Entrevista
a Ignacio Ramonet
“La
globalización aspira a que la gente, en definitiva, acepte su propia
esclavitud”
Por
Omar González (*)
Videoteca Contracorriente
Publicado por Rebelión, 05/01/05
Ignacio Ramonet (Redondela,
Galicia, 1943) es doctor en semiología e historia de la cultura, director
de Le Monde Diplomatique, profesor de teoría de la comunicación en la
Universidad Denis Diderot de Paris y uno de los más renombrados e
influyentes especialistas en geopolítica y estrategia internacional a
escala mundial. Es también fundador de la Asociación para la Tasación
de las Transacciones Financieras y la Ayuda a los Ciudadanos (ATTAC), de
Media Watch Global y del Foro Social Mundial de Porto Alegre. Su obra como
ensayista es de obligada referencia en los medios académicos y en el
contexto del pensamiento crítico de la globalización, e incluye títulos
tan importantes como La golosina visual, Marcos, la dignidad rebelde, Un
mundo sin rumbo, La tiranía de la comunicación, Propaganda silenciosa y
La post-televisión. En septiembre de 2004, conversó extensamente para el
proyecto audiovisual Videoteca Contracorriente, un singular fondo de imágenes
y testimonios que auspician la Cinemateca de Cuba y el Instituto Cubano de
Arte e Industria Cinematográficos, que ya cuenta con más de treinta
grabaciones a personalidades de primerísima importancia en el debate
actual de las ideas y el activismo social. A continuación, ofrecemos
algunos momentos de aquella entrevista.
OG:
Al movimiento de la alterglobalización se le acusa de cierto eclecticismo
diletante, de inmovilismo o parálisis, de ser cada vez más impreciso.
Quisiera que usted se refiriera al proceso histórico de estas
alternativas, a su impacto real, a las posibilidades de cambiar el mundo
hacia otro mejor y, en particular, al proyecto de que la próxima edición
del Foro Social Mundial de Porto Alegre se pronuncie por lo que usted
define como un Manifiesto Alternativo, esbozado ya en su articulo
“Resistir”, publicado en numerosos medios de comunicación hace pocas
semanas.
IR:
Sí, nosotros habíamos propuesto este eslogan de “otro mundo es
posible”, y de ahí surge la palabra altermundialización. En realidad,
todo este movimiento se produce a mediados de los años 90, cuando de una
manera clara parece que hay una nueva fuerza, una nueva dinámica que está
dominando la vida internacional. Cuando aún no había una conciencia
clara de las características de esa dinámica. Es decir, un poco como
cuando alguien está enfermo y sabe exactamente de qué sufre, pero no
sabe cómo se llama la enfermedad y qué es lo que la ha causado.
Entonces, en un primer momento, digamos a partir de 1995, nosotros
empezamos a movilizar a una serie de intelectuales, de pensadores,
periodistas, también profesores, en torno a Le Monde Diplomatique,
nuestro periódico, para tratar de identificar las características de lo
que llamamos hoy globalización, pero que no sabíamos cómo se llamaba en
aquella época, pues una cosa que se ha olvidado es que no tenía nombre
hace diez años. Era un fenómeno que se explicaba, pero que, en
definitiva, ni siquiera se sabía nombrar y, evidentemente, si no se sabe
nombrar algo es mucho más difícil poder describirlo, poder identificarlo
y poder combatirlo; en fin, poder criticarlo.
La
primera fase fue identificar el fenómeno, describirlo como haría un
naturalista de las ciencias de la observación, y la pura descripción ya
era una manera de desencadenar una reflexión diferente.
La
segunda fase fue de crítica de esta globalización. Nosotros habíamos
creado una organización, Attac, con la idea de que era posible frenar el
fenómeno movilizándose; tener unas cuantas ideas que permitieran atacar
el corazón de su motor. El motor de la globalización es la transformación
de la economía en una economía financiera, el capitalismo financiero,
diferente del capitalismo industrial. De lo que se trataba era de cómo
nosotros podíamos, recuperando la idea de James Tobin, crear, meter un
granito de arena que hiciese que los engranajes del motor se ralentizacen.
Así fue como surgió Attac. Luego, en Seattle, comienzan las grandes
protestas contra instituciones que hasta entonces eran poco conocidas del
gran público, y que se beneficiaban, al ser muy técnicas, de la discreción
de mantenerse fuera de la visibilidad mediática. Por ejemplo, la
Organización Mundial del Comercio (OMC), que únicamente unos pocos técnicos
identificaban, pero el gran público no sabía lo que era. Hay organismos
más conocidos, sobre todo en América Latina, como el Fondo Monetario
Internacional o el Banco Mundial, pero que, a pesar de todo, tampoco se
sabe cómo funcionan.
