Sobre
“La doctrina del choque”, el nuevo libro de Naomi Klein
Por
Alexander Cockburn
CounterPunch, 22/09/07
Rebelión, 27/09/07
Traducido por Germán Leyens
Había izquierdistas que
pensaban que un plazo determinado el capitalismo estaba condenado. Cuando
llegué a EE.UU. a comienzos de los 70s, había suficiente exuberancia en
el aire como para que hasta los reformistas impulsaran la abolición de la
Reserva Federal, del Banco Mundial, etc.
Pero actualmente, la
mayoría de esos mismos izquierdistas creen que el capitalismo es
invencible y se arrojan temerosamente copiosas documentaciones detallando
la maldad eficiente de los ejecutivos del sistema. Internet sirve para
amplificar esta penetrante mieditis hasta convertirla en una actitud
catastrofista. Imbuye a la mayor parte de la izquierda anglófona al oeste
del Atlántico después de siete años de Bush y Cheney, y forma el marco
de “The Shock Doctrine, The Rise of Disaster Capitalism” [La doctrina del choque, El auge del capitalismo del
desastre] de Naomi Klein.
Al
comienzo Klein se permite un contundente toque de trompeta de intrépida
pionera:
“Este libro es un desafío
a la afirmación central y más valorada en la historia oficial – que el
triunfo del capitalismo desregulado nació de la libertad, que los
mercados libres irrestrictos van mano en mano con la democracia. En su
lugar, mostraré que esta forma fundamentalista de capitalismo ha sido
consistentemente traída a la vida por las formas más brutales de coerción,
infligidas al cuerpo político colectivo así como a innumerables cuerpos
individuales.”
El arco de triunfo al que
alude abarca el medio siglo desde los ataques del gobierno de Eisenhower
contra el nacionalismo político y económico en Irán y Guatemala a
comienzos de los años cincuenta, al ataque de EE.UU. contra Iraq en 2003
y su subsiguiente ocupación. No se trata de décadas en la que los apólogos
oficiales hayan estado protegidos contra desafíos hasta que la Sra. Klein
se lanzó a sus investigaciones. Hay estanterías repletas de libros sobre
las horrendas consecuencias de las intervenciones clandestinas y las
matanzas organizadas por, o que contaron con la complicidad de, EE.UU. en
nombre de la libertad y del camino capitalista. La propia bibliografía de
Klein prueba que hay mucho trabajo detallado sobre el ataque neoliberal
que ganó en fuerza desde mediados de los años setenta, marchando bajo
los colores intelectuales de uno de sus archi–villanos, el difunto
Milton Friedman, el economista de la Escuela de Chicago.
El sitio en el que Klein
presumiblemente reivindica originalidad es en la identificación de la
taxonomía de esta “doctrina del choque,” la última en las fases de
“destrucción creativa” del capitalismo, como describiera Schumpeter
el alma del sistema. Así que ella describe el choque de un ataque
repentino, sea el derrocamiento de Salvador Allende en Chile en 1973 o el
bombardeo de Bagdad en 2003; el choque de torturadores que utilizan técnicas
de privación sensorial y electrodos primitivos para inspirar miedo y
aquiescencia; el “tratamiento de choque” económico de Friedman.
Combinados y elaborados metódicamente, estos ataques corresponden ahora,
según Klein, a un nuevo y aterrador capítulo en la historia de la
depredación capitalista.
Klein comienza con un capítulo
sobre los experimentos de “desesquematización” auspiciados por la
CIA, de ese monstruo, el Dr. Ewen Cameron del Allan Memorial Institute de
la Universidad McGill, y declara explícitamente que la tortura, aparte de
ser un instrumento, es “una metáfora de la lógica subyacente de la
doctrina del choque.” Por cierto, no es un crimen utilizar tácticas
literarias de choque para concentrar la atención en el diseño deliberado
y sadista de un trauma social colectivo. Pero, como sucede a menudo después
de un choque, se termina por recuperar un sentido de la proporción, que
no es demasiado halagüeño para mayores pretensiones.
