissinger lo hace
miembro de la Comisión de Relaciones EE.UU.-América Latina. Huntington
participa activamente en la entronización de los regímenes de los
generales Augusto Pinochet, en Chile, y Jorge Rafael Videla, en Argentina.
Allí ensaya por vez primera su modelo social y prueba que una economía
sin regulaciones es compatible con una dictadura militar.
Paralelamente, su amigo
Zbigniew Brzezinski lo introduce en un círculo privado: la Comisión
Trilateral. En ella redacta un informe intitulado La crisis de la
democracia [11] en el
que se pronuncia por una sociedad más elitista que restringirá el acceso
a las universidades y la libertad de prensa.
Cuando Jimmy Carter se
deshace de los miembros de las administraciones Nixon y Ford, Brzezinski,
transformado en consejero para la Seguridad Nacional, le tiende la mano a
su amigo Huntington quien logra así permanecer en la Casa Blanca y se
convierte en coordinador de planificación del Consejo de Seguridad
Nacional.
Es durante este período
que Huntington comienza a colaborar estrechamente con Bernard Lewis y
concibe la necesidad de dominar primeramente las zonas petrolíferas del
arco de inestabilidad antes de poder atacar la China comunista. Aunque
esto no se llama todavía «choque de civilizaciones», ya se parece
bastante.
Pero el profesor Samuel
Huntington se ve obligado a afrontar un incómodo escándalo. Se revela
que la CIA le paga por publicar en revistas universitarias artículos que
justifican las acciones secretas como medio de mantener el orden en los países
donde algún dictador amigo muere repentinamente. Cuando el episodio cae
en el olvido, Frank Carlucci lo nombra miembro de la Comisión Conjunta
del Consejo de Seguridad Nacional y el Departamento de Defensa para la
estrategia integrada a largo plazo [12].
Su informe servirá para
justificar el programa de «guerra de las galaxias». El profesor
Huntington es hoy administrador de la Casa de la Libertad (Freedom House),
asociación anticomunista que preside el ex-director de la CIA, James
Woolsey.
Jerusalén y la Meca
La teoría de la guerra
de civilizaciones se cristaliza en las cuestiones religiosas. El control
judeocristiano sobre Jerusalén es un talismán necesario para la victoria
global. Si Occidente perdiera la ciudad santa, perdería su fuerza para
cumplir su destino manifiesto, su misión divina. Recíprocamente, si los
musulmanes perdieran el control de la Meca, su religión se desmoronaría.
Claro, nada de esto es muy racional, pero esas supersticiones están
siempre presentes en la prensa popular estadounidense y forman parte de un
discurso político estructurado.
El 10 de julio de 2002,
Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz convocaron a la reunión trimestral del
Comité Consultivo de la Política de Defensa [13].
Solamente asiste una docena de miembros. Se escucha allí la exposición
de un experto francés de la Rand Corporation, Laurent Murawic, intitulada
Echar de Arabia a los Saud. La conferencia se desarrolla en tres partes
con la proyección de 24 diapositivas. Al principio, Murawiec retoma las
teorías de Bernard Lewis: el mundo árabe está en crisis desde hace dos
siglos. Ha sido incapaz de llevar a cabo tanto su revolución industrial
como su revolución numérica.
Este fracaso suscita una
frustración que se transforma en rabia antioccidental, sobre todo porque
los árabes no saben debatir debido a que en su cultura la única forma de
política es la violencia. Desde ese punto de vista, los atentados del 11
de septiembre no son más que la expresión sintomática de su gran
descontento.
En la segunda parte,
Murawiec describe a la familia real saudita como incapaz de controlar los
acontecimientos. Los Saud han desarrollado el wahabismo en el mundo, para
luchar tanto contra el comunismo como contra la revolución iraní, pero
hoy no controlan ya lo que han creado.
Finalmente, el
conferencista propone una estrategia: los Saud tienen a la vez el petróleo
(al fin llegamos al fondo del asunto), los petrodólares y la custodia de
los lugares sagrados. Son el pilar central y único alrededor del cual se
organiza el mundo arabo-musulmán. Deshaciéndose de ellos, Estados Unidos
puede hacerse del petróleo que necesita para su economía, del dinero
proveniente del petróleo que cometió el error de pagar en el pasado, y
sobre todo de los lugares sagrados, y por consiguiente del control de la
religión musulmana. Y cuando el Islam se haya desmoronado, Israel podrá
anexarse Egipto.
