Choque
de civilizaciones
El
viejo cuento del «nuevo totalitarismo»
Por Cedric Housez
Red
Voltaire, 25/09/06
El
ocasión del 5to aniversario de los atentados del 11 de septiembre de
2001, el presidente de Estados Unidos confirmó a sus ciudadanos que la
guerra contra el «totalitarismo islámico» está en marcha. Un poco de
análisis demuestra sin embargo que ese concepto no tiene ninguna definición
precisa, lo cual permite designar como enemigos todo tipo de grupos
diferentes y demonizarlos para justificar a posteriori los ataques contra
ellos. Cedric Housez recorre aquí el uso que ha hecho la propaganda
estadounidense del término «totalitarismo» desde los días de la guerra
fría hasta hoy.
«Fascismoislamismo»,
«fascismo islámico», «nuevo fascismo», «nuevo totalitarismo»… la
última moda de la «guerra contra el terrorismo» parece ser la renovación
del término «fascista» y el regreso de la retórica antitotalitaria.
Aunque no es realmente reciente [1] este fenómeno encuentra hoy una
repercusión considerable, especialmente importante en el marco de la
actualidad mediática francesa del año 2006.
En
Francia, durante el mes de marzo de 2006, la casa Éditions Denoël lanzó
una nueva revista de política internacional que lleva por nombre Le
Meilleur des mondes. La revista «reclama la herencia política,
intelectual y moral de la corriente antitotalitaria» [2] y reúne en su
comité editorial un gran número de de personalidades mediáticas
proestadounidenses [3]. En su editorial se mezclan la lucha contra el
comunismo de la época de la guerra fría y el combate actual contra «el
islamismo» mientras se lamenta que Francia se haya mostrado o se esté
mostrando complaciente hacia cada uno de esos movimientos.
Durante
el mismo período, el semanario satírico francés Charlie Hebdo [4], que
se destacó semanas antes al publicar las caricaturas de Mahoma
inicialmente publicadas en el Jyllands Posten [5], publicó un manifiesto
intitulado «Juntos contra el nuevo totalitarismo» [6]. En su introducción
podemos leer que «Luego de haber vencido al fascismo, el nazismo y el
estalinismo, el mundo enfrenta una nueva amenaza global de tipo
totalitario: el islamismo.». El manifiesto fue ampliamente reproducido
por el semanario francés L’Express, la publicación mensual francesa
TOC y el diario suizo Le Temps y alcanzó cierta repercusión
internacional.
Entre
los firmantes de esta llamamiento se encuentra Bernard Heni Levy y
Carolina Fourest. Esta última es autora de un ensayo, laureado en 2006
como el de A. Adler con el Premio del Libro Político de la Asamblea
Nacional, titulado La Tentation obscurantiste [7]. En esa obra, publicado
al mismo tiempo que otras con una problemática equivalente, Carolina
Fourest pone en oposición dos tradiciones de izquierda: una «antitotalitaria»
que después de haber combatido el estalinismo fustigaría el islamismo y
otra «tercemundista» que, por sentimiento de culpa, aceptaría sin
reflexionar cualquier cosa de parte de los islamistas. Fourest llamaba,
por supuesto, a movilizar la primera corriente contra la segunda. Por su
parte, Bernard Henri Levy popularizó, a través de sus editoriales en el
semanario francés Le Point y de sus numerosas intervenciones mediáticas,
el término «fascislamismo», contracción de fascismo e islamismo , y
presenta regularmente «el islamismo» como el «tercer fascismo» que el
«mundo libre» tendrá que enfrentar [8]. Esta denuncia adquirió incluso
una dimensión central en sus recientes producciones ya que, este verano y
durante la guerra del Líbano, todas sus crónicas abordaban este asunto
de una u otra manera. El autor denunciaba así el «fascislamismo» de
Hamas y de Hezbollah manipulado por Damasco y Teherán [9] presentaba el
islamismo como un nuevo peligro totalitario [10] y comparaba la guerra del
Líbano con la guerra de España poniendo, lo más seriamente del mundo, a
Israel en el papel de los republicanos españoles [11]. Dando como ciertas
las declaraciones de las autoridades británicas [12] y sin que haya
habido aún ningún juicio, BHL designa como «fascistas» a las personas
acusadas por la policía británica de haber preparado atentados contra
aviones de pasajeros en el aeropuerto de Londres [13]. Para terminar, y
mediante una de esas extrañas mezclas que sólo él sabe hacer, se las
arregla para combinar la confesión de Gunther Grass sobre su paso por las
Waffen SS, «sus exageraciones sovietófilas» y el desarrollo del «fascislamismo»
para presentar todos esos elementos totalmente diferentes como un todo
coherente. [14].