Lo
que tuvo de interesante aquella primera protesta en Seattle fue que se
hizo contra una cumbre de la OMC. Fue una manera de mostrar que las
decisiones capitales para el mundo de hoy no las toman los gobiernos, sino
instituciones que no se conocen en definitiva. Eso confirmaba lo que
nosotros veníamos diciendo hacía tiempo, que la globalización
significaba, sencillamente, que había ahora por encima de los gobiernos
una especie de gobierno supranacional, el del Fondo Monetario, el Banco
Mundial, la Organización Mundial del Comercio, la OCDE. Estas
instituciones son verdaderamente las que dictan, marcan, determinan el
cuadro y el fenómeno. De ahí que Seattle fuera un modo de popularizar la
protesta, que luego se multiplicó rápidamente.
La
tercera fase estuvo determinada por el hecho cierto de que, en la medida
en que la globalización se multiplicó, las protestas también se
multiplicaron. Tuvieron lugar enormes manifestaciones de masas contra esta
situación, incluso con actos de violencia en Gotemburgo o en Florencia,
donde hubo el primer muerto de la alterglobalización, o en Québec, donde
se militariza la forma de enfrentar estas concentraciones. Era necesario
responder a la crítica que empezaba a hacerse, en el sentido de que la
alterglobalización sólo sabía protestar. Bueno, se criticaba a la
globalización, sí, pero solo eso; que en realidad la alterglobalización
no se proponía nada nuevo. Ahí fue, a ciencia cierta que surgió esta
tercera fase, la idea de que era preciso pasar de la protesta a otras
formas de lucha.
En
ese momento, en Porto Alegre había una experiencia municipal muy
original: el Partido de los Trabajadores gobernaba en la ciudad desde hacía
prácticamente un decenio, había puesto en práctica el presupuesto
participativo y había creado un tipo de gobierno que asociaba la población
a la gestión de la ciudad. A nosotros nos parecía que Porto Alegre, por
eso, era un poco emblemática. Primero, que fuera una ciudad del Sur y,
después, que fuera una ciudad con la experiencia de una democracia de
nuevo tipo. Otra idea también determinante fue la de hacer el Foro Social
de manera simétrica al Foro Económico Mundial que tenía lugar en Davos.
Le llamamos Foro Social como respuesta al Foro Económico, sin perder de
vista que, al hacerlo al mismo tiempo, obligábamos en cierta medida a los
dirigentes, a los periodistas, a escoger: iban a escuchar a los amos del
planeta o venían a oír a las gentes del mundo. La idea era esa, que el
Foro fuera la alternativa, un poco la primera asamblea planetaria de la
humanidad, donde las gentes representadas por asociaciones, sindicatos,
grupos de acción, etcétera, y no los gobiernos y los Estados que forman
parte de la ONU, vinieran, se congregaran y denunciaran su experiencia de
una vida sometida a la presión de la globalización.
El
Foro empezó a funcionar a partir del 2001 con un gran éxito, y también
en la perspectiva de que no sólo había que venir a decir cómo la
globalización afectaba y afecta nuestras vidas, sino qué tipo de
soluciones habíamos encontrado contra ella: los mineros bolivianos, las
mujeres africanas, los campesinos indios. Que se constituyese allí una
especie de catálogo de las iniciativas surgidas de la base, que han
podido, que pueden frenar la globalización.
Con
estas tres fases teníamos ya una identificación muy seria del fenómeno,
una práctica de la protesta, que se había extendido de manera
planetaria, y una especie de centro-laboratorio de reflexión sobre los
pasos a seguir: el embrión de lo que podría ser un catálogo de cambios
necesarios para humanizar la globalización, o para destruirla, excluyendo
la violencia en cualquier caso.
Este
año, efectivamente, el Foro regresa a Porto Alegre, después de haber ido
a Bombay el año pasado. Y está el propósito de que aprobemos el
Manifiesto Alternativo que usted ha señalado.
OG:
¿Qué tal fue la experiencia de Bombay?
IR:
Yo diría que fue muy interesante, porque es una manera de mostrar que el
Foro no es la propiedad de un continente o de un país, sino una
experiencia planetaria, una forma también de hacer que las masas...
OG:
Pero tengo la impresión de que tuvo mucha menos repercusión que cuando
ha sesionado en Porto Alegre.
