Guerra
o Paz / Guerra y Paz
Por
James Petras
Rebelión, 25/11/05
Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
Introducción
La
cuestión sobre la guerra y la paz evoca muchas respuestas
contradictorias. Para los ideólogos y militaristas civiles en Washington,
la ‘paz’ se puede asegurar mediante la consolidación de un imperio
mundial que a su vez conlleva… la perpetuación de la guerra por todo el
planeta. Para los ideólogos y portavoces políticos de las corporaciones
multinacionales (CMNs), el funcionamiento del libre mercado, combinado con
el uso selectivo de la fuerza imperial en determinadas circunstancias
“estratégicas”, puede asegurar la paz y la prosperidad. Para los
pueblos y naciones oprimidos del Tercer Mundo, la paz sólo puede ser
consecuencia de la autodeterminación y de la ‘justicia social’ – la
eliminación de la explotación y de la intervención imperial y el
establecimiento de democracias participativas basadas en la igualdad
social. Para muchas de las fuerzas progresistas en Europa y EEUU, un
sistema de instituciones y leyes internacionales, obligatorio para todas
las naciones, podría fortalecer la resolución pacífica de conflictos,
controlar la conducta de las CMNs y defender la autodeterminación de los
pueblos.
Cada
una de esas perspectivas tiene serias deficiencias. Se ha demostrado que
la doctrina militarista de la paz alcanzada mediante el imperio ha sido la
receta ideal para la guerra durante los tres últimos milenios y
especialmente durante el período contemporáneo, de lo que dan prueba las
sublevaciones anticoloniales y guerras populistas del pasado y del
presente por toda Asia, Africa y Latinoamérica. La idea de combinar el
poder del mercado y la fuerza selectiva para asegurar la paz ha engañado
a pocos, y menos aún a los pueblos del Tercer Mundo: En Latinoamérica,
durante las últimas dos décadas, las sublevaciones populares encaminadas
a derrocar a los clientes del ‘libre mercado electoralista’ del
imperio euro-estadounidense nos dan testimonio de su constante
vulnerabilidad.
En los
lugares donde han conseguido triunfar, los movimientos anti-imperialistas
han reemplazado una forma de imperialismo (gobierno directo) para caer víctimas
de otra basada en las ‘fuerzas de mercado’. Por otra parte, en las
naciones post-coloniales, las guerras étnicas y de clase aparecieron bajo
el auspicio de revolucionarios ‘nacionalistas’ y socialistas que después
se convirtieron en las nuevas elites privilegiadas.
Finalmente,
el camino institucional-legalista para la paz ha sufrido un gran desgaste
al reproducir las desigualdades globales en cuanto a poder político-social
en las instituciones ‘internacionales’ y en su personal judicial. Así,
en cuanto a la forma, proporcionan un marco ‘internacional’, en cuanto
a la sustancia, sus normas de procedimiento, omisiones y selecciones,
tanto de actos como de actores criminales, no hacen sino reflejar el interés
político de los poderes imperiales. Lo que estoy sugiriendo es que
necesitamos avanzar más allá del anti-imperialismo para que las luchas
por la auto-determinación recojan también la emancipación de clase.
Tenemos que argumentar y luchar para que haya una nueva correlación de
fuerzas socio-políticas que proporcione a las instituciones
internacionales y al personal que las sirve una perspectiva de clase que
favorezca a las naciones oprimidas y a las clases explotadas. Esto
significa apoyar las tendencias democráticas, laicas y socialistas dentro
de los movimientos anti-imperialistas: apoyando estructuras
institucionales internacionales pero enfatizando, de forma profunda y
permanente, su contenido nacional y de clase. Finalmente, aunque es
necesario por objetivos tácticos reconocer los conflictos y divisiones
potenciales entre militares y imperialistas de mercado (y alianzas momentáneas),
es importante no perder de vista sus objetivos estratégicos comunes
(construcción del imperio) aunque puedan diferir acerca de los medios.
