La
«guerra contra el terrorismo», nueva misión de la OTAN
Alianza
militar en torno a Estado Unidos
Por
Cedric Housez (*)
Red
Voltaire, 13/09/06
Encargada
de proteger a los países occidentales contra el bloque soviético, la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) debería haber
desaparecido con el fin de la Guerra Fría. Sin embargo se amplió y se
inventó un nuevo enemigo para justificar su existencia: «el terrorismo
internacional». La guerra de Kosovo contra Serbia estableció un
precedente en cuanto a la posibilidad de atacar, sin apoyo de la ONU, un
país que no constituye una amenaza. Después, fuera del continente
europeo, vino el ataque contra Afganistán. En nombre de la «guerra
contra el terrorismo», la Alianza Atlántica va poniendo poco a poco los
ejércitos de los países que la componen en posición de combate.
Durante
el debate que tuvo lugar en Francia antes del referéndum sobre el tratado
constitucional europeo, algunos adversarios del texto lamentaron que el
artículo I–41 de aquel tratado atara explícitamente la defensa de
Europa a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Ciertos
responsables políticos expresaron entonces su temor de encontrarse con
una Europa indefinidamente dependiente del ejército estadounidense.
Aquellas reticencias no fueron sin embargo un tema central de la campaña
sobre el referéndum. Se trata, a pesar de ello, de una de las pocas veces
en que se puso en tela de juicio el mantenimiento de la Alianza Atlántica
después del fin de la Guerra Fría. Efectivamente, a pesar de haber
perdido a priori su razón de ser debido al fin de la Guerra Fría, la
Alianza Atlántica sigue extendiéndose y la cuestión de su disolución
no parece ser un debate aceptable para los medios de difusión. Al mismo
tiempo, vemos a los apologistas de la alianza entre Europa y Estados
Unidos proseguir sin descanso su defensa de una estructura cuyos objetivos
han redefinido.
Una
alianza sin adversario
Se
atribuye a Lord Ismay, el primer secretario general de la OTAN, la
siguiente frase sobre el papel de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte: « Mantener a los americanos adentro, a los rusos afuera y a los
alemanes debajo. » [1] La frase ilustra la doble función de esa alianza
militar. Presentada durante la Guerra Fría únicamente como un medio para
garantizar la seguridad de Europa Occidental frente a la amenaza soviética,
la OTAN fue también la estructura que permitió a Washington ejercer su
influencia política en Europa sobre sus vasallos europeos. Esta
injerencia política estadounidense no dio prácticamente muestras de escrúpulos
y a veces llegó incluso a recurrir a métodos terroristas [2].
El
1ro de julio de 1991, la autodisolución del Pacto de Varsovia, el
oponente de la OTAN por el bloque del este, ponía fin a la razón de ser
oficial del Tratado del Atlántico Norte. A pesar de ello, la OTAN existe
aún y hasta se encuentra en fase de ampliación. Con 12 miembros en el
momento de su creación, el 4 de abril de 1949 [3], la OTAN tenía ya 16
cuando se produjo la disolución del Pacto de Varsovia [4] y ahora cuenta
con 26 países. Los nuevos miembros fueron en el pasado firmantes del
Pacto de Varsovia y algunos son incluso repúblicas ex soviéticas [5]. A
esa cifra es casi posible agregar una parte de los 20 países miembros de
la Asociación para la Paz, estructura establecida entre la OTAN y ciertos
Estados y que sirve a veces como antecámara antes de la incorporación de
estos a la Alianza Atlántica.
Teniendo
en cuenta que el mundo bipolar ya no existe, ¿cómo explicar y justificar
entonces ante los pueblos esta perenne ampliación de la OTAN? ¿Cómo
justificar la permanencia de esta organización militar que permite a
Estados Unidos ejercer una influencia militar en Europa? Efectivamente, la
OTAN no dispone ya de un adversario comparable a la antigua URSS para
justificar su despliegue de bases y su injerencia política. Los
dirigentes atlantistas se han visto por ello obligados a inventar un nuevo
cliché que les permita presentar a la OTAN como una estructura
indispensable.
