Mitos del excepcionalismo
norteamericano
Por
Howard Zinn (*)
The
Boston Review / La Jornada /
Traducción de Ramón Vera
Herrera
Reproducido por IAR–Noticias,
29/08/05
Después de la desintegración
de la Unión Soviética y el fin de la guerra fría, el terrorismo remplazó
al comunismo como justificativo para la expansión. Era real el
terrorismo, pero su amenaza se magnificó al punto de la histeria y
permitió excesivas acciones militares en el exterior y la restricción de
las libertades civiles en casa.
La idea de un excepcionalismo norteamericano
persistió en la declaración del primer presidente Bush, que extendía la
predicción de Henry Luce diciendo que la nación estaba a punto de
embarcarse en un "nuevo siglo norteamericano". Aunque ya
no había Unión Soviética, la política de intervención militar en el
exterior no terminó. Bush padre invadió Panamá y luego entró en guerra
contra Irak.
Los terribles ataques del 11 de
septiembre dieron nuevo ímpetu a la idea de que Estados Unidos era el único
responsable de la seguridad del mundo, defendiéndolo del terrorismo, como
alguna vez lo hizo del comunismo. El presidente George W. Bush llevó la
idea del excepcionalismo norteamericano a sus límites, al afirmar
los principios de la guerra unilateral como parte de sus estrategias de
seguridad nacional.
Ello implicaba repudio a la
Carta de Naciones Unidas, la cual se basa en la idea de que la seguridad
es asunto colectivo y la guerra sólo se justifica si es en defensa
propia. Debemos resaltar que la doctrina de Bush viola también los
principios asentados en Nuremberg, donde los líderes nazis fueron
convictos y colgados por emprender guerras de agresión y prevención, muy
lejanas a la defensa propia.
La estrategia de seguridad
nacional de Bush y su temeraria afirmación de que Estados Unidos es el único
responsable de la paz y la democracia en el mundo ha demudado a muchos
estadounidenses.
Pero en realidad no significa
una desviación dramática de la práctica histórica de Estados Unidos,
que durante mucho tiempo ha actuado como agresor, bombardeando e
invadiendo otros países (Vietnam, Camboya, Laos, Granada, Panamá, Irak),
y ha insistido en mantener una supremacía nuclear y no nuclear. Las
acciones militares unilaterales, disfrazadas de prevención, son
componente familiar en la política exterior estadounidense.
Algunas invasiones y bombardeos
han tenido la cobertura de ser acciones internacionales que convocan a
Naciones Unidas, como en Corea, o a la OTAN, como en Serbia, pero básicamente
nuestras guerras son empresas estadounidenses. En cierto momento la
secretaria de Estado del gobierno de Bill Clinton dijo: "de ser
posible actuaremos en el mundo multilateralmente, pero si es necesario
unilateralmente". Al oír esto, Henry Kissinger respondió con su
acostumbrada solemnidad que ese principio "no debería
universalizarse". Nunca fue más claro el excepcionalismo.
Algunos liberales de Estados
Unidos opositores a Bush están, sin embargo, más cerca de sus principios
de política exterior de lo que reconocen. Es claro que el 11 de
septiembre tuvo un poderoso efecto sicológico en todo el país, y en el
caso de ciertos intelectuales liberales hubo una especie de reacción histérica
que distorsionó su capacidad de pensar con claridad acerca del papel de
la nación a escala mundial.
En un número reciente de la
revista liberal The American Prospect, los editores escribieron:
"hoy, los terroristas islamitas con alcances globales son la amenaza
inmediata más grande para nuestras vidas y libertades... Cuando uno se
enfrenta a una amenaza probable, sustancial e inmediata, Estados Unidos
tiene el derecho y la obligación de atacar preventivamente, y de ser
necesario unilateralmente, a terroristas y estados que los
respaldan".
Preventiva y, de ser necesario,
unilateralmente, y contra "los estados que respaldan" a los
terroristas, no sólo contra ellos. Estas son largas zancadas en dirección
de la doctrina de Bush, pero los editores califican su respaldo a la idea
de la prevención añadiendo que la amenaza debe ser "probable,
sustancial e inmediata". Pero cuando los intelectuales suscriben
tales principios abstractos, aun con matices, deberían evaluar que dichos
principios los aplicarán personas que dirigen el gobierno estadounidense.
Hay que considerar esto con mucho cuidado, cuando el principio abstracto
se refiere al uso de la violencia del Estado –cuando de hecho se refiere
al uso de la violencia en forma preventiva.
Podría existir el caso
aceptable de iniciar una acción militar enfrentados a una amenaza
inmediata, pero sólo si la acción se limita y se dirige contra quienes
amenazan –justo como podríamos aceptar refrenar a alguien que gritara
falsamente "fuego" en un teatro atestado y no cuando quien grita
distribuye panfletos contra la guerra en una calle. Pero aceptar que la
acción no se dirija contra los terroristas únicamente (¿podríamos
identificarlos de la misma forma en que identificamos a la persona que
grita "fuego"?), sino contra "estados que los
respaldan", invita a una respuesta indiscriminada y poco dirigida,
como en Afganistán, donde nuestro gobierno asesinó a por lo menos 3 mil
civiles en su supuesta búsqueda de terroristas.
Parece que la idea de un
excepcionalismo norteamericano es pertinaz en todo el espectro político.
Esta idea no se confronta porque
la historia de la expansión estadounidense en el mundo no es una historia
que se enseñe mucho en nuestro sistema educativo. Hace un par de años
Bush se dirigió a la Asamblea Nacional de Filipinas y dijo: "Estados
Unidos está orgulloso de la gran saga del pueblo filipino. Juntos, con
nuestros soldados, liberamos Filipinas de la dominación colonial".