IR:
Personalmente, yo era partidario de que el Foro se mantuviese en Porto
Alegre, pues se había creado una suerte de marca. Porto Alegre tenía una
significación en sí y, además de una ciudad, significaba un movimiento.
Pero hay que aceptar la idea de que mantener el Foro permanentemente en un
solo lugar, es también una manera fragmentaria y definitiva de ver el fenómeno
de la alterglobalización, y que al transferirlo a Bombay el objetivo era
que aquellas áreas --en particular de Asia, con toda su capacidad de
protesta contra las injusticias--, se sumasen al fenómeno, a la crítica
de la globalización. Hay que darse cuenta también de que al hacerlo
durante tres años en Porto Alegre, de hecho, se había sumado prácticamente
a toda América Latina a la protesta, digamos a las organizaciones que se
habían movilizado, a una gran parte de Europa, una parte importante de
Estados Unidos, pero muy poca gente de África y Asia y, por consiguiente,
era necesario que hubiese este desplazamiento. En buena medida, el de
Bombay fue sobre todo un Foro Social indio, sólo que no se puede perder
de vista que India es la sexta parte de la humanidad. Son mas de mil
millones de habitantes con inmensos problemas, y el hecho de que la mayoría
de los sindicatos, las asociaciones, los grupos de acción, los activistas
de toda India viniesen a Bombay, se encontrasen entre ellos, viesen la
capacidad que tenían y tienen de protestar y se articulasen con todos los
que estaban allí presentes, que provenían de América Latina, Europa, América
del Norte, África, fue muy importante para la alterglobalización y para
la India específicamente.
Es
una manera de darse cuenta de que el fenómeno de la protesta, igual que
el de la globalización, es planetario, de que la alterglobalización
tiene que ser necesariamente planetaria. Este año, cuando regresa a Porto
Alegre, la idea es que se consiga ese Manifiesto Alternativo, que logremos
lo que el movimiento necesita hoy: un programa de acción, y que desde Japón
hasta California, de Noruega hasta Tierra de Fuego, todo el mundo lo
defienda y sustente, independientemente de las características de cada
grupo. En fin, cuáles son las quince, veinte medidas que pueden ser
asumidas de este modo, entre las que estarían la supresión de la deuda,
la instauración de una tasa internacional, la formulación de un
protocolo a favor del agua potable; en fin, una serie de objetivos que nos
permitan alcanzar un consenso masivo en aras de conseguir soluciones que sí
pueden cambiar, concretamente, el mundo hoy.
OG:
Como parte de la alterglobalización ha surgido una panoplia de medios
alternativos. ¿Cómo valora usted la eficacia de estos medios y la
construcción de redes que interactúen y aporten mayor coherencia y
unidad al movimiento?.
IR:
Nosotros no hubiésemos podido organizar movimientos de tal amplitud y tal
fuerza sin recurrir a los medios alternativos, a las redes que Internet
permite, y no sólo Internet, porque en América Latina, por ejemplo, las
radios comunitarias desempeñan un papel crucial. La radio permite
movilizar a mucha gente que, incluso, no tiene acceso a Internet. Por otra
parte, nosotros también pensamos que siguen siendo insustituibles los
encuentros personales, los mítines, las conferencias, los debates en público.
Pero, evidentemente, si no hubiese existido el correo electrónico, si no
hubiese habido la posibilidad de crear sitios de Internet que
repercutieran, extendieran consignas, información, documentos, y que
permitieran la movilización nacional e internacional, esto no se hubiese
logrado. Nosotros nos dimos cuenta cuando empezamos a reflexionar sobre cómo
lanzar el primer Foro Social Mundial, que no tenía, lógicamente, ninguna
tradición. Cuando apenas era una idea. ¿Por qué la gente iba a ir a
Porto Alegre? ¿Para ver qué? Fue muy importante crear un portal en
Internet, generar información, alimentarla sistemáticamente y hacer que
las redes se empezaran a instalar. Desde luego, hay que decir también que
este aspecto muy positivo de la organización no está reñido con
defectos e inconvenientes, pues muchas de las informaciones que circulan
por esas redes no siempre son confiables. Ya se sabe que la información
es sobreabundante en la Red; es muy difícil saber si lo que yo estoy
recibiendo aleatoriamente por Internet, tiene una mínima garantía de
veracidad, si no se trata de elementos paranoicos en términos de teoría
del complot. Lo que quiero decir es que, en los propios medios que
critican a la globalización, a veces se colocan informaciones muy dogmáticas,
muy elementales, maniqueas, y no siempre esto es favorable. Lo que sigue
siendo positivo es que enfrentemos la realidad muy concretamente, que la
conozcamos tal como es.
