El imperialismo en
el siglo XXI

 

Tres fases de la nueva guerra fría

Por Maximiliano Sbarbi Osuna
El Corresponsal de Medio Oriente y África, septiembre de 2007

Maximiliano Sbarbi Osuna, director del “Panorama Mundial de Historia y Actualidad” y asiduo colaborador de “El Corresponsal”, acaba de publicar "Nueva guerra por los recursos – La lucha por la hegemonía de Europa Oriental y Asia Central" (Editorial Dunken). El libro explica la estrategia geopolítica llevada adelante por Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y China con respecto a la explotación y transporte de los nuevos y voluminosos recursos energéticos descubiertos en la cuenca del Mar Caspio y en el centro de Asia, a través de sus compañías multinacionales estatales y privadas. A modo de adelanto, anticipamos un capítulo: “Tres fases de la nueva Guerra Fría”.

Antes de los ataques a Washington y Nueva York de septiembre de 2001, Estados Unidos tenía una limitada participación en los grandes recursos energéticos del Caspio y Asia Central. Las relaciones diplomáticas con los ex estados soviéticos eran casi inexistentes.

Hasta mediados de los 90s, luego del espacio dejado por la URSS en las nuevas repúblicas independientes, el mundo se preguntaba qué iba a pasar con el arsenal nuclear heredado de la potencia, cómo evitar que cayera en manos de extremistas y de qué manera se iban a conseguir los fondos para la manutención o, llegado el caso, el desmantelamiento de las cabezas atómicas.

Otros gobiernos y analistas se preguntaban cómo iba a ser la transición del comunismo al capitalismo en Rusia, pero pocos miraban hacia el resto de la ex URSS. No obstante, por diversas razones, sólo algunos veían la posibilidad de explotar sus recursos. Era prácticamente imposible que una compañía occidental lograra establecerse en el espacio post soviético, al ser países tan remotos, sin salida al mar abierto en la mayoría de los casos, con fuertes lazos con Rusia y China. Era inconcebible invertir, arriesgar el capital en exploración porque durante los largos años socialistas Moscú privilegió la explotación de sus propios recursos y no realizó significativas inversiones en ductos para el resto de la Unión.

Además, no existía seguridad jurídica en la zona como para atraer grandes capitales occidentales. Las dictaduras que sucedieron a la URSS no habían abierto los mercados lo suficiente como para que hubiese empresas occidentales interesadas en arriesgar su patrimonio cuando no había una ley clara, que les asegurara grandes ganancias.

Por otro lado, Occidente disponía del petróleo de Medio Oriente como fuente primaria de energía y no se preocupaba por buscar alternativas. No se conocía a ciencia cierta el enorme volumen de recursos fósiles que tenía Asia Central y el Cáucaso sur.

Por esos años, Rusia seguía manteniendo dentro de su órbita de influencia al resto de la CEI, la Comunidad de Estados Independientes que sucedió al gigante socialista. Miraba con recelo la expansión de la OTAN y de la Unión Europea, que cada vez se acercaban más a sus fronteras.

Quizás por su cercanía geográfica a la región, o tal vez por su desesperada necesidad de conseguir fuentes de energía para su creciente industria, China ya se había adelantado a Occidente, en 1994 era el principal inversor en Asia Central, exceptuando a Rusia. Las inversiones chinas se centraban en gas y petróleo y más tarde se extendieron hacia recursos minerales como el oro y el uranio, que se utiliza para generar energía nuclear.

Recién en 1997 la empresa petrolera norteamericana Chevron logró una concesión para crear una empresa mixta con el estado de Kazajstán que le permitía extraer el petróleo de su subsuelo hasta un puerto ruso en el Mar Negro. [1] Pero aun era muy temprana la participación occidental en la región como para construir sus propios oleoductos, por lo tanto la vía que debía utilizar esta empresa era un viejo oleoducto construido por Moscú en la época soviética. Es decir, que Occidente debía seguir las reglas del juego ruso a pesar de intentar acercarse tímidamente a la región.

Se puede hablar de Nueva Guerra por los Recursos o Nuevo Gran Juego recién en 2001, con la guerra de Afganistán. Esa sería la primera fase, las otras dos fases serían las Revoluciones de Colores y el crecimiento del Grupo de Shanghai. A partir del 2001, EE.UU. logró ingresar primero militarmente a la zona y luego a través de las compañías energéticas norteamericanas y europeas, que comenzaron a invertir capitales en esta región vedada para Occidente.