Estos
elementos no son excepciones sino que ilustran una tendencia general que
existe en la prensa francesa, y más allá. Los editorialistas
neoconservadores estadounidenses, como el muy influyente William Kristol
[15], también presentan el islamismo como un nuevo peligro comparable al
estalinismo y el nazismo, y no hay que ir muy lejos para encontrar el
parecido entre el «fascislamista» de Bernard Henri Levy, el «nazislamista»
de Yvan Rioufol del diario Le Figaro y el «islamofascism» de Frank
Gaffney. No son sólo los editorialistas quienes hacen esa mezcla ya que,
por ejemplo, el ex ministro francés de Educación Luc Ferry comparó el
desarrollo del islamismo con el auge del nazismo (estimando incluso que el
primero puede ser hasta peor que el segundo [16], el ex ministro británico
de Relaciones Exteriores, Jack Straw, calificó el terrorismo «islamista»
de «nuevo totalitarismo» [17] y su homólogo alemán Joschka Fischer
repitió comentarios similares tanto en el su discurso de Princeton, en
noviembre de 2003 [18] como en la entrevista que concedió al diario
Handelsblatt meses más tarde [19]. Recientemente, el 10 de agosto de
2006, el propio George W. Bush calificó a los ciudadanos británicos
acusados de haber preparado un atentado contre el aeropuerto de Londres de
«fascistas islámicos» [20] y su secretario de Defensa Donald Rumsfeld
presentó el «terrorismo islamista» como «un nuevo tipo de fascismo»
[21].
Pero,
después de todo, ¿qué hay de erróneo en esa forma de presentar los
movimientos musulmanes armados? ¿El extremismo, cualquiera que sea su
ideología o religión, no tiende efectivamente a regir totalmente la vida
del individuo? ¿Un sistema político basado en la aplicación estricta de
los dogmas religiosos no buscaría regir íntegramente aspectos de la vida
de las personas ejerciendo por consiguiente un control total sobre su
existencia? ¿Y la presencia del Estado en todos los aspectos de la vida
del individuo, incluyendo el aspecto privado, no representa acaso la
esencia misma de un sistema totalitario?
Basándose
en ese argumento, sería posible afirmar, por consiguiente, que los
movimientos musulmanes armados son partidos totalitarios y que combatirlos
equivale a combatir el totalitarismo. ¡LQQD (Lo Que se Quería
Demostrar)!
Sin
embargo, el asunto no es tan sencillo
Primeramente,
porque la palabra «totalitarismo» nunca ha sido un término políticamente
neutro aplicable únicamente a regímenes opresores sino una consigna para
movilizar a la alianza atlántica contra el Pacto de Varsovia sobre la
base de una mezcolanza entre comunismo y nazismo, asunto que retomaremos
posteriormente.
Después
porque también carece de coherencia el uso de la palabra «islamismo»
para designar movimientos musulmanes armados. ¿Qué tienen en común los
revolucionarios iraníes que derrocaron la dictadura sanguinaria del chah,
los salafistas argelinos que tratan de imponer el regreso a un modelo de
sociedad ya obsoleto, el Hamas que lucha contra el apartheid en Palestina,
el Hezbollah que resiste a la invasión del Líbano por Israel y los
presuntos autores de presuntos proyectos de atentados en Londres? Nada que
no sea su religión y el prejuicio que pretende que se trata de una religión
intrínsecamente violenta. Y si hay utilizar esa categoría, ¿por qué no
incluimos en ella a los mercenarios de Ben Laden que lucharon contra los
soviéticos en Afganistán, al Movimiento de Liberación de Kosovo que
organizó atentados con bombas en pleno centro de Pristina, al gobierno
checheno exilado en Washington que organiza atentados en Rusia, etc.?
