Imperialismo
e "Imperio"
Por
John Bellamy Foster
Este
artículo se basa en una conferencia sobre "Socialismo o
Barbarie" de István Mészaros, presentada en el Foro Brecht en
Nueva York, el 14 de octubre de 2001.
Hace
poco más de un mes, al escribir estas líneas antes del 11 de septiembre,
la revuelta masiva contra la globalización capitalista que comenzó en
Seattle en noviembre de 1999 y que tan recientemente como en julio de 2001
en Génova seguía ganando impulso, denunciaba las contradicciones del
sistema de una manera que no se había visto durante años. Pero una
peculiaridad de este movimiento era que el concepto del imperialismo se
había prácticamente diluido, incluso dentro de la izquierda, y había
sido reemplazado por el de la globalización, implicando que algunas de
las peores formas de explotación y rivalidad internacional se habían, de
alguna manera, aplacado.
Una
moda creciente en la izquierda en su actitud hacia la globalización –
igualmente atractiva para los círculos dirigentes, a juzgar por la atención
que le dan los medios de comunicación de masas –, es ilustrada por un
nuevo libro de Michael Hardt y Antonio Negri titulado "Imperio".
Publicado el año pasado por Harvard University Press, este libro
ha recibido elogios ilimitados en sitios tales como The New York Times,
Time Magazine, y el Observer de Londres, y ha llevado a que
Hardt aparezca como invitado especial en el Charlie Rose Show y a
un artículo de op-ed en The New York Times. Su tesis es que el
mercado mundial se está globalizando más allá de la capacidad de los
Estados-nación de afectarlo, bajo la influencia de la revolución de la
información. La soberanía de los Estados-nación se está disipando, y
está siendo reemplazada por una soberanía global nuevamente emergente o
el "Imperio" surgiendo de la coalescencia de "una serie de
organismos nacionales e internacionales unidos bajo una lógica única de
dominación," sin una jerarquía internacional definida (p. xii).
El
espacio disponible me impide tratar todos los aspectos de este argumento.
Más bien comentaré un solo tema: la supuesta desaparición del
imperialismo. El término "Imperio" en el análisis de Hardt y
Negri no se refiere a la dominación imperialista de la periferia desde el
centro, sino a una entidad de alcance global que no reconoce restricciones
territoriales o fronteras fuera de sí misma. En su apogeo, el
"imperialismo," argumentan, "fue realmente una extensión
de la soberanía de los Estados-nación europeos más allá de sus propias
fronteras" (p. xii). En ese sentido, el imperialismo o el
colonialismo han muerto. Pero Hardt y Negri también decretan la muerte
del nuevo colonialismo: la dominación económica y la explotación por
las potencias industriales sin un control político directo. Insisten en
que todas las formas de imperialismo, en la medida en que representan
limitaciones de la fuerza homogeneizadora del mercado mundial, están
condenadas por ese mismo mercado. El Imperio, por lo tanto, es tan
"poscolonial como posimperialista" (p.9). Se nos dice que
"el imperialismo es una máquina de estriación, encauzamiento,
codificación y territorialización global de los flujos de capital, que
bloquea ciertos flujos y facilita otros. El mercado mundial, al contrario,
requiere un espacio tranquilo de flujos descodificados y
desterritorializados... el imperialismo habría significado la muerte
del capital si no hubiera sido superado. La plena realización del
mercado mundial significa necesariamente la muerte del imperialismo"
(p. 333).
Conceptos
tales como centro y periferia, argumentan estos autores, son ahora casi inútiles.