Estabilizar
Europa en nombre del «Bien»
Los
conflictos que siguieron al desmembramiento de Yugoslavia proporcionaron a
la Alianza Atlántica la oportunidad de actuar en un teatro de operaciones
europeo. Primero, desplegando una flota en el Adriático para garantizar
el embargo de armas contra los beligerantes en el marco de la operación
Sharp Gard, más tarde –a partir de 1995– creando una fuerza de paz en
Bosnia Herzegovina.
Durante
aquellas operaciones, se desplegó una retórica tendiente a presentar
Europa como una región incapaz de garantizar la seguridad en su propio
suelo sin ayuda de Estados Unidos, ayuda que se ejerce en el marco de la
OTAN. Esos argumentos estuvieron acompañados de la elaboración de un
discurso sobre la nueva importancia de las acciones militares
humanitarias. Según esa retórica, debido a la explosión del antiguo
bloque soviético, los equilibrios que existieron en el pasado se habían
roto y estábamos confrontando conflictos nuevos en los que a menudo se
enfrentan entre sí diferentes poblaciones de un mismo Estado. Debido al
fin del mundo bipolar se materializaba al fin la posibilidad de intervenir
en ciertos países en los que el poder político la emprendía contra su
propia población. Así nacieron los conceptos de Estado en disolución («failed
state») y «deber de injerencia» mediante los cuales se considera que,
cuando un Estado ya no es capaz de proteger a sus ciudadanos u organiza el
exterminio de estos, la comunidad internacional tiene el deber de
intervenir asumiendo de cierta manera las funciones de las autoridades
culpables o incompetentes.
Estos
fueron los argumentos utilizados para justificar los bombardeos de la OTAN
contra Serbia en 1999. Basándose en una propaganda que presentaba a los
nacionalistas serbios y al presidente Slobodan Milosevic como los únicos
responsables de masacres étnicas, de las cuales se exageró entonces la
envergadura, la OTAN desencadenó una «guerra humanitaria» cuyo objetivo
pretendía ser poner fin a lo que se había presentado como un «genocidio».
La OTAN lanzó el ataque sin cambiar sus propios estatutos, pero al
hacerlo cambió su propia naturaleza. En efecto, según los papeles la
OTAN no es otra cosa que una alianza defensiva encargada de la seguridad
de cada uno de sus miembros. Al atacar Serbia, la OTAN se transformaba de
facto en una coalición agresiva que se atribuye el derecho de atacar a un
Estado soberano sin el consentimiento del Consejo de Seguridad de la ONU.
Recurriendo
a argumentos morales y apoyándose en un discurso que contrapone la lucha
de las democracias occidentales a la dictadura, utilizando la retórica
del «derecho de ingerencia», la OTAN logró que 78 días de bombardeos
ilegales fuesen aceptados como una victoria de la justicia sobre la
barbarie. Acusando a aquellos que se oponían al conflicto de ser
partidarios de la «Gran Serbia» o cómplices de la barbarie, los
propagandistas atlantistas lograron amordazar a todo el que se les oponía
y desviar la atención de los europeos de la interrogante que
verdaderamente se planteaba con la transformación de la OTAN. Aunque no
muchos defendieron la decisión de la Alianza de ir tan lejos, la OTAN fue
presentada como una alianza militar al servicio del «bien» y de la
estabilidad en Europa, argumento utilizado aún para justificar la
incorporación de los países de Europa Oriental.
Todavía
hoy, cada nueva incorporación a la OTAN es presentada como algo positivo
en nombre de la democracia. A cada nueva incorporación, los dirigentes
atlantistas nos recuerdan los «valores comunes» euro–atlánticos y
presentan la adhesión del nuevo Estado como una garantía de estabilidad
democrática en ese país. Estremecedor ejemplo de esa lógica, Serbia,
que fue víctima de los bombardeos ilegales y de los crímenes de guerra
de la Alianza Atlántica, se encuentra hoy con que su compromiso con la
democracia se juzga según el estado de sus relaciones con la OTAN. Después
de haber sido víctima de la Alianza Atlántica, Serbia reclama hoy su
incorporación a la Asociación por la Paz, algo que nos presentan como
prueba de la evolución democrática de ese país [6].