Sucede que ni la palabra «islamismo» tiene un fundamento claro y no es
un término académico sino una palabra mediática que ha seguido destinos
diferentes y que se impuso poco a poco para establecer una diferencia
formal entre el Islam «bueno» y el «malo». Sobre la popularización de
la palabra «islamismo» en los medios de difusión, sobre todo en la
televisión, el periodista Thomas Deltombe precisa: «De tanto querer
absolutamente mantener una visión moral y binaria que diferencia el Islam
«bueno» del «malo», el periodismo televisivo –y no es el único–
se encuentra en una situación ambigua. Es cierto que comenzó a reformar,
oralmente y formalmente, la secular visión occidental de un Islam intrínsecamente
dañino y ajeno, pero al mismo tiempo continúa haciéndose eco, implícitamente
y en el fondo, de una visión que sigue siendo negativa sobre un fenómeno
religioso que percibe como sospechoso y ajeno.». [22]. Los movimientos
musulmanes armados al servicio de los intereses occidentales representan
necesariamente al Islam «bueno» y no pueden por tanto ser considerados
parte del Islam «malo», que es el islamismo.
No
ha que decir, pero es mejor decirlo, que la denuncia de conceptos tan
nebulosos como totalitarismo o islamismo no equivale a negar ciertos
comunistas o musulmanes hayan desarrollado formas intolerantes,
oscurantistas y criminales de su ideal o de su fe. De la misma manera, el
recordar esas desviaciones del comunismo o del Islam tampoco significa
negar que ese mismo tipo de fenómenos se produce también en el seno de
otros movimientos ideológicos o religiosos.
Rechazar
el empleo de la retórica del «totalitarismo islámico» o ver sus límites
evidentes no significa renunciar al laicismo sino, por el contrario,
defenderlo separándose del discurso dogmático de los pontífices del
neoconservadurismo.
Para
entender bien esta retórica, es importante analizar los orígenes del
empleo de la palabra «totalitarismo» y su tránsito del estatus de
concepto al servicio del análisis político al de calificativo moral
tendiente a estigmatizar al adversario. La historia de ese término es
especialmente importante en la medida en la que este cambió de sentido y
evolucionó a través del tiempo.
La
herramienta de análisis se convierte en arma de la guerra fría
La
primera utilización de ese término la encontramos en un discurso de G.
Amendola, un italiano opositor de los fascistas, pronunciado el 22 de mayo
de 1923 en el que se denuncia el control impuesto a las diferentes
instituciones italianas. Aún siendo un término peyorativo, Mussolini lo
retoma y lo reivindica en un discurso pronunciado el 22 de junio de 1925
antes que Gentile, teórico fascista, lo desarrolle en su obra La Doctrina
fascista, en 1932. Paralelamente, el concepto de régimen totalitario va
ganando popularidad durante los años 30 aún cuando en esa época se usa
para designar únicamente los regímenes fascistas y nazis. Es en 1930,
con la firma del pacto germano–soviético, que el concepto de «regímenes
totalitarios» será aplicado también al régimen estalinista en los países
de fuerte tradición antimarxista y en el establishment europeo. Sin
embargo, a partir de 1941 y del ataque del Reich contra la URSS, esta
denominación globalizante que temporalmente en estado de hibernación.
Después
de la 2da Guerra Mundial, los historiadores y politólogos estudiarán el
nazismo para tratar de explicar el fenómeno. Pero muy rápidamente, con
el desarrollo de la guerra fría, asistiremos a una cristalización de los
modelos explicativos, tanto al Este como en el Oeste, alrededor de dos
interpretaciones que compiten entre sí.
Al
Este, en el bloque comunista, la que se impone es por supuesto una
concepción marxista. La teoría del Komintern define el fascismo como una
reacción de la burguesía ante el derrumbe del capitalismo. Por
consiguiente, los regímenes fascistas y nazis están más cerca del
bloque occidental que de la URSS ya que el fascismo es una evolución
probable de los regímenes adversarios de esta.
Del
lado opuesto, el bloque occidental vuelve al concepto de «régimen
totalitario» y le da un nuevo aliento. Concentrándose en puntos de
similitud entre los regímenes nazis, fascistas y soviéticos, el modelo
totalitario permitirá presentar políticamente el régimen estalinista
como reflejo del régimen hitleriano y convertir la democracia liberal en
su contramodelo absoluto.
Este
punto de vista se impondrá rápidamente en el establishment occidental.
Es en Alemania, principal objetivo de la guerra fría, donde más se
desarrollará el esquema de análisis totalitario. Esta lógica aparecerá
así en la ley fundamental adoptada en 1949 en la República Federal de
Alemania (RFA). El objetivo explícito de esa Constitución es impedir un
retorno al régimen nazi así como evitar que el comunismo logre
desarrollarse algún día en la RFA. Asimismo, dos alemanes exilados en
Estados Unidos, Hannah Arendt y Carl Friedrich, son los principales
autores de la definición universitaria del totalitarismo.
