Tres fases de la nueva
guerra fría
Por Maximiliano Sbarbi
Osuna
El Corresponsal de Medio
Oriente y África, septiembre de 2007
Maximiliano Sbarbi Osuna,
director del “Panorama Mundial de Historia y Actualidad” y asiduo
colaborador de “El Corresponsal”, acaba de publicar "Nueva guerra
por los recursos – La lucha por la hegemonía de Europa Oriental y Asia
Central" (Editorial Dunken). El libro explica la estrategia geopolítica
llevada adelante por Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y China con
respecto a la explotación y transporte de los nuevos y voluminosos
recursos energéticos descubiertos en la cuenca del Mar Caspio y en el
centro de Asia, a través de sus compañías multinacionales estatales y
privadas. A modo de adelanto, anticipamos un capítulo: “Tres fases de
la nueva Guerra Fría”.
Antes de los ataques a
Washington y Nueva York de septiembre de 2001, Estados Unidos tenía una
limitada participación en los grandes recursos energéticos del Caspio y
Asia Central. Las relaciones diplomáticas con los ex estados soviéticos
eran casi inexistentes.
Hasta mediados de los
90s, luego del espacio dejado por la URSS en las nuevas repúblicas
independientes, el mundo se preguntaba qué iba a pasar con el arsenal
nuclear heredado de la potencia, cómo evitar que cayera en manos de
extremistas y de qué manera se iban a conseguir los fondos para la
manutención o, llegado el caso, el desmantelamiento de las cabezas atómicas.
Otros gobiernos y
analistas se preguntaban cómo iba a ser la transición del comunismo al
capitalismo en Rusia, pero pocos miraban hacia el resto de la ex URSS. No
obstante, por diversas razones, sólo algunos veían la posibilidad de
explotar sus recursos. Era prácticamente imposible que una compañía
occidental lograra establecerse en el espacio post soviético, al ser países
tan remotos, sin salida al mar abierto en la mayoría de los casos, con
fuertes lazos con Rusia y China. Era inconcebible invertir, arriesgar el
capital en exploración porque durante los largos años socialistas Moscú
privilegió la explotación de sus propios recursos y no realizó
significativas inversiones en ductos para el resto de la Unión.
Además, no existía
seguridad jurídica en la zona como para atraer grandes capitales
occidentales. Las dictaduras que sucedieron a la URSS no habían abierto
los mercados lo suficiente como para que hubiese empresas occidentales
interesadas en arriesgar su patrimonio cuando no había una ley clara, que
les asegurara grandes ganancias.
Por otro lado, Occidente
disponía del petróleo de Medio Oriente como fuente primaria de energía
y no se preocupaba por buscar alternativas. No se conocía a ciencia
cierta el enorme volumen de recursos fósiles que tenía Asia Central y el
Cáucaso sur.
Por esos años, Rusia
seguía manteniendo dentro de su órbita de influencia al resto de la CEI,
la Comunidad de Estados Independientes que sucedió al gigante socialista.
Miraba con recelo la expansión de la OTAN y de la Unión Europea, que
cada vez se acercaban más a sus fronteras.
Quizás por su cercanía
geográfica a la región, o tal vez por su desesperada necesidad de
conseguir fuentes de energía para su creciente industria, China ya se había
adelantado a Occidente, en 1994 era el principal inversor en Asia Central,
exceptuando a Rusia. Las inversiones chinas se centraban en gas y petróleo
y más tarde se extendieron hacia recursos minerales como el oro y el
uranio, que se utiliza para generar energía nuclear.
Recién en 1997 la
empresa petrolera norteamericana Chevron logró una concesión para crear
una empresa mixta con el estado de Kazajstán que le permitía extraer el
petróleo de su subsuelo hasta un puerto ruso en el Mar Negro. [1] Pero
aun era muy temprana la participación occidental en la región como para
construir sus propios oleoductos, por lo tanto la vía que debía utilizar
esta empresa era un viejo oleoducto construido por Moscú en la época
soviética. Es decir, que Occidente debía seguir las reglas del juego
ruso a pesar de intentar acercarse tímidamente a la región.
Se puede hablar de Nueva
Guerra por los Recursos o Nuevo Gran Juego recién en 2001, con la guerra
de Afganistán. Esa sería la primera fase, las otras dos fases serían
las Revoluciones de Colores y el crecimiento del Grupo de Shanghai. A
partir del 2001, EE.UU. logró ingresar primero militarmente a la zona y
luego a través de las compañías energéticas norteamericanas y
europeas, que comenzaron a invertir capitales en esta región vedada para
Occidente.