Primera Fase: Guerra de Afganistán

Existen las más variadas teorías conspirativas acerca de los atentados del 11–S, que cambiaron la historia de la humanidad. No es la intención de este libro desarrollar todas las posibilidades que se plantean con respecto a la posibilidad de que este haya sido un autoatentado. La verdad absoluta al respecto no se va a develar en pocos años.

Lo cierto es que EE.UU. aprovechó la guerra de Afganistán en varios sentidos. La razón que nos interesa describir es de qué manera la invasión a Afganistán benefició a Washington en la lucha por los recursos de Asia Central.

A fines de septiembre de 2001, antes de iniciar la guerra contra los talibanes, el gobierno de George W. Bush solicitó al gobierno de Uzbekistán de Islam Karimov una base denominada K2, a Kirguizistán la base de Manás y a Tayikistán un aeropuerto. Tanto Tayikistán como Uzbekistán son limítrofes de Afganistán.

Además el gobierno de Georgia cedió su espacio aéreo para la guerra, y Kazajstán ofreció pistas de aterrizaje.

Washington consiguió estas bases, en nombre de la lucha contra el terrorismo y la democracia en Afganistán, a cambio de grandes beneficios económicos para los países locales y del silencio ante las violaciones de los Derechos Humanos y del autoritarismo ejercido por los gobiernos de Asia Central contra su población.

La penetración militar de EE.UU. en territorio de la ex Unión Soviética y la utilización de las antiguas bases de Moscú era un hecho impensado con anterioridad a los atentados del 11–S.

El interés que tenían las ex repúblicas soviéticas en estrechar lazos con EE.UU. tenía varios motivos. El primero, era lograr una mayor independencia de Rusia, algo que en parte ya había logrado Ucrania, que en ese momento actuaba de bisagra entre Oriente y Occidente, aunque su dependencia comercial y energética de Rusia impedía que se acercara demasiado a los gobiernos europeos.

El segundo motivo consistía en que la lucha de EE.UU. contra el islamismo radical profesado por el gobierno afgano coincidía con la guerra abierta librada por los estados centroasiáticos en contra de guerrillas como el MIU (Movimiento Islámico de Uzbekistán), que fue entrenado por los talibanes en Afganistán y cuyo objetivo era derrocar al gobierno dictatorial de Islam Karimov, que prohibía algunas corrientes del islam.

También, existía el movimiento Hizb ut Tahrir, que pretendía crear un califato musulmán que abarcara toda Asia Central desde el Mar Caspio incluyendo la única provincia musulmana de China, rica en recursos llamada Xinjiang.

La coincidencia de intereses entre EE.UU. y los países de Asia Central produjo que además de la alianza militar, la diplomacia avanzara y se comenzaran a forjar lazos comerciales que hasta ese momento no existían.

El periodista pakistaní Ahmed Rashid narra la historia de que el proyecto de Washington de beneficiarse de los recursos de la región es anterior a la guerra de Afganistán. El plan conjunto con Pakistán que consistía en tender un gasoducto que partiera desde Turkmenistán, atravesase Afganistán y llegase hasta Pakistán se vio entorpecido por la escarpada geografía afgana y por la ruptura de lazos con el gobierno talibán de Kabul. [2]

Otro proyecto que aun no se ha podido llevar a cabo es el oleoducto que parta desde Kazajstán, pase por Afganistán y llegue a Pakistán. La inestabilidad de Beluchistán, una nación que no tiene estado propio y que se encuentra repartida entre Irán, Afganistán y Pakistán ha entorpecido este plan.

Rashid cuenta que poco antes de la guerra, el rechazo de EE.UU. hacia Irán llevó a que éste simpatizara con el extremista régimen talibán y que el Congreso norteamericano autorizara a la CIA a que invirtiese 20 millones de dólares para desestabilizar a Irán. Teherán acusa de que este dinero fue a parar a manos de los talibanes. [3]

El cambio de postura de Washington acerca del movimiento talibán, luego de los atentados del 11–S, condujo a que EE.UU. reordenara el tablero de Asia y penetrara literalmente en la zona con sus tropas y armas de guerra.