OG:
Pero, como Usted señalaba a propósito de la radio comunitaria, todavía
Internet y otros medios, incluso alternativos, están determinados por quién
tiene acceso. Su alcance sigue siendo, aunque no lo parezca, muy limitado.
IR:
Claro, sabemos, por ejemplo, que menos del 2% de los usuarios de Internet
están en África, que hay muy pocas posibilidades en América Latina. Eso
representa, aproximadamente, el 5,5% de los usuarios. Más del 75% de los
usuarios de Internet están en los tres polos de desarrollo del mundo: América
del Norte, Unión Europea y Japón, Taiwán y Corea del Sur. Fuera de esos
tres polos hay muy pocas oportunidades. Esta es la cruda realidad.
OG:
Ud. mencionó África, ¿cómo se expresa el movimiento de la
alterglobalización en ese continente?.
IR:
Bueno, curiosamente, en África existe un potencial muy importante. En
2003 yo estuve en el Foro Social del Algodón, que se organizó en Bamako,
la capital de Malí. En África han tenido lugar otros foros sociales.
Hubo uno en Addis Abeba, otro en Dakar, y la idea es que el año próximo,
en la medida en que estos foros sociales ahora son pendulares --un año en
Porto Alegre, el siguiente en otro lugar del mundo y luego nuevamente en
Porto Alegre--, la idea es, repito, que en el 2006 el Foro Social se
realice en un país africano. No sabemos aún en cuál, si es del África
negra, del Sur, del Norte. Hay una discusión en este momento, pero lo que
sí está claro es que tendrá lugar en África, porque, evidentemente, es
donde existen las situaciones más contrastadas del mundo hoy día, donde
las injusticias son más ostensibles e impactantes.
OG:
Sería fundamental, porque África es frecuentemente olvidada por una
parte de la izquierda, que no la incluye en su discurso, que no la conoce
y, por lo mismo, apenas la toma en cuenta o distorsiona su realidad.
Pasando a otro tema, ¿qué espacio ocupa la cultura, el arte, en este
movimiento?.
IR:
Es un movimiento que siempre le ha concedido a la cultura un espacio
importante, porque, aunque las cuestiones económicas, las cuestiones
sociales son capitales, la cultura hoy es parte de la economía. Hay que
ver que todo lo que es cultura de masas, del ocio, el consumo de información,
en fin, lo que llamamos cultura, cada vez tiene menos que ver con el
sentido histórico de la sabiduría, de lo clásico. Hoy día la cultura
es esencialmente el gran consumo de los medios masivos de comunicación, y
nos encontramos que cultura y comunicación están muy mezcladas porque se
consumen por los mismos medios, cuyos grandes dueños son también los dueños
de las corporaciones de la cultura de masas. Entonces, esta dimensión se
hace muy presente en todo este movimiento de la alterglobalización, con
la idea de que, precisamente, es necesario defender las identidades
culturales de los pueblos, las lenguas, la cultura en el sentido etnográfico
de la palabra. Por ejemplo, en América Latina todo el movimiento
indigenista forma parte de esta preocupación de que las culturas, aún
minoritarias, sean preservadas, pero también con la idea de que la
verdadera comunicación prevalezca. Que no seamos informados
exclusivamente por aquellos que tienen interés mas bien en
desinformarnos, sin espacio para la diversidad o las alternativas, sin
libertad verdadera. Esta es una preocupación esencial en nuestro tiempo.
OG:
Llegamos a la idea del pensamiento único, muy desarrollada por usted.
IR:
En aquella fase en la que estábamos tratando de identificar, digamos, cuáles
eran las características del adversario, yo había propuesto que se le
llamase a eso “pensamiento único”. La expresión tuvo una cierta
buena acogida. En realidad, el pensamiento único es lo que llamamos hoy
la globalización. Esta idea de que solo existe una manera buena de
pensar, una manera útil de pensar, una manera práctica de pensar, una
manera moderna de pensar, y que esa manera buena, útil, práctica y
moderna de pensar consiste en aceptar el catálogo de las ideas de la
globalización en la economía, en el trabajo y en la vida cotidiana.
OG:
Se correspondería con un actuar único.
IR:
Efectivamente, un actuar único. Algunos han llamado a esto el Consenso de
Washington. Eso sería, en definitiva, el pensamiento único. La
globalización es la globalización de este tipo de cultura también.