Primera Fase: Guerra
de Afganistán
Existen las más variadas
teorías conspirativas acerca de los atentados del 11–S, que cambiaron
la historia de la humanidad. No es la intención de este libro desarrollar
todas las posibilidades que se plantean con respecto a la posibilidad de
que este haya sido un autoatentado. La verdad absoluta al respecto no se
va a develar en pocos años.
Lo cierto es que EE.UU.
aprovechó la guerra de Afganistán en varios sentidos. La razón que nos
interesa describir es de qué manera la invasión a Afganistán benefició
a Washington en la lucha por los recursos de Asia Central.
A fines de septiembre de
2001, antes de iniciar la guerra contra los talibanes, el gobierno de
George W. Bush solicitó al gobierno de Uzbekistán de Islam Karimov una
base denominada K2, a Kirguizistán la base de Manás y a Tayikistán un
aeropuerto. Tanto Tayikistán como Uzbekistán son limítrofes de Afganistán.
Además el gobierno de
Georgia cedió su espacio aéreo para la guerra, y Kazajstán ofreció
pistas de aterrizaje.
Washington consiguió
estas bases, en nombre de la lucha contra el terrorismo y la democracia en
Afganistán, a cambio de grandes beneficios económicos para los países
locales y del silencio ante las violaciones de los Derechos Humanos y del
autoritarismo ejercido por los gobiernos de Asia Central contra su población.
La penetración militar
de EE.UU. en territorio de la ex Unión Soviética y la utilización de
las antiguas bases de Moscú era un hecho impensado con anterioridad a los
atentados del 11–S.
El interés que tenían
las ex repúblicas soviéticas en estrechar lazos con EE.UU. tenía varios
motivos. El primero, era lograr una mayor independencia de Rusia, algo que
en parte ya había logrado Ucrania, que en ese momento actuaba de bisagra
entre Oriente y Occidente, aunque su dependencia comercial y energética
de Rusia impedía que se acercara demasiado a los gobiernos europeos.
El segundo motivo consistía
en que la lucha de EE.UU. contra el islamismo radical profesado por el
gobierno afgano coincidía con la guerra abierta librada por los estados
centroasiáticos en contra de guerrillas como el MIU (Movimiento Islámico
de Uzbekistán), que fue entrenado por los talibanes en Afganistán y cuyo
objetivo era derrocar al gobierno dictatorial de Islam Karimov, que prohibía
algunas corrientes del islam.
También, existía el
movimiento Hizb ut Tahrir, que pretendía crear un califato musulmán que
abarcara toda Asia Central desde el Mar Caspio incluyendo la única
provincia musulmana de China, rica en recursos llamada Xinjiang.
La coincidencia de
intereses entre EE.UU. y los países de Asia Central produjo que además
de la alianza militar, la diplomacia avanzara y se comenzaran a forjar
lazos comerciales que hasta ese momento no existían.
El periodista pakistaní
Ahmed Rashid narra la historia de que el proyecto de Washington de
beneficiarse de los recursos de la región es anterior a la guerra de
Afganistán. El plan conjunto con Pakistán que consistía en tender un
gasoducto que partiera desde Turkmenistán, atravesase Afganistán y
llegase hasta Pakistán se vio entorpecido por la escarpada geografía
afgana y por la ruptura de lazos con el gobierno talibán de Kabul. [2]
Otro proyecto que aun no
se ha podido llevar a cabo es el oleoducto que parta desde Kazajstán,
pase por Afganistán y llegue a Pakistán. La inestabilidad de Beluchistán,
una nación que no tiene estado propio y que se encuentra repartida entre
Irán, Afganistán y Pakistán ha entorpecido este plan.
Rashid cuenta que poco
antes de la guerra, el rechazo de EE.UU. hacia Irán llevó a que éste
simpatizara con el extremista régimen talibán y que el Congreso
norteamericano autorizara a la CIA a que invirtiese 20 millones de dólares
para desestabilizar a Irán. Teherán acusa de que este dinero fue a parar
a manos de los talibanes. [3]
El cambio de postura de
Washington acerca del movimiento talibán, luego de los atentados del
11–S, condujo a que EE.UU. reordenara el tablero de Asia y penetrara
literalmente en la zona con sus tropas y armas de guerra.