Sin
embargo, el argumento de la pacificación y la estabilización de Europa
ha dejado de ser el más importante desde que se desencadenó la «guerra
contra el terrorismo». El 11 de septiembre de 2001 abrió el camino a una
nueva justificación de la existencia de la OTAN, premisa de una nueva
expansión de sus funciones.
La
OTAN ante las «nuevas amenazas»
Los
atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington ofrecieron una
nueva respuesta a la interrogante sobre la utilidad de la OTAN. Después
de los atentados y en medio de la conmoción que provocaron las imágenes
del derrumbe de las torres gemelas, los países de la Alianza Atlántica
se declararon listos para actuar en apoyo a las fuerzas armadas
estadounidenses. Invocaron para ello el Artículo 5 del Tratado del Atlántico
Norte. Ese texto estipula que «un ataque armado contra uno o varios de
los países aliados, en Europa o en Norteamérica, será considerado como
un ataque contra todos los aliados». Fue en virtud de la aplicación de
ese tratado que las fuerzas de la OTAN participaron en el ataque contra
Afganistán y en el derrocamiento del régimen de ese país, reemplazado
por el de Hamid Karzai, según las afirmaciones de Washington sobre la
implicación del gobierno afgano en los atentados.
Aquel
ataque fue el primero que se organizó fuera de Europa. Después del
ataque contra Serbia, que creó una jurisprudencia sobre la posibilidad
para la OTAN de atacar un país que no representara una amenaza y de
actuar sin el consentimiento de la ONU, el ataque contra Afganistán abría
más aún el marco de acción de la Alianza Atlántica llevando su acción
más allá de Europa y Norteamérica. Pero, más importante aún, sumergía
a la OTAN en «la guerra contra el terrorismo». Esta última fue
presentada, a partir de entonces, como la nueva razón de ser de la
organización. El ex embajador estadounidense ante la OTAN, R. Nicholas
Burns, se regocija de ello en una tribuna publicada en el International
Herald Tribune en octubre de 2004 [7].
La
OTAN adopta la retórica de Bush sobre el terrorismo y deja así de
analizarlo como un método, al que recurren ciertos grupos armados o
algunos Estados, para presentarlo en lo adelante como un adversario en sí
e identificarlo con el extremismo islamista. Estableciendo como principio
que cada país miembro de la Alianza podría ser en lo adelante víctima
del terrorismo y que la respuesta adecuada al terrorismo es de tipo
militar, la OTAN logró construir un discurso que legitima su
mantenimiento basándose en la lucha «necesaria» contra «el terrorismo»
que constituye una amenaza para «la democracia». La OTAN utilizó por
consiguiente la misma justificación que el Pentágono para obtener el
aumento de sus presupuestos y adopta el concepto del «choque de
civilizaciones».
Recordemos
que el «choque de civilizaciones» que desarrollara Samuel Huntington no
es una simple teoría sobre la evolución de las relaciones
internacionales, se trata de una ideología construida progresivamente
durante los años 90 para ofrecer un enemigo capaz de reemplazar a la URSS
y justificar el mantenimiento, y más tarde la ampliación, de los fondos
destinados al complejo militar–industrial. Pocos son hoy los analistas y
expertos mediáticos de las relaciones internacionales que rechazan ese análisis.
El ex consejero de seguridad nacional del presidente estadounidense Jimmy
Carter, Zbigniew Brzezinski, es hoy uno de los raros oponentes a esa visión
del mundo, que él considera contraproducente para los intereses
estadounidenses [8].