Laurent Murawiec fue
consultante del ministro francés de Defensa Jean-Pierre Chevènement e
impartió cursos en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales (EHESS,
siglas en francés) [14].
Consejero de Lyndon LaRouche durante varios años, lo abandona de pronto y
se une a los neoconservadores. Hoy es experto en el Hudson Institute de
Richard Perle y colabora en el Middle East Forum de Daniel Pipes.
Esta reunión hizo mucho
ruido. El embajador de Arabia Saudita exigió explicaciones y se le pidió
al señor Perle, organizador del encuentro, que fuera más discreto
durante algún tiempo. A Murawiec se le invitó a dejar la Rand
Corporation. En todo caso, la reunión había sido convocada por Rumsfeld
y Wolfowitz con todo conocimiento de causa. Solamente se trataba de un
ensayo para saber hasta donde puede llegar el Pentágono.
Notas:
(*) Thierry
Meyssan: Periodista y escritor, presidente de la Red Voltaire y de
la sección francesa Réseau Voltaire con sede en París, Francia. Es el
autor de La gran impostura y del Pentagate.
[1]
Establecemos aquí una diferencia entre la República Francesa, como idea,
y Francia, como Estado-nación.
[2]
«The Roots of Muslim Rage» por Bernard Lewis, Atlantic Monthly,
septiembre 1990.
[3]
The Middle East and the West, por Bernard Lewis, Weidenfelds &
Nicholson, 1963 (an Encouter Book).
[4]
Ver «Affaire Forum des Associations arméniennes de France & LICRA
contre Bernard Lewis» [Caso Forum de Asociaciones armenias de Francia y
LICRA contra Bernard Lewis], juicio del 21 de diciembre de 1995, 17e
Chambre du TGI de Paris.
[5]
«The Clash of Civilizations?» y «The West Unique, Not Universal»,
Foreign Affairs, 19993 y 1996; The Clash of Civilizations and the Remaking
of World Order, 1996.
[6]
The Soldier and the State por Samuel Huntington, Harvard University Press,
1957.
[7]
Political Order in Changing Societies par Samuel Huntington, Yale
University Press, 1968.
[8]
Estaban en ese grupo Francis M. Baton, Richard M. Bissell jr., Roger D.
Fisher, Samuel Huntington, Lyman Kirkpatrick, Henry Loomis, Max Milliken,
Lucien W. Pye, Edwin O. Reischauer, Adam Yarmolinsky y Franklin Lindsay.
[9]
Presidential Task Force on International Development, presidida por
Rudolph Peterson.
[10]
The United States in Changing Wold Economiy, US Government Printing
Office, 1971.
[11]
The Crisis of Democracy por Crozier, Huntington y Watanuky, New York Press
University, 1975.
[12]
Commission on Integrate Long-Term Strategy. Incluye a Charles M. Herzfeld,
Fred C. Iklé, Albert J. Wohlstetter, Anne Armstrong, Zbigniew Brzezinski,
William P. Clark, W. Graham Claytor, Jr, al general Andrew J. Goodpaster,
al almirante James L. Holloway. III, Samuel P. Huntington, Henry A.
Kissinger, Joshua Lederberg, y los generales Bernard A. Schriever y John
W. Vessey.
[13]
Presidido por Richard Perle, el Defense Policy Board Advisory Committee
comprende a Adelman, Richard V. Allen, Martin Anderson, Gary S. Becker,
Barry M. Blechman, Harold Brown, Eliot Cohen, Devon Cross, Ronald Fogleman,
Thomas S. Foley, Tillie K. Fowler, Newt Gingrich, Gerald Hillman, Charles
A. Horner, Fred C. Ikle, David Jeremiah, Henry Kissinger, William Owens,
J. Danforth Quayle, Henry S. Rowen, James R. Schlesinger, Jack Sheehan,
Kiron Skinner, Walter B. Slocombe, Hal Sonnenfeldt, Terry Teague, Ruth
Wedgwood, Chris Williams, Pete Wilson y R. James Woolsey, Jr.
[14]
Creada después de la Liberación de Francia por inspiración de la CIA,
l’EHESS debía servir de contrapartida al CNRS influenciado por los
comunistas. Todavía hoy, esta Escuela es generosamente financiada por la
Fondation franco-américain (Fundación franco-estadounidense).
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