Por lo visto, el presidente nunca aprendió la saga de la sangrienta
conquista de Filipinas.
Y el año pasado, cuando el
embajador mexicano ante Naciones Unidas dijo algo poco diplomático acerca
de cómo Estados Unidos trataba a México como su "patio
trasero", fue regañado de inmediato por el entonces secretario de
Estado Colin Powell. Este negó la acusación y dijo: "tenemos mucha
historia que hemos atravesado juntos". (¿Acaso no sabe nada de la
guerra contra México o de las incursiones militares en ese país?) El
embajador fue destituido poco después.
Los principales periódicos y
programas de televisión y radio tampoco parecen saber de historia o
prefieren olvidarla. Hubo gran profusión de alabanzas en la prensa al
discurso de la segunda toma de posesión de Bush, aun de la llamada prensa
liberal (The Washington Post, The New York Times). Los
editorialistas acogieron ansiosamente las palabras de Bush acerca de
difundir la libertad en el mundo, como si ignoraran la historia de tales
alegatos, como si los dos años anteriores de noticias de lo que ocurría
en Irak no valieran nada.
Tan sólo dos días después de
que Bush profiriera aquellas palabras acerca de diseminar la libertad en
el mundo, The New York Times publicó la foto de una niña iraquí
que se arrastra, sangrando, mientras grita. Sus padres, que la llevaban a
alguna parte en un carro, habían sido asesinados por los nerviosos
soldados estadounidenses.
Una de las consecuencias del
excepcionalismo norteamericano es que el gobierno de Estados Unidos
se considera exento de cumplir los criterios legales y morales que rigen a
las otras naciones del mundo. Hay una larga lista de tales exenciones
autoconferidas: la negativa a firmar el Protocolo de Kyoto, que regula la
contaminación del ambiente, y a fortalecer un convenio sobre armas biológicas.
Estados Unidos no se ha unido a los más de 100 países que acordaron
prohibir las minas terrestres, pese a las apabullantes estadísticas sobre
amputaciones a niños mutilados por dichos artefactos. Se niega a prohibir
el uso del Napalm y de las bombas de fragmentación. Insiste en que no
debe estar sujeto, como están otros países, a la jurisdicción de la
Corte Internacional.
¿Cuál es la respuesta ante el
excepcionalismo norteamericano? Quienes en Estados Unidos y en el
mundo no lo aceptamos, debemos declarar con fuerza que las normas éticas
que conciernen a la paz y los derechos humanos deben cumplirse. Debe
entenderse que los niños de Irak, China y África, los de todo el mundo,
tienen el mismo derecho a la vida que los pequeños estadounidenses.
Estos son principios morales
fundamentales. Si nuestro gobierno no los defiende, la ciudadanía debe
hacerlo. En ciertos momentos de la historia reciente las potencias
imperiales –británicos en India y África oriental, belgas en el Congo,
franceses en Argelia, holandeses y franceses en el sureste asiático y
portugueses en Angola– han tenido que entregar sus posesiones con gran
renuencia y tragar su orgullo cuando los fuerza la resistencia masiva.
Por fortuna hay personas en el
planeta que creen que los seres humanos de todas partes merecen los mismos
derechos a la vida y la libertad. El 15 de febrero de 2003, al inicio de
la invasión en Irak, más de 10 millones de personas de más de 60 países
de todo el mundo se manifestaron contra la guerra.
Hay una negativa creciente a
aceptar la dominación estadounidense y la idea del excepcionalismo norteamericano.
Recientemente, cuando el Departamento de Estado publicó su informe anual
sobre los países culpables de tortura y otras violaciones a los derechos
humanos, hubo indignadas respuestas de todo el mundo que comentaban la
ausencia de Estados Unidos en dicha lista. En un periódico turco se dijo:
"no hay mención alguna de los incidentes en la prisión de Abu
Ghraib, de Guantánamo". Un diario de Sidney apuntó que Estados
Unidos envía a los sospechosos –personas que no han sido juzgadas o
condenadas– a prisiones en Marruecos, Egipto, Libia y Uzbekistán, países
que el mismo Departamento de Estado afirma que cometen torturas.
En Estados Unidos, pese a que la
prensa no lo informa, hay una resistencia creciente contra la guerra en
Irak. Los sondeos de opinión pública muestran que al menos la mitad de
la ciudadanía ya no cree en la guerra. Es, tal vez, más significativo
que entre las fuerzas armadas, y en las familias de quienes pertenecen a
éstas hay más y más oposición a la guerra.
Después de los horrores de la
Primera Guerra Mundial, Albert Einstein expresó: "las guerras
terminarán cuando los hombres se nieguen a combatir". Hoy vemos que
los soldados rehúsan, la negativa de las familias a que sus amados vayan
a la guerra, la insistencia de los padres con hijos en bachillerato a que
los reclutadores se mantengan lejos de las escuelas. Estos incidentes, que
ocurren con mayor frecuencia, pueden finalmente, como ocurrió en el caso
de Vietnam, hacer imposible que el gobierno continúe la guerra y ésta
termine.
Los verdaderos héroes de
nuestra historia son los estadounidenses que se negaron a aceptar que
hubiera una moralidad especial para nosotros y un derecho a ejercer
nuestra fuerza sobre el resto del mundo. Pienso en William Lloyd Garrison,
el abolicionista. En el cabezal de su periódico antiesclavista, The
Liberator, se incluía esta frase: "Mi país es el mundo. Mis
paisanos son la humanidad".
(*)
Howard Zinn, autor de A People's History of the United States, es
historiador y dramaturgo. Este ensayo es una
adaptación de la conferencia que impartió en el Programa especial de
estudios urbanos y regionales (Special program for urban and regional
studies) del MIT.
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