La
teoría del «choque de civilizaciones» ofrece la visión de un complot
islámico mundial tan peligroso como el antiguo bloque soviético, o más
aún, y justifica las intervenciones militares en las zonas que encierran
las últimas reservas importantes de energía fósil [9]. En efecto, según
Washington la mayor amenaza actual para los países occidentales sería la
adquisición por «los terroristas» de «armas de destrucción masiva»
que podrían entregarles Estados hostiles. Hablar de armas de destrucción
masiva es tan insensato como ver a los «terroristas» como miembros de un
grupo unificado a nivel global. La expresión «armas de destrucción
masiva» designa en efecto armas químicas, como los gases de combate, y
las armas nucleares. Aunque ambas pueden suscitar el mismo miedo en una
población mal informada, no se trata para nada del mismo tipo de armas y
la respuesta necesaria no es absolutamente la misma. Sin embargo, la lucha
por impedir que esas armas caigan en «malas manos» es un slogan que
moviliza y que raramente se pone en tela de juicio.
Al
inventar un complot islámico mundial capaz de golpear en cualquier parte,
este eje de propaganda justifica el mantenimiento de gastos militares
elevados y el importante despliegue de tropas en las zonas «sospechosas»
de poder convertirse en «escondite» de terroristas. Ello permite también
justificar la amenaza contra países acusados de querer entregar armas
mortales a los grupos terroristas.
Esa
explicación de las relaciones internacionales tuvo un tremendísimo éxito
en la prensa dominante europea y sobre todo en Francia. Efectivamente, esa
visión del mundo permitió justificar el rechazo de las demandas de las
poblaciones provenientes de las ex colonias, identificadas con los
musulmanes, que exigen más igualdad en relación con los franceses que se
dicen «de sangre» [10]. El mito del gran complot musulmán sirve de
muleta a una ideología colonial cuya expresión se había hecho difícil.
En
ese contexto, a la OTAN no le costó ningún trabajo justificar su
subsistencia e incluso reclamar, en Europa, un papel de primera línea en
la «guerra contra el terrorismo». De esa forma, el secretario general de
la OTAN, el cristiano–demócrata holandés Jaap de Hoop Scheffer,
insistió durante un discurso pronunciado en Nueva York, en noviembre de
2004, ante el Council on Foreign Relations en la pertinencia del análisis
estadounidense sobre el terrorismo, en la necesidad para Europa de
suscribirlo y en el papel que la OTAN debe desempeñar en esa lucha [11].
En nombre de la «guerra contra el terrorismo», las fuerzas de la OTAN se
desplegaron recientemente en Alemania para garantizar que no hubiese
atentados contra la Copa del Mundo de Fútbol. Ese despliegue, raramente
comentado en la prensa europea, suscitó la alegría de la analista
neoconservadora del Wall Street Journal, Melanie Kirkpatrick, que vio en
él una señal de la dimensión «global» que va tomando la OTAN [12]. En
efecto, al adoptar la lucha contra el «terrorismo» como preocupación
principal, la Alianza Atlántica abrió el camino hacia una redefinición
de su organización.
Ante
nuevos objetivos, una redefinición de la organización
Sin
embargo, si la definición de un nuevo enemigo se efectuó con brío y el
papel de la OTAN en esa lucha es puesto de relieve por sus partidarios, no
basta con justificar la necesidad de más medios para la Alianza Atlántica
sino que hay que imponérsela a los dirigentes europeos. El problema es
que aún cuando los jefes de Estado y de gobierno de Europa Occidental
generalmente suscriben en sus discursos la problemática de la «guerra
contra el terrorismo» y reconocen hipotéticamente el papel que esta podría
desempeñar en la lucha contra el «terrorismo internacional», cuando
llega el momento de negociar son reacios a proporcionar los medios que
exige la OTAN. Esto se puso de relieve durante la pomposa ceremonia que
organizó la OTAN en febrero de 2004 para celebrar la incorporación de
sus nuevos miembros.