"Mediante la descentralización de la producción y la consolidación
del mercado mundial, las divisiones internacionales y los flujos del
trabajo y del capital se han fraccionado y multiplicado de tal manera que
ya no es posible demarcar grandes zonas geográficas como centro y
periferia, Norte y Sur." No hay "diferencias de naturaleza"
entre Estados Unidos y Brasil, Gran Bretaña e India, "sólo
diferencias de grado" (p. 335).[1]
También
terminó la noción del imperialismo de EE.UU. como una fuerza central en
el mundo de hoy. "Estados Unidos," escriben, "no
puede, y por cierto, ningún Estado- nación puede actualmente formar el
centro de un proyecto imperialista. El imperialismo se acabó. Ninguna
nación será un líder mundial en la forma en la que las modernas
naciones europeas lo fueron." (pp.
xiii-xiv). "La guerra de Vietnam," señalan Hardt y Negri,
"podría ser considerada como el último instante de la tendencia
imperialista y por lo tanto, un punto de transición a un nuevo régimen
de la Constitución" (pp. 178-79). Este paso a un nuevo régimen
global constitucional es mostrado por la guerra del Golfo, durante la cual
EE.UU. apareció "como la única potencia capaz de administrar la
justicia internacional, no en función de sus propios motivos
nacionales, sino en nombre del derecho global... La policía mundial
de EE.UU. no actúa en función de intereses imperialistas sino en el
interés imperial [es decir, en función del interés del Imperio
desterritorializado]. En este sentido la guerra del Golfo, como pretendía
George Bush, anunció efectivamente el nacimiento de un nuevo orden
mundial" (p.180).
El
Imperio, el nombre que le dan a este nuevo orden mundial, es un producto
de la lucha por la soberanía y el constitucionalismo a un nivel global,
en una época en la que un nuevo jeffersonianismo global – la expansión
de la forma constitucional de EE.UU. al terreno global- se ha hecho
posible. Estos autores se oponen a las luchas locales contra el Imperio.
Creen que ahora la lucha es sólo por la forma que ha de tomar la
globalización – y el grado en el que el Imperio cumplirá con su
promesa de producir "la expansión global del proyecto constitucional
interno de EE.UU." (p. 182). Su argumento apoya los esfuerzos de la
"multitud contra el Imperio" –es decir, la lucha de la
multitud por convertirse en un sujeto político autónomo –pero eso sólo
puede suceder, argumentan, dentro de "las condiciones ontológicas
que presenta el Imperio" (p. 407).
Demasiado
para los actuales puntos de vista de moda. Preferiría dedicarme
ahora a los que definitivamente no están de moda. Al contrario de
"Imperio," el nuevo libro de István Mészáros "Socialismo
o Barbarie" representa de muchas maneras el colmo de lo pasado de
moda – incluso en la izquierda. [2] En lugar de prometer un nuevo
universalismo que surgiría potencialmente del proceso de globalización
capitalista si sólo adoptara la forma adecuada, Mészáros argumenta que
la perpetuación de un sistema dominado por el capital garantizaría,
precisamente, lo contrario: "A pesar de la globalización que ha
impuesto, el sistema incurablemente injusto del capital es
estructuralmente incompatible con la universidad en todo sentido coherente
del término... no puede haber universalidad en el mundo social sin una
igualdad fundamental" (pp. 10-11).
Para
Mészáros, el dominio del capital es mejor comprendido como un proceso
metabólico social similar al de un organismo vivo. Por lo tanto, tiene
que ser enfocado como la encarnación de un conjunto complejo de
relaciones. Todo lo que logra el capitalismo respecto a la liberación
"horizontal" es negado por el orden "vertical"
dominante, que siempre constituye su momento decisivo. Este antagonismo
preponderante significa que "el sistema del capital está articulado
como una red selvática de contradicciones que pueden ser gerenciadas más
o menos exitosamente durante algún tiempo, pero que jamás pueden ser
definitivamente superadas" (p. 13). Entre las principales
contradicciones que son insuperables dentro del capitalismo se encuentran
aquellas entre: 1) la producción y su control; 2) la producción y el
consumo; 3) la competencia y los monopolios; 4) el desarrollo y el
subdesarrollo (centro y periferia); 5) la expansión económica mundial y
la rivalidad intercapitalista; 6) la acumulación y la crisis; 7) la
producción y la destrucción; 8) la dominación del trabajo y la
dependencia del trabajo; 9) el empleo y el desempleo; y 10) el crecimiento
de la producción a cualquier precio y la destrucción del medio ambiente.[3]
"Es bastante inconcebible que se pueda superar ni siquiera una sola
de estas contradicciones," observa Mészáros, "para no hablar
de su interconexión inextricablemente compleja, sin instituir una
alternativa radical al modo de control metabólico social del
capital" (pp. 13-14).