Controversias
contemporáneas: Paz y Guerra
Académicos,
activistas contra la guerra, políticos y periodistas han señalado un
conjunto reducido de circunstancias y procesos a la hora de analizar las
perspectivas para la guerra y para la paz. En este documento nos
centraremos en cuatro importantes tesis y en sus implicaciones.
El
‘poder en decadencia’ de EEUU y las nuevas guerras
Derrotas
imperiales y nuevas guerras
Interdependencia
económica y amenazas militares
Nuevas
configuraciones del poder y conflictos y convergencias anti-imperialistas
Las
teorías que se decantan a favor de la tesis de que el imperialismo
estadounidense es un ‘poder en decadencia’ son parciales, engañosas y
pueden llevar a cometer errores políticos graves. Aunque es verdad que la
economía doméstica de EEUU (lo que yo llamo la “República”)
enfrenta serios problemas estructurales (déficits presupuestario y
comercial crecientes, endeudamiento excesivo, caída de la industria
manufacturera y crecimiento de una economía especulativa), el
‘Imperio’ –las operaciones exteriores de las CMNs, bancos y bases
militares- se extiende. No están en ‘decadencia’. Muy al contrario,
uno podría argumentar que es la expansión exterior económica la que
engendra el aumento de las intervenciones militares. EEUU todavía lidera
el porcentaje de CMNs, entre las 500 más importantes (casi el 50%),
comparado con Europa, Asia y el resto del mundo; y, en varios sectores
importantes como la tecnología de la información, las finanzas y la
industria manufacturera (aeronáutica), EEUU es el poder dominante. EEUU
dirige el mundo en inversión, investigación y desarrollo (I y D) y
registra un alto crecimiento en productividad. El volumen de las ganancias
en I y D se destina sin embargo a las operaciones de las CMNs en sus
filiales en el exterior, mientras que las ganancias y beneficios de la
productividad se transfieren a la economía financiera doméstica y a la
manufactura exterior. El problema no es una decadencia absoluta de EEUU
sino el desigual desarrollo entre el ‘Imperio’ y la ‘República’.
Más específicamente, mientras el Imperio crece, la República disminuye.
La economía doméstica y la sociedad asumen los costes de financiación,
subvencionando y proporcionando soldados para el imperio. Esta es la causa
de que las costosas y prolongadas guerras imperiales hayan provocado
enfrentamientos y oposición masivos recientemente. A diferencia de
tiempos pasados, en los que el imperio creó una ‘aristocracia
obrera’, hoy en día el imperialismo va acompañado del empobrecimiento
de la fuerza de trabajo, la reducción del gasto social y la creación de
una fuerza laboral precaria.
Frente
a la expansión interna y la descomposición doméstica, emergen al menos
dos importantes políticas imperiales: una aboga por crear nuevas
‘crisis’, con una escalada del militarismo que ‘distraiga’ la
oposición interna con llamamientos chauvinistas y tratando de imbuir
miedo a las amenazas externas a fin de crear ‘cohesión’ tras el
imperio. La segunda teoría argumenta que nuevas guerras exacerbarán la
oposición doméstica, que la propagando ‘chauvinista’ y del
‘miedo’ en aras de la guerra ha perdido su eficacia en vista de las pérdidas
materiales experimentadas por las masas, y que es hora de dedicarse a la
diplomacia (para captar competidores imperiales), disminuir el ejército
colonial e incrementar el papel de los cipayos locales. Según esta teoría,
esto supondría reducir los déficits presupuestarios y concentrar los
recursos estatales en promover el libre mercado, el comercio y los
acuerdos de inversión internacionales.
Derrotas
imperiales y nuevas guerras
Los
poderes imperiales que en su camino hacia el imperio sufren derrotas
militares, diplomáticas y políticas pueden responder de forma
contradictoria dependiendo de la profundidad y alcance de la derrota y de
las consecuencias políticas resultantes.