Durante la contienda,
Moscú percibió que la injerencia de Occidente podría traerle pérdidas
de influencia en la zona, porque ya vislumbraba que luego de la guerra
llegarían las inversiones y las compañías norteamericanas y europeas,
con un escenario totalmente diferente al de la década del 90, en el cuál
el petróleo comenzaba a escasear más y a subir de precio a lo que se
sumaría la apertura de los mercados y de los gobiernos de los países ex
soviéticos.
Sin embargo, Rusia decidió
apoyar la lucha contra el terrorismo, en parte porque la segunda guerra de
Chechenia ya había empezado y Moscú había sido duramente criticado
desde el oeste por las violaciones a los Derechos Humanos que había
cometido en contra de la población civil en este país del Cáucaso.
Durante los seis primeros
meses de la guerra contra Bin Laden y el mullah Omar, Rusia escuchó lo
que quería oír de Washington: que los guerrilleros chechenos tenían
lazos con Al Qaeda y por lo tanto eran un blanco legítimo de la lucha
global contra el terrorismo.
Ya debilitados los
talibanes, Moscú se dio cuenta de que había perdido grandes aliados en
la zona, por eso decidió iniciar una contraofensiva, las inversiones
rusas en la región crecieron en Asia Central y las bases rusas en Georgia
vieron aumentados sus efectivos militares.
Pero lo peor para Rusia
no había llegado. Aun faltaban las revoluciones de terciopelo, un duro
golpe del que Moscú todavía no ha podido recuperarse.
Segunda fase:
Revoluciones de Colores
La primera vez que se
utilizó el término Revolución de Terciopelo fue durante la revuelta
popular pacífica que obligó a dimitir al gobierno comunista de
Checoslovaquia a fines de 1989. Alrededor de 200 mil manifestantes
ocuparon las calles, sin generar disturbios, en protesta por la violencia
policial contra estudiantes que se revelaban en contra del gobierno en
Praga. La multitud exigió la renuncia del presidente Gustav Husak, quien
al verse acorralado por las protestas y por la falta de apoyo del gobierno
soviético, encabezado por Mijail Gorbachov, debió renunciar al cargo,
poniendo fin al período socialista.
La segunda parte en la
que se puede dividir la lucha por lograr aliados en el ex espacio soviético,
y por ende acceder a nuevos lugares a dónde invertir, se caracterizó por
rebeliones populares que derribaron gobiernos de manera pacífica y se
llamaron precisamente Revoluciones de Terciopelo o Revoluciones de
Colores, que comenzaron a fines de 2003 y finalizaron a principios de
2005.
La hegemonía de Moscú
sobre la extracción, refinamiento y transporte de los hidrocarburos en el
ex espacio soviético comenzaba a resquebrajarse. Los viejos oleoductos de
la era de la URSS empezaban a ser reemplazados por nuevos conductos de
compañías europeas y norteamericanas.
Habitualmente el gas del
Mar Caspio es explotado por empresas rusas y transportado por oleoductos
rusos a Europa Oriental (Ucrania y Polonia principalmente) y de ahí
siguen sus –cursos hacia Alemania, Austria e Italia. Sin embargo estos
oleoductos deben pasar por zonas conflictivas del Cáucaso, como por
ejemplo Chechenia, cuya población vive en una constante guerra contra
Rusia, por su autodeterminación y su objetivo apunta a tomar parte en el
negocio del transporte del petróleo y del gas.
Por eso, el bloque
estadounidense–europeo logró concretar la construcción del oleoducto más
costoso y ambicioso de la región, que une el Mar Caspio con el sur de
Turquía, para llevar desde allí por barco el petróleo a todo el mundo.
El ducto se llama Bakú– Tbilisi–Ceyhan, lo que significa que nace a
orillas del Mar Caspio en la ciudad de Bakú, capital de Azerbaiyán,
atraviesa Tbilisi, capital de Georgia y finaliza en el puerto turco de
Ceyhan, en el Mar Mediterráneo.
Aunque el recorrido no
sea directo y por lo tanto es más costoso al tener que zigzaguear
sorteando países hostiles, de esta manera Occidente evitó que el ducto
atravesase Irán y Rusia, ya que circula por tres países aliados.
El costo de esta obra fue
de 3.600 millones de dólares y participan en la extracción y el
transporte: British Petroleum, Unocal, Total Final Elf, ENI, Conoco
Phillips entre otras compañías.