Hannah
Arendt publicará en 1951 The origins of Totalitarianism donde ofrece un
apasionado análisis de la ascensión del nazismo, su inevitable
radicalización y su naturaleza intrínsecamente destructiva. El análisis
del estalinismo es sin embargo mucho menos convincente y será ampliamente
criticado en análisis posteriores (sobre todo en cuanto a su percepción
de una sustitución de una sociedad de clases por una «sociedad de masa»
así como su ausencia de análisis histórico del surgimiento del nazismo
[23]).
Por
su parte, Carl Friedrich desarrollará su análisis en un artículo
intitulado «The Unique Character of Totalitarian Society», en la obra
colectiva Totalitarianism publicada en 1954. Aquí desarrolla un modelo de
cinco puntos que supuestamente definen las características del
totalitarismo.
Según
Friedrich, el régimen totalitario se define por:
*
una ideología milenarista oficial;
*
un partido único de masas;
*
monopolio de los medios de combate;
*
monopolio de los medios de comunicación;
*
control policiaco terrorista que define por sí mismo sus adversarios de
forma arbitraria.
Friedrich
criticará a los analistas que confunden totalmente el régimen nazi con
el régimen estaliniano aunque su conclusión será, sin embargo, que las
coincidencias entre nazismo y comunismo son más importantes que sus
diferencias.
En
1956, ese modelo parece perder vigencia debido a la destalinización.
Zbigniew Brzezinski, futuro consejero para la seguridad nacional del
presidente demócrata Jimmy Carter, adaptará el esquema de análisis
totalitario a ese suceso. En su artículo «Totalitarianism and
Rationality» publicado en la American Political Science Review, estima
que las técnicas de manipulación y de dirección de las masas,
estudiadas por sus predecesores, funcionan al servicio de un objetivo
revolucionario que no consiste ni en congelar la sociedad ni en cambiar
las clases dominantes sino en sustituir el pluralismo por la uniformidad.
Pero la «racionalidad» de las técnicas de dirección de las masas puede
entrar en conflicto con el dinamismo sin freno de los objetivos, lo cual
imprime una marcha desigual y abrupta a la historia de esos regímenes. De
esa forma, la desestalinización no sería más que una peripecia dentro
de un régimen que sigue siendo totalitario. Ese mismo año, Carl
Friedrich y Brzezinski se asociarán para radactar la primera edición de
Totalitarian Dictatorship and Autocracy. En ese libro, Friedrich retoca su
modelo de cinco puntos y le agrega uno más: el control de la economía
por el Estado.
Inspirándose
en los trabajos de Friedrich, Raymond Aron afirmará en 1958, en Démocratie
et totalitarisme, que el totalitarismo tiene cinco características:
*
un partido que monopoliza la actividad política;
*
una ideología oficial de Estado;
*
monopolio del control «de los medios de fuerza y de los medios de
comunicación»;
*
control de la economía por el Estado
*
y la instauración de un terror policial e ideológico [24].
La
izquierda europea rechazará la confusión entre nazismo y comunismo que
se desprende de esas teorías y, ya en los años 60, los medios
universitarios se apartarán también de esos análisis que rápidamente
considerarán obsoletos. Efectivamente, de tanto querer concentrarse en
las similitudes, el esquema de análisis totalitario pasa por alto la
diferencia entre los regímenes fascistas y los regímenes comunistas,
tanto en el plano de la organización como en la ideología o los métodos
de toma del poder. Al meter el nazismo y el comunismo en un modelo único,
los analistas pierden de vista la oposición entre el elitismo fascista y
el igualitarismo comunista o el peso de la burguesía en el surgimiento
del fascismo. En el plano de la organización, no hay tampoco comparación
alguna entre el sistema instaurado por Hitler en Alemania y en la URSS por
Stalin.