Fundamentalmente,
los poderes imperialistas responden ante las derrotas militares de dos
formas:
Buscando
nuevos caminos que resulten más fáciles (al menos a los ojos de los
consejeros políticos) para ganar guerras que logren distraer a la gente
de su derrota, que refuerce la moral entre los militares y que tranquilice
a aliados y clientes sobre de su continuada capacidad para proyectar
poder;
Retirándose
del campo de batalla, reduciendo su perfil militar para neutralizar la
oposición interna a la construcción del imperio, disminuir el
aislamiento político internacional y reasignar recursos políticos, económicos
y militares a defender el sistema como un todo.
La
administración Bush ha adoptado la estrategia de nuevas guerras
–amenazas de invasión, ataques militares, sanciones económicas y
golpes de estado (“cambio de régimen”)- contra Siria, Irán y
Venezuela, a pesar de estar teniendo que enfrentarse a la derrota en su
guerra en Iraq y al aumento de la insurgencia en Afganistán. Incluso
aunque los militaristas civiles de la guerra en Iraq encuentren la oposición
de una mayoría de sus ciudadanos y se vean abandonados por un número
cada vez mayor de sus ‘socios en la coalición’, siguen lanzando
nuevas campañas de propaganda en los medios de comunicación, satanizando
a los países que les da la gana y creando ‘tensión internacional’
con la esperanza de recuperar la cohesión interna y lograr nuevos
‘socios de coalición’ más allá del mundo anglo-sajón.
Cuando
se enfrentan a importantes derrotas militares, los consejeros políticos
del imperio estadounidense recurren con frecuencia a invasiones
“exitosas” de países pequeños y débiles para vencer el anti-militarismo
civil. Por ejemplo, tras la derrota en Vietnam, EEUU invadió la pequeña
isla caribeña de Granada y después Panamá. Partiendo de estas
conquistas imperiales, Washington volvió con éxito a las guerras aéreas
contra Yugoslavia e Iraq (la primera Guerra del Golfo), creando la mística
doméstica de un ejército “invencible y honesto” preparado y
dispuesto para invadir Iraq. En el curso de los tres años de firme e
interminable resistencia y de 15.000 soldados muertos y heridos y con un
coste de 300.000 millones de dólares, la mística se ha evaporado y ha
sido sustituida por desencanto y oposición.
La
segunda respuesta imperial ante la derrota militar es cortar las pérdidas,
reducir las confrontaciones domésticas y canalizar de forma temporal la
construcción del imperio por otras vías: a saber, alquiler de guerras,
operaciones secretas llevadas a cabo por unidades de operaciones
especiales e intensificación de la competencia económica en los mercados
de acciones. Se ha comprobado que ese giro, de guerra a gran escala a
guerra de baja intensidad y construcción del imperio dirigida por el
mercado, constituye sólo una pausa temporal entre las guerras imperiales.
Tras
la guerra de Vietnam, EEUU cambió al sistema de operaciones secretas
cuando se propuso derrocar el gobierno socialista democrático de Chile,
financió fuerzas mercenarias en Angola, Mozambique, Nicaragua, Afganistán
e impuso con éxito regímenes neo-liberales para abrir nuevos mercados y
oportunidades de inversión por todo el Tercer Mundo y la extinta Unión
Soviética.
En
resumen, las derrotas imperiales provocadas por movimientos de liberación
nacional consiguen cambiar las políticas del imperio en algunos casos,
pero no afectan a las instituciones subyacentes y fuerzas socio-económicas
que dirigen las guerras imperiales.
Está
aún sin verificar la doctrina de las guerras múltiples ante las derrotas
pero entra dentro de lo posible que, en las actuales condiciones económicas
y militares, el gobierno de EEUU logre exacerbar la oposición interna y
hacer que se extienda y profundice la resistencia armada, particularmente
en el mundo musulmán, Oriente Medio y Latinoamérica, si se decide a
atacar al gobierno electo de Venezuela.