Según
este análisis, el período de la supremacía histórica del capitalismo
ha terminado. El capitalismo se ha expandido en todo el globo, pero en la
mayor parte del mundo ha producido sólo enclaves de capital. Ya no hay
ninguna base para la esperanza de que el mundo subdesarrollado en su
conjunto pueda "alcanzar" económicamente a los países
capitalistas avanzados – o siquiera de que pueda haber un adelanto económico
y social sostenido en la mayor parte de la periferia. Las condiciones de
vida de la vasta mayoría de los trabajadores están declinando
globalmente. La larga crisis estructural del sistema, desde los años 70,
impide que el capital haga frente efectivamente a sus contradicciones,
aunque sea temporalmente. La ayuda extrínseca ofrecida por el estado ya
no basta para impulsar el sistema. De ahí que, la "incontrolabilidad
destructiva" del capital, -su destrucción de las relaciones sociales
previas y su incapacidad de colocar algo sostenible en su lugar- esté
haciéndose cada vez más evidente (pp. 19,61 ).
El
núcleo del argumento de Mészáros es la proposición de que ahora
vivimos lo que es "la fase potencialmente más mortífera del
imperialismo" (título del segundo capítulo de su libro). El
imperialismo, dice, puede ser dividido en tres fases históricas
definidas: 1) el colonialismo moderno de los primeros años; 2) la fase clásica
del imperialismo, como fue descrita por Lenin, y 3) el imperialismo hegemónico
global, con EE.UU. como fuerza dominante. La tercera fase fue consolidada
después de la Segunda Guerra Mundial, pero se hizo "más nítidamente
pronunciada" con el comienzo de la crisis estructural del capital en
los años 70 (p. 51 ).
A
diferencia de la mayor parte de los analistas, Mészáros argumenta que la
hegemonía de EE.UU. no terminó en los años 70, aunque en 1970 EE.UU.
había sufrido un debilitamiento en su posición económica relativa
frente a otros países capitalistas importantes, si se la compara con los
años 50. Más bien, los años 70, comenzando con el abandono del patrón
oro por Nixon, marcan el comienzo de un esfuerzo mucho más determinado
por parte del estado EE.UU. por establecer su preeminencia global en términos
económicos, militares y políticos –para convertirse en un sustituto de
un gobierno global.
En
la etapa actual del desarrollo global del capital, insiste Mészáros,
"ya no es posible evitar la confrontación con una contradicción
fundamental y una limitación estructural del sistema. Esa limitación
deriva de su grave fracaso en la constitución de un estado del sistema
del capital como tal, como un complemento a sus aspiraciones y articulación
transnacionales." Y es aquí donde "EE.UU., que tiende
peligrosamente a asumir el papel del estado del sistema del capital como
tal, subsumiendo bajo sí por todos los medios a su disposición a todas
las potencias rivales," aparece como lo más aproximado a un
"estado del sistema del capital." (pp. 28-29 ).
Pero
EE.UU., aunque pudo detener el debilitamiento de su posición económica
en relación con los otros principales estados capitalistas, es incapaz de
lograr por sí solo suficiente dominio económico para gobernar el sistema
mundial -que es, en todo caso, ingobernable. Por ello trata de utilizar su
inmenso poder militar para establecer su preeminencia global.[4]
"Lo
que está en juego en la actualidad," escribe Mészáros, “no
es el control de una parte del planeta en particular, -no importa cuán
grande sea-, afectando, sin dejar de tolerar por el momento, las acciones
independientes de algunos rivales, sino el control de su totalidad por una
potencia económica y militar hegemónica, usando todos los medios a su
disposición –incluso los más autoritarios y, si es necesario, medios
militares violentos. Esto es lo que requiere la suprema racionalidad del
capital desarrollado a escala global, en su vano intento de controlar sus
antagonismos irreconciliables. El problema es, sin embargo, que semejante
racionalidad – y se puede escribirlo sin ponerlo entre comillas, ya que
corresponde genuinamente a la lógica del capital en la actual etapa histórica
del desarrollo global – es al mismo tiempo la irracionalidad más
extrema que haya habido en la historia, incluyendo la concepción nazi de
la dominación del mundo, en lo que se refiere a las condiciones
necesarias para la supervivencia de la humanidad” (pp. 37-38).