Aunque
los dirigentes europeos no hablan mucho de su falta de entusiasmo en el
apoyo a las reformas que Washington quiere realizar para convertir las
tropas de la OTAN en buenos sustitutos del ejército estadounidense, esa
situación causa malestar en Estados Unidos, lo que no dejó de resaltar
el analista conservador del Washington Post, Jim Hoagland [13], quien
espera sin embargo que les dificultades internas del actual gobierno francés
y el fin del mandato de Gerhard Schröder como canciller alemán abran un
periodo favorable a los proyectos estadounidenses.
Es
sin embargo necesario señalar que los tradicionales turiferarios de la
Alianza Atlántica comentan raramente las reformas militares que debe
realizar la OTAN. Se recuerda que los diferentes ejércitos de la Alianza
Atlántica tienen que mantener una «compatibilidad», lo cual exige «adaptaciones»
por parte de los ejércitos de los países miembros, pero no se habla
mucho de eso. En efecto, desarrollar demasiado esas cuestiones obligaría
a admitir que la «compatibilidad» de fuerzas militares es la expresión
políticamente correcta para designar la obligación de comprar material
de guerra estadounidense que se impone a los miembros de la OTAN y revelaría
que las negociaciones de la Alianza se parecen demasiado a un chantaje del
complejo militar–industrial. ¿No es acaso Lockheed Martin el fundador,
por intermedio de su vicepresidente Bruce P. Jackson, del Comité
Estadounidense para la Ampliación de la OTAN (US Committee to Expand
NATO) [14]? Pocos son, sin embargo, los dirigentes favorables a la OTAN
que subrayan ese aspecto. Las reacciones de la opinión sobre la compra de
40 cazabombarderos F16 por Polonia, con fondos europeos, en diciembre de
2002 demostraron que se trata de un tema sensible.
Los
partidarios de la OTAN prefieren evitar el tema hablando de la necesidad
de desarrollar, en nombre de la «guerra contra el terrorismo», la acción
de la Alianza Atlántica en ciertas zonas del mundo donde esta no tiene
presencia y dejando de lado los aspectos «técnicos» de tales
despliegues.
Es
así que, en la tribuna antes mencionada que se publicó en el
International Herald Tribune, R. Nicholas Burns celebraba la implicación
de la OTAN en la formación de las tropas iraquíes por la coalición
ocupante, exigía que se mantuvieran los esfuerzos en ese sentido y se
contentaba con exhortar la Alianza Atlántica a «adaptarse» a esas
nuevas misiones. Durante la primera visita de Jaap de Hoop a los países
del Golfo, se abordó esa misma problemática. En una conferencia sobre el
papel de la OTAN en el Golfo Arábigo–Pérsico, conferencia que
organizaban conjuntamente la propia OTAN y la Rand Corporation, el autor
presentó la evolución de la Alianza Atlántica y exhortó a establecer
una asociación con los Estados del Golfo. De Hoop Scheffer elogió la
colaboración entre esos países y la Alianza Atlántica en el marco de la
Iniciativa de Estambul y la justificó en nombre de los cambios geopolíticos
y de las transformaciones de los regímenes locales, presentando así a la
OTAN como una organización que apoya las reformas democráticas
regionales (utilizando los mismos argumentos que para justificar la
incorporación de los países del este) y extendiendo su protección (bien
intencionada) a las naciones en vías de democratización ante la nueva
amenaza global que supuestamente representa el terrorismo internacional.
Presentar
la Alianza Atlántica como una organización que reagrupa las democracias
contra el terrorismo exige también modificar la incorporación a esta. Es
por ello que el ex presidente del gobierno español, José–María Aznar
–quien, junto a Vaclav Havel, es uno de los principales responsables
europeos de la corriente neoconservadora–, hizo que su think tank, la
Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, publicara un informe
que reclama una ampliación de la OTAN a Australia, Japón e Israel para
que esos países participen más eficazmente en la lucha contra el
terrorismo [15]. La OTAN se convertiría así oficialmente en una «alianza
de democracias». Aunque se trata de un argumento frecuente, es un
argumento históricamente falso. El Portugal de Salazar, la Grecia del régimen
de los coroneles fueron miembros de la OTAN y, mediante la red stay
behind, la Alianza Atlántica participó en diferentes intentos
desestabilizadores contra varios Estados miembros o en golpes de Estado.