Por
desgracia, en las circunstancias presentes, las instituciones políticas y
legales internacionales han fracasado a la hora de hacer cumplir las
convenciones y los códigos legales. Bajo el secretariado de Kofi Annan,
las Naciones Unidas han ayudado e instigado agresiones estadounidenses
contra Afganistán; han proporcionado cobertura legal a la ocupación
colonial estadounidense de Iraq al reconocer a su gobierno títere, y han
rechazado condenar el uso sistemático de la tortura por parte de
Washington y la detención ilegal e indefinida de sospechosos. La
investigación que una comisión de NNUU llevó a cabo sobre el asesinato
del político multimillonario libanés, Hariri, acabó haciendo
acusaciones contra el gobierno sirio basándose en testigos dudosos y en
evidencias circunstanciales que ningún tribunal independiente de justicia
aceptaría. El Tribunal Internacional para Yugoslavia, subvencionado por
NNUU, ha rechazado considerar los crímenes de guerra de EEUU, del Reino
Unido y de Kosovo – incluidos el bombardeo feroz de ciudades, la
limpieza étnica de los serbios y la ocupación y fragmentación del
territorio serbio. En una palabra, el derecho internacional debe intentar
buscar un orden institucional internacional que, para que pueda ser
realmente efectivo, se mantenga independiente del control y manipulación
europeo-estadounidense.
Interdependencia
Económica y Envolvimiento Militar
Para
poder evitar las guerras es necesario prevenir aquellas situaciones que
son fuente de conflictos y de potenciales confrontaciones militares. Las
crecientes amenazas de EEUU a poderes económicos en ascenso como es por
ejemplo el caso de la República Popular de China, están encendiendo las
señales de aviso sobre un posible conflicto militar.
Durante
los últimos años, pero aún más intensamente a lo largo de 2005,
Washington se ha metido de lleno en una rabiosa campaña de propaganda
para satanizar a China – en gran parte orquestada a base de enormes
falsedades y distorsiones. La relativa decadencia de EEUU frente al rápido
crecimiento chino ha provocado dos respuestas por parte de EEUU. Por una
parte, las CMNs estadounidenses han trasladado muchas de sus instalaciones
de su industria manufacturera a China, han aumentado sus inversiones y
comercio, y han tratado de controlar una serie de firmas potencialmente
lucrativas. Por otra parte, un paquete de sectores atrasados de la economía
estadounidense, apoyados por numerosos congresistas y militaristas civiles
neo-conservadores, ha conseguido desarrollar una política agresiva
proteccionista en el interior del país y el envolvimiento de China en el
exterior. A pesar de la creciente “interdependencia” entre EEUU y
China –China financia el déficit exterior estadounidense comprando
miles de millones de dólares en bonos del Tesoro de EEUU y China acumula
un importante superávit comercial con EEUU-, la facción militarista ha
firmado un pacto militar con Japón y con la India dirigido contra China;
construye bases militares en el Suroeste Asiático; cultiva la puesta en
práctica de ejercicios militares con su cliente, Mongolia; y vende miles
de millones de dólares en armamento militar a Taiwan, armamento que
apunta hacia las ciudades chinas. EEUU critica los gastos militares chinos
de 30.000 millones de dólares, afirmando que se han triplicado, aunque
olvidando convenientemente que los gastos militares estadounidenses
superaron los 430.000 millones de dólares, entre cinco y quince veces más
que los de China (dependiendo de la estimación que uno acepte). En
respuesta al envolvimiento estadounidense, China ha entrado en un pacto
defensivo con Rusia y varios de los anteriores estados que integraban la
URSS.
Hay un
conflicto claro entre los sectores ‘militaristas’ y los sectores económicos
de las elites estadounidenses sobre la forma mejor para extender el
imperio. Ambos sectores se muestran activos a la hora de perseguir los
objetivos imperiales, uno a través del envolvimiento militar, el otro vía
penetración de mercados, con aquél impidiendo las ventas de tecnología,
de compañías petrolíferas y de otros productos denominados ‘estratégicos’.