La
pretensión de que el imperialismo actual, representado sobre todo por
Estados Unidos, esté limitado de alguna manera porque tenga poco dominio
político sobre territorios extranjeros, es una simple falta de comprensión
de los problemas que enfrentamos. Como señala Mészáros, el colonialismo
europeo ocupó, en realidad, sólo una pequeña parte del territorio de la
periferia. Ahora los medios son diferentes, pero el alcance global del
imperialismo es todavía mayor. EE.UU. ocupa en la actualidad territorios
extranjeros mediante sus bases militares en sesenta y nueve países –y
la cantidad aumenta continuamente. Además, "la multiplicación del
poder destructivo del arsenal militar actual –especialmente el potencial
catastrófico de las armas aéreas- ha modificado hasta cierto punto los
medios de imponer los dictados imperialistas a un país para someterlo
[las tropas terrestres y la ocupación directa son menos necesarias] pero
no su sustancia" (p. 40 ).
Con
el colapso de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, el
imperialismo ha debido cambiar de traje. La antigua justificación para
realizar intervenciones, de la época de la Guerra Fría, ha perdido
efectividad. Sadam Husein, observa Mészáros, suministró una nueva
justificación, pero sólo por un tiempo. Incluso en aquel entonces EE.UU.
tuvo que presentar su empeño belicista disfrazándolo como una alianza
universal en defensa del derecho, si bien es cierto que EE.UU. actuó como
juez y verdugo.
Entre
los desarrollos inquietantes que señala "Socialismo o Barbarie"
se encuentran: el inmenso costo en víctimas civiles iraquíes durante la
guerra contra ese país y la muerte de más de medio millón de niños
como resultado de las sanciones después de la guerra; la arremetida
militar y la ocupación de los Balcanes; la expansión de la OTAN hacia el
Este; la nueva política de EE.UU. de utilizar a la OTAN como una fuerza
militar ofensiva que puede sustituir a las Naciones Unidas; los intentos
de EE.UU. de eludir y debilitar aún más a las Naciones Unidas; el
bombardeo de la embajada china en Belgrado; el desarrollo del tratado de
seguridad entre Japón y EE.UU., orientado en contra de China; y la
evolución de una actitud militar agresiva de EE.UU. hacia China –vista
crecientemente como la superpotencia rival emergente. A largo plazo,
incluso la actual armonía aparente entre EE.UU. y la Unión Europea no
puede ser considerada segura, ya que EE.UU. continúa por su camino en pos
de la dominación global. Tampoco hay una respuesta a este problema dentro
del sistema en esta etapa del desarrollo del capital. La globalización,
afirma Mészáros, ha hecho que un estado global sea imperativo para el
capital, pero el carácter inherente del proceso metabólico social del
capital, que exige una pluralidad de capitales, lo hace imposible.
"La fase potencialmente más mortífera del capitalismo" tiene
que ver, por lo tanto, con el círculo expansivo de barbarie y destrucción
que semejantes condiciones tienden a producir.
¿Cómo
juzgar hoy esas dos visiones de la globalización y del imperialismo –la
que está cada vez más de moda, que se concentra en la emergencia
de la soberanía global (llamada "Imperio",) y la decididamente pasada
de moda que apunta a la "fase potencialmente más mortífera del
imperialismo" –a la luz de los acontecimientos del 11 de septiembre
y del comienzo en Afganistán de una guerra global contra el terrorismo?