Durante la contienda, Moscú percibió que la injerencia de Occidente podría traerle pérdidas de influencia en la zona, porque ya vislumbraba que luego de la guerra llegarían las inversiones y las compañías norteamericanas y europeas, con un escenario totalmente diferente al de la década del 90, en el cuál el petróleo comenzaba a escasear más y a subir de precio a lo que se sumaría la apertura de los mercados y de los gobiernos de los países ex soviéticos.

Sin embargo, Rusia decidió apoyar la lucha contra el terrorismo, en parte porque la segunda guerra de Chechenia ya había empezado y Moscú había sido duramente criticado desde el oeste por las violaciones a los Derechos Humanos que había cometido en contra de la población civil en este país del Cáucaso.

Durante los seis primeros meses de la guerra contra Bin Laden y el mullah Omar, Rusia escuchó lo que quería oír de Washington: que los guerrilleros chechenos tenían lazos con Al Qaeda y por lo tanto eran un blanco legítimo de la lucha global contra el terrorismo.

Ya debilitados los talibanes, Moscú se dio cuenta de que había perdido grandes aliados en la zona, por eso decidió iniciar una contraofensiva, las inversiones rusas en la región crecieron en Asia Central y las bases rusas en Georgia vieron aumentados sus efectivos militares.

Pero lo peor para Rusia no había llegado. Aun faltaban las revoluciones de terciopelo, un duro golpe del que Moscú todavía no ha podido recuperarse.

Segunda fase: Revoluciones de Colores

La primera vez que se utilizó el término Revolución de Terciopelo fue durante la revuelta popular pacífica que obligó a dimitir al gobierno comunista de Checoslovaquia a fines de 1989. Alrededor de 200 mil manifestantes ocuparon las calles, sin generar disturbios, en protesta por la violencia policial contra estudiantes que se revelaban en contra del gobierno en Praga. La multitud exigió la renuncia del presidente Gustav Husak, quien al verse acorralado por las protestas y por la falta de apoyo del gobierno soviético, encabezado por Mijail Gorbachov, debió renunciar al cargo, poniendo fin al período socialista.

La segunda parte en la que se puede dividir la lucha por lograr aliados en el ex espacio soviético, y por ende acceder a nuevos lugares a dónde invertir, se caracterizó por rebeliones populares que derribaron gobiernos de manera pacífica y se llamaron precisamente Revoluciones de Terciopelo o Revoluciones de Colores, que comenzaron a fines de 2003 y finalizaron a principios de 2005.

La hegemonía de Moscú sobre la extracción, refinamiento y transporte de los hidrocarburos en el ex espacio soviético comenzaba a resquebrajarse. Los viejos oleoductos de la era de la URSS empezaban a ser reemplazados por nuevos conductos de compañías europeas y norteamericanas.

Habitualmente el gas del Mar Caspio es explotado por empresas rusas y transportado por oleoductos rusos a Europa Oriental (Ucrania y Polonia principalmente) y de ahí siguen sus –cursos hacia Alemania, Austria e Italia. Sin embargo estos oleoductos deben pasar por zonas conflictivas del Cáucaso, como por ejemplo Chechenia, cuya población vive en una constante guerra contra Rusia, por su autodeterminación y su objetivo apunta a tomar parte en el negocio del transporte del petróleo y del gas.

Por eso, el bloque estadounidense–europeo logró concretar la construcción del oleoducto más costoso y ambicioso de la región, que une el Mar Caspio con el sur de Turquía, para llevar desde allí por barco el petróleo a todo el mundo. El ducto se llama Bakú– Tbilisi–Ceyhan, lo que significa que nace a orillas del Mar Caspio en la ciudad de Bakú, capital de Azerbaiyán, atraviesa Tbilisi, capital de Georgia y finaliza en el puerto turco de Ceyhan, en el Mar Mediterráneo.

Aunque el recorrido no sea directo y por lo tanto es más costoso al tener que zigzaguear sorteando países hostiles, de esta manera Occidente evitó que el ducto atravesase Irán y Rusia, ya que circula por tres países aliados.

El costo de esta obra fue de 3.600 millones de dólares y participan en la extracción y el transporte: British Petroleum, Unocal, Total Final Elf, ENI, Conoco Phillips entre otras compañías.