El
análisis totalitario conserva sin embargo su atractivo para los medios
conservadores y entre los intelectuales atlantistas reclutados y pagados
por la CIA en el seno del Congreso por la Libertad de la Cultura [25]. Eso
quiere decir que, si bien los debates universitarios se alejan de esas
teorías, el esquema de análisis totalitario se seguirá enseñando y
seguirá siendo apoyada ante el gran público. Así que, el 5 de julio de
1962, en la RFA, la conferencia de ministros de Educación de los Landers
declara: «Los profesores de todas las disciplinas están en el deber de
iniciar a los alumnos en las características del totalitarismo y los
principales aspectos del bolchevismo y del nacional–socialismo, que son
los dos sistemas totalitarios más importantes del siglo XX» [26]. La
prensa dominante tampoco tiene en cuenta las dudas surgidas sobre ese
modelo de análisis. En su estudio sobre el tratamiento de la cuestión
nazi en la prensa de Alemania occidental entre 1963 y, Das 3. Reich in der
presse des Bundesrepublik, R. Kühnl, observa que es frecuente la
comparación entre el éxito de las SA en el seno de las clases populares
en la Alemania de los años 30 y los éxitos comunistas, al igual que se
habla de convergencia entre la Alemania nazi y la URSS mientras que se
minimiza la complicidad de la gran burguesía con Hitler.
Al
igual que la noción de «totalitarismo», la de «fascismo» no es una
noción puramente objetiva. A partir del momento en que el análisis científico
del totalitarismo pierde interés, sus promotores van a insistir más y más
en la dimensión política y moral del concepto. El totalitarismo dejará
así de ser tema de estudio de politólogos e historiadores para
convertirse en el corazón del discurso de los intelectuales atlantistas.
En Francia, el fenómeno mediático que representarán «los nuevos filósofos»
hace de la cuestión totalitaria el núcleo de su análisis. Y los
intelectuales mediáticos surgidos de ese movimiento, como André Gluksman
o Bernard Henri Levy, lo utilizarán muy frecuentemente para estigmatizar
primeramente todo régimen comunista y después a todo el que se acusa de
ser un adversario de «Occidente», este último abusivamente asociado a
la democracia liberal. En sus trabajos, el «totalitarismo» se convertirá
por tanto en el enemigo absoluto y, por inversión de la perspectiva, cada
enemigo será descrito como una nueva emanación de un totalitarismo
decididamente proteimorfo.
La
cuestión del totalitarismo servirá también de argumento político y de
guía oficial de ciertas políticas. A fines de los años 70, cuando Jimmy
Carter y su consejero Zbigniew Brzezinski ponen en tela de juicio las
alianzas kissingerianas con las dictaduras militares sudamericanas, Jane
Kirkpatrick invocará la lucha antitotalitaria para criticar esos cambios
de alianzas en la revista Commentary. En su artículo de 1978 «Dictatorships
and Double Standards», la futura embajadora de Ronald Reagan ante la ONU
afirma que Estados Unidos tiene razón en dar su apoyo a las dictaduras
militares en América del Sur. Según esas dictaduras no son más que regímenes
autoritarios que dejan a sus conciudadanos más libertad que los regímenes
totalitarios, que son los regímenes comunistas. Por consiguiente, Estados
Unidos tiene que aprender a distinguir entre ambos regímenes y, por lo
menos temporalmente, apoyar a las dictaduras que luchan contra los
movimientos «totalitarios» y garantizan así los intereses
estadounidenses. El artículo hizo mucho ruido, sobre todo por ser su
autora una demócrata (Jane Kirkpatrick no se incorporará formalmente al
Partido Republicano hasta 1985) y porque atacaba la política exterior
concebida por Zbigniew Brzezinski en su propio terreno de investigación y
estudios. La argumentación de Kirkpatrick servirá de base teórica a la
política exterior de Ronald Reagan.
Al
proponer un marco que permite justificar la política exterior del bloque
occidental, estigmatizar a los enemigos en el plano político y moral y al
crear espectro absoluto presentado como antítesis de la democracia, en
medio siglo el «totalitarismo» pasará de la categoría de concepto para
explicar el fascismo al rango de palabra del lenguaje común que permite
diabolizar todo tipo de adversario. Al carecer ya de reales pretensiones
científicas, este concepto será utilizado a menudo como sinónimo de «fascismo»
y, mediante la asimilación entre comunismo y nazismo que propone el
totalitarismo, los comunistas se convertirán a veces en los «fascistas
rojos» por obra y gracia de la pluma de ciertos autores atlantistas. El
«antitotalitarismo» se convertirá en base ideológica oficial de la
izquierda atlantista europea y en uno de los aspectos de aquello que se
califica en Francia como «pensamiento único» [27].