Tal vez podría argumentarse que el análisis hecho en "Imperio"
se confirma ya que no fue un Estado-nación el que desafió al sistema
emergente de soberanía global, sino terroristas internacionales fuera del
Imperio. Desde este punto de vista, se podría considerar que EE.UU.
realiza una acción de "policía mundial" en Afganistán
"no en función de sus propios motivos nacionales sino en nombre del
derecho global" -como Hardt y Negri describieron las acciones de
EE.UU. en la guerra del Golfo. Este es más o menos el modo en que
Washington describe sus propias acciones.
"Socialismo
o Barbarie," sin embargo, sugiere una interpretación completamente
diferente, que ve al imperialismo de EE.UU. como el punto central de la
crisis del terror. Desde este punto de vista, los terroristas que atacaron
el World Trade Center y el Pentágono, no estaban atacando la soberanía o
la civilización globales (el ataque no fue contra las Naciones Unidas en
Nueva York) –mucho menos todavía los valores de libertad y democracia
como pretende el estado EE.UU. – sino que estaban atacando
deliberadamente los símbolos del poder financiero y militar de EE.UU. y,
por lo tanto, del poder global de EE.UU. Por injustificables que
esos actos terroristas hayan sido en todo sentido, pertenecen, sin
embargo, a la historia del imperialismo de EE.UU. en su dimensión general
y al intento de EE.UU. de establecer su hegemonía sobre el globo
-particularmente, a la historia de sus intervenciones en el Oriente Medio.
Además, EE.UU. no reaccionó utilizando un proceso de constitucionalismo
global, ni con una mera acción policial, sino de manera imperialista, declarando
unilateralmente la guerra contra el terrorismo internacional y
desencadenando su maquinaria bélica contra el gobierno talibán en
Afganistán.
En
Afganistán, los militares de EE.UU. están tratando de destruir fuerzas
terroristas en cuya formación participaron ellos mismos. En el terreno
internacional, lejos de respetar sus propios principios constitucionales,
EE.UU. ha apoyado desde hace tiempo a grupos terroristas cada vez que servía
a sus propios propósitos imperialistas, y también ha realizado acciones
de terrorismo de estado, asesinando a poblaciones civiles. Su nueva guerra
contra el terrorismo, ha declarado Washington, podría requerir la
intervención militar de EE.UU. en numerosos países fuera de Afganistán
–y países como Irak, Siria, Sudán, Libia, Indonesia, Malasia y
Filipinas ya han sido señalados como posibles objetivos para ulteriores
intervenciones.
Todo
esto, combinado con el empeoramiento económico mundial y el aumento de la
represión en los principales estados capitalistas, parece sugerir que la
"incontrolabilidad destructiva" del capital ocupa crecientemente
un papel importante. El imperialismo, bloqueando el desarrollo autocéntrico
–es decir, perpetuando el desarrollo del subdesarrollo- en la periferia,
ha generado el terrorismo, que se ha vuelto contra el propio estado
imperialista dirigente, creando una espiral destructiva cuyo fin no se
vislumbra.
Ya
que un gobierno global es imposible bajo el capitalismo, pero necesario en
la realidad más globalizada de la actualidad, el sistema, insiste Mészáros,
es lanzado cada vez más hacia "el dominio extremadamente violento de
todo el mundo por un país imperialista hegemónico sobre una base
permanente: una forma... absurda e insostenible de dirigir el orden
mundial." (p. 73 ).
Hace
diez años, después de la Guerra del Golfo, los editores de MR,
Harry Magdoff y Paul Sweezy observaron que “Estados Unidos, parece, ha
quedado atrapado en un camino con consecuencias gravísimas para todo el
mundo. El cambio es la única ley del universo. No puede ser detenido. Si
se impide que las sociedades [en la periferia del mundo capitalista]
traten de resolver sus problemas a su manera, ciertamente no los resolverán
tal como otros se lo dictan. Y si no pueden avanzar, retrocederán,
inevitablemente. Es lo que está sucediendo actualmente en gran parte del
mundo, y EE.UU., la nación más poderosa con medios ilimitados de coerción
a su disposición, parece estar diciendo a los demás que es un destino
que debe ser aceptado so pena de destrucción violenta.”
