El otro calentamiento global
Por Juan Gelman (*)
Altercom, 09/06/07
El físico ha provocado –entre otras cosas– cambios de
clima en todo el mundo, lluvias inesperadas, estaciones que se ponen del
revés.
El político amenaza con causar más derramamiento de
sangre todavía y, se sabe, la sangre no es el mejor fertilizante de la
tierra.
El empecinamiento de la Casa Blanca en instalar su escudo
antimisiles en países del Este europeo que alguna vez fueron zona de
influencia soviética ha levantado palabras fuertes en la boca del
presidente ruso Vladimir Putin: amenazó con rediseñar viejos y nuevos
blancos en Europa occidental que podrían ser atacados con “misiles balísticos
o tal vez mediante un sistema completamente nuevo”, si el presidente
Bush insiste en instalar un radar en la República Checa y un interceptor
de misiles en Polonia (AP, 4–6–07).
Washington argumenta que el escudo es necesario para hacer
estallar en el aire los misiles que lanzaría Irán, aunque es notorio que
no tienen el alcance necesario para tocar tierras europeas y mucho menos
las estadounidenses. Moscú afirma que se quiere cercar militarmente a
Rusia. Los «halcones–gallina» han acentuado su campaña de acusaciones
contra el régimen ruso, al que califican de antidemocrático y fatal para
los derechos humanos.
Por las dudas, W. afirma que esto no es un retorno a la
Guerra Fría. Tiene razón: lo que vendría es una guerra muy caliente.
Otra disputa alimenta el calentamiento político global: la
lucha entre EE.UU. y China por el control del petróleo africano.
El primero tiene escasas reservas de oro negro y necesita
sostener su sistema industrial y agropecuario.
El PBI chino crece a un ritmo impresionante –alrededor
del 10 por ciento anual– y su demanda de energéticos aumenta a paso rápido.
Los dos países emplean métodos diferentes.
El Pentágono se atiene a la «filosofía» tipo Irak y
Afganistán y ha establecido no hace mucho un comando militar específico
para Africa (AFRICOM), por sus siglas en inglés), continúa su intervención
encubierta en la guerra civil de Sudán, ha comenzado a bombardear la
Somalia también sumida en una guerra civil, teje una red de alianzas
militares en Africa del Norte y planea combatir a los insurgentes de
Nigeria, su devoto aliado.
La injerencia militar norteamericana en Sudán lleva años,
léase Darfur. No otra cosa ocurre en Somalia: en los años ‘90, EE.UU.
intervino contra los señores de la guerra en nombre del «humanitarismo»,
ahora les proporciona grandes cantidades armas y dinero en nombre del «antiterrorismo».
Todo cambia en esta vida. La sed de petróleo, no.
China, por su parte, recorre otro camino: inversiones y más
inversiones, ya que –se estima– el 30 por ciento de sus importaciones
del energético proviene de Africa. Ofrece créditos blandos sin intereses
ni garantías –nada que ver con los «austeros» del Banco Mundial y el
FMI –y otorga préstamos para construir caminos, hospitales y escuelas
en algunos de los países más endeudados del planeta.
Esto viene envuelto en una gorda serie de iniciativas
diplomáticas. En noviembre del 2006, Pekín organizó una reunión en la
cumbre a la que asistieron 40 jefes de Estado africanos, de Angola,
Nigeria, Mali, Argelia, Sudáfrica entre otros.
La Compañía Nacional de Petróleo de China (CNPC) acaba
de cerrar acuerdos con Nigeria y Sudáfrica para crear un consorcio que
incluye a la South African Petroleum Co. y que le dará acceso a otros
175.000 barriles diarios de oro negro el año que viene.
La CNPC tendrá el 45 por ciento de las acciones
correspondientes a la explotación de un yacimiento submarino de Nigeria.
Y luego: Pekín aportó más de 8000 millones de dólares a
Angola, Nigeria y Mozambique en el 2006, contra los 2300 millones que el
Banco Mundial destinó a toda el Africa subsahariana.
Y asoma el cinismo sin fronteras: la Casa Blanca denuesta a
China porque quiere “asegurarse el abastecimiento de petróleo en las
fuentes”, como si ésa no fuera una preocupación central de EE.UU.
desde hace un siglo.
La CNPC es el inversor petrolero más importante de Sudán,
país al que ha volcado unos 15.000 millones de dólares desde 1999 y del
que toma del 65 al 80 por ciento del medio millón de barriles que produce
cada día. Posee una refinería a medias con el gobierno sudanés, ha
construido un oleoducto y así satisface el 8 por ciento de su demanda
interna de petróleo, que se incrementa un 30 por ciento anual, según
datos de la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional.
La cuestión es que los yacimiento de petróleo sudaneses
se concentran en el sur del país y la Casa Blanca califica la guerra
civil –que alimenta– de “genocidio” a fin de disfrazar su intención
de proceder a un “cambio de régimen” drástico en Sudán.
Desde que se descubrió petróleo en Darfur, el Pentágono
ha intensificado su apoyo al Ejército Popular de Liberación de Sudán
–financiación y entrenamiento, incluso en la Escuela de Fuerzas
Especiales de Fort Benning, Georgia– y echado más leña a un fuego que
ha provocado la muerte de 100 a 200.000 sudaneses y el desplazamiento de
un millón desde el 2003, año de la invasión a Irak.
En el documento de los “«halcones–gallina»”
titulado «New American Century’s Present Dangers: Crisis and
Opportunity in American Foreign and Defense Policy»,7–6–06 se lee
clarito: “Nuestro poderío militar y la voluntad de emplearlo seguirá
siendo un factor clave en nuestra capacidad de promover la paz”.
Como dijera el novelista y comediógrafo francés Tristan
Bernard: “Hay amenazas de paz, pero no estamos preparados todavía”.
* Poeta y escritor argentino. Desde 1976 reside en
México, donde llego exilado por la dictadura militar facista que le
arrancó su hijo y su nuera embarazada. Entre su vasta obra se destacan
sus libros: Los poemas de Sidney West (1969), Fábulas (1971), Hechos y
relaciones (1980), Citas y comentarios (1982), La junta luz (1985),
Composiciones (1986), Interrupciones I y II (1988) y Salarios del impío
(1993).
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