Antes
que aceptar una reducción del poder hegemónico en Asia, donde EEUU
compite económicamente con China, los sectores dominantes militaristas
intentan compensar la relativa decadencia económica mediante un
incremento de la agresión militar.
En
otras palabras, la “interdependencia económica” no es una condición
suficiente para contener la propensión de EEUU a desencadenar agresiones
militares contra los poderes económicos emergentes. Los intentos de EEUU
de bloquear la aparición de China como poder regional sigue un plan
estratégico diseñado por Paul Wolfowitz en 1992, que exigía la
implementación de una serie de políticas económicas, diplomáticas y
militares para establecer un mundo unipolar. A menos que se revaloricen
las capacidades y limitaciones económicas de EEUU, es probable que el
previsible crecimiento de China provoque nuevas confrontaciones militares
ofensiva, bien animando el separatismo a nivel provincial (Taiwan, Tibet y
las provincias musulmanas del oeste), o bien motivando un conflicto
territorial en alta mar o en el espacio aéreo, o alegando
‘intervencionismo en nombre de los derechos humanos’ o promoviendo una
nueva guerra comercial sobre la energía y las materias primas.
La
Guerra y el Nuevo Bloque de Poder: Militaristas Civiles versus Clase
Gobernante Tradicional
Con la
elección del Presidente Bush, un nuevo bloque de poder se ha apoderado de
los principales centros de toma de decisiones en el estado imperial; los
militaristas civiles han despreciado a las tradicionales agencias militar
y de inteligencia en favor de sus propios ‘órganos de inteligencia’ y
‘formaciones militares especiales’. El Departamento de Estado se ha
visto eclipsado por los neo-conservadores sionistas (Zioncons) en el
Consejo de Seguridad Nacional, el Pentágono, los influyentes y
derechistas “think tank” (núcleos de expertos) y la oficina
vicepresidencial – entre otros centros de poder.
Los
Zioncons y las principales organizaciones sionistas en la sociedad civil
fueron los arquitectos y propagandistas principales de la guerra de Iraq y
continúan siendo actualmente los impulsores fundamentales de la guerra
contra Siria e Irán. Paul Wolfowitz y Douglas Feith, anteriormente números
dos y tres del Pentágono, Irving Libby, principal asesor del
Vicepresidente Cheney, Richard Perle, principal asesor del Secretario de
Defensa Rumsfeld, y Elliot Abrams, miembro del Consejo de Seguridad
Nacional para asuntos de Oriente Medio, tienen lazos orgánicos con el régimen
que gobierna en Israel y han sido sionistas fanáticos durante décadas.
El
plan de guerra contra Iraq que propusieron y llevaron a cabo con el apoyo
de los militaristas civiles (Rumsfeld, Cheney, Bush y otros) trataba de
destruir a cualquier adversario de Israel en Oriente Medio y promover una
esfera de “prosperidad común” Israel-EEUU en aquella región. Todas
las organizaciones sionistas principales son políticamente influyentes
dentro y fuera del gobierno y, con alguna rara excepción, son
sencillamente correas de transmisión de la política israelí. Israel
exige un cambio de régimen en Siria e, inmediatamente, las principales
organizaciones sionistas se dedican a apalancar a toda su sucursal de
clientes en el Congreso y en el Ejecutivo para que repitan la voz de su
amo. Israel exige guerra contra Iraq porque apoyó a los palestinos y se
opone activamente a la ocupación israelí de Cisjordania, y los
intelectuales sionistas y los funcionarios del gobierno, en colaboración
con sus correligionarios en los medios de comunicación, se ponen a ondear
cientos de artículos de opinión invocando una misión militar
estadounidense para “democratizar” Oriente Medio.
Quienes
elaboran la política imperialista no son homogéneos y no comparten
siempre los mismos puntos de vista y prioridades ideológicas. La elite
gobernante tradicional no rechazó el uso de la fuerza ni la satanización
de las víctimas ni el intervencionismo para provocar “cambios de régimen”.