El capitalismo, después
de todo, ha sido siempre una doctrina de choque de depredación egoísta,
como puede verse en Hobbes y Locke, Marx y Weber, ninguno de los cuales
fue saludado por Klein. Léanse los relatos vívidos de los Hammonds sobre
los cercamientos ingleses del Siglo XVIII, cuando los aldeanos encontraban
clavado en la puerta de la iglesia parroquial un anuncio de que las
tierras comunes habían sido privatizadas. Puede que los que protestaban
no hayan sido “desesquematizados” pero fueron rápidamente ahorcados o
enviados a Botany Bay [asentamiento para convictos en Australia, los
primeros occidentales en poblar de modo permanente Australia, N. del T.]
Klein podría haber utilizado a Karl Polanyi para algo mejor que un epígrafe.
La desgarradora conversión de sociedades campesinas a los cultivos
comerciales, a la propiedad privada, a la dependencia del empleo, siempre
ha sido brutal.
Los Chicago Boys
arrasaron el cono sur de Latinoamérica en nombre de la empresa privada
sin restricciones, pero 125 años antes un millón de campesinos
irlandeses murieron de hambre mientras el trigo irlandés era exportado en
barcos que ondeaban la bandera del liberalismo económico. Klein escribe
sobre “el nacimiento sangriento de la contrarrevolución” en los años
sesenta y setenta, pero cualquiera página de las historias de los
presidentes Jackson, Polk o Roosevelt revela una continuidad sombría y
ensangrentada con el pasado. ¿Desesquematización? Niños indígenas
fueron arrancados a sus familias y castigados por cada palabra hablada en
su propio lenguaje, incluso cuando esclavos africanos recibían nombres
cristianos y se les prohibía que utilizaran los suyos, o que tocaran
tambores. En medio del choque de la Guerra Civil, los republicanos
retardaron varios años la liberación de los esclavos, mientras se
apresuraban a utilizar la crisis para establecer un sistema bancario y
monetario a su gusto.
Igual como existe una
continuidad en la depredación capitalista, existe una continuidad en la
resistencia. Es donde el catastrofismo de Klein deforma el cuadro. Su metáfora
fundamental para el ataque contra Iraq es el bombardeo inicial de
“choque y pavor,” hecho para anestesiar a las fuerzas de Sadam y a la
población civil en general para lograr una rendición instantánea y el
sometimiento a largo plazo. Pero “choque y pavor” fue una bancarrota.
No funcionó. Su valor, incluso como metáfora, es inútil, excepto como
ilustración de lo que pueden promocionar a bombos y platillos los
belicistas de salón en Washington. Después de decidir sensatamente que
no combatirían o morirían siguiendo la agenda estadounidense, muchos de
los soldados de Iraq se reagruparon para comenzar una resistencia
efectiva. Los civiles iraquíes siguen luchando lo mejor que pueden bajo
condiciones horribles y, sin haber sido desensibilizados, dicen a los
encuestadores que desearían que los estadounidenses se fueran de
inmediato.
El neoliberalismo de
“la terapia de choque” realmente no está asociado demasiado de cerca
con Milton Friedman, sino más bien con Jeffrey Sachs, a quien Klein
ciertamente dedica muchas páginas útiles, a pesar de que Friedman sigue
siendo la estrella sombría de su historia. Sachs introdujo primero la
terapia de choque en Bolivia a comienzos de los años noventa. Luego fue a
Polonia, Rusia, etc., con el mismo modelo de terapia de choque. La frase
contagiosa de Sachs en aquel entonces era que “no se puede saltar sobre
un abismo paso a paso,” o palabras en ese sentido. Es realmente donde se
conformó el neoliberalismo contemporáneo. Y, no fue sólo Sachs.