Es cierto que la entrada formal de España a la OTAN no se produjo hasta
1982, después de la democratización española. Pero nada hizo la Alianza
Atlántica en apoyo a esa democratización, aunque sí hizo todo lo
posible por impedir que los comunistas españoles influyeran demasiado en
el proceso democrático. Aznar también pidió, al igual que Jaap de Hoop
Scheffer, un fortalecimiento del peso de la OTAN en la «guerra contra el
terrorismo», o sea, concretamente, un fortalecimiento de las capacidades
injerencia política de Estados Unidos en Europa.
La
posible adhesión de Israel a la OTAN se mencionó de nuevo con el
desarrollo de la crisis iraní. Durante la 42ª Conferencia Anual sobre
Política de Seguridad, que se desarrolló en Munich los días 4 y 5 de
febrero de 2006, los 300 participantes mencionaron la ampliación de la
OTAN y la crisis iraní [16]. A priori, no era fácil distinguir el vínculo
que veían los organizadores de la Conferencia entre la ampliación de la
OTAN y la crisis iraní. La explicación la había dado justo antes el
propio Aznar durante una presentación preparada por George Schultz en la
Hoover Institution, y más tarde en una tribuna que publicara el Wall
Street Journal: la misión de la OTAN consistiría en servir de coalición
a los Estados occidentales u occidentalizados para derrotar la jihad en
general (léase el Islam) y a Irán en particular. La adhesión de Israel
a la OTAN establecería la obligación de los demás Estados miembros de
socorrer al Estado judío si este fuese atacado por Irán, aunque este último
actuase en defensa propia.
Esta
conferencia se desarrolló un año después que Jaap de Hoop Scheffer se
convirtiera en el primer secretario general de la OTAN en visitar Israel,
suscitando allí un debate sobre la utilidad que podría tener para el
propio Israel su incorporación a la OTAN. Desde entonces, la cuestión
reaparece periódicamente.
Una
cosa conduce a la otra y al producirse la transformación de la OTAN en
una gran alianza militar de las democracias, o al menos de los regímenes
que Washington considera como tal, ¿por qué no convertir a la OTAN en un
sustituto de la ONU? Si se considera que la democracia es el único régimen
aceptable, entonces la OTAN, en la que estas están reagrupadas, se
convertiría en la principal organización legítima. Se trata de un
argumento que no se ha desarrollado mucho ya que la ampliación de la OTAN
está todavía en proceso, pero que ya se menciona de cuando en cuando en
los proyectos y discursos de los círculos atlantistas. Condoleezza Rice,
al igual que Madeleine Albright antes que ella, estimula periódicamente
la constitución de una organización que reúna, bajo la dirección de
Estados Unidos, a todas las «democracias» del mundo. Por su parte,
Victoria Nuland, embajadora estadounidense ante la OTAN y esposa del teórico
neoconservador Robert Kagan, llamó en el diario francés Le Monde a
modificar la Alianza Atlántica, aunque no fue muy clara en cuanto a la
naturaleza de las transformaciones. Aunque la embajadora no haya hecho
ninguna proposición concreta, su texto revela el proyecto estadounidense
para la OTAN. Al pedir que la Alianza Atlántica se convierta en foro de
reunión de las democracias y que actúe en el plano militar, en el
humanitario, pero también en el sector económico (para garantizar la
prosperidad de sus miembros), Victoria Nuland otorga a la OTAN el lugar de
la ONU [17].
Sin
embargo, aunque están presentes en el pensamiento de los dirigentes
atlantistas o estadounidenses, tales proyectos de transformaciones sólo
son aún lejanos proyectos y la OTAN sigue siendo, por el momento, ante
todo una organización militar al servicio de la injerencia estadounidense
en Europa, que se legitima mediante la lucha contra el terrorismo y que
sirve también, como lo hizo desde su creación, para mantener a Rusia «afuera».