En noviembre de 2003, Estados Unidos dio un gran paso para arrebatarle la zona a Rusia. De acuerdo al Kremlin y a varios analistas, EE.UU, para asegurarse un tramo del transporte del petróleo, financió el derrocamiento incruento del presidente de Georgia Eduard Shevardnadze, que en ese momento cooperaba con Moscú.

En connivencia con Rusia, el presidente georgiano creó un impuesto a las empresas extranjeras, que perjudicó en su mayoría a las norteamericanas. Ese fue el factor decisivo para la caída de Shevardnadze, ya que esto elevaba el costo de la construcción y utilización del oleoducto.

Aunque en el pasado, Georgia había sido aliado de Washington al permitir que los aviones militares norteamericanos cargaran combustible para seguir su viaje a Irak, donde EE.UU. estaba librando una nueva guerra, pero el contexto regional había cambiado en pocos meses, lo que provocó que Washington tuviese que derrocar al gobierno georgiano para preservar el megaproyecto energético.

En lugar de Shevardnadze, asumió un abogado de 36 años formado en EE.UU., llamado Mijail Saakashvili. Así, luego de la presión popular, se llevó a cabo la llamada Revolución Rosa, denominada de esta manera por ser pacífica.

En diciembre de 2004, ocurrió otra revolución pacífica, pero esta vez en Ucrania. También Europa y Estados Unidos estuvieron sospechados de ser partícipes de los hechos. Ésta fue llamada Revolución Naranja, por el color del partido del nuevo presidente, el prooccidental Víktor Yuschenko.

Y por úlimo en marzo de 2005, un cambio pacífico de gobierno se produjo en Asia Central, precisamente en Kirguizistán. La Revolución Amarilla o de los Tulipanes llegó esta vez a las fronteras de China.

Para lanzar a las calles a las multitudes, el modus operandi que usaron los gobiernos occidentales, en representación de sus compañías petroleras fue, de acuerdo a varios politólogos, la utilización de ONG (Organizaciones No Gubernamentales) financiadas para crear propagandas opuestas a los regímenes que eran contrarios a sus intereses.

De esta manera las ONG utilizaban los fondos para fortalecer la publicidad de la oposición y se pagaba a los militantes, quienes eran los encargados de difundir el odio antigubernamental y de resaltar la grave corrupción existente luego de la caída de la URSS.

La primera vez que se utilizó este método fue en Serbia, cuando los manifestantes obligaron a renunciar al presidente Slobodan Milosevic en 2000.

Los nuevos gobiernos fortalecieron las alianzas con Europa y EE.UU., tanto Ucrania como Georgia han solicitado formar parte de la OTAN y de la Unión Europea, le dieron la espalda a Rusia en cuestiones políticas, comerciales y energéticas. Ucrania con apoyo norteamericano logró ingresar mucho antes que Rusia a la OMC (Organización Mundial del Comercio), lo que le abrió las posibilidades de acceder a nuevos mercados, y dejar paulatinamente de importar y de exportar casi todo lo que produce a Rusia.

Pero Moscú seguía teniendo la carta fuerte con Ucrania, ya que este país no tiene yacimientos de gas y debe aprovisionarse desde el este, es decir de Rusia.

En el nuevo escenario, con tres nuevos países dentro de la órbita occidental, no sólo se vieron beneficiadas las empresas de hidrocarburos occidentales, sino que las buenas relaciones diplomáticas entre los gobiernos abrieron las puertas a un intercambio comercial que abarcó distintas industrias, pero se privilegiaron las energéticas, que son las que más han invertido en la región.

En este contexto, el gobierno de Georgia aceleró la construcción del nuevo oleoducto y se aseguró de protegerlo de eventuales atentados, demostrando su nuevo alineamiento con el Oeste.

Aunque, el caso de Georgia y Ucrania encaje perfectamente con la teoría de que las Revoluciones de Terciopelo fueron dirigidas desde Occidente, Kirguizistán parece ser la excepción a la regla porque no hubo ONG occidentales operando en su territorio. Por eso, muchos expertos sostienen que este cambio de gobierno responde a una elite que se sucedió a sí misma mediante un golpe interno.