La
adaptación al fin de la guerra fría
Sin
embargo, la noción de antitotalitarismo va a perder vitalidad con el fin
de la guerra fría. Se mantendrá su retórica en los ataques contra Cuba,
Corea del Norte, contra el Irak de Sadam Husein o la Yugoslavia de
Milosevic, pero su uso se hará menos frecuente. En Francia, la
investigación de finales de los 90 sobre el comunismo se verá marcada
sin embargo por un resurgimiento de la comparación comunismo–nazismo
con la muy mediática publicación de Pasado de una ilusión de François
Furet [28] y sobre todo con la aparición del Libro Negro del comunismo
[29]. Esta obra colectiva, cuyo prefacio debía escribir F. Furet
(fallecido aquel mismo año) se publicó finalmente con un prefacio de
Stephane Courtois. Las numerosas asociaciones entre comunismo y nazismo
que hace el autor en ese texto llegó incluso a provocar en la Asamblea
Nacional francesa un debate sobre la presencia de ministros comunistas en
el gobierno de Lionel Jospin.
Actualmente,
con la «guerra contra el terrorismo», asistimos a un resurgimiento de la
retórica antitotalitaria. Y de nuevo se utiliza esa retórica para
inventar una asimilación entre regímenes o movimientos que finalmente
tienen pocos vínculos. Este uso de la clasificación «totalitario» en
la «guerra contra el terrorismo» no tiene además otro fundamento que la
utilización política o moral del epíteto. Se habla de «nuevo
totalitarismo» para señalar al islamismo o el terrorismo islamista pero
¿qué tiene que ver el islamismo con la definición del totalitarismo que
nos dan Arendt, Aaron, Friedrich ou Brzezinski? Este último, por cierto,
rechazó la comparación juzgándola tan inoportuna como nefasta a largo
plazo para la política estadounidense y la ridiculizó [30].
Pero,
diga lo que diga Zbigniew Brzezinski, esta retórica presenta ventajas a
corto plazo. Veamos las cuatro más importantes.
Primero
que todo, presentar el islamismo como un nuevo totalitarismo comparable
con el nazismo y el comunismo ayuda a dramatizar la situación. Al
asimilar el islamismo a un sistema político comparable con el nazismo o
el comunismo (una de las tesis centrales del orientalista Bernard Lewis
[31]), se puede inventar la amenaza y justificar así considerables gastos
militares. La mención constante de supuestos paralelos entre el 11 de
septiembre y Pearl Harbour y el lugar común de los editorialistas
neoconservadores o proestadounidenses que afirman que el mundo actual es más
peligroso que el de la guerra fría también apoyan ese punto de vista. Si
el islamismo puede compararse con el nazismo hay que prepararse para
hacerle frente y disponer de fuerzas militares capaces de enfrentar el
futuro conflicto. Si el islamismo hace que este mundo sea más peligroso
que el de la guerra fría, hay que contar con un presupuesto militar
superior al de la guerra fría.
Por
otro lado, meter en el mismo saco islamismo, nazismo y comunismo permite
presentar los movimientos musulmanes armados una fuerza unificada que
busca un solo objetivo. En realidad, nada permite afirmar que los
movimientos calificados como islamistas colaboran entre sí pero al
mezclarlos en un movimiento «totalitario» o «fascista» musulmán, los
expertos mediáticos abordan el islamismo como un todo. Es eso lo que les
permitió, durante el quinto aniversario de los atentados del 11 de
septiembre de 2001, hablar a la vez de los atentados atribuidos a Al
Qaeda, de la violencia «islamista» en Irak, del Hezbollah «islamista»,
de la bomba atómica «islamista» iraní y, en definitiva, de un «complot»
islamista contra «la» civilización.
Además,
presentar el conflicto como una nueva confrontación entre el mundo democrático
y un peligro totalitario con un nuevo rostro permite justificar la
existencia de una alianza «natural» del bloque occidental, presentado
como el mundo democrático. Y al manejar paralelos históricos más o
menos injustificados es posible convertir a Estados Unidos en el dirigente
«natural» de un «mundo libre» obligado a organizar su legítima
defensa. Este discurso se basa en una presentación de Estados Unidos como
el gran vencedor de la 2da Guerra Mundial (y minimizar por tanto el papel
de la URSS en ese conflicto) y de la guerra fría.