Es así que en un texto ampliamente difundido en los medios
internacionales de prensa por el gabinete Project Syndicate y el Council
on Foreign Relations, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld declaró:
«Hoy, nuestra atención se orienta hacia Irak y Afganistán, pero en los
años venideros, nuestras prioridades cambiarán. Y lo que quizás
tengamos que hacer en el futuro se determinará probablemente en función
de las decisiones de otras entidades. Tomemos el ejemplo de Rusia[…].
Rusia es socio de Estados Unidos en materia de seguridad y nuestras
relaciones, en conjunto, son mucho mejores de lo que fueron durante
decenios, pero, en ciertos aspectos, Rusia se ha mostrado poco cooperativa
y ha utilizado sus recursos energéticos como arma política, por ejemplo,
y se ha resistido a los cambios políticos positivos que tienen lugar en
los países vecinos.». El autor señalaba también a China como
adversario potencial.
Se
trata en este caso de un regreso a la doctrina Baker, que debe su nombre a
James Baker, ex secretario de Estado de George Bush padre, quien veía en
la ampliación de la OTAN hacia el este un medio de impedir toda
reconstrucción de un adversario ruso. Rumsfeld adapta esa estrategia a la
ideología del choque de civilizaciones, que presenta a las potencias asiáticas
rusas y chinas como adversarios a los que habrá que vencer después de
acabar con «el islamismo».
Notas:
(*)
Cedric Housez, especialista francés en comunicación política.
[1]
En inglés: «Keep the Americans in, the Russians out and the Germans
down.»
[2] «1980: carnage à Bologne, 85 morts»,
Voltaire, 12 de marzo de 2004.
[3]
Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Islandia, Italia,
Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal y Reino Unido.
[4]
A los 12 firmantes originales se unieron sucesivamente Grecia y Turquía
(en 1942), la República Federal de Alemania (1955) y España (1982).
[5]
La República Checa, Polonia y Hungría se unieron a la OTAN en 1999 y
Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Eslovaquia y Eslovenia lo hicieron
en 2004.
[6] «Instaurer la paix et la stabilité dans les
Balkans – 9. Relations avec la Serbie–et–Monténégro», servicio de
prensa de la OTAN.
[7] «The war on terror is NATO’s new focus»,
por R. Nicholas Burns, International Herald Tribune, 6 de octubre de 2004.
[8] «Washington Post, 4 de diciembre de 2005.
<html>[<a
href="#nh9" name="nb9"
class="spip_note">9</a>"
class="spip_out">Do These Two Have Anything in Common? «
La «Guerre des civilisations»», por Thierry Meyssan, Voltaire, 4 de
junio de 2004.
[10] «L’obsession identitaire des médias français»,
por Cédric Housez, Voltaire, 9 de marzo de 2006.
[11]
Fragmentos de esa intervención fueron recogidos en la edición del 15 de
noviembre de 2004 del diario británico The Independent con el título «Europe
should wake up to the threat of terrorism».
[12]
«NATO Goes Global», por Melanie Kirkpatrick, Wall Street Journal, 13 de
junio de 2006.
[13]
«A Transformative NATO», por Jim Hoagland, Washington Post, 4 de
diciembre de 2005.
[14] «Une guerre juteuse pour Lockheed Martin»,
Voltaire, 7 de febrero de 2003.
[15]
«La OTAN: Una alianza por la Libertad. Cómo transformar la Alianza para
defender efectivamente nuestra libertad y nuestras democracias», Fundación
para el Análisis y los Estudios Sociales, diciembre de 2005. Ver
sobre el tema «L’OTAN: Une alliance pour la liberté», por Cyril
Capdevielle, Voltaire, 6 de diciembre de 2005.
[16] «Conférence de Munich: élargir l’OTAN à
Israël et attaquer l’Iran», Voltaire, 8 de febrero de 2006.
[17] «Nouveaux horizons pour l’OTAN», por
Victoria Nuland, Le Monde, 7 de diciembre de 2005.
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