¿De quién
es el siglo XXI?
Por
Immanuel Wallerstein
La Jornada, 19/06/06
En 1941, Henry Luce
proclamó que el siglo XX sería el siglo americano. Desde entonces, la
mayoría de los analistas estuvo de acuerdo con él. Por supuesto, el
siglo XX fue más que un siglo estadounidense. Fue el siglo de la
descolonización de Asia y Africa. Fue el siglo del florecimiento, como
movimientos políticos, del fascismo y el comunismo. Fue el siglo tanto de
la Gran Depresión como de la increíble expansión, sin precedentes, de
la economía–mundo durante los 25 años posteriores al final de la
Segunda Guerra Mundial.
No obstante, fue el siglo
americano. Estados Unidos se convirtió en la potencia hegemónica
incuestionable en el periodo 1945–1970 y modeló el sistema–mundo a su
parecer. Estados Unidos se tornó el productor económico principal, la
fuerza política dominante, el centro cultural del sistema–mundo. En
resumen, Estados Unidos fue el dominador del escenario, por lo menos
durante un tiempo.
Ahora, Estados Unidos está
en visible decadencia. Más y más analistas comienzan a decirlo
abiertamente, pese a que la línea oficial del establishment
estadounidense lo niegue vigorosamente, al igual que cierta porción de la
izquierda mundial que insiste en que la hegemonía de esa nación continúa.
Pero los realistas con claridad de pensamiento, en todas partes, reconocen
que la estrella estadounidense va atenuando su luz. La cuestión que
subyace a todos los pronósticos serios es entonces, ¿de quién es el
siglo XXI?
Por supuesto, estamos
apenas en 2006, y tal vez es pronto para responder a esta cuestión con
algún sentido de certeza. No obstante, los líderes políticos de todas
partes hacen cálculos en torno a dicha respuesta y formulan sus políticas
en concordancia. Si replanteamos la cuestión y simplemente nos
preguntamos cómo podría verse el mundo, digamos en 2025, podremos quizá
ser capaces, por lo menos, de decir algo inteligente.
Básicamente hay tres
series de respuestas a la cuestión de cómo se verá el mundo en 2025. La
primera es que Estados Unidos gozará de un último vigor, un
resurgimiento de su poder, y continuará dominando el gallinero en
ausencia de algún contendiente militar serio. La segunda es que China
desplazará a Estados Unidos como la superpotencia mundial. La tercera es
que el mundo se tornará la arena de un desorden multipolar anárquico y
relativamente impredecible. Examinemos la plausibilidad de cada una de
estas tres predicciones.
¿Estados Unidos a la
cabeza? Hay tres razones para dudarlo. La primera es una razón económica.
La fragilidad del dólar estadounidense como única reserva cambiaria en
la economía–mundo. El dólar se sostiene ahora por las masivas
infusiones de compra de bonos que hacen Japón, China, Corea y otros países.
Es muy poco probable que esto continúe. Cuando el dólar se desplome dramáticamente,
incrementará momentáneamente la venta de bienes manufacturados, pero
Estados Unidos perderá su control de la riqueza del mundo y su habilidad
para expandir el déficit sin una seria sanción inmediata. Los niveles de
vida caerán y habrá un influjo de nuevas monedas de reserva, incluidos
el euro y el yen.
La segunda razón es
militar. Afganistán y especialmente Irak han demostrado en los últimos
pocos años que no es suficiente contar con aviones, barcos y bombas. Una
nación debe también contar con una gran fuerza terrestre que venza la
resistencia local. Estados Unidos no cuenta con una fuerza así, y no
tendrá ninguna, debido a razones políticas internas. Como tal, está
condenado a perder tales guerras.
La tercera razón es política.
Las naciones por todo el mundo están llegando a la conclusión lógica de
que ahora pueden desafiar políticamente a Estados Unidos. Tomemos el
ejemplo más reciente: la Organización de Cooperación de Shangai, que reúne
a Rusia, China y a cuatro repúblicas del Asia central, está por
expandirse para incluir a India, Paquistán, Mongolia e Irán. Este último
país fue invitado en el mismo momento en que Estados Unidos intentaba
organizar una campaña mundial contra el régimen iraní. El Boston Globe
llamó a esto, correctamente, "una alianza anti Bush" y un
"viraje tectónico en la geopolítica".
¿Surgirá China como
cabeza hacia 2025? Es muy cierto que China lo está haciendo muy bien en
lo económico, expande su fuerza militar considerablemente, y comienza a
jugar un serio papel político en la región, más allá de sus fronteras.
China sin duda será más fuerte en 2025; sin embargo enfrenta tres
problemas que debe remontar.
El primer problema es
interno. China no es estable políticamente. La estructura de un solo
partido tiene a su favor la fuerza del éxito económico y el sentimiento
nacionalista. Pero enfrenta el descontento de alrededor de la mitad de la
población, que se siente relegada, y el descontento de la otra mitad por
los límites de su libertad política interna.
El segundo problema se
refiere a la economía–mundo. La increíble expansión del consumo en
China (junto con el de India) cobrará su cuota en la ecología mundial y
en las posibilidades de acumulación de capital. Muchos consumidores y
muchos productores tendrán severas repercusiones en los niveles de
ganancia mundiales.
El tercer problema yace
en los vecinos de China. Si éste lograra la reintegración de Taiwán,
ayudara a arreglar la reunificación de las Coreas y llegara a conciliarse
(sicológica y políticamente) con Japón; tal vez habría una estructura
geopolítica unificada en Asia oriental que podría asumir una posición
hegemónica.
Los tres problemas pueden
remontarse, pero no será fácil hacerlo. Y las probabilidades de que
China pueda remontar estas dificultades para 2025 son inciertas.
El último escenario es
aquel de anarquía multipolar y de fluctuaciones económicas desordenadas.
Dada la incapacidad de mantener un viejo poder hegemónico, la dificultad
de establecer uno nuevo y la crisis mundial de la acumulación de capital,
este tercer escenario parece ser el más probable.
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