Tercera Fase: Grupo de Shanghai

Las dos primeras fases fueron ganadas por el bloque estadounidense–europeo, el cuál logró afianzar sus empresas transnacionales por primera vez en una región que tradicionalmente estuvo bajo la influencia rusa y abrir un camino más amplio a nuevas compañías, la tercera fase constituye un contraataque del bloque ruso–chino y sus aliados regionales. Este período comenzó en marzo de 2005, luego de la Revolución Amarilla en Kirguizistán.

Después del cambio de gobierno en este país centroasiático, el Grupo de Shanghai conformado por: Rusia, China, Uzbekistán, Kirguizistán, Tayikistán y Kazajstán, que se formó en 2001 y cuyo principal fin es combatir al terrorismo, se reunió en julio de 2005 y declaró su repudio a la presencia estadounidense en la región, incluyendo la exigencia del abandono de la base de K2 en Uzbekistán y de Manás en Kirguizistán.

La dura reacción del bloque no sólo se limitó a las declaraciones de sus líderes, sino que Moscú estrechó aun más los lazos con los miembros del Grupo de Shanghai, para que no se resquebrajase ante la posibilidad de perder a Kirguizistán por el cambio de gobierno.

Hasta ahora ningún estudioso del tema ha demostrado que la revuelta popular en Kirguizistán haya sido influenciada por Washington, como ocurriera en Georgia y Ucrania. Esto no quita que el nuevo gobierno kirguiz no se haya acercado a EE.UU. para ampliar sus mercados y posibilidades comerciales, dado que Kirguizistán a diferencia de sus vecinos es un país muy pobre en recursos, y ha dependido casi exclusivamente de Rusia luego de la disolución de la URSS. Como Moscú le ha dejado de comprar varios productos por su crisis económica de la década del 90, Bishkek ha visto estancada su economía. La posibilidad de un cambio de gobierno incluía la potencial apertura de este país hacia capitales occidentales.

A todo esto hay que sumarle que en mayo de 2005, una cruenta represión del gobierno uzbeco de Islam Karimov, que dejó entre 170 y 700 muertos (las cifras difieren según las fuentes), contra manifestantes que reclamaban la liberación de presos islámicos en la ciudad oriental de Andizán, cercana a Kirguizistán.

Las fuentes oficiales de Uzbekistán adujeron que la manifestación comenzó de manera pacífica, pero luego se sumaron guerrilleros islámicos armados, por eso la policía comenzó la matanza indiscriminada.

Pero, organismos independientes de Derechos Humanos denunciaron que la policía le tiró a los manifestantes desarmados. [4]

Inmediatamente, luego de estos hechos, la secretaria de Estado de Estados Unidos Condoleeza Rice, anunció que iba a promover una investigación independiente para que determine qué pasó exactamente el día de la masacre de Andizán.

La respuesta uzbeka fue la exigencia de que Estados Unidos se retirara de su base, ya que según Karimov la situación en Afganistán se había estabilizado.

Kirguizistán importa el gas de Uzbekistán, por eso a lo largo de su corta historia como país independiente, ha tenido que someterse a los caprichos del gobierno de Karimov, no sólo para recibir hidrocarburos, sino que se ha visto obligado a cambiar sus prestigiosas políticas de libertad de opinión, únicas en Asia Central, porque según Uzbekistán eran una mala influencia para los ciudadanos de este país. Además, el depuesto gobierno kirguiz de Askar Akayev ha tenido que reprimir duramente a los militantes islámicos por expreso pedido de Karimov. [5]

Por su parte, la consolidación del bloque ruso–chino se acentuó también en el Mar Caspio, ganándole terreno a la coalición norteamericana, con la creación de una patrulla multinacional, formada por los países del Caspio afines a Rusia, con la excusa de prevenir el terrorismo, pero con el fin de controlar lo que aun Rusia mantiene bajo su esfera de influencia.

Sin embargo, para que esta empresa sea viable debe contar con el visto bueno de Naciones Unidas. De todas maneras es un paso adelante para dominar la zona.

Asimismo, las inversiones chinas de hidrocarburos y comunicaciones en Uzbekistán, Kazajstán y Tayikistán crecieron considerablemente durante el 2005.

El actual gobierno kirguiz también declaró, presionado en el marco de la reunión del Grupo de Shanghai, que EE.UU. debería irse de la zona.