En noviembre de 2003,
Estados Unidos dio un gran paso para arrebatarle la zona a Rusia. De
acuerdo al Kremlin y a varios analistas, EE.UU, para asegurarse un tramo
del transporte del petróleo, financió el derrocamiento incruento del
presidente de Georgia Eduard Shevardnadze, que en ese momento cooperaba
con Moscú.
En connivencia con Rusia,
el presidente georgiano creó un impuesto a las empresas extranjeras, que
perjudicó en su mayoría a las norteamericanas. Ese fue el factor
decisivo para la caída de Shevardnadze, ya que esto elevaba el costo de
la construcción y utilización del oleoducto.
Aunque en el pasado,
Georgia había sido aliado de Washington al permitir que los aviones
militares norteamericanos cargaran combustible para seguir su viaje a
Irak, donde EE.UU. estaba librando una nueva guerra, pero el contexto
regional había cambiado en pocos meses, lo que provocó que Washington
tuviese que derrocar al gobierno georgiano para preservar el megaproyecto
energético.
En lugar de Shevardnadze,
asumió un abogado de 36 años formado en EE.UU., llamado Mijail
Saakashvili. Así, luego de la presión popular, se llevó a cabo la
llamada Revolución Rosa, denominada de esta manera por ser pacífica.
En diciembre de 2004,
ocurrió otra revolución pacífica, pero esta vez en Ucrania. También
Europa y Estados Unidos estuvieron sospechados de ser partícipes de los
hechos. Ésta fue llamada Revolución Naranja, por el color del partido
del nuevo presidente, el prooccidental Víktor Yuschenko.
Y por úlimo en marzo de
2005, un cambio pacífico de gobierno se produjo en Asia Central,
precisamente en Kirguizistán. La Revolución Amarilla o de los Tulipanes
llegó esta vez a las fronteras de China.
Para lanzar a las calles
a las multitudes, el modus operandi que usaron los gobiernos occidentales,
en representación de sus compañías petroleras fue, de acuerdo a varios
politólogos, la utilización de ONG (Organizaciones No Gubernamentales)
financiadas para crear propagandas opuestas a los regímenes que eran
contrarios a sus intereses.
De esta manera las ONG
utilizaban los fondos para fortalecer la publicidad de la oposición y se
pagaba a los militantes, quienes eran los encargados de difundir el odio
antigubernamental y de resaltar la grave corrupción existente luego de la
caída de la URSS.
La primera vez que se
utilizó este método fue en Serbia, cuando los manifestantes obligaron a
renunciar al presidente Slobodan Milosevic en 2000.
Los nuevos gobiernos
fortalecieron las alianzas con Europa y EE.UU., tanto Ucrania como Georgia
han solicitado formar parte de la OTAN y de la Unión Europea, le dieron
la espalda a Rusia en cuestiones políticas, comerciales y energéticas.
Ucrania con apoyo norteamericano logró ingresar mucho antes que Rusia a
la OMC (Organización Mundial del Comercio), lo que le abrió las
posibilidades de acceder a nuevos mercados, y dejar paulatinamente de
importar y de exportar casi todo lo que produce a Rusia.
Pero Moscú seguía
teniendo la carta fuerte con Ucrania, ya que este país no tiene
yacimientos de gas y debe aprovisionarse desde el este, es decir de Rusia.
En el nuevo escenario,
con tres nuevos países dentro de la órbita occidental, no sólo se
vieron beneficiadas las empresas de hidrocarburos occidentales, sino que
las buenas relaciones diplomáticas entre los gobiernos abrieron las
puertas a un intercambio comercial que abarcó distintas industrias, pero
se privilegiaron las energéticas, que son las que más han invertido en
la región.
En este contexto, el
gobierno de Georgia aceleró la construcción del nuevo oleoducto y se
aseguró de protegerlo de eventuales atentados, demostrando su nuevo
alineamiento con el Oeste.
Aunque, el caso de
Georgia y Ucrania encaje perfectamente con la teoría de que las
Revoluciones de Terciopelo fueron dirigidas desde Occidente, Kirguizistán
parece ser la excepción a la regla porque no hubo ONG occidentales
operando en su territorio. Por eso, muchos expertos sostienen que este
cambio de gobierno responde a una elite que se sucedió a sí misma
mediante un golpe interno.