OG:
Pero el imperialismo, sin que esto sea nuevo en su repertorio, es cada vez
más brutal en su agresividad, y los pueblos viven una situación
desesperada. ¿Usted descarta en todos los casos el uso de la violencia
revolucionaria?.
IR:
Yo pienso que la globalización hasta ahora avanzaba en dos frentes: uno,
digamos, económico, con la idea de imponer en cualquier país un único método
de funcionar, es decir, abriendo las fronteras, instaurando
privatizaciones, reduciendo el presupuesto del Estado, suprimiendo todo lo
que sea sector público a favor del sector privado, todo lo que sea el
Estado en favor del mercado, todo lo que es colectivo en favor de lo
individual. Este es el enfrentamiento en el escenario económico, y, prácticamente,
hay muy pocos gobiernos en el mundo que han resistido. Luego estaría el
segundo frente, la idea de que hay que persuadirse y hay que persuadir que
este método es el bueno. Porque a lo que aspira el pensamiento único es
a conseguir que la gente, en definitiva, acepte su propia esclavitud. Tal
es el proyecto: cómo hacer que una persona consienta voluntariamente y
participe de su propia explotación y que, además, piense que es feliz.
Efectivamente, esta es la idea. Este segundo frente es el mediático o
ideológico. La campaña consiste en transformar lo que llamamos
globalización en un fenómeno que ellos llaman de modernización: donde
todo el que piense de otra manera es arcaico, pues estaría recurriendo a
soluciones que han fracasado. Lo que tendría sentido, siguiendo esta lógica
del sometimiento, es esa versión “moderna” de la economía. Los
medios de comunicación venden esta idea a escala planetaria, la hacen
avanzar a todo nivel.
A
partir del 11 de septiembre de 2001, se abrió un tercer frente, el
militar. De hecho, el núcleo central de la globalización --en particular
Estados Unidos, y también Gran Bretaña y los países que ahora están en
Irak--, ha dicho: es necesario que la globalización se dote de un brazo
armado, porque ya no basta con la persuasión ideológica, hay que tener
un brazo armado, hay una forma de guerra para lograr establecer la
globalización. Aunque, evidentemente, no se dice que este es el objetivo,
sino “combatir el terrorismo”, “luchar contra las armas de destrucción
masiva”, etcétera. Pero no podemos dejar de observar que también está
el que esos países se rindan y acepten el fenómeno de la globalización
por cualquier vía. Ahí donde se puede producir, donde ha surgido esta
hiperviolencia por ambas partes, ha surgido, desde luego, el
hiperterrorismo, que no sé si se podría calificar de violencia
revolucionaria. Evidentemente, yo no lo calificaría de violencia
revolucionaria.
OG:
De ninguna manera. Pero se da también una resistencia, que no debería
confundirse con el terrorismo; por ejemplo, en Irak.
IR:
Sí, desde luego, pero está la hiperviolencia de la hiperpotencia, con la
guerra preventiva o la destrucción, digamos, de los objetivos civiles, en
una perspectiva de guerra total. Ante esta realidad, un movimiento como el
de la alterglobalización, está convencido de que hoy día nuestras
sociedades, en todo caso muchos países, no están dispuestos a adoptar la
violencia como un medio de transformar el mundo, porque quienes están
usando la violencia --la red Al-Qaeda, los Estados Unidos--, son modelos
contrarios. Es precisamente lo que no hay que hacer.
Por
otra parte, la resistencia es todavía muy difícil de distinguir, tiene
de todo. Es muy difícil para un observador establecer la diferencia entre
una resistencia de carácter nacionalista y una resistencia que se sume al
movimiento de lo que es el islamismo radical.
El
fenómeno es muy diferente hoy a como era hace dos siglos e, incluso, a
como era hace unas décadas. El islamismo radical no tiene un objetivo
explícitamente de carácter social, sino de carácter mesiánico, muy
diferente al del marxismo e, incluso, al del nacionalismo. Esto a pesar de
que en algunos países pueden darse alianzas coyunturales.
OG:
Ahora quisiera proponerle tocar el tema de Cuba. Usted tiene nexos de muy
larga data con nuestro país, con la Revolución y con nuestra cultura. ¿Cómo
se da esa relación, a partir de qué motivaciones?.