Finalmente,
asimilar el islamismo a un totalitarismo busca también quitar legitimidad
al discurso de quienes se oponen al dogma de la «guerra contra el
terrorismo». Si el islamismo es un totalitarismo los que se niegan a
combatirlo o a verlo como el mayor peligro de nuestra época son
necesariamente cómplices del totalitarismo y por tanto enemigos de la
democracia, o sea posibles criminales de guerra. De esa forma,
estableciendo el paralelo con el estalinismo, Caroline Fourest se refirió
a la gente de izquierda que se niega en Francia a aceptar simplificaciones
y mescolanzas alrededor del Islam y del terrorismo como «idiotas útiles»
o «compañeros de viaje» del islamismo [32]. Por su parte, el 29 de
agosto de 2006, Donald Rumsfeld comparó a los adversarios de su política
con los que preconizaban el entendimiento con los nazis antes de la 2da
Guerra Mundial [33]. Caroline Fourest y Donald Rumsfeld no los únicos que
establecen ese tipo de comparaciones.
¿Hay
que renunciar entonces al uso del termino «totalitarismo»? ¿Toda
utilización de ese término está condenada a servir de propaganda
proestadounidense? Claro que no. Sin embargo, al igual que muchos
conceptos, y sin dudas más que otros, la noción de totalitarismo de ser
manejada con precaución. Es importante conocer sus límites y no dejarse
encerrar en la retórica de quienes lo utilizan como arma política para
estigmatizar a sus propios adversarios o justificar políticas coloniales.
Notas:
[1]
Pocos meses a penas después del 11 de septiembre, el editorialista
neoconservador Alexandre Adler publicaba Yo vi el fin del viejo mundo,
donde hablaba de «fascismo musulmán»: «Yo afirmo por consiguiente que
el antiamericanismo de hoy, bajo apariencias vagamente progresistas, no es
más que un conglomerado de viejos sueños perdidos bajo las ruinas del
muro de Berlín –un sentimiento fascitizante que, de hecho, simpatiza
con el «fascismo musulmán» propagado por los islamistas». J’ai vu finir le monde ancien, París,
Grasset, 2002; Hachette, Pluriel, p. 69. Este libro recibió el Premio del Libro Político de la
Asamblea Nacional del año 2003 otorgado por un panel de editorialistas
conocidos.
[2] «Koestler, notre contemporain», Michel Laval, Le
Meilleur des mondes, n°1, primavera de 2006
[3] El director de la publicación es Olivier Rubistein,
el redactor jefe es Michel Taubman y el comité editorial lo componen
Mohamed Abdi, Galia Ackerman, Antoine Basbous, Eve Bonnivard, Claire Brière–Blanchet,
Pascal Bruckner, Jean Chavidant, Stéphane Courtois, Brice Couturier, Thérèse
Delpech, Susanna Dorhage, Antonio Elorza, Myriam Encaoua, Frederic Encel,
Arié Flack, Cecilia Gabizon, Philippe Gaudin, André Glucksmann, Raphael
Glucksmann, Romain Goupil, Gerard Grunberg, Philippe Gumplowicz, David
Hazan, Olivier Languepin, Max Lagarrigue, Michel Laval, Jacky Mamou,
Barbara Lefebvre, Violaine de Marsangy, Jean–Luc Mouton, Kendal Nezan,
Jean–Michel Perraut, Nata Rampazzo, Pierre Rigoulot, Olivier Rolin,
Elisabeth Schemla, André Senik, Pierre–André Taguieff, Jacques
Tarnero, Florence Taubmann, Bruno Tertrais, Antoine Vitkine, Marc
Weitzmann e Ilios Yannakakis. El capital de la revista se divide entre Éditions
Denoël y la asociación «Amis du Meilleur des mondes» que preside André
Glucksmann.
[4] «Vendre le «choc des civilisations» à la gauche»,
por Cedric Housez, Voltaire, 30 de agosto de 2005.
[5] «Caricatures danoises et hystérie en trompe l’œil»,
Voltaire, 17 de febrero de 2006.
[6] «Ensemble contre le nouveau totalitarisme», Charlie
Hebdo, 1ero de marzo de 2006.
[7] ««Division» de la gauche: le «double langage» de
Caroline Fourest», par Cedric Housez, Voltaire, 25 de noviembre de 2005.
[8]
En el reportaje, donde el autor resalta su apoyo a Israel, que hizo para
el diario Le Monde durante la guerra del ejército israelí contra el Líbano,
BHL escribió: «Ese fascismo con rostro islámico, ese tercer fascismo,
en el que todo indica que es para nuestra generación lo que fueron el
otro fascismo y luego el totalitarismo comunista para la de nuestros
predecesores...». («La
guerre vue d’Israël», por Bernard Henri Lévy, Le Monde, 27 de julio
de 2006.)