Tercera Fase: Grupo de
Shanghai
Las dos primeras fases
fueron ganadas por el bloque estadounidense–europeo, el cuál logró
afianzar sus empresas transnacionales por primera vez en una región que
tradicionalmente estuvo bajo la influencia rusa y abrir un camino más
amplio a nuevas compañías, la tercera fase constituye un contraataque
del bloque ruso–chino y sus aliados regionales. Este período comenzó
en marzo de 2005, luego de la Revolución Amarilla en Kirguizistán.
Después del cambio de
gobierno en este país centroasiático, el Grupo de Shanghai conformado
por: Rusia, China, Uzbekistán, Kirguizistán, Tayikistán y Kazajstán,
que se formó en 2001 y cuyo principal fin es combatir al terrorismo, se
reunió en julio de 2005 y declaró su repudio a la presencia
estadounidense en la región, incluyendo la exigencia del abandono de la
base de K2 en Uzbekistán y de Manás en Kirguizistán.
La dura reacción del
bloque no sólo se limitó a las declaraciones de sus líderes, sino que
Moscú estrechó aun más los lazos con los miembros del Grupo de
Shanghai, para que no se resquebrajase ante la posibilidad de perder a
Kirguizistán por el cambio de gobierno.
Hasta ahora ningún
estudioso del tema ha demostrado que la revuelta popular en Kirguizistán
haya sido influenciada por Washington, como ocurriera en Georgia y
Ucrania. Esto no quita que el nuevo gobierno kirguiz no se haya acercado a
EE.UU. para ampliar sus mercados y posibilidades comerciales, dado que
Kirguizistán a diferencia de sus vecinos es un país muy pobre en
recursos, y ha dependido casi exclusivamente de Rusia luego de la disolución
de la URSS. Como Moscú le ha dejado de comprar varios productos por su
crisis económica de la década del 90, Bishkek ha visto estancada su
economía. La posibilidad de un cambio de gobierno incluía la potencial
apertura de este país hacia capitales occidentales.
A todo esto hay que
sumarle que en mayo de 2005, una cruenta represión del gobierno uzbeco de
Islam Karimov, que dejó entre 170 y 700 muertos (las cifras difieren según
las fuentes), contra manifestantes que reclamaban la liberación de presos
islámicos en la ciudad oriental de Andizán, cercana a Kirguizistán.
Las fuentes oficiales de
Uzbekistán adujeron que la manifestación comenzó de manera pacífica,
pero luego se sumaron guerrilleros islámicos armados, por eso la policía
comenzó la matanza indiscriminada.
Pero, organismos
independientes de Derechos Humanos denunciaron que la policía le tiró a
los manifestantes desarmados. [4]
Inmediatamente, luego de
estos hechos, la secretaria de Estado de Estados Unidos Condoleeza Rice,
anunció que iba a promover una investigación independiente para que
determine qué pasó exactamente el día de la masacre de Andizán.
La respuesta uzbeka fue
la exigencia de que Estados Unidos se retirara de su base, ya que según
Karimov la situación en Afganistán se había estabilizado.
Kirguizistán importa el
gas de Uzbekistán, por eso a lo largo de su corta historia como país
independiente, ha tenido que someterse a los caprichos del gobierno de
Karimov, no sólo para recibir hidrocarburos, sino que se ha visto
obligado a cambiar sus prestigiosas políticas de libertad de opinión, únicas
en Asia Central, porque según Uzbekistán eran una mala influencia para
los ciudadanos de este país. Además, el depuesto gobierno kirguiz de
Askar Akayev ha tenido que reprimir duramente a los militantes islámicos
por expreso pedido de Karimov. [5]
Por su parte, la
consolidación del bloque ruso–chino se acentuó también en el Mar
Caspio, ganándole terreno a la coalición norteamericana, con la creación
de una patrulla multinacional, formada por los países del Caspio afines a
Rusia, con la excusa de prevenir el terrorismo, pero con el fin de
controlar lo que aun Rusia mantiene bajo su esfera de influencia.
Sin embargo, para que
esta empresa sea viable debe contar con el visto bueno de Naciones Unidas.
De todas maneras es un paso adelante para dominar la zona.
Asimismo, las inversiones
chinas de hidrocarburos y comunicaciones en Uzbekistán, Kazajstán y
Tayikistán crecieron considerablemente durante el 2005.
El actual gobierno
kirguiz también declaró, presionado en el marco de la reunión del Grupo
de Shanghai, que EE.UU. debería irse de la zona.