IR:
Bueno, yo creo que es bastante sencillo. La mayoría de las personas de mi
generación se interesaron por razones biográficas en la Revolución
cubana. Hay que darse cuenta de que, cuando la revolución se produce, en
1959, en particular en los años que la preceden, curiosamente el fenómeno
que se da aquí es un fenómeno muy original. ¿Qué era Fidel Castro, por
ejemplo, en 1957 o 1958? Bueno, es muy difícil de comparar. Estamos ante
una figura particular de la vida política y revolucionaria contemporánea,
un fenómeno que salía de las rigideces de la Guerra Fría. Tal vez lo
podríamos comparar con lo que significa en estos últimos años alguien
como el subcomandante Marcos, es decir, alguien que inmediatamente atrajo
la simpatía de todos aquellos que no querían verse prisioneros de la
alternativa que imponía la Guerra Fría al final de los años cincuenta.
No
nos olvidemos que este fenómeno revolucionario se hace contra una
dictadura que tenía una imagen absolutamente espantosa a escala
internacional, ni que la prensa norteamericana tuvo una gran importancia
en la popularización de aquella lucha. La entrevista de Fidel Castro con
Herbert Matthews, aparecida en el New York Times, logró una enorme
repercusión a escala internacional, al presentar a los que entonces
llamaban “los barbudos” como una especie de Robin de los Bosques, cuyo
método era muy diferente al del uso de la violencia, pues se trataba de
una violencia que no tocaba nunca a los civiles, un uso de la violencia
exclusivamente reservado al enfrentamiento con el adversario militar, con
una gran generosidad con respecto a los prisioneros, a los adversarios, un
gran respeto por el campesinado, en la medida de que todo lo que se consumía
se pagaba, entre otras características muy especificas.
Toda
esta ética del comportamiento revolucionario, cuando la comparamos con lo
que ocurre hoy, con los degüellos en público, los atentados contra
inocentes, la toma de rehenes en las escuelas, es radicalmente opuesta.
Estamos hablando de un uso de la violencia política con una voluntad, en
definitiva, de que no se salga de los límites del enfrentamiento, y que
en ningún caso toque a la sociedad, como ocurre hoy en varios lugares del
mundo. Evidentemente, esto solo podía interesar a muchas personas de mi
generación. Yo tenía en aquella época unos 15 años, era un
adolescente; entonces, el interés por la revolución era muy generalizado
y, además, esta revolución inmediatamente se planteó proyectos que
aparecían como muy generosos: la alfabetización, un proyecto que
inmediatamente adhiere; la reforma agraria, sabiendo lo que eran los
campesinos y la situación del campesinado no sólo aquí, sino en el
resto del mundo.
Usted
me recordaba antes de la entrevista que yo viví en Marruecos; bien, la
colonización termina allí en 1956, en un momento en que empieza aquí la
lucha. Ese mismo año ocurre el desembarco del Granma en el Oriente
cubano. Por consiguiente, en nosotros estaba la idea de que un país no es
soberano sólo porque alcanza la independencia, sino cuando sus habitantes
disponen de soberanía y no están sometidos a algún tipo de feudalidad.
Esta es una idea que la Revolución cubana empieza a fomentar, o sea, una
gran reflexión teórica sobre su propia acción, en particular por parte
de Fidel, y también el Che Guevara, con lo que esto significaba de
capacidad para extender este modelo a otros lugares. Es una época en la
que hay muchas guerrillas, no sólo en América Latina, sino también en
África, pues África se estaba liberando en ese mismo momento: finales de
los años cincuenta, principios de los sesenta.
Es
también el momento de Bandung, y de los años que siguen a Bandung y, por
lo mismo, yo diría que era y es muy normal interesarse por una revolución
que, en definitiva, se ha mantenido bastante fiel a su proyecto inicial.
Se ha mantenido fiel a pesar del período de alianza con la Unión Soviética,
que le era indispensable para sobrevivir. En algunos momentos temimos que
el modelo rígido, carente de imaginación política, de imaginación en
todos los sentidos, que se había creado en la Unión Soviética, pudiese
establecerse aquí. Hubo momentos de bifurcaciones, donde se podía haber
tomado la mala bifurcación, y no se tomó. Aquí, por ejemplo, en términos
culturales, nunca se acogió con beneplácito el realismo socialista.
En
resumen, quiero decir que me parece que este interés que yo puedo tener
por la Revolución cubana es semejante al que tienen decenas y decenas de
intelectuales en América Latina --mucho, probablemente más que en otros
continentes--, y que es significativo y característico de la generación
a que yo pertenezco.
OG:
Hoy advertimos en América Latina una situación diferente a la de 1959.¿Qué
opina usted del proceso político y social que tiene lugar en Venezuela?.