Lo que les diferencia en la configuración contemporánea del poder es: 1)
la postura altamente militarista, postulando permanentemente guerras
“preventivas” ofensivas en cualquier lugar del mundo; 2) la asunción
de los intereses estatales israelíes sobre los intereses económicos de
EEUU a la hora de dar forma a la estrategia imperial estadounidense; 3) la
hostilidad hacia los sectores tradicionales del Estado y los intentos de
crear centros de poder paralelos; 4) las medidas para reemplazar el orden
constitucional con un ‘nuevo orden’ centrado en el ejecutivo con
poderes plenipotenciarios para arrestar, encarcelar y prohibir cualquier
oposición política a sus planes de guerra, al Estado israelí, a la vez
que eliminan la división de poderes.
Como
resultado, los Zioncons y los militaristas civiles se enfrentan a un doble
conflicto: 1) entre sociedad civil y ‘su estado’ y 2) a una lucha
intra-institucional entre militares profesionales y la CIA y el FBI, por
un lado, y los Zioncons y los militaristas civiles que encabezan la rama
del ejecutivo y sus nombramientos en estas institucionales, por otro.
Las
presiones y conflictos, tanto fuera como dentro del aparato estatal y en
la sociedad civil, pueden tener determinadas consecuencias dependiendo de
quien consiga la carta más alta y de cómo reaccione el bloque de poder
Zioncon frente a las amenazas que pongan en riesgo su total dominio del
gobierno.
La
derrota de los militaristas civiles mediante la oposición de masas, junto
al procesamiento federal de miembros clave del ejecutivo que no termine en
fracaso, pueden socavar la política militarista y dar como resultado un
calendario de retirada. Por otra parte, esa derrota puede llevar a los
militaristas civiles a tomar medidas desesperadas, una especie de trama
del ‘11-S’ para imponer la ley marcial y ‘unificar el país’ tras
una política de guerra militarista/antiterrorismo.
Conclusión
A
pesar de la decadencia relativa del poder de EEUU tanto en términos
militares como económicos, en gran parte como resultado de la resistencia
popular en Iraq y Venezuela y el poder creciente de China, la amenaza de
nuevas guerras no ha disminuido. En gran parte porque en Washington
tenemos un régimen extremista dominado por militaristas civiles ‘voluntaristas’,
que creen en la voluntad política frente a las realidades y los límites
objetivos. Esto crea una enorme cantidad de incertidumbres y peligros. Por
desgracia, esta amenaza de ‘nuevas guerras’ está siendo acompasada
por varios líderes europeos, como Blair, Chirac y Merkel, que se han
unido al coro Zioncon para desestabilizar a Siria y amenazar a Irán. Por
ello, necesitamos profundizar en nuestras críticas sobre la invención de
‘evidencias’ de amenazas nucleares y la satanización de estados. Hay
necesidad de ir más allá mediante foros sociales de masas donde se
puedan discutir e intercambiar ideas para integrar una participación
internacional que se oponga a las guerras imperialistas, a los estados
coloniales y a las estructuras económicas que los sustentan. Sin cambios
estructurales profundos, los derechos humanos universales recogidos en el
derecho internacional y en la Carta de Naciones Unidas se convertirán en
papel mojado. Debemos desechar las herejías que postulan que no hay
alternativas a las guerras imperiales, que vivimos en un ‘mundo
unipolar’, que el ‘realismo’ dicta acomodarse al cabildeo
militarista con Washington. En lugar de eso, debemos afirmar estas
verdades: 1) que fuera de las cenizas de las ocupaciones coloniales, los
pueblos de Oriente Medio están forjando su propio destino; 2) que vivimos
en un mundo multipolar, situado en los centros de la resistencia popular
de masas; 3) que la supervivencia de nuestro planeta depende de un nuevo
realismo basado en la libertad, la autodeterminación y, como el
Presidente Chavez afirma de forma elocuente, en el socialismo del siglo
veintiuno.
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