[9] «Disproportion ?», Le Point, 20 de julio de 2006 y
«Disproportion, suite», Le Point, 3 de agosto de 2006
[10] «La guerre vue d’Israël», art. citado
[11] «Hezbollisation», Le Point, 10 de agosto de 2006
[12] ver «Complot terroriste au Royaume–Uni: que se
passe–t–il vraiment?» por Craig Murray; «Fabriquez vous–mêmes
votre bombe au TATP» por Thomas C. Greene; «Le mensonge des attentats à
l’explosif liquide», por James Petras, Voltaire, 18, 21 y 29 de agosto
de 2006.
[13] «Cinq remarques sur le désastre (évité) de
Londres», Le Point, 17 de agosto de 2006
[14] «Günter Grass en sa débâcle», Le Point, 24 de
agosto de 2006).
[15]
Como ejemplo podemos remitirnos a lo que escribía en el editorial del
Weekly Standard al comienzo de la agresión israelí contra el Líbano: «It’s
Our War», por William Kristol, Weekly Standard, 15 de julio de 2006. Ese
texto fue analizado en nuestra rúbrica Tribunas y Análisis: «Damas, Téhéran
et le Hezbollah sur le banc des accusés», Voltaire, 25 de julio de 2006.
[16] «Interview de Luc Ferry par Jean–Michel Apathie»,
RTL, 7 de febrero de 2006.
[17] «Terror ’is new totalitarianism’», BBC, 13 de
marzo de 2004.
[18] «L’Europe et l’avenir des relations
transatlantiques», 19 de noviembre de 2003.
[19]
«Une intervention de l’OTAN en Iraq ne serait pas une bonne idée»,
por Joschka Fischer, entrevista reproducida en francés por el servicio de
prensa del ministerio alemán de Relaciones Exteriores, 28 de mayo de
2004.
[20]
«President Bush Discusses Terror Plot Upon Arrival in Wisconsin»,
Servicio de prensa de la Casa «»Blanca, 10 de agosto de 2006.
[21]
«Rumsfeld Says Critics Appeasing Fascism», por Julian E. Barnes, Los
Angeles Times, 30 de agosto de 2006.
[22]
«Un «islamisme» télégénique», por Thomas Deltombe, artículo
publicado en la revista Actualis y retomado por el sitio lmsi.net,
septiembre de 2004.
[23] Ver específicamente, de Ian Kershaw, Qu’est–ce
que le nazisme?, Paris, Gallimard, 1992–1999, capítulo 2: «Le nazisme:
un fascisme, un totalitarisme ou un phénomène unique en son genre?» y,
de Pierre Ayçoberry, La question nazie, Les interprétations du
national–socialisme, 1922–1975, Paris, Seuil, 1979, chapitre. 3 «Les
armes de la Guerre froide»
[24] Démocratie et totalitarisme, capítulo XV: «Du
Totalitarisme».
[25] «Quand la CIA finançait les intellectuels européens»,
por Denis Boneau, Voltaire, 27 de noviembre de 2003.
[26] Citado en La question nazie, Les interprétations du
national–socialisme, 1922–1975, op. cit. (p. 185–186)
[27] « La face cachée de la Fondation Saint–Simon »,
por Denis Boneau, Voltaire, 10 de febrero de 2004.
[28] Le Passé d’une illusion, Paris,
Laffont/Calmann–Lévy, 1995
[29] Le Livre Noir du communisme, Paris, R. Laffont, 1997.
[30] «Do These Two Have Anything in Common ?», por
Zbigniew Brzezinski, Washington Post, 4 de diciembre de 2005. Texto
comentado en nuestra rúbrica Tribunas y análisis: «L’OTAN à
l’heure du «Choc des civilisations»», Voltaire, 14 de diciembre de
2005.
[31] Sur le travail de Bernard Lewis, ver: «La « Guerre
des civilisations»», por Thierry Meyssan, Voltaire, 4 de junion de 2004.
[32] La Tentation obscurantiste, Paris, Grasset, 2005. p.
9.
[33]
«Rumsfeld Says Critics Appeasing Fascism», por Julian E. Barnes, Los
Angeles Times, 30 de agosto de 2006.
.– Un
caluroso agradecimiento a Annie Lacroix–Riz, profesora de historia
contemporánea en la Universidad París VII. La parte histórica de
este artículo sobre el nacimiento del concepto de «Totalitarismo» y
los límites del esquema sobre este fenómeno son en gran parte fruto
de su contribución.
.– Especialista
francés en comunicación política.
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