Estados Unidos, al ver que su ex aliado Karimov se mostraba cada vez más hostil hacia Washington y más cercano a Moscú y a Pekín, que Kirguizistán manifestara que Estados Unidos debía retirarse de la región y que las empresas chinas arribaban a Asia Central en grandes contingentes, decidió mover a su alfil y amenazar a varias piezas enemigas.

El entonces secretario de defensa norteamericano, Donald Rumsfeld realizó un viaje relámpago en agosto de 2005 a Kirguizistán y Tayikistán para hacerles acordar de quién manda. Luego de la entrevista con Rumsfeld, el nuevo presidente kirguiz, Kurmanbek Bakiyev, en un reportaje hecho por la televisión rusa, manifestó una gran contradicción: "La presencia de tropas norteamericanas responde a nuestros intereses nacionales. El problema de Afganistán está muy lejos de solucionarse".

Por otra parte, el alquiler de la base de Manás representa el 7 % del Producto Bruto Interno de Kirguizistán, algo difícil de despreciar. Lo cierto es que la situación en Afganistán está lejos de resolverse y que el movimieno Talibán ha ganado terreno durante 2006. Pero también es cierto que la presencia de EE.UU. en Asia Central no se debe solamente a la guerra de Afganistán, sino a aumentar y preservar la inversión en materia energética.

A comienzos de 2006, EE.UU. ofreció aumentar el alquiler de la base de Manás al gobierno kirguiz.

El Grupo de Shanghai existía desde hacía 4 años, pero cobró mayor importancia en 2005 por la reacción de Rusia y China que temieron seguir perdiendo mercados y países aliados por la militarización de la zona por parte de Occidente y por las revueltas pacíficas, que seguían a cada elección en los ex estados soviéticos.

Este Grupo tiene el objetivo de formar un bloque económico y sobre todo defensivo en contra de la creciente actividad de guerrillas islámicas con fuertes influencias de los talibanes afganos. A pesar, de que el gobierno de Kabul haya caído, las guerrillas de la zona centroasiática son autónomas y han seguido realizando incursiones armadas contra los gobiernos que comparten el Valle de Fergana, entre Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán.

El interés que tiene China en que el Grupo de Shanghai se fortalezca se debe precisamente a la preservación de su provincia noroccidental rica en recursos petroleros denominada Xinjiang, cuya población es mayoritariamente musulmana, y que ya ha manifestado el deseo de separación de Pekín.

Por otro lado, el bloque ruso–chino no sólo aumentó la integración y el repudio a Occidente, sino que además boicoteó a los países que cambiaron de bando, como Georgia, Ucrania, Moldavia y también a la Unión Europea.

A comienzos de 2006 Moscú intentó desestabilizar a su vecino del Cáucaso sur, Georgia, al cortarle el suministro de gas, con un atentado a un gasoducto que partía desde Rusia hacia Tbilisi. Al mismo tiempo bloqueó la entrada de vinos gerogianos, produciéndole numerosas pérdidas a esa fructífera industria georgiana. Además alentó los separatismos en sus provincias secesionistas.

Con respecto a Ucrania, Moscú decidió aumentarle el precio preferencial del gas que venía pagando Kiev como país amigo, muy por debajo del internacional. La crisis del gas que perjudicó a varios países de Europa, la analizaremos más adelante.

Es difícil ver quién ganó la tercera fase. No hay duda de que el bloque ruso–chino conquistó posiciones y debilitó en algunos sectores al bloque enemigo, tanto a los países que lo encabeza, como a los post soviéticos aliados de Occidente. Pero, aun esta fase no ha concluido del todo, es muy prematuro hacer un análisis preciso de cómo finalizó o va a finalizar el auge del Grupo de Shanghai.


Notas:

(*) El autor es analista de temas internacionales y director del “Panorama Mundial de Historia y Actualidad”.

[1] Periódico El economista de Cuba Nro 142, Octubre 2001. “¿Por qué Afganistán?” ;

[2] Ahmed Rashid en www.socialismo-o-barbarie.org/medio%20oriente/060611_afganistan_a_rashid.htm;

[3] Ahmed Rashid en www.wsws.org/es/articles/2001/nov2001/span-n14.shtml;

[4] Amnistía Internacional www.amnestyusa.org/countries/uzbekistan/document.do?id

[5] Ahmed Rashid en “Yihad” (Ediciones Península. Barcelona. 2002). Pág. 96.