Estados Unidos, al ver
que su ex aliado Karimov se mostraba cada vez más hostil hacia Washington
y más cercano a Moscú y a Pekín, que Kirguizistán manifestara que
Estados Unidos debía retirarse de la región y que las empresas chinas
arribaban a Asia Central en grandes contingentes, decidió mover a su
alfil y amenazar a varias piezas enemigas.
El entonces secretario de
defensa norteamericano, Donald Rumsfeld realizó un viaje relámpago en
agosto de 2005 a Kirguizistán y Tayikistán para hacerles acordar de quién
manda. Luego de la entrevista con Rumsfeld, el nuevo presidente kirguiz,
Kurmanbek Bakiyev, en un reportaje hecho por la televisión rusa, manifestó
una gran contradicción: "La presencia de tropas norteamericanas
responde a nuestros intereses nacionales. El problema de Afganistán está
muy lejos de solucionarse".
Por otra parte, el
alquiler de la base de Manás representa el 7 % del Producto Bruto Interno
de Kirguizistán, algo difícil de despreciar. Lo cierto es que la situación
en Afganistán está lejos de resolverse y que el movimieno Talibán ha
ganado terreno durante 2006. Pero también es cierto que la presencia de
EE.UU. en Asia Central no se debe solamente a la guerra de Afganistán,
sino a aumentar y preservar la inversión en materia energética.
A comienzos de 2006,
EE.UU. ofreció aumentar el alquiler de la base de Manás al gobierno
kirguiz.
El Grupo de Shanghai
existía desde hacía 4 años, pero cobró mayor importancia en 2005 por
la reacción de Rusia y China que temieron seguir perdiendo mercados y países
aliados por la militarización de la zona por parte de Occidente y por las
revueltas pacíficas, que seguían a cada elección en los ex estados soviéticos.
Este Grupo tiene el
objetivo de formar un bloque económico y sobre todo defensivo en contra
de la creciente actividad de guerrillas islámicas con fuertes influencias
de los talibanes afganos. A pesar, de que el gobierno de Kabul haya caído,
las guerrillas de la zona centroasiática son autónomas y han seguido
realizando incursiones armadas contra los gobiernos que comparten el Valle
de Fergana, entre Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán.
El interés que tiene
China en que el Grupo de Shanghai se fortalezca se debe precisamente a la
preservación de su provincia noroccidental rica en recursos petroleros
denominada Xinjiang, cuya población es mayoritariamente musulmana, y que
ya ha manifestado el deseo de separación de Pekín.
Por otro lado, el bloque
ruso–chino no sólo aumentó la integración y el repudio a Occidente,
sino que además boicoteó a los países que cambiaron de bando, como
Georgia, Ucrania, Moldavia y también a la Unión Europea.
A comienzos de 2006 Moscú
intentó desestabilizar a su vecino del Cáucaso sur, Georgia, al cortarle
el suministro de gas, con un atentado a un gasoducto que partía desde
Rusia hacia Tbilisi. Al mismo tiempo bloqueó la entrada de vinos
gerogianos, produciéndole numerosas pérdidas a esa fructífera industria
georgiana. Además alentó los separatismos en sus provincias
secesionistas.
Con respecto a Ucrania,
Moscú decidió aumentarle el precio preferencial del gas que venía
pagando Kiev como país amigo, muy por debajo del internacional. La crisis
del gas que perjudicó a varios países de Europa, la analizaremos más
adelante.
Es difícil ver quién
ganó la tercera fase. No hay duda de que el bloque ruso–chino conquistó
posiciones y debilitó en algunos sectores al bloque enemigo, tanto a los
países que lo encabeza, como a los post soviéticos aliados de Occidente.
Pero, aun esta fase no ha concluido del todo, es muy prematuro hacer un análisis
preciso de cómo finalizó o va a finalizar el auge del Grupo de Shanghai.
Notas:
(*) El autor es
analista de temas internacionales y director del “Panorama Mundial de
Historia y Actualidad”.
[1] Periódico El
economista de Cuba Nro 142, Octubre 2001. “¿Por qué Afganistán?” ;
[2] Ahmed Rashid en
www.socialismo-o-barbarie.org/medio%20oriente/060611_afganistan_a_rashid.htm;
[3] Ahmed Rashid en
www.wsws.org/es/articles/2001/nov2001/span-n14.shtml;
[4] Amnistía
Internacional www.amnestyusa.org/countries/uzbekistan/document.do?id
[5] Ahmed Rashid en
“Yihad” (Ediciones Península. Barcelona. 2002). Pág. 96.
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