IR:
Es muy interesante, sobre todo porque es un fenómeno que nos obliga a
reflexionar sobre los límites de una democracia política. ¿Qué es lo
que ocurre en América Latina a finales de los años ochenta? Globalmente,
empiezan a desaparecer las dictaduras militares que habían marcado los
veinte años precedentes del continente, y las sociedades latinoamericanas
acogen con alivio, al igual que el mundo entero, la desaparición de esos
regímenes espantosos que se habían caracterizado por la represión, la
tortura, la destrucción de una gran parte de la intelectualidad, bien por
la desaparición física o mediante la emigración. Pero en cuanto esos
gobiernos democráticos empiezan a gobernar, aceptan con los brazos
abiertos las “soluciones” de la globalización, comienzan a privatizar
masivamente, a aplicar las recetas del Fondo Monetario Internacional, y
con el tiempo ocurre lo que estamos viendo en este momento: una
insatisfacción profunda de las sociedades, que consideran que la
democracia no cumple sus promesas.
La
democracia no es sólo la posibilidad de elegir entre un partido u otro,
de participar de las libertades civiles; se supone que debe ser también
la voluntad de crear una sociedad más justa, de distribuir mejor la
riqueza, sin polarizar, y, por consiguiente, de permitir que haya también
democracia económica, que haya democracia social, que haya democracia
cultural. Estos tres aspectos no se han producido, y estamos viendo en América
Latina cómo, espontáneamente, la gente hoy día se subleva para pedir la
destitución de un presidente. En Perú, por ejemplo, con Fujimori; en
Bolivia, con Sánchez Losada; en Argentina, con De la Rúa. Entonces, en
Venezuela, curiosamente el fenómeno se produce antes, porque no había
una experiencia dictatorial sino muy anterior, que termina en 1957 con la
caída de Pérez Jiménez, mucho antes del ciclo de los dictadores
militares latinoamericanos. Había, digamos, una profundidad democrática
de mayor calado que en otros países de la región. Sin embargo, esa
profundidad democrática se manifiesta con la alternativa en el poder de
dos partidos, el socialdemócrata y el democratacristiano.
OG:
Cual de ellos más corrupto...
IR:
Bueno, cual más corrupto. Y se produce una especie de gobierno de una
pequeña minoría que se aprovecha de las riquezas extraordinarias del país.
Cuando un dirigente socialdemócrata tan importante como Carlos Andrés Pérez,
aplica una terapia de choque semejante a la que va a hacer Fujimori poco
después, sobreviene una especie de hartura social, que no es más que lo
visto en Argentina contra Menem. Y en el caso de Venezuela, ese movimiento
es, además, reprimido brutalmente. Durante el Caracazo se estima que hubo
dos mil muertos. Oficialmente, verá que se habla de doscientos o
trescientos, pero se piensa que hubo muchos más. Esto creó una situación
en la que aparece un movimiento que va a pensar en cuál es la solución
del problema. Inicialmente encontró una solución de carácter radical,
y, después, en las elecciones de 1998, prevaleció la voluntad de cambiar
mediante las urnas a las élites políticas que habían desgobernado ese
país durante décadas. Así llega Chávez al poder, y se convierte en una
de las primeras expresiones políticas de la alterglobalización en
marcha.
¿Cómo
se expresa políticamente la alterglobalización? Primero fue el
subcomandante Marcos, cuando ocupa San Cristóbal de las Casas el primero
de enero de 1994 y pronuncia una declaración contra la entrada en vigor
del Tratado de Libre Comercio norteamericano. Esta fue la primera
manifestación concreta de la alterglobalización en política. La segunda
es la toma del poder por Chávez. Estructuralmente, él está participando
en cómo detener los estragos de la globalización --el problema que nos
planteamos nosotros hoy día--, pero llega con un programa que es de
transformación social moderada, al que llama Revolución Bolivariana, ya
que se trata de una revolución evidentemente. Darles conocimiento escolar
a los niños, cuidados médicos a las personas, alimentación, hacer una
reforma agraria. Es una revolución, y Chávez y su proyecto son una
manera, yo diría relativamente concreta, de mostrar lo que se puede
hacer. No todo se puede hacer, desde luego. Hay que tener en cuenta que la
economía puede mantener una parte articulada al mundo capitalista
dominante, pero también hay que considerar que en dominios fundamentales,
como son la educación, la salud, la reforma agraria, la introducción del
microcrédito, el respeto a las identidades, minoritarias, entre otros, es
posible avanzar. El hecho de haber establecido, por ejemplo, una minoría
obligatoria en el parlamento, que represente a los pueblos primeros de
Venezuela, se puede hacer con un poco de voluntad política y de manera
totalmente democrática.