También hubo otros
economistas de la tendencia dominante ligeramente a la izquierda del
centro, sobre todo Summers, y también Paul Krugman. Habla a favor de
Krugman el que se haya retractado; Sachs también, pero sólo
parcialmente. Es verdad que se puede afirmar que todo parte de Friedman.
El libro de David Harvey: “A History of Neoliberalism,” realmente
rastrea los orígenes del neoliberalismo hasta Friedman en Chile. Es una
perspectiva interesante. Pero, como señala el economista de izquierdas
Robert Pollin, culpar a Friedman por todo el asunto, y no cómo lo siguió
toda la corriente económica dominante – incluyendo a los
“liberales” como Sachs, Krugman, y Summers – es sacarlos del
atolladero y deformar la historia.
Como subraya Pollin, un
economista brillante y creativo que pasa gran parte de su tiempo
proponiendo contra–modelos progresistas – tanto para naciones
africanas como para países capitalistas avanzados –, “es importante
golpear a los Sachs del mundo al respecto, porque están cambiando,
lentamente. Para que el mundo cambie, sus puntos de vista de los años
ochenta y noventa tienen que ser totalmente desacreditados. No basta con
decir solamente que Milton Friedman fue un ultraderechista y dejar las
cosas ahí.”
Hay inmensas economías
del tercer mundo que han sido arrasadas por el neoliberalismo aunque no
han sufrido “la doctrina del choque” a través de los tormentos que
esa frase define según Klein. India, a comienzos de los años noventa, no
era víctima de bombardeos físicos de “choque y pavor.” No se infligían
torturas mediante artefactos de electrochoques o técnicas de privación
sensorial. No había escuadrones de la muerte aniquilando por los campos.
Si Friedman asesoró al Partido del Congreso o al BJP, esto no lo registra
Klein, quien sólo otorga una breve mención a India. Sin embargo, las políticas
neoliberales impulsadas por el Banco Mundial y otras agencias
multilaterales y adoptadas también con entusiasmo por políticos autóctonos
y funcionarios gubernamentales – muchos originados en una tradición
keynesiana (o de más a la izquierda) – han sido ciertamente
arrolladoras y salvajes en sus consecuencias. Mes tras mes en
CounterPunch, P. Sainath ha descrito la inmiserización de 500 millones de
campesinos partiendo de circunstancias que ya eran malas para comenzar,
junto con los suicidios de agricultores arruinados – un total que ahora
asciende a bastante más de 100.000. India no tiene cabida en el modelo de
la “doctrina del choque” y del “auge del capitalismo del desastre”
de Naomi Klein, lo que sugiere las limitaciones de ese modelo.
Los capitalistas tratan
de utilizar la desarticulación social y económica o un desastre natural
– Nueva Orleans es sólo el último ejemplo – para su ventaja, pero lo
mismo hacen aquellos que oprimen. La guerra ha sido la madre de muchas
revoluciones sociales positivas, igual que los desastres naturales. La
incompetencia de la policía y de las fuerzas de emergencia mexicanas
después del inmenso terremoto de 1985 provocó una inmensa convulsión
popular. En Latinoamérica ha habido ataques de choques y doctrinas de
choques durante 500 años. Ahora mismo, en Latinoamérica, el péndulo se
aparta de los años de tinieblas, de las doctrinas de los escuadrones de
la muerte y de Friedman. La indignación de Klein es admirable. Sus
denuncias específicas a través de seis decenios de infamia son a menudo
excelentes, pero en sus ambiciones más amplias la traicionan sus metáforas.
Desde el punto de vista anticapitalista ella va demasiado lejos en su
pesimismo. Un capitalismo que prospera mejor en lo anormal, en los
desastres, se encuentra por definición en decadencia. Como lo dijera
Casio: ““La culpa, querido Bruto, no reside en nuestras estrellas,
sino en nosotros mismos, que somos subalternos”.
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