Alfred
North Whitehead, uno de los grandes pensadores del siglo pasado, dijo:
"Jamás he cesado de contemplar la idea de que la raza humana podría
elevarse hasta cierto punto para pasar a deteriorarse y no volver jamás a
recuperarse. Muchas otras formas de vida lo han hecho. La evolución puede
deteriorarse igual como puede progresar." Es un pensamiento
perturbador, pero de ninguna manera rocambolesco, que la forma y la
agencia activa de ese deterioro podría estar plasmándose ante nuestros
propios ojos en estos últimos años del siglo XX D.C.
“Esto,
por cierto, no es sugerir que el deterioro irreversible sea inevitable
hasta que suceda. Pero es sugerir que, tal como las cosas han estado
ocurriendo durante los últimos cincuenta años, y especialmente durante
el año pasado, ese potencial existe. Y también es reconocer que
nosotros, el pueblo estadounidense, tenemos una responsabilidad especial
de hacer algo al respecto, ya que es nuestro gobierno el que amenaza con
jugar a Sansón en el templo de la humanidad” (Los editores, "Pax
Americana," Monthly Review, julio-agosto, 1991).
Los
últimos diez años sólo han confirmado la validez general de este análisis.
Basándose en cualquier estándar objetivo, EE.UU. es la nación más
destructiva sobre la tierra. Ha matado y aterrorizado a más poblaciones
en todo el mundo que cualquier otra nación desde la Segunda Guerra
Mundial. Su poder de destrucción parece ser ilimitado, armado como está
con todas las armas concebibles. Sus intereses imperiales, orientados
hacia la hegemonía global, son virtualmente ilimitados. En respuesta a
los ataques terroristas en Nueva York y Washington, el gobierno de EE.UU.
ha declarado ahora la guerra a terroristas que dice residen en más de
sesenta países, así como ha amenazado con emprender una acción militar
contra los gobiernos que los albergan. En lo que se presenta como sólo la
primera etapa de una larga lucha, ha desencadenado su máquina bélica
contra Afganistán, con un costo aterrador de víctimas, incluyendo
aquellos que mueren por falta de alimentos.
¿Cómo
creen que vamos a juzgar estos desarrollos, sino como una demostración
del crecimiento del imperialismo, de la barbarie y del terrorismo –cada
cual alimentando al otro- en una época en la que el capitalismo parece
haber alcanzado los límites de su supremacía histórica? La esperanza
que le queda a la humanidad, bajo estas circunstancias, se basa en la
reconstrucción del socialismo y, en forma más inmediata, en la
emergencia de una lucha popular centrada dentro de Estados Unidos –para
impedir que Washington continúe con su mortífero juego de Sansón en el
templo de la humanidad. Las palabras "socialismo o barbarie,"
pronunciadas con elocuencia en su día por Rosa Luxemburgo, jamás han
tenido tanta urgencia global como en nuestros días.
Monthly
Review - Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Notas:
1.-
Hardt y Negri se refieren al trabajo de Samir Amin, especialmente a su Imperio
del Caos (Monthly Review Press, 1992), como la principal visión
alternativa del imperialismo/imperio a la suya –una visión que difiere
profundamente en el trema del centro y la periferia. Vea Hardt y Negri,
"Imperio" (pp. 9, 14, 334, 467).
2.-
Socialismo o Barbarie (2001) y la principal obra teórica de Mészáros
Más allá del capital (1995), fueron ambos publicados por Monthly
Review Press.
3.-
Esta es una versión abreviada y ligeramente modificada de la lista de las
contradicciones principales mencionada por Mészáros en su libro.
4.-
La estrategia de EE.UU. de establecer su hegemonía global a través de la
proyección global de su poder militar es examinada en detalle en "El
nuevo intervencionismo de Washington: la hegemonía de EE.UU. y las
rivalidades interimperialistas," Monthly Review 53:4 (septiembre
de 2001): 5-37