El
presidente Chávez ha demostrado que cada vez que ha habido una etapa
electoral, él ha ganado las elecciones, y ha evidenciado, de manera muy
limpia, que esa es la política que respalda la mayoría de la población
venezolana.
OG:
¿Qué piensa usted de la conducta de algunos intelectuales con relación
a los procesos políticos que se suceden en el Tercer Mundo? Me refiero a
ciertas posturas cardenalicias o a otras propias de un jacobinismo
trasnochado, que se ve obligado a definir santo, seña, pasado, presente y
futuro de esos procesos, o a estigmatizarlos, como si se tratara de una
tarea adánica ineludible.
IR:
Bueno, yo pienso, por una parte, que las sociedades ya no están
dispuestas a aceptar como una palabra de evangelio las posiciones de
muchos intelectuales, porque más de una vez se han equivocado. Lo hemos
visto recientemente con la guerra de Irak, donde ha habido intelectuales,
en Francia, en Estados Unidos, a favor de la guerra (y otros en contra,
claro está), pero hemos visto como algunos se han equivocado sistemáticamente.
De hecho, el intelectual está hoy en una posición muy inconfortable. No
hay la unanimidad que pudo existir con respecto a inmensas figuras de
otros tiempos, como Sartre, en la propia Francia; personalidades como
Arthur Miller y Norman Mailer, en Estados Unidos, durante la época de la
guerra de Vietnam. Hoy es una situación más pragmática, lo que hace que
esas posiciones sean más difíciles de identificar y que, como
consecuencia de la globalización, los intelectuales que más referencia
alcanzan sean los norteamericanos. Michael Moore es una referencia
universal, por ejemplo. O Chomsky, de quien apreciamos, obviamente, todos
sus trabajos, pero él es más que nada una consecuencia, es una
referencia solo para una parte, porque en los propios Estados Unidos es
muy atacado, absolutamente atacado y considerado por el establecimiento
intelectual como una especie de marginal, mientras que para amplios
sectores intelectuales a través del mundo es el de mayor referencia en
muchos aspectos.
Quiero
decir, por último, que esta situación se ha confundido bastante y que
los intelectuales son patrimonio también de la derecha. El presidente
Bush y su equipo, por ejemplo, disponen de un grupo de intelectuales
neoconservadores que han creado una nueva doctrina reaccionaria. Son los
teóricos de lo que habría que llamar La Reacción, y quienes,
inobjetablemente, han producido una doctrina, apoyándose en antecedentes,
en referencias filosóficas y culturales.
Se
trata de intelectuales que en un momento dado pudieron ser de izquierda y
que están ahora en el entorno del presidente Bush. Esta doctrina se ha
extendido, y hay ingleses, alemanes, franceses, italianos, españoles que
participan en la producción de esas ideas.
OG:
Además de lo que nos ha contado, ¿qué está haciendo Ignacio Ramonet
ahora? ¿Qué escribe?.
IR:
Bueno, primero, estoy haciendo mi periódico, que me ocupa todos los días,
todos los días absolutamente. Segundo, estoy terminando un libro sobre la
guerra de Irak, que se titula Irak, historia de un desastre. En este
momento estoy dándole los últimos retoques. Trata un poco de cómo se
gestó la intervención, qué características tiene, qué es lo que está
pasando en definitiva en ese país. Estoy trabajando también en un libro
que podríamos llamar El libro negro del imperialismo norteamericano: cuáles
son las intervenciones militares que ha habido desde el siglo XIX hasta
hoy, cuáles son los desastres provocados en no pocos países. Se ha dicho
con razón que la Unión Soviética cometió errores gravísimos, pero
quizás no se recuerdan suficientemente los crímenes del imperialismo, en
particular los del período colonial. También quiero terminar un libro de
conversaciones con Fidel Castro, en el que estoy trabajando desde hace dos
años, y que tuvo su expresión audiovisual en la serie Moi, Fidel Castro,
realizada por Axel Ramonet y difundida en Francia. Estarían, por último,
los artículos y conferencias que debo escribir e impartir a menudo, a
veces en lugares muy distantes unos de otros. Así, más o menos,
transcurre mi vida cotidiana. Sin tiempo para el aburrimiento.
(*)
Escritor y periodista cubano.
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